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Thursday, July 28, 2016

Hans-Hermann Hoppe: “Veremos el colapso del Estado del Bienestar como vimos el del comunismo”

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La Fundación Rafael del Pino organiza el 20 de junio a las 19 horas, la Conferencia Magistral de Hans-Hermann Hoppe titulada “from Aristocracy to Monarchy to Democracy. A Tale of Moral and Economic Folly and Decay”. La conferencia irá seguida de un diálogo del profesor Hoppe con Pedro Schwartz, Catedrático Rafael del Pino en la Universidad CEU San Pablo.
Siempre polémico y provocador, el filósofo Hans-Herman Hoppe ha visitado España para promocionar el libro Economía y Ética de la Propiedad Privada, disponible en versión física y electrónica y publicado por la Editorial Innisfree. Hoppe visitó la Fundación Rafael del Pino para impartir una conferencia y hablar en exclusiva con Libre Mercado sobre diversos asuntos.
Pregunta: Discutiendo sobre la política monetaria de EEUU, usted ha dicho que la mejor manera de debatir con economistas como Paul Krugman es hablar con ellos como si fueran niños pequeños.
Respuesta: ¿Cómo se puede decir que imprimiendo dinero se conseguirá que una sociedad sea más rica? Si esto fuese cierto, ¿no podríamos acabar con la pobreza de la noche a la mañana? ¡Cualquier país del Tercer Mundo podría imprimir el dinero necesario para dar a cada recién nacido un montón de dinero y así acabar con la miseria! El debate es tan absurdo que quizá hablando con estos economistas como si fuesen niños podemos llegar a alguna parte. Lo que hay que entender es que imprimiendo dinero no abrimos más fábricas ni producimos más bienes.



