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Monday, December 12, 2016

¿Qué hace o debe hacer el gobierno?





“CUANDO EN MÉXICO ABANDONEMOS LA DEMAGÓGICA IDEA DE QUE EL ESTADO REVOLUCIONARIO SE RESPONSABILIZABA CON LA TAREA DE IMPORTAR FELICIDAD Y PROSPERIDAD PARA TODOS LOS CIUDADANOS, ENTONCES TAL VEZ HABREMOS ENCONTRADO EL CAMINO.”

RICARDO VALENZUELA
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Desde que el gobierno emergiera como concepto, nacía también la confusión de cuál debería ser al papel del nuevo invento. Con el surgimiento de la agricultura y los asentamientos humanos, el hombre iniciaba también la acumulación de activos como sus herramientas de trabajo, sobrantes de sus cosechas, etc. Ello provocaría los albores de la criminalidad cuando miembros de esa novel sociedad, se dedicaran al pillaje para hacerse de lo que no les pertenecía. Se erigiría entonces alguien con características de líder ofreciendo protección a la comunidad, en contra de los criminales debutantes, obviamente por el pago correspondiente de una parte del fruto de su trabajo.

¿Qué hace o debe hacer el gobierno?





“CUANDO EN MÉXICO ABANDONEMOS LA DEMAGÓGICA IDEA DE QUE EL ESTADO REVOLUCIONARIO SE RESPONSABILIZABA CON LA TAREA DE IMPORTAR FELICIDAD Y PROSPERIDAD PARA TODOS LOS CIUDADANOS, ENTONCES TAL VEZ HABREMOS ENCONTRADO EL CAMINO.”

RICARDO VALENZUELA
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Desde que el gobierno emergiera como concepto, nacía también la confusión de cuál debería ser al papel del nuevo invento. Con el surgimiento de la agricultura y los asentamientos humanos, el hombre iniciaba también la acumulación de activos como sus herramientas de trabajo, sobrantes de sus cosechas, etc. Ello provocaría los albores de la criminalidad cuando miembros de esa novel sociedad, se dedicaran al pillaje para hacerse de lo que no les pertenecía. Se erigiría entonces alguien con características de líder ofreciendo protección a la comunidad, en contra de los criminales debutantes, obviamente por el pago correspondiente de una parte del fruto de su trabajo.

Monday, August 29, 2016

El gobierno de Peña Nieto regala cerrazón

Luis Rubio
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Presidente del Centro de Investigación para el Desarrollo (Cidac), una institución independiente dedicada a la investigación en temas de economía y política, en México. Fue miembro del Consejo de The Mexico Equity and Income Fund y del The Central European Value Fund, Inc., de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal y de la Comisión Trilateral. Escribe una columna semanal en Reforma y es frecuente editorialista en The Washington Post, The Wall Street Journal y The Los Angeles Times. En 1993, recibió el Premio Dag Hammarksjold, y en 1998 el Premio Nacional de Periodismo.
En los 80, el título de un libro sobre Indonesia resumía el momento de esa sociedad, no muy distinto al del México de hoy: “un país a la espera”. A la espera de “un cambio”.
Gobiernos van y gobiernos vienen, todos prometiendo la redención. Pero la redención no llega y todo acaba siendo excusas: la culpa siempre fue de otros.



