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Tuesday, June 21, 2016

Culpar al capitalismo del corporativismo

Edmund S. Phelps

Edmund S. Phelps, the 2006 Nobel laureate in economics, is Director of the Center on Capitalism and Society at Columbia University and author of Mass Flourishing.

Saifedean Ammous is a lecturer in economics at the Lebanese American University.
 
NUEVA YORK – Se vuelve a preguntar por el futuro del capitalismo. ¿Sobrevivirá a la presente crisis en su forma actual? En caso de que no, ¿se transformará o tomará la iniciativa el Estado?
El término “capitalismo” solía significar un sistema económico en el que el capital y su comercio eran de propiedad privada; correspondía a los propietarios del capital decidir la forma mejor de usarlo y podían recurrir a las previsiones y las ideas creativas de los empresarios y de los pensadores innovadores. Dicho sistema de libertad y responsabilidad individuales daba poco margen para que el Estado influyera en la adopción de decisiones económicas: el éxito significaba beneficios; el fracaso; pérdidas. Las empresas podían existir sólo mientras los individuos libres accedieran a comprar sus productos y, de lo contrario, habían de cerrar rápidamente.


El capitalismo llegó a ser un triunfador mundial en el siglo XIX, cuando desarrolló capacidades para la innovación endémica. Las sociedades que adoptaron el sistema capitalista obtuvieron una prosperidad inigualada, gozaron de una generalizada satisfacción laboral, consiguieron un aumento de la productividad que maravilló al mundo y acabaron con la privación en masa.
Ahora el sistema capitalista se ha corrompido. El Estado gestor ha asumido el cometido de ocuparse de todo: desde los ingresos de la clase media hasta los beneficios de las grandes empresas y el progreso industrial. Sin embargo, el sistema no es capitalismo, sino un orden económico que se remonta a Bismark, al final del siglo XIX, y a Mussolini, en el siglo XX: el corporativismo.
En sus diversas formas, el corporativismo ahoga el dinamismo que contribuye al trabajo atractivo, un crecimiento económico más rápido, mayores oportunidades y menos exclusión. Mantiene empresas letárgicas, despilfarradoras, improductivas y bien relacionadas con el poder a expensas de emprendedores dinámicos y ajenos a él y prefiere objetivos declarados, como, por ejemplo, la industrialización, el desarrollo económico y la grandeza nacional, a la libertad económica y la responsabilidad de los individuos. En la actualidad, se ha llegado a considerar que compañías aéreas, fabricantes de automóviles, empresas agrarias, medios de comunicación, bancos de inversión, fondos de cobertura y muchos más eran demasiado importantes para afrontar por sí solos el mercado libre, por lo que han recibido ayudas del Estado en nombre del “bien público”.
Los costos del corporativismo resultan aparentes a nuestro alrededor: empresas disfuncionales que sobreviven pese a su flagrante incapacidad para servir a sus clientes; economías escleróticas con un lento aumento de la producción; escasez de trabajo atractivo y de oportunidades para los jóvenes; Estados en quiebra por las medidas adoptadas para paliar esos problemas y una concentración en aumento de la riqueza en manos de quienes están lo suficientemente bien relacionados para beneficiarse del pacto corporativista.
Esa substitución del poder de los propietarios y los innovadores por el de los funcionarios estatales es la antítesis del capitalismo y, sin embargo, los defensores y los beneficiarios de este sistema tienen la temeridad de reprochar todos esos fracasos al “imprudente capitalismo” y a la “falta de regulación”, que, según sostienen, necesita mayor supervisión y reglamentación, lo que significa, en realidad, más corporativismo y favoritismo estatal.
Parece improbable que un sistema tan desastroso sea sostenible. El modelo corporativista carece de sentido para las generaciones jóvenes que se han criado usando Internet, el mercado de mercancías e ideas más libre del mundo. El éxito y el fracaso de las empresas en Internet es la mejor publicidad para el mercado libre: los sitios web de redes sociales, por ejemplo, ascienden y caen casi instantáneamente, según sirvan bien o no a sus clientes.
Sitios como, por ejemplo, Friendster y MySpace intentaron conseguir beneficios suplementarios comprometiendo la intimidad de sus usuarios y fueron castigados instantáneamente con el abandono de los usuarios, que optaron por competidores más seguros como Facebook y Twitter. No hizo falta reglamentación estatal alguna para llevar a cabo esa transición; de hecho, si los modernos Estados corporativistas hubieran intentado hacerlo, actualmente estarían apoyando a MySpace con dólares de los contribuyentes y haciendo campaña con la promesa de “reformar” sus características en materia de intimidad.
Internet, como mercado de ideas en gran medida libre, no ha tenido piedad con el corporativismo. Las personas que se criaron con su descentralización y libre competencia de ideas han de considerar ajena a ellas la idea del apoyo estatal a las grandes empresas e industrias. Muchos son los que en los medios de comunicación tradicionales repiten la antigua consigna de que “lo que es bueno para la empresa X es bueno para los Estados Unidos”, pero no es probable que semejante consigna tenga demasiados seguidores en Twitter.
La legitimidad del corporativismo se está erosionando, junto con la salud fiscal de los gobiernos que han contado con él. Si los políticos no pueden revocarlo, el corporativismo se destruirá a sí mismo y quedará enterrado bajo las deudas y las suspensiones de pagos y de los desacreditados escombros corporativistas podría resurgir un sistema capitalista. Entonces “capitalismo” tendría de nuevo su significado verdadero, en lugar del que le han atribuido los corporativistas que procuraban ocultarse tras él y los socialistas que deseaban denigrarlo.