Hablando de política monetaria, usted también ha advertido de que la discrecionalidad de los bancos centrales daña el emprendimiento.
Si tenemos un dinero respaldado por el oro o la plata podemos anticipar en gran medida el panorama monetario al que nos enfrentaremos de un año para otro. Sin embargo, si el dinero es fiduciario y un banco central como la Reserva Federal puede duplicar la masa monetaria en menos de un año, entonces las actividades del sector privado se vuelven mucho más complejas.
Ese daño al emprendimiento contrasta con el beneficio obtenido por empresas financieras, que en un sistema monetario como el actual tienen un rol privilegiado y pueden enriquecerse mientras el resto del sector privado vive en la incertidumbre.
Háblenos de Economía y Ética de la Propiedad Privada, que acaba de salir publicado en la Editorial Innisfree.
El libro es una colección de artículos en la que enarbolo esta defensa desde dos puntos de vista. La primera parte hace una defensa utilitaria de la propiedad privada, explicando por qué esta institución genera mejores incentivos para la creación de riqueza y la mejora de la productividad. Esto contrasta con la propiedad pública, que plantea el conflicto continuo entre las personas, ya que cada uno tendrá una idea diferente de lo que debe hacerse con ella.
En la segunda parte del libro hago una defensa ética de la propiedad privada, justificándola frente a la injustificable propiedad pública. La propiedad privada es el fundamento de la vida humana. Necesitamos tener propiedad sobre nosotros mismos para poder debatir sobre éste y cualquier otro tema, y eso demuestra que hasta quien intenta justificar la propiedad pública está, en realidad, cayendo en una contradicción, pues su propia argumentación la hará desde la propiedad privada que tiene sobre sí mismo.
En su conferencia en la Fundación Rafael del Pino habló de otro tema recurrente en su trabajo: los incentivos de la democracia y de las antiguas monarquías. Desde la óptica económica, usted defiende que el primer sistema es peor aún que el segundo.
Empezaré definiendo el Estado como una institución que tiene máximo poder de decisión y gestiona un territorio de forma monopólica. Las monarquías y la democracia son formas de gestionar ese Estado. Ambas son instituciones peligrosas y, por lo tanto, no hablo de encontrar una buena solución sino de encontrar la menos mala. En ese sentido, detecto una cierta superioridad de las antiguas monarquías en la medida en que el Rey considera el Estado como su propiedad privada. Esto le llevará a pensar más en el largo plazo y a intentar preservar el valor de su capital, de ese Estado que, en cierta medida, es suyo.
En la democracia, el cuidado de esa propiedad por parte de un gobierno es de una legislatura, quizá dos o tres, pero no hablamos de una propiedad que permanece en las manos de los gestores durante toda la vida. Por eso, mientras que el monarca tiende a conservar su capital, el gobernante en democracia se orienta a consumir ese capital mientras ostenta el poder.
Hay otra ventaja de la antigua monarquía sobre la democracia, y es que en el primero de estos dos sistemas se llega al poder “por accidente”, pero en el segundo se llega mediante la competencia electoral. La competencia en sí es un mecanismo de eficiencia, no es buena ni mala en sí misma. Si se compite para producir bienes y servicios, esa eficiencia es buena, pero si se compite por hacer algo malo, esa eficiencia es peligrosa. En la democracia, la competencia por el poder de fijar impuestos y de ordenar leyes consigue que lleguen al poder quienes son más eficientes haciendo algo que, en esencia, es malo.
¿Mantiene su teoría en el caso de Medio Oriente?
Si comparamos países de Medio Oriente entre sí, vemos que Jordania o Marruecos son más civilizados que Egipto, Libia, Siria y esos lugares en los que se cambió la vieja monarquía por formas diferentes de autoritarismo.
Lleva algunos años viviendo en Turquía. ¿Qué opina de lo ocurrido en los últimos tiempos?
La principal razón por la que vivo allí es que es el país de mi esposa. Dicho esto, he visto con mis propios ojos que el país ha tenido un crecimiento económico notable, muy por encima de Europa. No obstante, desde las últimas elecciones, el presidente Erdogan se ha empezado a comportar de forma cada vez más intolerante y polémica.
La mecha se prendió con la pretensión de construir un centro comercial en un parque, pero también hay descontento por leyes como las que limitan la venta de alcohol, por el intento de prohibir el pintalabios entre las azafatas de aerolíneas, etc. Todo se ha acumulado y ha terminado llevando a mucha gente a la calle. Las protestas no nacieron de la oposición política, de hecho, la oposición es aún peor que el partido de Erdogan… Por si no fuese suficiente, el Gobierno se excedió reprimiendo las protestas, lo que generó más descontento. La actuación de Erdogan ha sido estúpida, porque todo se podría haber evitado actuando con un poco más de moderación y tacto.
¿Qué opina de los indignados? Este tipo de protestas, ocurridas en España con el movimiento 15-M o en EEUU con la plataforma Ocupa Wall Street, ha cuestionado el sistema capitalista que usted defiende.
Son protestas de ignorantes económicos que no entienden que esos escándalos financieros que tanto les disgustan tienen todo que ver con el socialismo monetario en el que vivimos. Sus críticas deberían ser contra el estatalismo, contra el intervencionismo, no contra el capitalismo, pero mucha gente en estas protestas son meros izquierdistas que no tienen el más mínimo entendimiento de la economía.
Por último, quisiera preguntarle por el futuro de Europa…
A día de hoy, como los alemanes hacen alguna que otra cosa bien, esto les permite tener la capacidad de rescatar a países como España. El problema es que esto hace que España siga cometiendo estupideces económicas. En cualquier caso, la montaña de deuda que es el Estado del Bienestar es insostenible, por lo que veremos su colapso, como vimos el del comunismo hace apenas veinte años.

