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Thursday, June 23, 2016

El fracaso del presidencialismo

Leo Zuckermann
 
Leo Zuckermann es analista político y académico mexicano. Posee una licenciatura en administración pública en El Colegio de México y una maestría en políticas públicas en la Universidad de Oxford (Inglaterra). Asimismo, cuenta con dos maestrías de la Universidad de Columbia, Nueva York, donde es candidato a doctor en ciencia política. Trabajó para la presidencia de la República en México y en la empresa consultora McKinsey and Company. Fue secretario general del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), donde actualmente es profesor afiliado de la División de Estudios Políticos. Su columna, Juegos de Poder, se publica de lunes a viernes en Excélsior, así como en distintos periódicos de varios estados de México. En radio, es conductor del programa Imagen Electoral que se trasmite en Grupo Imagen. En 2003, recibió el Premio Nacional de Periodismo.
Ya pasaron muchos años desde que el politólogo español Juan Linz argumentó que los regímenes parlamentarios eran superiores a los presidenciales. Cuánta razón tenía. Lo estamos viendo en muchos lados.
En Brasil, un Congreso donde están representados más de una veintena de partidos, con una mayoría de legisladores comprobadamente corruptos, ha apartado de su cargo a la Presidenta. No se trata, como dicen los afectados, de un golpe de Estado porque el juicio de destitución se ha realizado conforme a las reglas establecidas en la Constitución.



No obstante, la razón por la que han retirado del cargo –temporalmente aunque todo indica que será de manera permanente– a Dilma Rousseff suena más a una maniobra política que a la comisión de un delito que merezca quitarle el puesto que se ganó en las urnas. Al quite ha entrado el vicepresidente, uno de los principales artífices para remover a su jefa. Más pronto que tarde, Michel Temer tendrá que tomarse una sopa de su propio chocolate al enfrentar a un Congreso hambriento y dividido. En una de ésas, el nuevo presidente termina igual que Dilma.
Ya pasaron muchos años desde que el politólogo español Juan Linz argumentó que los regímenes parlamentarios eran superiores a los presidenciales. Cuánta razón tenía. Lo estamos viendo en muchos lados...
En Venezuela, el electorado votó mayoritariamente por un Congreso opositor al Presidente. Comenzó, así, una lucha entre los dos poderes. Los opositores están tratando de revocar el mandato de Maduro juntando firmas para realizar una consulta popular al respecto. El presidente, por su parte, ha declarado un estado de emergencia que le otorga más poderes y abiertamente habla de destituir al Congreso. Mientras todo esto ocurre, la economía está al borde del colapso. No hay gobierno en Venezuela. Tampoco medicinas, electricidad, cerveza ni papel de baño.
Cuando Linz escribió su ensayo acerca de la inferioridad del presidencialismo frente al parlamentarismo, dijo que la excepción era Estados Unidos, régimen que, por muchas razones, había funcionado históricamente incluso con gobiernos divididos. Pero estos últimos lustros hemos visto una polarización que ha desincentivado los acuerdos entre la Casa Blanca y el Capitolio. Hoy la parálisis es lo que caracteriza al Washington de Obama. Lograr que el Senado ratifique a un embajador se ha convertido en un dolor de muelas para el presidente.
Extrañamente, después de varios años de parálisis gubernamental, de bloqueos entre el Presidente y el Congreso, el régimen mexicano, gracias al Pacto por México, se desatoró. Los dos primeros años del presidente Peña fueron ejemplo de que sí es posible sacar reformas estructurales trascendentales. El sueño, sin embargo, duró poco. Cada vez más existen bloqueos entre los dos poderes con todo y que el PRI tiene mayoría en una de las cámaras. En el sexenio que viene las cosas se pondrán peor si el candidato que gane la Presidencia lo hace con menos del 30% del voto y su partido no tiene mayoría en ambas cámaras.
En fin, que los presidencialismos nos han dado prueba tras prueba de disfuncionalidad. ¿Son mejores, entonces, los parlamentarismos, tal y como argumentaba Linz?
Depende. Los regímenes donde el Parlamento se forma por representación proporcional suelen ser más inestables. Italia es el caso histórico. En Israel, las coaliciones de gobierno son muy frágiles. Netanyahu ha sobrevivido mucho tiempo como primer ministro gracias a que les reparte mucho dinero a los partidos chicos que lo apoyan y el fracaso de la izquierda para enfrentarlo. Pero los gobiernos de Netanyahu no han logrado resolver el principal problema de ese país: la paz con los palestinos.
Estos casos contrastan con el parlamentarismo alemán que sí ha producido gobiernos estables y eficaces. Aquí estamos hablando de un sistema mixto de integración del Parlamento entre representación proporcional y distritos de mayoría. Pero el mejor parlamentarismo, o por lo menos el que más me gusta a mí, es el británico. Ahí todo el Parlamento se elige por distritos de mayoría. Ciertamente hay una sobrerrepresentación enorme para el partido ganador, pero cuenta con los votos legislativos para sacar adelante su agenda legislativa. Si ésta es buena, el electorado los premia reeligiéndolos. Si, en cambio, el gobierno resulta ser un desastre, los votantes le dan una patada en el trasero dándole la oportunidad a la oposición de gobernar con amplios márgenes de acción.

El fracaso del presidencialismo

Leo Zuckermann
 
Leo Zuckermann es analista político y académico mexicano. Posee una licenciatura en administración pública en El Colegio de México y una maestría en políticas públicas en la Universidad de Oxford (Inglaterra). Asimismo, cuenta con dos maestrías de la Universidad de Columbia, Nueva York, donde es candidato a doctor en ciencia política. Trabajó para la presidencia de la República en México y en la empresa consultora McKinsey and Company. Fue secretario general del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), donde actualmente es profesor afiliado de la División de Estudios Políticos. Su columna, Juegos de Poder, se publica de lunes a viernes en Excélsior, así como en distintos periódicos de varios estados de México. En radio, es conductor del programa Imagen Electoral que se trasmite en Grupo Imagen. En 2003, recibió el Premio Nacional de Periodismo.
Ya pasaron muchos años desde que el politólogo español Juan Linz argumentó que los regímenes parlamentarios eran superiores a los presidenciales. Cuánta razón tenía. Lo estamos viendo en muchos lados.
En Brasil, un Congreso donde están representados más de una veintena de partidos, con una mayoría de legisladores comprobadamente corruptos, ha apartado de su cargo a la Presidenta. No se trata, como dicen los afectados, de un golpe de Estado porque el juicio de destitución se ha realizado conforme a las reglas establecidas en la Constitución.


México comparado

Luis Rubio 
Presidente del Centro de Investigación para el Desarrollo (Cidac), una institución independiente dedicada a la investigación en temas de economía y política, en México. Fue miembro del Consejo de The Mexico Equity and Income Fund y del The Central European Value Fund, Inc., de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal y de la Comisión Trilateral. Escribe una columna semanal en Reforma y es frecuente editorialista en The Washington Post, The Wall Street Journal y The Los Angeles Times. En 1993, recibió el Premio Dag Hammarksjold, y en 1998 el Premio Nacional de Periodismo.
El mundo antes funcionaba de manera vertical porque todo estaba concentrado: la información, el control de las fábricas, las relaciones sindicales. Las decisiones se concentraban y la sociedad sabía lo que las estructuras del poder permitían. El mundo de hoy es cada vez más horizontal, donde la información tiene una multiplicidad de fuentes (que son autónomas, como las redes sociales, y se retroalimentan); en la economía se agrega valor en puntos del proceso sobre el que ninguna autoridad centralizada tiene control; y los sindicatos han perdido capacidad de controlar hacia abajo y vender el servicio hacia arriba. Esto que ocurre en los ámbitos públicos no es distinto a lo que se observa en las escuelas, las familias y los gobiernos. El monopolio del poder desapareció, o al menos se debilitó dramáticamente, porque es incompatible con una economía moderna y una sociedad con capacidades para desarrollarse.