Culpar al capitalismo del corporativismo

Edmund S. Phelps

Edmund S. Phelps, the 2006 Nobel laureate in economics, is Director of the Center on Capitalism and Society at Columbia University and author of Mass Flourishing.

Saifedean Ammous is a lecturer in economics at the Lebanese American University.
 
NUEVA YORK – Se vuelve a preguntar por el futuro del capitalismo. ¿Sobrevivirá a la presente crisis en su forma actual? En caso de que no, ¿se transformará o tomará la iniciativa el Estado?
El término “capitalismo” solía significar un sistema económico en el que el capital y su comercio eran de propiedad privada; correspondía a los propietarios del capital decidir la forma mejor de usarlo y podían recurrir a las previsiones y las ideas creativas de los empresarios y de los pensadores innovadores. Dicho sistema de libertad y responsabilidad individuales daba poco margen para que el Estado influyera en la adopción de decisiones económicas: el éxito significaba beneficios; el fracaso; pérdidas. Las empresas podían existir sólo mientras los individuos libres accedieran a comprar sus productos y, de lo contrario, habían de cerrar rápidamente.

Sunday, June 19, 2016

El gobierno destroza la economía

 
[Publicado en Mises Daily el 15 de junio de 2008]
En este momento solo se trata de esperar a que la Oficina Nacional de Investigación Económica declare que hemos entrado en recesión. Por supuesto, trabajan con datos pasados, todos lo hacemos. Pero los datos demostrarán lo que ha sido verdad durante meses. Las tendencias son coherentes con toda recesión individual registrada. Miradlo vosotros mismos.
Todo esto es bastante malo. Tal vez tengas asegurado tu trabajo. Tal vez estés fuera de la bolsa. Tal vez no esté esperando un beneficio de alguna inversión inmobiliaria. El problema que golpea a todos es la inflación, que está rugiendo fuera de control en todos los sectores que nos importan. Hemos entrado en dobles dígitos y si los precios del productor anuncian los precios del consumidor, tenemos malos tiempos a la vista.



