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Monday, July 18, 2016

El socialismo y los campos de la muerte

Mauricio Rojas dice que "Basta iniciar la lectura de El fenómeno socialista para darse cuenta de que se trata de un gran libro que invita a emprender un viaje intelectual absolutamente necesario para comprender las ideologías que proponen la subordinación o incluso la supresión de la individualidad en aras de un poder que se erige en representante de intereses colectivos supuestamente superiores".

Mauricio Rojas es profesor adjunto en la Universidad de Lund en Suecia y miembro de la Junta Académica de la Fundación para el Progreso (Chile).
Un gran libro olvidado
La editorial Sepha de España acaba de publicar El fenómeno socialista del gran disidente ruso Igor Shafarevich. El libro fue escrito clandestinamente en los años 70, en plena lucha contra el totalitarismo soviético, y a pesar de una temprana traducción de 1978 es completamente desconocido en el mundo de habla hispana, como también lo es su autor. Por ello es que sentí como un honor y un deber responder afirmativamente a la petición de la editorial de escribir una introducción a una obra tan trascendente como El fenómeno socialista. A continuación he preparado para los lectores de El Líbero una versión abreviada de esa introducción.
Basta iniciar la lectura de El fenómeno socialista para darse cuenta de que se trata de un gran libro que invita a emprender un viaje intelectual absolutamente necesario para comprender las ideologías que proponen la subordinación o incluso la supresión de la individualidad en aras de un poder que se erige en representante de intereses colectivos supuestamente superiores. Eso es el socialismo en sus diversas variantes, desde sus propuestas abiertamente totalitarias hasta aquellas que de manera gradual y subrepticia van engrandeciendo el poder del Estado hasta reducir la autonomía individual a un cascarón vacío.