Cuando las cosas salen bien, la sociedad mexicana se vuelca hacia el gobierno; cuando salen mal, la reacción es de despecho: el gobierno la traicionó. Es por esto que la reacción social ha sido tan brutal, haciéndole fácil la vida a los promotores de la desazón como estrategia político-electoral. Y el gobierno no podría haber actuado peor: atrincherado y convencido de su virtud, acaba siendo presa fácil de sus propios prejuicios y de una oposición a la que no comprende, ni lo intenta, todo lo cual arroja a la ciudadanía a una total incertidumbre respecto al futuro.
En los últimos lustros, los mexicanos hemos vivido dos momentos similares y, a la vez, totalmente distintos, contraste que ilustra algunas de las causas del hartazgo, desesperación y enojo ad hominem que hoy caracterizan al país. Vicente Fox y Enrique Peña Nieto no tienen nada en común en sus biografías, propuestas o habilidades, pero ambos prometieron una transformación, de la cual se olvidaron casi inmediatamente después de llegar al gobierno. Fox prometió “sacar al PRI de los Pinos” para cambiar al país; Peña Nieto prometió un “gobierno eficaz”. Ambos traicionaron a la población. Sus fallas explican la creciente popularidad de los vendedores de milagros: igual el “Bronco” que AMLO, o los que vengan.
Joaquín Villalobos, experto en movimientos sociales, dice que no hay peor estrategia de gobierno que la que se deriva de una lectura simple de una realidad compleja. Fox no entendió el tamaño de su victoria ni mucho menos la naturaleza o profundidad de la demanda de cambio en la sociedad mexicana; tampoco reconoció la debilidad del PRI en ese instante. El problema para él eran las personas y no las estructuras e instituciones, razón por la cual acabó nadando de muertito por seis largos años, creando anticuerpos para la transición político-económica que el país sigue esperando.
Peña Nieto no entendió que el México de hoy nada tiene que ver con el de los cincuenta del siglo pasado, que la economía globalizada trastocó para siempre la política interna y que el uso del déficit fiscal es por demás políticamente peligroso. El gobierno actual no sólo leyó mal la circunstancia en que llegó al poder sino también momentos cruciales que cambiaron su devenir, especialmente Ayotzinapa. Su decisión de echar para atrás la descentralización política que había experimentado el país fue de una enorme ingenuidad, como si ésta hubiera sido producto de la voluntad de un presidente y no resultado de una realidad compleja y cambiante. Al re-centralizar e imponer controles sobre los medios de comunicación, los gobernadores y otros actores sociales, además de aumentos de impuestos a los causantes cautivos, y el desdén con que administró (y sigue) los casos de corrupción, acabó en el peor de los mundos: se hizo responsable de cosas sobre las que no tenía, ni podía tener, control. Así, los problemas han acabado en la puerta de Los Pinos y, a la vez, todo mundo se siente agraviado.
El caso de Ayotzinapa es emblemático. En términos objetivos, es evidente que el asunto fue local y que el gobierno federal ni se enteró sino hasta mucho después de que ocurrió, además de que, en contraste con otras crisis, en esa no hubo participación de fuerzas federales. En esas condiciones, es increíble que el gobierno federal haya acabado cargando con la culpa, pero eso fue producto de su forma de actuar, de su necedad por proteger al gobernador y, sobre todo, de ignorar el complejo contexto. Hasta la fecha, el gobierno no parece comprender la cantidad de agravios que generó en toda la sociedad y que Ayotzinapa permitió ventilar y hacer explícitos de manera anónima.
Cuando Khrushchev denunció los crímenes del régimen soviético, uno de los delegados le gritó “Camarada Khrushchev, ¿dónde estaba usted cuando ocurrían esas barbaridades?” Krushchev volteó hacia el público y demandó “¿Quién dijo eso? ¡Levántese!” Nadie se paró. Krushchev entonces gritó de regreso “Ahí, camarada, al amparo de la obscuridad, como usted”.
El gobierno del presidente Peña no entendió a la sociedad que pretendía gobernar ni mucho menos comprendió que sus iniciativas y políticas estaban trastocando valores, tradiciones, intereses y, sobre todo, realidades y derechos ganados a pulso. En el momento en que ocurrió lo de Iguala, la sociedad se manifestó de manera brutal.
Mientras que la incertidumbre domina el panorama, el gobierno sigue atrapado en sus lecturas simples de una realidad compleja, pretendiendo que controla el proceso sucesorio. La contradicción es flagrante: la sociedad requiere definiciones hacia el futuro en tanto que el gobierno le regala cerrazón. La sociedad mexicana comprende la complejidad del momento como lo evidencia su indisposición a la violencia. Sin embargo, ningún país puede funcionar en ausencia de certidumbre respecto al futuro y, al menos, un sentido de esperanza.

El gobierno de Peña Nieto regala cerrazón

Luis Rubio
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Presidente del Centro de Investigación para el Desarrollo (Cidac), una institución independiente dedicada a la investigación en temas de economía y política, en México. Fue miembro del Consejo de The Mexico Equity and Income Fund y del The Central European Value Fund, Inc., de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal y de la Comisión Trilateral. Escribe una columna semanal en Reforma y es frecuente editorialista en The Washington Post, The Wall Street Journal y The Los Angeles Times. En 1993, recibió el Premio Dag Hammarksjold, y en 1998 el Premio Nacional de Periodismo.
En los 80, el título de un libro sobre Indonesia resumía el momento de esa sociedad, no muy distinto al del México de hoy: “un país a la espera”. A la espera de “un cambio”.
Gobiernos van y gobiernos vienen, todos prometiendo la redención. Pero la redención no llega y todo acaba siendo excusas: la culpa siempre fue de otros.


Monday, June 20, 2016

ÁLVARO VARGAS LLOSA El gobierno de Kuczynski


 



Existe en el Perú casi un consenso acerca de las horcas caudinas que enfrentará Pedro Pablo Kuczynski para gobernar

El hecho de tener una bancada de sólo 18 congresistas, de haber ganado los comicios con un alud de votos prestados por el antifujimorismo y de estar atrapado entre Escila (un fujimorismo con sangre en el ojo y mayoría parlamentaria) y Caribdis (una izquierda que le ha anunciado oposición frontal) harán de él un presidente frágil, inoperante.
No estoy tan seguro. Y no me refiero a sus atributos -experiencia política, capacidad de negociación- sino a que sus adversarios lo necesitan a él tanto o más que él a ellos, y a que tanto la Constitución como el nuevo Perú, el de las instituciones desbordadas por una sociedad bullente que no cree en ellas, le ofrecen ricas posibilidades para afirmar su Presidencia. Aprovecharlas, es algo que dependerá de la sagacidad de su gobierno.