¿Qué hace entonces Washington? En una acción de increíble estupidez, el Congreso ha aprobado una extensión de las prestaciones de desempleo. Sigue siendo verdad la vieja regla: si subvencionas algo, conseguirás más. Así que esto nos dará más desempleo. No cabe ninguna duda. Por tanto empeorará y prolongará el problema.
Solo hace falta un segundo de lógica económica para ver por qué. En un entorno recesionista, necesitamos mercados laborales más libres, no más socializados. Las empresas tiene que ser capaces de contratar trabajadores a precios inferiores. No queremos aumentar el coste de contratar, queremos reducirlo, especialmente con el desempleo en aumento. Por el contrario, el Congreso saquea a los trabajadores de este país para impedir que la gente entre en el mercado laboral.
No solo es estúpido: es altamente peligroso. Los británicos intentaron esto en la década de 1930 y, más que ninguna otra acción, esta contribuyó a las altas tasas de desempleo que alimentaron movimientos políticos socialistas, que llevaron a la destrucción de la economía. Podrían hacer lo mismo aquí, en Estados Unidos.
Pasando a la Fed, aquí vemos una camarilla de obsesos que cree que la mayor amenaza para el país ahora mismo son los precios a la baja. Y están completamente decididos a impedir que ocurra esto, precisamente en el momento en que los precios a la baja sería lo mejor que le podría pasar al país.
¿Y qué genera esta obsesión? Una compresión defectuosa de la Gran Depresión. Como FDR y sus asesores, este grupo está convencido de que lo que causó la depresión fue la caída en los precios de todo. Esto es lo que genera un mal pensamiento económico. Los precios bajos fueron lo mejor que tuvo para ofrecer la década de 1930. ¡Imaginemos la misma depresión entre el rugido de la inflación! Los sufrimientos de la gente habrían sido inconmensurablemente peores.
Así que dejad a Washington que se asegure de que la próxima experiencia con cualquier fenómeno económico será siempre peor que la última. Están tratando de darnos la Gran Depresión con una tendencia aún peor: ¡caída de la producción, aumento del desempleo, más precios al alza! (Si no lo habéis leído, por favor, conseguid una copia de America’s Great Depression, de Rothbard. De paso mandad unas pocas copias a la Fed).
La visión de Bernanke de la Gran Depresión por supuesto no tiene ningún sentido. Pero es la única explicación que puedo imaginar para explicar por qué la Fed está haciendo todo lo posible para hinchar la economía inventando formas cada vez más tramposas de hacer que los bancos presten dinero, como si el dinero y el crédito fueran as salvar al mundo. Podríais pensar que observarían las penalidades económicas de muchas naciones africanas con inflación desbocada en los muchos miles por ciento. Sus economías no van bien. ¡Pero una persona como Bernanke es capaz de mirar a un lugar como Zimbabue y apuntar que al menos no está sufriendo deflación!
En esta etapa del debate sobre qué hacer con la recesión, la administración Bush y los republicanos parecen bastante buenos en comparación con los demócratas. Es fácil olvidar que Bush ostenta la mayoría de la responsabilidad directa de este desastre. Su guerra ha drenado las existencias de capital, disminuidos los suministros de petróleo y desplazada la inversión privada. No ha hecho nada para mantener bajos los precios de la gasolina y ha rechazado específicamente propuestas iniciales para tratar de reducir los precios.
Ha alentado a la Fed con su inflación, al poner prioridad en sus aventuras militares por encima de políticas económicas sólidas. Es una burda simplificación, pero sigue conteniendo verdad: el estado de guerra de Bush  es la causa de esta recesión. Es una simplificación en el sentido de que no habría ocurrido sin la máquina de dinero de la esquina  de la Casa Blanca que ha reclamado que pusiera la directa.
¿Cuál es la respuesta correcta a una recesión? La primera regla debe ser no hacer daño. En lo que se refiere al gobierno, es pedir mucho y bastante. Más allá de eso, en un mundo ideal, deberíamos cerrar la Fed, reducir el coste del empleo, reducir impuestos, liquidar los controles medioambientales a la exploración y refinado de petróleo: eso sería un buen principio. Podríamos esperar que la recesión durara menos de un año bajo estas políticas. Tal y como está, podríamos estar una larga y profunda recesión.

