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Monday, December 19, 2016

¿Democracia o dictadura?

Alberto Benegas Lynch (h) afirma que es necesario proponer alternativas al modelo actual de gobierno para evitar llegar a una farsa de democracia.

No hay posición intermedia en esta instancia del proceso de evolución cultural: o vota la gente o impone su voluntad sobre los demás un megalómano. Pero se debe estar muy en guardia para que la democracia no degenere el cleptocracia en la que una oligarquía liquide los derechos de la minoría. Es decir, que la democracia se convierta en una farsa grotesca como por ejemplo es el caso venezolano hoy.


Porque en última instancia el peligro horrendo de las dictaduras es el ataque a las libertades de las personas, pero no es cuestión que las lesiones a los derechos, en lugar de provocarla una persona y sus secuaces la produzca un grupo de personas. Y tengamos en cuenta que Cicerón advertía que “El imperio de la multitud no es menos tiránica que la de un hombre solo, y esa tiranía es tanto más cruel cuanto que no hay monstruo más terrible que esa fiera que toma la forma y el nombre de pueblo”.
Uno de los canales de la degradación de la democracia se manifiesta a través de la cópula hedionda entre el poder político y los empresarios prebendarios. Puede ilustrare este caso con los “salvatajes” realizados en Estados Unidos, recursos entregados graciosamente a empresarios ineptos, irresponsables o las dos cosas al mismo tiempo con el fruto del trabajo de la gente que no tiene poder de lobby.
Al efecto de no permitir semejante atraco y para bloquear toda manifestación de atropello a los derechos de quienes no pertenecen a la casta que pertenece a los usurpadores, es menester pensar en variantes que logren el objetivo de minimizar estos problemas graves. No puede pretenderse otros resultados manteniendo las mismas recetas que conducen a un sistema inicuo que amenaza con terminar con la democracia y usarla como máscara que pretende esconder una dictadura.
En este sentido, reitero lo consignado en otra oportunidad y es que al efecto de tener en claro lo antedicho, es pertinente tener grabado a fuego el pensamiento de uno de los preclaros exponentes de la revolución más exitosa de lo que va de la historia de la humanidad. Me refiero a Thomas Jefferson quien consignó en Notes on Virginia (1782) que “Un despotismo electo no es el gobierno por el que luchamos” pero eso es en lo que se ha transformado, no solo en buena parte de la región latinoamericana, sino en países europeos y en la propia tierra de Jefferson.
La primera vez que la Corte Suprema de Justicia estadounidense se refirió expresamente a la “tiranía de la mayoría” fue en 1900 en el caso Taylor v. Breknam (178 US, 548, 609) y mucho antes que eso el Juez John Marshall redactó en un célebre fallo de esa Corte (Marbury v. Madison) en 1802 donde se lee que “toda ley incompatible con la Constitución es nula”.
Seguramente el fallo más contundente de la Corte Suprema de Estados Unidos es el promulgado en 1943 —prestemos especial atención debido a lo macizo del mensaje— en West Vriginia State Board of Education v. Barnette (319 US 624) que reza de este modo: “El propósito de la Declaración de Derechos fue sustraer ciertos temas de las vicisitudes de controversias políticas, ubicarlos más allá de las mayorías y de burócratas y consignarlos como principios para ser aplicados por las Cortes. Nuestros derechos a la vida, a la libertad y a la propiedad, la libertad de expresión, la libertad de prensa, la libertad de profesar el culto y la de reunión y otros derechos fundamentales no están sujetos al voto y no dependen de ninguna elección”.
