El lado oscuro de la democracia: la tiranía popular
Por Maria Marty
La democracia nos
trae la idea de un sistema que ha permitido a la gente, a lo largo de
la historia, ser parte del Gobierno y escapar de absolutismos,
despotismos, dictaduras y tiranías. Todavía recuerdo la alegría de todos
los argentinos cuando en 1983, luego de más de siete años de dictadura militar, recuperamos la democracia y pudimos volver a las urnas.
En nuestras mentes, democracia es sinónimo de libertad de elección, libertad de expresión, libertad de acción. Y es antónimo de represión, censura y autoritarismo.
Podemos casi trazar un paralelismo entre
democracia y la entrada a la vida adulta. Cuando cumplimos 18 años, en
Argentina, ya no necesitamos de la autoridad de un tercero que nos diga
qué decisiones tomar en nuestra vida. Ahora somos considerados adultos
capaces de realizar elecciones racionales. Incluso, al cumplir los 18
años, se nos considera que estamos capacitados para elegir a nuestros
gobernantes. Y la democracia,
del mismo modo, es un sistema que se basa en la premisa de que los
habitantes de un país están capacitados para tomar decisiones y elegir a
sus propios gobernantes.
El problema surge cuando las bases sobre las que un sistema democrático debería apoyarse, pecan por su ausencia.
Pensemos en un adulto -con licencia de
conducir- que cada vez que se sube a un auto, en vez de utilizarlo para
mejorar la calidad de su propia vida, lo utiliza para chocar los autos
de sus vecinos y atropellar a los peatones.
No hay duda de que las calles serían un
total caos, donde quienes nos manejamos con respeto en relación a los
demás, estaríamos a merced de aquellos que se manejan de acuerdo al
capricho del momento.
Lo mismo ocurre con la democracia. Para
que una sociedad democrática no se transforme en un completo caos, se
requiere que sus votantes sean adultos, respetuosos de los demás y
capaces de hacerse cargo de su propia vida. Pero la responsabilidad
individual que demanda la libertad, es un requisito al que muchos le
escapan. Y estos escapistas preferirán -y votarán- la seguridad que
ofrece un Gobierno autoritario y proveedor. Un Gobierno que les de todo
aquello que consideran su necesidad, aunque dicha fiesta tenga que
pagarla un tercero, ya que el Estado no genera recursos propios.
Si bien la democracia se basa en la
libertad, lamentablemente puede ser usada para votar en su contra. Es un
sistema donde un 51% puede votar esclavizar a un 49%. Quien mejor la
describió, en mi opinión, fue Benjamín Franklin al decir que “la democracia son dos lobos y una oveja votando que comerán a la noche”.
Tenemos ejemplos en toda la historia y
en todas partes del planeta, sobre los desastres a los que una
democracia puede llevar. En América Latina tenemos muchos ejemplos
recientes: desde Nicolás Maduro hasta Evo Morales, desde Cristina
Kirchner hasta Rafael Correa. Pero, claramente, la Alemania de Hitler
es el ejemplo que jamás debemos olvidar.
Entonces, ¿qué es lo único que puede
evitar que un sistema democrático nos conduzca a una tiranía de la
mayoría? ¿Cómo evitar los abusos en los que ella puede caer?
Hay tres elementos sobre los que una democracia debe apoyarse para evitar transformarse en un sistema injusto:
- Una cultura o filosofía basada en los derechos a la vida, a la libertad, a la propiedad y a la búsqueda de la felicidad de cada individuo (derechos individuales).
- Una Constitución inviolable e inmutable, basada en el respeto absoluto de dichos derechos.
- Una división de poderes, encargados de velar por la protección de estos derechos y de evitar que caigamos en manos de un tirano que pretenda gobernar a su antojo.
Hemos escuchado que el sistema político que reúne estas características es la República.
Pero eso se ha debido, básicamente, a que el ejemplo que ha prevalecido
en la discusión política es el de los Estados Unidos de América, que en
un principio se constituyó como una república democrática
constitucional basada en los derechos individuales.
Si bien la república se fundamenta en el
rule of law (o imperio de la ley), es decir, en leyes previamente
establecidas, eso no implica que dichas leyes necesariamente garanticen
la protección de los derechos individuales. La Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas (URSS) tenía cierta división de poderes y
compromiso con el imperio de la ley, pero no podemos decir que tenía
igual compromiso con el respeto por los derechos individuales.
Actualmente, en América Latina, la mayor
parte de los países son considerados repúblicas. En ellos hay una
división de poderes (al menos tácita) y una Constitución que hay que
acatar. Y sin embargo, son sociedades con un alto grado de violación a
los derechos individuales, corrupción y desigualdad ante la ley.La
realidad es que actualmente nadie sabe con certeza qué implica cada
sistema gubernamental, ya que los países los han usado y definido de
diferentes maneras hasta hacerles perder su significado.
Pero lo que sí debería ser claro, es que
si pretendemos generar sociedades democráticas prósperas, libres y
pacíficas, será fundamental reinsertar en la ecuación los elementos
mencionados, y tomar estos elementos como la roca fundamental intocable
que debemos resguardar con eterna vigilancia.
De lo contrario, podremos esperar de la
democracia lo único que tiene para ofrecernos: poner nuestra vida en
manos de la mayoría. Y sólo nos quedará rogar que esa mayoría resulte
ser decente, madura e independiente.
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