El gobierno destroza la economía

 
[Publicado en Mises Daily el 15 de junio de 2008]
En este momento solo se trata de esperar a que la Oficina Nacional de Investigación Económica declare que hemos entrado en recesión. Por supuesto, trabajan con datos pasados, todos lo hacemos. Pero los datos demostrarán lo que ha sido verdad durante meses. Las tendencias son coherentes con toda recesión individual registrada. Miradlo vosotros mismos.
Todo esto es bastante malo. Tal vez tengas asegurado tu trabajo. Tal vez estés fuera de la bolsa. Tal vez no esté esperando un beneficio de alguna inversión inmobiliaria. El problema que golpea a todos es la inflación, que está rugiendo fuera de control en todos los sectores que nos importan. Hemos entrado en dobles dígitos y si los precios del productor anuncian los precios del consumidor, tenemos malos tiempos a la vista.


Elecciones 2016 en España: ¿Hay alguna esperanza para la libertad?


El 26 de junio, los votantes en España iremos a las urnas por segunda vez en medio año. Los resultados de las elecciones previas fueron considerados por los expertos como un punto de inflexión en la reciente historia española, ya que el sistema bipartidista hegemónico que había dominado el parlamento durante casi 40 años había acabado por fin: los conservadores (Partido Popular o PP) ganaron de nuevo por un margen muy pequeño, pero sin embargo la distancia entre los socialdemócratas (Partido Socialista Obrero Español o PSOE) y los nuevos izquierdistas (Podemos) fue todavía menor. Los “recién llegados” (el partido Ciudadanos) quedó considerablemente detrás.
Desde las últimas elecciones (en diciembre de 2015) nuestras élites políticas han sido incapaces de aunar un ejecutivo que funcione (el equivalente a una “administración” americana), llevándonos así a unos nuevos comicios.



Temas electorales de 2016: Más de lo mismo

Sin embargo, la imagen profundamente enraizada de la sociedad española como un caleidoscopio ideológico contrasta con la aburrida oferta electoral de los cuatro principales partidos: ninguna de las candidaturas apoya ninguna reducción del gasto público en un país en el que el déficit presupuestario estado completamente fuera de control durante demasiados años y, al mismo tiempo, se han convertido en lamentablemente comunes las propuestas más variadas de aumento en la intervención del estado. Aunque los libertarios no necesitemos ninguna excusa para desafiar la prodigalidad pública, el estado actual de cosas nos obliga a afrontar las votaciones sin nada que no sea decepción.
Se podría esperar que las duras consecuencias de una expansión artificial del crédito y continuas malas inversiones (que acabaron obligando a la Unión Europea a llevar a cabo un rescate del sector bancario español) despertaran alguna conciencia entre una ciudadanía empobrecida. Sin embargo, ni España ni la Unión Europea han aprendido la lección. En el Viejo Continente, las falacias keynesianas reclamando un aumento necesario y casi sin restricciones de los programas de estímulo han conquistado todas las esferas de la sociedad.