El fenómeno es mundial y nadie puede quedar exento, excepto si opta por empobrecerse al abstraerse del mundo exterior, como ocurre con algunos sistemas ermitaños. Aunque, por supuesto, cada país tiene características propias que emanan de su historia y circunstancias, muchos de nuestros retos no son, al menos en concepto, radicalmente a los de otras naciones.
La dinámica político-económica de México y China es radicalmente distinta, pero el desafío es sumamente parecido.
Lo que sigue es una evaluación de China* que podría parecer absolutamente mexicana:
·       “Los regímenes autoritarios contemporáneos que carecen de legitimidad derivada de un proceso político competitivo tienen esencialmente tres medios para mantenerse en el poder. Uno es el soborno de sus poblaciones por medio de beneficios materiales; el segundo es la represión a través de violencia y el miedo. El tercero consiste en apelar a sus sentimientos nacionalistas. [El gobierno] ha empleado los tres instrumentos, pero ha dependido principalmente de los resultados económicos y ha recurrido a la represión (selectiva) y el nacionalismo sólo como un medio secundario.”
·       “Las autocracias, que se han visto obligadas a realizar un pacto faustiano con el diablo para mantener su legitimidad con base en su desempeño, están destinadas a perder la apuesta porque los cambios socioeconómicos resultantes del crecimiento económico fortalecen las capacidades autónomas de las fuerzas sociales de base urbana, como son los empresarios, intelectuales, profesionales, creyentes religiosos, y los trabajadores ordinarios, todo esto a través de mayores niveles más altos de alfabetización, mayor acceso a la información, acumulación de riqueza privada, y una mejor capacidad para organizar la acciones colectivas.”
·       “Si las dificultades económicas de largo plazo fuesen puramente estructurales, las perspectivas del país no serían necesariamente graves. Un conjunto de reformas eficaces podría asignar recursos de manera más eficiente para hacer la economía más productiva.”
·       “Sin duda alguna, las reformas económicas de las últimas décadas han cambiado radicalmente al país. Sin embargo, el [sistema] aún preserva sus instintos e instituciones depredadoras.”
·       “El rechazo a cualquier límite significativo al poder del [gobierno] implica, en términos prácticos, que [el país] no puede desarrollar instituciones judiciales verdaderamente independientes o agencias reguladoras capaces de hacer cumplir las leyes y las normas.”
·       “En tanto [el partido y el gobierno] se mantengan por encima de la ley, es imposible implementar reformas económicas”.
·       “Lo que mantiene atorado a la economía no es su dinámico sector privado sino las ineficientes empresas estatales, que continúan recibiendo subsidios y desperdician un escaso capital.”
·       “Una serie de reformas económicas genuinas y completas, si realmente fuesen adoptadas, amenazarían los cimientos del sistema prevaleciente.”
·       “La preservación de instituciones depredadoras y extractivas impide que funcionen las reformas económicas radicales… haciendo imposible la construcción de una economía genuina de mercado sustentada en el Estado de derecho.”
·       “Ahora que termina la era de rápido crecimiento producto de reformas parciales, así como de factores o eventos excepcionales, lograr un crecimiento sostenido requerirá una revisión radical de sus instituciones económicas y políticas con el fin de lograr una mayor eficiencia. Pero dar un paso de esta naturaleza sería fatal para [el sistema] porque destruiría las bases económicas de su poder; así, es difícil imaginar que [el sistema] de hecho cometiera suicidio económico y, por lo tanto, político.”
·       “Quienes no sean persuadidos por este razonamiento deberían contar el número de dictaduras en la historia que voluntariamente cedieron sus privilegios y el control de la economía con el fin de garantizar la prosperidad del país en el largo plazo.”
·       “La fuente más importante de cambio en los regímenes autoritarios es el colapso de la unidad de las élites gobernantes… Esto ocurre principalmente por la intensificación del conflicto dentro de las élites respecto a la mejor estrategia de supervivencia y distribución del poder y régimen clientelar… La experiencia de las transiciones democráticas desde los 70 muestra que el asunto más polémico que enfrentan las élites es cómo responder al reclamo de cambio político por parte de las fuerzas sociales: recurrir a la represión para apaciguar a esas fuerzas a través de una escalada violenta o recurrir a la liberalización para darles cabida.”
La dinámica político-económica de México y China es radicalmente distinta, pero el desafío es sumamente parecido.

México comparado

Luis Rubio 
Presidente del Centro de Investigación para el Desarrollo (Cidac), una institución independiente dedicada a la investigación en temas de economía y política, en México. Fue miembro del Consejo de The Mexico Equity and Income Fund y del The Central European Value Fund, Inc., de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal y de la Comisión Trilateral. Escribe una columna semanal en Reforma y es frecuente editorialista en The Washington Post, The Wall Street Journal y The Los Angeles Times. En 1993, recibió el Premio Dag Hammarksjold, y en 1998 el Premio Nacional de Periodismo.
El mundo antes funcionaba de manera vertical porque todo estaba concentrado: la información, el control de las fábricas, las relaciones sindicales. Las decisiones se concentraban y la sociedad sabía lo que las estructuras del poder permitían. El mundo de hoy es cada vez más horizontal, donde la información tiene una multiplicidad de fuentes (que son autónomas, como las redes sociales, y se retroalimentan); en la economía se agrega valor en puntos del proceso sobre el que ninguna autoridad centralizada tiene control; y los sindicatos han perdido capacidad de controlar hacia abajo y vender el servicio hacia arriba. Esto que ocurre en los ámbitos públicos no es distinto a lo que se observa en las escuelas, las familias y los gobiernos. El monopolio del poder desapareció, o al menos se debilitó dramáticamente, porque es incompatible con una economía moderna y una sociedad con capacidades para desarrollarse.


Wednesday, June 22, 2016

El problema de la burocracia


Se sostiene comúnmente que la naturaleza “anárquica” no planeada de la producción capitalista necesita una regulación burocrática para impedir el caos económico. Así, el eminente marxista húngaro Andras Hegedus, argumenta que la burocracia es meramente “el subproducto de una estructura administrativa” que separa los trabajadores del la gestión real de la economía. Como los propietarios toman las decisiones, todos los demás deben en último término recibir sus órdenes de este pequeño grupo. Como eso sería impracticable en una economía industrial, el problema debe gestionarse mediante una división de responsabilidad que a su vez conlleva capas de burocracia. Los capitalistas toman las decisiones que luego se filtran hacia abajo en la pirámide burocrática. Esto significa que los trabajadores deben esperar a que se les diga qué hacer por parte de sus superiores inmediatos, que a su vez deben esperar a las instrucciones de sus superiores y así sucesivamente.



Es importante darse cuenta de que Hegedus cree que estas características de la burocracia son un producto del propio capitalismo, en lugar de la naturaleza de la producción a gran escala. “Cuando prevalecen las relaciones de la propiedad capitalista”, dice, “es inútil luchar contra la burocracia (…). Para cambiar la situación es necesario eliminar primero la propiedad privada de los medios de producción”. La burocracia, continúa, es la
Consecuencia inevitable del desarrollo de las relaciones de propiedad en una etapa concreta en la división del trabajo y en la integración económica. En consecuencia, es también inevitable (…) que en algún momento no haya necesidad de un aparato administrativo distinto de la sociedad, porque las condiciones subjetivas y objetivas estarán maduras para una autoadministración directa.
En román paladino, Hegedus está diciendo que, como el capitalismo separa al trabajador del control de al industria, la producción sería descoordinada y caótica si no hubiera ninguna agencia de transmisión del conocimiento. Ésa es la función que realiza la burocracia bajo el capitalismo. Como bajo el socialismo los trabajadores tomarían todas las decisiones industriales, no habría problemas de coordinación en dicha sociedad. La burocracia ya no sería necesaria y se descartaría. Pero salvo meras apelaciones a “democratizar el aparato administrativo” y pedir una “saludable movilidad en todas las áreas de la administración”, es vago en cómo el socialismo lograría esto. Como las opiniones de Hegedus, particularmente respecto de la naturaleza burocrática del capitalismo, no son raras, es tiempo de que sean examinadas críticamente.

