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Wednesday, October 12, 2016

Argentina: El problema no es solo el déficit fiscal. Es el gasto público

Por Roberto Cachanosky

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A esta altura del partido todo parece indicar que el gobierno no tiene ninguna intención de bajar el gasto público. Tanto las declaraciones  de Prat Gay como de Francisco Cabrera al respecto, reflejan una clara decisión de mantener un estado sobredimensionado, aunque ellos consideran que pueden administrar ese sobredimensionamiento en forma eficiente. Puesto en otras palabras, intentar hacer eficiente lo innecesariamente grande no parece tener mucho sentido, sin embargo ese parece ser el objetivo.


Evidentemente Cambiemos no se ha planteado seriamente cuál es la función que tiene que tener el estado. ¿Tiene que ser un estado que deje desarrollar la capacidad de innovación de la gente o esa capacidad de innovación solo queda reservada a unos pocos burócratas iluminados que decidirán por el resto de los 44 millones de habitantes?
¿Debe el estado cumplir la función de repartir planes sociales a diestra y siniestra o la solidaridad es un acto voluntario de cada persona en forma privada?
¿Tienen los funcionarios un don especial que los hace más solidarios que el resto de la población y por lo tanto es necesario un estado que supla el egoísmo que supuestamente tendría cada uno de los habitantes con la benevolencia que solo tendrían los burócratas solo por estar en el estado?
¿Debe el gobierno financiar películas de cine o esa actividad es privada y, en consecuencia, hacer una película de cine es un negocio como cualquier otro que tiene que ser financiado con los recursos de quienes desarrollan esa actividad como ocurre con el resto de las actividades?
¿Tiene el gobierno que encargarse del transporte aéreo de pasajeros o esa es función del sector privado?
Si la idea es seguir con un estado sobredimensionado repartiendo subsidios, siendo empresario, regulando la economía y dando proteccionismo, entonces tiene lógica intentar hacer eficiente lo que está sobredimensionado y sobra. Aunque dudo que vayan a obtener resultados diferentes a todos los que tuvimos en décadas de un estado elefantiásico. Y dudo que vaya a haber resultados diferentes porque no hay argumentos que puedan explicar porque el burócrata va a gastar más eficientemente los recursos que genera el sector privado. Si yo genero una riqueza de 100, ¿qué razón hay para pensar que el burócrata va a gastar mis 100 mejor que yo? ¿Qué información tiene el burócrata que yo no tengo para saber qué me conviene comprar o dejar de comprar? ¿Acaso conoce el valor que yo le otorgo a las cosas? ¿No se enteraron los funcionarios públicos que el valor que la gente le otorga a los bienes y servicios, es subjetivo?
Un estado sobredimensionado es sinónimo de un estado autoritario, saqueador y con bolsones de corrupción.
Pero hay otro punto a debatir. ¿El problema es el déficit fiscal o el nivele gasto público? Personalmente prefiero un déficit fiscal del 3% del PBI con un gasto público del 25% del PBI, que equilibrio fiscal con un gasto público del 48% del PBI. La razón es que no interesa solamente el nivel del déficit sino la cantidad de recursos que el estado le quita al sector privado para gastar. La contracara del gasto público es, en el largo plazo, la presión tributaria.
Si los ministros del gobierno dicen que no hay que bajar el gasto público, lo que hay que mirar es la contracara del gasto. ¿Cómo se financia el gasto?
En primer lugar con impuestos. Si el gobierno no quiere bajar el gasto, la presión impositiva seguirá asfixiando al sector privado, quitándole capacidad de consumo y ahuyentando las inversiones. Con esta carga tributaria no luce probable que vaya a haber el tsunami de inversiones como espera el gobierno.
En segundo lugar el gobierno puede financiarse con deuda interna. Es decir colocando deuda en el mercado doméstico. Con esa medida lo que logra es desplazar al sector privado del mercado crediticio, ya sea para consumo o para inversión, y por lo tanto contrae la actividad económica. La expande por el gasto y la contrae por el menor acceso del sector privado al mercado crediticio. Pero además acentúa el problema fiscal porque a mayor nivel de deuda más intereses a pagar y más gasto público.
En tercer lugar puede recurrir a la colocación de deuda externa, es decir, pedir prestado en el exterior. En el corto plazo el gasto público financiado con deuda externa puede reactivar la economía porque el estado consume sin quitarles recursos a los contribuyentes. En el largo plazo, cuando hay que pagar los intereses, nuevamente aumenta la carga tributaria o se termina en un default como ya es tradicional en Argentina.
En cuarto lugar puede financiarse el gasto con emisión monetaria, lo que significa acelerar el proceso inflacionario y conducir a una crisis social y económica. Con la experiencia inflacionaria que tenemos creo que no hace falta que me explaye en el tema.
En cualquiera de los cuatro casos, siempre se termina en una crisis económica, por lo tanto, decir que quieren hacer eficiente un gasto público sobredimensionado es no haber aprendido nada de nuestra historia económica contemporánea repleta de procesos inflacionarios agudos, hiperinflación, defaults y confiscaciones de activos.
Mucho menos lógico luce decir que en este momento de recesión no hay libro que indique bajar el gasto público. Una baja del gasto público tiene como inmediata contrapartida la reducción del impuesto inflacionario, de la carga tributaria o del desplazamiento del sector privado del mercado crediticio. Lo que se contrae de actividad por el menor gasto estatal se expande por el lado de la mayor demanda del sector privado. Es un juego de suma cero pero con una más eficiente asignación de recursos si los burócratas dejan de gastar y le devuelven ese poder de compra al contribuyente. Yo voy a asignar más eficientemente mis recursos que si los asigna un funcionario público.
Obviamente, en el corto plazo siempre cabe la posibilidad de seguir tomando deuda externa y esquivar transitoriamente la baja del gasto. Pero esa es una película mil veces vista que ya sabemos de memoria cómo termina.

Argentina: El problema no es solo el déficit fiscal. Es el gasto público

Por Roberto Cachanosky

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A esta altura del partido todo parece indicar que el gobierno no tiene ninguna intención de bajar el gasto público. Tanto las declaraciones  de Prat Gay como de Francisco Cabrera al respecto, reflejan una clara decisión de mantener un estado sobredimensionado, aunque ellos consideran que pueden administrar ese sobredimensionamiento en forma eficiente. Puesto en otras palabras, intentar hacer eficiente lo innecesariamente grande no parece tener mucho sentido, sin embargo ese parece ser el objetivo.

Monday, October 10, 2016

El problema de volver a tomar deuda

Adrián Ravier indica que aunque el gobierno de Macri abordó el desequilibrio cambiario y monetario, este se ha negado a abordar el déficit fiscal volviendo a tomar deuda.

Adrián Ravier es Doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid y profesor de Macroeconomía en la Universidad Francisco Marroquín.
La herencia kirchnerista se resumió en tres grandes desequilibrios en el campo fiscal, monetario y cambiario. El macrismo intentó avanzar en resolver los dos últimos, pero ha postergado avanzar en el primero. La razón posiblemente se entienda en el impacto que resolver estas cuestiones tiene en la opinión pública. Mientras comprar dólares libremente (tanto para ahorro como para la compra de insumos) o bajar la inflación son aspectos deseables por el colectivo de la sociedad, la baja del déficit fiscal genera —en el corto plazo— desempleo y caída del consumo.



El macrismo optó, entonces, por postergar la baja del déficit y, en su lugar, cambia la forma de financiarlo, esto es, tomando deuda interna y externa. El conflicto con los holdouts tuvo una rápida resolución, tanto por la necesidad interna como por la voluntad externa. Y el acceso al crédito externo hoy está a la orden del día, una medida que ayuda en esta difícil transición.
Sin embargo, tomar deuda tiene también sus consecuencias. Es cierto que en lo inmediato la entrada de estos capitales puede contribuir a resolver el problema de la inflación, al tiempo que evita una caída inmediata en el consumo. Pero el desequilibrio fiscal sigue allí, en los microfundamentos de la economía argentina, el que puede ocultarse con un manto de deuda, pero que pronto saldrá a la luz con la misma fuerza de siempre.
El primer problema de la deuda es moral. El macrismo está apostando a un mayor consumo presente que el que sería posible sin este financiamiento, a costa de los ingresos de contribuyentes futuros que ni siquiera votaron por este Gobierno que adquiere la deuda.
El segundo problema es económico, y en la literatura económica lo han bautizado como el efecto crowding out o efecto desplazamiento hacia la actividad privada. Cuando el Gobierno toma crédito local e internacional, absorbe como una aspiradora esa liquidez que los ahorristas ofrecen, reduce el crédito, encarece y obliga a consumidores y empresas privadas a pagar tasas más elevadas por los préstamos que adquieren.
El Gobierno parece mostrar por momentos una retórica a favor del mercado y contraria al Estado de bienestar, pero en la práctica insiste en mantener el Estado elefante, desplaza las posibilidades del mercado de contribuir a desarrollar una industria competitiva, insertada en el mundo y creadora de empleo.
Los economistas nos dividimos hoy entre optimistas y pesimistas. Los primeros creen que este déficit fiscal será atacado con rapidez una vez que el blanqueo reactive la economía y mejore la recaudación fiscal, tras lo cual puede ser más fácil emprender el postergado ajuste. Los segundos creen que este déficit fiscal no será atacado en este Gobierno, y que este cambio en la fuente de financiamiento nos acompañará a lo largo de todo el período, con las mencionadas consecuencias.
Recordemos que el impacto del blanqueo es de una sola vez y que si bien puede ayudar como shock de confianza, cuando la marea pase, el desequilibrio fiscal seguirá allí, esperando que por fin alguien se decida a atacarlo.

El problema de volver a tomar deuda

Adrián Ravier indica que aunque el gobierno de Macri abordó el desequilibrio cambiario y monetario, este se ha negado a abordar el déficit fiscal volviendo a tomar deuda.