Oposición continua a la austeridad

El rechazo de valores nucleares del liberalismo de laissez-faire, como un mercado no intervenido o libertad y estabilidad monetaria, es bastante notable la nueva jerga en la política cotidiana: el eje ricos-pobres ha sido sustituido por la concepción más inclusiva de “arriba-abajo”; el crecimiento económico ya no es una condición suficiente, sino que se requiere una “recuperación justa”; el asfixiante, aunque inexistente (ver Bagus), “austericidio” debe reemplazarse por nuevas políticas económicas “en beneficio de la mayoría social” y así sucesivamente.
Estas innovaciones lingüísticas también se encuentran evidentemente en forma de las respectivas propuestas lanzadas por los partidos durante la campaña en marcha: la actual presión fiscal, o se aumentará, o se mantendrá; la ligera liberalización del mercado laboral iniciada en 2011 se invertirá para restaurar los “derechos perdidos” de los trabajadores; podrían aprobarse programas sociales más generosos, como diversas formas de renta mínima; de salario mínimo podría aumentarse a su máximo histórico en un momento de desempleo históricamente alto y la legalización de otras expresiones de libertad, como el derecho a portar armas, el comercio de drogas o la prostitución por desgracia siguen sin estar encima de la mesa.
El amable lector se preguntará inmediatamente cuánto margen tendría realmente un nuevo gobierno español en este intento de expandir el estado de bienestar de esa manera. Y la respuesta es directa: ninguno. Aunque España evitó recientemente sanciones de Bruselas por incumplir las normas de la UE sobre déficits presupuestarios, sigue existiendo la obligación legal de alcanzar un presupuesto equilibrado en los próximos años (suponiendo que la UE aplique sus límites establecidos sobre los déficits). En otras palabras, todas esas promesas de campaña se tornarán fútiles una vez se articule un nuevo gobierno, como nos ha demostrado el ejemplo griego.

¿Cuáles son las perspectivas para la libertad y los mercados libres?

¿Hay entonces alguna esperanza para los libertarios en España? Por desgracia, no a corto plazo. La composición resultante del parlamento después de estas nuevas elecciones será sin duda socialdemócrata en su totalidad. La peligrosa animosidad que plantean hoy en día las ideas de libre mercado en mi país no es una característica propia en la cultura española, sino más bien una “mentalidad” extendida (citando a Mises) en la UE (y especialmente en el sur). Por tanto lo mejor que podemos hacer es seguir luchando contra las ideas de los populistas dominantes. El resultado de las elecciones podría ser una decepción (muy) amarga, pero debemos continuar sosteniendo las enseñanzas de la Escuela Austriaca si realmente tenemos algo de conciencia social.

Elecciones 2016 en España: ¿Hay alguna esperanza para la libertad?


El 26 de junio, los votantes en España iremos a las urnas por segunda vez en medio año. Los resultados de las elecciones previas fueron considerados por los expertos como un punto de inflexión en la reciente historia española, ya que el sistema bipartidista hegemónico que había dominado el parlamento durante casi 40 años había acabado por fin: los conservadores (Partido Popular o PP) ganaron de nuevo por un margen muy pequeño, pero sin embargo la distancia entre los socialdemócratas (Partido Socialista Obrero Español o PSOE) y los nuevos izquierdistas (Podemos) fue todavía menor. Los “recién llegados” (el partido Ciudadanos) quedó considerablemente detrás.
Desde las últimas elecciones (en diciembre de 2015) nuestras élites políticas han sido incapaces de aunar un ejecutivo que funcione (el equivalente a una “administración” americana), llevándonos así a unos nuevos comicios.


Friday, June 17, 2016

Por qué los peores gobiernan, Hans-hermann Hoppe

Gobierno de los peores
Capítulo extraído del libro Libertad o Socialismo del profesor Hans-Hermann Hoppe.
Una de las tesis más extensamente aceptadas entre los economistas políticos es la siguiente: Todos los monopolios son malos desde el punto de vista de los consumidores. Por monopolio se entiende, en su sentido clásico, como un privilegio exclusivo otorgado a un productor unico de un bien o servicio, o sea, como la ausencia de entradas libres en una línea particular de producción. Es decir, sólo una agencia, A, puede producir un bien dado, X. Cualquier monopolio es malo para los consumidores porque, protegido de nuevos participantes potenciales en su área de producción, el precio del producto X será más alto y la calidad más baja que si fuera de otro modo.