Autores contemporáneos como Giovanni Sartori en sus dos volúmenes de la Teoría de la democracia se ha desgañitado explicando que el eje central de la democracia es el respeto por las minorías y Juan A. González Calderón en Curso de derecho constitucional apunta que los demócratas de los números ni de números entienden ya que se basan en dos ecuaciones falsas: 50% más 1% = 100% y 50% menos 1% = 0%. Por su parte, Friedrich Hayek confiesa en Derecho, Legislación y Libertad que “Debo sin reservas admitir que si por democracia se entiende dar vía libre a la ilimitada voluntad de la mayoría, en modo alguno estoy dispuesto a llamarme demócrata”, porque como había proclamado Benjamin Constant en uno de sus ensayos reunidos en Curso de política constitucional: “La voluntad de todo un pueblo no puede hacer justo lo que es injusto”.
Ahora bien, sabemos que la cuestión de fondo es educativa en el sentido de realizar esfuerzos para influir sobre mentes en cuanto a comprender las ventajas de la sociedad abierta, pero entretanto es indispensable pensar en nuevos procedimientos para maniatar al Leviatán antes que sucumban todos los vestigios de libertad y respeto reciproco. En este sentido vuelvo a insistir una vez más en que en un cuadro de federalismo se consideren las reflexiones de Bruno Leoni para el Poder Judicial en La libertad y la ley, se tomen seriamente las propuestas para el Poder Legislativo que efectuó Hayek en el tercer tomo de su obra mencionada y, para el Poder Ejecutivo, se adopten los consejos de Montesquieu en Del espíritu de las leyes  en cuanto a que “El sufragio por sorteo está en la índole de la democracia”. Esto último —dado que cualquiera puede gobernar— moverá los incentivos de la gente hacia la necesidad de proteger sus vidas y haciendas, es decir, hacia el establecimiento de límites al poder que es precisamente lo que se requiere para sobrevivir a los atropellos de los aparatos estatales. Como ha indicado Karl Popper, la pregunta de Platón sobre quien debe gobernar está mal formulada, el asunto no es de personas sino de instituciones “para que el gobierno haga el menor daño posible” tal como escribe aquel filósofo de la ciencia en La sociedad abierta y sus enemigos.
Frente a los graves problemas mencionados es indispensable usar las neuronas para contener los abusos del poder. Al fin y al cabo en el recorrido humano nunca se llegará a un punto final. Estamos siempre en ebullición en el contexto de un proceso evolutivo. Si las soluciones propuestas no son consideradas adecuadas hay que proponer otras pero quedarse de brazos cruzados esperando que ocurra un milagro no es para nada conveniente ya que no pueden esperarse resultados distintos aplicando las mismas recetas.
Tal como nos han enseñado autores como Ronald CoaseHarold Demsetz Douglas North, debemos centrarnos en los incentivos que producen las diversas normas, y en el caso que nos ocupa está visto que alianzas y coaliciones circunstanciales tienden al atropello de las autonomías individuales y a degradar las metas originales de la democracia, convirtiéndola en una macabra caricatura. Es hora de reflotar la democracia mientras estemos a tiempo. Y, se entiende, no se trata de la ruleta rusa de mayorías ilimitadas, es como ha escrito James M. Buchanan “Resulta de una importancia crucial que recapturemos la sabiduría del siglo dieciocho respecto a la necesidad de contralores y balances y descartemos de una vez por todas la noción de un romanticismo idiota de que mientras los procesos son considerados democráticos todo vale” (en “Constitutional Imperatives for the 1990`s. The Legal Order for a Free and Productive Economy”).
