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Thursday, October 20, 2016

El estatismo es incompatible con lo complejo

Por Alberto Benegas Lynch (h)

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Frecuentemente se sostiene que la intromisión de los aparatos estatales en las esferas privadas se justifica debido a la creciente complejidad del mundo moderno. Antes, se continúa diciendo, son comprensibles los indicadores de baja participación del estado en la vida privada debido a la relativa simplicidad de las cosas, ahora, en cambio, la situación se ha venido modificando por completo y todo es mucho más complicado.
Estas conclusiones son del todo erradas puesto que precisamente la mayor complejidad es la razón central para que los gobiernos no se inmiscuyan en las vidas y las haciendas de la gente. Esto es así por un motivo crucial de carácter epistemológico. Es decir debido a la teoría más rigurosa del conocimiento. Una mente -la del planificador- no puede ni remotamente abarcar las millones y millones de transacciones y arreglos contractuales varios entre los habitantes. 


Y no solo por la limitada capacidad intelectual de los humanos sino, sobre todo, porque los datos no están disponibles antes que ocurran los referidos intercambios que además se llevan a cabo en base a información y conocimientos que están inexorablemente fraccionados y dispersos entre aquellos millones y millones de operadores que, como si fuera poco, son permanentemente cambiantes y, para rematarla, muchos de esos conocimientos son tácitos, es decir, no articulables por el propio sujeto que posee el talento.
Muy al contrario de lo que habitualmente se sostiene, si las relaciones sociales fueran simples, las imposiciones gubernamentales en los negocios privados serían también perjudiciales puesto que los resultados serían otros de los preferidos por la gente, pero el daño sería muchísmo menor que el provocado en una sociedad compleja por las razones antes apuntadas.
Michel Polanyi en The Logic of Liberty nos explica que, dada la arrogancia y la soberbia, cuando se observa algo ordenado se supone que alguien lo ordenó conciente e intencionalmente de ese modo. Y eso es efectivamente así en algunos casos, por ejemplo, el autor ilustra su comentario con los ejemplos de un jardín bien arreglado o una máquina que funciona bien de acuerdo a la programación etc. Dice que esta es una obviedad: el funcionamiento en concordancia con un plan preestablecido, lo cual no puede ni debe extrapolarse a todo tipo de orden ya que hay otros tipos de ordenes que no se basan en el principio obvio que se ha mencionado.
Polanyi alude a esos otros tipos de ordenes, por ejemplo, escribe que el  agua en una jarra “se ubica llenando perfectamente el recipiente con una densidad igual hasta el nivel de un plano horizontal que conforma la superficie libre”, lo cual constituye una situación que ningún ser humano puede fabricar en concordancia con “un proceso gravitacional y de cohesión”.
En esta línea argumental Polanyi llega al punto medular de su trabajo al señalar que el orden espontáneo en la sociedad o “la mano invisible” se logra al permitir que las personas interactúen en libertad sujetas solamente a normas de respeto recíproco en cuanto a iguales facultades de cada uno. Esta era la idea de Adam Smith al referirse a la mano invisible en el  mercado, se trata de la coordinación de las transacciones en base a precios. Se trata de personas que al atender sus intereses particulares están generando un sistema que no está en sus posibilidades individuales construir.
Leonard Read ha escrito un muy difundido artículo titulado “I Pencil” que ha sido muy favorablemente comentado, por ejemplo, por los premios Nobel en economía George Stigler y Milton Friedman, en el que el autor le da la palabra a un simple lápiz al efecto de recorrer los muy diversos lugares geográficos y los complicados procedimientos para su producción, desde la elaboración del caucho para la goma de borrar del lápiz, las empresas carboníferas para la mina, el barnizado, el metal y los procesos de siembra de árboles, tala, aserraderos y distribución, para no decir nada de las mismas empresas de transporte, cartas de crédito y problemas de administración y finanzas de la cantidad de emprendimientos en sentido vertical y horizontal comprometidos en la producción de un lápiz, para concluir que nadie en soledad sabe fabricar ese simple objeto. Sin embargo, en los procesos abiertos se coordinan esos conocimientos fraccionados y dispersos para contar con ese aparentemente sencillo producto que cuando se pretende ejecutar en un  sistema autoritario nadie sabe si los procesos son económicos debido a la intromisión en los precios y de allí malas calidades, faltantes y otros desajustes y descoordinaciones.
Entonces, cuanto más compleja la sociedad mayor el peligro de concentrar ignorancia en las mentes de los planificadores gubernamentales puesto que se bloquea la referida coordinación para sacar partida del conocimiento siempre distribuido en las mentes de millones y millones de personas. La soberbia y la arrogancia de los planificadores pone al descubierto ignorancias supinas sobre el funcionamiento de una sociedad abierta.
El estatismo también está estrechamente vinculado a una noción bastante gaseosa y muy poco calibrada de lo que significa la acción propiamente dicha de los integrantes de los aparatos estatales que originalmente, en la mejor tradición constitucional, pretendía traducirse en una efectiva protección de los derechos de cada uno. El estatismo por el contrario desvía la atención del Leviatán hacia el abandono de esas funciones clave para incursionar en todo tipo de reglamentaciones coactivas para con las pertenencias de los gobernados hasta que resulta impropio aludir al ciudadano para más bien referirse a los súbditos. Se pierde la noción del significado del estatismo puesto que se piensa livianamente que los recursos provienen de una fuente mágica sin considerar que todo lo que hace el estado lo realiza merced a que succiona los recursos de otros: reclamar que el gobierno haga tal o cual cosa es reclamar que el vecino se haga cargo por la fuerza y esto es ilegítimo y contraproducente cuando se aparta de su misión de velar por los derechos de todos.
Pero más aun, en este malentendido hay algo peor y es que se estima que el gobierno al recurrir por la fuerza al bolsillo ajeno está ayudando a los relativamente más pobres al entregarles los recursos así obtenidos (aun suponiendo que no se los quedaran los miembros del elenco gobernante). Pero, dejando de lado aspectos éticos, al proceder de este modo se está contribuyendo a aniquilar las tasas de capitalización lo cual se traduce en una mayor pobreza, especialmente para los más necesitados.
Incluso puede decirse que los ladrones privados siendo un horror son más sinceros que los ladrones gubernamentales, por eso recurren al antifaz o al pasamontañas: saben que lo que hacen está mal. Sin embargo los ladrones gubernamentales arrancan el fruto del trabajo ajeno a cara descubierta y “para beneficio del pueblo”. Y no es que necesariamente el ladrón gubernamental se lleve recursos a su casa (lo cual no es extraño) sino que se confirma el robo cuando en lugar de proteger a los gobernados los expolian, no importa el destino cuando excede la función de garantizar la justicia y la seguridad (las dos cosas que habitualmente no hace).
Por su parte el socialismo en gran medida se ha concentrado en otros tres canales para la difusión más efectiva de su ideario al encontrar que la exposición directa del tema de la pobreza a esta altura de los acontecimientos resulta poco práctica dado el correlato entre libertad y progreso que se ha puesto en evidencia una y otra vez. No es que se haya abandonado esta ruta pero los más radicales descubrieron que para cercenar derechos individuales resulta fértil recurrir al ambientalismo, la guerra contra las drogas y los resultados de las políticas que suelen adoptarse con la idea de contrarrestar los  terrorismos, temas a los que solo menciono a vuelapluma puesto que me he referido en detalle a los tres en distintos ensayos y libros de mi autoría. Por otra parte, indico a título de ejemplo tres autores (uno en coautoría) que con admirable rigor y enjundia tratan esos temas tan cruciales que han modificado la vida de la gente en nuestra época. Primero, el tratado de T. L. Anderson y D. R. Leal Free Market Environmentalism, segundo los múltiples y notables escritos que condenan la llamada “guerra contra las drogas” por parte del antes mencionado Milton Friedman, y tercero la obra de James Bovard titulada Terrorism and Tyrany. Trampling Freedom, Justice and Peace to Rid the World of Evil.
Lo curioso y paradójico es que no pocas de las víctimas se tragan el anzuelo de aquellas políticas erradas y se comportan tal como consigna la antiutopía de Huxley en cuanto a que los mismos perjudicados piden ser esclavizados.
Anderson y Leal muestra que con el pretexto de cuidar la propiedad del planeta se destruye la propiedad privada a través de los llamados “derecho difusos” y la “subjetividad plural” en el contexto de lo que en economía y en la ciencia política se denomina la tragedia de los comunes. Por su parte, Friedman concluye que “Las drogas son una tragedia para los adictos. Pero criminalizarlas convierte en un desastre para la sociedad, tanto para los que las usan como para los que no las usan” (The Wall Street Journal, septiembre 7, 1989) y también escribió que “Como nación [Estados Unidos] hemos sido responsables por el asesinato de literalmente cientos de miles de personas en nuestro país y en el extranjero por pelear una guerra que nunca debió haber comenzado y que solo puede ganarse, si eso fuera posible, convirtiendo a los Estados Unidos en un  estado policial”( en Prólogo a After Prohibition de Timothy Lynch). Y en el tercer caso sobre el terrorismo, es pertinente consignar una cita que Bovard hace de Benjamin Franklin en el sentido de que “Aquellos que renuncian a libertades esenciales para obtener seguridad, no merecen ni la libertad ni la seguridad”.
De cualquier modo, aquellos tres temas están destruyendo y atropellando de la forma más brutal las libertades básicas a través de políticas gubernamentales que eliminan el secreto bancario, proceden a escuchas telefónicas, se deja de lado el debido proceso, se trata como delincuentes a inocentes que administran o transportan sus ahorros, se espían correos con lo que se invaden privacidades y se lesionan gravemente los derechos de las personas.
En todo caso, enfatizo que las complejidades requieren el uso más urgente de conocimiento para resolver problemas respecto a las relaciones simples y que el estatismo, además de desarticular el antedicho conocimiento, inexorablemente deteriora la condición moral y material de quienes lo padecen en el contexto de complicar inútilmente la vida de los que se ven forzados a financiar los emolumentos de los complicadores.

