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Monday, July 18, 2016

Las ilusiones acerca de la integración europea

Václav Klaus dice que la situación económica en Europa "Por un lado, se debe al cada vez más deficiente sistema económico y social a lo largo de Europa, que sin embargo fue escogido de manera deliberada. Por otra parte, es una consecuencia de los acuerdos institucionales dentro de la Unión Europea que son crecientemente centralizados y burocráticos".
Václav Klaus fue presidente de la República Checa desde 2003 hasta marzo de 2013. 
Recientemente publicó el libro Europe: The Shattering of Illusions (Europa: La destrucción de las ilusiones). Este es el texto del discurso que Klaus dio en el Cato Institute el 11 de marzo de 2013, publicado originalmente en inglés como la edición de primavera 2013 de Cato’s Letter (volumen 11, número 2). Aquí puede obtener el texto en formato PDF.

Hoy es un día especial para mi. En marzo, mi segundo periodo como presidente de la República Checa expiró, y con un alto grado de probabilidad esto marcará el fin de mi carrera de 23 años en la política —una carrera que duró sin interrupción desde la caída del comunismo, pasando por la Revolución de Terciopelo, hasta esta primavera.
He sido extremadamente honrado al ser invitado a convertirme en un distinguido Académico Titular del Cato Institute y estoy ansioso por cumplir con este nuevo papel. Aprecio mucho el papel que Cato ha desempeñado a lo largo de las últimas décadas defendiendo la libertad, los mercados libres y el gobierno limitado. Hoy es simplemente el inicio de mi nueva vida aquí con ustedes.
Me pidieron que dijera unas palabras acerca de Europa —que siempre ha sido uno de mis temas favoritos— y quisiera empezar colocando los problemas del continente europeo en una perspectiva más amplia.



Mi nuevo libro, que la editorial inglesa decidió titular Europe: The Shattering of Illusions (Europa: La destrucción de las ilusiones), refleja mi frustración con lo que ha pasado en Europa. Ese título, por cierto, no fue exactamente mi idea. Nunca me hice ilusiones acerca de la integración europea, así que para mí nunca fue necesario destruirlas.
Sin embargo, el libro explora el marco institucional actual de Europa —que se desarrolló a lo largo del tiempo desde la Segunda Guerra Mundial hasta el inicio de la crisis de deuda en la Eurozona— así como también las costosas reacciones a estos sucesos. En pocas palabras, el optimismo excesivo alrededor de los beneficios económicos de la integración territorial es, y siempre ha sido, ingenuo. Las consecuencias de la desnacionalización y de la centralización son, en una palabra, anti-democráticas.
Es importante enfatizar que la República Checa es parte de Europa, es un miembro de la Unión Europea (UE) y no es miembro de la Eurozona. Un país no puede ser miembro de Europa, y es importante enfatizar este hecho. Casi 85 por ciento de las exportaciones checas se dirigen a Europa —una región que experimenta tanto un estancamiento económico prolongado como una severa crisis de las deudas soberanas. Incluso con una moneda en libre flotación, la República Checa no puede desconectarse de las tendencias económicas del resto del continente.
Mi país es un ejemplo de un país pequeño con una economía abierta. Pero para crecer, la República Checa necesita una relación sólida con socios comerciales que gocen de una buena salud económica.
Lamentablemente, este no es el caso en la actualidad. En marzo, la Oficina de Estadísticas de la República Checa anunció que el producto interno bruto del país se contrajo en 0,2 por ciento. Toda la evidencia disponible sugiere que el futuro económico no será fácil para los que vivimos en Europa con nuestras familias, hijos, y nietos. No podemos escapar del destino del continente en general. Por lo tanto tenemos un interés genuino, y no simplemente uno académico, en el futuro de Europa.
La situación económica actual no es accidental. Esta es la consecuencia de por lo menos dos cosas. Por un lado, se debe al cada vez más deficiente sistema económico y social a lo largo de Europa, que sin embargo fue escogido de manera deliberada. Por otra parte, es una consecuencia de los acuerdos institucionales dentro de la UE que son crecientemente centralizados y burocráticos. Ambas cosas constituyen un obstáculo fundamental para cualquier desarrollo positivo, un obstáculo que no puede ser removido con correcciones marginales a las políticas económicas de corto plazo. Los problemas son mucho más profundos.
Es más que evidente que la excesivamente regulada economía en Europa está todavía más limitada por una carga pesada de requisitos sociales y ambientales, que operan dentro de la atmósfera de un Estado de Bienestar paternalista. Esta carga es demasiado pesada y los incentivos para el trabajo productivo demasiado débiles como para que este pueda lograr crecimiento. Si Europa quiere reactivar su desarrollo económico, tiene que realizar una transformación fundamental, un cambio sistémico. Esto es algo que nosotros en Europa Central y del Este tuvimos que hacer hace 20 años.
La segunda parte del problema es el modelo europeo de integración. Las excesivas y antinaturales metas de unificación, estandarización, y armonización del continente europeo, basadas en el concepto de “una Unión cada vez más estrecha” son verdaderamente un obstáculo para cualquier desarrollo positivo.
El momento en el que los costos marginales del proyecto de integración europea empezaron a exceder visiblemente los beneficios, llegó como resultado del intento de unificar monetariamente a todo el continente. Este fracaso era esperado —y era inevitable, de hecho— y sus consecuencias fueron bien comprendidas por muchos de nosotros antes de que sucedieran. Este camino era totalmente predecible para los países más económicamente débiles de Europa también, que repetidas veces habían experimentado desagradables, aunque inevitables, ajustes mediante la devaluación de sus monedas en el pasado.
Todos los economistas que merecen el título estaban conscientes del hecho de que Grecia estaba destinada al fracaso, habiendo estado encarcelada en el sistema que acabo de describir. La historia nos da muchos ejemplos similares.
Los beneficios prometidos como resultado de aceptar una moneda común nunca llegaron. El supuesto incremento del comercio internacional y de las transacciones financieras fue relativamente pequeño y más que contrarrestado por los costos de este arreglo.
En buenos tiempos económicos, incluso las áreas monetarias no-óptimas pueden funcionar, así como todos los regímenes de tipo de cambio fijo funcionaron durante algún tiempo. Pero cuando llegan los malos tiempos, incluyendo la crisis financiera a fines de la última década, todas las inconsistencias, debilidades, ineficiencias, discrepancias, desbalances y desequilibrios se vuelven evidentes y la unión monetaria deja de funcionar adecuadamente. Esto no debería ser una sorpresa. En el pasado, todos los regímenes de tipo de cambio fijo, incluyendo el sistema de Bretton Woods, requerían de ajustes al tipo de cambio tarde o temprano —una explicación que uno puede encontrar en cualquier libro de texto sobre economía elemental.
Las expectativas —o más bien, ilusiones— de que una economía europea muy heterogénea se homogenizaría mediante la unificación monetaria demostraron ser erróneas rápidamente. Desde la introducción del euro, las economías europeas han divergido en lugar de converger. La eliminación de una de las variables económicas más importantes —el tipo de cambio— del sistema económico existente condujo a una especie de ceguera entre los políticos, los economistas y los banqueros.
Algunos recordarán que hace 20 años se dio la disolución de otra unión monetaria, política y fiscal, conocida como Checoslovaquia. Yo estuve a cargo de organizar la separación. De hecho, febrero marcó el aniversario No. 20 de la desintegración monetaria de la República Checa con Eslovaquia, y nuestra experiencia es muy clara.
La anterior federación checoslovaca estuvo unida durante 70 años pero tuvo que aceptar que la integración nominal no era suficiente para la eliminación de diferencias económicas entre los dos países. Habían, por supuesto, otras razones para la separación, pero las económicas fueron las principales.
Pero no nos dejemos engañar. Cuando se discuten los problemas actuales que afligen a Europa, está mal concentrarse en los logros o fracasos de países individuales. Grecia no causó el problema europeo actual. Al contrario, Grecia es la víctima del sistema de una sola moneda en la Eurozona. Cometieron solamente un error trágico al ingresar a la Eurozona. Todo lo demás corresponde al comportamiento usual del país, comportamiento que ninguno de nosotros tiene el derecho de criticar.
El grado de eficiencia o ineficiencia económica de Grecia, así como también su tendencia a vivir con deuda soberana, deberían haber sido bien conocidas por todos. Creo que permitir que Grecia abandone la Eurozona sería el principio de un viaje largo de este país hacia un futuro económico saludable. Pero no tengo la ambición de cambiar a Grecia. Quiero cambiar el marco institucional de la UE. Los griegos ojalá entiendan a estas alturas que la misma talla no le calza a todos. Solo deseo que los políticos más importantes en la UE comprendieran esta visión.
No lo veo, sin embargo. Su manera de pensar está basada en cierto tipo de razonamiento, como si las leyes económicas no existieran y la política puede por lo tanto determinar la economía. Personas como yo fuimos criados en una época en que esta forma de pensar era dominante en los países comunistas de Europa del Este y Central. Algunos de nosotros nos atrevimos a expresar nuestro desacuerdo con esto en ese entonces. Éramos considerados enemigos en ese entonces y somos considerados enemigos ahora.
Europa está lista para una decisión fundamental: ¿Debemos continuar creyendo en el dogma de que la política puede determinar la economía y defender el marco institucional actual a cualquier costo? O, ¿deberíamos, finalmente, aceptar que debemos volver a la racionalidad económica?
La respuesta que ha dado una mayoría abrumadora de los políticos europeos hasta ahora es que están dispuestos a continuar en la ruta actual. Es nuestro deber decirles que las consecuencias de tales conclusiones serán más graves y producirán costos más altos para todos nosotros. Eventualmente, estos costos se volverán insoportables. Estoy convencido de que deberíamos cambiar de dirección.
Lo que necesitamos en Europa no son cumbres más frecuentes en Bruselas, sino una transformación fundamental de nuestro pensamiento y comportamiento. Europa tiene que efectuar un cambio sistémico —un cambio de paradigma— y esto requiere de un proceso político genuino, no de la aprobación de un documento sofisticado preparado detrás de puertas cerradas. La solución debe surgir como resultado de debates políticos dentro de cada país miembro de la UE. Debe ser generada por el pueblo, por el demos de estos países.
Está de moda ahora tanto en EE.UU. como en Europa hablar de una crisis. Pero una crisis implica, en la definición del economista Joseph Schumpeter, un proceso de “destrucción creativa”. Luego de una crisis, no todo puede ser rescatado y mantenido. Algo debe quedarse atrás del proceso, especialmente las ideas equivocadas. En este momento, deberíamos crear el hábito de descartar los sueños utópicos, de rechazar las actividades económicas irracionales, de negar su promoción por parte de los gobiernos europeos. Parte de esto implica dejar que incluso se permita que caigan algunos estados.
Quienes se oponen a esta posición siguen diciendo que una solución como esta sería costosa. Lo veo de otra manera. Para mí, prolongar el curso actual es más costoso. Los costos a los que le temen los europeos ya están aquí. Deberían denominarse costos hundidos.

