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Monday, June 27, 2016

Otra Unión Europea…

Otra Unión Europea…

Por Eduardo Fernández Luiña 
La Unión Europea (UE) sienta sus raíces en el mítico Tratado de París firmado en el año 1951. Aquel documento, que dio inicio a la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA) tenía un doble objetivo. De un lado, abrir un espacio de diálogo entre adversarios políticos. Vencedores y vencidos en la Segunda Guerra Mundial podrían ser capaces de cooperar si se lo proponían, edificando una comunidad de intereses que les uniese ad futurum. De otro, y complementando lo anterior, se buscaba la consecución de la paz en un continente asediado por el conflicto bélico durante más de cuarenta años.


En el ADN de la UE está muy presente el libre comercio como elemento pacificador y unificador. La libertad comercial representaba para los padres fundadores un ingrediente básico a la hora de instalar pilares estables de cooperación que ayudasen a generar una comunidad de intereses con objeto de asegurar la paz en el largo plazo. Sin duda, la UE estaba en aquella época comprometida con la libertad, siendo consciente de que el comercio libre pacifica, civiliza y genera prosperidad.
¿Qué le ha pasado entonces a la UE? Phillip Bagus lo señaló muy bien en su trabajo La Tragedia del Euro (2010). Independientemente de la opinión que tengamos alrededor de la moneda única –el que escribe la prefiere a la antigua peseta-, los socialdemócratas ganaron la batalla política y de las ideas frente a los liberal-conservadores. No es que gracias a su victoria se edificase una administración supranacional inmensa y oxidada. Lo anterior es totalmente falso. Actualmente, el presupuesto de la UE no llega siquiera al 2% del PIB comunitario. La administración supranacional es muy pequeña en relación con la de cualquier –y digo cualquier- estado miembro de la unión.
Sin embargo, los eurocrats sí han logrado diseñar una estructura política cuasi sin obligaciones respecto a la rendición de cuentas y con una capacidad hiperreguladora que se entromete en los asuntos nacionales de manera arbitraria y desigual en función del ámbito de política pública que estemos tratando. Existen, por lo tanto y grosso modo, dos problemas centrales asociados a la arquitectura institucional de la actual UE:
  1. Ausencia de transparencia y verdadera rendición de cuentas. Ningún ciudadano conoce a sus diputados supranacionales ni a los tecnócratas que inician la legislación comunitaria y toman decisiones por nosotros en la Comisión Europea –un órgano carente de legitimidad democrática-.
  2. Hiperregulación arbitraria fruto del alejamiento respecto a esa ciudadanía a la que se dice representar en las instituciones supranacionales.
Además de estos dos problemas, ambos de naturaleza técnica, hay uno de naturaleza política por el cual pelean paradójicamente algunos –no digo todos- defensores del BREXIT: La lucha por la libertad económica. La UE ya no parece defender el compromiso que un día tuvo con el libre comercio. Debemos combatir a nivel supranacional por recuperar esa semilla original sobre la cual se edificó este proceso de integración regional. La ciudadanía no parece entender lo importante de esta batalla y nadie desea explicárselo. Pero el libre comercio se encuentra en la esencia de esta nueva y joven forma política. Es el libre comercio a nivel interno lo que le da presencia y fuerza a nivel internacional; el mercado único representa sin duda su mayor activo y sin embargo, para muchos, es algo que debemos evitar a la hora de discutir e intentar legitimar la existencia de la unión.
Sin querer o queriendo, se ha modificado el ADN liberal que puso los primeros ladrillos en el edificio de la UE. Eso, debería ser denunciado y los liberales tendríamos que desarrollar un perfil político y de comunicación más activo y agresivo en pro de una UE concebida estrictamente como un mercado abierto, libre y realmente integrado. Un experimento regional que apueste firmemente por la expansión y promoción de la libertad económica, destruyendo las fronteras a nivel global.
Es esta batalla la que deberíamos estar llevando a cabo. Este argumento es el que debería justificar la existencia de la UE y en todo caso la salida de un país si los principios originales estuviesen, como lo están en riesgo. El BREXIT posee dos caras… Los que ven en la UE un actor hiperregulador que limita las libertades individuales para comerciar tanto a nivel intra como extra comunitario. Y aquellos que ven en el BREXIT una herramienta para satisfacer sus deseos proteccionistas –la llamada soberanía económica- e intervencionistas. La primera cara tiene sentido, la segunda, definitivamente, representa un paso atrás. Ese es el verdadero riesgo del BREXIT en la actualidad.
Si los segundos son más que los primeros y el BREXIT fomenta el proteccionismo económico y el intervencionismo sobre el libre comercio, la cosa irá mal para todos. Si por el contrario, el triunfo del BREXIT sirviese para demostrar que la apertura comercial ayuda a todas las partes y que la evolución de la actual UE se rebela contra sus principios fundacionales, la secesión británica incluso podría traer efectos positivos, abriendo un necesario debate sobre a donde se dirige la unión, para aquellos que desean permanecer en la misma.
Sin embargo, no debemos minusvalorar los logros de esta particular forma política llamada Unión Europea. Este objeto político no identificado, esta estructura a medio camino entre un estado moderno y un organismo internacional, ha pacificado el continente y abierto las fronteras dentro de lo que cabe. Sólo por eso, creo que sigue mereciendo la pena luchar políticamente por el proyecto. Pero definitivamente, es necesario devolver el mismo a sus orígenes y presionar para que la UE avance sin miedo hacia lo que debe ser: el mercado libre y abierto más grande del planeta. Esa será, sin lugar a dudas, la mejor herramienta para construir una sociedad pacífica y próspera y mejorar con ello el futuro de todos los europeos. 