Tres problemas de coordinación

Israel Kirzner apunta que hay tres problemas de coordinación que deben resolverse en cualquier sistema socioeconómico:
  1. El problema de las prioridades, es decir, qué bienes y servicios deberían producirse;
  2. El problema de la eficiencia, es decir, qué combinación de recursos usados en la producción un producto concreto dejará la mayor cantidad de recursos libres para la producción de otros bienes y servicios y
  3. El problema de la distribución, es decir, cómo compensar a cada participante en el sistema por su contribución al proceso productivo.
El papel de la gestión burocrática puede analizarse mejor viendo cómo tanto el capitalismo como el socialismo se aproximan a estos problemas así como lo bien que pueden resolverlos.

El problema de las prioridades

Dentro de un sistema de mercado, las prioridades las establecen los consumidores comprando y absteniéndose de comprar. Los empresarios, ansiosos por maximizar sus beneficios, tenderán a producir aquellos bines con la mayor discrepancia entre precio y coste. Como los consumidores están dispuestos a pagar más por bienes que deseen más intensamente, los precios de estos bienes, en igualdad de circunstancias, tienden a ser mayores que los de los bienes menos intensamente deseados. Así que los bienes que los miembros de la sociedad consideran más importantes son los que, sin necesidad de ninguna dirección burocrática consciente, se producen en un sistema capitalista antes y en más cantidad.
Una crítica habitual a este modo de razonar es que hay muchos ejemplos en los que no puede decirse que el mercado refleje las prioridades de los consumidores. Por ejemplo, se supone que el pan es más importante que los diamantes, aunque se advierte que el precio de los diamantes es mucho mayor que en del pan. El error de esta crítica es que los individuos nunca afrontan una elección entre diamantes en abstracto y pan en abstracto. En su lugar, escogen entre unidades individuales de pan y diamantes.
Como bajo condiciones normales la cantidad de pan excede con mucho la de diamantes, la satisfacción o disatisfacción causadas por la adición o pérdida de cualquier unidad concreta de pan, es decir, su utilidad marginal, es relativamente baja comparada con la de una unidad de diamantes. Si por alguna singularidad del destino la cantidad de pan disminuyera grandemente o la de diamantes aumentara significativamente, la utilidad marginal de las unidades de pan y diamantes se alterarían causando que el precio del pan aumente y el de los diamantes disminuya. Por tanto puede verse que el mercado sí refleja realmente las prioridades de los consumidores y lo hace sin la necesidad de ninguna dirección burocrática. De hecho, la burocracia solo puede impedir la satisfacción del consumidor, pues, como apunta Kirzner: “cualesquiera obstáculos que no sean del mercado colocados en el camino del proceso de precios interfieres así necesariamente con el sistema de prioridades que han establecido los consumidores”.
Como el socialismo conlleva la eliminación del mercado, no hay mecanismo por el que se establezcan las prioridades sin una dirección y control conscientes. Así que es  precisamente el socialismo el que no puede funcionar sin una burocracia floreciente. Una rápida mirada al proceso de planificación en la Unión Soviética destacará claramente el endémico laberinto burocrático incluso para una economía moderadamente socialista.

Planificación en la Unión Soviética

Con el fin de crear el plan para el año que viene los planificadores deben tener tantos datos como sea posible del estado de la economía en el presente año. Este trabajo lo realiza la Administración Estadística Central, que, solo ella, emplea a varios millones de personas. Esta información se traslada luego al Comité Estatal de Planificación o Gosplan. Se establecen las prioridades para el siguiente año por parte del Consejo de Ministros junto con varias otras agencias políticas y se comunica al Gosplan, que intenta coordinar todas las prioridades, así como equilibrar los objetivos de producción para cada sector en la economía con su estimación de entradas requeridas para la fabricación.
El plan baja luego por la jerarquía planificadora yendo primero a los ministros industriales, luego a los subministros y así sucesivamente a las empresas individuales. De esta forma, se informa a cada empresa de los niveles de productividad que se han establecido para ella y el plan empieza a ascender en la jerarquía planificadora con cada empresa ahora en disposición de calcular por sí misma las entradas necesarias para fabricar el nivel establecido de producción.
A medida que el plan viaja hacia arriba, tanto la entrada como la producción se ajustan de acuerdo con un proceso de negociación entre el gestor de la empresa y los planificadores centrales. Los primeros tratan de infraestimar su capacidad productiva y sobreestimar sus requisitos de recursos para facilitar el cumplimiento de su parte, mientras que los últimos hacen justamente lo contrario.
Después de que finalmente se alcanza el Gosplan, el plan es supervisado en su totalidad y se hacen las correcciones y ajustes necesarios. El plan de devuelve luego de nuevo bajando la jerarquía planificadora, informando a cada empresa de sus objetivos de producción finales. Y detrás de todo esto, por supuesto, hay un grupo de agencias públicas necesario para garantizar el cumplimiento con el plan.
¿Qué era capaz de conseguir esta burocracia, con números en decenas de millones? Lo primero que se advierte es que a pesar de la jerga científica, sus planes son en realidad solo pronósticos acerca de los que cada consumidor individual querrá durante el próximo año. Las estimaciones del empresario son también pronósticos; sin embargo hay una diferencia crucial: los suyos se basan en datos del mercado, mientras que los de los planificadores socialistas, al menos bajo el socialismo puro, no lo son.
Esto significa que el empresario no solo está en una posición mejor para estimar la demanda del consumidor sino que, lo que es igualmente importante, un pronóstico erróneo se refleja inmediatamente en el mercado con una bajada en las ventas. Como la pérdida de ingresos reclama ajustes rápidos, cualquier pronóstico incorrecto tenderá a corregirse por sí mismo. Pero bajo el socialismo, el director de planta no tiene que preocuparse por vender su producto sino solo de cumplir con su cuota de producción. Por consiguiente:
  1. La calidad tiene a sufrir, ya que los directores tratan de encontrar la vía más fácil y rápida de cumplir con sus cuotas y
  2. La producción continúa, independientemente de si alguien quiere el producto, hasta que el plan es alterado por el Gosplan.
Pero si la producción de bienes innecesarios ocurre en algunas áreas, las necesidades en otras deben permanecer sin cubrir. Por tanto no sorprende que La Unión Soviética esté habitualmente llena de exceso de algunas cosas y de agudas escaseces de otras. Cuando las cuotas para los sectores del calzado y clavos, por ejemplo, se fijaron de acuerdo con la cantidad, los directores de producción en el sector de los clavos descubrieron que era más fácil cumplir sus cuotas fabricando solo clavos pequeños, mientras que en el sector del calzado fabricaban solo zapatos pequeños. Pero establecer cuotas por peso significaban lo contrario: exceso de grandes clavos gruesos y zapatos para adultos. Igualmente, como los fabricantes de ropa no tienen que vender sus productos, no tienen que preocuparse acerca de las preferencias de estilo. El resultado son almacenes periódicamente llenos de ropa no deseada. Y en otro caso la Unión Soviética se encontró en la situación embarazosa de tener solo una talla de ropa interior para homb
re y solo en color azul.
Así que no sorprende que la calidad de los bienes de consumo en la Unión Soviética sea notablemente baja, el nivel de vida medio es de alrededor de un cuarto a un tercio del de Estados Unidos y haya tantos bienes con suministro tan escaso que debes pasar de tres a cuatro horas cada día solo para cubrir las necesidades básicas. Mientras que el capitalismo puede funcionar con una burocracia mínima, hemos visto que el socialismo, lejos de eliminarla, requiere una serie de agencias burocráticas. Son necesarias con el fin de (1) recoger los datos para la creación del plan, (2) formular el plan y (3) inspeccionar las plantas para asegurarse de que el plan se esta siguiendo.