Adrián Ravier es Doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid y profesor de Macroeconomía en la Universidad Francisco Marroquín.
La herencia kirchnerista se resumió en tres grandes desequilibrios en el campo fiscal, monetario y cambiario. El macrismo intentó avanzar en resolver los dos últimos, pero ha postergado avanzar en el primero. La razón posiblemente se entienda en el impacto que resolver estas cuestiones tiene en la opinión pública. Mientras comprar dólares libremente (tanto para ahorro como para la compra de insumos) o bajar la inflación son aspectos deseables por el colectivo de la sociedad, la baja del déficit fiscal genera —en el corto plazo— desempleo y caída del consumo.


Hacia la crisis boliviana: el problema nunca fue el petróleo

Mauricio Ríos García dice que las crisis se gestan en los periodos de auge, que no se deben simplemente a factores como la caída del precio del petróleo y que en el caso de Bolivia la desaceleración se inició en 2013.

Mauricio Ríos García es economista y autor de La década perdida de Occidente (Unión Editorial, Madrid 2015).
Para algunos es necesario que todo tenga que volar por los aires para convencerse de que la economía de Bolivia está en serios problemas, y son exactamente del tipo que han tenido que enfrentar todas las economías del Socialismo del Siglo XXI, Venezuela, Argentina, Brasil y ahora también Ecuador.
Hace poco me preguntaron cuándo se considera que una economía está en crisis. Respondí que cuando ha habido mala asignación de recursos. Esto significa que, contrariamente a lo que sostiene el pensamiento económico convencional, las crisis económicas en realidad se generan durante la etapa de un auge ficticio, que se ha creado en base a una ilusión de riqueza, y no cuando llega la recesión.
Los problemas de la economía de Bolivia no tienen que ver con extractivismo, ni con enfermedades holandesas ni con maldiciones de recursos naturales, sino con mala asignación de recursos.



Por un lado los gobiernos que se apropian de los principales negocios del país, y destinan una parte de esos recursos deliberadamente y con criterios de permanencia en el poder, y no en el mercado mediante los mecanismos propios de asignación que tiene cualquier economía, como la competencia, el libre mecanismo de precios, las tasas de interés, la moneda, etc. que son los que impiden que se realicen proyectos a pérdida o con el cómodo respaldo de más rentas de hidrocarburos, o de la propia capacidad de generación de riqueza de su ciudadanía, es decir, mediante emisión de deuda, incremento de impuestos e inflación. No hay cálculos sobre lo que la mala asignación de recursos y la consecuente pérdida de muchos de los proyectos estatales constituyen, pero cualquier capacidad extraordinaria de imaginación podría ayudar.
Y por otro lado, el problema tiene que ver también con que muchos en el sector privado han sido privilegiados directos de los proyectos estatales mediante contrato directo, sobre todo los vinculados con grandes infraestructuras, pero quienes no han tenido ni han querido tener un vínculo directo con él, al final también han sido afectados. A lo largo de los años, al haber ido nacionalizando la moneda, eliminando la independencia e institucionalidad del Banco Central, manipulado el cálculo de la inflación, modificado el sistema bancario y financiero, y manipulado sus principales instrumentos de intermediación, entre varios otros, se le ha dicho al conjunto de la población que la economía cuenta con una cantidad de recursos a ser consumidos, y sobre todo invertidos, mucho mayor a la que realmente existe, se los ha inducido a correr mayores riesgos que los que han calculado en un principio, y han asignado muchos de esos recursos por error en proyectos que probablemente no responden a una demanda real efectiva de mercado.
Lógicamente, mientras en niveles agregados todos estos proyectos públicos y privados se encontraban en sus etapas iniciales, los datos respaldaban el cumplimiento de toda promesa política imaginable, cualquier inversión parecía rentable por alocada que pareciera, pero más tarde, cuando el mercado empezó a detectar los proyectos de menor calidad o que no pueden ser terminados, y que por tanto deben ser liquidados, empezó la desaceleración, el inicio de la corrección.
Dicha corrección ya es suficientemente problemática por cuanto se la trate de evitar. Todos los proyectos estatales financiados con rentas de hidrocarburos, como los privados inducidos a través de la forzosa y alocada facilidad del crédito, constituyen una mala asignación de recursos monumental, que ha terminado provocando un descalce de plazos financieros primero, y de descoordinación del aparato real productivo después, que no podrá ser solucionado de inmediato ni con parches, sino con un auténtico y doloroso giro estructural de 180 grados.
Es cierto que la caída petrolera es un factor inapelable, pero es un factor agravante y no un factor causante de la crisis. Esto es lo que ha sucedido con Chávez y Maduro, Kirchner y Fernández, Lula y Rousseff, y ahora también Correa. Sus economías, con estructuras muy similares a la boliviana, entraron iniciaron la etapa de corrección mucho antes de la caída de los precios de materias primas en 2014; Bolivia inició su desaceleración ya en 2013.
Si no se quiere repetir tanto error habrá que reconocer cuanto antes que estos problemas no provienen de un simple devenir de la naturaleza, sino por un diseño económico estructural propio, cortoplacista, mucho más riesgos de lo que parece e impuesto a mansalva; por la construcción de una estructura económica que no le permite a la gente adaptarse a la realidad, un modelo que a estas alturas tendría que haber convertido al país en una nueva Suiza, una nueva Alemania, una potencia económica continental, un nuevo Chile hasta 2025, el gas boliviano tenía que haber empezado a convertirse en la alternativa al gas ruso en Europa, y por si fuera poco, que tenía que resistir los avatares de la economía global y la mentada crisis terminal del capitalismo.

Hacia la crisis boliviana: el problema nunca fue el petróleo

Mauricio Ríos García dice que las crisis se gestan en los periodos de auge, que no se deben simplemente a factores como la caída del precio del petróleo y que en el caso de Bolivia la desaceleración se inició en 2013.

Mauricio Ríos García es economista y autor de La década perdida de Occidente (Unión Editorial, Madrid 2015).
Para algunos es necesario que todo tenga que volar por los aires para convencerse de que la economía de Bolivia está en serios problemas, y son exactamente del tipo que han tenido que enfrentar todas las economías del Socialismo del Siglo XXI, Venezuela, Argentina, Brasil y ahora también Ecuador.
Hace poco me preguntaron cuándo se considera que una economía está en crisis. Respondí que cuando ha habido mala asignación de recursos. Esto significa que, contrariamente a lo que sostiene el pensamiento económico convencional, las crisis económicas en realidad se generan durante la etapa de un auge ficticio, que se ha creado en base a una ilusión de riqueza, y no cuando llega la recesión.
Los problemas de la economía de Bolivia no tienen que ver con extractivismo, ni con enfermedades holandesas ni con maldiciones de recursos naturales, sino con mala asignación de recursos.


Tuesday, September 20, 2016

El problema de la democracia: Maslow frente a Hoppe


 
[Extraído del Capítulo 24 de Property, Freedom, and Society: Essays in Honor of Hans-Hermann Hoppe]
H.L. Mencken describía a los políticos como “hombres que, en un momento u otro, han comprometido su honor, ya sea tragándose sus convicciones o gritando de alegría por algo que creen que no es cierto”.[1] “En él permanece la vanidad”, escribía Mencken, “pero no el orgullo”.[2]
El “sabio de Baltimore” entendía correctamente que para ser elegido y seguir siendo elegido en la política estadounidense para cualquier cargo a tiempo completo hace falta suspender cualquier ética o buen sentido que pueda poseer una persona. Incluso quienes empiezan sus carreras políticas con las mejores intenciones y tienen capacidades medibles que les harían tener éxito en cualquier campo pronto se dan cuenta de que las habilidades requeridas para tener éxito en política no son las requeridas fuera de la política.