Esta verdad elemental ha sido invocada con frecuencia como un argumento a favor del gobierno democrático como opuesto al gobierno clásico, monárquico o señorial. Porque bajo la democracia la entrada al aparato gubernamental es libre – cualquiera puede llegar a ser primer ministro o presidente – mientras que bajo la monarquía está restringido al rey y su heredero.
Sin embargo, este argumento en favor de la democracia adolece de fallas fatales.
La entrada libre no siempre es buena. Libertad de entrada y competencia en la producción de bienes son buenas, pero en la producción de algo malo no lo son.
Libertad de entrada en el negocio de torturar y matar inocentes, o la libre competencia de falsificar o estafar, por ejemplo no son buenas; es peor que malo.
¿Así que qué tipo de “negocio” es gobernar? La respuesta: no es un productor usual de bienes en venta a consumidores voluntarios. Por lo tanto es un “negocio” dedicado a robar y a expropiar – por medio de impuestos y falsificación – y a guardar para sí los bienes robados. De ahí que, la libertad de entrar en el gobierno no mejora algo bueno. En realidad, hace las cosas peores, es decir, agrava lo malo.
Desde que el hombre es como es, en toda sociedad existen personas que codician la propiedad de los demás. Algunas personas están más inclinadas a este sentimiento que otras, los individuos aprenden generalmente a no actuar bajo tales pasiones y aún más, se sienten avergonzados de tenerlas. Ordinariamente pocos individuos son incapaces de suprimir exitosamente sus apetitos por la propiedad de otros, y son tratados como criminales por sus congéneres y reprimidos bajo la amenaza del castigo físico. Bajo el gobierno señorial, sólo una sola persona – el príncipe – puede actuar legalmente bajo el deseo por la propiedad de otra persona, y esto es lo que lo convierte en un peligro potencial y en un “mal”.
Sin embargo, un príncipe es restringido en sus deseos de redistribución porque todos los miembros de la sociedad han aprendido a considerar el tomar y redistribuir la propiedad de otras personas, como vergonzoso e inmoral. Por consiguiente miran cada acción del príncipe con sospecha suprema. En claro contraste, al abrir la entrada en el gobierno, a cualquiera le es permitido expresar libremente su deseo por la propiedad de otros. Lo qué era considerado anteriormente como inmoral y por consiguiente suprimido, es ahora considerado como un sentimiento legítimo. Todos pueden codiciar abiertamente la propiedad de otros en nombre de la democracia; y todos pueden actuar bajo este deseo por la propiedad de otros, siempre y cuando logren entrar en el gobierno. De ahí que bajo la democracia cualquiera puede llegar a ser una amenaza.
En consecuencia, bajo condiciones democráticas el pensamiento popular aunque inmoral y anti-social de desear la propiedad de otro hombre es sistemáticamente reforzado. Cada demanda es legitimada si ésta es proclamada públicamente bajo protección especial como “libertad de expresión”. Todo puede ser dicho y exigido, y todo puede ser arrebatado. Ni el aparentemente más seguro derecho de la Propiedad Privada está exento de las demandas redistributivas. Peor aún, sujeto a las elecciones de masas, esos miembros de la sociedad que tienen pocas o nulas inhibiciones en contra de tomar la propiedad de otro hombre, es decir, los amoralistas que son los más talentosos congregando mayorías de una multitud moralmente desinhibida y las demandas populares mutuamente incompatibles, (demagogos eficientes) tenderán a ganar su entrada y encumbrarse a la cima del gobierno. Así, una situación mala se convierte en una peor.
Históricamente, la selección de un príncipe se dio través del accidente de su nacimiento noble, y su única calificación personal fue típicamente su educación como futuro príncipe y preservador de su dinastía, su estatus y sus posesiones. Esto no aseguraba, por supuesto, que dicho príncipe no fuera malo o peligroso. Sin embargo, es importante recordar que cualquier príncipe que fallaba en su deber primario de avanzar la dinastía –quien arruinaba el país– enfrentaba el riesgo inmediato de ser neutralizado o asesinado por otro miembro de su propia familia. En cualquier caso, sin embargo, aún si el accidente de su nacimiento así como su educación no evitaran que un príncipe pudiera ser malo o peligroso, al mismo tiempo el accidente de un nacimiento noble y una educación magnífica tampoco impedía que pudiera ser un frívolo inofensivo e incluso una persona buena y moral.