El problema de la eficiencia

Si nos ocupamos de la producción encontramos los mismos resultados. Bajo el capitalismo, el problema de la asignación eficiente de los recursos se resuelve de la misma forma que se resolvía el problema de las prioridades: el sistema de precios. Para producir sus bienes, los empresarios deben buscar los recursos necesarios. Por tanto están en la misma relación con los vendedores de recursos que los consumidores con los vendedores de bienes finales. Así que los precios de los distintos factores de producción tienden a reflejar el demanda de los mismos por los empresarios. Como lo que el empresario puede ofrecer está limitado por el rendimiento esperado por la venta final de su producto, los factores de producción se canalizan así hacia la producción de los bienes más intensamente deseados. Los que mejor sirven a los consumidores obtienen los mayores beneficios y, por tanto, pueden hacer las mejores ofertas por los recursos que necesitan.
En resumen, el mercado es un mecanismo altamente independiente que, sin ninguna dirección burocrática, es capaz de alcanzar exactamente lo que Hegedus juzga imposible: la transmisión de conocimiento a las personas relevantes. Si, por ejemplo, el acero se hiciera más escaso, ya fuera porque parte de su oferta haya mermado o se haya descubierto un nuevo uso para él, su precio subiría. Esto a la vez (1) forzaría a los usuarios de acero a recortar sus compras y (2) animaría a los proveedores a aumentar su producción.
No solo todas las acciones de todos los participantes del mercado se coordinan automáticamente por estas fluctuaciones de precios, sino que las personas implicadas ni siquiera tienen que saber por qué suben o bajan los precios. Solo necesitan observar las fluctuaciones de precios y actuar de acuerdo con ello. Como indica F.A. Hayek: “El hecho más significativo acerca de este sistema es la economía del conocimiento con la que opera (…). La maravilla es que sin que se emita ninguna orden, sin más que tal vez un puñado de personas que conozcan la causa, decenas de miles de personas cuya identidad no podía determinarse en meses de investigación, se (…) mueven en la dirección correcta”.
También es importante apuntar que incluso dentro de una empresa, la burocracia se mantiene al mínimo. Primero, si una empresa se hace pesada burocráticamente se venderá más barata y, si no se hacen reformas, se quedará fuera del negocio ante empresas estructuradas menos burocráticamente. Y segundo, Como apunta Ludwig von mises, “No hay necesidad de que el director general se preocupe por los detalles menores de la gestión de cada sección (…). La única directiva que el director general da a los hombres en los que confía para la gestión de las distintas secciones, departamentos y sucursales es: Obtengan tanto beneficio como sea posible. Y un examen de las cuentas le mostrará lo exitosos o no que fueron al ejecutar la orden”.

Otro dilema soviético

Pero en una economía socialista pura estaría ausente todo el aparato del mercado. Todas las decisiones relativas a la asignación de recursos y coordinación económica tendrían que hacerse manualmente por el consejo planificador. En una economía como la de la Unión Soviética, que tiene más de 200.000 empresas industriales, esto significa que el número de decisiones que tendría que tomar el consejo planificador cada año se cifrarían en miles de millones. Esta tarea ya hercúlea sería infinitamente más difícil por el hecho de que en ausencia de datos del mercado no tendría ninguna base para guiar sus decisiones. Este problema se hizo evidente en el único intento de establecer un socialismo puro, es decir, una economía sin mercado: el periodo de “comunismo de guerra” en la Unión Soviética de 1917 a 1921. En 1920 la productividad media era solo el 10% del volumen de 1914 con la de mineral de hierro y hierro fundido cayendo al 1,9% y 2,4% de sus totales en 1914. A principios de la década de 1920, se abandonó el “comu
nismo de guerra” y desde entonces la producción se ha guiado por medio de mercados domésticos restringidos y copiando los métodos determinados en los mercados occidentales extranjeros.
La tarea de los planificadores soviéticos se ve muy simplificada por la existencia de los mercados limitados, pero el hecho de que sean tan limitados significa que la economía aún opera ineficientemente y sufre dos problemas propios de la gestión burocrática: constantes cuellos de botella y autarquía industrial.

Constantes cuellos de botella

Como es sencillamente imposible que una agencia se familiarice con todos los detalles y peculiaridades de cada planta en toda la economía, y mucho menos posible es ser capaces de planificar toda posible contingencia para un año por adelantado, los planificadores se ven obligados a tomar decisiones basadas en informes de resumen. Además, deben establecer categorías amplias de clases que necesariamente pasan por alto incontables diferencias entre las empresas. En consecuencia, todo plan contiene numerosos desequilibrios que afloran solo cuando el plan se está poniendo en práctica.
Como no hay mercados, estos excesos y escaseces no pueden resolverse por sí mismos automáticamente sino que solo pueden alterarse mediante ajustes del plan hechos por el Gosplan. Así, una escasez del bien A no puede rectificarse salvo y hasta que lo ordene el consejo planificador. Pero el ajuste del plan en un área tendrá ramificaciones en toda la economía. Para aliviar el escasez del bien A, han de transferirse recursos de la producción del bien B. Como esto reducirá la producción prevista de B, la producción de aquellas industrias dependientes de B tendrá igualmente que reevaluarse y así sucesivamente, en círculos cada vez más amplios.
La evidencia empírica corrobora la teoría económica. Paul Craig Roberts apunta que lo que subyace a la pretenciosa declaración de planificación en la Unión Soviética es meramente “la previsión de un objetivo para los próximos meses sumando a los resultados de los meses previos un porcentaje de aumento”. Aún así, incluso este “plan” se “cambia tan a menudo que no es congruente decir que controla el desarrollo de los acontecimientos en la economía”. La burocracia planificadora, continúa diciendo, simplemente funciona como “suministro de agentes para empresas con el fin de impedir la formación libre de precios y el intercambio en el mercado”. Aunque esta apariencia de planificación centralizada “satisface a la ideología”, el “resultado ha sido señales irracionales para la interpretación gestora y la irracionalidad de la producción en la Unión Soviética ha sido la consecuencia”.
Así que la evidencia indica que las perennemente decepcionantes cosechas cerealísticas soviéticas son mucho más un resultado del sistema que del clima, pues incluso en “las temporadas principales de plantación y cosecha hasta un tercio de todas las máquinas de un distrito pueden no funcionar por causa de la falta de recambios. Los planificadores centrales son muy conscientes de la necesidad de recambios (…) aún así el sistema de gestión parece incapaz de unir las piezas con las máquinas que las necesitan”.
El problema de los cuellos de botella no es nuevo, como indicaba un informe de hace algún tiempo: “la Fábrica de Tractores Bielorrusos, que tiene 227 proveedores, ha tenido parada su línea de producción 19 veces en 1962 a causa de la falta de piezas de goma, 18 veces por rodamientos y ocho veces por componentes de transmisión”. El mismo escritor apunta que “el patrón de averías continuó en 1963”.
Tal vez el grado de absurdo al que pueden llegar los intentos de planificación central se aprecie en un incidente reportado por Joseph Berliner. Un inspector de planta, con el trabajo de ver por qué una fábrica no ha cumplido con sus envíos de maquinaria de minería, descubrió que las “máquinas estaban apiladas por todas partes”. Cuando preguntó al director por qué no las enviaba, se le dijo que de acuerdo con el plan las máquinas tenían que pintarse de rojo, pero el director solo tenía pintura verde y tenía miedo de alterar el plan. Se dio permiso para utilizar el verde, pero solo tras un considerable retraso ya que cada capa de burocracia tenía asimismo miedo de autorizar un cambio en el plan por sí misma y por tanto enviaba la solicitud a la instancia inmediatamente superior. Entretanto, las minas tenían que cerrar mientras las máquinas de acumulaban en los almacenes.

Autarquía industrial

El problema de los cuellos de botella se relaciona muy de cerca con el de la autarquía organizativa. A los directores de planta se les recompensa de acuerdo con si han cumplido o no sus cuotas de producción. Para evitar ser una víctima de un cuello de botella y por tanto incumplir la cuota, apareció una tendencia en cada industria a controlar la recepción de sus propios recursos produciéndolos ella misma. “Cada industria”, dice David Granick, “estaba bastante dispuesta a pagar el precio de una producción de alto coste con el fin de alcanzar la independencia”. En 1951, solo el 47% de toda la producción de ladrillos se realizó bajo el ministerio de la Industria de Materiales de Construcción. Y en 1957 116 de las 171 fábricas de máquina-herramienta estaban fuera de la industria apropiada, a pesar del hecho de que sus costes de producción eran en algunos casos hasta un 100% mayores.
Para combatir esta tendencia, Nikita Kruschev reorganizó la economía en 1957 estableciendo 105 Consejos Económicos Regionales para reemplazar a los ministros industriales. Sin embargo, en ausencia de otras reformas,  simplemente consiguió sustituir el “departamentalismo” por el “localismo”, ya que cada región económica buscaba convertirse en autosuficiente. Para combatirlo, la economía se centralizó aún más en 1963, pero esto solo aumentó la ineficiencia haciendo aun más rígida una economía ya inflexible. Incapaces de encontrar la clave para una planificación eficiente, 1965 marcó otro paso importante hacia la vuelta a una economía de mercado. Estas reformas no solo introdujeron un sistema limitado de beneficios sino asimismo pedían un “alto grado de autonomía local para productores y suministradores. Desaparecería la planificación detallada de todo aspecto importante de la producción, para reemplazarla con una mínima guía directa desde lo alto”.
Marx postulaba la eliminación del estado. Es al menos tan significativo como paradójico que el continuo cambio de los países socialistas de la planificación burocrática al mercado (lo que William Grampp califica como las “nuevas direcciones de las economías comunistas”) indique una “eliminación” de un tipo nunca previsto por Marx.