Comprender las raíces del fenómeno socialista y el secreto de su fuerza de atracción es vital para quienes aman la libertad y aceptan la responsabilidad de defenderla frente a sus enemigos. Para ello contamos con obras imprescindibles como Camino de servidumbre de Friedrich Hayek, La sociedad abierta y sus enemigos de Karl Popper y El hombre rebelde de Albert Camus. A ellas podemos ahora agregar este gran ensayo de Igor Shafarevich, que presenta no solo un notable abanico de reflexiones sobre el socialismo como realidad histórica e ideológica, sino también una interpretación de conjunto del impulso colectivista que amerita sentar escuela dada su novedad y profundidad.
Las grandes cualidades de la obra así como su tajante conclusión fueron destacadas con fuerza por el premio nobel Aleksandr Solzhenitsyn en un célebre discurso en la Universidad de Harvard en junio de 1978: “El matemático Igor Shafarevich, miembro de la Academia Soviética de Ciencias, ha escrito un libro brillantemente argumentado titulado Socialismo, en el cual realiza un penetrante análisis histórico y demuestra que el socialismo, de cualquier tipo o matiz, conduce a la destrucción total del espíritu humano y a la nivelación de la humanidad en la muerte”.
El fenómeno socialista es una obra que debiera estar llamada a traspasar su tiempo y sus circunstancias, pero también es un testimonio de un tiempo y unas circunstancias que llevan el sello del totalitarismo. Fue una de las obras más significativas de aquella literatura clandestina conocida como samizdat (“autopublicación”), que con altos riesgos desafiaba el monopolio ideológico y comunicativo del régimen comunista. La lucha contra el sistema totalitario fue el aguijón que impulsó a un matemático de fama mundial a dedicarse al estudio de temas fuera de su ámbito profesional, pero también le impuso limitaciones en cuanto al acceso a fuentes para tratar el tema. Así, quien conozca la extensa bibliografía existente sobre muchos de los temas tratados por Shafarevich echará de menos referencias a algunas obras ya clásicas en estas materias. Sin embargo, esto no devalúa en absoluto el trabajo de Shafarevich, sino que incluso le da un frescor y una independencia notables.
A fin de introducir la obra de Shafarevich abordaré primero las circunstancias que marcaron la vida del autor, destacando algunos hitos significativos de la misma que finalmente lo llevaron a engrosar la resistencia al régimen soviético, para luego pasar a resumir sus planteamientos básicos acerca del fenómeno socialista.
Crecer en las entrañas del totalitarismo
Pocos podrían como Igor Shafarevich repetir de manera tan pertinente las famosas palabras de José Martí: “Viví en el monstruo y le conozco las entrañas, y mi honda es la de David”. Su vida discurre en paralelo con el auge y desplome del régimen soviético, y su honda, junto a las de muchos otros David, terminó asestándole un golpe del cual nunca pudo recuperarse. Su vida nos instruye acerca de las bestialidades del régimen comunista, pero también sobre la grandeza de aquellos que no sólo no se doblegaron sino que terminaron derrotando a un sistema que parecía imbatible.
Igor Rostislavovich Shafarevich nació en Zhitomir, Ucrania, el 3 de junio de 1923. Por entonces amainaba la larga guerra civil que siguió al golpe de Estado bolchevique de 1917 y éstos afianzaban su poder. El terror inicial se había hecho más sistemático pero menos visible que durante los años del así llamado Comunismo de Guerra (1918-1921). La brutal política de requisas militarizadas de ese tiempo fue suavizada y se aplicó una serie de reformas económicas, conocidas como Nueva Política Económica, a fin de distender las tensas relaciones existentes entre el poder comunista y las masas campesinas. Sin embargo, pronto cambiaría todo. La infancia de Shafarevich coincide con las luchas dentro de la cúpula del Partido Comunista que llevaron a la consolidación del poder omnímodo de Stalin, que ya a fines de los años 20 se sintió con fuerzas suficientes como para lanzar la política de industrialización forzada que desencadenó el cambio más trascendental de toda la historia rusa: la destrucción violenta y definitiva de sus comunidades campesinas y de la figura, tanto real como mítica, del campesino ruso. Así, Shafarevich, que ya vivía en Moscú, cumpliría diez años en un país en plena guerra genocida contra su propio pueblo, que soportaba hambrunas y un terrorismo de Estado sin límites.
Moría así el alma de la vieja Rusia, ese pueblo campesino portador de tradiciones ancestrales que habían hecho de Rusia lo que era. Stalin culminaba de esta manera lo que Lenin había iniciado durante el Comunismo de Guerra. Junto a ello, se lanzaban feroces campañas contra la Iglesia Ortodoxa, que incluían la destrucción física de las iglesias (en 1939 quedaba apenas un centenar de iglesias en pie en toda Rusia). En sus años mozos, Shafarevich presenció el cierre de la iglesia ubicada frente a su casa y en su retina quedó grabada la terrible imagen del cuidador de la misma ahorcado en el pórtico de entrada. Poco después, esta iglesia fue, como tantas otras, dinamitada. Corría el año 1938 en el que culminaban las grandes purgas o el Gran Terror, con su millón y medio de ejecuciones mediante las cuales se aniquiló a una parte significativa de la así llamada intelligentsia rusa. Por doquier desaparecían los escritores, académicos, científicos, ingenieros y artistas acusados de ser elementos burgueses contrarrevolucionarios, agentes alemanes o temibles “conspiradores trotskistas-bujarinistas” (habitualmente se los acusaba de las tres cosas a la vez), para ser pronto ejecutados o pasar a engrosar el vasto sistema de campos de concentración y trabajo forzado oficialmente inaugurado en 1930 y conocido posteriormente con el nombre de Gulag.
Mediante este ataque simultáneo a sus estructuras sociales tradicionales, a los portadores de sus creencias y costumbres y a los representantes de su vida intelectual, el régimen buscaba cortar de raíz toda relación del pueblo ruso con su historia. La sociedad soviética quería ser un mundo totalmente nuevo, una tabla rasa o un lienzo sin mancha, para usar la célebre metáfora de Platón, en el cual poder plasmar con plena libertad el designio utópico-totalitario. Para ello se debía destruir el pasado en todas sus manifestaciones. El “hombre soviético”, el hombre nuevo del comunismo, podría de esta manera ser integralmente moldeado por sus nuevos amos.
Sobrevivir y luchar bajo el comunismo
Igor Shafarevich pertenece a la primera generación de rusos totalmente en manos del poder totalitario. Sus padres eran típicos miembros de la intelligentsia rusa: cultos, amantes de la historia, la música y, además, creyentes. Pero también reducidos —como Shafarevich dice de su padre según reporta Krista Berglund en The Vexing Case of Igor Shafarevich— a aquella apatía que fue el refugio de tantos frente al terror y la brutalidad imperantes. Su biblioteca, arrumbada en un clóset, fue la primera tabla de salvación del joven y precoz Shafarevich. Allí encontró obras clásicas tanto de filosofía como de historia y literatura que no tardó en devorar con avidez. Soñó entonces con ser historiador, pero muy pronto cambió de idea al encontrar su gran pasión: las matemáticas, un mundo absolutamente no ideológico en el cual refugiarse, un monasterio, como él mismo lo ha dicho, donde poder ser libre y darle rienda suelta a su creatividad.
A los 12 o 13 años, durante un período de enfermedad, se entregó al estudio de los textos escolares de matemáticas que pronto dejó atrás para adentrarse en la lectura de obras más avanzadas. A los 14 años se presentó a la prestigiosa Facultad de Matemática Mecánica de la Universidad de Moscú para que se le permitiese ingresar a la misma como “alumno externo”. Tres académicos lo examinaron y constataron que estaban frente a un genio. A los 16 años estaba ya en el quinto curso de la universidad y a los 17, en 1940, se graduaba. Defendió su primera tesis doctoral a los 19 años y en 1946, con 23 años, presentó su disertación para optar al título superior de doctor, que muy pocos llegaban a obtener. Era un “genio socialista” y el régimen no tardó en exhibirlo como ejemplo del hombre nuevo soviético. En una película de propaganda se lo muestra estudiando y esquiando. La rúbrica dice: “Un estudiante del 5º curso de la universidad de 16 años, Igor Shafarevich, ha sido nominado para recibir la beca Lenin”.
La matemática fue su refugio no solo espiritual sino que también le dio una cierta protección frente a las tropelías del régimen: era demasiado valioso para aplastarlo por no ser militante comunista o por ser creyente, lo que no impidió que fuese expulsado de la universidad entre 1949 y 1953, un tiempo de persecuciones delirantes que, entre muchos otros, le costó la vida a innumerables médicos y académicos judíos. Pronto vinieron sus grandes descubrimientos matemáticos —la Encyclopedia of Mathematics, contiene 124 entradas acerca de los aportes de nuestro autor— y alcanzó la fama tanto dentro de la Unión Soviética (Premio Lenin en 1959) como a nivel internacional y las academias más distinguidas del mundo lo hicieron miembro honorario (en el Reino Unido, Estados Unidos, Alemania, Italia, etc.).
Así podría haber culminado la vida de Igor Shafarevich, como una gran estrella del firmamento soviético homenajeada por todas partes. Pero no fue así. Su conciencia, tal como la de otros grandes científicos (como Andréi Sájarov) y escritores (como Aleksandr Solzhenitsyn), lo impulsó a la resistencia abierta al totalitarismo, pasando en los años 70 a integrar las filas de aquellos célebres disidentes que con su enorme coraje fueron uno de los protagonistas fundamentales de la caída de la dictadura comunista. Esa fue la circunstancia que hizo que Shafarevich volviese a su vieja pasión: la historia. Para recuperarla y usarla como lanza y escudo en la lucha contra quienes tiranizaban al pueblo ruso.
El fenómeno socialista: ideología y realidad
El fenómeno socialista nace de la colaboración de Shafarevich con Solzhenitsyn a comienzos de los años 70, publicando clandestinamente un embrión del mismo en el libro Rusia bajo de los escombros, que tiene a Solzhenitsyn como editor. Este libro apareció en inglés ya en 1975 bajo el título From under the Rubble y el aporte de Shafarevich lleva por rúbrica El socialismo en nuestro pasado y futuro (Socialism in our Past and Future, accesible en: http://www.savageleft.com/poli/hoc.html)
El fenómeno socialista es una obra de combate contra el régimen soviético y para entender su estructura argumental es menester familiarizarse con los postulados fundamentales que sustentaban la ideología y el poder de la dictadura comunista. Estos postulados pueden ser resumidos en dos puntos:
El marxismo es una concepción científica de la historia, totalmente diferente y opuesta a cualquier creencia religiosa, especulación metafísica o voluntarismo moralista. El marxismo o “socialismo científico” simplemente estudia la leyes que rigen la evolución de la historia y de ello deduce la inevitabilidad del socialismo y su paso final al comunismo.
El socialismo, como realidad social y política plasmada en el régimen soviético, es un tipo de sociedad radicalmente nueva, sin precendentes en la historia y superador de toda opresión del hombre por el hombre. Como tal, expresa el paso del ser humano a una etapa superior de su existencia que lo libera de sus egoísmos y antagonismos, permitiendo su realización plena en una sociedad de abundancia ilimitada.
Estos dos postulados explican la doble vertiente por la que fluye el análisis crítico de Shafarevich. Primero se aboca a estudiar la historia de la idea socialista y luego la historia del socialismo como realidad social o socialismo de Estado, aspectos que paso a exponer sucintamente.
Una fe revolucionaria
Tenemos primero el estudio que Shafarevich hace de los antecedentes, raigambre y estructura del pensamiento socialista moderno (marxista) que saca a la luz su arquetipo religioso y desmiente, de manera contundente, su pretendida cientificidad. Para demostrarlo, Shafarevich realiza un notable recorrido por la historia del pensamiento utópico y mesiánico occidental, que parte de Platón y llega hasta el socialismo contemporáneo.
