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Wednesday, October 5, 2016

México: Crear riqueza (III) – por Isaac Katz

México: Crear riqueza (III) – por Isaac Katz

IsaacKatz
En los dos artículos anteriores he argumentado que el arreglo institucional, particularmente el que se refiere a las reglas formales del juego, es decir aquellas plasmadas en el marco legal, no están alineadas con el objetivo de crear y acumular riqueza y, por lo mismo, no están tampoco alineadas con el objetivo de una mayor tasa de crecimiento económico.
Tenemos en nuestro país un absurdo del derecho positivo. Solamente a nivel federal existen, incluida la Constitución, 297 leyes y códigos. A estos hay que agregar cientos de leyes estatales, miles de reglamentos y otras miles de disposiciones gubernamentales.



Es tal la maraña legal, no sólo por el número de leyes y regulaciones, sino más aún su contenido y cumplimiento, que es lo que deriva en que las reglas formales del juego inhíben la acumulación de riqueza y el crecimiento. México es un país de leyes, pero uno muy alejado de un íntegro Estado de Derecho. Son cuatro los elementos que es necesario se cumplan para que exista un Estado de Derecho consistente con la creación y acumulación de riqueza.
Primero, es la definición de los derechos de propiedad, los que se entienden como la asignación exclusiva que se hace a un individuo de un recurso, incluido su propio cuerpo, para que éste decida libremente su utilización, con la única restricción de que en el ejercicio de esta libertad no se atenté en contra de los derechos de terceros. El derecho más importante es a la vida misma y, por extensión, los individuos tienen un derecho natural a poseer bienes.
En México todos los recursos son propiedad de la nación, por lo que la propiedad privada es un derecho derivado, no uno natural. Por ejemplo, usted es dueño de los ladrillos y todo lo que haya dentro de su hogar, pero no es, estrictamente hablando, dueño de la tierra en donde se asienta su casa, propiedad que puede revertirse a la nación mediante un acto de expropiación. En esencia, los derechos privados de propiedad están deficientemente definidos y el riesgo expropiatorio es elevado, lo que inhibe la acumulación de riqueza.
Segundo, es el derecho a la libre utilización de un recurso, respetando siempre los derechos de terceros. En México existen innumerables barreras regulatorias a la creación de empresas y a la movilidad sectorial de capitales y, por otra parte, la impunidad en la comisión de delitos es alucinante, la cual llega a 97 por ciento.
Una de las principales causas de la baja tasa de inversión es la inseguridad que prevalece en el país. El gobierno simplemente abdicó del monopolio legítimo en el uso de la violencia, aunado a la ineptitud y corrupción de policías, ministerios públicos y jueces.
Tercero, es la libertad para la transferencia del derecho de propiedad de un recurso mediante transacciones enteramente voluntarias. Esto requiere, como condición sine qua non, que los mercados operen en un contexto de competencia.
En México prevalecen significativas prácticas monopólicas que limitan esta libertad, además de que aún persisten significativas barreras al comercio Internacional, así como restricciones regulatorias internas que inhiben el ejercicio de esta libertad. Las nuevas leyes de competencia, telecomunicaciones y energética sin duda fortalecerán esta libertad.
Por último, los tres anteriores derechos pueden validarse ante un poder judicial que tiene que ser independiente, imparcial, eficiente y expedito, uno que garantice los derechos de propiedad y el cumplimiento de contratos, tema del siguiente artículo.

México: Crear riqueza (III) – por Isaac Katz

México: Crear riqueza (III) – por Isaac Katz

IsaacKatz
En los dos artículos anteriores he argumentado que el arreglo institucional, particularmente el que se refiere a las reglas formales del juego, es decir aquellas plasmadas en el marco legal, no están alineadas con el objetivo de crear y acumular riqueza y, por lo mismo, no están tampoco alineadas con el objetivo de una mayor tasa de crecimiento económico.
Tenemos en nuestro país un absurdo del derecho positivo. Solamente a nivel federal existen, incluida la Constitución, 297 leyes y códigos. A estos hay que agregar cientos de leyes estatales, miles de reglamentos y otras miles de disposiciones gubernamentales.


Tuesday, June 21, 2016

Miedo al Brexit


En unos días, los ciudadanos británicos están llamados a las urnas para decidir si quieren o no mantenerse en el seno de la Unión Europea (UE). Si optan por la separación se entrará en un periodo transitorio tras el cual se supone que el Reino Unido se separará formalmente de la Unión. Supongo, aunque no estoy seguro, que ello implicará que ya no tendrá representantes en el Euro-parlamento, ni funcionarios en la Comisión (al menos, no de alto nivel), ni estará vinculada por la ordenación jurídica comunitaria.



Como no puede ser de otra forma, diversos analistas avisan de la catástrofe que en términos económicos supondría el Brexit tanto para Reino Unido como para la UE. Por ejemplo, la gestora BlackRock estima que se podrían perder más de 100.000 empleos en la City porque las empresas allí presentes se tendrían que mudar a otras ciudades de la Eurozona. Más completo es el estudio de EIU, la división de análisis de The Economist, quien predice pérdida de valor de la libra de un 15% y disminución del PIB para 2020 de un 6% respecto al que hubiera obtenido de mantenerse en la UE, con 380.000 desempleados más que en este caso. Por su parte, Deutsche Asset Management, prevé que el crecimiento británico caerá en 2016 del 2 al 1,5% si Reino Unido dejara la UE.
Dicho empobrecimiento se debería, según los analistas, a la incertidumbre durante el proceso de negociación de las condiciones de salida, que posiblemente terminarían haciendo más complejo el comercio con los restantes países de la UE.
Ya en esta somera recapitulación se advierte que los efectos no parecen terribles (¿cómo sabe alguien cuál sería el PIB de UK en 2020 si permaneciera o no en la UE?), pero aún menos credibilidad presentan las causas que se postulan: ¿periodo de incertidumbre por las negociaciones?
Desde un punto de vista económico, el principal problema que podría producirse como consecuencia del Brexit sería la creación de barreras, además de las que puedan existir en este momento, al movimiento de personas, capitales o mercancías con los demás países de la UE. Pero esto no es una consecuencia inevitable del Brexit. Es más, no creo que ningún ciudadano de la UE estuviera a favor de dificultar las transacciones con Reino Unido aunque éste no formara parte de la UE. Por ello, no me parece una consecuencia creíble ni esperable, entre otras cosas porque la situación actual es de ausencia de barreras (más complejo sería eliminar la existencia de las mismas).
Objetivamente, los únicos perdedores a consecuencia del Brexit serían los políticos y funcionarios de la Comisión Europea (CE), pues ésta perdería la contribución de Reino Unido cifrada en unos 11.000 millones de Euros. Por tanto, el poder de dicha institución quedaría reducido, tanto en términos económicos, como en territoriales. Por razones duales, los únicos ganadores del Brexit serían los políticos y funcionarios de Reino Unido.
Por tanto, la decisión del Brexit se reduce a analizar de qué sistema y de qué políticos se fía uno más. Como es bien sabido, el sistema representativo en Reino Unido está mucho más cercano al ciudadano que el español o el europeo. El parlamentario británico es elegido a nivel de circunscripción y está relativamente mucho más disciplinado que su homólogo español o europeo, escondido en las cómodas listas cerradas. Consecuentemente, el político inglés tiende a ser más fiable, no porque sean mejores personas o algo así, simplemente porque están mucho más sujetos al escrutinio de sus electores. Y ello sin hablar del funcionamiento de la justicia.
Con un sistema así, yo tendría claro dónde prefiero que se gestionen mis 11.000 millones de Euros. Y también a quiénes prefiero para tomar (o no) las decisiones que regulan tantos aspectos de mi vida personal y económica. Por ello, no me extrañaría nada que triunfara el Brexit. Por el contrario, me extrañaría muchísimo que triunfara un hipotético “Espexit”, por la sencilla razón de que a día de hoy me fio más del sistema y políticos europeos que del español. A nivel UE hay al menos separación real entre legislativo y ejecutivo, y además tenemos al Consejo Europeo metido en las decisiones importantes creando así contrapesos adicionales al poder.
Entonces, parece claro que a los británicos les conviene el Brexit. Pero, ¿a los europeos? ¿No nos empobreceríamos como consecuencia de la salida de Reino Unido de la UE? La respuesta se ha dado ya en parte: mientras dicha salida no se traduzca en la erección de barreras comerciales inexistentes dentro de la UE, no cabe esperar reducción relevante en la actividad económica.
Sin embargo, hay un factor adicional con el que el Brexit beneficiaría a todos los ciudadanos europeos: la reducción relativa de poder de la CE. Ya se ha dicho que ésta perdería poder tanto territorial como económicamente. Visto desde otro punto de vista, la CE tendría que “competir” con el Reino Unido en condiciones para los ciudadanos en las que hasta ahora tenía el monopolio territorial. Si además el Reino Unido se situara en una posición menos intervencionista que la que se sufre en la UE, la creciente riqueza de nuestros ex -socios quizá forzara a la CE a revisar sus políticas económicas y hacerlas menos intervencionista a su vez.
Y de esta forma sí ganaríamos todos los europeos. Así que de miedo al Brexit nada; por el contrario, ojalá ocurra, y ojalá otros países sigan pronto la estela al Reino Unido en el desmantelamiento del poder de la CE. Incluso los que optemos por quedarnos en ésta nos beneficiaremos.