En la misma línea argumental, es pertinente en esta columna resumir nuevamente las posibles ventajas de introducir la idea del Triunvirato en el Poder Ejecutivo. Hay muy pocas personas que no se quejan (algunos están indignados) con los sucesos del momento en diferentes países tradicionalmente considerados del mundo libre. Las demoliciones de las monarquías absolutas ha sido sin duda una conquista colosal pero, como queda dicho, la caricatura de democracia como método de alternancia en el poder sobre la base del respeto a las minorías está haciendo agua por los cuatro costados, es imperioso el pensar sobre posibles diques adicionales al efecto de limitar el poder político por aquello de que “el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”.
Tres personas votando por mayoría logran aplacar los ímpetus de caudillos y permiten tamizar las decisiones ya que el republicanismo exige que la función de esta rama del gobierno es ejecutar lo resuelto por el Poder Legislativo básicamente respecto a la administración de los fondos públicos, y el Judicial en lo referente al descubrimiento del derecho en un proceso fallos en competencia.
Se podrá decir que las decisiones serán más lentas y meditadas en un gobierno tripartito, lo cual se confunde con la ponderación y la mesura que requiere un sistema republicano. De todos modos, para el caso de un conflicto bélico, sería de interés que las tres personas se roten en la responsabilidad de comandantes en jefe.
Uno de los antecedentes más fértiles del Triunvirato se encuentra en los debates oficiales y no oficiales conectados a la Asamblea Constituyente de los Estados Unidos. Según la recopilación de los respectivos debates por James Madison que constan en la publicación de sus minuciosos manuscritos, el viernes primero de junio de 1787 Benjamin Franklin sugirió debatir el tema del ejecutivo unipersonal o tripartito. A esto último se opuso el constituyente James Wilson quien fue rebatido por Elbridge Gerry (luego vicepresidente del propio Madison) al explicar las ventajas del triunvirato para “otorgar más peso e inspirar confianza”. Edmund Randolph (gobernador de Virginia, procurador general del estado designado por Washington y el segundo secretario de estado de la nación) “se opuso vehementemente al ejecutivo unipersonal. Lo consideró el embrión de la monarquía. No tenemos, dijo, motivo para ser gobernados por el gobierno británico como nuestro prototipo […] El genio del pueblo de América [Norteamérica] requiere una forma diferente de gobierno. Estimo que no hay razón para que los requisitos del departamento ejecutivo —vigor, despacho y responsabilidad— no puedan llevarse a cabo con tres hombres del mismo modo que con uno. El ejecutivo debe ser independiente. Por tanto, para sostener su independencia debe consistir en más de una persona”. Luego de la continuación del debate Madison propuso posponer la discusión en cuanto a que el ejecutivo debiera estar formando por un triunvirato (“a three men council”) o debiera ser unipersonal hasta tanto no se hayan definido con precisión las funciones del ejecutivo.
Este debate suspendido continuó informalmente fuera del recinto según los antes mencionado constituyentes Wilson y Gerry pero con argumentaciones de tenor equivalente a los manifestados en la Asamblea con el agregado por parte de los partidarios de la tesis de Randolph-Gerry de la conveniencia del triunvirato “al efecto de moderar los peligros de los caudillos”. El historiador Forrest Mc Donald escribe (en E Pluribus Unum. The Formation of the American Republic, 1776-1790) que “Algunos de los delegados más republicanos […] desconfiaban tanto del poder ejecutivo que insistieron en que solamente podía ser establecido con seguridad en una cabeza plural, preferentemente con tres hombres”.
El asunto entonces no es limitarse a la queja por lo que ocurre en nombre de la democracia sino en usar la materia gris y proponer soluciones al descalabro del momento antes de llegar a un Gulag con la falsa etiqueta de la democracia. Hay que vencer lo que podríamos denominar “el síndrome del anquilosamiento mental” y revertir con decisión —con éstas u otras propuestas— lo que viene sucediendo a paso redoblado.