Hans-Hermann Hoppe: “Veremos el colapso del Estado del Bienestar como vimos el del comunismo”

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La Fundación Rafael del Pino organiza el 20 de junio a las 19 horas, la Conferencia Magistral de Hans-Hermann Hoppe titulada “from Aristocracy to Monarchy to Democracy. A Tale of Moral and Economic Folly and Decay”. La conferencia irá seguida de un diálogo del profesor Hoppe con Pedro Schwartz, Catedrático Rafael del Pino en la Universidad CEU San Pablo.
Siempre polémico y provocador, el filósofo Hans-Herman Hoppe ha visitado España para promocionar el libro Economía y Ética de la Propiedad Privada, disponible en versión física y electrónica y publicado por la Editorial Innisfree. Hoppe visitó la Fundación Rafael del Pino para impartir una conferencia y hablar en exclusiva con Libre Mercado sobre diversos asuntos.
Pregunta: Discutiendo sobre la política monetaria de EEUU, usted ha dicho que la mejor manera de debatir con economistas como Paul Krugman es hablar con ellos como si fueran niños pequeños.
Respuesta: ¿Cómo se puede decir que imprimiendo dinero se conseguirá que una sociedad sea más rica? Si esto fuese cierto, ¿no podríamos acabar con la pobreza de la noche a la mañana? ¡Cualquier país del Tercer Mundo podría imprimir el dinero necesario para dar a cada recién nacido un montón de dinero y así acabar con la miseria! El debate es tan absurdo que quizá hablando con estos economistas como si fuesen niños podemos llegar a alguna parte. Lo que hay que entender es que imprimiendo dinero no abrimos más fábricas ni producimos más bienes.


Tuesday, July 19, 2016

El imperativo moral del mercado

El imperativo moral del mercado

Friedrich_von_Hayek Por Friedrich A. Hayek
[Este artículo apareció originalmente en The Unfinished Agenda: Essays on the Political Economy of Government Policy in Honour of Arthur Seldon (1986).]

En 1936, año en el que (por pura coincidencia) John Maynard Keynes publicó la Teoría General, mientras preparaba mi discurso presidencial para el London Economic Club, vi de repente que mi labor anterior en las diferentes ramas de la economía tenían una raíz común. Esta idea de que el sistema de precios era realmente un instrumento que había permitido a millones de personas ajustar sus esfuerzos a los acontecimientos, exigencias y condiciones sobre las que no tenían conocimiento concreto ni directo, y que la completa coordinación de toda la economía mundial se debía a ciertas prácticas y usos que habían surgido inconscientemente. El problema que había identificado por primera vez estudiando las fluctuaciones de la industria (que las falsas señales de precios desorientaban los esfuerzos humanos) luego lo continué en otras ramas de la disciplina.