Miedo al Brexit


En unos días, los ciudadanos británicos están llamados a las urnas para decidir si quieren o no mantenerse en el seno de la Unión Europea (UE). Si optan por la separación se entrará en un periodo transitorio tras el cual se supone que el Reino Unido se separará formalmente de la Unión. Supongo, aunque no estoy seguro, que ello implicará que ya no tendrá representantes en el Euro-parlamento, ni funcionarios en la Comisión (al menos, no de alto nivel), ni estará vinculada por la ordenación jurídica comunitaria.


¿Por qué unos países son ricos y otros son pobres?


La ciudad de Nogales está dividida en dos por una verja. Los habitantes al norte y al sur de dicha verja disfrutan del mismo clima, de idénticas condiciones geográficas, son de la misma raza y tienen la misma inteligencia. Sin embargo, los habitantes al norte de la verja tienen una renta per cápita tres veces superior a sus vecinos del sur, mucha mejor formación y una mayor calidad de vida. La razón de esta extraña diferencia es, sencillamente, que Nogales del Norte forma parte de Estados Unidos mientras que Nogales del Sur está en territorio mexicano. Unos pertenecen a un país más rico y otros a un país más pobre. Pero ¿por qué motivo Estados Unidos es más rico que México?



En su libro Why Nations Fail, los economistas Daron Acemoglu, del MIT, y James A. Robinson, de la Universidad de Harvard, abordan esta gran cuestión de fondo: ¿Por qué unos países son ricos y otros son pobres? Esta obra no sólo se ha convertido en un superventas. Además tiene el mérito de haberse consolidado en poco tiempo como un libro de referencia en materia de desarrollo económico. Para debatir sobre por qué unos países son más ricos que otros, el libro de Acemoglu y Robinson se ha convertido en parada obligada. Y hay que reconocerles el acierto, en mi opinión, de haber puesto la lupa en el lugar adecuado.
La pregunta de por qué unos países son más ricos y otros más pobres ha ocupado a muchos intelectuales a lo largo de la historia. Algunos autores, como Montesquieu, Jeffrey Sachs o Jared Diamond, han propuesto que las diferencias de riqueza entre países se deben a los distintos climas y características geográficas. Otros pensadores, como Max Weber, achacan las diferencias de riqueza entre países a las diferentes culturas, religiones, creencias y valores de sus habitantes, y otros incluso a su raza, inteligencia o conocimientos. Muchos otros, sobre todo economistas e instituciones internacionales, señalan que el causa de la diferencia es la ignorancia de los gobernantes de los países pobres, que quieren sacar adelante sus países pero no saben cómo. Sin embargo, de acuerdo con Acemoglu y Robinson, todas éstas son malas teorías que no logran explicar por qué unos países se vuelven ricos y otros no. Lo que hay que analizar para saber por qué fracasan los países no es otra cosa que sus instituciones.
El caso de la ciudad de Nogales ilustra cómo poblaciones homogéneas viviendo en idénticos climas y geografías pero sometidas a diferentes marcos institucionales, originan diferencias sustanciales en la prosperidad. Un caso aún más llamativo es el de Corea, una población homogénea dividida en dos tras la Segunda Guerra Mundial por una arbitraria frontera trazada a la altura del paralelo 38. Apenas unas décadas después, Corea del Sur se convertía en uno de los países más ricos del mundo y Corea del Norte en uno de los más pobres. Otros casos similares son los de Botswana y Zimbabwe, o los de Alemania Occidental y Alemania Oriental. Acemoglu y Robinson se sirven de estos y otros ejemplos que nos brinda la historia para ilustrar que la razón por la que unos países se vuelven ricos y otros se quedan pobres no reside en el clima, ni en la geografía, ni en las características de la población, sino en sus instituciones.
Acemoglu y Robinson hacen la distinción crucial entre dos tipos de instituciones: las instituciones inclusivas y las instituciones extractivas. En países como Estados Unidos, Corea del Sur, Botswana o Alemania Occidental, por tomar los ejemplos comparativamente más ricos de los pares anteriores, han predominado las instituciones inclusivas. Éstas habrían hecho posible “el fomento de la actividad económica, el aumento de la productividad y la prosperidad económica”. Sin embargo, en países como México, Corea del Norte, Zimbabwe o Alemania Oriental habrían predominado las instituciones extractivas. En ellas se encuentra la causa de haber quedado rezagados respecto a sus respectivos vecinos ricos. Pero, ¿en qué se diferencian exactamente las instituciones inclusivas y las extractivas?
Las instituciones inclusivas son aquéllas que “ofrecen seguridad de la propiedad privada, un sistema jurídico imparcial y servicios públicos que proporcionen igualdad de condiciones en los que las personas puedan realizar intercambios y firmar contratos; además de permitir la entrada de nuevas empresas y dejar que cada persona elija la profesión a la que se quiere dedicar”. A continuación recalcan que “garantizar la propiedad privada es crucial, ya que solamente quienes disfruten de este derecho estarán dispuestos a invertir y aumentar la productividad”, puesto que “una persona de negocios que teme que su producción sea robada, expropiada o absorbida totalmente por los impuestos tendrá pocos incentivos para trabajar, y muchos menos incentivos aún para llevar a cabo inversiones o innovaciones”.
Por contra, las instituciones extractivas son aquellas “que tienen propiedades opuestas a las instituciones inclusivas. Son extractivas porque tienen como objetivo extraer rentas y riqueza de un subconjunto de la sociedad para beneficiar a un subconjunto distinto”. Los países pobres han tendido a padecer gobiernos tiránicos, corruptos, extractivos. Una élite toma el poder político, por la fuerza o por el voto, desde dentro o desde fuera, y lo emplea para extraer rentas y privilegios para ellos mismos y sus amigos. Las instituciones extractivas tienden a perpetuarse, y además, dicen los autores, “crean incentivos para las luchas internas por el control del poder y sus beneficios”, ya que “quien controla el Estado se convierte en beneficiario de este poder excesivo y de la riqueza que genera”. 