En su periplo, nuestro autor se detiene largamente en el estudio del “socialismo milenarista”, es decir, de las sectas heréticas cristianas que durante siglos proclamaron el advenimiento inminente del Reino de Cristo sobre la tierra anunciado por el Apocalipsis y que duraría mil años (de allí la expresiones “milenio” o “quiliasmo”, que definen ese Reino y, por derivación, a los movimientos que lo predican). Es en el desarrollo de esos movimientos que se crean todos los arquetipos ideales —renovación apocalíptica de la humanidad, hombre nuevo, comunidad plena, vanguardia iluminada, subordinación absoluta de la individualidad al colectivo— que luego se plasmarían en las utopías renacentistas y, finalmente, en el socialismo-comunismo moderno y sus vanguardias revolucionarias, pero en este caso eliminando toda referencia a la creencia religiosa que les dio origen y arropándose bajo el manto de una supuesta cientificidad.
Shafarevich constata así que lo que pretendía ser un análisis científico “producto de muchos años de concienzuda investigación”, para decirlo con las engañosas palabras de Marx, no es más que una repetición de antiguos arquetipos y de esa búsqueda del paraíso terrenal que siempre, cuando se ha llevado a la práctica, ha terminado sembrando el terror.
Esta falta de cientificidad se hace evidente al analizar más detenidamente la obra de Marx, caracterizada por una obstinada búsqueda de confirmar todo aquello que ya había afirmado desde muy joven. La biografía intelectual de Marx es palmaria en este sentido: todos los fundamentos de la ideología marxista —la concepción teleológica de la historia, la necesidad del derrumbe del capitalismo y el surgimiento del comunismo, la polarización siempre mayor entre proletarios pauperizados y unos pocos burgueses cada vez más opulentos, la inevitabilidad de la revolución violenta y su papel creador del hombre nuevo, la idea del proletariado como mesías colectivo, el determinismo económico— fueron ya desarrollados por aquel joven Marx que aún distaba de haber cumplido los treinta años. Sus fuentes no fueron exhaustivas investigaciones en la realidad social de su época ni los ricos anaqueles de las bibliotecas. Su camino fue muy distinto y pasa por la filosofía especulativa de Hegel, el ateísmo radical de Feuerbach y el mesianismo socialista-comunista en boga por entonces.
Como bien lo muestra Shafarevich, la relación de Marx y sus discípulos con la ciencia es absolutamente inversa a aquella que caracteriza a la verdadera actitud científica: no van a buscar la verdad sino a confirmar sus expectativas revolucionas. Por ello es que Shafarevich, con toda razón, afirma que “las obras básicas del marxismo carecen completamente de la característica fundamental de la actividad científica: la búsqueda desinteresada de la verdad por la verdad”.
Esto se expresa en forma de múltiples contradicciones lógicas y predicciones en nada coincidentes con el desarrollo real (todo el desarrollo del capitalismo desde que Marx hiciese sus pronósticos apocalípticos es la refutación más evidente de los mismos), pero ello no obsta para que sus seguidores sigan profesando su fe revolucionaria ya que precisamente se trata de eso, una fe.
Esto es importante, no solo porque explica esa ceguera tan propia de los marxistas y otros creyentes revolucionarios frente a todo aquello que contradice su fe sino porque diferencia el credo de los revolucionarios del simple engaño o la manipulación. Se trata de verdaderos creyentes, imbuidos de su fe y dispuestos a darlo todo por ella. Shafarevich subraya esta perspectiva: “Un movimiento tan gigantesco como el socialismo no puede basarse en principio en un engaño. A pesar de su demagogia superficial, estos movimientos son en el fondo honestos, es decir, proclaman sus principios fundamentales claramente para que todos les oigan”.
Raíces y realidad del socialismo
La segunda vertiente crítica que desarrolla Shafarevich trata del socialismo en la realidad, es decir, en cuanto sistema social o socialismo de Estado. Aquí, nuestro autor nos invita a un fascinante recorrido por diversas experiencias socialistas que precedieron al experimento soviético y a sus réplicas contemporáneas, poniendo de manifiesto sus similitudes esenciales y cuestionando, por tanto, la pretendida novedad histórica de los regímenes de tipo soviético.
Como muestra Shafarevich, la Unión Soviética no fue de ninguna manera el primer régimen social basado en la subordinación completa del individuo al colectivo y la abolición de la propiedad privada. Las experiencias socialistas de Estado, es decir, colectivistas, han sido muchas. Se trata, en realidad, de la forma más común que tienden a adoptar los imperios tempranos, desde los del Oriente antiguo al de los incas. Este fenómeno, así como sus similitudes con el socialismo del siglo XX, fue detenidamente estudiado por Karl Wittfogel en su célebre obra de 1957 titulada Despotismo oriental: Un estudio comparativo sobre el poder total, que Shafarevich usa con frecuencia.
La inexistencia de la libertad individual y de la propiedad privada que la expresa en lo económico son rasgos comunes a todos esos regímenes. También lo son el trabajo forzado, las grandes planificaciones, la manipulación de la historia que es reescrita para ponerla al servicio del poder, el monopolio ideológico (ya sea teocrático o ateo), los abundantes privilegios de los escalones superiores de la jerarquía social y la falta de todo derecho que restrinja o limite al poder central. Todo ello y mucho más revela el notable parentesco existente entre todos estos regímenes que expresan tendencias claramente totalitarias. El socialismo es, con otras palabras, un fenómeno universal, tal como lo es la ideología que lo nutre. Nada hay de nuevo en el socialismo moderno, excepto su ateísmo y su posibilidad de usar unas tecnologías de opresión antes desconocidas.
Socialismo y religión
De esta amplia investigación en el terreno de las ideas y la historia surge la respuesta que Shafarevich dará a la pregunta que guía todo su trabajo: ¿Cuál es la esencia y fuerza motriz del fenómeno socialista? No se trata en absoluto de una pregunta nueva pero sí de una respuesta sorprendentemente novedosa.
Shafarevich pone especial énfasis en distanciarse de la respuesta más cercana a su propio análisis, aquella que ve en el socialismo una especie de religión basada, por contradictorio que parezca, en el ateísmo. Esta respuesta fue dada ya antes del golpe de Estado bolchevique por el pensador ruso Sergéi Bulgákov, que en 1906 publicó su Karl Marx como tipo religioso. El mismo punto de vista fue desarrollado, un par de décadas después, por otro notable intelectual ruso, Nikolái Berdiáev, autor de Marxismo y religión. En Occidente, esta perspectiva ha sido desarrollada por diversos autores, siendo la obra Robert Tucker Filosofía y mito en Karl Marx de 1972 un ejemplo muy destacado. Yo también he trabajado en esta dirección, tal como se puede constatar en mi libro Las desventuras de la bondad extrema.
Shafarevich, que se mueve muy cerca de esta interpretación, subraya tanto sus méritos como muchas de las innegables similitudes entre religión y socialismo: “Esta postura puede apoyarse en fuertes argumentos. Por ejemplo, los aspectos religiosos del socialismo podrían explicar tanto la extraordinaria atracción de las doctrinas socialistas como su capacidad para inflamar a los individuos e inspirar movimientos populares. Son precisamente estos aspectos del socialismo los que no pueden ser explicados cuando se le contempla como categoría política o económica. Las pretensiones del socialismo de ser una visión global del mundo, que abarca y explica todo, también lo hacen análogo a la religión. Una característica religiosa es la visión socialista de la historia no como un fenómeno caótico sino como una entidad con un objetivo, un sentido y una justificación. En otras palabras, tanto el socialismo como la religión contemplan la historia teleológicamente”.
A pesar de estas coincidencias entre socialismo y religión Shafarevich rechaza las conclusiones de esta interpretación. A su juicio, el impulso socialista es, más allá de las apariencias, radicalmente opuesto a aquel representado por una religión como el cristianismo y no puede por ello, bajo ningún respecto, ser visto como una suerte de realización atea y terrenalizada de las promesas y expectativas cristianas de una vida radicalmente diferente y liberada de los pesares de la existencia mundana. Shafarevich observa, de manera absolutamente certera, que la esencia del socialismo es la búsqueda de “la supresión de la individualidad” y como tal esta doctrina “es hostil hacia la personalidad humana no sólo como categoría sino, en última instancia, hacia su existencia misma”. Esto se expresa como un impulso homogeneizador, que quiere destruir toda base, expresión y resguardo de la diferenciación humana (propiedad privada, familia, libertades individuales, etc.). El socialismo busca crear un nuevo tipo de ser humano que solo existe como parte del colectivo y no como una persona con atributos únicos, una voluntad distintiva y derechos inviolables. El cristianismo, por el contrario, se basa en el desarrollo y fortalecimiento de la individualidad y la responsabilidad personal. La persona es su eje, con su relación esencial, irremplazable y profundamente moral con su Creador. El impulso religioso encarnado por el cristianismo es la afirmación y protección más rotunda de la vida y su diversidad, a la vez que actúa como un freno a la soberbia humana y a todo intento de endiosar al hombre recordándole, sin cesar, sus carencias y limitaciones.
Tánatos y el secreto del fenómeno socialista
¿Qué es entonces el socialismo? ¿Qué impulso representa su búsqueda de la disolución del individuo en el colectivo y el fin de la diferenciación humana? La respuesta de Shafarevich se mueve aquí en una dirección inesperada y novedosa, donde los sugerentes planteamientos de Sigmund Freud sobre una gran lucha entre el “instinto de vida” y el “instinto de muerte” hacen su entrada.
Si la religión expresa el impulso vital o instinto de vida, que busca el desarrollo y la diversificación de lo humano, el socialismo expresa un impulso contrario, hacia su nivelación homogeneizadora, lo que implica la negación de la vida misma, que no es otra cosa que constante diferenciación. Como tal, representa un impulso destructivo de la vida existente, un instinto de muerte o Tánatos, como lo llamó Freud. El socialismo habla de la creación de otro mundo, superior y perfecto, y del surgimiento de un hombre nuevo que solo existe para entregarse a los demás, pero estas ideas no son sino la coartada de una idea subyacente, “subconsciente y emocional”: destruir todo lo que existe, incluido el ser humano tal y como es. Lo que se busca es, de hecho, un genocidio, el fin apocalíptico de la vida humana tal como la conocemos. Eso es lo concreto y a lo único a lo que se han acercado los socialismos reales. Esta propensión destructiva explica, además, la voluntad de autoinmolación revolucionaria, esa búsqueda y exaltación de la muerte por la causa a la que siempre han llamado los profetas milenaristas o marxistas (o nazistas o islamistas, podríamos agregar, llámense Adolf Hitler, Che Guevara u Osama bin Laden).
Para Shafarevich, el socialismo es un fenómeno paradójico que “solo puede ser entendido si se admite que la idea de la extinción de la humanidad puede resultar atractiva para el hombre y que el impulso de autodestrucción (incluso si es una entre varias tendencias) juega un papel en la historia humana”. Se trata de una afirmación que el autor ejemplifica de múltiples maneras: desde las sectas maniqueistas, que predicaban la autoextinción mediante la abstinencia sexual, y el budismo, con su búsqueda del Nirvana o extinción completa de la existencia, hasta el nihilismo anarquista y las organizaciones revolucionarias marxistas, con sus militantes que se autoaniquilan como personas y están dispuestos a sacrificar a cuantos sea necesario para que, supuestamente, nazca el mundo nuevo.
Ese es, muy apretadamente, el diagnóstico de Shafarevich sobre el fenómeno socialista. Se trata de un largo camino para llegar a la conclusión de que el socialismo expresa una amenaza para la vida misma, pero merece la pena seguirlo ya que, después de todo, el autor tiene la evidencia empírica de su parte: el intento de crear el bienaventurado paraíso socialista siempre ha terminado en los Campos de la Muerte.