El estatismo es incompatible con lo complejo

Por Alberto Benegas Lynch (h)

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Frecuentemente se sostiene que la intromisión de los aparatos estatales en las esferas privadas se justifica debido a la creciente complejidad del mundo moderno. Antes, se continúa diciendo, son comprensibles los indicadores de baja participación del estado en la vida privada debido a la relativa simplicidad de las cosas, ahora, en cambio, la situación se ha venido modificando por completo y todo es mucho más complicado.
Estas conclusiones son del todo erradas puesto que precisamente la mayor complejidad es la razón central para que los gobiernos no se inmiscuyan en las vidas y las haciendas de la gente. Esto es así por un motivo crucial de carácter epistemológico. Es decir debido a la teoría más rigurosa del conocimiento. Una mente -la del planificador- no puede ni remotamente abarcar las millones y millones de transacciones y arreglos contractuales varios entre los habitantes. 

Friday, August 26, 2016

El corazón del estatismo

Por: Luis I. Gómez
raulcastro
No pocas veces me encuentro sumido en interminables discusiones sobre el sentido y sinsentido de las estructuras estatales, del Estado como “ente” en sí mismo. Repasando alguna de ellas en este u otros blogs, me llama la atención la presencia repetitiva de ciertos argumentos que creo conforman la esencia verdadera, el corazón de todo pensamiento estatista. Creo intuir que son tres los pilares básicos de toda argumentación estatista:
La fe: los partidarios del intervencionismo estatal persiguen regularmente objetivos humanitarios – sinceramente, pretenden lograr mayores quotas de bienestar para sus vecinos. En la mayoría de los casos, es una percepción casi obscurantista del Estado la que ayuda de forma definitiva a considerarlo como un medio o instrumento conveniente para tales fines. Me explico. El Estado es percibido como una especie de institución omnipresente, omnipotente y omnisciente, que mediante una forma indefinida de “magia” (fruto acaso de la perfección evolucionista) es capaz de solucionar prácticamente cualquier problema.



Ésa es la razón por la que desaparece la curiosidad por saber exactamente cómo funcionan los monopolios del poder y sus agentes. Más aún, nadie se pregunta si realmente la “institución” es la más adecuada para solucionar un problema concreto. Nos encontramos ante una especie de credulidad indiferenciada y no pocas veces indiferente. Es sobre ese abono que germinan y crecen argumentos del tipo: “No puede ser que se abuse de los niños, los trabajadores sociales deberían controlar mejor a las familias” Cualquier pregunta sobre las posibles desventajas de la solución propuesta, sobre la cualificación de los agentes sociales para llevar a cabo la tarea o sobre la base moral de tales intervenciones desaparece, víctima de la fe inquebrantable en el poder infalible del Estado.
La inversión de la carga de la prueba: Hay quien exige – con toda razón – que quien reclama el uso de la fuerza para limitar el libre albedrío debe, imprescindiblemente, demostrar la necesidad de la medida propuesta, contrariamente a quien defiende el libre albedrío frente al poder. En la vida real, sin embargo, nos encontramos por lo general con el fenómeno contrario. No se discute o se critica el sentido o sinsentido de la intervención estatal, sino sobre los posibles peligros que conllevaría la no-intervención del Estado. En nuestro ejemplo, la pregunta dominante sería: “qué le puede ocurrir a un niño si el estado no vigila a las familias?” Lo que convierte la intervención estatal en una “saludable” forma de prevención. Nos encontramos así en una situación en la que el defensor de la libertad es quien debe demostrar que la ausencia de medidas de fuerza (vigilancia del Estado) es la mejor propuesta posible. Esta regla básica del “in dubio pro potestas” nos lleva en última consecuencia a la situación que me permito explicarles de la mano de un “Ministerio para Asuntos del Sol”. El Ministerio para Asuntos del Sol fué creado desde el consenso según el cual la luz del sol es beneficiosa y la institución mágica Estado debe asumir la tarea de proteger y fomentar el número de días de sol. Si llegase un liberal manifestando que tal Ministerio no es más que una forma de derrochar el dinero de los contribuyentes y exigiendo su eliminación, el estatista le respondería: “Pero fíjate, ahora sólo esta nublado cada tres días. Quién sabe lo que ocurriría si eliminásemos ese ministerio, le debemos tanto al sol! Puedes tú, liberal, garantizarme que no disminuirán los días de sol? No puedes, no. Por eso lo mejor es mantener el ministerio.”
La imagen del ser humano: Tanto los estatistas ingenuos como los humanistas, ambos objeto de este escrito, tienen en común una imagen esquizofrénica del ser humano. En otras palabras: se le atribuyen o presuponen al prójimo las cualidades negativas que niegan vehementemente cuando de sí mismos se trata. El estatista parte de la base según la cual sus prójimos son, o menos responsables o más ignorantes que él mismo. Volviendo a nuestro ejemplo de la protección de niños en la familia, el estatista argumentaría: “Sí, naturalemente que me ocupo de mis hijos, pero otros no lo hacen, son demasiado cómodos o amorales. Por eso la escuela obligatoria y la formación en ella por parte del Estado es tan importante: de no existir, asistiríamos al envilecimiento de los niños. Algunos incluso pondrían a trabajar a sus hijos” Desde este punto de vista queda cerrado el círculo de pensamiento estatista: la presupuesta incompetencia del prójimo es el complemento ideal de la presupuesta omnisciencia del Estado poderoso. Ambas ideas juntas no sólo propician la defensa de la intervención estatal: si las combinamos con el principio de la inversión de la la carga de la prueba, prohíben “per se” el riesgo de cualquier experimento “liberal”.
No olvidemos, de todas formas, que este estatismo ingenuo-humanista apenas si juega un papel secundario en la realidad de un Estado. La gran mayoría de las intervenciones del Estado se limitan, simple y llanamente, a proporcionar ventajas para un grupo a costa de otro grupo. Sin esas ventajas como resultado final, no habría motivos para los agentes del estado a la hora de realizar una intervención. Pero el estatismo ingenuo-humanista es indispensable para la legitimación, el fundamento psicológico de la acción del Estado. Incluso las más absurdas ventajas proporcionadas por el estado se recubren así del manto humanista, de manera especial en los estados de bienestar occidentales. He de reconocer a los ciudadanos inanimados de estos estados sus buenas intenciones; después de todo, el Estado no sólo se basa en su capacidad de violencia, también en la anuencia de sus sujetos. Y, aunque tal anuencia es perfectamente comprable, ello no encajaría en el marco moral de la mayoría de los ciudadanos. La Causa Justa se convierte así en el corazón del estatismo, es la que posibilita el sueño tranquilo y libre de remordimientos de los abogados de la represión.

El corazón del estatismo

Por: Luis I. Gómez
raulcastro
No pocas veces me encuentro sumido en interminables discusiones sobre el sentido y sinsentido de las estructuras estatales, del Estado como “ente” en sí mismo. Repasando alguna de ellas en este u otros blogs, me llama la atención la presencia repetitiva de ciertos argumentos que creo conforman la esencia verdadera, el corazón de todo pensamiento estatista. Creo intuir que son tres los pilares básicos de toda argumentación estatista:
La fe: los partidarios del intervencionismo estatal persiguen regularmente objetivos humanitarios – sinceramente, pretenden lograr mayores quotas de bienestar para sus vecinos. En la mayoría de los casos, es una percepción casi obscurantista del Estado la que ayuda de forma definitiva a considerarlo como un medio o instrumento conveniente para tales fines. Me explico. El Estado es percibido como una especie de institución omnipresente, omnipotente y omnisciente, que mediante una forma indefinida de “magia” (fruto acaso de la perfección evolucionista) es capaz de solucionar prácticamente cualquier problema.


Tuesday, August 23, 2016

El declive del estatismo: las más recientes derrotas

Sin embargo, no es momento de cantar total victoria, todavía quedan muchos casos por atender y varios gobiernos totalitarios por derrocar

(Antonella Marty) estatismo
Algunas sociedades parecen haberse percatado del peligro que el Estado grande conlleva, y por ende, el mal funcionamiento de las políticas públicas de la izquierda populista. (Antonella Marty)
No caben dudas de que, poco a poco, la fiel ideología estatista del populismo ha comenzado a mostrar ciertas debilidades. Son diversas las derrotas que ha sufrido la izquierda en este último momento de la historia, no sólo en América Latina, sino también a lo largo del mundo.
Sin embargo, no es momento de cantar total victoria, todavía quedan muchos casos por atender y varios gobiernos totalitarios por derrocar, aunque, a pesar del inmenso poder con el que aquellos gobiernos cargan, algunas sociedades parecen haberse percatado del peligro que el Estado grande conlleva, y por ende, el mal funcionamiento de las políticas públicas de la izquierda populista.