Las ilusiones acerca de la integración europea

Václav Klaus dice que la situación económica en Europa "Por un lado, se debe al cada vez más deficiente sistema económico y social a lo largo de Europa, que sin embargo fue escogido de manera deliberada. Por otra parte, es una consecuencia de los acuerdos institucionales dentro de la Unión Europea que son crecientemente centralizados y burocráticos".
Václav Klaus fue presidente de la República Checa desde 2003 hasta marzo de 2013. 
Recientemente publicó el libro Europe: The Shattering of Illusions (Europa: La destrucción de las ilusiones). Este es el texto del discurso que Klaus dio en el Cato Institute el 11 de marzo de 2013, publicado originalmente en inglés como la edición de primavera 2013 de Cato’s Letter (volumen 11, número 2). Aquí puede obtener el texto en formato PDF.

Hoy es un día especial para mi. En marzo, mi segundo periodo como presidente de la República Checa expiró, y con un alto grado de probabilidad esto marcará el fin de mi carrera de 23 años en la política —una carrera que duró sin interrupción desde la caída del comunismo, pasando por la Revolución de Terciopelo, hasta esta primavera.
He sido extremadamente honrado al ser invitado a convertirme en un distinguido Académico Titular del Cato Institute y estoy ansioso por cumplir con este nuevo papel. Aprecio mucho el papel que Cato ha desempeñado a lo largo de las últimas décadas defendiendo la libertad, los mercados libres y el gobierno limitado. Hoy es simplemente el inicio de mi nueva vida aquí con ustedes.
Me pidieron que dijera unas palabras acerca de Europa —que siempre ha sido uno de mis temas favoritos— y quisiera empezar colocando los problemas del continente europeo en una perspectiva más amplia.


Thursday, June 23, 2016

Seguridad y autogobierno, Ron Paul

Seguridad y libertad
Artículo escrito por Ron Paul 
Los asesinatos sin sentido y terribles de la semana pasada en una sala de cine en Colorado recordó a los estadounidenses que la vida es frágil y hermosa, y no debemos tomar a la familia, amigos y seres queridos como algo para siempre. Nuestras oraciones están con las víctimas y las familias de los fallecidos. Como nación, debemos utilizar este terrible suceso para reunirnos con la determinación de crear una sociedad con unos valores de vida mejor.
También debemos hacer frente a la triste realidad de que el gobierno no nos puede proteger de todo daño posible. No importa cuántas leyes se hagan, no importa cuántos policías o agentes federales pongamos en las calles, no importa cuán a menudo controlemos Internet, una persona determinada o grupo aún puede causar un gran daño. Nosotros, como individuos somos responsables de nuestra seguridad y la seguridad de nuestras familias.



Por otra parte, es el papel de la sociedad civil y no gubernamental el construir una cultura de individuos responsables, pacíficos y productivos. El gobierno no puede imponer la moral o infundir esperanza en las personas con problemas. Los controles externos sobre nuestra conducta impuestos por el gobierno a través de leyes, policía y cárceles por lo general se aplican sólo después de un terrible crimen.
El autogobierno interno, por el contrario, es un regulador mucho más poderoso de la conducta humana que cualquier otra ley. Esta autonomía debe desarrollarse desde el nacimiento, en primer lugar por los padres, pero más tarde también a través de la influencia positiva de los familiares y los adultos. Más allá de la infancia, el desarrollo del carácter puede ocurrir a través de las instituciones religiosas, cívicas y sociales. En última instancia, el autogobierno no puede desarrollarse sin una base fundamental de la moralidad.
El gobierno, sin embargo, no es un agente moral. El Estado debe proteger nuestros derechos, pero no puede desarrollar nuestro carácter. Cada vez que se producen terribles crímenes, muchos estadounidenses es comprensible que exijan que el gobierno “hacer algo” para evitar hechos similares en el futuro. Pero este impulso reflexivo, casi siempre conduce a malas leyes y a la pérdida de la libertad.
¿Queremos realmente vivir en un mundo de controles policiales, cámaras de vigilancia y detectores de metales? ¿Realmente creen que el gobierno puede garantizar la seguridad total? ¿Queremos cometer involuntariamente todos los descontentos, de una persona perturbada, o alienada, que fantasea con la violencia? ¿O podemos aceptar que la libertad es más importante que la ilusión de seguridad proporcionada por el Estado?
La libertad no se define por la seguridad. La libertad se define por la capacidad de los ciudadanos a vivir sin la interferencia del gobierno. El gobierno no puede crear un mundo sin riesgos, ni de verdad queremos vivir en un lugar ficticio. Sólo una sociedad totalitaria, clamaría por una seguridad absoluta, como un ideal digno, ya que requeriría un control total del Estado sobre la vida de sus ciudadanos. La libertad tiene sentido sólo si seguimos creyendo en ella, cuando suceden cosas terribles y una falsa seguridad gubernamental nos atrae.

Seguridad y autogobierno, Ron Paul

Seguridad y libertad
Artículo escrito por Ron Paul 
Los asesinatos sin sentido y terribles de la semana pasada en una sala de cine en Colorado recordó a los estadounidenses que la vida es frágil y hermosa, y no debemos tomar a la familia, amigos y seres queridos como algo para siempre. Nuestras oraciones están con las víctimas y las familias de los fallecidos. Como nación, debemos utilizar este terrible suceso para reunirnos con la determinación de crear una sociedad con unos valores de vida mejor.
También debemos hacer frente a la triste realidad de que el gobierno no nos puede proteger de todo daño posible. No importa cuántas leyes se hagan, no importa cuántos policías o agentes federales pongamos en las calles, no importa cuán a menudo controlemos Internet, una persona determinada o grupo aún puede causar un gran daño. Nosotros, como individuos somos responsables de nuestra seguridad y la seguridad de nuestras familias.


Sunday, June 19, 2016

Qué hace diferente a Venezuela

chavez
Al contrario que otros regímenes izquierdistas sudamericanos, el régimen de Venezuela ha aplastado intencionadamente incluso a las clases medias y trabajadoras.
El desastre económico en Venezuela ha llevado a muchos a echar un vistazo al país y tratar de entender que es lo que ha hecho que las cosas vayan tan mal allí.
No basta con decir “socialismo”. Después de todo, los liderazgos políticos en Ecuador y Bolivia ahora mismo son declaradamente socialistas, al menos en sus declaraciones. Argentina lleva mucho tiempo siendo socialista en la práctica, pero ni siquiera los repetidos impagos y otros líos de Argentina llevaron a la economía a nada similar a lo que está pasando en Venezuela. El izquierdista Brasil sigue siendo una incógnita en este momento.



¿Qué pasa entonces con Venezuela que ha llevado al país al borde de la hambruna mientras Bolivia permanece relativamente estable y sin pasar hambre? Después de todo, el presidente boliviano, Evo Morales, alguien que se declara discípulo de más, entregó al papa Francisco un crucifijo con forma de hoz y martillo durante una reciente visita del pontífice.
La respuesta se encuentra en el verdadero volumen de socialismo practicado en Venezuela frente a sus vecinos sudamericanos.