La teoría que proponen Acemoglu y Robinson tiene, en mi opinión, una gran virtud y un pequeño defecto. Su gran virtud es que logra una teoría sencilla y que funciona. Es cierto que si observamos aquellos países en los que predomina el respeto a la propiedad privada, un sistema jurídico imparcial, unos ciertos servicios públicos básicos y una regulación que no bloquee el emprendimiento, el ahorro y la innovación, estaremos observando los que en la actualidad son los países más ricos del mundo. Son los que comúnmente se denominan países capitalistas. Si tomamos un índice que mida, aún con imperfecciones, estos parámetros, como el Índice de Libertad Económica del Heritage Foundation, vemos con claridad que este sistema está fuertemente correlacionado con el nivel de prosperidad, de reducción de pobreza, de bienestar, de esperanza de vida y de movilidad social.
La pega que, en mi opinión, cabe achacar a la teoría de Acemoglu y Robinson es que peca en exceso de ambigüedad. Para casos extremos funciona a la perfección: es obvio que casos de gobiernos absolutistas, dictaduras totalitarias o regímenes comunistas encajan con la definición de instituciones extractivas; y países con democracias liberales parecen encajar más con la definición de instituciones inclusivas. Pero a la hora de desarrollar la teoría para entrar en los detalles, los autores se vuelven vagos, la teoría se torna borrosa. No en vano, una teoría política que es capaz de arrancar aplausos al mismo tiempo de socialdemócratas, liberales clásicos y hasta de algún anarcocapitalista como Walter Block (ver cuarta reseña), ha de ser en cierto modo ambigua cuando se baja a los detalles. Tal vez, deliberadamente ambigua.
Donde esta ambigüedad es más acusada, y donde da pie a mayor debate, es en la discusión sobre el rol del Estado en los países de instituciones inclusivas. Acemoglu y Robinson defienden, ante todo, que “el poder político ha de estar limitado y suficientemente repartido”. Para los autores, “los derechos de propiedad seguros, las leyes, los servicios públicos y la libertad de contratación e intercambio recaen en el Estado, la institución con capacidad coercitiva para imponer el orden, luchar contra el robo y el fraude y hacer que se cumplan los contratos entre particulares”. Y añaden: “Para que funcione bien, la sociedad también necesita otros servicios públicos: red de carreteras y de transportes para poder trasladar las mercancías; infraestructuras públicas para que pueda florecer la actividad económica, y algún tipo de regulación básica para impedir el fraude y las malas conductas. A pesar de que muchos de estos servicios públicos los pueden ofrecer los mercados y los particulares, el grado de coordinación necesario para hacerlo a gran escala suele ser exclusivo de una autoridad central”. Así, en función de lo que cada uno entienda como “servicios públicos necesarios” y de en qué medida deben ser proporcionados por el mercado o por el Estado, la propuesta política de Acemoglu y Robinson puede ser interpretada en un rango que va desde una socialdemocracia intrusiva hasta el liberalismo clásico.
Cuando leemos el título del libro, Why Nations Fail, inevitablemente se nos viene a la mente otro título: The Wealth of Nations, de Adam Smith. Considerado generalmente una de las obras de referencia del liberalismo clásico, también tenía por objeto investigar qué causaba que los países se volvieran ricos, y también señalaba que la razón residía en el marco institucional de los mismos. Pero el paralelismo no acaba ahí. De hecho, la fórmula empleada para definir el papel del Estado en el libro de Acemoglu y Robinson recuerda mucho a las tres funciones que expone Smith: defensa ante agresiones externas; protección de la injusticia y la opresión de otros miembros de la sociedad mediante la administración de justicia; y la función, ambigua y abierta, de “establecer y sostener aquellas instituciones y obras públicas que, aun siendo ventajosas en sumo grado a toda la sociedad, son, no obstante, de tal naturaleza que la utilidad nunca podría recompensar su costo a un individuo o a un corto número de ellos”. Y aquí, parecen decir tanto Smith como Acemoglu y Robinson, incluya usted lo que desee.
En conclusión, el libro Why Nations Fail, de Daron Acemoglu y James A. Robinson, tiene la virtud de poner la lupa ahí donde corresponde, en las instituciones, para averiguar por qué unos países se enriquecen y otros no. Además de ser una lectura entretenida y estimulante, llena de casos y pasajes de la historia, acierta en términos generales al proponer el sistema de la libertad y de la propiedad privada como motor de la prosperidad de las naciones. Pero, como hemos comentado, permanece en ciertos aspectos ambiguo cuando se trata de descender a los detalles. Aspectos que, por desgracia o por fortuna, dan pie para continuar el debate.

¿Por qué unos países son ricos y otros son pobres?


La ciudad de Nogales está dividida en dos por una verja. Los habitantes al norte y al sur de dicha verja disfrutan del mismo clima, de idénticas condiciones geográficas, son de la misma raza y tienen la misma inteligencia. Sin embargo, los habitantes al norte de la verja tienen una renta per cápita tres veces superior a sus vecinos del sur, mucha mejor formación y una mayor calidad de vida. La razón de esta extraña diferencia es, sencillamente, que Nogales del Norte forma parte de Estados Unidos mientras que Nogales del Sur está en territorio mexicano. Unos pertenecen a un país más rico y otros a un país más pobre. Pero ¿por qué motivo Estados Unidos es más rico que México?