El problema de la distribución

Al considerar el problema de la distribución, encontramos de nuevo que el capitalismo es el enemigo de la burocracia. Bajo el capitalismo, se produce para obtener beneficios. Capital y trabajo van constantemente donde  pueden obtener el mayor retorno. Como puede verse, no puede haber separación entre producción y distribución pues aquellos individuos que, a los ojos de los consumidores, ofrezcan los mayores servicios a la “sociedad” son precisamente los que obtienen mayores recompensas.
Respecto del socialismo, es difícil decir mucho en términos teóricos acerca de la forma en que se distribuye la riqueza ya que hay una serie de posibles bases de distribución: igualdad, necesidad, mérito y servicios rendidos a la sociedad. Sin embargo debería ser evidente que la implantación de cualquiera de ellas requeriría una dirección burocrática consciente. También debería apuntarse en este contexto que los intentos de establecer una igualdad estricta nunca han tenido éxito y probablemente nunca lo tendrán. Por dos razones.
Primero, por ejemplo, para estimular la producción de la Unión Soviética, siempre ha tenido que confiar mucho en el sistema de bonificaciones para sus directores de planta y el sistema de ratios por pieza para sus trabajadores. La creciente centralidad del sistema de bonificaciones se muestra en el hecho de que mientras que en 1934 éstas eran equivalentes al 4% del salario de un director, hoy llegan a menudo a la mitad, con bonificaciones a algunas industrias en las que llegan hasta el 80% de la renta.
Segundo, en cualquier sociedad en la que el estado controla todas las facetas esenciales de la economía hay una tentación natural para que los que controlan el gobierno utilicen su poder político para obtener privilegios económicos. Así, no es sorprendente que la revolución de 1917, independientemente de sus intenciones, solo generara el reemplazo de una élite privilegiada por otra.
Para este punto nos servirá un ejemplo. Hay un grupo de “tiendas especiales” en la Unión Soviética que venden de todo, de comida a joyas. Estas tiendas de las que supuestamente se benefician los turistas extranjeros, tienen productos de alta calidad a precios por debajo del coste con el fin de compensar al turista por el artificialmente alto tipo de cambio de los rublos. Sin embargo James Wallace apunta que los “cargos públicos de alto rango, oficiales del ejército y altos cargos del Partido Comunista tienen el privilegio de comprar en estas tiendas como beneficio añadido a sus trabajos”. Son por tanto capaces de comprar “bienes difíciles de encontrar por una fracción de los precios que pagan sus vecinos por mercancías habitualmente de peor calidad”.
Es una reveladora luz de posición y una que debería advertirse especialmente por parte de quienes condenan el capitalismo por su “distribución” desigual de la riqueza, el que haya una mayor desigualdad de riqueza en los países más socialistas como la Unión Soviética que en las economías relativamente más orientadas al mercado como Estados Unidos. Además de esto, no es un accidente histórico sino que es conforme a la teoría económica. Pues bajo el capitalismo hay una tendencia natural a que los capitalistas inviertan en áreas con bajo nivel salarial, forzando así al alza esos niveles hasta igualarse con otras áreas que hacen el mismo trabajo, mientras que los trabajadores en empleos con bajos salarios tienden a emigrar a áreas donde la paga es mayor. De forma similar, los empresarios invierten en áreas que muestren altos beneficios. Pero el aumento de la producción fuerza a que caigan precios y beneficios en esas áreas. En resumen, aunque el capitalismo nunca eliminará la desigualdad, sí tiende a reducir los e
xtremos de riqueza y pobreza.

Conclusión

Bajo el capitalismo el sistema de precios realiza la función crucial de transmitir el conocimiento a través de la sociedad y por tanto elimina la necesidad de burocracia. Pero, precisamente porque elimina el mercado, la gestión burocrática es indispensable para una economía socialista. Además, como hay una relación inversa entre planificación central y mercado, la gestión burocrática es en sí contradictoria. Su dilema tal vez pueda resumirse mejor en forma de dos paradojas planificadoras:
Paradoja Uno: Para que sea viable la planificación central necesita datos de mercado que guíen sus decisiones. Pero cuanto mayor sea el papel de los mercados, menor será el de la planificación central. Por el contrario, cuanto más extensa sea el áreas de la planificación central, más limitados serán los datos del mercado y por tanto más ineficiente debe ser la operación de la economía.
Paradoja Dos: Si el consejo planificador busca maximizar la satisfacción del consumidor simplemente hace manual mente lo que el mercado hace automáticamente. Luego es una entidad redundante y derrochadora. . Pero si la agencia planificadora planea operaciones que habrían sido realizadas por el mercado, esto indica que las prioridades establecidas por la agencia están en conflicto con las de los consumidores. Está claro que, independientemente de lo que haga la agencia, la posición de los consumidores debe ser peor de lo que habría sido bajo una economía de mercado.

El problema de la burocracia


Se sostiene comúnmente que la naturaleza “anárquica” no planeada de la producción capitalista necesita una regulación burocrática para impedir el caos económico. Así, el eminente marxista húngaro Andras Hegedus, argumenta que la burocracia es meramente “el subproducto de una estructura administrativa” que separa los trabajadores del la gestión real de la economía. Como los propietarios toman las decisiones, todos los demás deben en último término recibir sus órdenes de este pequeño grupo. Como eso sería impracticable en una economía industrial, el problema debe gestionarse mediante una división de responsabilidad que a su vez conlleva capas de burocracia. Los capitalistas toman las decisiones que luego se filtran hacia abajo en la pirámide burocrática. Esto significa que los trabajadores deben esperar a que se les diga qué hacer por parte de sus superiores inmediatos, que a su vez deben esperar a las instrucciones de sus superiores y así sucesivamente.


Sunday, June 19, 2016

Si podemos reducir el tamaño del Estado: Canadá lo hizo

Chris Edwards afirma que cuando Canadá se enfrentó a una profunda recesión hace dos décadas "cambió de dirección y redujo el gasto, balanceó su presupuesto e implementó varias reformas liberales". Como resultado, la economía creció y el desempleo cayó.
Chris Edwards es Director de Estudios de Política Fiscal de Cato Institute.
Este ensayo fue publicado originalmente en inglés en el Cato Policy Report (edición Mayo/Junio 2012). Aquí puede descargar este ensayo en formato PDF.

Hace dos décadas Canadá sufrió una profunda recesión y se balanceaba al borde de una crisis de la deuda causada por un creciente gasto público. El Wall Street Journal dijo que la creciente deuda estaba haciendo de Canadá un “miembro honorario del Tercer Mundo” con el “peso norteño” como su moneda. Pero Canadá cambió de dirección y redujo el gasto, balanceó su presupuesto e implementó varias reformas liberales. La economía creció, el desempleo cayó y el anteriormente débil dólar canadiense alcanzó la paridad con el dólar estadounidense.
De algunas maneras, EE.UU. está hoy en día en una peor condición fiscal que Canadá hace dos décadas. Para empezar, manadas de “babyboomers” (nacidos en los años sesenta) están empezando a jubilarse, lo que está empujando al gobierno federal hacia un mayor nivel de endeudamiento cada año. EE.UU. podría convertirse en un país de “primer mundo” como aquellos en Europa, donde un gran gasto deficitario está arruinando las economías y las oportunidades para las personas jóvenes.