Las derrotas en Europa

Derrota a Podemos, el chavismo a la europea

“Hugo Chávez era la democracia”, repite Iglesias. “Me emociona escuchar al comandante, se le echa mucho de menos, cuántas verdades ha dicho Chávez. Lo que está ocurriendo en Venezuela es una demostración de que sí hay alternativa, ese es el ejemplo de América Latina, es una alternativa para los ciudadanos europeos”, expresó Iglesias, líder de Podemos, partido de izquierda en España.
En estas últimas y más recientes elecciones generales en España, ganó el Partido Popular de Mariano Rajoy, lo siguió el PSOE y Podemos, este partido chavista que se autoproclamaba ganador, quedó tercero.
“Esperábamos unos resultados diferentes, es momento de reflexionar”, expresó Iglesias, declarado comunista y fanático absoluto del difunto dictador de Venezuela, Hugo Chávez.
Dentro de sus programas gubernamentales, se observaba la lucha contra los recortes sociales, la expropiación de la banca, la estatización de la educación y la salud, la prohibición de despidos en empresas, el aumento del salario mínimo y una reforma constitucional guiada por el manual populista y castrochavista, propuestas, que como sabemos, son bien conocidas por estos pagos latinoamericanos.
El pueblo de España abrió los ojos y parece haber comprendido que las políticas públicas populistas tan implementadas en América Latina no debían ser una alternativa a sus problemas sociales, políticos y económicos. Los españoles tuvieron en cuenta los padecimientos de los pueblos de Venezuela y Cuba, sociedades que Iglesias, abiertamente, deseaba imitar en España.
Cuantiosas son las pruebas de que las campañas de Podemos han sido financiadas desde Caracas. Como fue demostrado por diversos medios españoles (que han sido denunciados por el partido por desenmascarar sus maniobras), desde comienzos de 2002, el régimen de Chávez habría enviado una suma que asciende los 3,7 millones de euros al centro de estudios CEPS, como intermediario integrado por altos dirigentes del partido.
Los lazos de Podemos con dictaduras como la cubana y la venezolana son altamente evidentes. El mismo Iglesias sostuvo que Venezuela “es una de las democracias más consolidadas del mundo”. Claro, si por “democracia” entendemos represión, hambre, escasez, pobreza multiplicada, homicidios, inseguridad, inflación y muerte, entonces sí.
Lo notable para el futuro español es lo que ha sucedido dentro de su izquierda política. Podemos quería alcanzar la hegemonía en la izquierda española, pero no, ni siquiera pudo pasar al PSOE.
Podemos, evidentemente, no pudo con nada.

Brexit, un golpe al estatismo burocrático

El Brexit ha sido una evidente derrota, más específicamente, al estatismo. Este referéndum sobre la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea, donde el pueblo inglés ha votado por salirse de la misma, es uno de los acontecimientos más importantes de estos últimos tiempos.
La realidad es que el sistema político británico y el sistema que se da en la Unión Europea son bastante incompatibles. En este sentido, los británicos pudieron liberarse de las inmensas restricciones y burocracias de la Unión Europea.
Y no, la civilización no se acaba por el Brexit, ningún país, y mucho menos el Reino Unido, necesita de un complejo e intervencionista sistema elitista basado en Bruselas para sobrevivir.
La decisión de ir por Brexit ha sido un acierto. Reino Unido se ha separado de un Estado central planificador de colosal escala. El triunfo de Brexit es una buena noticia, donde se refuerza la tradición británica siempre opuesta al intervencionismo estatal. Reino Unido se ha librado de las reglamentaciones socialistas, y la transición, por supuesto, será en orden.
El ejemplo más claro de aquella tradición, es haberse, en un principio, rehusado a aceptar el Euro como moneda y mantener, por ende, la Libra.
Cuando el Euro ni siquiera existía, la ex primera ministra británica, Margaret Thatcher, escribió que la moneda única iba a fracasar, que los intentos por rescatarla serían inútiles y que la UE acabaría decidiendo los presupuestos de los países que integran la Unión. Dicho y hecho.
“La moneda única europea está destinada al fracaso”, expresaba la sabia Dama de Hierro, Margaret Thatcher en su libro Statecraft (2002), respecto del Euro. Thatcher supo comprender y, además, advertir, que las economías europeas eran demasiado diferentes para coexistir bajo una misma divisa, donde en el Euro no cabrían juntos países tan distintos como Alemania y los más pobres de Europa.
Thatcher siempre dio batalla por mantener la autonomía del Reino Unido frente a Europa. Entendía que el aumento de poder de la Unión Europea presentaría un claro ataque a la democracia: “El establecimiento de esta vasta superestructura federal significa nada menos que la creación de un súper-Estado europeo, que no es, no será y no puede ser democrático”. “Un gran número de grupos de interés se esconde bajo el manto del idealismo europeo, y el fervor religioso europeísta se acompaña del engaño y la corrupción”. “Europa”, concluía Thatcher, “es en realidad sinónimo de burocracia“. Ella lo advirtió.

 Las derrotas en América Latina

Golpe al populismo en Argentina: adiós a la familia Kirchner

Hace algunos meses triunfó el cambio en el país del sur. Argentina le dijo adiós a la exmandataria, Cristina Fernández de Kirchner, quien gobernó durante ocho años causando graves estragos. Doce años y medio del proyecto político iniciado con su fallecido esposo peronista, el populista Néstor Kirchner, dejaron una Argentina en ruinas, con pobreza, inflación, inseguridad, narcotráfico y plena corrupción.
La sociedad argentina estaba harta de la arrogancia y el menosprecio hacia todo aquel que no respalde el proyecto político “nacional y popular” de la exmandataria, exhausta de las restricciones de todo tipo, y de la galopante corrupción que se va destapando poco a poco. Por este motivo, Argentina optó por un cambio.
Cristina se fue del poder con un 843% más de lo que ella y Néstor dijeron poseer en 2003: el robo fue grande, y conste que esto es sólo lo declarado. Mientras tanto, hoy salen a la luz distintos casos de corrupción durante su mandato, de fieles servidores de la expresidenta, entre ellos José López, exsecretario de Obras Públicas, quien fue interceptado hace algunos días por la Policía Bonaerense mientras intentaba esconder más de 8 millones de dólares bajo tierra en un monasterio.

El “No” a Evo Morales

El presidente de Bolivia, Evo Morales, perdió hace algunos meses una batalla electoral por primera vez en más de 10 años. Esto fue la victoria del “No” en el referéndum con el que Morales buscaba habilitarse para buscar un cuarto mandato, tan sediento de poder.
¿Cuál es la herencia que deja Evo Morales en Bolivia? Aquí algunos datos:
  • Una libertad económica reprimida (puesto 160 de 178 países en Índice de Libertad Económica de la Fundación Heritage de Estados Unidos);
  • Persecución al periodismo y a toda la disidencia boliviana;
  • Desconocimiento del paradero de más de US$ 500 millones distribuidos a discreción del mandatario;
  • Una nueva Constitución Nacional impulsada en 2009 con el fin de expandir sus poderes y atributos;
  • Casos millonarios de corrupción;
  • Fuertes lazos con Irán, Cuba y Venezuela;
  • Propuesta de un calendario de 13 meses, buscando manejar a gusto los tiempos del pueblo boliviano;
  • Incremento de un 50% del gasto público;
  • Más de 385 proyectos fantasma con su programa “Bolivia Cambia, Evo Cumple”.
Con el referéndum y tras la nefasta gestión populista, el pueblo boliviano le supo poner un alto a una administración presidencial que buscaba eternizarse en el poder, y a un mandatario que se ha declarado “marxista, leninista, comunista y socialista”.

Derrota a Keiko Fujimori en Perú

Keiko, hija del otrora dictador de Perú, Alberto Fujimori, fue derrotada hace muy poco por Pedro Pablo Kuczynski (PPK). Si bien Keiko Fujimori no pertenece a la izquierda, el triunfo del nuevo mandatario ha sido, en palabras de Mario Vargas Llosa, “un nuevo paso contra el populismo y de regeneración de la democracia”.
En otras palabras, que la mayoría de los peruanos le haya dado su voto a PPK es lo que ha salvado al Perú de una grave catástrofe, en la que podría haber retornado al poder la mafia de los Fujimori que, como bien lo recuerda Vargas Llosa, en los años de dictadura “robó, torturó y asesinó con una ferocidad sin precedentes”.
Por su parte y para el bien de América Latina, PPK no comulga con los ideales socialistas que ha instaurado la dictadura venezolana primero en manos de Hugo Chávez, y ahora de su sucesor dictador, Nicolás Maduro.
Durante su campaña electoral, Kuzczynski denunció que en Venezuela existen presos políticos que deben ser liberados para no perpetuar una situación de abuso; una posición que representa un giro en relación con la posición del saliente Gobierno de Ollanta Humala, quien ha pedido que los venezolanos resuelvan sus problemas entre ellos.
“Tenemos que pedirle a todos que nos apoyen en este pedido a Venezuela para que libere a sus presos políticos, estamos en el siglo XXI, no podemos tolerar situaciones de abuso medieval como se está viendo hoy en día en Venezuela”, dijo el actual mandatario del Perú.

En el mes de mayo y tras una maratónica sesión que se extendió durante más de 20 horas, el Senado de Brasil resolvió que la presidenta populista, Dilma Rousseff, sería sometida a juicio político y, por lo tanto, debía dejar el cargo por 180 días. De los 81 senadores, 55 votaron a favor y 22 en contra.
¿Qué hizo? Recibió importantes sobornos; ocultó cuentas bancarias en el exterior; planeó la fuga del país de un preso en un avión particular; el escándalo de sobornos de Petrobrás que afecta a su Gobierno; el dinero recibido en la campaña de elección presidencial de 2014, desviado de la petrolera estatal y de grandes obras públicas; la violación de normas fiscales y el maquillaje del déficit presupuestal.
El dictador venezolano, Nicolás Maduro, dice “admirar la valentía, honestidad y coraje” de Dilma, y también dice que “en Venezuela no hay hambre“. ¿Usted a quién le cree?