¿Democracia o dictadura?

Alberto Benegas Lynch (h) afirma que es necesario proponer alternativas al modelo actual de gobierno para evitar llegar a una farsa de democracia.

No hay posición intermedia en esta instancia del proceso de evolución cultural: o vota la gente o impone su voluntad sobre los demás un megalómano. Pero se debe estar muy en guardia para que la democracia no degenere el cleptocracia en la que una oligarquía liquide los derechos de la minoría. Es decir, que la democracia se convierta en una farsa grotesca como por ejemplo es el caso venezolano hoy.

Sunday, December 18, 2016

Oligarcas, liberales, democracia






“LIBERTAD Y DEMOCRACIA SE CONSIDERAN EQUIVALENTES; PERO SON TOTALMENTE OPUESTOS. LA LIBERTAD ES TOTALMENTE INCOMPATIBLE CON LA DEMOCRACIA. LA ALTERNATIVA A LA DEMOCRACIA ES EL MERCADO.”

RICARDO VALENZUELA
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Apuntando hacia el final de este complicado año, el mundo se estremece ante acontecimientos que cimbran sociedades; el Brexit rompe el equilibrio de la UE, invasión masiva de musulmanes en Europa, aromas de proteccionismo en los mercados, ataques terroristas por todo el mundo, y el rey de todos los dolores de cabeza, Donald Trump y Hillary Clinton. Es hora de sumergirnos en este océano de aguas borrascosas para llevar a cabo una reflexión que nos ayude a entender lo que sucede.

Oligarcas, liberales, democracia






“LIBERTAD Y DEMOCRACIA SE CONSIDERAN EQUIVALENTES; PERO SON TOTALMENTE OPUESTOS. LA LIBERTAD ES TOTALMENTE INCOMPATIBLE CON LA DEMOCRACIA. LA ALTERNATIVA A LA DEMOCRACIA ES EL MERCADO.”

RICARDO VALENZUELA
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Apuntando hacia el final de este complicado año, el mundo se estremece ante acontecimientos que cimbran sociedades; el Brexit rompe el equilibrio de la UE, invasión masiva de musulmanes en Europa, aromas de proteccionismo en los mercados, ataques terroristas por todo el mundo, y el rey de todos los dolores de cabeza, Donald Trump y Hillary Clinton. Es hora de sumergirnos en este océano de aguas borrascosas para llevar a cabo una reflexión que nos ayude a entender lo que sucede.

Wednesday, December 14, 2016

¿Democracia o dictadura?

Alberto Benegas Lynch (h) afirma que es necesario proponer alternativas al modelo actual de gobierno para evitar llegar a una farsa de democracia.


Alberto Benegas Lynch (h)
 
es académico asociado del Cato Institute y Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Argentina.
No hay posición intermedia en esta instancia del proceso de evolución cultural: o vota la gente o impone su voluntad sobre los demás un megalómano. Pero se debe estar muy en guardia para que la democracia no degenere el cleptocracia en la que una oligarquía liquide los derechos de la minoría. Es decir, que la democracia se convierta en una farsa grotesca como por ejemplo es el caso venezolano hoy.
Porque en última instancia el peligro horrendo de las dictaduras es el ataque a las libertades de las personas, pero no es cuestión que las lesiones a los derechos, en lugar de provocarla una persona y sus secuaces la produzca un grupo de personas. Y tengamos en cuenta que Cicerón advertía que “El imperio de la multitud no es menos tiránica que la de un hombre solo, y esa tiranía es tanto más cruel cuanto que no hay monstruo más terrible que esa fiera que toma la forma y el nombre de pueblo”.