Verdaderos creyentes frente a pragmáticos

Desde Lenin, los líderes políticos supieron muy rápidamente que el socialismo “puro” lleva al hambre. Lenin había intentado implantar un control total de la economía por parte del estado soviético cuando llegó al poder. Sin embargo, después de darse cuenta rápidamente de que esto destruiría la economía, Lenin dio un paso atrás e implantó el “Nuevo Plan Económico”, que permitía una actividad limitada del mercado, especialmente en la producción de alimentos.
Todo régimen que intenta socialismo se enfrenta rápidamente al problema del cálculo propio del socialismo. Sin mercados, ¿cómo podemos saber qué producir o quién lo produce? ¿Cuánto deberían costar bienes y servicios? Sin al menos una libertad parcial para que funcionen los precios del mercado, las economías se paran muy rápidamente.
Sabiamente (y por fortuna para la gente común), Lenin permitió que su pragmatismo como político eclipsara su devoción por el marxismo. Igualmente, después de las hambrunas masivas y la agitación social causada por el marxismo duro de Mao en China, Deng Xiaoping recurrió al pragmatismo del “socialismo con características chinas”. Era, en otras palabras, socialismo light.
Como siempre ocurre cuando retroceder socialismo, la riqueza aumenta. Del caso la Unión Soviética, los mercados limitados de Lenin nunca fueron más allá de un entorno muy limitado, debido la reafirmación de las economías planificadas centralizadamente por parte de Stalin. En la China posterior a Mao, donde se permitió al extenderse a los mercados (aunque siempre bajo una dura regulación), la economía china floreció (en términos relativos) al permitir que granjeros, comerciantes y multitud de otras empresas medianas y pequeñas funcionaran con una relativa libertad.
En Venezuela, bajo Hugo Chávez y hoy bajo Nicolás Maduro, las cosas se han estado moviendo en la dirección opuesta.
Quizá más que cualquier otro hombre fuerte latinoamericano de reciente memoria, Chávez era un “verdadero creyente” en lo que se refería socialismo y mostró su devoción ideológica con su guerra, no sólo contra las grandes empresas multinacionales y otros intereses corporativos poderosos, sino sobre todo al que considerara un “burgués”.
Ponerse en contra de las grandes empresas extranjeras ha sido popular desde hace mucho tiempo en Sudamérica y ha sido un aspecto central de las administraciones de Rafael Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia. Pero tanto Correa como Morales mezclaron su intromisión política a este respecto con un laissez-faire limitado para las empresas nacionales.

Una guerra contra los vendedores y comerciantes de clase media

Chávez, por el contrario, no parecía discriminar cuando se trataba de aplastar a empresas y empresarios en todo el país.
Simon Wilson comparaba el régimen de Bolivia con el régimen venezolano en 2015 para mises.org:
De hecho, el mandato de Evo [Morales] ha sido indudablemente pragmático. Es verdad que desde 2005 ha expropiado más de veinte empresas, pero el nivel de expropiaciones no es comparable en modo alguno al que tiene lugar en la cultura de extendida impunidad del gobierno en Venezuela, donde 1.168 empresas nacionales y extranjeras fueron expropiadas entre 2002 y 2012. La infame nacionalización de campos extranjeros de petróleo y gas natural [en Bolivia] no fue de completo control estatal, sino que se trataba más de conseguir una porción que controlara los beneficios conseguidos por empresas extranjeras que puedan luego desviarse a diversos programas sociales.
Morales se contentaba a menudo con dejar en paz a las empresas nacionales de tamaño pequeño y mediano y permitía una gran economía “informal” (es decir, no regulada). Cuando Morales ignora la economía informal, esencialmente está creando “agujeros” la regulación pública. Y como observó una vez Ludwig von Mises, “El capitalismo respira a través de esos agujeros”.
Al régimen venezolano, por el contrario, no le gustan los agujeros.
Estos contrastes se extienden también a otros regímenes socialistas en Sudamérica. En 2014, The Washington Post comparaba el Ecuador de Rafael Correa con Chávez, reportando:
Al contrario que Chávez y sus épicas batallas con el sector privado de Venezuela, Correa mantiene lazos generalmente fuertes con la comunidad empresarial de Ecuador y ha sido Presidente a lo largo de un periodo sostenido de crecimiento económico y bajo desempleo. Ha mantenido el dólar de EEUU cómo divisa de Ecuador.
Felipe Burbano, analista político en Quito, dice que Correa que su maestro del “activismo de estado”, proyectando su presidencia (y el gasto público) en todos los rincones de un país de quince millones de habitantes, mirando a los votantes rurales, los habitantes de los barrios pobres y otros que eran ignorados en el pasado. Correa ha convertido los ingresos del petróleo de este país de la OPEP en nuevas escuelas, clínicas y proyectos de infraestructura, especialmente nuevas carreteras, mientras recortaba la tasa de pobreza el 37 al 27% de 2007 a 2012, según los datos oficiales.

Arrestando a los “traidores de clase” en Caracas

En 2010, The Guardian informaba sobre cómo Chávez había declarado a un carnicero aficionado en Caracas como un “traidor de clase” y una herramienta de los capitalistas internacionales. El carnicero, Omar Cedeño, fue arrestado y juzgado por diversos delitos “capitalistas”, junto con muchos otros pequeños empresarios y vendedores.
Pero, como ve ahora Venezuela, cuando se destruye a los vendedores al por menor, no queda nadie para vender, preparar, conseguir y procesar comida.
En 2011, The Huffington Post informaba acerca de la guerra de Chávez contra los judíos, que son, por lo que parece, también demasiado “burgueses” para los gustos de Chávez.
En 2012, Reuters informaba sobre cómo Chávez estaba amenazando a “los ricos” con una “guerra civil” si no se unían a su causa. El uso del término “rico” en Venezuela, por supuesto, puede ser a menudo similar a como se usa en Estados Unidos. Raramente se refiere en la práctica a poderosos millonarios, sino simplemente a gente de clase media alta que fabrica cosas, dirige empresas y mantiene marcha la economía. Destruirlos no es algo inteligente para ningún líder político que quiera evitar hambrunas masivas y un desplome en los niveles de vida.
Naturalmente, para un verdadero creyente como Chávez, una guerra contra la industria nacional no se acaba e sólo con los carniceros y los gestores de clase media. Luego se procede contra las cadenas de televisión y de radio, los periódicos, las librerías y muchos otros negocios que puedan ser insuficientemente leales al régimen gobernante.
No es sorprendente que una vez que todos los vendedores, empresas de medios de comunicación, gestores y todos los demás negocios independientes son aplastados, arrestados, empobrecidos o exiliados, la economía deje de funcionar muy bien.
Esto no quiere decir que políticos como Correa y Morales sean fanáticos de la libertad y los mercados libres. Seguro que no es así. Ambos, Correa y Morales parece ser gestores tradicionales del poder, probando algunos grupos para hacer regalos a otros, para conseguir el favor de su base política de poder. El marxismo sirve como una treta publicitaria cómoda para el régimen, pero, como pasa con el estado chino, los estados ecuatoriano y boliviano se dieron cuenta de la inviabilidad del marxismo hace mucho tiempo.
Por desgracia para el pueblo de Bolivia y de Ecuador, incluso esta gestión económica limitada no marxista del estado garantiza un pobre crecimiento económico y un eterno ciclo de corrupción. Un estado que controle la economía también tiene el poder para saquearla.
Pero hay una gran diferencia entre redistribuir riqueza y destruir a todo el que intente crear algo de ella. Para redistribuir riqueza, primero hay que crearla. Es una distinción que aparentemente los líderes del régimen de Venezuela (y sus defensores) son demasiado ignorantes como para entenderla. Por esto, el pueblo de Venezuela está pagando un duro precio.

Qué hace diferente a Venezuela

chavez
Al contrario que otros regímenes izquierdistas sudamericanos, el régimen de Venezuela ha aplastado intencionadamente incluso a las clases medias y trabajadoras.
El desastre económico en Venezuela ha llevado a muchos a echar un vistazo al país y tratar de entender que es lo que ha hecho que las cosas vayan tan mal allí.
No basta con decir “socialismo”. Después de todo, los liderazgos políticos en Ecuador y Bolivia ahora mismo son declaradamente socialistas, al menos en sus declaraciones. Argentina lleva mucho tiempo siendo socialista en la práctica, pero ni siquiera los repetidos impagos y otros líos de Argentina llevaron a la economía a nada similar a lo que está pasando en Venezuela. El izquierdista Brasil sigue siendo una incógnita en este momento.


Saturday, June 18, 2016

El lado oscuro de la democracia: la tiranía popular

El lado oscuro de la democracia: la tiranía popular

Demos - tiranía

Por Maria Marty
La democracia nos trae la idea de un sistema que ha permitido a la gente, a lo largo de la historia, ser parte del Gobierno y escapar de absolutismos, despotismos, dictaduras y tiranías. Todavía recuerdo la alegría de todos los argentinos cuando en 1983, luego de más de siete años de dictadura militar, recuperamos la democracia y pudimos volver a las urnas.
En nuestras mentes, democracia es sinónimo de libertad de elección, libertad de expresión, libertad de acción.  Y es antónimo de represión, censura y autoritarismo.
Podemos casi trazar un paralelismo entre democracia y la entrada a la vida adulta.  Cuando cumplimos 18 años, en Argentina, ya no necesitamos de la autoridad de un tercero que nos diga qué decisiones tomar en nuestra vida. Ahora somos considerados adultos capaces de realizar elecciones racionales.  Incluso, al cumplir los 18 años, se nos considera que estamos capacitados para elegir a nuestros gobernantes.  Y la democracia, del mismo modo, es un sistema que se basa en la premisa de que los habitantes de un país están capacitados para tomar decisiones y elegir a sus propios gobernantes.