El declive del estatismo: las más recientes derrotas

Sin embargo, no es momento de cantar total victoria, todavía quedan muchos casos por atender y varios gobiernos totalitarios por derrocar

(Antonella Marty) estatismo
Algunas sociedades parecen haberse percatado del peligro que el Estado grande conlleva, y por ende, el mal funcionamiento de las políticas públicas de la izquierda populista. (Antonella Marty)
No caben dudas de que, poco a poco, la fiel ideología estatista del populismo ha comenzado a mostrar ciertas debilidades. Son diversas las derrotas que ha sufrido la izquierda en este último momento de la historia, no sólo en América Latina, sino también a lo largo del mundo.
Sin embargo, no es momento de cantar total victoria, todavía quedan muchos casos por atender y varios gobiernos totalitarios por derrocar, aunque, a pesar del inmenso poder con el que aquellos gobiernos cargan, algunas sociedades parecen haberse percatado del peligro que el Estado grande conlleva, y por ende, el mal funcionamiento de las políticas públicas de la izquierda populista.


Sunday, July 24, 2016

Irak: el infierno intervencionista

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Cuando el vicepresidente Joseph Biden viajó a Irak hace unos días, lo hizo, como siempre, bajo un manto de secreto. Se les pidió a los medios de comunicación mainstream que mantuviesen el viaje en secreto, y estos cumplieron diligentemente. Biden se negó a pasar la noche en Irak, permaneciendo sólo 10 horas antes de viajar rápidamente a Italia, donde presumiblemente durmió sano y salvo.
¿Por qué tanto secreto? ¿Por qué no se quedó Biden en Bagdad unos días, caminó por las calles, hizo algunas compras, visitó a la gente, y recorrió el país? Después de todo, ¿acaso no es este el país que invadió el gobierno de Estados Unidos y cuyo régimen cambió bajo la rúbrica militar “Operación Libertad Iraquí”?¿ No es este el país que el Ejército de Estados Unidos y la CIA ocuparon durante más de 10 años, matando a la gente con impunidad y destruyendo hogares, edificios e infraestructura en el proceso, todo ello con el objetivo de producir un escaparate para el intervencionismo que presentar al mundo?



Oh, no nos olvidemos del régimen que instalaron. Después de todo, no lo olvidemos, esto era, de hecho, una operación de cambio de régimen, cuyo propósito era retirar a Saddam Hussein del poder (que había sido socio y aliado del gobierno de Estados Unidos durante la década de 1980) e instalar y establecer un gobierno que sería, así, más favorable a los EE.UU. y, por lo tanto, más “libre”. Y después de todo, la estructura del nuevo gobierno fue modelada tomando como base al gobierno de Estados Unidos – es decir, una estructura basada en un todopoderoso establishment de seguridad nacional, incluyendo una enorme fuerza militar y de inteligencia con el poder omnipotente de atrapar a la gente, torturarla y matarla.
¿El propósito del viaje de Biden? Ofrecer apoyo al régimen asediado del primer ministro iraquí, Haider al-Abadi, cuyo gobierno está atormentado por la corrupción política. De hecho, la corrupción es tan profunda que este fin de semana cientos de manifestantes iraquíes irrumpieron en la famosa “Zona Verde” de Bagdad para protestar contra la corrupción. Esa es la la zona amurallada que el gobierno de Estados Unidos construyó como parte de la “Operación Libertad Iraquí.” Fue la primera vez que muchos de los manifestantes habían estado dentro de la Zona Verde.
Hoy mismo, un coche bomba explotó en Bagdad, matando a 18 e hiriendo a por lo menos 28 personas. Fue un coche bomba diferente al que explotó el sábado en Bagdad, que mató a 21 personas e hirió a otras 42. Los dos eran diferentes del coche bomba que explotó en Bagdad el 25 de abril, en el que murieron al menos 11 personas y 39 resultasen heridas.
No es de extrañar Biden se introduzca en Irak y no se atreva a pasar la noche allí, y mucho menos a caminar por las calles, hacer algunas compras, visitar a la gente, y recorrer los lugares. De hecho, ¿te has dado cuenta de que ni un solo neocón estadounidense ha llevado alguna vez a su familia de vacaciones a Irak desde que el Pentágono la invadió hace 13 años? ¿Has notado que los congresistas no incluyen a Irak en su lista de pequeños y agradables lugares a los que ir de excursión?
¿Qué mejor prueba de la filosofía de intervencionismo extranjero que Irak? Esta era su oportunidad – la gran oportunidad del Pentágono, la CIA, de todo el establishment de seguridad nacional, del movimiento neocón y del movimiento intervencionista para demostrar lo que podían hacer si se les daba carta blanca para actuar en un país, un país que nunca había atacado a Estados Unidos, ni siquiera amenazado con hacerlo.
Todo lo que había que hacer era matar a unos cuantos cientos de miles de personas, encarcelar y torturar a decenas de miles de personas, reeducar a los millones de personas que pudieran sobrevivir al ataque y dar nacimiento a un nuevo gobierno – uno que podría ser un poco brutal, corrupto y tiránico pero al menos sería favorable a EE.UU.
Irak iba a ser el escaparate para el intervencionismo extranjero. Iba a ser su modelo.
Por desgracia, todo lo que han hecho ha sido producir un agujero infernal gigante de muerte, destrucción, miseria, sufrimiento, privaciones, violencia, crisis, guerra civil y pérdida de la libertad. Todo lo que tienen que mostrar de su gran experimento intervencionista son cientos de miles de cadáveres, decenas de miles de personas que han sido detenidas y torturadas, una sociedad empobrecida, y un gobierno deshonesto, corrupto y tiránico, por no hablar de una nueva organización originada por el intervencionismo en Oriente Medio: el ISIS, también conocido como ISIL, también conocido como el Estado Islámico.
La intervención en Irak es una prueba positiva de que Dios ha creado un universo coherente, en el que los medios malos engendran finales malos. ¿Cómo puede un estadounidense con buen juicio ser intervencionista? ¿Cómo puede alguien al que le preocupan los principios morales ser un intervencionista? ¿Cómo puede un cristiano ser un intervencionista? ¿Qué le dirá a Dios? ¿Que tenía buenas intenciones cuando apoyó la violencia, la muerte, el sufrimiento y la corrupción que vienen con el intervencionismo?
Sólo hay una cosa que el gobierno de Estados Unidos debe hacer: dejar tranquilos a los iraquíes y al resto de Oriente Medio. Regresar a casa. Ya habéis hecho bastante daño, sobre todo si incluimos Afganistán, Libia, Siria, Yemen y Somalia en el mejunje intervencionista. Ya habéis matado, encarcelado, torturado, y mutilado a bastante gente. Ya habéis destruido bastantes edificios. Ya habéis producido suficientes terroristas. Ya habéis causado suficientes refugiados.
No más intervencionismo. Sólo traed a las tropas a casa. No echéis combustible al fuego que vuestro intervencionismo ha encendido.

Irak: el infierno intervencionista

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Cuando el vicepresidente Joseph Biden viajó a Irak hace unos días, lo hizo, como siempre, bajo un manto de secreto. Se les pidió a los medios de comunicación mainstream que mantuviesen el viaje en secreto, y estos cumplieron diligentemente. Biden se negó a pasar la noche en Irak, permaneciendo sólo 10 horas antes de viajar rápidamente a Italia, donde presumiblemente durmió sano y salvo.
¿Por qué tanto secreto? ¿Por qué no se quedó Biden en Bagdad unos días, caminó por las calles, hizo algunas compras, visitó a la gente, y recorrió el país? Después de todo, ¿acaso no es este el país que invadió el gobierno de Estados Unidos y cuyo régimen cambió bajo la rúbrica militar “Operación Libertad Iraquí”?¿ No es este el país que el Ejército de Estados Unidos y la CIA ocuparon durante más de 10 años, matando a la gente con impunidad y destruyendo hogares, edificios e infraestructura en el proceso, todo ello con el objetivo de producir un escaparate para el intervencionismo que presentar al mundo?


Monday, July 18, 2016

La democracia en Latinoamérica

Carlos Rangel, en este ensayo escrito entre 1979 y 1984, explica que "Las diferentes repúblicas latinoamericanas no han logrado restablecer un equilibrio institucional legítimo y duradero, en reemplazo del que fue destruido, junto con el Imperio Español, entre 1810 y 1824".
Carlos Rangel (1929-1988) fue un destacado periodista e intelectual venezolano y autor de Del buen salvaje al buen revolucionario (1976) y El tercermundismo (1986).
Este ensayo fue publicado originalmente en las revistas Vuelta (México) y Dissent (EE.UU.) y reproducido en Marx y los socialismos reales y otros ensayos (Monte Avila, 1988). Aquí puede descargar este ensayo en formato PDF.

Las diferentes repúblicas latinoamericanas no han logrado restablecer un equilibrio institucional legítimo y duradero, en reemplazo del que fue destruido, junto con el Imperio Español, entre 1810 y 1824. Aquella legitimidad y aquel equilibrio fueron desmantelados en nombre de la libertad y para establecer la democracia, según el modelo que ofrecían, desde 1776, los Estados Unidos. A partir de entonces, una multitud de constituciones y otros documentos políticos han ratificado esa aspiración, sin que los hechos hayan venido jamás a satisfacerla en forma convincente o duradera. En los últimos cincuenta años, México ha sido el único país latinoamericano que no ha tenido cambios de gobierno violentos, distintos a los previstos en las leyes y causados por guerras civiles o por golpes de estado militares. Entre nosotros, la paz y la democracia han sido rarezas frágiles; la tiranía o la guerra civil, las normas.