Uno de los canales de la degradación de la democracia se manifiesta a través de la cópula hedionda entre el poder político y los empresarios prebendarios. Puede ilustrare este caso con los “salvatajes” realizados en Estados Unidos, recursos entregados graciosamente a empresarios ineptos, irresponsables o las dos cosas al mismo tiempo con el fruto del trabajo de la gente que no tiene poder de lobby.
Al efecto de no permitir semejante atraco y para bloquear toda manifestación de atropello a los derechos de quienes no pertenecen a la casta que pertenece a los usurpadores, es menester pensar en variantes que logren el objetivo de minimizar estos problemas graves. No puede pretenderse otros resultados manteniendo las mismas recetas que conducen a un sistema inicuo que amenaza con terminar con la democracia y usarla como máscara que pretende esconder una dictadura.
En este sentido, reitero lo consignado en otra oportunidad y es que al efecto de tener en claro lo antedicho, es pertinente tener grabado a fuego el pensamiento de uno de los preclaros exponentes de la revolución más exitosa de lo que va de la historia de la humanidad. Me refiero a Thomas Jefferson quien consignó en Notes on Virginia (1782) que “Un despotismo electo no es el gobierno por el que luchamos” pero eso es en lo que se ha transformado, no solo en buena parte de la región latinoamericana, sino en países europeos y en la propia tierra de Jefferson.
La primera vez que la Corte Suprema de Justicia estadounidense se refirió expresamente a la “tiranía de la mayoría” fue en 1900 en el caso Taylor v. Breknam (178 US, 548, 609) y mucho antes que eso el Juez John Marshall redactó en un célebre fallo de esa Corte (Marbury v. Madison) en 1802 donde se lee que “toda ley incompatible con la Constitución es nula”.
Seguramente el fallo más contundente de la Corte Suprema de Estados Unidos es el promulgado en 1943 —prestemos especial atención debido a lo macizo del mensaje— en West Vriginia State Board of Education v. Barnette (319 US 624) que reza de este modo: “El propósito de la Declaración de Derechos fue sustraer ciertos temas de las vicisitudes de controversias políticas, ubicarlos más allá de las mayorías y de burócratas y consignarlos como principios para ser aplicados por las Cortes. Nuestros derechos a la vida, a la libertad y a la propiedad, la libertad de expresión, la libertad de prensa, la libertad de profesar el culto y la de reunión y otros derechos fundamentales no están sujetos al voto y no dependen de ninguna elección”.
Autores contemporáneos como Giovanni Sartori en sus dos volúmenes de la Teoría de la democracia se ha desgañitado explicando que el eje central de la democracia es el respeto por las minorías y Juan A. González Calderón en Curso de derecho constitucional apunta que los demócratas de los números ni de números entienden ya que se basan en dos ecuaciones falsas: 50% más 1% = 100% y 50% menos 1% = 0%. Por su parte, Friedrich Hayek confiesa en Derecho, Legislación y Libertad que “Debo sin reservas admitir que si por democracia se entiende dar vía libre a la ilimitada voluntad de la mayoría, en modo alguno estoy dispuesto a llamarme demócrata”, porque como había proclamado Benjamin Constant en uno de sus ensayos reunidos en Curso de política constitucional: “La voluntad de todo un pueblo no puede hacer justo lo que es injusto”.
Ahora bien, sabemos que la cuestión de fondo es educativa en el sentido de realizar esfuerzos para influir sobre mentes en cuanto a comprender las ventajas de la sociedad abierta, pero entretanto es indispensable pensar en nuevos procedimientos para maniatar al Leviatán antes que sucumban todos los vestigios de libertad y respeto reciproco. En este sentido vuelvo a insistir una vez más en que en un cuadro de federalismo se consideren las reflexiones de Bruno Leoni para el Poder Judicial en La libertad y la ley, se tomen seriamente las propuestas para el Poder Legislativo que efectuó Hayek en el tercer tomo de su obra mencionada y, para el Poder Ejecutivo, se adopten los consejos de Montesquieu en Del espíritu de las leyes  en cuanto a que “El sufragio por sorteo está en la índole de la democracia”. Esto último —dado que cualquiera puede gobernar— moverá los incentivos de la gente hacia la necesidad de proteger sus vidas y haciendas, es decir, hacia el establecimiento de límites al poder que es precisamente lo que se requiere para sobrevivir a los atropellos de los aparatos estatales. Como ha indicado Karl Popper, la pregunta de Platón sobre quien debe gobernar está mal formulada, el asunto no es de personas sino de instituciones “para que el gobierno haga el menor daño posible” tal como escribe aquel filósofo de la ciencia en La sociedad abierta y sus enemigos.
Frente a los graves problemas mencionados es indispensable usar las neuronas para contener los abusos del poder. Al fin y al cabo en el recorrido humano nunca se llegará a un punto final. Estamos siempre en ebullición en el contexto de un proceso evolutivo. Si las soluciones propuestas no son consideradas adecuadas hay que proponer otras pero quedarse de brazos cruzados esperando que ocurra un milagro no es para nada conveniente ya que no pueden esperarse resultados distintos aplicando las mismas recetas.