Otra Unión Europea…

Otra Unión Europea…

Por Eduardo Fernández Luiña 
La Unión Europea (UE) sienta sus raíces en el mítico Tratado de París firmado en el año 1951. Aquel documento, que dio inicio a la Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA) tenía un doble objetivo. De un lado, abrir un espacio de diálogo entre adversarios políticos. Vencedores y vencidos en la Segunda Guerra Mundial podrían ser capaces de cooperar si se lo proponían, edificando una comunidad de intereses que les uniese ad futurum. De otro, y complementando lo anterior, se buscaba la consecución de la paz en un continente asediado por el conflicto bélico durante más de cuarenta años.

Saturday, June 18, 2016

La Gran Familia Liberal

SANTIAGO NAVAJAS
 

La etiqueta de “liberalismo social” que reivindica Albert Rivera se ha consolidado con el ingreso de Ciudadanos en la Alianza de Liberales y Demócratas por Europa (ALDE), liderada por Guy Verhofstadt (el primer ministro liberal en Bélgica desde el siglo XIX). No sólo se convierte en una de las fuerzas más importantes de la “tribu” liberal europea sino que lo ha hecho superando las maquinaciones en contra de Convergencia, el partido español catalanista que desde su nacionalismo étnico se enfrenta al patriotismo cívico de Ciudadanos. Dentro de ALDE también hay “liberal-centristas”, “social-liberales” y similares, para recoger tanto medidas pro-mercado, que se asocian mayoritariamente con el centro derecha, como a favor del federalismo europeo y la promoción y asentamiento de los derechos fundamentales, más relacionados con posicionamientos sociales del centro izquierda.