Empiezo por la izquierda, que en estos comicios jugó un papel determinante. Lo jugó en la primera vuelta, cuando el Frente Amplio de Verónika Mendoza fue capaz de dotarla de una fuerza electoral que había perdido hace mucho tiempo, además de cierta estructura. Tal vez ella hubiera pasado a la segunda vuelta si no fuera porque un líder radical de izquierda que está preso, Gregorio Santos, asociado en el imaginario político a su militancia contra el proyecto Minas Conga en Cajamarca, donde fue gobernador, obtuvo un sorprendente 4% y le restó los votos. Su contribución a la victoria de PPK resultó importante: su respaldo de último momento ayudó a reducir significativamente el voto en blanco o nulo en el sur del país, bastión de la izquierda.
Desde que perdió su personería política, la izquierda peruana ha sido tres cosas: una elite académica e intelectual, un conjunto de activistas con capacidad de movilización y un componente, en los momentos clave, del antifujimorismo. Pero ahora es otra cosa más importante: una opción real de gobierno, como en un momento dado pasó a serlo el Frente Amplio uruguayo o el Partido de los Trabajadores brasileño. Y aquí, creo, está la razón por la cual Verónika, una de las figuras más interesantes que ha producido la mediocre política peruana, no puede conducirse frente a Kuczynski de un modo desproporcionadamente agresivo e irresponsable. Porque, si es verdad que PPK navega entre la Escila del fujimorismo y el Caribdis del Frente Amplio, no lo es menos que ella también navega entre dos monstruos marinos: de un lado, el riesgo de que Santos, por ahora un fenómeno muy focalizado en la norteña Cajamarca, crezca a su costa en el sur peruano si hace demasiadas concesiones a la “derecha limeña” y, del otro, el riesgo de que, si no logra transmitir a las clases medias emergentes algo más que radicalismo anticapitalista, acabe confinada en una condición de activista, sin capacidad para ganar elecciones.
Ella podría estar tentada de planear guerra a PPK para obligarlo a recostarse cada vez más en el fujimorismo y provocar así el desgaste de esta fuerza, su rival en el futuro. Pero es harto difícil suponer que el fujimorismo caerá fácilmente en esa trampa: el populismo está en su ADN no menos que en el ADN de una parte importante de la izquierda. Su radicalización, por lo demás, convendría especialmente al fujimorismo, visto por un sector amplio de votantes como una garantía contra la llegada de “los rojos” al poder. Esto es evidente en el norte, el bastión actual del fujimorismo, donde el fenómeno social más importante del Perú de las últimas décadas, el surgimiento de una nueva clase media, ha coincidido con el afianzamiento de los herederos de Fujimori en dicha zona.
Con prescindencia del efecto que su radicalización tendría o no en el fujimorismo, lo que es seguro es que le enajenaría a Verónika un gran número de votantes potenciales del Perú emergente. Sin ellos, sin una parte de ellos, no hay manera de que el Frente Amplio sea gobierno. Es cierto: siempre estará Santos a la izquierda de la izquierda para hacer de “coco” en la política peruana. Pero evitar que Santos le robe votos de protesta no puede ser el objetivo prioritario de una líder que aspira a gobernar el país. Su empeño debe estar en compaginar la sed de cambio de un electorado que siente ajeno el “modelo”, porque no le ofrece las mismas posibilidades que a otros con la vocación de la nueva clase media por los servicios de calidad y la infraestructura que el Estado peruano ha sido incapaz de darle.
Esto pasa por elegir con cuidado las batallas que deberá dar frente al gobierno de PPK. La percepción de que se opone a toda iniciativa, de que obstruye todo proyecto, le haría un daño político irreparable. Más daño del que le haría ser acusada por Santos de no actuar con suficiente contundencia. La izquierda tiene la gran oportunidad de transitar de la infancia a la madurez ideológica y en eso PPK puede ser su aliado inesperado, sin que haya necesidad alguna de pactos, cogobiernos o debilidad opositora. Se puede ser una oposición tenaz sin ser gratuitamente destructiva. Habrá momentos, además, en que la necesidad política haga revivir la coalición antifujimorista y la izquierda debe, explícita o implícitamente, proteger a PPK. Ocurrirá si el fujimorismo pretende, desde su mayoría parlamentaria, imponer al presidente y al país iniciativas moralmente aberrantes.
Lo cual nos lleva al fujimorismo. También ellos, que son la primera fuerza, tienen dilemas existenciales.  El primero: ¿Optar por la línea dura, cercana a Fujimori padre, de la que el hermano de Keiko es expresión reconocible, o profundizar el proceso de institucionalización del partido que Keiko inició con relativo éxito pero -todavía- demasiado bagaje histórico? Claro, es difícil que una Fujimori “desfujimorice” a su partido; pero puede avanzar en esa línea. Una forma de hacerlo es evitar convertir a la bancada parlamentaria en un brulote orientado a incendiar al gobierno de Kuczynski. Dicho esto, surge la pregunta: una excesiva contemporización con el gobierno por parte de Keiko y su gente, ¿provocaría el fortalecimiento de la línea dura?