Lew Rockwell explica que, mientras que la competencia en el mercado mejora la calidad, la competencia en política hace exactamente lo opuesto:
Las únicas mejoras tienen lugar en el proceso de hacer cosas malas: mentir, engañar, manipular, robar y matar. El precio de los servicios políticos aumenta constantemente, ya sea en dólares fiscales pagados o en sobornos para protección (también conocidos como contribuciones de campaña). No hay obsolescencia, ni planeada, ni de ningún tipo. Y, como es conocido que argumentó Hayek, en política, los peores llegan a lo más alto. Y no hay responsabilidad: cuanto más alto es el cargo, más puede evitar un persona responder por actividades criminales.[3]
Así que esto convierte en “una imposibilidad psíquica para un caballero tener algún cargo bajo la Unión Federal”, escribía Mencken.[4] La democracia hace posible que el demagogo inflame la infantil imaginación de las masas “en virtud de su talento para la tontería”.[5] El rey puede hacer lo mismo en una monarquía, pero solo en virtud de su nacimiento.
Esto contrasta enormemente con el orden natural, como explica Hans-Hermann Hoppe en su obra monumental, Democracy: The God that Failed, en el que “propiedad privada, producción intercambio voluntario son las fuentes últimas de la civilización humana”.[6] Este orden natural, señala Hoppe, debe mantenerlo una élite natural, que llegaría a estos puestos de “autoridad natural”, no por elecciones, como en el caso de una democracia, o por nacimiento, como en el caso de una monarquía, sino por sus “logros superiores de riqueza, sabiduría, valentía o una combinación de todas ellas”.[7] Es exactamente lo contrario de lo que Mencken y Rockwell describen como una característica de la democracia.
Por el contrario, la democracia da a cualquiera la oportunidad de considerar a la política como una carrera. No hay necesidad de que las masas reconozcan a una persona como “sabia” o “exitosa”, como requeriría el orden natural de Hoppe. Tampoco hace falta haber nacido en la familia gobernante, como pasa en la monarquía. Como dijo una vez el gran humorista estadounidense Bob Hope, que en realidad había nacido en Inglaterra: “Dejé Inglaterra con cuatro años, cuando descubrí que no podía ser rey”. Tal vez porque sabe que nunca podrá tener el trabajo del príncipe Carlos, Sir Richard Branson (hecho caballero por “servicios a la empresa”) sigue en los negocios y parece ser que posee 360 empresas.
Pero, como explica Hoppe, las democracia se han extendido y desde la Primera Guerra Mundial se ha considerado como la única forma legítima del gobierno. A su vez, muchas personas que han tenido éxito en otros ámbitos se presentan a cargos políticos o se están haciendo políticamente activas. Por ejemplo, cada vez más millonarios se suman a la arena política. Mientras que los magnates de la generación anterior mantenía su privacidad y solían desear el aislamiento, líderes actuales de la industria como Ross Perot, Michael Bloomberg y Jon Corzine se están presentando a cargos públicos.
Y aunque Warren Buffett, Bill Gates y George Soros no hayan buscado cargos públicos personalmente, gastan millones de dólares en contribuciones políticas y se ven cómo tratan de influir en los debates públicos sobre asuntos políticos, cuando evidentemente su tiempo se gastaría de una manera más productiva (tanto suyo como de todos los demás) en otros empeños creadores de riqueza. Además, un cuarto de todos los miembros de la Cámara de Representantes y un tercio de los miembros del Senado son millonarios.[8]
Puede que haya políticos que busquen cargos públicos por el dinero, pero muchos de dichos cargos electos ya son ricos para los patrones de la mayoría la gente. ¿Qué hace que los ricos y exitosos quieran tener un cargo? ¿Es que, como describe Charles Derber en  The Pursuit of Attention: Power and Ego in Everyday Life, los políticos desde “César y Napoleón se han guiado por sus egos arrogantes y un hambre insaciable de adulación pública”?[9]
La obra del psicólogo Abraham Maslow  puede proporcionar una respuesta a por qué incluso empresarios de éxito optarían a un cargo público. Maslow es famoso por su teoría de la “jerarquía de necesidades”, que se enseña en la mayoría de las clases de dirección de empresa de las universidades estadounidenses.
La teoría generalmente se presenta visualmente una pirámide, con las necesidades humanas más bajas o más básicas (las necesidades fisiológicas) mostradas como una capa a lo largo de la base de la pirámide. La opinión de Maslow era que las necesidades humanas básicas (sed, hambre, respiración) deben satisfacerse antes de que los humanos puedan lograr o preocuparse por cualquier otra cosa. La siguiente franja de la pirámide, mostrada encima de la necesidad fisiológica, es la necesidad de seguridad. Después de satisfacer hambre y sed, a los humanos les preocupa su supervivencia continua. Si un hombre está constantemente preocupado por que le coma un tigre, no le preocupan muchas más cosas.
La siguiente capa representada en la pirámide de Maslow es la necesidad de afiliación, que se encuentra inmediatamente por encima de la necesidad de seguridad. Después de la satisfacción de las dos necesidades inferiores (fisiológica y de seguridad), una persona busca amor, amistad, compañía y comunidad. Una vez se satisface esta necesidad, según Maslow, los seres humanos buscan reconocimiento. Estas primeras cuatro necesidades se consideran necesidades de déficit. Si le faltan a una persona, hay una motivación para cubrir esa necesidad. Una vez se cubre la necesidad concreta, la motivación desaparece. Esto hace de estas necesidades diferentes de la que está en lo alto de la pirámide de Maslow, la necesidad de autorrealización. La necesidad de autorrealización no se satisface nunca y Maslow se refiere a ella como una necesidad del ser: sé todo lo que puedas ser.
Así que los seres humanos luchan continuamente por satisfacer sus necesidades y, a medida que se satisfacen más necesidades básicas, los seres humanos suben por la pirámide, por decirlo así, para satisfacer necesidades de nivel superior. Por supuesto distinto seres humanos alcanzan distintos niveles y, en opinión de Maslow, sólo un 2% de seres humanos llega a la autorrealización.
Maslow estudió algunas personas famosas junto con una docena de tipos no tan famosos y desarrolló algunos trazos de personalidad que eran propios de las personas a las que juzgaba en fase de autorrealización. Aparte de ser creativos e inventivos, los autorrealizantes tenían una ética fuerte, se reían de sí mismos, mostraban humildad y respeto por otros y resistencia a la endoculturación y disfrutaban de la autonomía y la soledad en lugar de las relaciones superficiales con muchas personas. Creen que los fines no justifican necesariamente los medios y que los medios pueden ser fines en sí mismos.
Se ve fácilmente que los autorrealizantes de Maslow no tienen nada en común con los políticos en la democracia, pero se ajustan bastante al perfil que describe Hoppe de la élite natural que lideraría un orden natural.
Pero un paso por debajo de lo alto de la pirámide de la jerarquía de necesidades está la necesidad de reconocimiento. Maslow describía dos tipos de reconocimiento necesarios, según un experto en Maslow, el Dr. C. George Boeree: una necesidad de reconocimiento inferior y otra superior. Y mientras que la forma superior de reconocimiento requiere atributos saludables como libertad, independencia, confianza y éxito, la forma inferior “es la necesidad de respeto de otros, la necesidad de status, fama, gloria, reconocimiento, atención, reputación, apreciación, dignidad, incluso dominio”.
“La versión negativa de estas necesidades es una baja autoestima y un complejo de inferioridad”, describe el Dr. Boeree. Maslow creía que [Alfred] Adler había descubierto realmente algo cuando propuso que esto estaba en la raíz de muchos, si no todos, nuestros problemas psicológicos”.[10]
Ahora vemos las cualidades mostradas por prácticamente todos los políticos en la democracia: la necesidad constante de status y reconocimiento. Los fines (compensar un complejo de inferioridad), justifican cualquier medio maquiavélico.
Como la democracia está abierta a cualquiera que pueda ser elegido (ya sea mediante relaciones, personalidad o riqueza personal) es un sistema social en el que los puestos de liderazgo se convierten en caldo de cultivo para sociópatas. El hombre autorrealizante de Maslow no tendría interés por la política. Pero los que se encuentran con la necesidad de reconocimiento se ven atraídos como moscas a la miel.
Con el liderazgo en manos tan disfuncionales, no resulta sorprendente. “En comparación con el siglo XIX, la pericia cognitiva de las élites políticas e intelectuales y la calidad de la educación pública han disminuido”, escribe Hoppe en Democracy.[11] “Y las tasas de delincuencia, desempleo estructural, dependencia de la ayuda social, parasitismo, negligencia, imprudencia, falta de civismo, psicopatía y hedonismo han aumentado”.[12]
Así que, aunque el electorado se dé cuenta de que está eligiendo, en el mejor de los casos, incompetentes y, en el peor, bandidos, el lema constante e ingenuo a favor de la democracia es que “basta con que elijamos a las personas correctas”.
Pero las personas correctas no se presentan (ni se presentarán) para cargos públicos. En su lugar, continuaremos teniendo “ legislador estadounidense medio [que] no sólo es un burro”, como escribía Mencken, “ sino también un tipo oblicuo, siniestro, depravado y bribón”.[13]

El problema de la democracia: Maslow frente a Hoppe


 
[Extraído del Capítulo 24 de Property, Freedom, and Society: Essays in Honor of Hans-Hermann Hoppe]
H.L. Mencken describía a los políticos como “hombres que, en un momento u otro, han comprometido su honor, ya sea tragándose sus convicciones o gritando de alegría por algo que creen que no es cierto”.[1] “En él permanece la vanidad”, escribía Mencken, “pero no el orgullo”.[2]
El “sabio de Baltimore” entendía correctamente que para ser elegido y seguir siendo elegido en la política estadounidense para cualquier cargo a tiempo completo hace falta suspender cualquier ética o buen sentido que pueda poseer una persona. Incluso quienes empiezan sus carreras políticas con las mejores intenciones y tienen capacidades medibles que les harían tener éxito en cualquier campo pronto se dan cuenta de que las habilidades requeridas para tener éxito en política no son las requeridas fuera de la política.


Tuesday, August 23, 2016

¿Es la inmigración un problema?

Maximiliano Bauk explica que "Si un trabajador sirio emigra de su país hacia Europa, por ejemplo, la economía global crece. Esto es así porque la misma persona con las mismas capacidades produce en el mismo período de tiempo una mayor cantidad de bienes y servicios en un país desarrollado que en uno que no lo es".

Maximiliano Bauk es Analista de Políticas Económicas en el Centro de Estudios Libertad y Responsabilidad (Argentina).
La enorme mayoría de las personas, por lo menos a lo largo y ancho del continente americano, contamos con inmigrantes en nuestros antepasados. Personalmente, si me remonto tan solo tres generaciones, me encontraré con que ninguno de mis bisabuelos nació en la Argentina, de hecho todos ellos provienen de lugares lejanos, en su mayoría de Croacia, aunque también de Italia y España.