La inspiración de Ludwig von Mises
En este asunto mi pensamiento se inspiró en gran medida por la concepción de Ludwig von Mises sobre la dificultad de ordenar una economía planificada. Mis primeras investigaciones sobre las consecuencias de limitar las rentas me mostraron con más claridad que casi ninguna  otra cosa cómo la interferencia del gobierno en el sistema de precios trastorna los esfuerzos económicos humanos.
Sin embargo me costó mucho tiempo desarrollar lo que es fundamentalmente una idea muy simple. Me tenía perplejo que El Socialismo de Mises,[1] que me había resultado tan convincente y parecía mostrar definitivamente por qué la planificación central no podía funcionar, no hubiera convencido al resto del mundo. Me pregunté por qué esto era así.
Los precios y el Orden Económico
Poco a poco descubrí que la función fundamental de la economía era describir el proceso de cómo la actividad humana se ha adaptado a los datos sobre los que no tenía información. Así, el orden económico en su conjunto se basaba en el hecho de que al utilizar los precios como guías, o como señales, que nos llevaran a atender las demandas y conseguir las competencias y capacidades de personas de las cuales no sabíamos nada. Fue como consecuencia de que nos habíamos basado en un sistema que nunca habíamos entendido y que nunca diseñamos por lo que fuimos capaces de generar la riqueza necesaria para sostener un enorme incremento de la población mundial, y empezar a realizar nuestras nuevas ambiciones de difundir esta riqueza de manera más justa. Básicamente, la idea de que los precios eran señales que lograban la coordinación imprevista de los esfuerzos de miles de individuos fue en cierto sentido, la teoría de la cibernética moderna, y se convirtió en la idea principal de fondo de mi trabajo.
Esto me obligó inevitablemente a investigar la relación entre las actuales creencias políticas y la preservación del sistema en el que la riqueza de la que estamos tan excesivamente orgullosos depende. Aunque Adam Smith, como Marshall 150 años después, había comprendido básicamente que el éxito de nuestro sistema económico es el resultado de un proceso no diseñado de coordinación de las actividades de un gran número de personas, nunca convenció plenamente a los líderes de la opinión pública de esta verdad .
Ésta se ha convertido en mi principal tarea, y me ha llevado algo así como 50 años ser capaz de exponer con la mayor brevedad y en tan pocas palabras como soy capaz; ni siquiera hace 10 años podría haberlo puesto tan sucintamente. Parece obvio, una vez visto, que el fundamento básico de nuestra civilización y nuestra riqueza es un sistema de señales que nos informa, aunque imperfectamente, de los efectos de millones de acontecimientos que ocurren en el mundo, a los que tenemos que adaptarnos y sobre los que no podemos tener información directa.
Mejorando el sistema de mercado
Esta idea tiene consecuencias extraordinariamente importantes una vez que esta verdad ha sido aceptada. O bien debe limitarse a la creación de un marco institucional en el que el sistema de precios operará tan eficientemente como sea posible, o se está obligado a alterar su función. Si bien es cierto que los precios son señales que nos permiten adaptar nuestras actividades a acontecimientos y exigencias desconocidos, es evidentemente absurdo creer que podemos controlar los precios. No se puede mejorar una señal si no sabes lo que indica.
No es incoherente admitir que el sistema de precios, incluso en la teoría de un mercado de competencia perfecta, no tiene en cuenta todas las cosas que nos gustaría se tuviesen en cuenta. Pero si no podemos mejorar el sistema al interferir directamente en los precios, podemos tratar de encontrar nuevos métodos de alimentación de información al mercado que no hayan sido tenidos en cuenta.
Todavía hay un amplio margen para avanzar en esta dirección. Por otra parte, más allá de lo que el mercado ya hace por nosotros, hay una amplia oportunidad para el uso de la organización deliberada para "rellenar" lo que el mercado no puede proporcionar. Así que conseguiremos lo mejor del mercado si tratamos de mejorar el marco en el que opera. Tenemos que ir fuera del sistema de mercado para proveer (a través de organizaciones gubernamentales y otras) a  aquellas personas que no están en condiciones de valerse por sí mismas.
El socialismo: Un error intelectual
Esta línea de argumentación plantea algunos problemas intelectuales y morales muy serios. En primer lugar, me parece que las ambiciones del socialismo reflejan un error intelectual en lugar de valores diferentes. El socialismo se basa en la falta de comprensión de qué es aquello a lo que debemos la riqueza disponible que los socialistas esperan redistribuir. Esta objeción plantea algunas otras cuestiones que comencé a esbozar en una conferencia que di en 1978 en la London School of Economics.[2] El problema central era el conflicto entre nuestras emociones innatas acerca de las leyes, adquiridas en una pequeña sociedad primitiva, donde los pequeños grupos de personas atendían a compañeros conocidos con propósitos comunes, y los cambios en la moral que tenía que llevarse a cabo para hacer posible la división internacional del trabajo.