Saturday, June 18, 2016

Contra los impuestos

SANTIAGO NAVAJAS


La polémica sobre la filtración de los “papeles de Pánama” se ha centrado en si hay que prohibir los denominados “paraísos” o “refugios” fiscales. Pero podríamos poner el foco en otra variante de la ecuación: ¿Es la obligación de pagar impuestos una injusticia?, ¿cabe considerar el derecho a la objeción fiscal? Como casi siempre, Kant ilustra, nunca mejor dicho, el camino tributario a seguir en una sociedad que pretenda ser eficiente a fuer de justa. Escribía el filósofo alemán en ¿Qué es la Ilustración?
“El ciudadano no se puede negar a pagar los impuestos que le son asignados (Pero) él mismo no actuará en contra del deber de un ciudadano si, como docto, manifiesta públicamente su pensamiento contra la inconveniencia o injusticia de tales impuestos.”
Desde el punto de vista filosófico, cabe la resistencia civil, aunque sea “opinativa”, contra el fisco


Desde el punto de vista filosófico, por tanto, cabe la resistencia civil, aunque sea “opinativa”, contra el fisco. Como la que propugna otro filósofo alemán Peter Sloterdijk: la solidaridad no puede ser producto de la coacción, por lo que los impuestos deben reducirse a su mínima expresión, para sostener los bienes públicos estrictos, y las contribuciones de los ciudadanos al funcionamiento de los servicios estatales no imprescindibles (de las televisiones “públicas” a las mil y una empresas estatales) se debería realizar únicamente mediante donaciones voluntarias. Es decir, como la Wikipedia. O, lo que es lo mismo, menos socialdemocracia y más liberalismo.
La fundamentación moral de una imposición fiscal ocurrirá cuando el Estado se legitime ante los ciudadanos, es decir, que sea capaz de persuadirlos, en lugar de coaccionarlos, para ir más allá del límite de la “libertad positiva” (por usar la terminología de Isaiah Berlin). Del mismo modo que el crowfunding se está convirtiendo en una herramienta esencial para la financiación democrática de proyectos empresariales privados, fuera de los circuitos crediticios habituales, también debería serlo para las iniciativas emprendedoras estatales. Sería interesante comprobar cuánta de la gente que se dice amiga de la cultura está dispuesta a pagar por ella y también por el acceso de aquellos que no pueden pagarla.
Me refería antes a la Wikipedia, un bien público financiado por los dos millones de personas que, de media, pagamos treinta euros al año para que cualquiera, independientemente de que haya contribuido o no, pueda hacer uso de ella. ¿Cuántos estaríamos dispuestos a donar dinero para el mantenimiento de una orquesta de música de carácter nacional (o municipal) o para el de una emisora como Radio 3? Se podrían crear mecanismos incentivadores para las empresas del modo que, por ejemplo, si un trabajador dona parte de su salario al mantenimiento de un museo arqueológico su empresa contribuyera en igual medida (siendo desgravable en una proporción).
Cada vez que un Estado se desmarca del Pacto Fiscal Europeo y aumenta los impuestos, se deslegitima para pedir a los ciudadanos que cumplan con sus obligaciones fiscales
Tras una tarifa plana del veinticinco por ciento en el IRPF, las contribuciones voluntarias al Estado irían en consonancia con un rendimiento a los ciudadanos tanto de las cuentas como de la calidad de los servicios. Tras dicho techo impositivo, habría que obligar al Estado a un límite de deuda del 60% del PIB, de modo que no se escape a través de la emisión de deuda que no es más que una forma de proyectar los impuestos al futuro. Cada vez que un Estado se desmarca del Pacto Fiscal Europeo y aumenta los impuestos, se deslegitima para pedir a los ciudadanos que cumplan con sus obligaciones fiscales. Parafraseando al “No tax without representation” (“No hay tributación sin representación”) que inspiró la Independencia norteamericana, podríamos reclamar que sin rendición de cuentas y austeridad en el gasto público el ciudadano no está comprometido moralmente a obedecer leyes que devienen en confiscatorias.
Si actualmente Hacienda trata a los contribuyentes como súbditos no tendría más remedio, bajo un nuevo paradigma de empoderamiento fiscal ciudadano, que pasar a considerarlos como clientes que “siempre tienen razón”, en el sentido de que deberían sentirse inversores de lo público y no siervos de la gleba, a medio camino entre esclavos y hombres libres. “Hacienda somos todos” ha significado usualmente que todos somos servidores del Estado. Pero con el “empoderamiento” del ciudadano, rompiendo la asimetría informativa y de violencia que detenta ahora el Estado, pasarían los contribuyentes a ser considerados como inocentes de cualquier delito o falta fiscal, en lugar de la situación de arbitrariedad, incertidumbre e indefensión que padecen.
Vivimos el absurdo de producir para pagar impuestos en lugar de sentirnos copartícipes de una tarea colectiva
Los “papeles de Panamá” han derivado en un debate confuso e interesado en el que se ha mezclado torticeramente la ingeniería financiera legítima con la evasión delictiva. Pero sobre todo ha apuntalado los cimientos de un Estado devorador de las rentas y la riqueza que producen los ciudadanos. Vivimos el absurdo de producir para pagar impuestos en lugar de sentirnos copartícipes de una tarea colectiva que cree las infraestructuras y las condiciones sociales que incentiven una mayor prosperidad y una justicia más profunda. La situación es cada vez más totalitaria y absurda y, además, nos conduce no sólo a la infantilización moral sino al desastre económico.

Contra los impuestos

SANTIAGO NAVAJAS


La polémica sobre la filtración de los “papeles de Pánama” se ha centrado en si hay que prohibir los denominados “paraísos” o “refugios” fiscales. Pero podríamos poner el foco en otra variante de la ecuación: ¿Es la obligación de pagar impuestos una injusticia?, ¿cabe considerar el derecho a la objeción fiscal? Como casi siempre, Kant ilustra, nunca mejor dicho, el camino tributario a seguir en una sociedad que pretenda ser eficiente a fuer de justa. Escribía el filósofo alemán en ¿Qué es la Ilustración?
“El ciudadano no se puede negar a pagar los impuestos que le son asignados (Pero) él mismo no actuará en contra del deber de un ciudadano si, como docto, manifiesta públicamente su pensamiento contra la inconveniencia o injusticia de tales impuestos.”
Desde el punto de vista filosófico, cabe la resistencia civil, aunque sea “opinativa”, contra el fisco

Thursday, June 16, 2016

El verdadero almuerzo gratis: Los mercados y la propiedad privada

por Milton Friedman

Milton Friedman es Premio Nobel en Economía y académico del Hoover Institution.
por Milton Friedman
 
Milton Friedman es Premio Nobel en Economía y académico del Hoover Institution. Este discurso fue pronunciado en la inauguración de la sede del Cato Institute en Washington, D.C. en 1993. También puede leer este documento en formato PDF aquí.

Me complace estar aquí para celebrar la apertura de la sede de Cato. El edificio es precioso, y un verdadero tributo a la influencia intelectual de Ed Crane y sus asociados.
A veces se me asocia con el aforismo "No hay almuerzo gratis", aunque no fui yo quien lo inventó. Quisiera que se prestara más atención a uno que sí es de mi invención y que considero particularmente apropiado para esta ciudad, "Nadie gasta el dinero de otro con el mismo cuidado que gasta el propio". Pero todo aforismo es una verdad a medias. Uno de nuestros pasatiempos familiares favoritos en viajes largos era encontrar los opuestos de aforismos; por ejemplo, "La historia nunca se repite", pero "No hay nada nuevo bajo el sol"; o "Mira antes de saltar", pero "El que duda está perdido". El opuesto de "No hay almuerzo gratis" es obviamente "Lo mejor de la vida es gratis".