Nuestras tierras han sido pobladas por millones de familias procedentes de todos los rincones del planeta, recibiendo con los brazos abiertos a las víctimas de guerras hartas de tanta destrucción, como a todo aquel que sintiera un techo en sus capacidades que aquí pudiera ser elevado. Nadie cuestiona lo provechoso que fue aquella posibilidad que nuestro continente brindó con tanta generosidad durante siglos en el pasado, pero por alguna razón parece que, aquello que alguna vez nos benefició, es ahora un enorme peligro.
¿Pero es realmente la inmigración un problema? La respuesta es sin lugar a duda negativa y paso a explicar por qué.
Si un trabajador sirio emigra de su país hacia Europa, por ejemplo, la economía global crece. Esto es así porque la misma persona con las mismas capacidades produce en el mismo período de tiempo una mayor cantidad de bienes y servicios en un país desarrollado que en uno que no lo es, debido a las herramientas disponibles en el primero y ausentes en el segundo, y más aun teniendo en cuenta que este último se encuentra devastado por conflictos internos y externos que convierten cualquier actividad diaria en un riesgo para la vida. Esto implica que al multiplicar la misma persona en diferentes contextos su productividad, el ahorro será mayor, con lo que debe esperarse a su vez mayor inversión y por lo tanto mayor empleo.
Lo mismo ocurre en el contexto interno del país que lo acoge: ingresa un trabajador, realiza alguna tarea como por ejemplo envasado de pasta dental, haciendo de la elaboración de esta algo más productivo puesto que de lo contrario no hubiera sido contratado, esto se traduce en un producto final más barato para el consumidor, por lo que con el mismo dinero podrá ahora obtener más productos, es decir que los salarios reales aumentan. Todos ganan.
Hasta aquí no hay inconveniente alguno, pero desde mediados del siglo pasado llegó de manera creciente el llamado Estado Benefactor. Este consiste en la distribución de un caudal de dinero aportado por los contribuyentes, entre aquellos que más lo necesiten. Pero pasaron los años y los gobernantes entendieron que este sistema podía ser utilizado en su beneficio para captar votos, por lo que los estándares fueron cada vez menos estrictos y su disposición se ha tornado, en numerosos casos, descontrolada y desequilibrada.
Así, el país ya no solo ofrece oportunidades de trabajo y prosperidad a base de esfuerzo, sino que además en muchas veces, garantiza ciertos beneficios; y teniendo en cuenta que una gran cantidad de los inmigrantes se van de su país justamente por la falta de oportunidades, es de esperar que su situación no sea la mejor, por lo que en lugar de aportar al crecimiento económico pasa ser destinatario de asistencia estatal, reduciendo el producto y convirtiéndose en una carga para la ciudadanía, por lo menos durante un tiempo  determinado. Inclusive, en algunas ocasiones, es este sistema el incentivo principal para escoger un destino en lugar de otro.
¿Cuál es entonces la conclusión? Pues bien, si la inmigración sin factores exógenos que la desvirtúen es positiva tanto para el país de destino, como para sus habitantes y obviamente el inmigrado, el problema debe radicar necesariamente en cuestiones externas a ella, como por ejemplo el mencionado Estado Benefactor que, a causa de su capacidad para conducir el voto popular en cierta dirección, ha tomado dimensiones exorbitantes.
Uno debe tener en cuenta que un alemán es alemán por una mera coincidencia geográfica al momento de su nacimiento, pero eso no lo hace un mejor ser humano, en cambio lo que sí lo convierte en uno más civilizado es el contexto de reglas claras y fuertes instituciones que lo rigen, a las cuales deberá adaptarse el extranjero, y si no lo hiciera eso significará que en realidad ese sistema tenía aspectos débiles que mejorar solo apreciables al ser puestos a prueba. Al fin y al cabo la inmigración es como la luz, uno no puede culparla por todo aquello que nos permite ver.

¿Es la inmigración un problema?

Maximiliano Bauk explica que "Si un trabajador sirio emigra de su país hacia Europa, por ejemplo, la economía global crece. Esto es así porque la misma persona con las mismas capacidades produce en el mismo período de tiempo una mayor cantidad de bienes y servicios en un país desarrollado que en uno que no lo es".

Maximiliano Bauk es Analista de Políticas Económicas en el Centro de Estudios Libertad y Responsabilidad (Argentina).
La enorme mayoría de las personas, por lo menos a lo largo y ancho del continente americano, contamos con inmigrantes en nuestros antepasados. Personalmente, si me remonto tan solo tres generaciones, me encontraré con que ninguno de mis bisabuelos nació en la Argentina, de hecho todos ellos provienen de lugares lejanos, en su mayoría de Croacia, aunque también de Italia y España.


Thursday, August 18, 2016

El problema del nuevo patrón oro de Steve Forbes


[Money: How the Destruction of the Dollar Threatens the Global Economy — and What We Can Do About It • Steve Forbes y Elizabeth Ames • McGrawHill, 2014]
 
Money es un libro extraño. Su carácter extraño puede mostrarse mediante una analogía. Imaginemos que alguien escribe un libro elocuente acerca de controles de precios y salarios. El libro mostraría cómo los intentos de controlar los precios llevan a un desastre económico. Ante una abundancia de evidencias incontrovertibles que demostraran los malos efectos de estas medidas, un político informado solo encontraría una alternativa disponible. No debería imponer controles de precios generales, sino usar los controles con moderación.



¿No sería evidente lo que estaba mal en nuestro libro imaginario? Si los controles de precios no funcionan, debería prescindirse completamente de ellos. “Moderación” en el uso de una mala medida no es una virtud. Si el cianuro es un veneno, “beber en pequeñas dosis” no es la respuesta apropiada.
Money cae exactamente en el mismo patrón erróneo antes descrito. Forbes y Ames escriben con conocimiento acerca de los peligros de la inflación y la monda débil. En respuesta, proponen que se sistema monetario se base en oro. ¿Qué podría ser mejor? Por desgracia, no están a favor de un verdadero patrón oro: por el contrario, su plan busca limitar la expansión monetaria ligando el dólar al oro a un tipo fijo. En resumen, la expansión monetaria es mala, así que tendríamos que reducir el grado en que la Fed pueda llevarla a cabo.
Forbes y Ames citan adecuadamente a Ron Paul sobre la falacia fundamental del inflacionismo: “Si los gobiernos o los bancos centrales pueden realmente crear riqueza simplemente creando dinero, ¿por qué existe pobreza en algunos lugares del mundo?”[1] El dinero es valioso porque podemos usarlo para comprar bienes y servicios: aumentar el número de unidades monetarias no añade nuevos bienes y servicios a los que ya se producen. (Debe hacerse una excepción para los usos no monetarios de un material monetario, como la joyería).
Parece evidente una vez se expone; ¿por qué lo ignoran tantos? Como apuntan Forbes y Ames, muchas naciones favorecen la inflación porque aumenta las exportaciones y reduce las importaciones. Los compradores extranjeros, mientras el dinero de su propia nación no se expanda tan rápidamente, descubrirán que pueden comprar más bienes con la misma cantidad nominal de su dinero y los importadores descubrirán que, con su dinero inflado, pueden comprar menos.
En este punto de vista, las exportaciones son buenas y las importaciones son malas, ¿pero por qué deberíamos aceptar esto? “Los déficits y superávits comerciales han reflejado históricamente poco acerca de la salud de una economía. Los neomercantilistas olvidan el hecho de que Estados Unidos tuvo un déficit comercial de mercancías durante aproximadamente 350 de los últimos 400 años. (…) El hecho de que Estados Unidos compre productos y servicios a otras naciones no significa que sea débil: significa que la economía de EEUU es fuerte y tiene riqueza y recursos para comprar lo que otros están vendiendo”.
Los autores atacan con fuerza la afirmación keynesiana de que hace falta inflación para combatir el desempleo. “Según [William] Phillips y sus compañeros keynesianos, un crecimiento vigoroso se corresponde con aumentos de precios, mientras que na baja inflación se corresponde con mayores niveles de desempleo. En otras palabras, hay una relación inversa entre inflación y desempleo. Como demostró la “estanflación” de la década de 1970, la afirmación keynesiana es falsa. La inflación y el desempleo “no se mueven en la forma en que nos han hecho creer los keynesianos. En la era inflacionista de auge/declive de la década de 1970 y principios de la de 1980, el desempleo llegó a niveles más altos que durante la crisis financiera”.
Ampliando su ataque crítico, Forbes y Ames muestran los dañinos efectos morales de la inflación. “Un dinero débil e inestable inflama las percepciones de injusticia. La gente con rentas fijas que lucha contra los precios al alza en una economía incierta, se enfurece cuando ve que otros parecen hacerse ricos mediante especulación o capitalismo de compinches, no con un trabajo honrado. (Para más sobre esto, ver Welfare, Freedom, and Inflation, de Wilhelm Röpke).
La conclusión natural de toda esta crítica de la inflación es que el gobierno tendría que evitar completamente la expansión monetaria, pero un error teórico bloquea a los autores para ver esto. El error es que una medida de valor que debe mantenerse constante. “El dinero es un patrón de medición, como una regla o un reloj, pero en lugar de medir pulgadas o tiempo, mide lo que vale algo. (…) Igual que tenemos que estar seguros del número de pulgadas en un pie o de los minutos en una hora, la gente en la economía debe estar segura de que su dinero es una medida adecuada de valor”.
¿Qué tiene esto de malo? Cuando pagas 25.000$ por un coche, no estás midiendo el valor del coche. Más bien estás demostrando que prefieres el coche al dinero: la persona que ten vende el coche tiene la valoración contraria. Sin esta diferencia en preferencias, no tendría lugar ningún intercambio. Si, como imaginan Forbes y Ames, el dinero mide el valor, tanto tú como el vendedor del coche llegaríais a la misma “medición” del valor del coche. No tendríamos ninguna explicación en absoluto de por qué tiene lugar un intercambio.
Podemos remontar más el origen del error de los autores. Advierten correctamente que el dinero “originado en el mercado como una solución a un problema. Aparece espontáneamente, como la cuchara o la computadora personal, en respuesta a una necesidad”. Con el dinero es mucho más fácil alcanzar la “doble coincidencia de deseos” requerida para un intercambio que sin él. Pero se equivocan en por qué es así. La razón es que prácticamente todos están dispuestos a aceptar dinero en un intercambio: es un producto que todos quieren. Por el contrario, Forbes y Ames identifican la necesidad como “de una unidad estable de valor para facilitar el comercio”.
Este error fundamental les lleva a recomendar políticas inadecuadas. Su plan deja demasiado espacio a la expansión monetaria. Si “patrón oro permite a la oferta monetaria expandirse naturalmente en una economía vibrante. Recordemos que el oro, una vara de medir, es estable en valor. No restringe la oferta de dólares más que un pie con doce pulgadas restringe el número de reglas al ser usado en la economía”. El dinero tiene que expandirse si la economía está creciendo, porque, sin la expansión, los precios caerían y entonces, horribile dictu, el dinero dejaría de ser una vara medir constante. Además, si un “pánico financiero importante” reclamara “una inyección de liquidez de emergencia”, la Fed podría actuar como prestamista último recurso.
¿Cómo se lograría el objetivo de un dinero estable? “El patrón oro del siglo XXI fijaría el dólar al oro a un precio concreto. (…) La Reserva Federal usaría sus herramientas, principalmente operaciones en el mercado abierto, para mantener el valor del dólar ligado a ese tipo del oro”. En este patrón oro marchito, solo Estados Unidos tendría que fijar su moneda al oro en la forma que se acaba de mencionar. “Si Estados Unidos se pasara al oro, otros países probablemente fijarían su moneda al dólar, aunque solo fuera por comodidad. (…) Por supuesto, si un país quisiera ligar su divisa directamente al oro, en lugar de al dólar respaldado por oro, podría hacerlo”.
Una objeción evidente a esta propuesta es que “establecer una relación dólar/oro fija es fijar precios y por tanto anti-libre mercado”. A esto, los autores responden increíblemente: “Tener pesos y medidas fijos es esencial para mercados justos y libres. No dejamos que los mercados determinen cada día cuántas onzas hay en una libra o cuántas pulgadas hay en un pie. (…) El dinero, igualmente, es una medición de valor”. No consiguen entender que el valor económico es subjetivo: no hay unidades fijas de valor que se correspondan con unidades de medida de objetos físicos.
Esta propuesta, como ellos mismos reconocen, recupera el patrón intercambio oro de entreguerras y el acuerdo de Bretton Woods tras la Segunda Guerra Mundial. Es verdad que hay unos pocos “puristas del patrón oro” que argumentan que la política de expansión del crédito seguida por la Fed en la década de 1920 bajo el patrón intercambio oro “produjo el desastre de 1929”. Estos puristas se equivocan. “La causa de la Depresión fue la aprobación en EEUU del Arancel Smoot-Hawley”. ¡Vaya con Mises, Hayek y Rothbard! Los lectores en busca de un análisis más profundo de política monetaria deberían dejar de lado este libro superficial y dirigirse en su lugar a las obras de estos grandes teóricos austriacos. Un buen inicio sería America’s Great Depression, del “notable historiador económico” Murray Rothbard.