No importa tanto la respuesta a estas preguntas como lo que el solo hecho de que estén planteadas supone para PPK: la oportunidad de aprovechar el mar de fondo que agita al fujimorismo para negociar en determinados momentos cosas importantes. La primera, después de aprobado el gabinete ministerial, será, presumiblemente, el otorgamiento de facultades legislativas.  Si la bancada fujimorista se opone desde el comienzo a cualquier gesto en favor de la gobernabilidad, el costo político será muy grande. De un tiempo a esta parte, el Congreso, una de las instituciones más desprestigiadas, se ha convertido en una trituradora política. El conocimiento generalizado de que el fujimorismo controla el Congreso supone un desgaste potencial que podría operar como factor atenuante de la hostilidad de los fujimoristas.
Para no hablar del escenario más extremo: si el fujimorismo tumba varios gabinetes, la Constitución (artículos 133 y 134) pone en manos de PPK la posibilidad de disolver el Congreso y convocar a elecciones legislativas. El partido al que menos conviene provocar escenarios de esta naturaleza es al que todos asocian con la disolución violenta del que había en 1992.
Por último, les pasa igual que a Verónika Mendoza (independientemente de si en el futuro sigue siendo Keiko la que gobierna ese partido o su hermano le da un golpe interno). A diferencia de PPK, que está emprendiendo “el último trabajo” de su vida, según él, pues luego se retirará a su casa de Cieneguilla a leer y escribir, el fujimorismo pretende ser gobierno. Tantas derrotas consecutivas deberían indicarle que la única forma de disminuir el antifujimorismo es comportarse de un modo que no haga recordar, cada día, la experiencia de los años 90.
En cuanto a las prioridades de PPK, no hay misterios. El país tiene hoy una inseguridad comparable a la de otros países de la región. Responder a este reto con efectividad mediante una reforma integral de la policía y una revolución tecnológica, será determinante para el éxito o fracaso del nuevo gobierno.
El segundo asunto pendiente es retomar el crecimiento. Es cierto: gracias a algunas minas que han entrado en producción (Las Bambas, Constancia), que se han ampliado (Cerro Verde) o han sido recuperadas (Antamina), el PIB ha crecido algo más de lo que se pronosticaba, superando el 3%. Pero esa producción en algunos casos se agotará pronto y la inversión ha caído por tercer año consecutivo, lo que augura vacas flacas: el consumo no puede por sí solo sostener por mucho tiempo el crecimiento. Aquí PPK, buen conocedor de la materia y hombre que despierta confianza, debería tener menos dificultades que en el tema de la seguridad. A menos que la agitación social se desborde.
Será interesante comprobar si puede llevar a la práctica su propuesta más audaz (además de la eliminación de trabas): la reducción del IGV, especie de IVA peruano, en tres puntos, sobre todo ahora que hay déficit fiscal. Esa y otras medidas tendientes a facilitar la formalización de la economía y la multiplicación de las inversiones enfrentarán seria oposición.
El tercer asunto urgente es el institucional: aunque el desarrollo de las instituciones no es tema de un gobierno, sino de una evolución compleja y sutil, el deterioro ha alcanzado un nivel que pone en serio riesgo todo lo avanzado desde la recuperación de la democracia y el cambio de modelo económico. La ruina del sistema jurisdiccional, por ejemplo, exige cambios que ayuden a devolver un mínimo de confianza a la población. PPK, como otros actores políticos, lo tiene claro. Pero actuar allí implicará hacer frente a intereses enrocados.
Por último, PPK, que tiene una ONG dedicada al agua y lleva años hablando de servicios, encara un desafío social. En el Perú, como en otras partes, lo “social” suele implicar asistencialismo. Nadie, ni siquiera PPK (más exacto sería decir: sobre todo PPK) puede hoy disminuir los programas sociales, que han crecido. Mantenerlos, incluso aumentarlos, es una forma de protegerse políticamente contra la acusación de ser un “neoliberal” desalmado. Pero PPK sabe bien que esos programas alivian temporalmente la situación de quienes los reciben, pero no desarrollan a un país. Por eso, lo “social” en su caso significa sobre todo educación, salud e infraestructura. En lo primero ha habido algún avance durante este gobierno, pero lo demás sigue desnortado. Aquí tendrá PPK que poner mucho esfuerzo sabiendo que los frutos se verán en otros gobiernos. Y sabe otra cosa: que la resistencia al cambio por parte de los intereses creados es implacable. Lo es aun más cuando, como s el caso de Kuczynski, no se tiene una base social y política importante.
Gran parte del país respira aliviado por haberse librado de un gobierno que iba a ser una fuente de desunión y trauma moral. Ahora PPK debe demostrar que todos esos votos prestados apostaron bien.