EE.UU. necesita poner en orden sus finanzas públicas y Canadá ha demostrado cómo se lo puede hacer. Nuestro vecino del norte todavía tiene un gran Estado de Bienestar, pero hay mucho que podemos aprender de sus esfuerzos de restringir el gobierno y adoptar reformas liberales para fomentar un crecimiento económico sólido.
Desde los mercados hacia el socialismo, y de vuelta
Canadá tiene una larga historia de un gobierno estable y prosperidad en general. Como EE.UU., gozó de un gobierno relativamente limitado desde antes de mediados del siglo XX. Los primeros líderes canadienses se inclinaban hacia el liberalismo clásico y trataron de mantener los impuestos por lo menos tan bajos como los impuestos estadounidenses para atraer a los inmigrantes y a la inversión.
En Canadian Century, Brian Lee Crowley, Jason Clemens y Niels Veldhuis discuten cómo Wilfred Laurier —el Primer Ministro desde 1896 hasta 1911— fue un firme partidario del control del gasto, los impuestos bajos, el libre comercio y las libertades civiles. Laurier era uno de los líderes más importantes del país y se imaginaba a Canadá como una federación descentralizada que respaldaba la libertad individual. Eso suena parecido a la visión de los Padres Fundadores de EE.UU.
Esa visión, por supuesto, se enfrentó a grandes retrocesos en ambos países en el siglo XX. En algunos casos, Canadá resistió la creciente ola de un Estado de gran envergadura por más tiempo que EE.UU. EE.UU. fue el primero de los dos en establecer un banco central, un impuesto sobre la renta, y un sinnúmero de programas de prestaciones sociales. Hasta la década de los sesenta, el gasto público en relación al tamaño de la economía era similar en los dos países.
Desafortunadamente, Canadá se volcó marcadamente a la izquierda a fines de los sesenta, empezando con una fiesta de gasto de 16 años y una expansión del Estado de Bienestar. El líder canadiense durante gran parte de ese tiempo fue Pierre Trudeau, quien era un hombre brillante pero favorecía políticas económicas de izquierda. Él expandió programas, aumentó los impuestos, nacionalizó las empresas e impuso barreras a la inversión internacional. Canadá también sufrió de inflación alta durante la década de los setenta y principios de los ochenta.
La influencia socialista de Trudeau sobre las políticas públicas empezó a debilitarse en los ochenta. Las políticas de Ronald Reagan y Margaret Thatcher estaban en su fase ascendente y la globalización estaba aplicándole presión a Canadá para que hiciera reformas. A mediados de los ochenta, el Banco Central de Canadá adoptó el objetivo de la estabilidad de precios, que redujo considerablemente la inflación y la ha mantenido baja y estable desde ese entonces. Después de las reformas tributarias estadounidenses de 1986, Canadá implementó su reducción del impuesto sobre el ingreso bajo el gobierno del progresista y conservador Primer Ministro, Brian Mulroney.
La revolución de privatizaciones de Margaret Thatcher también inspiró reformas en Canadá. El Estado privatizó Air Canada en 1988, Petro-Canada en 1991 y Canadian National Railways en 1995. En total, Canadá privatizó alrededor de dos docenas de “corporaciones de la corona” a fines de los ochenta y principios de los noventa. En 1996, incluso privatizó el sistema de control de tráfico aéreo, que provee un buen modelo para posibles reformas en EE.UU. Las privatizaciones redujeron la deuda pública y ayudaron a fomentar el crecimiento económico creando una estructura industrial más dinámica.
La otra gran reforma de fines de los ochenta fue el tratado de libre comercio con EE.UU. El debate acerca del acuerdo de 1988 fue una lucha política titánica en Canadá. Pero en los años posteriores a su aprobación, el éxito del acuerdo ha sido una fuerza poderosa para reorientar a Canadá hacia políticas pro-mercado.
Las reformas del gasto en los noventa
Canadá estaba empezando a moverse en la dirección correcta, pero el creciente gasto y deuda públicos socavaban el crecimiento y estaban creando inestabilidad financiera. Para principios de los noventa, el gasto combinado de los gobiernos federal, provinciales y locales llegó a más de la mitad del producto interno bruto (PIB). En las elecciones de 1993, llegaron al poder los liberales de la mano del Primer Ministro Jean Chretien, prometiendo una moderación fiscal, pero este era el partido de Trudeau, así que reformas importantes parecían poco probables.
En el primer presupuesto liberal de 1994, el Ministro de Finanzas Paul Martin estipulaba algo de moderación en el gasto. Pero en su segundo presupuesto de 1995, empezó a reducir el gasto marcadamente. En tan solo dos años, el gasto se redujo en un 10 por ciento, que sería como si el congreso estadounidense redujese $340.000 millones del gasto federal de este año (sin intereses). Cuando los políticos estadounidenses hablan de “reducir el gasto”, en realidad están hablando de reducir la tasa de crecimiento del gasto, pero los canadienses de hecho gastaron menos cuando reformaron su presupuesto en los noventa.
El gobierno canadiense redujo el gasto en defensa, en el seguro de desempleo, en el transporte público, en los subsidios a las empresas, en las ayudas a los gobiernos provinciales, y en muchos otros rubros. Después de los dos primeros años de cortes, el gobierno mantuvo el crecimiento del gasto en alrededor de 2 por ciento durante los siguientes tres años. Con esta restricción, el gasto federal como porcentaje del PIB cayó de 22 por ciento en 1995 a 17 por ciento para el año 2000. La proporción del gasto continuó disminuyendo durante la década de los 2000 hasta llegar a 15 por ciento en 2006, que fue el nivel más bajo desde la década de 1940.
El gráfico adjunto contrasta la caída del gasto federal en Canadá desde los noventa con el aumento del gasto federal en EE.UU. En los últimos años, el gasto aumentó en ambos países debido a la recesión, pero mientras que el gasto estadounidense permanece en niveles altos, el gasto canadiense ahora se encuentra nuevamente en 15,9 por ciento del PIB y se espera que caiga todavía más en las previsiones actuales del gobierno.
Las reformas fiscales de los noventas le permitieron al gobierno federal de Canadá balancear su presupuesto cada año entre 1998 y 2008. La deuda pública cayó de 68 por ciento del PIB en 1995 a solamente 34 por ciento del PIB hoy en día. En EE.UU. la deuda federal sostenida por el público cayó durante los noventas, alcanzando un 33 por ciento del PIB en 2001 pero la deuda ha aumentado rápidamente desde ese entonces hasta llegar a más de 70 por ciento hoy en día.
Los datos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) muestran que el gasto total de los gobiernos federal, provinciales y locales en Canadá cayó de un máximo de 53 por ciento del PIB en 1992 a solamente 39 por ciento para mediados de los noventa. En 2012, el gasto constituirá 42 por ciento del PIB, que se puede comparar con el gasto público total en EE.UU. de 41 por ciento. El gasto público en ambos países es demasiado alto, pero Canadá por lo menos se ha estado moviendo en la dirección correcta en cuanto a las reformas fiscales.
Dejando a un lado los recortes al presupuesto, Canadá mejoró su proyección fiscal al reformar el Plan de Pensiones de Canadá (CPP, por sus siglas en inglés), que es como nuestro sistema de la Seguridad Social. En 1998, Canadá empezó a trasladar al sistema CPP de una estructura de beneficios definidos hacia un sistema parcialmente financiado. Hoy el CPP es solvente a lo largo del futuro previsible, realidad que contrasta con las gigantescas obligaciones no financiadas del Seguro Social de EE.UU. Nótese, no obstante, que Canadá suplementa el CPP con subsidios adicionales para la jubilación financiados con ingresos tributarios.
Las reformas fiscales de Canadá socavan la noción Keynesiana de que reducir el gasto público perjudica el crecimiento económico. Los recortes de Canadá coincidieron con el principio de una bonanza de 15 años que solo acabó cuando EE.UU. arrastró a Canadá a una recesión en 2009. El desempleo canadiense cayó de más de 11 por cieno a principios de los noventa a menos de 7 por ciento para fines de esa década, conforme el Estado reducía su tamaño. Después de la recesión de 2009, Canadá ha vuelto a tener un crecimiento sólido y su tasa de desempleo hoy es alrededor de un punto porcentual menor que la de EE.UU.
Otra lección de Canadá es que el auge de grupos fuera de los principales partidos políticos puede ejercer presión sobre los gobiernos para que estos hagan reformas. La versión del Tea Party de Canadá fue el Partido Reforma, que surgió a principios de los noventa y presionó a los principales partidos para que respalden recortes de gastos, reducciones de impuestos, descentralización y reformas parlamentarias. El Partido Reforma eligió varios miembros del parlamento en 1993, y se convirtió en el principal partido de oposición en el parlamento en 1997. En los 2000, el partido experimentó cambios estructurales y finalmente se unió a los progresistas conservadores para convertirse en el Partido Conservador del actual Primer Ministro canadiense, Stephen Harper.
Las reformas fiscales en los 2000
Conforme empezaba el nuevo milenio, un Estado canadiense reducido bajo el gobierno de los liberales gozaba de grandes superávits presupuestarios e implementó una serie de recortes de impuestos. Los conservadores continuaron reduciendo los impuestos luego de que asumieran el poder en 2006. Durante la década de los 2000 la tasa tributaria máxima fue reducida a 14,5 por ciento, los “impuestos capitales” especiales sobre las empresas fueron prácticamente abolidos, los impuestos sobre la renta individual fueron reducidos y las bandas impositivas fueron completamente ajustadas a la inflación. Otra reforma fue la creación de las Cuentas de Ahorro Libres de Impuestos, que son como las Roth IRAs (Cuentas Individuales de Ahorro para la Jubilación) en EE.UU., solo que más flexibles.
Los recortes más dramáticos se hicieron en los impuestos corporativos. El impuesto tributario corporativo federal fue reducido de 29 por ciento en 2000 a 15 por ciento en 2012. La gran mayoría de las provincias también redujeron sus impuestos corporativos, de tal manera que la tasa promedio en Canadá es solamente de 27 por ciento hoy en día. En contraste, la tasa promedio de los impuestos federales y a nivel de los estados en EE.UU. es de 40 por ciento.
Los políticos estadounidenses están considerando actualmente una reducción del impuesto corporativo, pero les preocupa que el gobierno pueda perder recaudación. Pero, la experiencia canadiense muestra que los gobiernos no pierden dinero cuando reducen los impuestos corporativos altos. Eso es porque las reducciones de las tasas inducen una expansión en la base imponible conforme la actividad económica aumenta y la evasión tributaria disminuye.
La tasa federal corporativa de Canadá ha sido reducida de 39 por ciento a principios de los ochenta a solamente 15 por ciento hoy en día. A pesar de que esta es una tasa mucho menor, los ingresos tributarios no han disminuido. De hecho, los ingresos por impuestos corporativos promediaron 2,1 por ciento del PIB durante los ochentas y un ligeramente superior 2,3 por ciento durante esta última década.
Ahora comparemos a Canadá con EE.UU. En 2012, Canadá espera recolectar 1,9 por ciento del PIB en impuestos federales sobre el ingreso corporativo. EE.UU. espera recaudar 1,6 por ciento del PIB con una tasa corporativa de 35 por ciento. Por lo tanto, la tasa alta estadounidense no solamente es mala para la economía, sino que tampoco ayuda al gobierno a recaudar cualquier valor agregado.