El problema del nuevo patrón oro de Steve Forbes


[Money: How the Destruction of the Dollar Threatens the Global Economy — and What We Can Do About It • Steve Forbes y Elizabeth Ames • McGrawHill, 2014]
 
Money es un libro extraño. Su carácter extraño puede mostrarse mediante una analogía. Imaginemos que alguien escribe un libro elocuente acerca de controles de precios y salarios. El libro mostraría cómo los intentos de controlar los precios llevan a un desastre económico. Ante una abundancia de evidencias incontrovertibles que demostraran los malos efectos de estas medidas, un político informado solo encontraría una alternativa disponible. No debería imponer controles de precios generales, sino usar los controles con moderación.


Friday, July 29, 2016

El problema va más allá de Trump

Desde la tribuna

Armando Román Zozaya 
 
Parecía imposible: Donald Trump no sería candidato a la presidencia de su país. Sin embargo, arrasó en la contienda republicana. Luce imposible: Trump nunca será presidente de Estados Unidos. De hecho, si las elecciones fueran el día de hoy, Clinton ganaría. No obstante, faltan más de treses meses para la elección y ya quedó claro que a Trump no hay que darlo por derrotado.
¿Y si Donald Trump es presidente? La agenda de Trump es totalmente radical y sumamente negativa: todo es culpa de los extranjeros de una forma u otra. Asimismo, según él, Estados Unidos está en decadencia, lo cual es producto de que no hay un gobierno fuerte, dispuesto a hacer lo que sea necesario, dentro y fuera de sus fronteras, para recuperar la grandeza, y el respeto, perdidos: la fuerza es, pues, la solución.



La fuerza contra los migrantes, contra las minorías que no se adaptan al american way of life, contra otros países, contra los políticos de Washington que no escuchan ni atienden a quienes Trump ha etiquetado como “los desposeídos”, “los olvidados”. Sí, Trump va contra todos. Así tiene el potencial de generar conflictos de carácter internacional, pero también doméstico: Trump contra el Congreso, la Suprema Corte, los gobernadores, las ONG, etcétera.
¿Tal vez Trump no es lo que ha exhibido? ¿Tal vez todo es un show para construir su candidatura y, de llegar a presidente, se moderaría? ¿Tal vez el presidente Trump sería muy diferente, para bien, del candidato Trump? Incluso si ese fuera su plan —estoy convencido de que no lo es—, lo que Trump ha creado, gane o no gane, será muy difícil de detener: si gana la Presidencia, lo hará justamente gracias a esa agenda radical; sus seguidores —votantes y poderes fácticos— jamás le perdonarían el no ejecutarla. Si no la gana, Clinton no se podrá dar el lujo de ignorar totalmente a quienes respaldan a Trump.
Es justamente en sus simpatizantes donde descansa el poder de Trump. Es más, en un contexto en el que sólo un puñado de votantes se identificaran con él, Donald Trump sería una anécdota y nada más. El hecho de que sea candidato y tenga posibilidades de ganar nos dice, pues, muchísimo sobre la sociedad estadunidense. Asimismo, esto tiene implicaciones que trascienden al propio Trump.
Estados Unidos no está en decadencia. Pero sí es verdad que el cambio tecnológico, la integración comercial, la movilidad del capital y, aunque sea limitada, del factor trabajo, así como, en cierta medida, la migración ilegal, han resultado en que haya estadunidenses que no encuentran las opciones laborales que creen merecer. Esta realidad, aunada al racismo, la xenofobia y la ignorancia que siempre han estado presentes en Estados Unidos, han resultado en que haya suficientes votantes, y grupos de poder, dispuestos a apoyar a Trump.
Lo anterior no va a cambiar gane Trump o no. Así, si bien es obvio que Clinton no se apegaría a la agenda trumpista, si de verdad quiere gobernar con efectividad, tendrá que acercarse, aunque sea un poco, a quienes están detrás de Trump. No estoy diciendo que Clinton construiría un muro entre México y Estados Unidos, por ejemplo, pero sí es posible que, como Obama, continúe deportando mexicanos y, a pesar de que no ha dicho una palabra al respecto, eventualmente ponga sobre la mesa una renegociación del TLCAN.
Sea presidente Trump o no, México tiene que entender y analizar la realidad estadunidense, y actuar en consecuencia. Por supuesto, las cosas serían mucho más graves si ganase Trump, pero, insisto, esa realidad, esos millones de votantes y los poderes fácticos que sostienen a Trump, no van a desaparecer ni a dejar de tener influencia sólo porque Clinton llegue a la Casa Blanca.
El futuro de las relaciones México-EU trasciende, pues, a Trump. Esto hay que tenerlo claro, especialmente porque estamos hablando de la que es, en todo sentido, nuestra relación bilateral de mayor trascendencia.

El problema va más allá de Trump

Desde la tribuna

Armando Román Zozaya 
 
Parecía imposible: Donald Trump no sería candidato a la presidencia de su país. Sin embargo, arrasó en la contienda republicana. Luce imposible: Trump nunca será presidente de Estados Unidos. De hecho, si las elecciones fueran el día de hoy, Clinton ganaría. No obstante, faltan más de treses meses para la elección y ya quedó claro que a Trump no hay que darlo por derrotado.
¿Y si Donald Trump es presidente? La agenda de Trump es totalmente radical y sumamente negativa: todo es culpa de los extranjeros de una forma u otra. Asimismo, según él, Estados Unidos está en decadencia, lo cual es producto de que no hay un gobierno fuerte, dispuesto a hacer lo que sea necesario, dentro y fuera de sus fronteras, para recuperar la grandeza, y el respeto, perdidos: la fuerza es, pues, la solución.


Thursday, July 28, 2016

El problema no es la política de la Fed: Es la Fed


El mundo está inundado con dinero fiduciario recién impreso. Es una preocupación para la mayoría de los economistas, pero no para todos, porque el aumento de la oferta monetaria no ha cumplido su promesa de hacer “despegar” la economía mundial. Sin embargo, la mayoría de los economistas en puestos de influencia para gobiernos y universidades sigue defendiendo la necesidad de que haya alguna organización que pueda crear más dinero de la nada para conseguir pleno empleo o algún tipo de intervención contracíclica.
Para estos economistas, no se trata de si es apropiada la impresión de dinero: se trata solo de cuándo conviene imprimir dinero y el grado de la intervención. El debate, tal y como está, ha llevado a reclamar algún tipo de sistema monetario basado en normas que seguiría alguna fórmula conocida.



 Milton Friedman rechazaba la discreción contracíclica en favor de un aumento anual conocido en la oferta monetaria, independientemente de las condiciones económicas. No habría discreción del banco central, del que Friedman temía que siempre llevara a inflación de precios. Por el contrario, es conocido que el profesor de Stanford, John B. Taylor, escribió su “regla de Taylor” que supuestamente guiaría al banco central para proveer solo la cantidad correcta intervención contracíclica para conseguir pleno empleo con mínima inflación de precios. La regla de Taylor proporcionaría alguna discreción limitada al banco central.
No hace falta decir que ni las reglas de Friedman ni las de Taylor se han implantado en ningún momento. Los bancos centrales del mundo han usado una completa discreción a la hora de seguir lo que ellos mismos admiten que han sido intervenciones monetarias sin precedentes. Para entender por qué siempre fracasará un sistema basado en reglas, necesitamos revisar primero cómo funciona sistema actual… o cómo no funciona, como puede ser el caso.