El socialismo y los campos de la muerte

Mauricio Rojas dice que "Basta iniciar la lectura de El fenómeno socialista para darse cuenta de que se trata de un gran libro que invita a emprender un viaje intelectual absolutamente necesario para comprender las ideologías que proponen la subordinación o incluso la supresión de la individualidad en aras de un poder que se erige en representante de intereses colectivos supuestamente superiores".

Mauricio Rojas es profesor adjunto en la Universidad de Lund en Suecia y miembro de la Junta Académica de la Fundación para el Progreso (Chile).
Un gran libro olvidado
La editorial Sepha de España acaba de publicar El fenómeno socialista del gran disidente ruso Igor Shafarevich. El libro fue escrito clandestinamente en los años 70, en plena lucha contra el totalitarismo soviético, y a pesar de una temprana traducción de 1978 es completamente desconocido en el mundo de habla hispana, como también lo es su autor. Por ello es que sentí como un honor y un deber responder afirmativamente a la petición de la editorial de escribir una introducción a una obra tan trascendente como El fenómeno socialista. A continuación he preparado para los lectores de El Líbero una versión abreviada de esa introducción.
Basta iniciar la lectura de El fenómeno socialista para darse cuenta de que se trata de un gran libro que invita a emprender un viaje intelectual absolutamente necesario para comprender las ideologías que proponen la subordinación o incluso la supresión de la individualidad en aras de un poder que se erige en representante de intereses colectivos supuestamente superiores. Eso es el socialismo en sus diversas variantes, desde sus propuestas abiertamente totalitarias hasta aquellas que de manera gradual y subrepticia van engrandeciendo el poder del Estado hasta reducir la autonomía individual a un cascarón vacío.


Thursday, June 23, 2016

México comparado

Luis Rubio 
Presidente del Centro de Investigación para el Desarrollo (Cidac), una institución independiente dedicada a la investigación en temas de economía y política, en México. Fue miembro del Consejo de The Mexico Equity and Income Fund y del The Central European Value Fund, Inc., de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal y de la Comisión Trilateral. Escribe una columna semanal en Reforma y es frecuente editorialista en The Washington Post, The Wall Street Journal y The Los Angeles Times. En 1993, recibió el Premio Dag Hammarksjold, y en 1998 el Premio Nacional de Periodismo.
El mundo antes funcionaba de manera vertical porque todo estaba concentrado: la información, el control de las fábricas, las relaciones sindicales. Las decisiones se concentraban y la sociedad sabía lo que las estructuras del poder permitían. El mundo de hoy es cada vez más horizontal, donde la información tiene una multiplicidad de fuentes (que son autónomas, como las redes sociales, y se retroalimentan); en la economía se agrega valor en puntos del proceso sobre el que ninguna autoridad centralizada tiene control; y los sindicatos han perdido capacidad de controlar hacia abajo y vender el servicio hacia arriba. Esto que ocurre en los ámbitos públicos no es distinto a lo que se observa en las escuelas, las familias y los gobiernos. El monopolio del poder desapareció, o al menos se debilitó dramáticamente, porque es incompatible con una economía moderna y una sociedad con capacidades para desarrollarse.