La ventaja del federalismo

Una de las fortalezas de Canadá es que es una federación descentralizada. Las provincias compiten entre ellas en cuestiones fiscales y económicas, y tienen amplio espacio para implementar diferentes políticas. El federalismo ha permitido que exista una saludable diversidad de políticas en Canadá y ha promovido un gobierno limitado.
El gasto público se ha vuelto mucho más centralizado en EE.UU. que en Canadá. En EE.UU., 71 por ciento de todo el gasto público es federal y 29 por ciento es gastado por los gobiernos de los estados y ciudades. En Canadá, la relación es inversa —38 por ciento del gasto es federal y 62 por ciento es provincial y local.
La diferencia en el federalismo entre los dos países es notoria cuando se trata de la educación primaria y secundaria. Mientras que el control federal sobre las escuelas estadounidenses ha aumentado en las últimas décadas, Canadá no tiene departamento federal de educación. El financiamiento de las escuelas le corresponde a las provincias, lo que parece funcionar: los estudiantes canadienses suelen obtener puntajes más altos que los estudiantes estadounidenses en exámenes comparativos.
Los países también difieren respecto a la cantidad de control ejercido por el gobierno federal sobre los gobiernos sub-nacionales mediante los programas de ayuda federal. EE.UU. tiene una compleja gama de más de 1.000 programas de ayuda a los estados para cosas como carreteras y la educación. Cada uno de estos programas viene con un montón de regulaciones que ejercen un control excesivo sobre los asuntos locales y a nivel de los estados.
En contraste, Canadá esencialmente tiene solamente tres grandes programas de ayuda para los gobiernos provinciales y están estructurados como subvenciones fijas. Es verdad, no obstante, que una de estas subvenciones ayuda a financiar el sistema de salud universal, que es una gran excepción al patrón generalizado de políticas descentralizadas del país. Sin embargo, tener solamente unas pocas subvenciones grandes es mejor que el sistema estadounidense con un abundante número de subvenciones, cada una con distintas reglas y regulaciones.
Una última ventaja del federalismo en Canadá es que los impuestos provinciales y locales no son deducibles de las declaraciones de impuestos federales. Esa estructura promueve una vigorosa competencia tributaria entre las provincias. En EE.UU., los impuestos a nivel de los estados y locales, así como también los impuestos sobre la propiedad, son deducibles de las declaraciones de impuestos federales, lo que tiene el efecto de minimizar la competencia al, esencialmente, subsidiar los estados y ciudades con altos impuestos.
Se necesitan más reformas
Mientras que Canadá ha mejorado considerablemente, todavía tiene un obeso Estado de Bienestar. Un problema es el gigantesco sistema estatal de salud. El gasto en atención médica está por los cielos y los tiempos de espera para procedimientos médicos son un problema serio.
Otro problema son los grandes déficit presupuestarios de algunas de las provincias. A diferencia de lo que sucede en EE.UU., las provincias canadienses pueden prestar y gastar libremente sin tener que balancear sus presupuestos cada año. Durante los noventa muchas provincias recortaron sus presupuestos e implementaron reformas como la reducción de las prestaciones sociales. El gasto como proporción del PIB cayó. Pero a lo largo de la última década el gasto ha aumentado nuevamente. Ontario, por ejemplo, tiene un primer ministro derrochador que ha llevado la deuda provincial a 37 por ciento del PIB provincial.
La estructura canadiense de tasas tributarias altas sobre la renta personal es otra debilidad. La tasa máxima federal-provincial es de 46 por ciento, según la OCDE. Esta es más alta que la tasa tributaria más alta a nivel de los estados en EE.UU. de 42 por ciento, aunque en EE.UU. la tasa excedería la de Canadá el próximo año en virtud de las propuestas del presidente Obama. De cualquier manera, las tasas máximas en ambos países son demasiado altas. Las tasas más altas penalizan a las personas más productivas en la economía, quienes responden trabajando e invirtiendo menos, lo cual a su vez estanca el crecimiento.
Canadá, por lo tanto, está lejos de ser un mercado libre ideal. Sin embargo, sus reformas han sido impresionantes y su economía ha crecido sólidamente. Su puntaje en “libertad económica” en el informe anual Libertad Económica en el Mundo del Fraser Institute es ahora más alto que el puntaje para EE.UU.
Todo esto provoca una pregunta: ¿Por qué los políticos estadounidenses no pueden hacer reformas fiscales importantes como lo han hecho los canadienses? Una respuesta es que la estructura del gobierno estadounidense —con sus poderes separados— hace que los cambios rápidos de políticas sean más difíciles que lo que permite el sistema parlamentario canadiense.
Un factor más importante, no obstante, ha sido que los Demócratas en EE.UU. se han movido tan a la izquierda en asuntos económicos que dificultan que cualquier tipo de reformas pro-mercado como las que Canadá adoptó sean aprobadas. Muchas de las reformas canadienses fueron aprobadas por un Partido Liberal que se movió de la izquierda política hacia el centro. Al mismo tiempo, el floreciente Partido de Reforma esencialmente desplazó al viejo Partido Progresista Conservador, que se había movido demasiado hacia la izquierda. Los electores contribuyeron parcialmente respaldando en las urnas a partidos con intenciones de hacer reformas.
En 2010, los electores estadounidenses demandaron recortes del gasto y el endeudamiento público. Algunos miembros del congreso están prestando atención a ese llamado e introduciendo planes para reestructurar las prestaciones sociales y acabar con programas. Sin embargo, la mayoría de los políticos todavía se resisten a los grandes recortes de gasto, las privatizaciones y otras reformas al estilo canadiense que necesitamos para evitar una crisis fiscal y para restaurar un sólido crecimiento económico en EE.UU.