La evolución y el estado actual de la Revolución Cubana, en la cual pusimos todos tantas esperanzas, y en este mismo momento la tendencia semejante de la Revolución nicaragüense, son las decepciones más recientes, pero seguramente no las últimas, para quienes esperamos todavía que, contrariando nuestra historia, el proyecto democrático pueda afianzarse y ganar una legitimidad definitiva en nuestra América.
La explicación más obvia y general para ese subdesarrollo político latinoamericano (causa y no consecuencia del atraso económico) es haber sido fundada nuestra América por un país admirable de múltiples maneras, pero que entraba justamente entonces en un divorcio con el espíritu de los tiempos modernos, en un rechazo al racionalismo, a la ciencia experimental, al secularismo, al libre examen; es decir a los fundamentos de las revoluciones industrial y liberal y del desarrollo económico capitalista.
Simultáneamente, y por motivos vinculados o no con su rechazo a la modernización, la sociedad española va a iniciar en el mismo siglo XVI una decadencia, una lasitud y una tendencia a la desintegración, aun en relación con sus propios valores y coordenadas, de origen y significado medievales y pre-capitalistas. Esa lasitud y esa tendencia a la desintegración, los países “nuevos” que España funda en América las van a compartir y acentuar. El Nuevo Mundo hispanoamericano va a ser el Viejo Mundo español con algunos muy serios problemas adicionales.
En España invertebrada, Ortega y Gasset, tras afirmar que, por lo menos desde 1580, “cuanto en España acontece es decadencia y desintegración”, hace la observación de que, así como la curva ascendente de una colectividad está signada por la incorporación y la totalización, en el sentido de que cada individuo y cada grupo se sabe y se siente parte de un todo, de manera que lo que vulnera al todo afecta a cada cual, y viceversa, la decadencia ocurre cuando las partes de la colectividad, los grupos, los individuos no se sienten comprometidos con el destino común, descubren su particularismo, dejan de sentirse a sí mismos como partes de un todo orgánico y, en consecuencia, dejan de compartir los sentimientos y los intereses de los demás.
Si esto ocurrió en España desde el siglo XVI, obviamente va a sucederle también a la sociedad hispanoamericana desde su nacimiento. Es su condición original, y tanto más cuanto que el particularismo español, el no sentirse cada uno de los españoles personalmente comprometido con los intereses globales de su propia sociedad, va a radicalizarse con el salto a América, que es tierra de conquista, de saqueo, de esclavos, de botín.
Ese egoísmo no es únicamente característico (como se quisiera hacer creer) de las clases altas latinoamericanas, o de los nuevos ricos de la industria o el comercio, sino que matiza la conducta de casi todos aquellos que logran alcanzar entre nosotros una situación de poder, a cualquier nivel, y, desde luego, la actuación de los grupos institucionales o accidentales que puedan definir y perseguir intereses sectoriales. A esa categoría pertenecen las Fuerzas Armadas, las universidades, los clanes regionales o políticos (a estos últimos se les llama partidos), los sindicatos, las federaciones empresariales, los gremios profesionales, etc.
Como los latinoamericanos no somos monstruos caídos de otro planeta, sino seres humanos movidos por los mismos estímulos que los demás, no desconocen otras sociedades, y sobre todo las que no han alcanzado todavía un grado satisfactorio de integración, o las que han comenzado a declinar en su fuerza centrípeta (como, ahora mismo, los Estados Unidos), iguales o parecidos fenómenos de egoísmo individual, familiar o de clan; pero las latinoamericanas son las únicas sociedades occidentales que nacen en proceso de desintegración. La única sociedad europea comparable (en ese sentido) a las sociedades ibéricas (peninsulares o americanas) es la italiana; y no es fortuito que haya sido un italiano quien compusiera El príncipe, ese manual para tiranos, ese compendio de técnicas para recoger una sociedad en migajas y mantenerla en un puño, que es lo que han hecho todos los caudillos latinoamericanos, desde Páez y Rosas hasta Fidel Castro.
A partir de esa experiencia histórica, ha sido formulada reiteradamente, a veces en forma oblicua, pero a menudo con toda claridad, la idea de que, por nuestra manera de ser, los latinoamericanos no estamos hechos para la democracia y no debemos intentada sino, a lo sumo, con mucha cautela y con las riendas siempre tenidas con firmeza por las manos de un poder ejecutivo fuerte. Y no se crea que esto ha sido sostenido sólo por los apologistas “positivistas” de tiranos como Porfirio Díaz o Juan Vicente Gómez. En Nuestra América (1891) nos encontramos con estas frases sorprendentes de José Martí: “La incapacidad (de autogobernarse Latinoamérica) no está sino en los que quieren regir pueblos originales, de composición singular y violenta, con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre en los Estados Unidos, de diecinueve siglos de monarquía en Francia. Con un decreto de Hamilton no se le para la pechada al potro de un llanero. Con una frase de Sieyès no se desestanca la sangre cuajada de la raza india... El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país. La forma de gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país”. Bolívar mismo no estaba diciendo otra cosa (y las palabras de Martí son, sin duda, un eco deliberado de Bolívar) cuando, en su Discurso al Congreso de Venezuela reunido en Angostura en 1819, sostuvo que la entonces vigente Constitución de su país, más o menos copiada de la norteamericana, era inaplicable en Venezuela; y que hasta era cosa de asombro que su modelo en los EE.UU. hubiera subsistido casi medio siglo sin trastorno, “a pesar de que aquel pueblo es un modelo singular de virtudes políticas (y) no obstante que la libertad ha sido su cuna”. En cuanto a la otra América, la nuestra, si absurdo sería intentar hacer funcionar en España las libertades políticas, civiles y religiosas de Inglaterra, pues más disparatado aún resultaría dar a la América española las instituciones de los norteamericanos. Ya lo había dicho Montesquieu: las leyes deben ser apropiadas a las características de cada pueblo. Cuando Bolívar pudo redactar una Constitución según sus ideas (la de Bolivia), propuso una Presidencia vitalicia y un Senado hereditario. Es cierto que tal Constitución tampoco funcionó, pero su significado (así como su coherencia con ideas semejantes expresadas por el Libertador, desde 1812 por lo menos) es claro, y por ello no es sorprendente encontrarnos con que el Discurso introductorio a la Constitución de Bolivia figure en primer lugar en una antología del pensamiento conservador latinoamericano, junto con textos de Mariano Paredes Arillaga y Lucas Alamán.1
Desprovistos singularmente de espíritu crítico y autocrítico, los latinoamericanos no nos hemos detenido a reflexionar sobre el sentido de admoniciones como las de Bolívar o Martí. Hemos preferido persistir en redactar Constituciones ideales, en fundar repúblicas aéreas y en sufrir en la práctica regímenes autoritarios discrecionales, sin preguntarnos demasiado en qué consiste esa “originalidad” a que se refería Martí, o por qué era (y sigue siendo) inaplicable en nuestros países una Constitución calcada en la que sirvió a los norteamericanos para fundar una estabilidad y una legitimidad que ha rebasado dos siglos de vigencia ininterrumpida.
Esa escasa o nula inclinación nuestra por descubrir las raíces de nuestro subdesarrollo político tiende a perpetuarlo. Permanecemos vulnerables a interpretaciones históricas y a ofertas políticas construidas sobre la mentira, o que apelan a la verdad sólo a medias. Nos seduce cuanta explicación de nuestras frustraciones remita la culpa a factores exteriores a nosotros mismos. Y, desde luego, esquivamos cuidadosamente, como quien rehúsa con horror un psicoanálisis, toda indagación sobre la causa profunda de nuestros fracasos. Es por eso que el “sistema mexicano”, con su mezcla singular de autoritarismo conservador y retórica revolucionaria, aparece como el mayor logro político, hasta ahora, de nuestra cultura latinoamericana. Diríase que es apropiado a la manera de ser de nuestros pueblos ese torrente de palabras, encubridor de formas de ejercicio de la autoridad esencialmente distintas (y hasta contradictorias) de lo que dicen ser. De esa manera (y con la alternabilidad forzosa y la no reelección absoluta de sus Presidentes), los mexicanos han logrado combinar un poder ejecutivo casi ilimitado con el gusto latinoamericano por no llamar las cosas por su nombre.
Se trata, desde luego, de una solución inferior a la democracia pluralista y sincera, a la que no podemos dejar de aspirar, puesto que la sabemos preferible y la vemos funcionar al lado nuestro, en los Estados Unidos, pero superior a los autoritarismos personalistas y desenfrenados que vino a sustituir. Además, no debemos perder de vista que, en el mismo lapso de vigencia del “sistema mexicano”, el resto de Latinoamérica ha conocido un abanico de formas de gobierno mucho menos estimables todavía, tiranías tradicionales, aventuras absurdas como el “socialismo militar” peruano, la mucho más seria (y, por lo mismo, más inquietante) tecnocracia cívico-militar brasileña (la cual, significativamente, incorporó la alternabilidad de los dictadores, al estilo de México) y, además, verdaderas tragedias, como las sucedidas en Cuba, Chile, Uruguay, Argentina y Nicaragua.