El problema surge cuando las bases sobre las que un sistema democrático debería apoyarse, pecan por su ausencia.
Pensemos en un adulto -con licencia de conducir- que cada vez que se sube a un auto, en vez de utilizarlo para mejorar la calidad de su propia vida, lo utiliza para chocar los autos de sus vecinos y atropellar a los peatones.
No hay duda de que las calles serían un total caos, donde quienes nos manejamos con respeto en relación a los demás, estaríamos a merced de aquellos que se manejan de acuerdo al capricho del momento.
Lo mismo ocurre con la democracia. Para que una sociedad democrática no se transforme en un completo caos,  se requiere que sus votantes sean adultos, respetuosos de los demás y capaces de hacerse cargo de su propia vida. Pero la responsabilidad individual que demanda la libertad, es un requisito al que muchos le escapan. Y estos escapistas preferirán -y votarán-  la seguridad que ofrece un Gobierno autoritario y proveedor. Un Gobierno que les de todo aquello que consideran su necesidad, aunque dicha fiesta tenga que pagarla un tercero, ya que el Estado no genera recursos propios.
Si bien la democracia se basa en la libertad, lamentablemente puede ser usada para votar en su contra. Es un sistema donde un 51% puede votar esclavizar a un 49%.  Quien mejor la describió, en mi opinión, fue Benjamín Franklin al decir que “la democracia son dos lobos y una oveja votando que comerán a la noche”.
Tenemos ejemplos en toda la historia y en todas partes del planeta, sobre los desastres a los que una democracia puede llevar. En América Latina tenemos muchos ejemplos recientes: desde Nicolás Maduro hasta Evo Morales, desde Cristina Kirchner hasta Rafael Correa.  Pero, claramente, la Alemania de Hitler es el ejemplo que jamás debemos olvidar.
Entonces, ¿qué es lo único que puede evitar que un sistema democrático nos conduzca a una tiranía de la mayoría? ¿Cómo evitar los abusos en los que ella puede caer?
Hay tres elementos sobre los que una democracia debe apoyarse para evitar transformarse en un sistema injusto:
  • Una cultura o filosofía basada en los derechos a la vida, a la libertad, a la propiedad y a la búsqueda de la felicidad de cada individuo (derechos individuales).
  • Una Constitución inviolable e inmutable, basada en el respeto absoluto de dichos derechos.
  • Una división de poderes, encargados de velar por la protección de estos derechos y de evitar que caigamos en manos de un tirano que pretenda gobernar a su antojo.
Hemos escuchado que el sistema político que reúne estas características es la República.  Pero eso se ha debido, básicamente, a que el ejemplo que ha prevalecido en la discusión política es el de los Estados Unidos de América, que en un principio se constituyó como una república democrática constitucional basada en los derechos individuales.
Si bien la república se fundamenta en el rule of law (o imperio de la ley), es decir, en leyes previamente establecidas, eso no implica que dichas leyes necesariamente garanticen la protección de los derechos individuales. La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) tenía cierta división de poderes y compromiso con el imperio de la ley, pero no podemos decir que tenía igual compromiso con el respeto por los derechos individuales.
Actualmente, en América Latina, la mayor parte de los países son considerados repúblicas. En ellos hay una división de poderes (al menos tácita) y una Constitución que hay que acatar. Y sin embargo, son sociedades con un alto grado de violación a los derechos individuales, corrupción y desigualdad ante la ley.La realidad es que actualmente nadie sabe con certeza qué implica cada sistema gubernamental, ya que los países los han usado y definido de diferentes maneras hasta hacerles perder su significado.
Pero lo que sí debería ser claro, es que si pretendemos generar sociedades democráticas prósperas, libres y pacíficas, será fundamental reinsertar en la ecuación los elementos mencionados, y tomar estos elementos como la roca fundamental intocable que debemos resguardar con eterna vigilancia.
De lo contrario, podremos esperar de la democracia lo único que tiene para ofrecernos: poner nuestra vida en manos de la mayoría. Y sólo nos quedará rogar que esa mayoría resulte ser decente, madura e independiente.

El lado oscuro de la democracia: la tiranía popular

El lado oscuro de la democracia: la tiranía popular

Demos - tiranía

Por Maria Marty
La democracia nos trae la idea de un sistema que ha permitido a la gente, a lo largo de la historia, ser parte del Gobierno y escapar de absolutismos, despotismos, dictaduras y tiranías. Todavía recuerdo la alegría de todos los argentinos cuando en 1983, luego de más de siete años de dictadura militar, recuperamos la democracia y pudimos volver a las urnas.
En nuestras mentes, democracia es sinónimo de libertad de elección, libertad de expresión, libertad de acción.  Y es antónimo de represión, censura y autoritarismo.
Podemos casi trazar un paralelismo entre democracia y la entrada a la vida adulta.  Cuando cumplimos 18 años, en Argentina, ya no necesitamos de la autoridad de un tercero que nos diga qué decisiones tomar en nuestra vida. Ahora somos considerados adultos capaces de realizar elecciones racionales.  Incluso, al cumplir los 18 años, se nos considera que estamos capacitados para elegir a nuestros gobernantes.  Y la democracia, del mismo modo, es un sistema que se basa en la premisa de que los habitantes de un país están capacitados para tomar decisiones y elegir a sus propios gobernantes.

Socialistas de derechas


Es muy conocida la frase con la que comienza Camino de servidumbre, la obra maestra del Nobel de Economía Friedrich von Hayek. El autor lo dedica “a los socialistas de todos los partidos”. En las décadas que han transcurrido desde 1944, cuando se publicó el libro, la historia no ha hecho más que confirmar tozudamente la intuición del economista austriaco. Le tocó vivir la conflagración entre dos totalitarismos oficialmente opuestos entre sí, pero en la práctica casi idénticos. Lo que Hayek o Ludwig von Mises supieron ver era, en realidad, muy simple: que todas las formas de colectivización forzosa y centralización de los planes económicos son en realidad muy similares y conducen a la tiranía. Yo suelo utilizar “colectivismo” más que “socialismo” al explicar estas cosas porque la gente no suele entender que llame “socialista” al PP, o a los democristianos alemanes, o a los tories británicos, o a los fascistas. Para retener su atención y evitar que cierren los oídos y me tomen por extremista, no tengo más remedio que renunciar, al menos inicialmente, a calificar de socialistas a personajes como Mariano Rajoy o Albert Rivera o incluso Santiago Abascal, aunque eso es justamente lo que son y ni siquiera se dan cuenta.