El fenómeno es mundial y nadie puede quedar exento, excepto si opta por empobrecerse al abstraerse del mundo exterior, como ocurre con algunos sistemas ermitaños. Aunque, por supuesto, cada país tiene características propias que emanan de su historia y circunstancias, muchos de nuestros retos no son, al menos en concepto, radicalmente a los de otras naciones.
La dinámica político-económica de México y China es radicalmente distinta, pero el desafío es sumamente parecido.
Lo que sigue es una evaluación de China* que podría parecer absolutamente mexicana:
·       “Los regímenes autoritarios contemporáneos que carecen de legitimidad derivada de un proceso político competitivo tienen esencialmente tres medios para mantenerse en el poder. Uno es el soborno de sus poblaciones por medio de beneficios materiales; el segundo es la represión a través de violencia y el miedo. El tercero consiste en apelar a sus sentimientos nacionalistas. [El gobierno] ha empleado los tres instrumentos, pero ha dependido principalmente de los resultados económicos y ha recurrido a la represión (selectiva) y el nacionalismo sólo como un medio secundario.”
·       “Las autocracias, que se han visto obligadas a realizar un pacto faustiano con el diablo para mantener su legitimidad con base en su desempeño, están destinadas a perder la apuesta porque los cambios socioeconómicos resultantes del crecimiento económico fortalecen las capacidades autónomas de las fuerzas sociales de base urbana, como son los empresarios, intelectuales, profesionales, creyentes religiosos, y los trabajadores ordinarios, todo esto a través de mayores niveles más altos de alfabetización, mayor acceso a la información, acumulación de riqueza privada, y una mejor capacidad para organizar la acciones colectivas.”
·       “Si las dificultades económicas de largo plazo fuesen puramente estructurales, las perspectivas del país no serían necesariamente graves. Un conjunto de reformas eficaces podría asignar recursos de manera más eficiente para hacer la economía más productiva.”
·       “Sin duda alguna, las reformas económicas de las últimas décadas han cambiado radicalmente al país. Sin embargo, el [sistema] aún preserva sus instintos e instituciones depredadoras.”
·       “El rechazo a cualquier límite significativo al poder del [gobierno] implica, en términos prácticos, que [el país] no puede desarrollar instituciones judiciales verdaderamente independientes o agencias reguladoras capaces de hacer cumplir las leyes y las normas.”
·       “En tanto [el partido y el gobierno] se mantengan por encima de la ley, es imposible implementar reformas económicas”.
·       “Lo que mantiene atorado a la economía no es su dinámico sector privado sino las ineficientes empresas estatales, que continúan recibiendo subsidios y desperdician un escaso capital.”
·       “Una serie de reformas económicas genuinas y completas, si realmente fuesen adoptadas, amenazarían los cimientos del sistema prevaleciente.”
·       “La preservación de instituciones depredadoras y extractivas impide que funcionen las reformas económicas radicales… haciendo imposible la construcción de una economía genuina de mercado sustentada en el Estado de derecho.”
·       “Ahora que termina la era de rápido crecimiento producto de reformas parciales, así como de factores o eventos excepcionales, lograr un crecimiento sostenido requerirá una revisión radical de sus instituciones económicas y políticas con el fin de lograr una mayor eficiencia. Pero dar un paso de esta naturaleza sería fatal para [el sistema] porque destruiría las bases económicas de su poder; así, es difícil imaginar que [el sistema] de hecho cometiera suicidio económico y, por lo tanto, político.”
·       “Quienes no sean persuadidos por este razonamiento deberían contar el número de dictaduras en la historia que voluntariamente cedieron sus privilegios y el control de la economía con el fin de garantizar la prosperidad del país en el largo plazo.”
·       “La fuente más importante de cambio en los regímenes autoritarios es el colapso de la unidad de las élites gobernantes… Esto ocurre principalmente por la intensificación del conflicto dentro de las élites respecto a la mejor estrategia de supervivencia y distribución del poder y régimen clientelar… La experiencia de las transiciones democráticas desde los 70 muestra que el asunto más polémico que enfrentan las élites es cómo responder al reclamo de cambio político por parte de las fuerzas sociales: recurrir a la represión para apaciguar a esas fuerzas a través de una escalada violenta o recurrir a la liberalización para darles cabida.”
La dinámica político-económica de México y China es radicalmente distinta, pero el desafío es sumamente parecido.

México comparado

Luis Rubio 
Presidente del Centro de Investigación para el Desarrollo (Cidac), una institución independiente dedicada a la investigación en temas de economía y política, en México. Fue miembro del Consejo de The Mexico Equity and Income Fund y del The Central European Value Fund, Inc., de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal y de la Comisión Trilateral. Escribe una columna semanal en Reforma y es frecuente editorialista en The Washington Post, The Wall Street Journal y The Los Angeles Times. En 1993, recibió el Premio Dag Hammarksjold, y en 1998 el Premio Nacional de Periodismo.
El mundo antes funcionaba de manera vertical porque todo estaba concentrado: la información, el control de las fábricas, las relaciones sindicales. Las decisiones se concentraban y la sociedad sabía lo que las estructuras del poder permitían. El mundo de hoy es cada vez más horizontal, donde la información tiene una multiplicidad de fuentes (que son autónomas, como las redes sociales, y se retroalimentan); en la economía se agrega valor en puntos del proceso sobre el que ninguna autoridad centralizada tiene control; y los sindicatos han perdido capacidad de controlar hacia abajo y vender el servicio hacia arriba. Esto que ocurre en los ámbitos públicos no es distinto a lo que se observa en las escuelas, las familias y los gobiernos. El monopolio del poder desapareció, o al menos se debilitó dramáticamente, porque es incompatible con una economía moderna y una sociedad con capacidades para desarrollarse.


Rusia: la relación entre Keynes y el rublo

Steve Hanke
 
Steve H. Hanke es profesor de economía aplicada en la Johns Hopkins University en Baltimore. Hanke se desempeña como presidente del Toronto Trust Argentina en Buenos Aires, el fondo mutual con el mejor desempeño en el mundo en 1995. Ha sido asesor de varios gobiernos en un diverso conjunto de temas políticos. Actualmente es consejero estatal y asesor del presidente de Montenegro y asesor del ministro de economía y finanzas de Ecuador. En 1998. Hanke fue nombrado una de las 25 personas más influyentes en el mundo por la revista World Trade, y un Asociado Distinguido de la International Atlantic Economic Society.
El 3 de marzo de 2014 EE.UU. inició una guerra contra Rusia. Esto sucedió cuando EE.UU. impuso sanciones por primera vez. Y si, las sanciones no son nada más que guerra a través de medios no militares. Dicho esto, el 11 de noviembre Rusia cometió un gran error. Dejó que el rublo flote. Desde ese entonces, el rublo no ha flotado en un mar de tranquilidad. Ha caído marcadamente junto con el petróleo —en alrededor de 25% y su volatilidad se ha disparado a alrededor de 65%.