En España tendrían su principal caladero de votantes entre católicos progresistas, “neoliberales” y conservadores moderados así como socialdemócratas (no en el sentido marxistoide empleado por Pablo Iglesias, obviamente), todos ellos coincidiendo en una aproximación social a la economía de mercado, con una defensa de la libertad económica acompañada por una preocupación moral por la igualdad de oportunidades y la garantía de un mínimo de supervivencia vital.
Esta combinación de lo mejor de la tradición liberal, la defensa del mercado como garantía de las libertades económicas y como presupuesto de la libertad política, con la tradición democrática, que atribuye la categoría moral de la “dignidad” a cualquier persona por el mero hecho de serlo, en cuanto que ser racional autoconsciente, se cimentó en una reunión académica que tuvo lugar en 1938 en París, organizada por el filósofo Louis Rougier y teniendo como invitados a Lippmann, Hayek, Mises, Aron, Rüstow y Röpke… que participaron en el encuentro dominado por la sensación de que el comunismo y/o el fascismo acabarían con las democracias y las economías liberales.
El “neoliberalismo” se diferenciaba del liberalismo clásico porque abandonó una visión ingenua de la relación entre mercado y Estado por otra mucho más compleja y crítica
Aunque todos ellos liberales, eran conscientes de la insuficiencia del liberalismo clásico para responder al desafío de las crisis económicas del capitalismo, cuyo último cataclismo había sido la “del 29”. La propuesta que salió del Congreso fue denominada “neoliberalismo” por Rüstow, y se diferenciaba del liberalismo clásico porque abandonó una visión ingenua de la relación entre mercado y Estado por otra mucho más compleja y crítica, en el borde de la paradoja e, incluso, de la contradicción con algunos postulados previos (Michel Foucault relató dicho Congreso en su obra Nacimiento de la biopolítica).
Este “neoliberalismo”, o “liberalismo crítico” para contraponerlo al “liberalismo ingenuo” clásico, añadía a la preeminencia del mercado como núcleo y motor de la actividad económica una serie de matices en su relación política con el Estado. Si para los “liberales ingenuos” el mercado y el Estado son dos instituciones antagónicas y de suma cero, para los liberales “críticos” o “neoliberales” el mercado y el Estado se relacionaban simbióticamente, en una dependencia mutua de imbricación que hacía que fuesen, en realidad, manifestaciones de un mismo fenómeno social. De modo que la cuestión era encontrar el mejor diseño institucional que hiciera de efecto multiplicador de la potencia productiva del Estado, así como de cierto freno a sus consecuencias más destructoras a corto plazo que pudieran afectar a los seres humanos de carne y hueso.
De lo que se trataba, por tanto, era de matizar el “laissez faire” introduciendo desde el Estado mecanismos regulatorios que, sin intervenir en el mismo proceso de mercado, lo recondujesen hacia resultados socialmente óptimos sin vulnerar la libertad de elección de los actores de económicos. Como defendió Hayek en Camino de servidumbre:
“Probablemente, nada ha hecho tanto daño a la causa liberal como la rígida insistencia de algunos liberales en ciertas toscas reglas rutinarias, sobre todo en el principio del laissez-faire”
La concepción del Estado de estos “liberales críticos” es sustancialmente diferente a la de los “liberales ingenuos” en cuanto que, frente a la debilidad estructural y pasiva del Estado según estos últimos, quieren un Estado fuerte aunque “sin grasa”, vinculado con valores formales, no sustantivos, del ordenamiento social desde los que regular el mercado para que los intereses privados que operan en él se orienten hacia aquellos. La paradoja que proponen estos “neoliberales” queda resumido en el título de una ponencia de Rüstow: “Economía libre, estado fuerte”.
Derrotado definitivamente el “liberalismo clásico” o “ingenuo” a partir de la crisis del 29, de donde emergió victoriosa la alternativa keynes-rooseveltiana, y posteriormente, tras la “crisis del petróleo”, la perspectiva ingenieril de Milton Friedman y sus “Chicago boys”, lo que se plantea en el siglo XXI es la lucha entre el “neoliberalismo” y el “neomarxismo”, en el que la ideología marxista -de Alain Badiou a Giorgio Agamben pasando por Gianni Vattimo o Slavoj Zizek- trata de llevar a cabo la destrucción del capitalismo no desde el comunismo, es decir, desde fuera del mismo sistema, sino desde la “socialdemocracia”, que trata de controlar el Estado liberal para transformarlo, paulatina en lugar de radicalmente, en un Estado total(itario).
La última mutación “neoliberal” ha venido de la mano del punto de vista institucional, como el de Acemoglu y Robinson, con el peso del desarrollo puesto en el modo de organizar mediante incentivos la sociedad, o de la economía conductual, que de la mano de Dan Ariely o Daniel Kahneman, han sustituido el modelo lógico a priori del homo economicus clásico por otro psicológico a posteriori.
Este “liberalismo crítico” ha “infectado” tanto al conservadurismo como a socialdemócratas
Este “liberalismo crítico” ha “infectado” tanto al conservadurismo (Angela Merkel, David Cameron) como a socialdemócratas (Tony Blair, Barack Obama), cambiando el paternalismo conservador y socialista por uno de índole liberal, en el que la libertad individual se concilia con el bienestar general gracias a una mano invisible que, sin embargo, conseguimos “ver” gracias a que se ha enfundado en una guante de seda. Y en el que la libertad como valor supremo se concilia con la protección contra las crisis estructurales del sistema que tanto afectan a las necesidades básicas de gran parte de la población- Franklin D. Roosevelt estableció en la década de los 40 las 4 libertades que debían regir nuestra época: la libertad de expresión, la libertad religiosa, la libertad de vivir sin penuria y la libertad de vivir sin miedo (freedom of speech, freedom of religion, freedom from want and freedom from fear). En nuestras manos está que para cuando se llegue al 100 aniversario de su propuesta, esta se haya cumplido.