En realidad, el mundo de las ideas políticas no se divide en izquierda y derecha, dos términos tan manidos como vacíos de contenido práctico, sino en estatistas (es decir, colectivizadores de la sociedad, de la cultura y de la economía) e individualistas. El noventa por ciento, y me quedo corto, de los políticos actuales son estatistas, son colectivistas en diverso grado, es decir, son, en palabras de Hayek, socialistas. A los socialistas de izquierdas los conocemos bien, sabemos cuál es su plan de control social absoluto, así que no hace falta explayarse demasiado sobre ellos. Va siendo hora, en cambio, de desenmascarar y señalar el socialismo situado a la derecha del centro —en ese absurdo dial unidimensional que se nos sigue haciendo tragar como único sistema de plasmación espacial de las ideas políticas—. Es necesario hacerlo porque los socialistas de derechas han convencido a mucha gente de que son liberales. Y no, no son liberales ni mucho menos liberal-libertarios. Son conservadores, o neocon, y por lo tanto promueven una forma más de colectivismo o de socialismo, como queramos llamarlo.
Los conservadores circunscriben su liberalismo al ámbito económico, e incluso en éste son de una tibieza irritante
Ya oigo las voces acusándome de repartir carnés, pero lejos de mí semejante crimen nefando: dejaré que lo haga Hayek, a quien supongo aceptado por todos como autoridad en la materia. Hace poco porfiaba en Twitter un conocido economista liberal-conservador, mientras pedía tan tranquilo el voto para el PP, que “Hayek apoyó a Thatcher”. Hombre, Hayek apoyó su política económica a falta de algo mejor, pero fue también quien escribió una obra magistral titulada Por qué no soy conservador, libro que deberían leer todos los partidarios del PP (sector Aguirre) y de Vox, y cuantos desde aquí miraron con delectación al impresentable UKIP británico. Todos ellos circunscriben su liberalismo al ámbito económico, e incluso en éste son de una tibieza irritante. A lo mejor si leyeran ese libro de Hayek hablarían con propiedad y dejarían de usar términos como “liberal”, “libertario” o cualquier otro derivado de “Libertad”, ya que, en puridad, el valor superior para ellos no es la Libertad sino el orden, acompañado de un fuerte nacionalismo y de una visión jerárquica, estamental y tradicionalista de las sociedades. Nos dice Hayek:
“Encierra indudables peligros la asociación de los partidarios de la libertad con los conservadores (…) Conviene, pues, trazar una clara línea de separación entre la filosofía que propugno y la que tradicionalmente defienden los conservadores. Califico de liberal mi postura, que difiere en la misma medida del conservadurismo y del socialismo”.
“Lo típico del conservador es conceder siempre el máximo grado de confianza a la autoridad constituida y procurar invariablemente que su poder, lejos de debilitarse, se refuerce. Y en esas circunstancias resulta ciertamente difícil preservar la libertad. El conservador generalmente no se opone a la arbitrariedad ni a la coacción estatales cuando se ejercen en pos de objetivos que él comparte. (…) El conservador, esencialmente oportunista, carece de principios generales y se limita al final a desear que la jefatura de gobierno se encargue a una persona buena y sabia (…). Al conservador, como al socialista, sólo le preocupa quién gobierne, no le preocupa limitar el poder del gobernante. Y, como el marxista, considera natural imponer a los demás sus valoraciones. (…) Los conservadores suelen sumarse a los liberales contra el dirigismo económico (…) pero ello no les impide ser estatistas (…). Muchos políticos conservadores no son inferiores a los socialistas en sus esfuerzos por desacreditar a la libre empresa”.
“El conservador teme a las nuevas ideas porque sabe que carece de pensamiento propio que oponerles. (…) Se encuentra maniatado por los idearios que ha heredado. (…) Lo digo claramente: lo que más me molesta del conservador es su oscurantismo. (…) La predisposición de los conservadores al nacionalismo les lleva con frecuencia a emprender la vía colectivista. (…) Los conservadores han aceptado gran parte del credo colectivista (…) siendo muchas instituciones colectivistas hasta motivo de orgullo para los conservadores. En estas circunstancias, el partido de la libertad no puede menos de sentirse radicalmente opuesto al conservadurismo”.
Debemos combatir tanto el socialismo de izquierdas como el socialismo de derechas: el odioso conservadurismo que pretende utilizar espuriamente a liberales y libertarios
Leyendo esta radiografía tan certera y tan actual de los conservadores, comprende uno bastantes cosas, bastantes apoyos incomprensibles de algunos maestros del postureo liberal a políticos antiliberales, y bastantes ataques injustificados —supuestamente pragmáticos— a quienes teóricamente representan sus ideas, al menos en economía. Creo que hoy, más que nunca, la batalla de las ideas debe llevar a los liberales y libertarios a combatir con la misma determinación el socialismo de izquierdas y el socialismo de derechas: el odioso conservadurismo que siempre intenta distorsionar la causa de la Libertad y utilizar espuriamente a sus defensores.

Socialistas de derechas


Es muy conocida la frase con la que comienza Camino de servidumbre, la obra maestra del Nobel de Economía Friedrich von Hayek. El autor lo dedica “a los socialistas de todos los partidos”. En las décadas que han transcurrido desde 1944, cuando se publicó el libro, la historia no ha hecho más que confirmar tozudamente la intuición del economista austriaco. Le tocó vivir la conflagración entre dos totalitarismos oficialmente opuestos entre sí, pero en la práctica casi idénticos. Lo que Hayek o Ludwig von Mises supieron ver era, en realidad, muy simple: que todas las formas de colectivización forzosa y centralización de los planes económicos son en realidad muy similares y conducen a la tiranía. Yo suelo utilizar “colectivismo” más que “socialismo” al explicar estas cosas porque la gente no suele entender que llame “socialista” al PP, o a los democristianos alemanes, o a los tories británicos, o a los fascistas. Para retener su atención y evitar que cierren los oídos y me tomen por extremista, no tengo más remedio que renunciar, al menos inicialmente, a calificar de socialistas a personajes como Mariano Rajoy o Albert Rivera o incluso Santiago Abascal, aunque eso es justamente lo que son y ni siquiera se dan cuenta.


Hillary Sánchez y Mariano Trump


Los cambios políticos profundos, los que afectan al sistema en su conjunto, siempre son lentos. Aunque nuestro país haya sido en determinados momentos históricos un laboratorio de lo que luego sucedería en el resto del mundo occidental, no cabe duda de que en general no estamos a la cabeza de la innovación en materia política ni ideológica. De hecho, es hasta comprensible que este revival absurdo del estalinismo de hace casi un siglo se haya cebado sobre todo con países como Grecia y España. No es precisamente un rasgo de modernidad de esas dos sociedades, sino de su lamentable casposidad a prueba de champúes, como lo ejemplifica también el acompañamiento que le ha salido a Syriza por el lado nazi. En la zona septentrional de nuestro continente, gran parte de la joven vanguardia antisistema adora a Anonymous o a los piratas, tiene por héroe a Edward Snowden, comercia en bitcoins, pasa del Estado al que considera con razón como un lastre pesado y un controlador tan insolente como innecesario, y promueve —incluso sin saberlo ni llamarlo así— un capitalismo auténtico, de base, de freelancers en red.



 En cambio aquí, sus coetáneos, que hace cinco años llenaron las plazas para pedir más Estado, son la cabeza de puente del chavismo en Europa. Vestirán parecido, pero no tienen nada que ver. Da bastante pena que, mientras en otras latitudes la gente se está sacudiendo el síndrome de Estocolmo inducido por el Estado-papá y empieza a pensar en soluciones alternativas de conjunto, no ensayadas hasta hoy, aquí volvamos a las viejas barricadas de siempre.
El supuesto bienestar aducido por los estatistas ha resultado ser puro endeudamiento temerario
En el mundo de las ideas políticas, el último medio siglo estuvo condicionado por una novedad ideológica nacida y desarrollada en la parte noroccidental del Viejo Continente: la socialdemocracia. Mientras tanto, pensadores como Rand o Rothbard retomaban las ideas de la Libertad desde donde se habían detenido por la guerra mundial y las actualizaban al nuevo contexto. En 1971 se fundó en los Estados Unidos el primer partido libertario del mundo, y hoy ya somos cerca de cuarenta en todo el planeta. Mientras el ciclo vital de la socialdemocracia se desarrollaba en Europa —donde había prendido principalmente a causa del contexto de la Guerra Fría, como una especie de vía intermedia— y se exportaba con éxito al mundo en desarrollo, en los Estados Unidos iba madurando el libertarismo, ganando posiciones incluso en los dos grandes partidos convencionales, sobre todo en el republicano, y alumbrando infinidad de institutos y organizaciones cada vez más influyentes. Ahora que el hiperpaternalismo se ha revelado como un peligroso opiáceo y el supuesto bienestar aducido por los estatistas ha resultado ser puro endeudamiento temerario, ahora que la socialdemocracia está herida de muerte en términos históricos, adquiere una renovada importancia la paciente evolución paralela del libertarismo norteamericano durante las últimas décadas.
Ahora muchos conservadores de libro tratan de apropiarse del término “libertarian”, como si no se les viera el plumero a la legua
El próximo paradigma no lo vamos a importar de la famosa Suecia, que ya ha derribado las estatuas teóricas a Olof Palme aunque aquí se siga hablando con atrevida ignorancia de una socialdemocracia escandinava cuyo desmontaje comenzó hace más de una década. Esta vez vendrá de Norteamérica, pero no de la Norteamérica oficialista, no del establishment pseudocapitalista de Washington, no de las élites anquilosadas del bipartidismo viejuno que, como nuestra socialdemocracia, está sometido al mayor cuestionamiento de su historia. Vendrá de la nueva Norteamérica, la que rechaza tanto el casposo conservadurismo del mainstream republicano como el insidioso intervencionismo económico y dirigismo cultural de los demócratas. Esa Norteamérica, la que tan bien encarna Silicon Valley, representa según una reciente encuesta el 27% de la población, y, atención, ya es la mayor corriente ideológica del país. Prueba de ese auge es que ahora muchos conservadores de libro tratan de apropiarse del término “libertarian”, como si no se les viera el plumero a la legua. Pero, por supuesto, con los conservadores ni a la vuelta de la esquina, porque sólo son “socialistas de derechas”, tan estatistas como el que más.
Un sondeo de hace unos días ya daba una intención de voto del 11% al más que probable candidato del Partido Libertario, el ex gobernador de Nuevo México, Gary Johnson. En su anterior candidatura a la Casa Blanca cosechó más de un millón doscientos mil votos. Si los pronósticos se cumplen, podrá multiplicar por diez o más su apoyo popular. Tan alto es el apoyo a Johnson que, con un poco de suerte, los guardianes de la ortodoxia bipartidista van a tener que tragar con su presencia en los debates de Trump y Clinton, cosa que no pasaba desde los tiempos de Ross Perot. Se verá así la diferencia entre Johnson, representante de la América de hoy, y los dos grandes dinosaurios que proyectan lo más arcaico de la sociedad americana. Se verá que el camino de la renovación pasa para todos, indefectiblemente, por mucho menos Estado y mucha más Libertad. Es un fenómeno inevitable, como inevitable es el fin de la socialdemocracia generalizada y transpartita, que aquí representan Albert Clinton y Mariano Trump, o Donald Rajoy y Hillary Sánchez. Tanto da.
Los libertarios españoles trabajamos para ofrecer una contrapolítica directa y desacomplejada, una enmienda a la totalidad del sistema socialdemócrata
Sí, aquí tardaremos un poco más en recibir la ola de libertarismo que se está formando al otro lado del Atlántico y que, inexorablemente, va a llegar a Europa. Pero en nuestro continente cada vez hay más libertarios preparados para combatir por igual el estatismo de izquierdas y el de derechas, y para asegurarnos de que la nueva “centralidad” política, como le gusta decir a Pablo Iglesias, no sea precisamente la de los bolcheviques sacados de los libros de Historia, sino la que afirma la soberanía individual de cada ser humano. Entre tanto, y pese a las trabas y zancadillas del sistema, los libertarios españoles estamos trabajando para volver a ofrecer el próximo 26 de junio una contrapolítica directa y desacomplejada, una enmienda a la totalidad del sistema socialdemócrata, esa costosa antigualla de la que debemos prescindir cuanto antes.