Tal como nos han enseñado autores como Ronald CoaseHarold Demsetz Douglas North, debemos centrarnos en los incentivos que producen las diversas normas, y en el caso que nos ocupa está visto que alianzas y coaliciones circunstanciales tienden al atropello de las autonomías individuales y a degradar las metas originales de la democracia, convirtiéndola en una macabra caricatura. Es hora de reflotar la democracia mientras estemos a tiempo. Y, se entiende, no se trata de la ruleta rusa de mayorías ilimitadas, es como ha escrito James M. Buchanan “Resulta de una importancia crucial que recapturemos la sabiduría del siglo dieciocho respecto a la necesidad de contralores y balances y descartemos de una vez por todas la noción de un romanticismo idiota de que mientras los procesos son considerados democráticos todo vale” (en “Constitutional Imperatives for the 1990`s. The Legal Order for a Free and Productive Economy”).
En la misma línea argumental, es pertinente en esta columna resumir nuevamente las posibles ventajas de introducir la idea del Triunvirato en el Poder Ejecutivo. Hay muy pocas personas que no se quejan (algunos están indignados) con los sucesos del momento en diferentes países tradicionalmente considerados del mundo libre. Las demoliciones de las monarquías absolutas ha sido sin duda una conquista colosal pero, como queda dicho, la caricatura de democracia como método de alternancia en el poder sobre la base del respeto a las minorías está haciendo agua por los cuatro costados, es imperioso el pensar sobre posibles diques adicionales al efecto de limitar el poder político por aquello de que “el poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente”.
Tres personas votando por mayoría logran aplacar los ímpetus de caudillos y permiten tamizar las decisiones ya que el republicanismo exige que la función de esta rama del gobierno es ejecutar lo resuelto por el Poder Legislativo básicamente respecto a la administración de los fondos públicos, y el Judicial en lo referente al descubrimiento del derecho en un proceso fallos en competencia.
Se podrá decir que las decisiones serán más lentas y meditadas en un gobierno tripartito, lo cual se confunde con la ponderación y la mesura que requiere un sistema republicano. De todos modos, para el caso de un conflicto bélico, sería de interés que las tres personas se roten en la responsabilidad de comandantes en jefe.
Uno de los antecedentes más fértiles del Triunvirato se encuentra en los debates oficiales y no oficiales conectados a la Asamblea Constituyente de los Estados Unidos. Según la recopilación de los respectivos debates por James Madison que constan en la publicación de sus minuciosos manuscritos, el viernes primero de junio de 1787 Benjamin Franklin sugirió debatir el tema del ejecutivo unipersonal o tripartito. A esto último se opuso el constituyente James Wilson quien fue rebatido por Elbridge Gerry (luego vicepresidente del propio Madison) al explicar las ventajas del triunvirato para “otorgar más peso e inspirar confianza”. Edmund Randolph (gobernador de Virginia, procurador general del estado designado por Washington y el segundo secretario de estado de la nación) “se opuso vehementemente al ejecutivo unipersonal. Lo consideró el embrión de la monarquía. No tenemos, dijo, motivo para ser gobernados por el gobierno británico como nuestro prototipo […] El genio del pueblo de América [Norteamérica] requiere una forma diferente de gobierno. Estimo que no hay razón para que los requisitos del departamento ejecutivo —vigor, despacho y responsabilidad— no puedan llevarse a cabo con tres hombres del mismo modo que con uno. El ejecutivo debe ser independiente. Por tanto, para sostener su independencia debe consistir en más de una persona”. Luego de la continuación del debate Madison propuso posponer la discusión en cuanto a que el ejecutivo debiera estar formando por un triunvirato (“a three men council”) o debiera ser unipersonal hasta tanto no se hayan definido con precisión las funciones del ejecutivo.
Este debate suspendido continuó informalmente fuera del recinto según los antes mencionado constituyentes Wilson y Gerry pero con argumentaciones de tenor equivalente a los manifestados en la Asamblea con el agregado por parte de los partidarios de la tesis de Randolph-Gerry de la conveniencia del triunvirato “al efecto de moderar los peligros de los caudillos”. El historiador Forrest Mc Donald escribe (en E Pluribus Unum. The Formation of the American Republic, 1776-1790) que “Algunos de los delegados más republicanos […] desconfiaban tanto del poder ejecutivo que insistieron en que solamente podía ser establecido con seguridad en una cabeza plural, preferentemente con tres hombres”.
El asunto entonces no es limitarse a la queja por lo que ocurre en nombre de la democracia sino en usar la materia gris y proponer soluciones al descalabro del momento antes de llegar a un Gulag con la falsa etiqueta de la democracia. Hay que vencer lo que podríamos denominar “el síndrome del anquilosamiento mental” y revertir con decisión —con éstas u otras propuestas— lo que viene sucediendo a paso redoblado