La Gran Familia Liberal

SANTIAGO NAVAJAS
 

La etiqueta de “liberalismo social” que reivindica Albert Rivera se ha consolidado con el ingreso de Ciudadanos en la Alianza de Liberales y Demócratas por Europa (ALDE), liderada por Guy Verhofstadt (el primer ministro liberal en Bélgica desde el siglo XIX). No sólo se convierte en una de las fuerzas más importantes de la “tribu” liberal europea sino que lo ha hecho superando las maquinaciones en contra de Convergencia, el partido español catalanista que desde su nacionalismo étnico se enfrenta al patriotismo cívico de Ciudadanos. Dentro de ALDE también hay “liberal-centristas”, “social-liberales” y similares, para recoger tanto medidas pro-mercado, que se asocian mayoritariamente con el centro derecha, como a favor del federalismo europeo y la promoción y asentamiento de los derechos fundamentales, más relacionados con posicionamientos sociales del centro izquierda.


Thursday, June 16, 2016

¿Qué pasaría si los británicos dicen ‘sí’ al brexit?

¿Qué pasaría si los británicos dicen ‘sí’ al brexit?

Por Simon Nixon
El Reino Unido podría estar a apenas dos semanas del caos político, constitucional, diplomático y económico. Al menos esa es la preocupación de los funcionarios encargados de planificar el posible día después del referendo de 23 de junio, en el que los votantes británicos deben decidir si quedarse o no en la Unión Europea, una alternativa que está empezando a parecer factible en medio de señales claras de que la campaña por el no está ganando impulso.
Una encuesta publicada el viernes mostró que los partidarios de dejar la unión llevan seis puntos de ventaja, un margen que se amplía a 10 puntos cuando se proyecta una mayor participación de los votantes de esa inclinación. Otras encuestas, sin embargo, siguen mostrando una votación apretada.
Un voto por una llamada brexit plantearía profundos desafíos para el Estado británico.