ÁLVARO VARGAS LLOSA El gobierno de Kuczynski


 



Existe en el Perú casi un consenso acerca de las horcas caudinas que enfrentará Pedro Pablo Kuczynski para gobernar

El hecho de tener una bancada de sólo 18 congresistas, de haber ganado los comicios con un alud de votos prestados por el antifujimorismo y de estar atrapado entre Escila (un fujimorismo con sangre en el ojo y mayoría parlamentaria) y Caribdis (una izquierda que le ha anunciado oposición frontal) harán de él un presidente frágil, inoperante.
No estoy tan seguro. Y no me refiero a sus atributos -experiencia política, capacidad de negociación- sino a que sus adversarios lo necesitan a él tanto o más que él a ellos, y a que tanto la Constitución como el nuevo Perú, el de las instituciones desbordadas por una sociedad bullente que no cree en ellas, le ofrecen ricas posibilidades para afirmar su Presidencia. Aprovecharlas, es algo que dependerá de la sagacidad de su gobierno.


Sunday, June 19, 2016

El gobierno destroza la economía

 
[Publicado en Mises Daily el 15 de junio de 2008]
En este momento solo se trata de esperar a que la Oficina Nacional de Investigación Económica declare que hemos entrado en recesión. Por supuesto, trabajan con datos pasados, todos lo hacemos. Pero los datos demostrarán lo que ha sido verdad durante meses. Las tendencias son coherentes con toda recesión individual registrada. Miradlo vosotros mismos.
Todo esto es bastante malo. Tal vez tengas asegurado tu trabajo. Tal vez estés fuera de la bolsa. Tal vez no esté esperando un beneficio de alguna inversión inmobiliaria. El problema que golpea a todos es la inflación, que está rugiendo fuera de control en todos los sectores que nos importan. Hemos entrado en dobles dígitos y si los precios del productor anuncian los precios del consumidor, tenemos malos tiempos a la vista.



¿Qué hace entonces Washington? En una acción de increíble estupidez, el Congreso ha aprobado una extensión de las prestaciones de desempleo. Sigue siendo verdad la vieja regla: si subvencionas algo, conseguirás más. Así que esto nos dará más desempleo. No cabe ninguna duda. Por tanto empeorará y prolongará el problema.
Solo hace falta un segundo de lógica económica para ver por qué. En un entorno recesionista, necesitamos mercados laborales más libres, no más socializados. Las empresas tiene que ser capaces de contratar trabajadores a precios inferiores. No queremos aumentar el coste de contratar, queremos reducirlo, especialmente con el desempleo en aumento. Por el contrario, el Congreso saquea a los trabajadores de este país para impedir que la gente entre en el mercado laboral.
No solo es estúpido: es altamente peligroso. Los británicos intentaron esto en la década de 1930 y, más que ninguna otra acción, esta contribuyó a las altas tasas de desempleo que alimentaron movimientos políticos socialistas, que llevaron a la destrucción de la economía. Podrían hacer lo mismo aquí, en Estados Unidos.
Pasando a la Fed, aquí vemos una camarilla de obsesos que cree que la mayor amenaza para el país ahora mismo son los precios a la baja. Y están completamente decididos a impedir que ocurra esto, precisamente en el momento en que los precios a la baja sería lo mejor que le podría pasar al país.
¿Y qué genera esta obsesión? Una compresión defectuosa de la Gran Depresión. Como FDR y sus asesores, este grupo está convencido de que lo que causó la depresión fue la caída en los precios de todo. Esto es lo que genera un mal pensamiento económico. Los precios bajos fueron lo mejor que tuvo para ofrecer la década de 1930. ¡Imaginemos la misma depresión entre el rugido de la inflación! Los sufrimientos de la gente habrían sido inconmensurablemente peores.
Así que dejad a Washington que se asegure de que la próxima experiencia con cualquier fenómeno económico será siempre peor que la última. Están tratando de darnos la Gran Depresión con una tendencia aún peor: ¡caída de la producción, aumento del desempleo, más precios al alza! (Si no lo habéis leído, por favor, conseguid una copia de America’s Great Depression, de Rothbard. De paso mandad unas pocas copias a la Fed).
La visión de Bernanke de la Gran Depresión por supuesto no tiene ningún sentido. Pero es la única explicación que puedo imaginar para explicar por qué la Fed está haciendo todo lo posible para hinchar la economía inventando formas cada vez más tramposas de hacer que los bancos presten dinero, como si el dinero y el crédito fueran as salvar al mundo. Podríais pensar que observarían las penalidades económicas de muchas naciones africanas con inflación desbocada en los muchos miles por ciento. Sus economías no van bien. ¡Pero una persona como Bernanke es capaz de mirar a un lugar como Zimbabue y apuntar que al menos no está sufriendo deflación!
En esta etapa del debate sobre qué hacer con la recesión, la administración Bush y los republicanos parecen bastante buenos en comparación con los demócratas. Es fácil olvidar que Bush ostenta la mayoría de la responsabilidad directa de este desastre. Su guerra ha drenado las existencias de capital, disminuidos los suministros de petróleo y desplazada la inversión privada. No ha hecho nada para mantener bajos los precios de la gasolina y ha rechazado específicamente propuestas iniciales para tratar de reducir los precios.
Ha alentado a la Fed con su inflación, al poner prioridad en sus aventuras militares por encima de políticas económicas sólidas. Es una burda simplificación, pero sigue conteniendo verdad: el estado de guerra de Bush  es la causa de esta recesión. Es una simplificación en el sentido de que no habría ocurrido sin la máquina de dinero de la esquina  de la Casa Blanca que ha reclamado que pusiera la directa.
¿Cuál es la respuesta correcta a una recesión? La primera regla debe ser no hacer daño. En lo que se refiere al gobierno, es pedir mucho y bastante. Más allá de eso, en un mundo ideal, deberíamos cerrar la Fed, reducir el coste del empleo, reducir impuestos, liquidar los controles medioambientales a la exploración y refinado de petróleo: eso sería un buen principio. Podríamos esperar que la recesión durara menos de un año bajo estas políticas. Tal y como está, podríamos estar una larga y profunda recesión.