Y en el mundo económico real sí hay un almuerzo gratis, un extraordinario almuerzo gratis, y este almuerzo gratis lo constituyen el libre mercado y la propiedad privada. ¿Por qué es que de un lado de una línea arbitraria estaba Alemania Oriental y del otro Alemania Occidental, con niveles de prosperidad tan distintos? Es porque Alemania Occidental tenía un sistema de mercados privados bastante libres-un almuerzo gratis. El mismo almuerzo gratis explica la diferencia entre Hong Kong y China continental, así como la prosperidad de los Estados Unidos y Gran Bretaña. Estos almuerzos gratis han sido el producto de una serie de instituciones invisibles que, como enfatizó F.A. Hayek, son producto de la acción, pero no de la intención humana.
En Estados Unidos tenemos disponible en este momento, si es que lo aprovechamos, lo más cercano a un almuerzo gratis que se puede tener. Tras la caída del comunismo, todo el mundo estaba de acuerdo con que el socialismo era un fracaso; todo el mundo, más o menos, estaba de acuerdo con que el capitalismo era un éxito. Lo cómico es que todos los países capitalistas del mundo aparentemente concluyeron que lo que el Occidente necesitaba ahora era más socialismo. Esto es obviamente absurdo, por lo que debemos dar un vistazo a la oportunidad que hoy tenemos frente a nosotros de obtener un almuerzo casi del todo gratis. El Presidente Clinton ha afirmado que lo que se necesita es un sacrificio generalizado y beneficios concentrados. Lo que necesitamos es exactamente lo opuesto. Lo que necesitamos y lo que podemos obtener-lo más cercano a un almuerzo gratis-es beneficios generalizados y sacrificios concentrados. No es un almuerzo del todo gratis, pero casi.
Almuerzos Gratis en el Presupuesto
Déjenme dar algunos ejemplos. La Administración de Electrificación Rural (REA, por sus siglas en inglés) se estableció para llevar electricidad a las fincas en los años treinta, cuando cerca del 80 por ciento de las fincas no contaban con ella. Cuando el 100 por ciento de las fincas tenían electricidad, la REA pasó a servicios telefónicos. Ahora el 100 por ciento de las fincas tienen teléfonos, pero la REA sigue felizmente funcionando. Supongan que abolimos la REA, que ahora sólo sirve para hacer pequeñas transferencias a grupos de interés, particularmente compañías telefónicas y de electricidad. La gente de los Estados Unidos estaría mejor y se ahorraría mucho dinero que podría usarse para reducir impuestos. ¿Quién saldría lastimado?  Un puñado de gente que ha estado recibiendo subsidios del gobierno a costa del resto de la población. A mi manera de verlo esto se acerca bastante a ser un almuerzo gratis.
Otro ejemplo lo ilustra la Ley Parkinson en la agricultura. En 1945 habían 10 millones de personas, tanto familias como empleados independientes, trabajando en fincas, y el Departamento de Agricultura tenía 80,000 empleados. En 1992 habían 3 millones de personas trabajando en fincas y 122,000 en el Departamento de Agricultura.
Casi todos los elementos del presupuesto federal ofrecen oportunidades similares. La gente de Clinton les dirá que todas esas cosas están en el presupuesto porque el pueblo quiere los beneficios pero no quiere pagarlos. Esto es absurdo; el pueblo no quiere esos beneficios. Supongan que se le presenta al pueblo norteamericano una simple propuesta acerca del azúcar: Podemos arreglar el escenario de manera que el azúcar que usted compre venga principalmente de caña cosechada en fincas de Estados Unidos, o de manera que además se pueda comprar sin límite azúcar que provenga de El Salvador, Filipinas, u otros lugares. Si lo restringimos a comprar azúcar doméstico, ésta será dos o tres veces más caro. ¿Por cuál opción piensa usted que se inclinarán realmente los votantes? La gente no quiere pagar precios más altos. Un pequeño grupo de interés que cosecha enormes beneficios es  el que quiere que así se hagan, y esta es la razón por la que cual el precio del azúcar en Estados Unidos es bastante más alto que el precio mundial. Al pueblo nunca se le consultó. No somos gobernados por el pueblo; ese es un mito acarreado desde la época de Lincoln. No tenemos un gobierno del pueblo para el pueblo. Lo que tenemos es un gobierno del pueblo, por burócratas, y para los burócratas.
Consideren este otro mito: El Presidente Clinton afirma ser un agente del cambio, lo cual es falso. Puede decir esto sólo por la tendencia a referirse a los doce años de Reagan-Bush como si se trataran de un solo período; pero no fue así. Tuvimos las políticas Reaganómicas, las Bushonómicas y ahora las Clintonómicas. La Reaganomía tenía cuatro principios simples: tasas fiscales marginales más bajas, menos regulaciones, gasto gubernamental restringido, y política monetaria no inflacionaria. Aunque Reagan no alcanzó todos sus objetivos, progresó bastante. La política de Bush fue exactamente lo opuesto a la Reaganomía: impuestos más altos, más regulación, más gasto gubernamental. ¿Cuál es la política de Clinton? Impuestos más altos, más regulación, más gasto gubernamental. La Clintonomía es una continuación de la Bushonomía, y ya conocemos cuáles fueron los efectos de revertir las políticas de Reagan.
Mercados Económicos y Políticos
En un nivel más fundamental, tanto nuestros problemas económicos como los no-económicos, surgen principalmente del cambio drástico que ha ocurrido en las últimas seis décadas en dos mercados de relativa importancia, determinando quién recibe qué, cuándo, dónde y cómo. Estos mercados son el económico, que opera bajo el incentivo de la ganancia, y el político, que opera bajo el incentivo del poder. En el transcurso de mi vida, la importancia relativa del mercado económico ha declinado en términos de la fracción de los recursos del país que es capaz de usar. Por otro lado, la importancia del mercado político, o gubernamental, ha crecido enormemente. Hemos estado matando de hambre al mercado que ha estado trabajando, y alimentando al mercado que ha estado fracasando. Esa es esencialmente la historia de los últimos 60 años.
Los estadounidenses somos mucho más ricos hoy que hace 60 años, pero somos menos libres y menos seguros. Cuando me gradué de la Secundaria en 1928, el gasto total del gobierno en todo nivel era de poco más del diez por ciento del ingreso nacional. Dos tercios de este gasto era a nivel local y de los estados. El gasto del gobierno federal era más o menos un 3 por ciento del ingreso nacional, o casi lo mismo que había sido desde la adopción de la constitución un siglo y medio antes, excepto durante períodos de guerra. La mitad del gasto federal era para el ejército y la marina. El gasto estatal y local era entre un 7 y un 9 por ciento, y la mitad de eso era para escuelas y carreteras. Hoy, el gasto total del gobierno es el 43 por ciento del ingreso nacional, dos tercios de eso es federal, y un tercio local y estatal. La porción federal es 30 por ciento del ingreso nacional, o alrededor de diez veces lo que era en 1928.
Esa figura subestima la fracción de recursos absorbidos por el mercado político. Además de su propio gasto, el gobierno manda que todos nosotros hagamos grandes desembolsos de dinero, lo cual no solía hacer. Los gastos obligatorios van desde el requerimiento de que ustedes paguen por aparatos anti-contaminación para sus automóviles, hasta la Ley de Aire Limpio, pasando por la Ley de Ayuda a los Deshabilitados, y la lista continúa. Esencialmente, la economía privada se ha convertido en un agente del gobierno federal. Todos los que estamos en este salón estuvimos trabajando hace un mes para el gobierno federal, llenando los formularios para el reembolso del impuesto sobre la renta. ¿Por qué no nos pagan por trabajar como recaudadores de impuestos para el gobierno federal? De manera que yo estimaría que por lo menos 50 por ciento de los recursos productivos de nuestra nación se están organizando ahora a través del mercado político. En ese importante sentido, somos más que medio socialistas.
Eso es por el lado de los ingreso. ¿Qué hay de lo que se produce? Empecemos por considerar el mercado privado. Gracias al mercado privado se dio un incremento tremendo de nuestro nivel de vida. En 1928 el radio estaba en sus primeras etapas, la televisión era un sueño futurista, todos los aviones eran propulsados por hélices, y un viaje a Nueva York desde Nueva Jersey, donde mi familia vivía, era un gran evento.  No cabe duda de que se ha llevado a cabo una revolución en nuestro nivel de vida, y que ésta ha ocurrido casi enteramente a través del mercado económico privado. La contribución del gobierno fue esencial pero no costosa. Su función, la cual no está cumpliendo tan bien ahora como antes, era proteger los derechos privados de propiedad y proveer un mecanismo para adjudicar disputas, pero la mayor parte de la revolución en nuestro estándar de vida vino a través del mercado privado.