El primero sería político. A pesar de que David Cameron ha dicho que tiene la intención de permanecer como primer ministro incluso si el país sale de la UE, la suposición generalizada es que en ese caso renunciaría rápidamente. Después de haber embestido contra su gobierno, sería poco probable que los defensores del brexit confiaran en él para dirigir las negociaciones de salida del bloque; en cualquier caso, Cameron habría perdido credibilidad. Hasta hace poco, parecía que uno de los líderes de brexit, el ex alcalde de Londres Boris Johnson, estaba listo para reemplazarlo, pero la imagen de éste también quedó dañada por su divisiva campaña, y colegas de alto nivel han cuestionado públicamente su idoneidad para el cargo de primer ministro. Algunos jefes conservadores creen que de ser necesario, el partido se unirá en el parlamento para cerrarle el paso a Johnson en la votación final. Una elección impugnada podría dejar al gobierno vacante durante meses.
La salida de la UE también plantearía problemas constitucionales. Un nuevo gobierno tendría que decidir cuál sería la relación del Reino Unido y la UE en un escenario post-brexit.
Esto es esencialmente una elección binaria. La primera opción sería que el Reino Unido preservara lo más posible la relación actual—el denominado modelo noruego—para ganar tiempo y negociar un acuerdo de libre comercio bilateral con la UE. La segunda opción sería cortar todos los compromisos con la UE y ajustarse únicamente a las normas de la Organización Mundial de Comercio mientras se trabaja en un futuro acuerdo con la UE.
La primera opción sería probablemente favorecida por la mayoría de los miembros del parlamento británico, quienes se oponen abrumadoramente a brexit, ya que reduciría al mínimo las perturbaciones económicas. Pero esto requeriría que el Reino Unido siga aceptando la inmigración ilimitada de la UE, participe del presupuesto y aceptar las reglas de la UE, a las cuales se oponen explícitamente muchos defensores de brexit. Esto abriría un escenario de enfrentamiento parlamentario que sólo podría resolverse mediante una elección anticipada.
Las autoridades temen que la agitación política y constitucional podría estar acompañada además por agitación diplomática, sobre todo si el Reino Unido intenta retrasar el inicio de las negociaciones formales de divorcio. La UE querría acordar los términos de salida con el Reino Unido a principios de 2018, cuando deben comenzar las negociaciones sobre un nuevo presupuesto europeo, dice un funcionario basado en Bruselas. Para ello sería necesario que el Reino Unido invocara el artículo 50 de los Tratados de la UE y declarara formalmente su intención de abandonar la unión antes de la próxima cumbre de líderes europeos, el 26 de junio, poniendo así en marcha el período de negociación de dos años.
Algunos promotores de brexit argumentan que el Reino Unido debe retrasar la aplicación del Artículo 50 hasta que se haya llegado a un acuerdo informal con Bruselas, lo cual evitaría dar una ventaja a la UE en las negociaciones. Uno de esos promotores, Michael Gove, ha llegado a sugerir que el Reino Unido podría utilizar sus derechos como miembro de la UE para obstruir el funcionamiento de la organización y presionar así a otros gobiernos para que hagan concesiones al Reino Unido.
Sin embargo, diplomáticos en Londres y Bruselas dicen que esto es ingenuo. En realidad, la UE se negaría a iniciar negociación alguna hasta que el Reino Unido invoque el artículo 50. El Reino Unido también debería seguir aceptando la inmigración ilimitada de la UE y pagar su cuota del presupuesto de la UE hasta que se alcance un acuerdo de salida. Si el Reino Unido actuara de manera unilateral para impedir cualquiera de estas opciones, la UE tendría el derecho de expulsarlo, lo que crearía problemas inmediatos para los sectores de la economía local que dependen de la financiación de la UE o de la pertenencia al mercado único de la UE, entre ellos una gran parte de los mercados financieros.
Tales tácticas difícilmente crearían relaciones armoniosas con países de los depende casi la mitad del comercio exterior del Reino Unido. Si este decide dejar de ser socio para convertirse en competidora, la prioridad de la UE sería evitar una implosión más grande de sus filas. En ese caso, los países miembros del bloque difícilmente podrían ofrecer al Reino Unido un mejor trato fuera de la UE que el que le ofrecen en la actualidad como parte del club. Esto sugiere que los defensores de brexit tienen pocas posibilidades de alcanzar su objetivo de tener acceso abierto al mercado único europeo sin la obligación de aceptar la libre circulación de bienes y personas.
Lo que parece seguro es que la agitación política, constitucional y diplomática crearía también turbulencias económicas, al menos hasta que la niebla de la incertidumbre se levante. La gravedad del choque también dependerá, en parte, de cuánto se expanda la agitación dentro de la UE. Después de todo, el referendo no se lleva a cabo en el vacío sino en un contexto de creciente inestabilidad política en todo el continente.
Incluso algunos defensores de brexit reconocen que un voto del Reino Unido para salir de la UE daría lugar al contagio. De hecho, Gove ha dicho que espera y cree que brexit llevaría a la “liberación” de Europa del euro y de la UE. Muchos responsables políticos europeos, no sólo en el Reino Unido, temen que eso sea precisamente lo que ocurra.

¿Qué pasaría si los británicos dicen ‘sí’ al brexit?

¿Qué pasaría si los británicos dicen ‘sí’ al brexit?

Por Simon Nixon
El Reino Unido podría estar a apenas dos semanas del caos político, constitucional, diplomático y económico. Al menos esa es la preocupación de los funcionarios encargados de planificar el posible día después del referendo de 23 de junio, en el que los votantes británicos deben decidir si quedarse o no en la Unión Europea, una alternativa que está empezando a parecer factible en medio de señales claras de que la campaña por el no está ganando impulso.
Una encuesta publicada el viernes mostró que los partidarios de dejar la unión llevan seis puntos de ventaja, un margen que se amplía a 10 puntos cuando se proyecta una mayor participación de los votantes de esa inclinación. Otras encuestas, sin embargo, siguen mostrando una votación apretada.
Un voto por una llamada brexit plantearía profundos desafíos para el Estado británico.

¿La globalización destruye las culturas locales?

¿La globalización destruye las culturas locales?