Hillary Sánchez y Mariano Trump


Los cambios políticos profundos, los que afectan al sistema en su conjunto, siempre son lentos. Aunque nuestro país haya sido en determinados momentos históricos un laboratorio de lo que luego sucedería en el resto del mundo occidental, no cabe duda de que en general no estamos a la cabeza de la innovación en materia política ni ideológica. De hecho, es hasta comprensible que este revival absurdo del estalinismo de hace casi un siglo se haya cebado sobre todo con países como Grecia y España. No es precisamente un rasgo de modernidad de esas dos sociedades, sino de su lamentable casposidad a prueba de champúes, como lo ejemplifica también el acompañamiento que le ha salido a Syriza por el lado nazi. En la zona septentrional de nuestro continente, gran parte de la joven vanguardia antisistema adora a Anonymous o a los piratas, tiene por héroe a Edward Snowden, comercia en bitcoins, pasa del Estado al que considera con razón como un lastre pesado y un controlador tan insolente como innecesario, y promueve —incluso sin saberlo ni llamarlo así— un capitalismo auténtico, de base, de freelancers en red.


La Gran Familia Liberal

SANTIAGO NAVAJAS
 

La etiqueta de “liberalismo social” que reivindica Albert Rivera se ha consolidado con el ingreso de Ciudadanos en la Alianza de Liberales y Demócratas por Europa (ALDE), liderada por Guy Verhofstadt (el primer ministro liberal en Bélgica desde el siglo XIX). No sólo se convierte en una de las fuerzas más importantes de la “tribu” liberal europea sino que lo ha hecho superando las maquinaciones en contra de Convergencia, el partido español catalanista que desde su nacionalismo étnico se enfrenta al patriotismo cívico de Ciudadanos. Dentro de ALDE también hay “liberal-centristas”, “social-liberales” y similares, para recoger tanto medidas pro-mercado, que se asocian mayoritariamente con el centro derecha, como a favor del federalismo europeo y la promoción y asentamiento de los derechos fundamentales, más relacionados con posicionamientos sociales del centro izquierda.



En España tendrían su principal caladero de votantes entre católicos progresistas, “neoliberales” y conservadores moderados así como socialdemócratas (no en el sentido marxistoide empleado por Pablo Iglesias, obviamente), todos ellos coincidiendo en una aproximación social a la economía de mercado, con una defensa de la libertad económica acompañada por una preocupación moral por la igualdad de oportunidades y la garantía de un mínimo de supervivencia vital.
Esta combinación de lo mejor de la tradición liberal, la defensa del mercado como garantía de las libertades económicas y como presupuesto de la libertad política, con la tradición democrática, que atribuye la categoría moral de la “dignidad” a cualquier persona por el mero hecho de serlo, en cuanto que ser racional autoconsciente, se cimentó en una reunión académica que tuvo lugar en 1938 en París, organizada por el filósofo Louis Rougier y teniendo como invitados a Lippmann, Hayek, Mises, Aron, Rüstow y Röpke… que participaron en el encuentro dominado por la sensación de que el comunismo y/o el fascismo acabarían con las democracias y las economías liberales.
El “neoliberalismo” se diferenciaba del liberalismo clásico porque abandonó una visión ingenua de la relación entre mercado y Estado por otra mucho más compleja y crítica
Aunque todos ellos liberales, eran conscientes de la insuficiencia del liberalismo clásico para responder al desafío de las crisis económicas del capitalismo, cuyo último cataclismo había sido la “del 29”. La propuesta que salió del Congreso fue denominada “neoliberalismo” por Rüstow, y se diferenciaba del liberalismo clásico porque abandonó una visión ingenua de la relación entre mercado y Estado por otra mucho más compleja y crítica, en el borde de la paradoja e, incluso, de la contradicción con algunos postulados previos (Michel Foucault relató dicho Congreso en su obra Nacimiento de la biopolítica).
Este “neoliberalismo”, o “liberalismo crítico” para contraponerlo al “liberalismo ingenuo” clásico, añadía a la preeminencia del mercado como núcleo y motor de la actividad económica una serie de matices en su relación política con el Estado. Si para los “liberales ingenuos” el mercado y el Estado son dos instituciones antagónicas y de suma cero, para los liberales “críticos” o “neoliberales” el mercado y el Estado se relacionaban simbióticamente, en una dependencia mutua de imbricación que hacía que fuesen, en realidad, manifestaciones de un mismo fenómeno social. De modo que la cuestión era encontrar el mejor diseño institucional que hiciera de efecto multiplicador de la potencia productiva del Estado, así como de cierto freno a sus consecuencias más destructoras a corto plazo que pudieran afectar a los seres humanos de carne y hueso.
De lo que se trataba, por tanto, era de matizar el “laissez faire” introduciendo desde el Estado mecanismos regulatorios que, sin intervenir en el mismo proceso de mercado, lo recondujesen hacia resultados socialmente óptimos sin vulnerar la libertad de elección de los actores de económicos. Como defendió Hayek en Camino de servidumbre:
“Probablemente, nada ha hecho tanto daño a la causa liberal como la rígida insistencia de algunos liberales en ciertas toscas reglas rutinarias, sobre todo en el principio del laissez-faire”
La concepción del Estado de estos “liberales críticos” es sustancialmente diferente a la de los “liberales ingenuos” en cuanto que, frente a la debilidad estructural y pasiva del Estado según estos últimos, quieren un Estado fuerte aunque “sin grasa”, vinculado con valores formales, no sustantivos, del ordenamiento social desde los que regular el mercado para que los intereses privados que operan en él se orienten hacia aquellos. La paradoja que proponen estos “neoliberales” queda resumido en el título de una ponencia de Rüstow: “Economía libre, estado fuerte”.
Derrotado definitivamente el “liberalismo clásico” o “ingenuo” a partir de la crisis del 29, de donde emergió victoriosa la alternativa keynes-rooseveltiana, y posteriormente, tras la “crisis del petróleo”, la perspectiva ingenieril de Milton Friedman y sus “Chicago boys”, lo que se plantea en el siglo XXI es la lucha entre el “neoliberalismo” y el “neomarxismo”, en el que la ideología marxista -de Alain Badiou a Giorgio Agamben pasando por Gianni Vattimo o Slavoj Zizek- trata de llevar a cabo la destrucción del capitalismo no desde el comunismo, es decir, desde fuera del mismo sistema, sino desde la “socialdemocracia”, que trata de controlar el Estado liberal para transformarlo, paulatina en lugar de radicalmente, en un Estado total(itario).
La última mutación “neoliberal” ha venido de la mano del punto de vista institucional, como el de Acemoglu y Robinson, con el peso del desarrollo puesto en el modo de organizar mediante incentivos la sociedad, o de la economía conductual, que de la mano de Dan Ariely o Daniel Kahneman, han sustituido el modelo lógico a priori del homo economicus clásico por otro psicológico a posteriori.
Este “liberalismo crítico” ha “infectado” tanto al conservadurismo como a socialdemócratas
Este “liberalismo crítico” ha “infectado” tanto al conservadurismo (Angela Merkel, David Cameron) como a socialdemócratas (Tony Blair, Barack Obama), cambiando el paternalismo conservador y socialista por uno de índole liberal, en el que la libertad individual se concilia con el bienestar general gracias a una mano invisible que, sin embargo, conseguimos “ver” gracias a que se ha enfundado en una guante de seda. Y en el que la libertad como valor supremo se concilia con la protección contra las crisis estructurales del sistema que tanto afectan a las necesidades básicas de gran parte de la población- Franklin D. Roosevelt estableció en la década de los 40 las 4 libertades que debían regir nuestra época: la libertad de expresión, la libertad religiosa, la libertad de vivir sin penuria y la libertad de vivir sin miedo (freedom of speech, freedom of religion, freedom from want and freedom from fear). En nuestras manos está que para cuando se llegue al 100 aniversario de su propuesta, esta se haya cumplido.

La Gran Familia Liberal

SANTIAGO NAVAJAS
 

La etiqueta de “liberalismo social” que reivindica Albert Rivera se ha consolidado con el ingreso de Ciudadanos en la Alianza de Liberales y Demócratas por Europa (ALDE), liderada por Guy Verhofstadt (el primer ministro liberal en Bélgica desde el siglo XIX). No sólo se convierte en una de las fuerzas más importantes de la “tribu” liberal europea sino que lo ha hecho superando las maquinaciones en contra de Convergencia, el partido español catalanista que desde su nacionalismo étnico se enfrenta al patriotismo cívico de Ciudadanos. Dentro de ALDE también hay “liberal-centristas”, “social-liberales” y similares, para recoger tanto medidas pro-mercado, que se asocian mayoritariamente con el centro derecha, como a favor del federalismo europeo y la promoción y asentamiento de los derechos fundamentales, más relacionados con posicionamientos sociales del centro izquierda.