El gobierno destroza la economía

 
[Publicado en Mises Daily el 15 de junio de 2008]
En este momento solo se trata de esperar a que la Oficina Nacional de Investigación Económica declare que hemos entrado en recesión. Por supuesto, trabajan con datos pasados, todos lo hacemos. Pero los datos demostrarán lo que ha sido verdad durante meses. Las tendencias son coherentes con toda recesión individual registrada. Miradlo vosotros mismos.
Todo esto es bastante malo. Tal vez tengas asegurado tu trabajo. Tal vez estés fuera de la bolsa. Tal vez no esté esperando un beneficio de alguna inversión inmobiliaria. El problema que golpea a todos es la inflación, que está rugiendo fuera de control en todos los sectores que nos importan. Hemos entrado en dobles dígitos y si los precios del productor anuncian los precios del consumidor, tenemos malos tiempos a la vista.


Monday, June 13, 2016

El gobierno de Kuczynski

El gobierno de Kuczynski

Por Álvaro Vargas Llosa
Existe en el Perú casi un consenso acerca de las horcas caudinas que enfrentará Pedro Pablo Kuczynski para gobernar. El hecho de tener una bancada de sólo 18 congresistas, de haber ganado los comicios con un alud de votos prestados por el antifujimorismo y de estar atrapado entre Escila (un fujimorismo con sangre en el ojo y mayoría parlamentaria) y Caribdis (una izquierda que le ha anunciado oposición frontal) harán de él un presidente frágil, inoperante.
No estoy tan seguro. Y no me refiero a sus atributos -experiencia política, capacidad de negociación- sino a que sus adversarios lo necesitan a él tanto o más que él a ellos, y a que tanto la Constitución como el nuevo Perú, el de las instituciones desbordadas por una sociedad bullente que no cree en ellas, le ofrecen ricas posibilidades para afirmar su Presidencia. Aprovecharlas, es algo que dependerá de la sagacidad de su gobierno.