¿Democracia o dictadura?

Alberto Benegas Lynch (h) afirma que es necesario proponer alternativas al modelo actual de gobierno para evitar llegar a una farsa de democracia.


Alberto Benegas Lynch (h)
 
es académico asociado del Cato Institute y Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Argentina.
No hay posición intermedia en esta instancia del proceso de evolución cultural: o vota la gente o impone su voluntad sobre los demás un megalómano. Pero se debe estar muy en guardia para que la democracia no degenere el cleptocracia en la que una oligarquía liquide los derechos de la minoría. Es decir, que la democracia se convierta en una farsa grotesca como por ejemplo es el caso venezolano hoy.
Porque en última instancia el peligro horrendo de las dictaduras es el ataque a las libertades de las personas, pero no es cuestión que las lesiones a los derechos, en lugar de provocarla una persona y sus secuaces la produzca un grupo de personas. Y tengamos en cuenta que Cicerón advertía que “El imperio de la multitud no es menos tiránica que la de un hombre solo, y esa tiranía es tanto más cruel cuanto que no hay monstruo más terrible que esa fiera que toma la forma y el nombre de pueblo”.

Monday, December 5, 2016

La democracia no funciona

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En una votación muy reñida, los colombianos rechazaron el acuerdo de paz alcanzado entre el gobierno y las Farc. CreditAriana Cubillos/Associated Press
MEDELLÍN, Colombia — “Tristeza de país”, dice una chica, el pelo largo cobre, la mirada perdida, guardando su teléfono, atajando una lágrima. “Tristeza, sí”, le contesta un hombre casi viejo, y alrededor, en esa plaza colombiana, tantos podrían decir lo mismo. Hay momentos en que muchos ciudadanos chocan contra algo que no sabían qué era y resultó ser su país. Ese descubrimiento, el horror de ese descubrimiento. Esa es la sensación que tenían, domingo por la noche, tantos colombianos.