Thursday, June 16, 2016

El verdadero almuerzo gratis: Los mercados y la propiedad privada

por Milton Friedman

Milton Friedman es Premio Nobel en Economía y académico del Hoover Institution.
por Milton Friedman
 
Milton Friedman es Premio Nobel en Economía y académico del Hoover Institution. Este discurso fue pronunciado en la inauguración de la sede del Cato Institute en Washington, D.C. en 1993. También puede leer este documento en formato PDF aquí.

Me complace estar aquí para celebrar la apertura de la sede de Cato. El edificio es precioso, y un verdadero tributo a la influencia intelectual de Ed Crane y sus asociados.
A veces se me asocia con el aforismo "No hay almuerzo gratis", aunque no fui yo quien lo inventó. Quisiera que se prestara más atención a uno que sí es de mi invención y que considero particularmente apropiado para esta ciudad, "Nadie gasta el dinero de otro con el mismo cuidado que gasta el propio". Pero todo aforismo es una verdad a medias. Uno de nuestros pasatiempos familiares favoritos en viajes largos era encontrar los opuestos de aforismos; por ejemplo, "La historia nunca se repite", pero "No hay nada nuevo bajo el sol"; o "Mira antes de saltar", pero "El que duda está perdido". El opuesto de "No hay almuerzo gratis" es obviamente "Lo mejor de la vida es gratis".