Dentro de este panorama desolador, Venezuela ofrece la apariencia de una excepción y un modelo. Es cierto que nuestro país, tras sacudirse en 1958 de una dictadura militar más entre las muchas que ha sufrido en su historia, tuvo la fortuna excepcional de encontrar gobernantes capaces de fundar instituciones genuinamente democráticas y defenderlas contra el doble desafío de militares reaccionarios y de la extrema izquierda en armas, inspirada y ayudada activamente desde La Habana. Pero la democracia venezolana ha sido menos afortunada en su manera de enfrentar sus desafíos internos. Ya antes de 1973 era posible sostener que debía su existencia y su estabilidad a fuertes y crecientes ingresos petroleros. Luego el petróleo pasó a valer diez veces más, en saltos sucesivos y siempre oportunos, para rescatar a Venezuela de un crecimiento en el gasto público tan inverosímil como irrefrenable. Los venezolanos nos las hemos arreglado para gastar todo ese ingreso petrolero y para tomar además prestados, y gastar también, treinta mil millones de dólares adicionales, sin por ello resolver los problemas fundamentales del país. Los partidos políticos han puesto de lado la solidaridad de los años iniciales de la etapa democrática. Los gobiernos (ahora monopartidistas, y no coaliciones nacionales como en los años reconocidamente precarios) posponen decisiones impopulares y prefieren tirarles dinero a los problemas. Crece el fantasma de la uruguayización de la economía,2 la cual entraría en crisis si dejan de aumentar regularmente los precios del petróleo. Podría temerse que los países del Cono Sur, cuyas democracias aparecían en el primer tercio de este siglo tan sólidas o más que la de Venezuela hoy, hayan transitado anticipadamente un camino que ahora mismo podríamos estar recorriendo los venezolanos. Se trata de una reflexión pavorosa. Una nueva dictadura militar en Venezuela no encontraría ahora el pueblo dócil, diezmado por endemias y guerras civiles, pobre, ignorante, desorganizado y habituado a la tiranías, que existió hasta hace una generación. Una sociedad venezolana hoy razonablemente moderna, inmensamente más compleja, politizada y habituada a ser halagada por ofertas políticas populistas, realizadas a medias mediante la liquidación acelerada del petróleo, haría forzosa no una dictadura limitada, una dicta-blanda, como se suele decir, sino una tiranía brutalmente represiva y resuelta a gobernar indefinidamente, como han sido las del Cono Sur, justamente por la complejidad y el adelanto relativo de aquellas sociedades.
Debe señalarse en este punto que también el contexto internacional ha cambiado, y no precisamente para facilitar la existencia de la democracia en América Latina. Desde 1960 las fuerzas que entre nosotros comenzaron a materializarse en forma importante con el establecimiento en Cuba de un gobierno comunista, han hecho notables avances en el propósito de “tercermundizar” irrevocablemente a América Latina. Todos los partidos más o menos social-demócratas (sin excluir al PRI mexicano), de quienes hemos recibido los latinoamericanos lo esencial de la prédica y también de la conducción democrática que hemos tenido en la época contemporánea, cargan hoy con un complejo de culpa por juzgar en el fondo ellos mismos que Fidel Castro ha hecho la demostración de que se podía ir más lejos y más rápido en la vía del anti-imperialismo. En América Latina el anti-imperialismo tiene la constancia precisa de un enfrentamiento y una eventual ruptura, no con el mundo capitalista avanzado en general, sino especialmente con los EE.UU., país cuyo éxito y poder nos causan humillación y amargura, sobre todo en comparación con nuestro propio fracaso relativo en el mismo “Nuevo Mundo” y en el mismo tiempo histórico.
Con la aceptación, ahora generalizada, de las hipótesis que conforman la teoría según la cual ese éxito de los norteamericanos se explica esencialmente por el despojo que hemos sufrido y por el atraso social y político a los cuales nos han supuestamente coaccionado los EE. UU. mediante los mecanismos del imperialismo y la dependencia, América Latina ha metido el dedo en el engranaje del mito más peligroso y más enervante entre los tantos que nos han servido para excusar nuestros defectos. Es peculiarmente enervante ese mito porque, si todo cuanto anda mal en Latinoamérica se debe a un agente externo, nada que hagamos antes de exorcizar ese demonio (antes de “romper la dependencia”, como Cuba) servirá para mejorar la calidad de nuestras sociedades. Al contrario, los esfuerzos mejor intencionados y más heroicos por lograr progresos dentro de la democracia podrán ser descalificados (y lo han sido) como especialmente perversos, puesto que demoran el advenimiento de la única verdadera salvación, que supuestamente reside sólo en la mutación revolucionaria.
Un ejemplo de esta enajenación, singularmente irónico puesto que puso término a un experimento socialista, fue lo ocurrido en Chile entre 1970 y 1973. No hay duda de que el desquiciamiento emotivo e ideológico producido en Latinoamérica por la Revolución Cubana fue una de las causas fundamentales del fracaso y el desenlace violento del gobierno de Salvador Allende. Sin la necesidad de “estar a la altura” de Fidel y del Ché Guevara, sin la presión a su izquierda de fidelistas y guevaristas chilenos, sin la intervención de Cuba (cuya embajada en Santiago tenía para 1973 más personal que el Ministerio de Relaciones Exteriores chileno), y sin la modificación por todos esos factores del ánimo institucionalista de las Fuerzas Armadas chilenas, Salvador Allende hubiera terminado su mandato, y hubiera entregado la Presidencia a un sucesor electo democráticamente, estaría vivo y el mundo no hubiera jamás oído hablar del general Pinochet.
El ejemplo de la Revolución Cubana, y el esfuerzo intenso y voluntarista de Fidel Castro y el Ché Guevara por utilizar a Cuba como un foco de irradiación revolucionaria para toda América Latina, fue la causa directa del naufragio de otras democracias de viejo trayecto, ya muy debilitadas por el fraccionalismo, el populismo y la demagogia. El corolario fue el surgimiento de un nuevo autoritarismo de derecha, basado, como en el pasado, en el poder militar, pero mucho más implacable aún, por la existencia ahora de clases obreras y medias numerosas, frustradas en las expectativas irreales a que las habían conducido los demagogos; y también porque, por primera vez desde el establecimiento de ejércitos profesionales en América Latina, el “partido militar” se había planteado el problema de su supervivencia en un contexto hemisférico y mundial que en Cuba condujo a la disolución de esas fuerzas armadas profesionales y al fusilamiento, cárcel o exilio de todos los oficiales.
En ninguna parte ha sido esa situación más desalentadora que en Argentina, sin discusión el país más avanzado de América Latina y el que, por lo mismo, a través de las pesadillas que ha vivido, ha puesto de manifiesto crudamente la dificultad que tiene la cultura hispanoamericana para superar su subdesarrollo político.
Durante unos años (digamos entre 1965 y 1975) pudimos abrigar la ilusión de que se habían moderado las pulsiones irracionales de nuestra sociedad, las cuales encontraron tanta satisfacción en todo cuanto está implícito en la Revolución Cubana y en la dictadura caudillista de Fidel Castro. Pero los sucesos de Nicaragua tienden a demostrar lo contrario. No me atrevo por lo tanto a ser optimista en cuanto a las posibilidades que tiene nuestra América de alcanzar, en un futuro cercano, una evolución política que pueda liberarla de la crisis permanente y del vaivén entre regímenes democráticos populistas, económicamente incompetentes y de tendencia suicida, por una parte, y, por otra parte, regímenes autoritarios, igualmente o más ineptos para la gestión económica, por lo menos en algunos casos (como pudo verse en el Perú), y, además, redobladamente represivos por las razones ya apuntadas. El muy peculiar “sistema mexicano” no es imitable, y menos cuando los mexicanos mismos, que lo produjeron, dan muestras de estar hastiados con él. Y persiste, desafortunadamente, en Latinoamérica, una fascinación de muchos dirigentes por Fidel Castro, bastante comparable a la de los conejos con la serpiente.
Casi sin excepción, los mejor dotados y más cultivados entre los intelectuales latinoamericanos (desde 1960, casi todos “de izquierda” y admiradores casi femeninos del macho Fidel Castro) continúan esquivando cuidadosamente la reflexión crítica profunda sobre nuestra sociedad, y persisten en dedicarse apasionadamente a la empresa contraria: reforzar la idea fija y paralizante de que todos los problemas de América Latina se deben a agentes externos, y que la solución (o el desquite) la encontraremos en la revolución. Así, por ejemplo, los economistas latinoamericanos han hecho una contribución desmedida a la teoría de la dependencia como explicación suficiente del subdesarrollo, sin preocuparse en lo más mínimo por el hecho de que, en relación con el país capitalista original, Inglaterra, todos los demás protagonistas del sistema capitalista, liberal, democrático, han sido competidores rezagados, cada uno en su momento, por lo mismo, tan “dependiente” como quien más, y todavía, ahora mismo, naciones como el Canadá y Nueva Zelanda, a las cuales, no sin razón, Argentina se consideraba superior, en todo, hace unos años todavía.
No es, pues, sorprendente que Fidel Castro y su revolución continúen teniendo en América Latina un prestigio por otra parte difícilmente comprensible para un observador no latinoamericano, aun de izquierda. Para éste, Castro aparece ya desenmascarado como un tirano típicamente latinoamericano, un caudillo más; su revolución, como un fracaso espantosamente costoso para el pueblo cubano y hasta para toda América Latina; su mayor contribución a los asuntos de nuestra época, los servicios que presta a los soviéticos, a quienes ha entregado la juventud cubana para que hicieran de ella, primero, un ejército desmesurado y, luego, una fuerza expedicionaria. Esta empresa tiene que haber sido concebida y haberla comenzado a realizar la URSS desde hace bastante tiempo, al menos desde 1965, justamente cuando se hizo aparente el fracaso de las teorías foquistas del Ché Guevara recogidas por Régis Debray en el famoso librito Revolución en la revolución. A partir de entonces, los rusos asumieron directamente la administración del recurso Cuba, el adiestramiento militar de la juventud cubana y su envío a todos los lugares del mundo, por remotos que sean, donde los rusos mismos serían vistos con recelo. Pero lo que puede parecerle a un observador no latinoamericano como algo vergonzoso para la nación cubana, y como una sangrienta vejación para su juventud, obligada a representar el papel de “senegaleses” del imperio soviético,3 significa en América Latina un prestigio suplementario para Fidel. Los latinoamericanos prosoviéticos, o, más generalmente, “de izquierda”, no son los únicos que no le han hecho críticas a Fidel sobre este asunto. Casi sin diferencia, también los socialdemócratas, los liberales y hasta los conservadores latinoamericanos (y, desde luego, muchos militares) sienten un orgullo secreto de “descolonizados” porque soldados de aquí, por primera vez en la historia, han puesto pie en África, el Magreb, Yemen, Vietnam, Afganistán, Camboya.
Cuando Fidel fue recibido en visita oficial a México, en mayo de 1979, el presidente López Portillo lo saludó en el aeropuerto como “uno de los hombres del siglo”. Esta hipérbole de López Portillo, sincera o hipócrita, presumiblemente lo ayudó ante la opinión pública de su país, lo cual podría hacernos temer que tal vez estemos los latinoamericanos menos cerca hoy que ayer de una adhesión existencial al proyecto democrático inscrito formalmente en las Constituciones y los Códigos de nuestras repúblicas desde la Independencia.