En contraste, la selección de gobernantes por medio de elecciones populares hace casi imposible que una persona buena o inofensiva pudiese siquiera elevarse a la cima. Los primeros ministros y presidentes son seleccionados por su eficacia demostrada como demagogos moralmente desinhibidos.
Así, la democracia virtualmente asegura que solo los hombres malos y peligrosos puedan ascender a la cima del gobierno. Como resultado de la libre competencia y selección política, aquellos que suben se volverán individuos cada vez más corruptos y peligrosos, y sin embargo al ser cuidadores temporales e intercambiables, ellos serán raramente asesinados.
La libre entrada no siempre es buena. Libre entrada y competencia en la producción de bienes es buena, pero libre competencia en la producción de males no lo es.
Uno no puede hacer nada mejor que citar a H.L. Mencken. “Los políticos,” él anota con su característico ingenio, “rara vez si es que alguna, llegan [a un cargo público] por mérito, al menos en estados democráticos. A veces, claro, esto pasa pero sólo por algún tipo de milagro. Ellos son escogidos normalmente por varias razones, la principal siendo que simplemente tienen poder para impresionar y encantar a los intelectualmente desprivilegiados… ¿Alguno de ellos se aventurará a decir la llana verdad, la total verdad y nada más que la verdad acerca de la situación, externa o interna, del país? ¿Alguno de ellos se abstendrá de hacer promesas que sabe que no puede cumplir -que ningún ser humano podría cumplir? Alguno de ellos dirá una
palabra, aunque sea obvia, que alarme o aliene a cualquiera de la gran masa de idiotas enquistados en el comedero público, revolcándose en la papilla que crece cada vez más delgada, esperanzado contra toda esperanza? Respuesta: puede ser por pocas semanas, al inicio… Pero no después que el asunto vas en serio, y la pelea es sincera… Ellos avanzarán sobre el territorio buscando oportunidades para hacer ricos a los pobres, para remediar lo irremediable, para socorrer lo insocorrible, para descifrar lo indescifrable, para deflogisticar lo indeflogisticable. Ellos curarán las verrugas diciendo palabras sobre ellas, y pagando la deuda nacional con modeda que nadie tendrá que ganar. Cuando uno de ellos demuestre que dos veces dos es cinco, otro probará que es seis, seis y medio, diez, veinte, n. En resumen, ellos se presentarán a sí mismos como sensibles, cándidos, hombres confiables y simplemente siendo candidatos para el cargo, empeñados solamente en asegurarse votos. Ellos van a saber para entonces, suponiendo que algunos de no lo sepan ya, que los votos son asegurados bajo la democracia, no al hablar sensatamente si no por hablar cosas sin sentido, y se dedicarán a sí mismos a la tareas con una sonrisa de corazón. Muchos de ellos, antes de que el alboroto se haya terminado, se convencerán realmente. La mayoría de ellos, antes de que acabe el barullo, se habrán convencido a sí mismos. El ganador será quien prometa más con la menor probabilidad de cumplir.

Por qué los peores gobiernan, Hans-hermann Hoppe

Gobierno de los peores
Capítulo extraído del libro Libertad o Socialismo del profesor Hans-Hermann Hoppe.
Una de las tesis más extensamente aceptadas entre los economistas políticos es la siguiente: Todos los monopolios son malos desde el punto de vista de los consumidores. Por monopolio se entiende, en su sentido clásico, como un privilegio exclusivo otorgado a un productor unico de un bien o servicio, o sea, como la ausencia de entradas libres en una línea particular de producción. Es decir, sólo una agencia, A, puede producir un bien dado, X. Cualquier monopolio es malo para los consumidores porque, protegido de nuevos participantes potenciales en su área de producción, el precio del producto X será más alto y la calidad más baja que si fuera de otro modo.