La caída del rublo significa que las importaciones rusas serán más caras y sus exportaciones más competitivas. Esta combinación ayudará a mantener positivo el saldo de la cuenta corriente de Rusia, lo cual compensará en algo la masiva fuga de capitales.
Es hora de que Putin aprenda una lección de Keynes y haga lo que ya hacen la mayoría de los grandes productores de petróleo: atar el rublo al dólar.
Además, las cuentas fiscales de Rusia están denominadas en rublos que se están depreciando y sus exportaciones se cobran en dólares que se están apreciando. Siendo así las cosas, el impacto fiscal debido a los precios más bajos del petróleo será amortiguado por un rublo débil.
Pero hay límites a cualquier beneficio temporal de una devaluación del rublo. Cuando una moneda se devalúa, el fantasma de la inflación siempre está a la vuelta de la esquina. ¿Cómo puede Rusia evitar un mayor daño y corregir su error del 11 de noviembre? Rusia debería abandonar su régimen de tipo de cambio flotante, que adoptó el 10 de noviembre. El petróleo y otras materias primas que Rusia exporta están denominadas en dólares. Al adoptar un régimen de tipo de cambio flotante, Rusia está invitando la inestabilidad. El tipo de cambio nominal del rublo fluctuará junto con el petróleo y otras materias primas. Cuando el precio del petróleo aumenta (cae) el rublo se apreciará (depreciará), y Rusia experimentará un paseo en montaña rusa distinguido por bajos deflacionarios y altos inflacionarios. Para evitar estos paseos salvajes, la mayoría de los grandes productores de petróleo —Arabia Saudita, Kuwait, Qatar, y Emiratos Árabes Unidos— atan sus monedas al dólar. Rusia debería hacer lo mismo.
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Para hacer las cosas bien, Rusia debería aprender de la estrategia que John Maynard Keynes utilizó en Rusia y establecer una caja de convertibilidad.
Bajo una caja de convertibilidad el banco central emite billetes y monedas. Estos son convertibles a moneda extranjera de reserva a un tipo de cambio fijo y a libre demanda. Como reservas, la autoridad monetaria tiene títulos y valores de alta calidad denominados en la moneda de reserva. Sus reservas son iguales al 100 por ciento, o más, de sus notas y billetes en circulación, conforme lo determine la ley. Un banco central que opera bajo las normas de una caja de convertibilidad no acepta depósitos y genera ingresos por la diferencia entre el interés pagado por los títulos y valores y el gasto de mantener sus notas y billetes en circulación. No tiene política monetaria discrecional. En cambio, las fuerzas del mercado por sí solas determinan la oferta del dinero.
Hay un precedente histórico en Rusia de una caja de convertibilidad. Luego de la Revolución Bolchevique, cuando las tropas de Gran Bretaña y otras naciones aliadas invadieron el norte de Rusia, la moneda estaba en caos. La guerra civil de Rusia había empezado, y cada parte involucrada en el conflicto estaba emitiendo una moneda que valía casi nada. Hubo más de 2.000 emisores distintos de rublos fiduciarios.
Para facilitar el comercio, los británicos establecieron la Caja Nacional de Emisión para el norte de Rusia en 1918. La Caja emitía notas de “rublos británicos”. Estos estaban respaldados por libras esterlinas y eran convertibles a libras a un tipo de cambio fijo. Kurt Schuler y yo descubrimos documentos en los archivos de la Oficina Británica de Asuntos Exteriores que demuestran que el padre del rublo británico fue John Maynard Keynes, quien era en ese entonces funcionario de la Tesorería Británica.
A pesar de la guerra civil, el rublo británico fue un gran éxito. La moneda nunca se desvió de su tipo de cambio fijo en relación a la libra británica. A diferencia de otros rublos rusos, el rublo británico fue un depósito de valor confiable. Naturalmente, el rublo británico sacó de circulación a los demás rublos.
Desafortunadamente, la vida del rublo británico fue breve: la Caja Nacional de Emisión cesó sus operaciones en la década de 1920, luego de que las tropas de los aliados se retiraran de Rusia.
Siendo esto así, es hora de que Putin aprenda una lección de Keynes y haga lo que ya hacen la mayoría de los grandes productores de petróleo: atar el rublo al dólar.

Rusia: la relación entre Keynes y el rublo

Steve Hanke
 
Steve H. Hanke es profesor de economía aplicada en la Johns Hopkins University en Baltimore. Hanke se desempeña como presidente del Toronto Trust Argentina en Buenos Aires, el fondo mutual con el mejor desempeño en el mundo en 1995. Ha sido asesor de varios gobiernos en un diverso conjunto de temas políticos. Actualmente es consejero estatal y asesor del presidente de Montenegro y asesor del ministro de economía y finanzas de Ecuador. En 1998. Hanke fue nombrado una de las 25 personas más influyentes en el mundo por la revista World Trade, y un Asociado Distinguido de la International Atlantic Economic Society.
El 3 de marzo de 2014 EE.UU. inició una guerra contra Rusia. Esto sucedió cuando EE.UU. impuso sanciones por primera vez. Y si, las sanciones no son nada más que guerra a través de medios no militares. Dicho esto, el 11 de noviembre Rusia cometió un gran error. Dejó que el rublo flote. Desde ese entonces, el rublo no ha flotado en un mar de tranquilidad. Ha caído marcadamente junto con el petróleo —en alrededor de 25% y su volatilidad se ha disparado a alrededor de 65%.


Tuesday, June 14, 2016

El debate sobre la devaluación cambiaria en Bolivia


Mauricio Ríos García
 
Mauricio Ríos García es fundador y presidente de Crusoe Research, y analista internacional de SchiffGold. Al mismo tiempo se encuentra desarrollando su tesis doctoral en Economía Aplicada en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Cuenta con una maestría en Economía de la Escuela Austríaca por la misma universidad; realizó estudios de economía, filosofía política, sistemas comparativos de gobierno y políticas de transición y reformas estructurales en la Pontificia Universidad Católica de Santiago de Chile, y es economista por la Universidad Mayor de San Simón de Cochabamba, Bolivia. Actualmente reside en Bolivia y dicta cátedra en tres universidades privadas distintas.
Mi idea era que este artículo titulara Argumentos contra la devaluación cambiaria, y que se convirtiera en una columna más para el periódico, pero creo que, además de que la autocensura es peor que la misma censura, y de que no estoy dispuesto a prestarme, sin establecer el contexto se pierde la objetividad.
Hace ya unos días estuve en La Paz atendiendo varios asuntos, pero entre ellos una invitación que se me hizo para debatir sobre la política económica y el estado de la economía de Bolivia en general, y sobre la política cambiaria en particular. La invitación surgió a raíz de una serie de críticas de la propuesta de Samuel Doria Medina “para hacer competitivas las exportaciones” mediante minidevaluaciones de la moneda nacional.