Mientras que el mercado privado ha producido un nivel de vida más alto, la expansión del mercado gubernamental ha producido más que nada problemas. El contraste es grande. Tanto Rose como yo venimos de familias con ingresos que ahora serían considerados muy por debajo del nivel de pobreza; ambos estudiamos en colegios del gobierno y ambos pensamos que recibimos una buena educación. Hoy en día, los niños de familias con ingresos correspondientes a los que nosotros teníamos en aquel entonces afrontan muchas más dificultades para obtener una educación decente. De niños, podíamos caminar a la escuela; de hecho, podíamos caminar casi por cualquier calle sin temor alguno. En los peores momentos de la Gran Depresión, cuando el número de los verdaderamente perjudicados era mayor que hoy, no existía la preocupación actual por la seguridad personal y había pocos limosneros en las calles. Lo que había era gente tratando de vender manzanas; había un sentido de autodependencia que, si es que no ha desaparecido, es mucho menos predominante hoy en día.
En 1938 incluso era posible encontrar un apartamento para rentar en la Ciudad de Nueva York. Después de casarnos nos mudamos a Nueva York y buscamos en la columna de apartamentos disponibles en el diario. Escogimos media docena que queríamos visitar, y alquilamos uno. La gente dejaba sus apartamentos en la primavera, se iba durante el verano y regresaba en el otoño a buscar nuevos apartamentos. Se le llamaba la temporada de mudanzas. Hoy en día, para encontrar un apartamento en Nueva York, la mejor manera probablemente sea prestar atención a los obituarios. ¿Qué ha producido esta diferencia? ¿Qué hace del problema habitacional de Nueva York un desastre hoy? ¿Por qué el South Bronx parece una de las regiones bombardeadas de Bosnia? No por el mercado privado, sino por el control de rentas.
El Gobierno Causa Problemas Sociales
A pesar de la retórica actual, nuestros problemas reales no son económicos. Me inclino a decir que nuestros problemas reales no son económicos a pesar de los esfuerzos del gobierno por hacerlo ver así. Quiero citar una cifra. En 1946 el gobierno asumió la responsabilidad de producir empleo total con la Ley de Empleo Total. En los años posteriores el desempleo ha sido un promedio de 5.7 por ciento. En los años de 1900 a 1929, cuando el gobierno no pretendía responsabilizarse por el empleo, esa cifra era de 4.6 por ciento. De manera que nuestro problema de desempleo también ha sido creado por el gobierno. Sin embargo, los problemas económicos no son los reales.
Nuestros principales problemas son sociales-el continuo deterioro de la educación, el crimen y el desorden, la indigencia, el colapso de los valores familiares, la crisis del cuidado médico, los embarazos entre adolescentes. Todos estos problemas han sido producidos o exacerbados por los esfuerzos bien intencionados del gobierno. Es fácil documentar dos cosas: que hemos estado transfiriendo recursos del mercado privado al mercado gubernamental y que el mercado privado funciona y el gubernamental no.
Es mucho más difícil entender por qué gente supuestamente inteligente, bien intencionada, ha producido estos resultados. Una razón, que como bien sabemos es sin duda parte de la respuesta, es el poder de los intereses especiales. Pero yo creo que una respuesta más fundamental tiene que ver con la diferencia entre el interés propio de individuos que se relacionan en el mercado privado, y el de aquellos que se desenvuelven en el mercado político. Si usted ha iniciado una empresa en el mercado privado, y le empieza a ir mal, la única manera de continuar es sacando dinero de su propio bolsillo, lo cual es un gran incentivo para cerrarla. Por el otro lado, si empieza la misma empresa en el sector gubernamental, con los mismos prospectos de fracaso, y ésta fracasa, tiene una mucho mejor alternativa. Puede decir que su proyecto o programa debió ser implementado a mayor escala; y no tiene que acudir a su bolsillo sino tiene otro muchísimo más grande: el del contribuyente. En buena conciencia puede intentar, y de hecho lograr, convencer no al contribuyente, sino al congresista, de que su proyecto es realmente bueno y que lo único que necesita es más dinero. Así que para acuñar otro aforismo, si una empresa privada fracasa, se cierra; si una empresa gubernamental fracasa, se expande.
Cambios Institucionales
A veces pensamos que la solución a nuestros problemas está en elegir a la gente correcta para el Congreso. Yo creo que esto es falso; que si una muestra aleatoria de los aquí presentes reemplazara a los 435 que están en la Cámara de Representantes y a los 100 del Senado, los resultados serían muy similares. A excepción de unos cuantos, las personas que están en el Congreso son gente decente que desea hacer el bien. No se ocupan deliberadamente en actividades que saben que causarán daño; simplemente se inmergen en un ambiente en el que todas las presiones se dirigen en una sola dirección, gastar más dinero.
Estudios recientes demuestran que la mayor parte de la presión para gastar más viene del gobierno mismo. Es una monstruosidad que se genera a sí misma. En mi opinión, la única manera de cambiarla es variando los incentivos bajo los que operan quienes están en el gobierno; si uno quiere que la gente actúe de manera diferente, sólo puede lograrlo cuando está en su propio interés hacerlo. Como dice Armen Alchian, hay una cosa con la que se puede contar: todo el mundo pondrá su interés propio antes que el de usted.
Yo no tengo una fórmula mágica para cambiar el interés propio de burócratas y miembros del Congreso. Enmiendas constitucionales para limitar los impuestos y el gasto, para evitar la manipulación monetaria y para inhibir las distorsiones al mercado serían buenas, pero no las vamos a obtener. Lo único viable en el horizonte nacional es el movimiento para limitar el número de períodos de los congresistas. Un límite de seis años para los representantes no cambiaría su naturaleza básica, pero sí cambiaría drásticamente el tipo de gente que se postularía para el Congreso y los incentivos bajo los que operarían. Pienso que aquellos de nosotros que estamos interesados en revertir la ubicación de nuestros recursos, de pasar cada vez más al mercado privado y cada vez menos al mercado del gobierno, debemos deshacernos de la idea errónea de que lo único que necesitamos hacer es elegir a la gente adecuada. En cierto momento pensamos que elegir al presidente correcto sería suficiente; lo hicimos, y no lo fue. Debemos ahora volver nuestra atención a cambiar los incentivos bajo los que la gente opera. El movimiento a favor de los límites a períodos es una manera de lograrlo; es una excelente idea y está logrando progreso real. Deben haber otros movimientos.
Algunos cambios se están haciendo al nivel de los estados. Donde sea que haya una iniciativa, o sea un referéndum popular, hay una oportunidad de cambio. Yo no creo en la democracia pura; nadie cree en ella. Nadie cree que sea apropiado matar a 49 por ciento de la población, incluso si el 51 por ciento de la gente vota por que se haga. Pero sí creemos en que debe darse a todos la oportunidad de usar sus propios recursos tan eficazmente como puedan para promover sus propios valores, siempre y cuando no se interfiera con otros. Y hablando en términos generales, la experiencia ha demostrado que el público normalmente logra mejor ese objetivo al actuar a través del proceso de iniciativas, que la gente que se elige a la legislatura. Por esto pienso que el proceso de referéndum tiene que ser explotado. En California hemos estado trabajando duro en una iniciativa para permitir que los padres escojan la escuela de sus hijos, y este tema se incluirá en los comicios de este año. Tal vez no gane, pero seguiremos intentando.
Debemos seguir tratando de cambiar la forma en que los estadounidenses ven el rol del gobierno. Entre otras cosas, Cato logra esto al documentar en forma detallada los efectos dañinos de las políticas gubernamentales que he comentado brevemente. Se está saqueando al público norteamericano. A medida que la gente entienda lo que realmente está sucediendo, el clima intelectual cambiará y puede ser que seamos capaces de iniciar los cambios institucionales que establecerán los incentivos apropiados para la gente que controla la cartera del gobierno, y por lo tanto una gran parte de nuestras vidas.