Dos formas de aumentar el dinero

El dólar fiduciario actual se crea de dos maneras. Una, el banco central (la Fed) crea nuevo dinero cuando compra un activo. Este dinero se acredita en la cuenta bancaria de alguien, un pasivo en las cuentas bancarias de alguien, y se añade a las nuevas reservas bancarias. Dos, estas nuevas reservas pueden multiplicar el dinero mediante las prácticas de reserva fraccionaria del sistema bancario. Cuando el banco presta dinero, crea un depósito a la vista en el pasivo de su balance, compensado por el préstamo en el activo del banco. Históricamente, los bancos han sido los mayores fabricantes de dinero, debido al efecto de apalancamiento de las normas de la reserva fraccionaria.
Admitamos que la capacidad los bancos para crear nuevo dinero depende del poder del banco central para crear reservas. Por tanto, podemos considerar que la creación de dinero bancario es un poder secundario y dependiente, aunque su impacto sobre la oferta monetaria haya sido grande. El momento de la creación del dinero está en la capacidad del banco central para imprimir reservas. Incluso si los bancos pusieran reparos a la hora de conceder nuevos préstamos (lo que crearía nuevo dinero), el banco central sigue pudiendo aumentar la oferta monetaria inyectando reservas en el sistema. Este poder no es distinto del recomendado por los llamados “greenbackers”, que reclamaban que el Departamento del Tesoro emitiera moneda por sí mismo, como hizo la administración Lincoln durante la Guerra de Secesión estadounidense. De hecho, cuando la Fed compra un activo, actúa exactamente igual que un emisor de “greenbacks”. El dinero con el que compra el activo se creó de la nada.

Incluso los mayores halcones de la Fed acabaron imprimiendo dinero

Por desgracia, debido a la inmensa cantidad de poder político y económico que da a los bancos centrales esta capacidad de crear reservas, hay pocas razones para creer que los bancos centrales puedan resistir la tentación de usarla.
Muchos de los de los “viejos tiempos” reverenciamos a Paul Volcker, presidente de la Fed de 1989 a 1987, un conocido halcón con respecto a la creación de dinero en un intento de combatir la inflación a finales de la década de 1970 y principios de la de 1980. Algunos de los de los “viejos tiempos” aún mayores, como David Stockman, reverencian a William McChesney Martin, presidente de la Fed de 1951 a 1970.
Pero dejadme apuntar que ninguno de estos presidentes de la Fed mantuvo un control completo sobre las reservas, los bloques en los que se apoya el dinero fiduciario. Ambos estuvieron sometidos a presiones políticas para inflar las reservas. Martin tuvo la suerte de estar en el cargo durante la presidencia de Dwight Eisenhower, un conservador fiscal y halcón con respecto a la inflación. Pero cuando Ike dejó el cargo en 1960, Martin sucumbió a las presiones políticas para inflar, primero del presidente Kennedy y más ominosamente del Presidente Johnson. Al final del largo reinado de Martin, había empezado la corrida sobre las reservas de oro de la Fed y solo un año más tarde el presidente Nixon tiró la toalla y sacó a EEUU de lo poco que quedaba del patrón oro.
La lección que puede aprenderse es que nadie está exento de la presión para imprimir moneda. Ningún humano puede soportar la presión política para inflar las reservas. Así, el relativamente pequeño aumento en las reservas durante las épocas de Martin y Volcker se ha transformado en un abierto dinero de helicóptero por parte de los posteriores presidentes de la Fed, que estaban convencidos de que las circunstancias casi siempre requieren la creación de más reservas. Afirmo, además, que nadie puede soportar la presión política y social para imprimir reservas fiduciarias. Inflar la oferta monetaria es sólo una cuestión de grado.

El dinero debería ser un producto como cualquier otro

Por suerte, no hay que preocuparse de que ningún humano pueda soportar la presión política para inflar las reservas. La ciencia económica austriaca explica que el dinero es un producto del mercado. Los mercados son dispositivos conceptuales, una especie de taquigrafía para describir millones y tal vez miles de millones de intercambios individuales discretos. El dinero es ese producto o conjunto de productos que son los más comercializables y, por tanto, son elegidos por el mercado como medios de intercambio indirecto. No hay espacio ni necesidad de que nadie controle o dirija a los mercados de cualquier tipo y esto también se aplica al dinero. Por tanto, si no hay necesidad de que nadie controle la producción del dinero, ¿por qué tolerar una institución que prometa comportarse y cumplir con las reglas? Incluso si pensáramos que podría encontrarse a las personas correctas para ocupar puestos con tanto poder, ¿por qué crear los puestos en primer lugar?

El problema no es la política de la Fed: Es la Fed


El mundo está inundado con dinero fiduciario recién impreso. Es una preocupación para la mayoría de los economistas, pero no para todos, porque el aumento de la oferta monetaria no ha cumplido su promesa de hacer “despegar” la economía mundial. Sin embargo, la mayoría de los economistas en puestos de influencia para gobiernos y universidades sigue defendiendo la necesidad de que haya alguna organización que pueda crear más dinero de la nada para conseguir pleno empleo o algún tipo de intervención contracíclica.
Para estos economistas, no se trata de si es apropiada la impresión de dinero: se trata solo de cuándo conviene imprimir dinero y el grado de la intervención. El debate, tal y como está, ha llevado a reclamar algún tipo de sistema monetario basado en normas que seguiría alguna fórmula conocida.


Wednesday, June 22, 2016

El problema de la burocracia


Se sostiene comúnmente que la naturaleza “anárquica” no planeada de la producción capitalista necesita una regulación burocrática para impedir el caos económico. Así, el eminente marxista húngaro Andras Hegedus, argumenta que la burocracia es meramente “el subproducto de una estructura administrativa” que separa los trabajadores del la gestión real de la economía. Como los propietarios toman las decisiones, todos los demás deben en último término recibir sus órdenes de este pequeño grupo. Como eso sería impracticable en una economía industrial, el problema debe gestionarse mediante una división de responsabilidad que a su vez conlleva capas de burocracia. Los capitalistas toman las decisiones que luego se filtran hacia abajo en la pirámide burocrática. Esto significa que los trabajadores deben esperar a que se les diga qué hacer por parte de sus superiores inmediatos, que a su vez deben esperar a las instrucciones de sus superiores y así sucesivamente.



Es importante darse cuenta de que Hegedus cree que estas características de la burocracia son un producto del propio capitalismo, en lugar de la naturaleza de la producción a gran escala. “Cuando prevalecen las relaciones de la propiedad capitalista”, dice, “es inútil luchar contra la burocracia (…). Para cambiar la situación es necesario eliminar primero la propiedad privada de los medios de producción”. La burocracia, continúa, es la
Consecuencia inevitable del desarrollo de las relaciones de propiedad en una etapa concreta en la división del trabajo y en la integración económica. En consecuencia, es también inevitable (…) que en algún momento no haya necesidad de un aparato administrativo distinto de la sociedad, porque las condiciones subjetivas y objetivas estarán maduras para una autoadministración directa.
En román paladino, Hegedus está diciendo que, como el capitalismo separa al trabajador del control de al industria, la producción sería descoordinada y caótica si no hubiera ninguna agencia de transmisión del conocimiento. Ésa es la función que realiza la burocracia bajo el capitalismo. Como bajo el socialismo los trabajadores tomarían todas las decisiones industriales, no habría problemas de coordinación en dicha sociedad. La burocracia ya no sería necesaria y se descartaría. Pero salvo meras apelaciones a “democratizar el aparato administrativo” y pedir una “saludable movilidad en todas las áreas de la administración”, es vago en cómo el socialismo lograría esto. Como las opiniones de Hegedus, particularmente respecto de la naturaleza burocrática del capitalismo, no son raras, es tiempo de que sean examinadas críticamente.

Tres problemas de coordinación

Israel Kirzner apunta que hay tres problemas de coordinación que deben resolverse en cualquier sistema socioeconómico:
  1. El problema de las prioridades, es decir, qué bienes y servicios deberían producirse;
  2. El problema de la eficiencia, es decir, qué combinación de recursos usados en la producción un producto concreto dejará la mayor cantidad de recursos libres para la producción de otros bienes y servicios y
  3. El problema de la distribución, es decir, cómo compensar a cada participante en el sistema por su contribución al proceso productivo.
El papel de la gestión burocrática puede analizarse mejor viendo cómo tanto el capitalismo como el socialismo se aproximan a estos problemas así como lo bien que pueden resolverlos.

El problema de las prioridades

Dentro de un sistema de mercado, las prioridades las establecen los consumidores comprando y absteniéndose de comprar. Los empresarios, ansiosos por maximizar sus beneficios, tenderán a producir aquellos bines con la mayor discrepancia entre precio y coste. Como los consumidores están dispuestos a pagar más por bienes que deseen más intensamente, los precios de estos bienes, en igualdad de circunstancias, tienden a ser mayores que los de los bienes menos intensamente deseados. Así que los bienes que los miembros de la sociedad consideran más importantes son los que, sin necesidad de ninguna dirección burocrática consciente, se producen en un sistema capitalista antes y en más cantidad.
Una crítica habitual a este modo de razonar es que hay muchos ejemplos en los que no puede decirse que el mercado refleje las prioridades de los consumidores. Por ejemplo, se supone que el pan es más importante que los diamantes, aunque se advierte que el precio de los diamantes es mucho mayor que en del pan. El error de esta crítica es que los individuos nunca afrontan una elección entre diamantes en abstracto y pan en abstracto. En su lugar, escogen entre unidades individuales de pan y diamantes.
Como bajo condiciones normales la cantidad de pan excede con mucho la de diamantes, la satisfacción o disatisfacción causadas por la adición o pérdida de cualquier unidad concreta de pan, es decir, su utilidad marginal, es relativamente baja comparada con la de una unidad de diamantes. Si por alguna singularidad del destino la cantidad de pan disminuyera grandemente o la de diamantes aumentara significativamente, la utilidad marginal de las unidades de pan y diamantes se alterarían causando que el precio del pan aumente y el de los diamantes disminuya. Por tanto puede verse que el mercado sí refleja realmente las prioridades de los consumidores y lo hace sin la necesidad de ninguna dirección burocrática. De hecho, la burocracia solo puede impedir la satisfacción del consumidor, pues, como apunta Kirzner: “cualesquiera obstáculos que no sean del mercado colocados en el camino del proceso de precios interfieres así necesariamente con el sistema de prioridades que han establecido los consumidores”.
Como el socialismo conlleva la eliminación del mercado, no hay mecanismo por el que se establezcan las prioridades sin una dirección y control conscientes. Así que es  precisamente el socialismo el que no puede funcionar sin una burocracia floreciente. Una rápida mirada al proceso de planificación en la Unión Soviética destacará claramente el endémico laberinto burocrático incluso para una economía moderadamente socialista.