 
Empiezo por la izquierda, que en estos comicios jugó un papel determinante. Lo jugó en la primera vuelta, cuando el Frente Amplio de Verónika Mendoza fue capaz de dotarla de una fuerza electoral que había perdido hace mucho tiempo, además de cierta estructura. Tal vez ella hubiera pasado a la segunda vuelta si no fuera porque un líder radical de izquierda que está preso, Gregorio Santos, asociado en el imaginario político a su militancia contra el proyecto Minas Conga en Cajamarca, donde fue gobernador, obtuvo un sorprendente 4% y le restó los votos. Su contribución a la victoria de PPK resultó importante: su respaldo de último momento ayudó a reducir significativamente el voto en blanco o nulo en el sur del país, bastión de la izquierda.
Desde que perdió su personería política, la izquierda peruana ha sido tres cosas: una elite académica e intelectual, un conjunto de activistas con capacidad de movilización y un componente, en los momentos clave, del antifujimorismo. Pero ahora es otra cosa más importante: una opción real de gobierno, como en un momento dado pasó a serlo el Frente Amplio uruguayo o el Partido de los Trabajadores brasileño. Y aquí, creo, está la razón por la cual Verónika, una de las figuras más interesantes que ha producido la mediocre política peruana, no puede conducirse frente a Kuczynski de un modo desproporcionadamente agresivo e irresponsable. Porque, si es verdad que PPK navega entre la Escila del fujimorismo y el Caribdis del Frente Amplio, no lo es menos que ella también navega entre dos monstruos marinos: de un lado, el riesgo de que Santos, por ahora un fenómeno muy focalizado en la norteña Cajamarca, crezca a su costa en el sur peruano si hace demasiadas concesiones a la “derecha limeña” y, del otro, el riesgo de que, si no logra transmitir a las clases medias emergentes algo más que radicalismo anticapitalista, acabe confinada en una condición de activista, sin capacidad para ganar elecciones.
Ella podría estar tentada de planear guerra a PPK para obligarlo a recostarse cada vez más en el fujimorismo y provocar así el desgaste de esta fuerza, su rival en el futuro. Pero es harto difícil suponer que el fujimorismo caerá fácilmente en esa trampa: el populismo está en su ADN no menos que en el ADN de una parte importante de la izquierda. Su radicalización, por lo demás, convendría especialmente al fujimorismo, visto por un sector amplio de votantes como una garantía contra la llegada de “los rojos” al poder. Esto es evidente en el norte, el bastión actual del fujimorismo, donde el fenómeno social más importante del Perú de las últimas décadas, el surgimiento de una nueva clase media, ha coincidido con el afianzamiento de los herederos de Fujimori en dicha zona.
Con prescindencia del efecto que su radicalización tendría o no en el fujimorismo, lo que es seguro es que le enajenaría a Verónika un gran número de votantes potenciales del Perú emergente. Sin ellos, sin una parte de ellos, no hay manera de que el Frente Amplio sea gobierno. Es cierto: siempre estará Santos a la izquierda de la izquierda para hacer de “coco” en la política peruana. Pero evitar que Santos le robe votos de protesta no puede ser el objetivo prioritario de una líder que aspira a gobernar el país. Su empeño debe estar en compaginar la sed de cambio de un electorado que siente ajeno el “modelo”, porque no le ofrece las mismas posibilidades que a otros con la vocación de la nueva clase media por los servicios de calidad y la infraestructura que el Estado peruano ha sido incapaz de darle.
Esto pasa por elegir con cuidado las batallas que deberá dar frente al gobierno de PPK. La percepción de que se opone a toda iniciativa, de que obstruye todo proyecto, le haría un daño político irreparable. Más daño del que le haría ser acusada por Santos de no actuar con suficiente contundencia. La izquierda tiene la gran oportunidad de transitar de la infancia a la madurez ideológica y en eso PPK puede ser su aliado inesperado, sin que haya necesidad alguna de pactos, cogobiernos o debilidad opositora. Se puede ser una oposición tenaz sin ser gratuitamente destructiva. Habrá momentos, además, en que la necesidad política haga revivir la coalición antifujimorista y la izquierda debe, explícita o implícitamente, proteger a PPK. Ocurrirá si el fujimorismo pretende, desde su mayoría parlamentaria, imponer al presidente y al país iniciativas moralmente aberrantes.
Lo cual nos lleva al fujimorismo. También ellos, que son la primera fuerza, tienen dilemas existenciales.  El primero: ¿Optar por la línea dura, cercana a Fujimori padre, de la que el hermano de Keiko es expresión reconocible, o profundizar el proceso de institucionalización del partido que Keiko inició con relativo éxito pero -todavía- demasiado bagaje histórico? Claro, es difícil que una Fujimori “desfujimorice” a su partido; pero puede avanzar en esa línea. Una forma de hacerlo es evitar convertir a la bancada parlamentaria en un brulote orientado a incendiar al gobierno de Kuczynski. Dicho esto, surge la pregunta: una excesiva contemporización con el gobierno por parte de Keiko y su gente, ¿provocaría el fortalecimiento de la línea dura?