Y en el mundo económico real sí hay un almuerzo gratis, un extraordinario almuerzo gratis, y este almuerzo gratis lo constituyen el libre mercado y la propiedad privada. ¿Por qué es que de un lado de una línea arbitraria estaba Alemania Oriental y del otro Alemania Occidental, con niveles de prosperidad tan distintos? Es porque Alemania Occidental tenía un sistema de mercados privados bastante libres-un almuerzo gratis. El mismo almuerzo gratis explica la diferencia entre Hong Kong y China continental, así como la prosperidad de los Estados Unidos y Gran Bretaña. Estos almuerzos gratis han sido el producto de una serie de instituciones invisibles que, como enfatizó F.A. Hayek, son producto de la acción, pero no de la intención humana.
En Estados Unidos tenemos disponible en este momento, si es que lo aprovechamos, lo más cercano a un almuerzo gratis que se puede tener. Tras la caída del comunismo, todo el mundo estaba de acuerdo con que el socialismo era un fracaso; todo el mundo, más o menos, estaba de acuerdo con que el capitalismo era un éxito. Lo cómico es que todos los países capitalistas del mundo aparentemente concluyeron que lo que el Occidente necesitaba ahora era más socialismo. Esto es obviamente absurdo, por lo que debemos dar un vistazo a la oportunidad que hoy tenemos frente a nosotros de obtener un almuerzo casi del todo gratis. El Presidente Clinton ha afirmado que lo que se necesita es un sacrificio generalizado y beneficios concentrados. Lo que necesitamos es exactamente lo opuesto. Lo que necesitamos y lo que podemos obtener-lo más cercano a un almuerzo gratis-es beneficios generalizados y sacrificios concentrados. No es un almuerzo del todo gratis, pero casi.
Almuerzos Gratis en el Presupuesto
Déjenme dar algunos ejemplos. La Administración de Electrificación Rural (REA, por sus siglas en inglés) se estableció para llevar electricidad a las fincas en los años treinta, cuando cerca del 80 por ciento de las fincas no contaban con ella. Cuando el 100 por ciento de las fincas tenían electricidad, la REA pasó a servicios telefónicos. Ahora el 100 por ciento de las fincas tienen teléfonos, pero la REA sigue felizmente funcionando. Supongan que abolimos la REA, que ahora sólo sirve para hacer pequeñas transferencias a grupos de interés, particularmente compañías telefónicas y de electricidad. La gente de los Estados Unidos estaría mejor y se ahorraría mucho dinero que podría usarse para reducir impuestos. ¿Quién saldría lastimado?  Un puñado de gente que ha estado recibiendo subsidios del gobierno a costa del resto de la población. A mi manera de verlo esto se acerca bastante a ser un almuerzo gratis.
Otro ejemplo lo ilustra la Ley Parkinson en la agricultura. En 1945 habían 10 millones de personas, tanto familias como empleados independientes, trabajando en fincas, y el Departamento de Agricultura tenía 80,000 empleados. En 1992 habían 3 millones de personas trabajando en fincas y 122,000 en el Departamento de Agricultura.
Casi todos los elementos del presupuesto federal ofrecen oportunidades similares. La gente de Clinton les dirá que todas esas cosas están en el presupuesto porque el pueblo quiere los beneficios pero no quiere pagarlos. Esto es absurdo; el pueblo no quiere esos beneficios. Supongan que se le presenta al pueblo norteamericano una simple propuesta acerca del azúcar: Podemos arreglar el escenario de manera que el azúcar que usted compre venga principalmente de caña cosechada en fincas de Estados Unidos, o de manera que además se pueda comprar sin límite azúcar que provenga de El Salvador, Filipinas, u otros lugares. Si lo restringimos a comprar azúcar doméstico, ésta será dos o tres veces más caro. ¿Por cuál opción piensa usted que se inclinarán realmente los votantes? La gente no quiere pagar precios más altos. Un pequeño grupo de interés que cosecha enormes beneficios es  el que quiere que así se hagan, y esta es la razón por la que cual el precio del azúcar en Estados Unidos es bastante más alto que el precio mundial. Al pueblo nunca se le consultó. No somos gobernados por el pueblo; ese es un mito acarreado desde la época de Lincoln. No tenemos un gobierno del pueblo para el pueblo. Lo que tenemos es un gobierno del pueblo, por burócratas, y para los burócratas.
Consideren este otro mito: El Presidente Clinton afirma ser un agente del cambio, lo cual es falso. Puede decir esto sólo por la tendencia a referirse a los doce años de Reagan-Bush como si se trataran de un solo período; pero no fue así. Tuvimos las políticas Reaganómicas, las Bushonómicas y ahora las Clintonómicas. La Reaganomía tenía cuatro principios simples: tasas fiscales marginales más bajas, menos regulaciones, gasto gubernamental restringido, y política monetaria no inflacionaria. Aunque Reagan no alcanzó todos sus objetivos, progresó bastante. La política de Bush fue exactamente lo opuesto a la Reaganomía: impuestos más altos, más regulación, más gasto gubernamental. ¿Cuál es la política de Clinton? Impuestos más altos, más regulación, más gasto gubernamental. La Clintonomía es una continuación de la Bushonomía, y ya conocemos cuáles fueron los efectos de revertir las políticas de Reagan.
Mercados Económicos y Políticos
En un nivel más fundamental, tanto nuestros problemas económicos como los no-económicos, surgen principalmente del cambio drástico que ha ocurrido en las últimas seis décadas en dos mercados de relativa importancia, determinando quién recibe qué, cuándo, dónde y cómo. Estos mercados son el económico, que opera bajo el incentivo de la ganancia, y el político, que opera bajo el incentivo del poder. En el transcurso de mi vida, la importancia relativa del mercado económico ha declinado en términos de la fracción de los recursos del país que es capaz de usar. Por otro lado, la importancia del mercado político, o gubernamental, ha crecido enormemente. Hemos estado matando de hambre al mercado que ha estado trabajando, y alimentando al mercado que ha estado fracasando. Esa es esencialmente la historia de los últimos 60 años.
Los estadounidenses somos mucho más ricos hoy que hace 60 años, pero somos menos libres y menos seguros. Cuando me gradué de la Secundaria en 1928, el gasto total del gobierno en todo nivel era de poco más del diez por ciento del ingreso nacional. Dos tercios de este gasto era a nivel local y de los estados. El gasto del gobierno federal era más o menos un 3 por ciento del ingreso nacional, o casi lo mismo que había sido desde la adopción de la constitución un siglo y medio antes, excepto durante períodos de guerra. La mitad del gasto federal era para el ejército y la marina. El gasto estatal y local era entre un 7 y un 9 por ciento, y la mitad de eso era para escuelas y carreteras. Hoy, el gasto total del gobierno es el 43 por ciento del ingreso nacional, dos tercios de eso es federal, y un tercio local y estatal. La porción federal es 30 por ciento del ingreso nacional, o alrededor de diez veces lo que era en 1928.
Esa figura subestima la fracción de recursos absorbidos por el mercado político. Además de su propio gasto, el gobierno manda que todos nosotros hagamos grandes desembolsos de dinero, lo cual no solía hacer. Los gastos obligatorios van desde el requerimiento de que ustedes paguen por aparatos anti-contaminación para sus automóviles, hasta la Ley de Aire Limpio, pasando por la Ley de Ayuda a los Deshabilitados, y la lista continúa. Esencialmente, la economía privada se ha convertido en un agente del gobierno federal. Todos los que estamos en este salón estuvimos trabajando hace un mes para el gobierno federal, llenando los formularios para el reembolso del impuesto sobre la renta. ¿Por qué no nos pagan por trabajar como recaudadores de impuestos para el gobierno federal? De manera que yo estimaría que por lo menos 50 por ciento de los recursos productivos de nuestra nación se están organizando ahora a través del mercado político. En ese importante sentido, somos más que medio socialistas.
Eso es por el lado de los ingreso. ¿Qué hay de lo que se produce? Empecemos por considerar el mercado privado. Gracias al mercado privado se dio un incremento tremendo de nuestro nivel de vida. En 1928 el radio estaba en sus primeras etapas, la televisión era un sueño futurista, todos los aviones eran propulsados por hélices, y un viaje a Nueva York desde Nueva Jersey, donde mi familia vivía, era un gran evento.  No cabe duda de que se ha llevado a cabo una revolución en nuestro nivel de vida, y que ésta ha ocurrido casi enteramente a través del mercado económico privado. La contribución del gobierno fue esencial pero no costosa. Su función, la cual no está cumpliendo tan bien ahora como antes, era proteger los derechos privados de propiedad y proveer un mecanismo para adjudicar disputas, pero la mayor parte de la revolución en nuestro estándar de vida vino a través del mercado privado.
Mientras que el mercado privado ha producido un nivel de vida más alto, la expansión del mercado gubernamental ha producido más que nada problemas. El contraste es grande. Tanto Rose como yo venimos de familias con ingresos que ahora serían considerados muy por debajo del nivel de pobreza; ambos estudiamos en colegios del gobierno y ambos pensamos que recibimos una buena educación. Hoy en día, los niños de familias con ingresos correspondientes a los que nosotros teníamos en aquel entonces afrontan muchas más dificultades para obtener una educación decente. De niños, podíamos caminar a la escuela; de hecho, podíamos caminar casi por cualquier calle sin temor alguno. En los peores momentos de la Gran Depresión, cuando el número de los verdaderamente perjudicados era mayor que hoy, no existía la preocupación actual por la seguridad personal y había pocos limosneros en las calles. Lo que había era gente tratando de vender manzanas; había un sentido de autodependencia que, si es que no ha desaparecido, es mucho menos predominante hoy en día.
En 1938 incluso era posible encontrar un apartamento para rentar en la Ciudad de Nueva York. Después de casarnos nos mudamos a Nueva York y buscamos en la columna de apartamentos disponibles en el diario. Escogimos media docena que queríamos visitar, y alquilamos uno. La gente dejaba sus apartamentos en la primavera, se iba durante el verano y regresaba en el otoño a buscar nuevos apartamentos. Se le llamaba la temporada de mudanzas. Hoy en día, para encontrar un apartamento en Nueva York, la mejor manera probablemente sea prestar atención a los obituarios. ¿Qué ha producido esta diferencia? ¿Qué hace del problema habitacional de Nueva York un desastre hoy? ¿Por qué el South Bronx parece una de las regiones bombardeadas de Bosnia? No por el mercado privado, sino por el control de rentas.
El Gobierno Causa Problemas Sociales
A pesar de la retórica actual, nuestros problemas reales no son económicos. Me inclino a decir que nuestros problemas reales no son económicos a pesar de los esfuerzos del gobierno por hacerlo ver así. Quiero citar una cifra. En 1946 el gobierno asumió la responsabilidad de producir empleo total con la Ley de Empleo Total. En los años posteriores el desempleo ha sido un promedio de 5.7 por ciento. En los años de 1900 a 1929, cuando el gobierno no pretendía responsabilizarse por el empleo, esa cifra era de 4.6 por ciento. De manera que nuestro problema de desempleo también ha sido creado por el gobierno. Sin embargo, los problemas económicos no son los reales.
Nuestros principales problemas son sociales-el continuo deterioro de la educación, el crimen y el desorden, la indigencia, el colapso de los valores familiares, la crisis del cuidado médico, los embarazos entre adolescentes. Todos estos problemas han sido producidos o exacerbados por los esfuerzos bien intencionados del gobierno. Es fácil documentar dos cosas: que hemos estado transfiriendo recursos del mercado privado al mercado gubernamental y que el mercado privado funciona y el gubernamental no.
Es mucho más difícil entender por qué gente supuestamente inteligente, bien intencionada, ha producido estos resultados. Una razón, que como bien sabemos es sin duda parte de la respuesta, es el poder de los intereses especiales. Pero yo creo que una respuesta más fundamental tiene que ver con la diferencia entre el interés propio de individuos que se relacionan en el mercado privado, y el de aquellos que se desenvuelven en el mercado político. Si usted ha iniciado una empresa en el mercado privado, y le empieza a ir mal, la única manera de continuar es sacando dinero de su propio bolsillo, lo cual es un gran incentivo para cerrarla. Por el otro lado, si empieza la misma empresa en el sector gubernamental, con los mismos prospectos de fracaso, y ésta fracasa, tiene una mucho mejor alternativa. Puede decir que su proyecto o programa debió ser implementado a mayor escala; y no tiene que acudir a su bolsillo sino tiene otro muchísimo más grande: el del contribuyente. En buena conciencia puede intentar, y de hecho lograr, convencer no al contribuyente, sino al congresista, de que su proyecto es realmente bueno y que lo único que necesita es más dinero. Así que para acuñar otro aforismo, si una empresa privada fracasa, se cierra; si una empresa gubernamental fracasa, se expande.
Cambios Institucionales
A veces pensamos que la solución a nuestros problemas está en elegir a la gente correcta para el Congreso. Yo creo que esto es falso; que si una muestra aleatoria de los aquí presentes reemplazara a los 435 que están en la Cámara de Representantes y a los 100 del Senado, los resultados serían muy similares. A excepción de unos cuantos, las personas que están en el Congreso son gente decente que desea hacer el bien. No se ocupan deliberadamente en actividades que saben que causarán daño; simplemente se inmergen en un ambiente en el que todas las presiones se dirigen en una sola dirección, gastar más dinero.
Estudios recientes demuestran que la mayor parte de la presión para gastar más viene del gobierno mismo. Es una monstruosidad que se genera a sí misma. En mi opinión, la única manera de cambiarla es variando los incentivos bajo los que operan quienes están en el gobierno; si uno quiere que la gente actúe de manera diferente, sólo puede lograrlo cuando está en su propio interés hacerlo. Como dice Armen Alchian, hay una cosa con la que se puede contar: todo el mundo pondrá su interés propio antes que el de usted.
Yo no tengo una fórmula mágica para cambiar el interés propio de burócratas y miembros del Congreso. Enmiendas constitucionales para limitar los impuestos y el gasto, para evitar la manipulación monetaria y para inhibir las distorsiones al mercado serían buenas, pero no las vamos a obtener. Lo único viable en el horizonte nacional es el movimiento para limitar el número de períodos de los congresistas. Un límite de seis años para los representantes no cambiaría su naturaleza básica, pero sí cambiaría drásticamente el tipo de gente que se postularía para el Congreso y los incentivos bajo los que operarían. Pienso que aquellos de nosotros que estamos interesados en revertir la ubicación de nuestros recursos, de pasar cada vez más al mercado privado y cada vez menos al mercado del gobierno, debemos deshacernos de la idea errónea de que lo único que necesitamos hacer es elegir a la gente adecuada. En cierto momento pensamos que elegir al presidente correcto sería suficiente; lo hicimos, y no lo fue. Debemos ahora volver nuestra atención a cambiar los incentivos bajo los que la gente opera. El movimiento a favor de los límites a períodos es una manera de lograrlo; es una excelente idea y está logrando progreso real. Deben haber otros movimientos.
Algunos cambios se están haciendo al nivel de los estados. Donde sea que haya una iniciativa, o sea un referéndum popular, hay una oportunidad de cambio. Yo no creo en la democracia pura; nadie cree en ella. Nadie cree que sea apropiado matar a 49 por ciento de la población, incluso si el 51 por ciento de la gente vota por que se haga. Pero sí creemos en que debe darse a todos la oportunidad de usar sus propios recursos tan eficazmente como puedan para promover sus propios valores, siempre y cuando no se interfiera con otros. Y hablando en términos generales, la experiencia ha demostrado que el público normalmente logra mejor ese objetivo al actuar a través del proceso de iniciativas, que la gente que se elige a la legislatura. Por esto pienso que el proceso de referéndum tiene que ser explotado. En California hemos estado trabajando duro en una iniciativa para permitir que los padres escojan la escuela de sus hijos, y este tema se incluirá en los comicios de este año. Tal vez no gane, pero seguiremos intentando.
Debemos seguir tratando de cambiar la forma en que los estadounidenses ven el rol del gobierno. Entre otras cosas, Cato logra esto al documentar en forma detallada los efectos dañinos de las políticas gubernamentales que he comentado brevemente. Se está saqueando al público norteamericano. A medida que la gente entienda lo que realmente está sucediendo, el clima intelectual cambiará y puede ser que seamos capaces de iniciar los cambios institucionales que establecerán los incentivos apropiados para la gente que controla la cartera del gobierno, y por lo tanto una gran parte de nuestras vidas.