Planificación en la Unión Soviética

Con el fin de crear el plan para el año que viene los planificadores deben tener tantos datos como sea posible del estado de la economía en el presente año. Este trabajo lo realiza la Administración Estadística Central, que, solo ella, emplea a varios millones de personas. Esta información se traslada luego al Comité Estatal de Planificación o Gosplan. Se establecen las prioridades para el siguiente año por parte del Consejo de Ministros junto con varias otras agencias políticas y se comunica al Gosplan, que intenta coordinar todas las prioridades, así como equilibrar los objetivos de producción para cada sector en la economía con su estimación de entradas requeridas para la fabricación.
El plan baja luego por la jerarquía planificadora yendo primero a los ministros industriales, luego a los subministros y así sucesivamente a las empresas individuales. De esta forma, se informa a cada empresa de los niveles de productividad que se han establecido para ella y el plan empieza a ascender en la jerarquía planificadora con cada empresa ahora en disposición de calcular por sí misma las entradas necesarias para fabricar el nivel establecido de producción.
A medida que el plan viaja hacia arriba, tanto la entrada como la producción se ajustan de acuerdo con un proceso de negociación entre el gestor de la empresa y los planificadores centrales. Los primeros tratan de infraestimar su capacidad productiva y sobreestimar sus requisitos de recursos para facilitar el cumplimiento de su parte, mientras que los últimos hacen justamente lo contrario.
Después de que finalmente se alcanza el Gosplan, el plan es supervisado en su totalidad y se hacen las correcciones y ajustes necesarios. El plan de devuelve luego de nuevo bajando la jerarquía planificadora, informando a cada empresa de sus objetivos de producción finales. Y detrás de todo esto, por supuesto, hay un grupo de agencias públicas necesario para garantizar el cumplimiento con el plan.
¿Qué era capaz de conseguir esta burocracia, con números en decenas de millones? Lo primero que se advierte es que a pesar de la jerga científica, sus planes son en realidad solo pronósticos acerca de los que cada consumidor individual querrá durante el próximo año. Las estimaciones del empresario son también pronósticos; sin embargo hay una diferencia crucial: los suyos se basan en datos del mercado, mientras que los de los planificadores socialistas, al menos bajo el socialismo puro, no lo son.
Esto significa que el empresario no solo está en una posición mejor para estimar la demanda del consumidor sino que, lo que es igualmente importante, un pronóstico erróneo se refleja inmediatamente en el mercado con una bajada en las ventas. Como la pérdida de ingresos reclama ajustes rápidos, cualquier pronóstico incorrecto tenderá a corregirse por sí mismo. Pero bajo el socialismo, el director de planta no tiene que preocuparse por vender su producto sino solo de cumplir con su cuota de producción. Por consiguiente:
  1. La calidad tiene a sufrir, ya que los directores tratan de encontrar la vía más fácil y rápida de cumplir con sus cuotas y
  2. La producción continúa, independientemente de si alguien quiere el producto, hasta que el plan es alterado por el Gosplan.
Pero si la producción de bienes innecesarios ocurre en algunas áreas, las necesidades en otras deben permanecer sin cubrir. Por tanto no sorprende que La Unión Soviética esté habitualmente llena de exceso de algunas cosas y de agudas escaseces de otras. Cuando las cuotas para los sectores del calzado y clavos, por ejemplo, se fijaron de acuerdo con la cantidad, los directores de producción en el sector de los clavos descubrieron que era más fácil cumplir sus cuotas fabricando solo clavos pequeños, mientras que en el sector del calzado fabricaban solo zapatos pequeños. Pero establecer cuotas por peso significaban lo contrario: exceso de grandes clavos gruesos y zapatos para adultos. Igualmente, como los fabricantes de ropa no tienen que vender sus productos, no tienen que preocuparse acerca de las preferencias de estilo. El resultado son almacenes periódicamente llenos de ropa no deseada. Y en otro caso la Unión Soviética se encontró en la situación embarazosa de tener solo una talla de ropa interior para homb
re y solo en color azul.
Así que no sorprende que la calidad de los bienes de consumo en la Unión Soviética sea notablemente baja, el nivel de vida medio es de alrededor de un cuarto a un tercio del de Estados Unidos y haya tantos bienes con suministro tan escaso que debes pasar de tres a cuatro horas cada día solo para cubrir las necesidades básicas. Mientras que el capitalismo puede funcionar con una burocracia mínima, hemos visto que el socialismo, lejos de eliminarla, requiere una serie de agencias burocráticas. Son necesarias con el fin de (1) recoger los datos para la creación del plan, (2) formular el plan y (3) inspeccionar las plantas para asegurarse de que el plan se esta siguiendo.

El problema de la eficiencia

Si nos ocupamos de la producción encontramos los mismos resultados. Bajo el capitalismo, el problema de la asignación eficiente de los recursos se resuelve de la misma forma que se resolvía el problema de las prioridades: el sistema de precios. Para producir sus bienes, los empresarios deben buscar los recursos necesarios. Por tanto están en la misma relación con los vendedores de recursos que los consumidores con los vendedores de bienes finales. Así que los precios de los distintos factores de producción tienden a reflejar el demanda de los mismos por los empresarios. Como lo que el empresario puede ofrecer está limitado por el rendimiento esperado por la venta final de su producto, los factores de producción se canalizan así hacia la producción de los bienes más intensamente deseados. Los que mejor sirven a los consumidores obtienen los mayores beneficios y, por tanto, pueden hacer las mejores ofertas por los recursos que necesitan.
En resumen, el mercado es un mecanismo altamente independiente que, sin ninguna dirección burocrática, es capaz de alcanzar exactamente lo que Hegedus juzga imposible: la transmisión de conocimiento a las personas relevantes. Si, por ejemplo, el acero se hiciera más escaso, ya fuera porque parte de su oferta haya mermado o se haya descubierto un nuevo uso para él, su precio subiría. Esto a la vez (1) forzaría a los usuarios de acero a recortar sus compras y (2) animaría a los proveedores a aumentar su producción.
No solo todas las acciones de todos los participantes del mercado se coordinan automáticamente por estas fluctuaciones de precios, sino que las personas implicadas ni siquiera tienen que saber por qué suben o bajan los precios. Solo necesitan observar las fluctuaciones de precios y actuar de acuerdo con ello. Como indica F.A. Hayek: “El hecho más significativo acerca de este sistema es la economía del conocimiento con la que opera (…). La maravilla es que sin que se emita ninguna orden, sin más que tal vez un puñado de personas que conozcan la causa, decenas de miles de personas cuya identidad no podía determinarse en meses de investigación, se (…) mueven en la dirección correcta”.
También es importante apuntar que incluso dentro de una empresa, la burocracia se mantiene al mínimo. Primero, si una empresa se hace pesada burocráticamente se venderá más barata y, si no se hacen reformas, se quedará fuera del negocio ante empresas estructuradas menos burocráticamente. Y segundo, Como apunta Ludwig von mises, “No hay necesidad de que el director general se preocupe por los detalles menores de la gestión de cada sección (…). La única directiva que el director general da a los hombres en los que confía para la gestión de las distintas secciones, departamentos y sucursales es: Obtengan tanto beneficio como sea posible. Y un examen de las cuentas le mostrará lo exitosos o no que fueron al ejecutar la orden”.

Otro dilema soviético

Pero en una economía socialista pura estaría ausente todo el aparato del mercado. Todas las decisiones relativas a la asignación de recursos y coordinación económica tendrían que hacerse manualmente por el consejo planificador. En una economía como la de la Unión Soviética, que tiene más de 200.000 empresas industriales, esto significa que el número de decisiones que tendría que tomar el consejo planificador cada año se cifrarían en miles de millones. Esta tarea ya hercúlea sería infinitamente más difícil por el hecho de que en ausencia de datos del mercado no tendría ninguna base para guiar sus decisiones. Este problema se hizo evidente en el único intento de establecer un socialismo puro, es decir, una economía sin mercado: el periodo de “comunismo de guerra” en la Unión Soviética de 1917 a 1921. En 1920 la productividad media era solo el 10% del volumen de 1914 con la de mineral de hierro y hierro fundido cayendo al 1,9% y 2,4% de sus totales en 1914. A principios de la década de 1920, se abandonó el “comu
nismo de guerra” y desde entonces la producción se ha guiado por medio de mercados domésticos restringidos y copiando los métodos determinados en los mercados occidentales extranjeros.
La tarea de los planificadores soviéticos se ve muy simplificada por la existencia de los mercados limitados, pero el hecho de que sean tan limitados significa que la economía aún opera ineficientemente y sufre dos problemas propios de la gestión burocrática: constantes cuellos de botella y autarquía industrial.