Lo sano es tener una moneda fuerte, y para eso hay que –habrá que insistir machaconamente- competir flexibilizando el aparato laboral y productivo que ha encarecido la inversión en el país de manera insostenible durante los últimos diez años, y para complementar, lo que queda es dar vía libre al comercio entre países y la libre elección de moneda para que cualquiera sea elegida en virtud de su mayor capacidad de acumulación de valor.
No es un post breve ni todos los argumentos que aquí se presentan fueron vertidos en el debate, pero es necesario resumirlo todo aquí para mantenerlo hacia futuro. Para el debate preparé argumentos teóricos y prácticos en contra de la devaluación cambiaria, y los resumo como sigue.
Argumentos teóricos. Por un lado, el tipo de cambio fijo constituye un mecanismo de alerta inmediata de la caída (o devaluación) de una moneda extranjera o de la moneda de un país socio comercial, pone en evidencia al Banco Central respecto de si está devolviendo una cantidad de billetes extranjeros por nacionales menor a la que se le ha entregado.
Pero por otro lado, es importante establecer también, y por si fuera poco, el argumento ético en el debate. Las devaluaciones, o el régimen de minidevaluaciones que se pretende en Bolivia, por el contrario, no constituyen más que la metáfora de depositar Bs. 100 en un banco, y que de la noche a la mañana, por simple dictamen de un burócrata, se le diga que sólo puede retirar Bs. 90, no importa cuál haya sido el argumento ni el destino de esos Bs. 10 de diferencia. A usted le han robado. Esto se llama inflación, y constituye una política deliberada de tal o cuál gobierno. La inflación no es consecuencia de un devenir de la naturaleza, sino que es fruto de una política pública sin legislación cuando quien controla la cantidad y calidad del dinero en cualquier economía de hoy en día son los bancos centrales que controlan directa o indirectamente el gobierno de turno. Y esta es justamente la forma en que a través de un sinnúmero de mecanismos se crean ilusiones de riqueza, perversos espejismos económicos que se traducen en voto fácil durante cierto tiempo. Es un impuesto encubierto sobre el que la población no es consciente.
Dicho esto, ¿no le hace ruido en los pensamientos la bolivianización de casi la totalidad de la moneda y el crédito en el país? La bolivianización no constituye más que la nacionalización de la moneda en el país, es decir, durante ya12 años desde su inicio en 2004, se ha venido administrando la moneda de la misma forma en que ha sido administrada cualquier empresa estatal y nacionalizada en el país.
Por el contrario, lo que hace un tipo de cambio fijo, como un símil de un patrón oro clásico, es establecer cierta institucionalidad acorde a los principios del esfuerzo y recompensa, del ahorro, la capitalización y la inversión en proyectos con espíritu de permanencia en el mercado. Un tipo de cambio fijo maniata a los ministros de Hacienda para no gastar más de lo que realmente puede, responde a principios de sana y legítima competencia de mercado, establecer las reglas claras para competir en el mercado internacional, en el marco de la división internacional del trabajo; impide los privilegios del proteccionismo de quien administra la moneda y controla el comercio internacional en favor de quienes no están dispuestos a competir ofreciendo el mejor producto en el mercado, y de quienes exteriorizan su imposibilidad de generar valor y sus costos de producción mediocre a terceros, de ineptos empresarios que eluden asumir responsabilidades y buscan socializar sus bancarrotas por no saber ni querer competir en condiciones de libre mercado, de trabajo duro.
Argumentos prácticos. Uno de los argumentos que con mayor fortaleza traté de presentar ha sido el símil del actual tipo de cambio fijo en Bolivia y el euro y la Eurozona, para señalar que el problema no es del mensajero, es decir, no es del tipo de cambio ni de la moneda, sino de las rigideces laborales y productivas o, en este caso, de la voracidad fiscal de los gobiernos del sur europeo (PIGS) comparados con los del norte.
Desde su creación e implementación, el euro ha funcionado como un mecanismo de tipo de cambio fijo entre las economías de la Unión Europea, que a la postre, y luego de haber hiperestimulado sus economías consumiendo bastante más de lo que producían para intercambiar, delataron su insostenibilidad. Pues una vez que tuvieron que ajustarse a la realidad, cayeron en cuenta que devaluar significaba pasar la factura de los ciudadanos del sur hacia los ciudadanos del norte. Sencillo. Pues ese es el motivo fundamental por el que en Europa no es posible devaluar, sino establecer reformas estructurales orientadas a conseguir la mayor cantidad de ahorro internacional posible, para que sea canalizado hacia el mercado que identifique oportunidades de solución de problemas que se convierten en negocios hasta alcanzar el crecimiento sano y sostenido.
Desde luego, desde Syriza o Podemos se pretende ahorrar todo el tiempo y sacrificio que lo anteriormente descrito implica, y atacan y exigen al Banco Central Europeo la devaluación que permita estimular las exportaciones. Pues así como para Europa, el argumento para Bolivia o cualquier otro país del mundo, si devaluar permite incrementar las exportaciones o el crecimiento ¿por qué hoy Zimbabue o Venezuela no son los mayores exportadores o los países que más crecen en el planeta?
Y pues en Bolivia ha sucedido lo mismo que en la Unión Europea: se vivió muy por encima de sus posibilidades reales. El populismo (o el socialismo, da igual), ahora que la economía no deja de desacelerarse desde mediados de 2013, busca postergar los efectos inevitables de la explosión de la burbuja, de una ilusión monetaria y crediticia, o de un crecimiento artificial previo, que crearon mediante el estímulo del gasto, el consumo y el endeudamiento, devaluando la moneda nacional.
Más aún, algo curioso que ahora mismo está sucediendo es que la moneda boliviana está siendo utilizada para el comercio en Corumbá, pero no porque de alguna forma ilustre la fortaleza de la economía boliviana, sino porque los corumbaenses ven que el boliviano no ha sido deliberadamente envilecido como el real; utilizan el boliviano por su propia fortaleza frente a la pérdida de confianza en el real; el mercado está aplicando la utilidad marginal decreciente a la producción de dinero del Banco Central de Bolivia frente a la del Banco Central de Brasil; frente al real, el boliviano les permite mantener valor relativo incluso en el corto plazo en sus transacciones comerciales.
Lo sano es tener una moneda fuerte, y para eso hay que –habrá que insistir machaconamente- competir flexibilizando el aparato laboral y productivo que ha encarecido la inversión en el país de manera insostenible durante los últimos diez años, y para complementar, lo que queda es dar vía libre al comercio entre países y la libre elección de moneda para que cualquiera sea elegida en virtud de su mayor capacidad de acumulación de valor.
Veamos: Bolivia es uno de los países que más crece en toda la región, pero curiosamente uno de los que más estimula su economía con tasas de interés crediticios muy por debajo del nivel en el se se encontrarían en condiciones de libre mercado, o si se prefiere, se está poniendo una cantidad de recursos a disposición de los inversionistas muy por encima de la cantidad real de recursos que realmente existe o de los que verdaderamente se puede disponer. Esto es pues demasiado sospechoso.
Entonces, el problema está en las tasas de interés artificialmente bajas, sobre todo para el sector productivo y el de consumo de largo plazo, como el de la construcción y bienes raíces en general, antes que en la política cambiaria, aunque implementada por motivos y objetivos equivocados.
Pero el argumento que más peso tendría que tener contra la devaluación, pero ya tomando en cuenta circunstancias reales e inmediatas que nadie está advirtiendo, es que una devaluación cambiaria no solo afectará de manera inmediata las expectativas y, por tanto, su comportamiento de consumo, sino que afectará el sistema financiero que se supone que es uno de los eslabones más fuertes de la economía en estos últimos diez años, un sector que mientras las Operaciones de Mercados Abierto permitieron a través de la banca estimular la economía como nunca jamás se ha visto antes en este país, terminarán asumiendo la necesidad de liquidar toda una serie de proyectos que quedarán inconclusos, que no responden a una demanda real efectiva de mercado, sino de capricho político, y que figuran en sus balances.
Estamos hablando de activos tóxicos que reflejan la verdadera calidad del balance de la banca y las aseguradoras que una vez que el mercado termine detectando como proyectos sin rentabilidad, terminarán explotando. Los autos cero kilómetros, casas, condominios, departamentos, edificios de crédito fácil deberán ser vendidos a precios de liquidación para tratar de cubrir la mínima parte de un pasivo que sigue siendo el mismo que durante la etapa del auge previo. Este es una enorme y auténtica bomba de tiempo, y solamente cuando la advertí como argumento urgente en el debate para no tocar el tipo de cambio, todos terminamos cayendo en cuenta –finalmente- sobre la gravedad del asunto. Las cosas se han llevado demasiado lejos, la cuerda se ha estirado demasiado, se han acorralado solos y seducidos por el cortoplacismo.
Si se toca el tipo de cambio, no habrá incremento de tasas crediticias que impida al menos gradualmente ir advirtiendo la necesidad de una limpieza del balance de la banca y las aseguradoras; garantizo que el valor de estos activos se desploma de inmediato como consecuencia de la devaluación cambiaria, sobre todo para aquellos créditos que hayan sido concedidos hacia el sector en moneda nacional.
Con todo esto, y sin haber tomado en cuenta siquiera el muy adverso entorno internacional actual, que libra una auténtica guerra de devaluaciones permanentes entre los más grandes y poderosos bancos centrales alrededor del globo, ¿realmente se quiere devaluar? Peor aún, ¿terminaremos estableciendo tasas de interés negativas como en Japón y la Unión Europea en su resistencia de establecer reformas estructurales para lo laboral y productivo?
Lo mismo que ha sucedido con el sector bancario, ha sucedido con el sector público incapaz, por definición,  de generar valor en la economía. Han hipertrofiado el aparato público burocrático a través del gasto a manos llenas de los recursos del gas, ha destruido capital, y ahora debe ajustarse reduciendo el aparato público, despidiendo a toda la gente que si bien permite mostrar cifras de empleo políticamente aceptables, ya debe buscar empleo en el sector privado. El ajuste debe empezar necesariamente por pinchar la burbuja del Estado, la burbuja financiera, y otras como la inmobiliaria.
Claro que no será fácil porque han agotado la posibilidad de cualquier otro camino. En este sentido, el mejor escenario posible para Bolivia si acaso se se trata de evitar el ajuste, será justamente justamente ese, crecer demasiado poco durante demasiado tiempo; el peor sería permanecer en una recesión demasiado prolongada que juega con la relativa estabilidad política y social en el país. Y un otro escenario de la política de shock. Es cierto que es muy difícil empezar con reformas laborales y productivas orientadas gradualmente al ahorro agresivo luego de políticas ilusorias durante más de diez años, pero mientras más se tarde en implementarlas mayor podría terminar siendo el problema; con seguridad que huir hacia adelante no es parte de la solución.
Es decir, así como en la Unión Europea donde el régimen del euro ha impedido que el sobreconsumo y sobrendeudamiento del sur lo termine pagando el norte, por qué quienes en Bolivia se sobreendeudaron y consumieron más de lo realmente podían, deben ser privilegiados haciendo que quienes se mantuvieron relativamente conservadores en su comportamiento de vida sean quienes terminen pagando. A unos se les dio demasiado como para que ahora no quieran y exijan lo mismo o incluso más, y a otros se les hace pagar por algo que no hicieron mediante la devaluación. ¡Devaluar significa pues socializar pérdidas! De ese tamaño es el problema.
Lo que falta en la economía de Bolivia no es más bolivianos que permitan gastar más, sino dólar que permitan ahorrar agresivamente, y estos dólares no se los consigue mediante vergonzosos y mediocresroad shows de mendigos en Nueva York, sino mediante un plan coherente y lógicamente articulado de capitalización de la economía, atrayendo y no forzando la inversión privada extranjera directa que permita entregar retornos no con fantasiosas cifras de crecimiento, sino con empresas que generen valor en la economía solucionando todos los problemas que se han cometido e inducido a cometer durante la etapa del auge artificial.
En fin.
Conclusiones. Desde luego que en el debate también se habló a detalle del mejor camino a seguir o de las medidas más adecuadas a implementar en materia de política económica, cambiaria y monetaria, además de las financieras para el sector bancario, pero la gratuidad de las recomendaciones en este blog termina justamente aquí.
La mala nota, por otro lado, además de que entre bromas no tan alegres, es que todos terminamos coincidiendo (lamentablemente no puedo mencionar a todos quienes intervinimos) en que las cosas están bastante mal, mucho peor de lo que otros pretenden convencer comprando espacios en medios de prensa internacional escrita que no necesariamente se vende, pero que sí yerra al no tratar de entender el escenario en su más amplio espectro. Qué se les va a pedir a estos medios internacionales, si ninguno fue capaz de advertir o conceder siquiera, el beneficio de la duda a quienes advertían una de las recesiones globales más importantes que se ha registrado desde los años 30 en 2007 y 2008, pero esa ya es tinta para otra oportunidad.
Finalmente, valga destacar que el debate ha sido realmente enriquecedor, y por la duración, pertinencia y apasionamiento que hubo, no dudo que ha terminado alcanzando las expectativas de todos los asistentes. Y en lo personal, ha sido una satisfacción: en otros tiempos esta reunión hubiera sido tan importante, hubiera tenido tanto revuelo y hubiera servido tanto como para tomar las decisiones más importantes en el país, que me atrevo a decir que hubiera quedado en el recuerdo de la historia política de este país por un buen tiempo. Sí, así como el 21060 y la historia que alguien como Juan L. Cariaga cuenta sobre cómo fue elaborado e implementado, tal vez. Quién sabe, pero realmente lo creo.
¡Que el debate continúe!