El verdadero almuerzo gratis: Los mercados y la propiedad privada

por Milton Friedman

Milton Friedman es Premio Nobel en Economía y académico del Hoover Institution.
por Milton Friedman
 
Milton Friedman es Premio Nobel en Economía y académico del Hoover Institution. Este discurso fue pronunciado en la inauguración de la sede del Cato Institute en Washington, D.C. en 1993. También puede leer este documento en formato PDF aquí.

Me complace estar aquí para celebrar la apertura de la sede de Cato. El edificio es precioso, y un verdadero tributo a la influencia intelectual de Ed Crane y sus asociados.
A veces se me asocia con el aforismo "No hay almuerzo gratis", aunque no fui yo quien lo inventó. Quisiera que se prestara más atención a uno que sí es de mi invención y que considero particularmente apropiado para esta ciudad, "Nadie gasta el dinero de otro con el mismo cuidado que gasta el propio". Pero todo aforismo es una verdad a medias. Uno de nuestros pasatiempos familiares favoritos en viajes largos era encontrar los opuestos de aforismos; por ejemplo, "La historia nunca se repite", pero "No hay nada nuevo bajo el sol"; o "Mira antes de saltar", pero "El que duda está perdido". El opuesto de "No hay almuerzo gratis" es obviamente "Lo mejor de la vida es gratis".

Tuesday, June 14, 2016

¿Por qué unos países son ricos y otros son pobres?


La ciudad de Nogales está dividida en dos por una verja. Los habitantes al norte y al sur de dicha verja disfrutan del mismo clima, de idénticas condiciones geográficas, son de la misma raza y tienen la misma inteligencia. Sin embargo, los habitantes al norte de la verja tienen una renta per cápita tres veces superior a sus vecinos del sur, mucha mejor formación y una mayor calidad de vida. La razón de esta extraña diferencia es, sencillamente, que Nogales del Norte forma parte de Estados Unidos mientras que Nogales del Sur está en territorio mexicano. Unos pertenecen a un país más rico y otros a un país más pobre. Pero ¿por qué motivo Estados Unidos es más rico que México?
En su libro Why Nations Fail, los economistas Daron Acemoglu, del MIT, y James A. Robinson, de la Universidad de Harvard, abordan esta gran cuestión de fondo: ¿Por qué unos países son ricos y otros son pobres? Esta obra no sólo se ha convertido en un superventas. Además tiene el mérito de haberse consolidado en poco tiempo como un libro de referencia en materia de desarrollo económico. Para debatir sobre por qué unos países son más ricos que otros, el libro de Acemoglu y Robinson se ha convertido en parada obligada. Y hay que reconocerles el acierto, en mi opinión, de haber puesto la lupa en el lugar adecuado.