Si podemos reducir el tamaño del Estado: Canadá lo hizo

Chris Edwards afirma que cuando Canadá se enfrentó a una profunda recesión hace dos décadas "cambió de dirección y redujo el gasto, balanceó su presupuesto e implementó varias reformas liberales". Como resultado, la economía creció y el desempleo cayó.
Chris Edwards es Director de Estudios de Política Fiscal de Cato Institute.
Este ensayo fue publicado originalmente en inglés en el Cato Policy Report (edición Mayo/Junio 2012). Aquí puede descargar este ensayo en formato PDF.

Hace dos décadas Canadá sufrió una profunda recesión y se balanceaba al borde de una crisis de la deuda causada por un creciente gasto público. El Wall Street Journal dijo que la creciente deuda estaba haciendo de Canadá un “miembro honorario del Tercer Mundo” con el “peso norteño” como su moneda. Pero Canadá cambió de dirección y redujo el gasto, balanceó su presupuesto e implementó varias reformas liberales. La economía creció, el desempleo cayó y el anteriormente débil dólar canadiense alcanzó la paridad con el dólar estadounidense.
De algunas maneras, EE.UU. está hoy en día en una peor condición fiscal que Canadá hace dos décadas. Para empezar, manadas de “babyboomers” (nacidos en los años sesenta) están empezando a jubilarse, lo que está empujando al gobierno federal hacia un mayor nivel de endeudamiento cada año. EE.UU. podría convertirse en un país de “primer mundo” como aquellos en Europa, donde un gran gasto deficitario está arruinando las economías y las oportunidades para las personas jóvenes.


El gobierno destroza la economía

 
[Publicado en Mises Daily el 15 de junio de 2008]
En este momento solo se trata de esperar a que la Oficina Nacional de Investigación Económica declare que hemos entrado en recesión. Por supuesto, trabajan con datos pasados, todos lo hacemos. Pero los datos demostrarán lo que ha sido verdad durante meses. Las tendencias son coherentes con toda recesión individual registrada. Miradlo vosotros mismos.
Todo esto es bastante malo. Tal vez tengas asegurado tu trabajo. Tal vez estés fuera de la bolsa. Tal vez no esté esperando un beneficio de alguna inversión inmobiliaria. El problema que golpea a todos es la inflación, que está rugiendo fuera de control en todos los sectores que nos importan. Hemos entrado en dobles dígitos y si los precios del productor anuncian los precios del consumidor, tenemos malos tiempos a la vista.



¿Qué hace entonces Washington? En una acción de increíble estupidez, el Congreso ha aprobado una extensión de las prestaciones de desempleo. Sigue siendo verdad la vieja regla: si subvencionas algo, conseguirás más. Así que esto nos dará más desempleo. No cabe ninguna duda. Por tanto empeorará y prolongará el problema.
Solo hace falta un segundo de lógica económica para ver por qué. En un entorno recesionista, necesitamos mercados laborales más libres, no más socializados. Las empresas tiene que ser capaces de contratar trabajadores a precios inferiores. No queremos aumentar el coste de contratar, queremos reducirlo, especialmente con el desempleo en aumento. Por el contrario, el Congreso saquea a los trabajadores de este país para impedir que la gente entre en el mercado laboral.
No solo es estúpido: es altamente peligroso. Los británicos intentaron esto en la década de 1930 y, más que ninguna otra acción, esta contribuyó a las altas tasas de desempleo que alimentaron movimientos políticos socialistas, que llevaron a la destrucción de la economía. Podrían hacer lo mismo aquí, en Estados Unidos.
Pasando a la Fed, aquí vemos una camarilla de obsesos que cree que la mayor amenaza para el país ahora mismo son los precios a la baja. Y están completamente decididos a impedir que ocurra esto, precisamente en el momento en que los precios a la baja sería lo mejor que le podría pasar al país.
¿Y qué genera esta obsesión? Una compresión defectuosa de la Gran Depresión. Como FDR y sus asesores, este grupo está convencido de que lo que causó la depresión fue la caída en los precios de todo. Esto es lo que genera un mal pensamiento económico. Los precios bajos fueron lo mejor que tuvo para ofrecer la década de 1930. ¡Imaginemos la misma depresión entre el rugido de la inflación! Los sufrimientos de la gente habrían sido inconmensurablemente peores.
Así que dejad a Washington que se asegure de que la próxima experiencia con cualquier fenómeno económico será siempre peor que la última. Están tratando de darnos la Gran Depresión con una tendencia aún peor: ¡caída de la producción, aumento del desempleo, más precios al alza! (Si no lo habéis leído, por favor, conseguid una copia de America’s Great Depression, de Rothbard. De paso mandad unas pocas copias a la Fed).
La visión de Bernanke de la Gran Depresión por supuesto no tiene ningún sentido. Pero es la única explicación que puedo imaginar para explicar por qué la Fed está haciendo todo lo posible para hinchar la economía inventando formas cada vez más tramposas de hacer que los bancos presten dinero, como si el dinero y el crédito fueran as salvar al mundo. Podríais pensar que observarían las penalidades económicas de muchas naciones africanas con inflación desbocada en los muchos miles por ciento. Sus economías no van bien. ¡Pero una persona como Bernanke es capaz de mirar a un lugar como Zimbabue y apuntar que al menos no está sufriendo deflación!
En esta etapa del debate sobre qué hacer con la recesión, la administración Bush y los republicanos parecen bastante buenos en comparación con los demócratas. Es fácil olvidar que Bush ostenta la mayoría de la responsabilidad directa de este desastre. Su guerra ha drenado las existencias de capital, disminuidos los suministros de petróleo y desplazada la inversión privada. No ha hecho nada para mantener bajos los precios de la gasolina y ha rechazado específicamente propuestas iniciales para tratar de reducir los precios.
Ha alentado a la Fed con su inflación, al poner prioridad en sus aventuras militares por encima de políticas económicas sólidas. Es una burda simplificación, pero sigue conteniendo verdad: el estado de guerra de Bush  es la causa de esta recesión. Es una simplificación en el sentido de que no habría ocurrido sin la máquina de dinero de la esquina  de la Casa Blanca que ha reclamado que pusiera la directa.
¿Cuál es la respuesta correcta a una recesión? La primera regla debe ser no hacer daño. En lo que se refiere al gobierno, es pedir mucho y bastante. Más allá de eso, en un mundo ideal, deberíamos cerrar la Fed, reducir el coste del empleo, reducir impuestos, liquidar los controles medioambientales a la exploración y refinado de petróleo: eso sería un buen principio. Podríamos esperar que la recesión durara menos de un año bajo estas políticas. Tal y como está, podríamos estar una larga y profunda recesión.

El gobierno destroza la economía

 
[Publicado en Mises Daily el 15 de junio de 2008]
En este momento solo se trata de esperar a que la Oficina Nacional de Investigación Económica declare que hemos entrado en recesión. Por supuesto, trabajan con datos pasados, todos lo hacemos. Pero los datos demostrarán lo que ha sido verdad durante meses. Las tendencias son coherentes con toda recesión individual registrada. Miradlo vosotros mismos.
Todo esto es bastante malo. Tal vez tengas asegurado tu trabajo. Tal vez estés fuera de la bolsa. Tal vez no esté esperando un beneficio de alguna inversión inmobiliaria. El problema que golpea a todos es la inflación, que está rugiendo fuera de control en todos los sectores que nos importan. Hemos entrado en dobles dígitos y si los precios del productor anuncian los precios del consumidor, tenemos malos tiempos a la vista.