La democracia en Latinoamérica

Carlos Rangel, en este ensayo escrito entre 1979 y 1984, explica que "Las diferentes repúblicas latinoamericanas no han logrado restablecer un equilibrio institucional legítimo y duradero, en reemplazo del que fue destruido, junto con el Imperio Español, entre 1810 y 1824".
Carlos Rangel (1929-1988) fue un destacado periodista e intelectual venezolano y autor de Del buen salvaje al buen revolucionario (1976) y El tercermundismo (1986).
Este ensayo fue publicado originalmente en las revistas Vuelta (México) y Dissent (EE.UU.) y reproducido en Marx y los socialismos reales y otros ensayos (Monte Avila, 1988). Aquí puede descargar este ensayo en formato PDF.

Las diferentes repúblicas latinoamericanas no han logrado restablecer un equilibrio institucional legítimo y duradero, en reemplazo del que fue destruido, junto con el Imperio Español, entre 1810 y 1824. Aquella legitimidad y aquel equilibrio fueron desmantelados en nombre de la libertad y para establecer la democracia, según el modelo que ofrecían, desde 1776, los Estados Unidos. A partir de entonces, una multitud de constituciones y otros documentos políticos han ratificado esa aspiración, sin que los hechos hayan venido jamás a satisfacerla en forma convincente o duradera. En los últimos cincuenta años, México ha sido el único país latinoamericano que no ha tenido cambios de gobierno violentos, distintos a los previstos en las leyes y causados por guerras civiles o por golpes de estado militares. Entre nosotros, la paz y la democracia han sido rarezas frágiles; la tiranía o la guerra civil, las normas.


Estatismo y Libertad – Aplicando el Mensaje

por


Cuando se escribe sobre eventos recientes desde el punto de vista anarquista libertario, sea con un enfoque político, geo-político o incluso retorico, surge una dificultad:  Cada que los principales medios de comunicación y la blogosfera se enfocan en los problemas del estatismo, como es de esperarse, el debate se centra en soluciones estatistas. Hablando solo por mí, como un libertario anarquista, se vuelve muy difícil aplicar los principios libertarios al debate político promedio, especialmente cuando se trata de asuntos que solo ocurren en un mundo dominado por el estado, como podría ser la inmigración. Escribí éste artículo, discutiendo un viejo ensayo de Walter “no me digas Doctor” Block sobre la inmigración. Él muestra acertadamente que nuestras fronteras son arbitrarias y que sin ellas no hay tal cosa como inmigración o emigración, todo se vuelve simplemente migración.


Aceptar y escribir acerca de esa teoría, como creo que muchos anarquistas libertarios hacen, yo incluido, no se presta para una difusión productiva del mensaje de la Libertad. Hago ésta aseveración basándome en la evidencia de mi propia vida; yo fui traído al mensaje de la libertad gracias a aplicaciones bien meditadas de la teoría política libertaria con respecto a eventos actuales. El gran éxito de las campañas de concientización de Ron Paul está basado precisamente en su habilidad de hacer justo eso; aplicar la teoría libertaria a asuntos actuales. Creo que todos podemos estar de acuerdo en que funcionó, dejando la presidencia a un lado.
No estoy sugiriendo que los hombres y mujeres valientes y con buenos principios que incansablemente trabajan en difundir el mensaje de la libertad deberían hacer sus principios a un lado. Sin embargo si estoy sugiriendo que deberíamos juntar nuestras cabezas y trabajar para incorporar más teoría libertaria al “mainstream”. Como cualquier bloguero sabe, las visitas a los sitios suelen aumentar dramáticamente cuando éste método se pone en práctica. Las corrientes principales de Demócratas y Republicanos que podrían estar interesadas en teoría libertaria son más propensos a leer artículos que discutan asuntos que ellos consideran que son importantes, pero desde un punto de vista libertario.
Debemos ser honestos con nosotros mismos, hay muchos asuntos que los Demócratas y Republicanos de las corrientes principales (MD&Rs) consideran importantes que en realidad son solo farsas para distraerse de los asuntos que verdaderamente importan. Como anarquistas libertarios entendemos que el problema subyacente en la mayoría de estos asuntos es el estado mismo. Sin embargo, es improbable persuadir a los MD&Rs, basándose en la información recientemente filtrada del NSA, de abolir al estado completamente bajo la teoría de que todos los gobiernos son parasitarios y condenados a convertirse en tiranías. Sin embargo la posición del libertario minarquista sobre la secrecía del gobierno es más atractiva para cualquiera, incluyendo los MD&Rs. Esa postura siendo que: Un gobierno para y por la Gente no tiene derecho a tener cortes secretas, leyes secretas ni vigilancia sin límites sin una orden previa.
Un anarquista libertario no sacrifica sus principios promoviendo aplicaciones minarquistas libertarias al mundo estatista en que vivimos. Debemos pelear hacia la libertad, y salirnos de los debates políticos populares basándonos estrictamente en el anti-estatismo en su forma más pura no puede ayudar a difundir el mensaje de la libertad.
Muchos anarquistas libertarios probablemente responderán con un abrumador pesimismo que es difícil de resistir, y hasta hace poco yo me sentía de la misma forma;  “La idea de que el dominio del estado es tan agobiante que difundir el mensaje de la libertad en éste punto de la historia es inútil”.
Es ahora que he cambiado de perspectiva. Comprendo la apabullante sensación de temor al enfrentarse solo y de frente con el Leviatán. Hay muchos en el movimiento con deseos de dejar los Estados Unidos. Yo no soy uno de ellos. Me niego a permitir que un montón de criminales, que seguramente ni siquiera conocen mi ciudad, me expulsen fuera de las montañas donde nací y fui criado. Llámenle deseos de “hundirme con el barco”, y tendrán razón. Mientras tanto difundir el mensaje de la libertad es el equivalente a construir botes salvavidas. Si queremos escapar de éste naufragio que llamamos estado, debemos preparar esos botes salvavidas de libertad.

Estatismo y Libertad – Aplicando el Mensaje

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Cuando se escribe sobre eventos recientes desde el punto de vista anarquista libertario, sea con un enfoque político, geo-político o incluso retorico, surge una dificultad:  Cada que los principales medios de comunicación y la blogosfera se enfocan en los problemas del estatismo, como es de esperarse, el debate se centra en soluciones estatistas. Hablando solo por mí, como un libertario anarquista, se vuelve muy difícil aplicar los principios libertarios al debate político promedio, especialmente cuando se trata de asuntos que solo ocurren en un mundo dominado por el estado, como podría ser la inmigración. Escribí éste artículo, discutiendo un viejo ensayo de Walter “no me digas Doctor” Block sobre la inmigración. Él muestra acertadamente que nuestras fronteras son arbitrarias y que sin ellas no hay tal cosa como inmigración o emigración, todo se vuelve simplemente migración.

Thursday, July 14, 2016

El corrupto progresismo

Roberto Cachanosky explica que el problema no es el gobierno de turno, sino un Estado progresista es un caldo de cultivo para la corrupción.

Roberto Cachanosky es Profesor titular de Economía Aplicada en el Master de Economía y Administración de ESEADE, profesor titular de Teoría Macroeconómica en el Master de Economía y Administración de CEYCE, y Columnista de temas económicos en el diario La Nación (Argentina).
Seguramente los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández pasarán a la historia como uno de los más corruptos de la historia argentina. Es puro verso eso de que con Néstor hubiese sido diferente. Néstor Kirchner fue el que armó toda la arquitectura para transformar el aparato estatal en un sistema de represión y persecución de quienes pensaban diferentes, y también construyó un sistema de corrupción como nunca se había visto, al menos en la Argentina contemporánea.
Si algo tenemos que aprender los argentinos de estos 12 oprobiosos años de kirchnerismo, es a desconfiar de todos aquellos que prometan utilizar el estado para implementar planes “sociales”, y regular la economía en beneficio de la sociedad.