La pregunta de por qué unos países son más ricos y otros más pobres ha ocupado a muchos intelectuales a lo largo de la historia. Algunos autores, como Montesquieu, Jeffrey Sachs o Jared Diamond, han propuesto que las diferencias de riqueza entre países se deben a los distintos climas y características geográficas. Otros pensadores, como Max Weber, achacan las diferencias de riqueza entre países a las diferentes culturas, religiones, creencias y valores de sus habitantes, y otros incluso a su raza, inteligencia o conocimientos. Muchos otros, sobre todo economistas e instituciones internacionales, señalan que el causa de la diferencia es la ignorancia de los gobernantes de los países pobres, que quieren sacar adelante sus países pero no saben cómo. Sin embargo, de acuerdo con Acemoglu y Robinson, todas éstas son malas teorías que no logran explicar por qué unos países se vuelven ricos y otros no. Lo que hay que analizar para saber por qué fracasan los países no es otra cosa que sus instituciones.
El caso de la ciudad de Nogales ilustra cómo poblaciones homogéneas viviendo en idénticos climas y geografías pero sometidas a diferentes marcos institucionales, originan diferencias sustanciales en la prosperidad. Un caso aún más llamativo es el de Corea, una población homogénea dividida en dos tras la Segunda Guerra Mundial por una arbitraria frontera trazada a la altura del paralelo 38. Apenas unas décadas después, Corea del Sur se convertía en uno de los países más ricos del mundo y Corea del Norte en uno de los más pobres. Otros casos similares son los de Botswana y Zimbabwe, o los de Alemania Occidental y Alemania Oriental. Acemoglu y Robinson se sirven de estos y otros ejemplos que nos brinda la historia para ilustrar que la razón por la que unos países se vuelven ricos y otros se quedan pobres no reside en el clima, ni en la geografía, ni en las características de la población, sino en sus instituciones.
Acemoglu y Robinson hacen la distinción crucial entre dos tipos de instituciones: las instituciones inclusivas y las instituciones extractivas. En países como Estados Unidos, Corea del Sur, Botswana o Alemania Occidental, por tomar los ejemplos comparativamente más ricos de los pares anteriores, han predominado las instituciones inclusivas. Éstas habrían hecho posible “el fomento de la actividad económica, el aumento de la productividad y la prosperidad económica”. Sin embargo, en países como México, Corea del Norte, Zimbabwe o Alemania Oriental habrían predominado las instituciones extractivas. En ellas se encuentra la causa de haber quedado rezagados respecto a sus respectivos vecinos ricos. Pero, ¿en qué se diferencian exactamente las instituciones inclusivas y las extractivas?
Las instituciones inclusivas son aquéllas que “ofrecen seguridad de la propiedad privada, un sistema jurídico imparcial y servicios públicos que proporcionen igualdad de condiciones en los que las personas puedan realizar intercambios y firmar contratos; además de permitir la entrada de nuevas empresas y dejar que cada persona elija la profesión a la que se quiere dedicar”. A continuación recalcan que “garantizar la propiedad privada es crucial, ya que solamente quienes disfruten de este derecho estarán dispuestos a invertir y aumentar la productividad”, puesto que “una persona de negocios que teme que su producción sea robada, expropiada o absorbida totalmente por los impuestos tendrá pocos incentivos para trabajar, y muchos menos incentivos aún para llevar a cabo inversiones o innovaciones”.
Por contra, las instituciones extractivas son aquellas “que tienen propiedades opuestas a las instituciones inclusivas. Son extractivas porque tienen como objetivo extraer rentas y riqueza de un subconjunto de la sociedad para beneficiar a un subconjunto distinto”. Los países pobres han tendido a padecer gobiernos tiránicos, corruptos, extractivos. Una élite toma el poder político, por la fuerza o por el voto, desde dentro o desde fuera, y lo emplea para extraer rentas y privilegios para ellos mismos y sus amigos. Las instituciones extractivas tienden a perpetuarse, y además, dicen los autores, “crean incentivos para las luchas internas por el control del poder y sus beneficios”, ya que “quien controla el Estado se convierte en beneficiario de este poder excesivo y de la riqueza que genera”.
La teoría que proponen Acemoglu y Robinson tiene, en mi opinión, una gran virtud y un pequeño defecto. Su gran virtud es que logra una teoría sencilla y que funciona. Es cierto que si observamos aquellos países en los que predomina el respeto a la propiedad privada, un sistema jurídico imparcial, unos ciertos servicios públicos básicos y una regulación que no bloquee el emprendimiento, el ahorro y la innovación, estaremos observando los que en la actualidad son los países más ricos del mundo. Son los que comúnmente se denominan países capitalistas. Si tomamos un índice que mida, aún con imperfecciones, estos parámetros, como el Índice de Libertad Económica del Heritage Foundation, vemos con claridad que este sistema está fuertemente correlacionado con el nivel de prosperidad, de reducción de pobreza, de bienestar, de esperanza de vida y de movilidad social.
La pega que, en mi opinión, cabe achacar a la teoría de Acemoglu y Robinson es que peca en exceso de ambigüedad. Para casos extremos funciona a la perfección: es obvio que casos de gobiernos absolutistas, dictaduras totalitarias o regímenes comunistas encajan con la definición de instituciones extractivas; y países con democracias liberales parecen encajar más con la definición de instituciones inclusivas. Pero a la hora de desarrollar la teoría para entrar en los detalles, los autores se vuelven vagos, la teoría se torna borrosa. No en vano, una teoría política que es capaz de arrancar aplausos al mismo tiempo de socialdemócratas, liberales clásicos y hasta de algún anarcocapitalista como Walter Block (ver cuarta reseña), ha de ser en cierto modo ambigua cuando se baja a los detalles. Tal vez, deliberadamente ambigua.
Donde esta ambigüedad es más acusada, y donde da pie a mayor debate, es en la discusión sobre el rol del Estado en los países de instituciones inclusivas. Acemoglu y Robinson defienden, ante todo, que “el poder político ha de estar limitado y suficientemente repartido”. Para los autores, “los derechos de propiedad seguros, las leyes, los servicios públicos y la libertad de contratación e intercambio recaen en el Estado, la institución con capacidad coercitiva para imponer el orden, luchar contra el robo y el fraude y hacer que se cumplan los contratos entre particulares”. Y añaden: “Para que funcione bien, la sociedad también necesita otros servicios públicos: red de carreteras y de transportes para poder trasladar las mercancías; infraestructuras públicas para que pueda florecer la actividad económica, y algún tipo de regulación básica para impedir el fraude y las malas conductas. A pesar de que muchos de estos servicios públicos los pueden ofrecer los mercados y los particulares, el grado de coordinación necesario para hacerlo a gran escala suele ser exclusivo de una autoridad central”. Así, en función de lo que cada uno entienda como “servicios públicos necesarios” y de en qué medida deben ser proporcionados por el mercado o por el Estado, la propuesta política de Acemoglu y Robinson puede ser interpretada en un rango que va desde una socialdemocracia intrusiva hasta el liberalismo clásico.
Cuando leemos el título del libro, Why Nations Fail, inevitablemente se nos viene a la mente otro título: The Wealth of Nations, de Adam Smith. Considerado generalmente una de las obras de referencia del liberalismo clásico, también tenía por objeto investigar qué causaba que los países se volvieran ricos, y también señalaba que la razón residía en el marco institucional de los mismos. Pero el paralelismo no acaba ahí. De hecho, la fórmula empleada para definir el papel del Estado en el libro de Acemoglu y Robinson recuerda mucho a las tres funciones que expone Smith: defensa ante agresiones externas; protección de la injusticia y la opresión de otros miembros de la sociedad mediante la administración de justicia; y la función, ambigua y abierta, de “establecer y sostener aquellas instituciones y obras públicas que, aun siendo ventajosas en sumo grado a toda la sociedad, son, no obstante, de tal naturaleza que la utilidad nunca podría recompensar su costo a un individuo o a un corto número de ellos”. Y aquí, parecen decir tanto Smith como Acemoglu y Robinson, incluya usted lo que desee.
En conclusión, el libro Why Nations Fail, de Daron Acemoglu y James A. Robinson, tiene la virtud de poner la lupa ahí donde corresponde, en las instituciones, para averiguar por qué unos países se enriquecen y otros no. Además de ser una lectura entretenida y estimulante, llena de casos y pasajes de la historia, acierta en términos generales al proponer el sistema de la libertad y de la propiedad privada como motor de la prosperidad de las naciones. Pero, como hemos comentado, permanece en ciertos aspectos ambiguo cuando se trata de descender a los detalles. Aspectos que, por desgracia o por fortuna, dan pie para continuar el debate.

¿Por qué unos países son ricos y otros son pobres?


La ciudad de Nogales está dividida en dos por una verja. Los habitantes al norte y al sur de dicha verja disfrutan del mismo clima, de idénticas condiciones geográficas, son de la misma raza y tienen la misma inteligencia. Sin embargo, los habitantes al norte de la verja tienen una renta per cápita tres veces superior a sus vecinos del sur, mucha mejor formación y una mayor calidad de vida. La razón de esta extraña diferencia es, sencillamente, que Nogales del Norte forma parte de Estados Unidos mientras que Nogales del Sur está en territorio mexicano. Unos pertenecen a un país más rico y otros a un país más pobre. Pero ¿por qué motivo Estados Unidos es más rico que México?
En su libro Why Nations Fail, los economistas Daron Acemoglu, del MIT, y James A. Robinson, de la Universidad de Harvard, abordan esta gran cuestión de fondo: ¿Por qué unos países son ricos y otros son pobres? Esta obra no sólo se ha convertido en un superventas. Además tiene el mérito de haberse consolidado en poco tiempo como un libro de referencia en materia de desarrollo económico. Para debatir sobre por qué unos países son más ricos que otros, el libro de Acemoglu y Robinson se ha convertido en parada obligada. Y hay que reconocerles el acierto, en mi opinión, de haber puesto la lupa en el lugar adecuado.