El plebiscito sobre los acuerdos de paz acababa de terminar: sobre 13 millones de votantes, el No había ganado por casi 54.000 votos, el 50,22 por ciento contra el 49,78. Cuatro años de negociaciones entre el gobierno nacional y la guerrilla de las Farc saltaban por los aires. El desconcierto se instalaba.
Ocho días atrás, en cambio, todo era regocijo y pompa. Alguna vez alguien lo contará como el mayor hecho histórico que nunca sucedió: en Cartagena, la Paz con mucha pe se festejaba con despliegue de discursos, palomas, reyes, obispos, niños, presidentes. Todos de blanco celebraban la firma de un acuerdo que nunca va a cumplirse.
Fue el mayor error de un político que los junta con pala: Juan Manuel Santos habría podido promulgar el acuerdo sin necesidad de plebiscito pero cedió a la tentación de conseguir, junto con esa paz, el apoyo de sus votantes fugitivos. Un general muy pícaro, que tuvo la Argentina a sus pies durante medio siglo, sabía y repetía que “lo mejor es enemigo de lo bueno”. El presidente Santos no lo supo o no lo aplicó, y ahora lo paga. Lo pagan, también, de formas diferentes, todos sus ciudadanos.
El Sí ganó en Bogotá, Cali, Barranquilla, Cartagena, y perdió en las demás ciudades grandes. El Sí ganó abrumadoramente, también, en las zonas más afectadas por la guerra: Chocó, Cauca, Putumayo y Vaupés. En Bojayá, el escenario de la peor matanza de las Farc —en 2002, más de 100 personas murieron dentro de una iglesia que un guerrillero bombardeó— el Sí de la reconciliación ganó con el 96 por ciento. De acuerdo con la Silla Vacía, de los 81 municipios más afectados por el conflicto según la Fundación Pares, en 67 ganó el Sí y solo en 14 ganó el No.
A menudo, rechazan la guerra los que conocen la guerra; los que la ven de lejos pueden darse el lujo de querer seguirla.
Así que muchos hablan en estos días de Colombia como un país partido en dos; lo que hay, en realidad, es un país partido en tres. Los votantes del Sí son poco más del 19 por ciento; los votantes del No son poco más del 19 por ciento; los que no fueron a votar son más del 60 por ciento de los colombianos. Y eso es, a mediano plazo, lo más grave.
Los acuerdos de paz fueron presentados por unos como un logro extraordinario, el final de una guerra interminable, la gran oportunidad para el despegue del país. Por otros como una concesión cobarde, el peligro de una nación “castrochavista”, la derrota doblada de deshonra. Pero, en cualquier caso, se suponía que el plebiscito que lo decidiría sería un gran momento para el pueblo colombiano, su ocasión para ejercer la democracia a fondo. Veinte millones no votaron.
Hay una parte de la población que vive en un ecosistema donde decisiones como esta se debaten, se viven, aparentemente se deciden. Hay muchos más que han decidido no decidir, y son los que deciden.
El mecanismo de representación no funciona. La democracia está en problemas. No solo en Colombia, por supuesto, pero también. Votar, que fue por tantos años una aspiración, ahora es una carga o un olvido. Las razones son muchas, pero hay algo que las confunde todas: básicamente, los que eligen no elegir lo hacen porque no creen que elijan nada. Entonces se desentienden y aceptan, por un tiempo, quedar afuera, pero supongo que es inevitable que, poco a poco, empiecen a buscar formas de influir. La democracia, está visto, no les parece una.
Es el problema a mediano plazo. En el corto, el gobierno de Colombia tratará de convencer a los jefes de las Farc de que reabran una negociación en la que deberán aceptar condiciones peores que las que tenían. El fallido presidente Santos lo dijo poco después de anunciar el resultado: va a escuchar a los partidos del No para ver qué piden. Y todos saben que piden sobre todo algún castigo para los guerrilleros; ¿cómo los van a convencer de recibirlo?
“Que paguen cárcel, señor. Y que no les den platica. Yo madrugo todos los días a las 4 de la mañana para ganar 689.000 pesos —poco más de 200 dólares— y a ellos se los querían dar por no hacer nada, por delinquir, porque van a seguir delinquiendo, no se van a salir del vicio así como así”, me decía el domingo el empleado de una gasolinera en Medellín, bastión del No y de su héroe, el expresidente Álvaro Uribe. El rencor fue una razón del No; mucho más fuerte fue —como suele— el voto del miedo. ¿Cómo aceptar, así, de pronto, que el enemigo de siempre se ha vuelto uno de nosotros?
Nadie sabe qué va a pasar ahora. Los escenarios se abren en abanico, imprevisibles: nuevas negociaciones, nuevos combates, nuevos acuerdos o nuevos fracasos. Solo está claro que todos han perdido mucho tiempo; el país, entre todos. Y que, después de este domingo, hay cada vez más colombianos que no entienden a otros colombianos. Que no entienden, en realidad, qué país viven.