El debate sobre la devaluación cambiaria en Bolivia


Mauricio Ríos García
 
Mauricio Ríos García es fundador y presidente de Crusoe Research, y analista internacional de SchiffGold. Al mismo tiempo se encuentra desarrollando su tesis doctoral en Economía Aplicada en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid. Cuenta con una maestría en Economía de la Escuela Austríaca por la misma universidad; realizó estudios de economía, filosofía política, sistemas comparativos de gobierno y políticas de transición y reformas estructurales en la Pontificia Universidad Católica de Santiago de Chile, y es economista por la Universidad Mayor de San Simón de Cochabamba, Bolivia. Actualmente reside en Bolivia y dicta cátedra en tres universidades privadas distintas.
Mi idea era que este artículo titulara Argumentos contra la devaluación cambiaria, y que se convirtiera en una columna más para el periódico, pero creo que, además de que la autocensura es peor que la misma censura, y de que no estoy dispuesto a prestarme, sin establecer el contexto se pierde la objetividad.
Hace ya unos días estuve en La Paz atendiendo varios asuntos, pero entre ellos una invitación que se me hizo para debatir sobre la política económica y el estado de la economía de Bolivia en general, y sobre la política cambiaria en particular. La invitación surgió a raíz de una serie de críticas de la propuesta de Samuel Doria Medina “para hacer competitivas las exportaciones” mediante minidevaluaciones de la moneda nacional.