Por Juan Morillo Bentué
Una de las críticas a la globalización es que destruye las culturas locales. Los defensores de esta tesis arguyen que las distintas identidades locales quedarán destruidas por una cultura estándar global.
El principal problema de los defensores de esta tesis es que no comprenden que la cultura es una institución social viva, evolutiva e increíblemente dinámica. Todas las culturas son una mezcla continua de otras. No existe una cultura “pura”.
Tendemos a pensar que nuestra cultura actual es única, inamovible y perenne, pero si echamos la vista atrás tan solo 50 años veremos que ha cambiado profundamente... ¡y para bien! La cultura que ahora valoramos, que nos enriquece como personas y que pensamos que es ideal para nosotros, no existía hace poco tiempo. Ha evolucionado de la anterior. Y qué duda cabe que, cuando miramos la forma de pensar y estilos de vida de hace 50 años, tenemos la sensación de haber avanzado mucho en todos los sentidos.


La globalización multiplica la comunicación e interacción de los individuos, por lo que la cultura evoluciona más rápidamente. Y eso es magnífico, ya que significa que los individuos encuentran información que perciben como más útil para trazar sus planes de acción en aras de alcanzar sus objetivos. Las culturas no desaparecen, se transforman y evolucionan.
No solamente no desaparecen, sino que cada vez son más relevantes. Hemos pasado de pensar la globalización como un proceso de estandarización cultural a darnos cuenta que la identidad y cultura local es cada vez más importante.
Desde el punto de vista empresarial, las diferencias culturales son tan relevantes que las empresas se enfrentan a notables retos: adaptar sus productos a múltiples mercados con necesidades distintas debido a diferentes normas y valores sociales; proceso de adaptación de los expatriados al país de destino; correcto establecimiento de los precios de los productos en distintos países y mercados; canales de distribución diferentes según mercado; herramientas de comunicación desiguales dependiendo del mercado, etc. Si las diferencias culturales no fueran tan importantes, las empresas se ahorrarían una gran cantidad de inversiones extra y fracasos empresariales.
Pero es que, además, son precisamente los valores locales lo que el ser humano valora al percibirlos como diferentes y únicos.
Pongamos el caso del turismo, donde el viajero no busca simplemente desplazarse de un lugar a otro, sino que busca una experiencia. Una experiencia que vivir, que compartir y que contar a sus allegados. Ciertamente, algo que cobra realmente importancia para el viajero merecerá ser contado por éste. Esto es así porque el ser humano valora un ofrecimiento que satisfaga necesidades sociales e individuales.
Uno de los valores que consiguen colmar de contenido la experiencia son los valores locales de un determinado territorio, región o país. Éstos son considerados por el viajero como diferentes, únicos, valiosos, escasos y exclusivos. Pese a que mundo tiende a la globalización, los valores y culturas locales tienen cada vez más importancia. La promoción es global pero la experiencia siempre es local.
El aspecto local está íntimamente ligado al turismo. El turismo no deja de ser una búsqueda de experiencia cultural ajena a la propia de forma que contribuya al enriquecimiento personal.
Esa experiencia que el viajero busca la conforman el territorio, el patrimonio cultural, los habitantes, el clima, la tradición, la historia, el paisaje y la gastronomía, entre otros.
Es por tanto que comprobamos que la globalización, en lugar de destruir las culturas locales, las ensalza hasta hacerlas únicas, irrepetibles y merecedoras de ser conocidas.

¿La globalización destruye las culturas locales?

¿La globalización destruye las culturas locales?

Por Juan Morillo Bentué
Una de las críticas a la globalización es que destruye las culturas locales. Los defensores de esta tesis arguyen que las distintas identidades locales quedarán destruidas por una cultura estándar global.
El principal problema de los defensores de esta tesis es que no comprenden que la cultura es una institución social viva, evolutiva e increíblemente dinámica. Todas las culturas son una mezcla continua de otras. No existe una cultura “pura”.
Tendemos a pensar que nuestra cultura actual es única, inamovible y perenne, pero si echamos la vista atrás tan solo 50 años veremos que ha cambiado profundamente... ¡y para bien! La cultura que ahora valoramos, que nos enriquece como personas y que pensamos que es ideal para nosotros, no existía hace poco tiempo. Ha evolucionado de la anterior. Y qué duda cabe que, cuando miramos la forma de pensar y estilos de vida de hace 50 años, tenemos la sensación de haber avanzado mucho en todos los sentidos.