No importa tanto la respuesta a estas preguntas como lo que el solo hecho de que estén planteadas supone para PPK: la oportunidad de aprovechar el mar de fondo que agita al fujimorismo para negociar en determinados momentos cosas importantes. La primera, después de aprobado el gabinete ministerial, será, presumiblemente, el otorgamiento de facultades legislativas.  Si la bancada fujimorista se opone desde el comienzo a cualquier gesto en favor de la gobernabilidad, el costo político será muy grande. De un tiempo a esta parte, el Congreso, una de las instituciones más desprestigiadas, se ha convertido en una trituradora política. El conocimiento generalizado de que el fujimorismo controla el Congreso supone un desgaste potencial que podría operar como factor atenuante de la hostilidad de los fujimoristas.
Para no hablar del escenario más extremo: si el fujimorismo tumba varios gabinetes, la Constitución (artículos 133 y 134) pone en manos de PPK la posibilidad de disolver el Congreso y convocar a elecciones legislativas. El partido al que menos conviene provocar escenarios de esta naturaleza es al que todos asocian con la disolución violenta del que había en 1992.
Por último, les pasa igual que a Verónika Mendoza (independientemente de si en el futuro sigue siendo Keiko la que gobierna ese partido o su hermano le da un golpe interno). A diferencia de PPK, que está emprendiendo “el último trabajo” de su vida, según él, pues luego se retirará a su casa de Cieneguilla a leer y escribir, el fujimorismo pretende ser gobierno. Tantas derrotas consecutivas deberían indicarle que la única forma de disminuir el antifujimorismo es comportarse de un modo que no haga recordar, cada día, la experiencia de los años 90.
En cuanto a las prioridades de PPK, no hay misterios. El país tiene hoy una inseguridad comparable a la de otros países de la región. Responder a este reto con efectividad mediante una reforma integral de la policía y una revolución tecnológica, será determinante para el éxito o fracaso del nuevo gobierno.
El segundo asunto pendiente es retomar el crecimiento. Es cierto: gracias a algunas minas que han entrado en producción (Las Bambas, Constancia), que se han ampliado (Cerro Verde) o han sido recuperadas (Antamina), el PIB ha crecido algo más de lo que se pronosticaba, superando el 3%. Pero esa producción en algunos casos se agotará pronto y la inversión ha caído por tercer año consecutivo, lo que augura vacas flacas: el consumo no puede por sí solo sostener por mucho tiempo el crecimiento. Aquí PPK, buen conocedor de la materia y hombre que despierta confianza, debería tener menos dificultades que en el tema de la seguridad. A menos que la agitación social se desborde.
Será interesante comprobar si puede llevar a la práctica su propuesta más audaz (además de la eliminación de trabas): la reducción del IGV, especie de IVA peruano, en tres puntos, sobre todo ahora que hay déficit fiscal. Esa y otras medidas tendientes a facilitar la formalización de la economía y la multiplicación de las inversiones enfrentarán seria oposición.
El tercer asunto urgente es el institucional: aunque el desarrollo de las instituciones no es tema de un gobierno, sino de una evolución compleja y sutil, el deterioro ha alcanzado un nivel que pone en serio riesgo todo lo avanzado desde la recuperación de la democracia y el cambio de modelo económico. La ruina del sistema jurisdiccional, por ejemplo, exige cambios que ayuden a devolver un mínimo de confianza a la población. PPK, como otros actores políticos, lo tiene claro. Pero actuar allí implicará hacer frente a intereses enrocados.
Por último, PPK, que tiene una ONG dedicada al agua y lleva años hablando de servicios, encara un desafío social. En el Perú, como en otras partes, lo “social” suele implicar asistencialismo. Nadie, ni siquiera PPK (más exacto sería decir: sobre todo PPK) puede hoy disminuir los programas sociales, que han crecido. Mantenerlos, incluso aumentarlos, es una forma de protegerse políticamente contra la acusación de ser un “neoliberal” desalmado. Pero PPK sabe bien que esos programas alivian temporalmente la situación de quienes los reciben, pero no desarrollan a un país. Por eso, lo “social” en su caso significa sobre todo educación, salud e infraestructura. En lo primero ha habido algún avance durante este gobierno, pero lo demás sigue desnortado. Aquí tendrá PPK que poner mucho esfuerzo sabiendo que los frutos se verán en otros gobiernos. Y sabe otra cosa: que la resistencia al cambio por parte de los intereses creados es implacable. Lo es aun más cuando, como s el caso de Kuczynski, no se tiene una base social y política importante.
Gran parte del país respira aliviado por haberse librado de un gobierno que iba a ser una fuente de desunión y trauma moral. Ahora PPK debe demostrar que todos esos votos prestados apostaron bien.

El gobierno de Kuczynski

El gobierno de Kuczynski

Por Álvaro Vargas Llosa
Existe en el Perú casi un consenso acerca de las horcas caudinas que enfrentará Pedro Pablo Kuczynski para gobernar. El hecho de tener una bancada de sólo 18 congresistas, de haber ganado los comicios con un alud de votos prestados por el antifujimorismo y de estar atrapado entre Escila (un fujimorismo con sangre en el ojo y mayoría parlamentaria) y Caribdis (una izquierda que le ha anunciado oposición frontal) harán de él un presidente frágil, inoperante.
No estoy tan seguro. Y no me refiero a sus atributos -experiencia política, capacidad de negociación- sino a que sus adversarios lo necesitan a él tanto o más que él a ellos, y a que tanto la Constitución como el nuevo Perú, el de las instituciones desbordadas por una sociedad bullente que no cree en ellas, le ofrecen ricas posibilidades para afirmar su Presidencia. Aprovecharlas, es algo que dependerá de la sagacidad de su gobierno.