Tampoco es casualidad que el gasto público haya llegado a niveles récord. El gasto público fue la fuente de corrupción que permitió implementar el latrocinio más grande que pueda recordarse de la historia económica para que unos pocos jerarcas "k" engrosaran guarangamente sus bolsillos al tiempo que hundían a la población en uno de los períodos de pobreza más profundos.
Con el argumento de la solidaridad social se lograron varios objetivos simultáneamente: (1) Manejar un monumental presupuesto “social” que dio lugar a los más variados actos de corrupción (sueños compartidos, Milagro Sala, etc.). (2) Crear una gran base de clientelismo político para asegurarse un piso de votos. O me votás o perdés el subsidio. Como la democracia se transformó en una carrera populista, el reparto de subsidios sociales se transformó en una base electoral importante. (3) Crear millones de puestos de “trabajo” a nivel nacional, provincial y municipal para tener otra base de votos cautivos. O me votas o perdés el trabajo. Finalmente, (4) una economía hiper regulada por la cual para poder realizar cualquier actividad el estado exige infinidad de formularios y aprobaciones de diferentes departamentos estatales. Estas regulaciones no tienen como función defender al consumidor como suele decirse, sino que el objetivo es poner barreras burocráticas a los que producen para forzarlos a pagar coimas para poder seguir avanzando produciendo. Un ejercicio al respecto lo hizo hace años Hernando de Soto, en Perú y se plasmó en el libro El otro sendero. La idea era ver cómo la burocracia peruana iba frenando toda iniciativa privada con el fin de coimear.
Manejar miles de millones de dólares en gasto público, encima manejarlos bajo la ley de emergencia económica que permite reasignar partidas presupuestarias por Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) sin que se discuta en el Congreso el uso de los fondos públicos, es el camino perfecto para disponer de abundantes fondos para el enriquecimiento ilícito.
La clave de todo el proceso de corrupción pasa, por un lado, por denostar la libre iniciativa privada y enaltecer a los “iluminados” políticos y burócratas que dicen saber elegir mejor que la misma gente qué le conviene a cada uno de nosotros. Ellos son seres superiores que tienen que decidir por nosotros.
Establecida esa supuesta superioridad del burócrata y del político en términos de qué, cuánto y a qué precios hay que producir y establecida la “superioridad” moral de los políticos sobre el resto de los humanos auto otorgándose el monopolio de la benevolencia, se arma el combo perfecto para regular la economía y coimear, llevar el gasto público con sentido progresista hasta niveles insospechados para construir el clientelismo político y la correspondiente caja y corrupción.
Quienes de buena fe dicen aplicar política progresistas no advierten que ese supuesto progresismo es el uso indiscriminado de fondos públicos que dan lugar a todo tipo de actos de corrupción. En el fondo es como si dijeran: no es malo el modelo kirchnerista, el problema no son las políticas sociales que aplicaron, que son buenas, sino que ellos son corruptos. Esto limita el debate a simplemente decir: el país no funciona porque los kirchneristas son corruptos y nosotros somos honestos.
Mi punto es que el debate no pasa por decir, ellos son malos y nosotros somos buenos, por lo tanto, haciendo lo mismo, nosotros vamos a tener éxito y ellos no porque nosotros somos honestos. El debate pasa por mostrar que el progresismo no solo es ineficiente como manera de administrar y construir un país, sino que además crea todas las condiciones necesarias para construir grandes bolsones de corrupción. El progresismo es el caldo de cultivo para la corrupción.
Por eso no me convence el argumento que el cambio viene con una mejor administración. Eso podría ocurrir si tuviésemos un estado que utiliza el monopolio de la fuerza solo para defender el derecho a la vida, la libertad y la propiedad. En ese caso, solo habría que administrar unos pocos recursos para cumplir con las funciones básicas del estado.
Ahora si el estado va usar el monopolio de la fuerza para redistribuir compulsivamente los ingresos, para declarar arbitrariamente ganadores y perdedores en la economía y para manejar monumentales presupuestos, entonces caemos en el error de creer que alguien puede administrar eficientemente un sistema corrupto e ineficiente.
En síntesis, el verdadero cambio no consiste en administrar mejor un sistema ineficiente y corrupto. El verdadero cambio pasa por terminar con ese “progresismo” con sentido “social” que es corrupto por definición y ensayar con la libertad, que al limitar el poder del estado, limita el campo de corrupción en el que pueden incurrir los políticos. Además de ser superior en términos de crecimiento económico, distribución el ingreso y calidad de vida de la población.

El corrupto progresismo

Roberto Cachanosky explica que el problema no es el gobierno de turno, sino un Estado progresista es un caldo de cultivo para la corrupción.

Roberto Cachanosky es Profesor titular de Economía Aplicada en el Master de Economía y Administración de ESEADE, profesor titular de Teoría Macroeconómica en el Master de Economía y Administración de CEYCE, y Columnista de temas económicos en el diario La Nación (Argentina).
Seguramente los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández pasarán a la historia como uno de los más corruptos de la historia argentina. Es puro verso eso de que con Néstor hubiese sido diferente. Néstor Kirchner fue el que armó toda la arquitectura para transformar el aparato estatal en un sistema de represión y persecución de quienes pensaban diferentes, y también construyó un sistema de corrupción como nunca se había visto, al menos en la Argentina contemporánea.
Si algo tenemos que aprender los argentinos de estos 12 oprobiosos años de kirchnerismo, es a desconfiar de todos aquellos que prometan utilizar el estado para implementar planes “sociales”, y regular la economía en beneficio de la sociedad.


Saturday, July 2, 2016

Negociar la ley

Macario Schettino dice que América Latina es un continente que no vivió la modernización y que aún a muchos países dentro de la región, como a México, les cuesta establecer el Imperio de la Ley.

Macario Schettino es profesor de la División de Humanidades y Ciencias Sociales del Tecnológico de Monterrey, en la ciudad de México y colaborador editorial y financiero de El Universal (México).
Para los que tenían dudas, el asunto de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) en Oaxaca es muy ilustrativo. Frente a un grupo que bloquea autopistas y refinerías, hay un grupo no menor de personas que pide una mesa de negociación y diálogo. Argumentan que el diálogo es la base de la democracia y que quien se niega a ello, por lo mismo, no es demócrata. Me imagino que si entramos al detalle en la discusión, acabarán aceptando que las leyes, o las reglas en general, no son un tema de la democracia sino de la república, y que se puede ser demócrata sin ser republicano, como lo han sido, sigo imaginando, del otro lado de la Cortina de Hierro, o en Cuba o Venezuela. A lo mejor encuentran algún otro ejemplo.



Permítame regresar a mi interpretación de lo que nos ocurre. Somos un continente, América Latina, que no vivió la modernización. Como parte del Imperio Español, fuimos enemigos de la Reforma Protestante y de la revolución de los Países Bajos en el siglo XVI, los padres de la modernidad. Para el siglo XIX, cuando Napoleón diseminó las ideas de la Revolución Francesa (libertad, igualdad, fraternidad) por toda Europa, nosotros mejor nos independizamos para evitar que esas ideas exóticas llegaran por acá. Las élites que independizaron América Latina cosecharon su esfuerzo a partir de 1870, cuando la primera globalización produjo el enriquecimiento de Europa, y de las élites latinoamericanas, y de nadie más. De ahí nos viene ser el continente más desigual del mundo, todavía hoy.
Esas élites promovieron un pensamiento conservador, que tuvo en José Enrique Rodó a uno de sus principales promotores. En su “Ariel”, publicado al inicio del siglo XX, ponía a América Latina como el último baluarte de la cultura tradicional, grecorromana y cristiana, frente al bárbaro anglosajón. De ese conservadurismo abrevaron los extremos latinoamericanos, ambos populistas: el izquierdismo de Cárdenas, el derechismo de Perón.
Precisamente por no salir de esa visión premoderna, el tema de la ley se nos complica tanto. A unos más que a otros, como siempre. Las naciones en las que menos existió el Imperio Español pudieron construir un sistema de gobierno conservador, pero respetuoso de la ley (Argentina, Chile, Uruguay). En donde más pesó España, no hemos podido establecer el imperio de la ley. Menos en México, en donde el régimen de la Revolución hizo de la ilegalidad una virtud: la negociación.
Me parece que muchas personas no entienden que el origen de la corrupción es el mismo que el del populismo, que detrás de la negociación por un trámite, un contrato, o un puesto público, está exactamente el mismo proceso que detrás del diálogo con los inconformes. Que hace el mismo daño a la sociedad un gobernante abusivo como Duarte, en Veracruz, o Borge, en Quintana Roo, forzando la ley para esconder sus trapacerías, que un movimiento como la CNTE, en Oaxaca, forzándola para mantener sus prebendas.
La dificultad de entender que se trata del mismo fenómeno, con caras diferentes, refleja la incapacidad de ver cómo los enemigos del liberalismo, desde el siglo XVIII, han sido responsables de las peores matanzas, y de los peores resultados económicos. Igual de antiliberales fueron los nacionalistas de derecha (Hitler, Mussolini, Franco) que los comunistas (Stalin, Mao, Pol Pot). El mismo daño económico causaron en América Latina populistas de derecha, como Perón, que de izquierda, como Echeverría. La misma tragedia hermana a Fidel Castro y a Augusto Pinochet.
Pero, en la retórica medieval, argumentamos que hay unos que tienen razón, y otros no. Que hay guerras justas y que la justicia es más importante que la ley. En eso estamos.