Constantes cuellos de botella

Como es sencillamente imposible que una agencia se familiarice con todos los detalles y peculiaridades de cada planta en toda la economía, y mucho menos posible es ser capaces de planificar toda posible contingencia para un año por adelantado, los planificadores se ven obligados a tomar decisiones basadas en informes de resumen. Además, deben establecer categorías amplias de clases que necesariamente pasan por alto incontables diferencias entre las empresas. En consecuencia, todo plan contiene numerosos desequilibrios que afloran solo cuando el plan se está poniendo en práctica.
Como no hay mercados, estos excesos y escaseces no pueden resolverse por sí mismos automáticamente sino que solo pueden alterarse mediante ajustes del plan hechos por el Gosplan. Así, una escasez del bien A no puede rectificarse salvo y hasta que lo ordene el consejo planificador. Pero el ajuste del plan en un área tendrá ramificaciones en toda la economía. Para aliviar el escasez del bien A, han de transferirse recursos de la producción del bien B. Como esto reducirá la producción prevista de B, la producción de aquellas industrias dependientes de B tendrá igualmente que reevaluarse y así sucesivamente, en círculos cada vez más amplios.
La evidencia empírica corrobora la teoría económica. Paul Craig Roberts apunta que lo que subyace a la pretenciosa declaración de planificación en la Unión Soviética es meramente “la previsión de un objetivo para los próximos meses sumando a los resultados de los meses previos un porcentaje de aumento”. Aún así, incluso este “plan” se “cambia tan a menudo que no es congruente decir que controla el desarrollo de los acontecimientos en la economía”. La burocracia planificadora, continúa diciendo, simplemente funciona como “suministro de agentes para empresas con el fin de impedir la formación libre de precios y el intercambio en el mercado”. Aunque esta apariencia de planificación centralizada “satisface a la ideología”, el “resultado ha sido señales irracionales para la interpretación gestora y la irracionalidad de la producción en la Unión Soviética ha sido la consecuencia”.
Así que la evidencia indica que las perennemente decepcionantes cosechas cerealísticas soviéticas son mucho más un resultado del sistema que del clima, pues incluso en “las temporadas principales de plantación y cosecha hasta un tercio de todas las máquinas de un distrito pueden no funcionar por causa de la falta de recambios. Los planificadores centrales son muy conscientes de la necesidad de recambios (…) aún así el sistema de gestión parece incapaz de unir las piezas con las máquinas que las necesitan”.
El problema de los cuellos de botella no es nuevo, como indicaba un informe de hace algún tiempo: “la Fábrica de Tractores Bielorrusos, que tiene 227 proveedores, ha tenido parada su línea de producción 19 veces en 1962 a causa de la falta de piezas de goma, 18 veces por rodamientos y ocho veces por componentes de transmisión”. El mismo escritor apunta que “el patrón de averías continuó en 1963”.
Tal vez el grado de absurdo al que pueden llegar los intentos de planificación central se aprecie en un incidente reportado por Joseph Berliner. Un inspector de planta, con el trabajo de ver por qué una fábrica no ha cumplido con sus envíos de maquinaria de minería, descubrió que las “máquinas estaban apiladas por todas partes”. Cuando preguntó al director por qué no las enviaba, se le dijo que de acuerdo con el plan las máquinas tenían que pintarse de rojo, pero el director solo tenía pintura verde y tenía miedo de alterar el plan. Se dio permiso para utilizar el verde, pero solo tras un considerable retraso ya que cada capa de burocracia tenía asimismo miedo de autorizar un cambio en el plan por sí misma y por tanto enviaba la solicitud a la instancia inmediatamente superior. Entretanto, las minas tenían que cerrar mientras las máquinas de acumulaban en los almacenes.

Autarquía industrial

El problema de los cuellos de botella se relaciona muy de cerca con el de la autarquía organizativa. A los directores de planta se les recompensa de acuerdo con si han cumplido o no sus cuotas de producción. Para evitar ser una víctima de un cuello de botella y por tanto incumplir la cuota, apareció una tendencia en cada industria a controlar la recepción de sus propios recursos produciéndolos ella misma. “Cada industria”, dice David Granick, “estaba bastante dispuesta a pagar el precio de una producción de alto coste con el fin de alcanzar la independencia”. En 1951, solo el 47% de toda la producción de ladrillos se realizó bajo el ministerio de la Industria de Materiales de Construcción. Y en 1957 116 de las 171 fábricas de máquina-herramienta estaban fuera de la industria apropiada, a pesar del hecho de que sus costes de producción eran en algunos casos hasta un 100% mayores.
Para combatir esta tendencia, Nikita Kruschev reorganizó la economía en 1957 estableciendo 105 Consejos Económicos Regionales para reemplazar a los ministros industriales. Sin embargo, en ausencia de otras reformas,  simplemente consiguió sustituir el “departamentalismo” por el “localismo”, ya que cada región económica buscaba convertirse en autosuficiente. Para combatirlo, la economía se centralizó aún más en 1963, pero esto solo aumentó la ineficiencia haciendo aun más rígida una economía ya inflexible. Incapaces de encontrar la clave para una planificación eficiente, 1965 marcó otro paso importante hacia la vuelta a una economía de mercado. Estas reformas no solo introdujeron un sistema limitado de beneficios sino asimismo pedían un “alto grado de autonomía local para productores y suministradores. Desaparecería la planificación detallada de todo aspecto importante de la producción, para reemplazarla con una mínima guía directa desde lo alto”.
Marx postulaba la eliminación del estado. Es al menos tan significativo como paradójico que el continuo cambio de los países socialistas de la planificación burocrática al mercado (lo que William Grampp califica como las “nuevas direcciones de las economías comunistas”) indique una “eliminación” de un tipo nunca previsto por Marx.

El problema de la distribución

Al considerar el problema de la distribución, encontramos de nuevo que el capitalismo es el enemigo de la burocracia. Bajo el capitalismo, se produce para obtener beneficios. Capital y trabajo van constantemente donde  pueden obtener el mayor retorno. Como puede verse, no puede haber separación entre producción y distribución pues aquellos individuos que, a los ojos de los consumidores, ofrezcan los mayores servicios a la “sociedad” son precisamente los que obtienen mayores recompensas.
Respecto del socialismo, es difícil decir mucho en términos teóricos acerca de la forma en que se distribuye la riqueza ya que hay una serie de posibles bases de distribución: igualdad, necesidad, mérito y servicios rendidos a la sociedad. Sin embargo debería ser evidente que la implantación de cualquiera de ellas requeriría una dirección burocrática consciente. También debería apuntarse en este contexto que los intentos de establecer una igualdad estricta nunca han tenido éxito y probablemente nunca lo tendrán. Por dos razones.
Primero, por ejemplo, para estimular la producción de la Unión Soviética, siempre ha tenido que confiar mucho en el sistema de bonificaciones para sus directores de planta y el sistema de ratios por pieza para sus trabajadores. La creciente centralidad del sistema de bonificaciones se muestra en el hecho de que mientras que en 1934 éstas eran equivalentes al 4% del salario de un director, hoy llegan a menudo a la mitad, con bonificaciones a algunas industrias en las que llegan hasta el 80% de la renta.
Segundo, en cualquier sociedad en la que el estado controla todas las facetas esenciales de la economía hay una tentación natural para que los que controlan el gobierno utilicen su poder político para obtener privilegios económicos. Así, no es sorprendente que la revolución de 1917, independientemente de sus intenciones, solo generara el reemplazo de una élite privilegiada por otra.
Para este punto nos servirá un ejemplo. Hay un grupo de “tiendas especiales” en la Unión Soviética que venden de todo, de comida a joyas. Estas tiendas de las que supuestamente se benefician los turistas extranjeros, tienen productos de alta calidad a precios por debajo del coste con el fin de compensar al turista por el artificialmente alto tipo de cambio de los rublos. Sin embargo James Wallace apunta que los “cargos públicos de alto rango, oficiales del ejército y altos cargos del Partido Comunista tienen el privilegio de comprar en estas tiendas como beneficio añadido a sus trabajos”. Son por tanto capaces de comprar “bienes difíciles de encontrar por una fracción de los precios que pagan sus vecinos por mercancías habitualmente de peor calidad”.
Es una reveladora luz de posición y una que debería advertirse especialmente por parte de quienes condenan el capitalismo por su “distribución” desigual de la riqueza, el que haya una mayor desigualdad de riqueza en los países más socialistas como la Unión Soviética que en las economías relativamente más orientadas al mercado como Estados Unidos. Además de esto, no es un accidente histórico sino que es conforme a la teoría económica. Pues bajo el capitalismo hay una tendencia natural a que los capitalistas inviertan en áreas con bajo nivel salarial, forzando así al alza esos niveles hasta igualarse con otras áreas que hacen el mismo trabajo, mientras que los trabajadores en empleos con bajos salarios tienden a emigrar a áreas donde la paga es mayor. De forma similar, los empresarios invierten en áreas que muestren altos beneficios. Pero el aumento de la producción fuerza a que caigan precios y beneficios en esas áreas. En resumen, aunque el capitalismo nunca eliminará la desigualdad, sí tiende a reducir los e
xtremos de riqueza y pobreza.

Conclusión

Bajo el capitalismo el sistema de precios realiza la función crucial de transmitir el conocimiento a través de la sociedad y por tanto elimina la necesidad de burocracia. Pero, precisamente porque elimina el mercado, la gestión burocrática es indispensable para una economía socialista. Además, como hay una relación inversa entre planificación central y mercado, la gestión burocrática es en sí contradictoria. Su dilema tal vez pueda resumirse mejor en forma de dos paradojas planificadoras:
Paradoja Uno: Para que sea viable la planificación central necesita datos de mercado que guíen sus decisiones. Pero cuanto mayor sea el papel de los mercados, menor será el de la planificación central. Por el contrario, cuanto más extensa sea el áreas de la planificación central, más limitados serán los datos del mercado y por tanto más ineficiente debe ser la operación de la economía.
Paradoja Dos: Si el consejo planificador busca maximizar la satisfacción del consumidor simplemente hace manual mente lo que el mercado hace automáticamente. Luego es una entidad redundante y derrochadora. . Pero si la agencia planificadora planea operaciones que habrían sido realizadas por el mercado, esto indica que las prioridades establecidas por la agencia están en conflicto con las de los consumidores. Está claro que, independientemente de lo que haga la agencia, la posición de los consumidores debe ser peor de lo que habría sido bajo una economía de mercado.