En efecto, esta pequeña evolución, que llevó a la humanidad más de 3.000 años gradualmente llevar a efecto, conlleva en gran medida una supresión deliberada de unos sentimientos emocionales muy fuertes que todos tenemos en nuestros huesos y de las que no podemos librarnos totalmente. Voy a ilustrar esto con una breve referencia a la idea que aún prevalece sobre la solidaridad. Un acuerdo sobre un propósito común entre un grupo de personas se sabe que es claramente una idea que no se puede aplicar a una sociedad grande, que incluye a las personas que no se conocen entre sí. La sociedad moderna y la economía moderna ha crecido con el reconocimiento de que esta idea (que fue fundamental en la vida en un pequeño grupo) una sociedad cara a cara, es simplemente inaplicable a los grandes grupos. La base esencial del desarrollo de la civilización moderna es permitir a la gente perseguir sus propios fines sobre la base de su propio conocimiento y no estar condicionado por los objetivos de otras personas.
El espejismo de la justicia social
El mismo dilema se aplica al deseo fundamental del socialismo de redistribución de acuerdo a los principios de justicia. Si los precios están para servir como una guía efectiva para lo que la gente tendría que hacer, no se puede premiar a las personas por lo que son o fueron sus buenas intenciones. Se debe permitir que los precios se determinen con el fin de decirle a la gente donde se puede hacer la mejor contribución al resto de la sociedad, y por desgracia la capacidad de hacer buenas contribuciones a los semejantes no se distribuye de acuerdo a los principios de la justicia.
La gente está en una posición muy desigual para contribuir a las exigencias de sus semejantes y tiene que elegir entre oportunidades muy diferentes. Por tanto, para que puedan adaptarse a una estructura que no conocen (y los determinantes sobre los que no tienen conocimiento), tenemos que permitir funcionar a los mecanismos espontáneos del mercado para decirles lo que tendrían que hacer.
Fue un triste error en la historia de la economía que impidió a los economistas, en particular los economistas clásicos, ver que la función esencial de los precios era decirle a la gente lo que deben hacer en el futuro y que los precios no podían basarse en lo que habían hecho en el pasado. Nuestra moderna visión es que los precios son señales que informan a la gente de lo que deben hacer para ajustarse al resto del sistema.
Ahora estoy profundamente convencido de que lo que antes solo había insinuado, a saber, que la lucha entre los partidarios de una sociedad libre y los defensores del sistema socialista no es un conflicto moral, sino intelectual. Así, los socialistas han sido dirigidos por una evolución muy peculiar de revivir ciertos instintos y sentimientos primitivos que a lo largo de cientos de años había sido prácticamente suprimida por la moral comercial o mercantil, que a mediados del siglo pasado había llegado a gobernar la economía mundial.
La decadencia de la moralidad comercial
Hasta hace 130 o 150 años, todo el mundo en lo que hoy es la parte industrializada del mundo occidental creció familiarizado con las normas y necesidades de lo que se llamaba moral comercial o mercantil, porque todo el mundo trabajaba en una pequeña empresa en la que estaban por igual preocupados y expuestos a la conducta de los demás. Ya sea como maestro o empleado o miembro de la familia, todo el mundo aceptaba la inevitable necesidad de tener que adaptarse a los cambios en la demanda, la oferta y los precios en el mercado. Se comenzó a dar un cambio a mediados del siglo pasado. Mientras que antes tal vez sólo la aristocracia y sus sirvientes eran ajenos a las reglas del mercado, el crecimiento de las grandes organizaciones de negocios, de comercio, de finanzas, y en última instancia las gubernamentales, aumentó el número de personas que crecieron sin que se le enseñara la moral de los mercados que se había desarrollado en el curso de los últimos 2.000 años.
Probablemente por primera vez desde la antigüedad clásica, una parte cada vez mayor de la población del estado industrial moderno creció sin aprender en la infancia que era indispensable responder tanto como productor como consumidor a todas las cosas desagradables que el cambiante mercado requiere. Este desarrollo coincidió con la difusión de una nueva filosofía, que enseñó a la gente que no debe someterse a ningún principio de la moral que no pueda ser justificado racionalmente.
Creo que, con la excepción de unos pocos hombres como Adam Smith (y él sólo de forma limitada), nadie antes de mediados del siglo XIX realmente podría haber respondido a la pregunta: ¿Por qué debemos obedecer a principios morales que nunca han sido justificados racionalmente? El hecho de que un gran número de personas aceptasen los principios morales que constituyen la base del sistema capitalista estaba apoyado por una nueva tendencia intelectual que les enseñó que estas costumbres no tenía ninguna justificación racional.
Ideales frente a supervivencia
Esta dicotomía explica la creciente oposición al sistema de mercado que se ha extendido mucho más allá de los partidos específicamente socialistas del siglo pasado. En el curso de la historia casi todos los pasos en el desarrollo de la moral comercial fueron combatidos con la oposición de los filósofos morales y profesores de religión, una historia lo suficientemente bien conocida y con detalle.
Ahora estamos en la situación extraordinaria en que, si bien vivimos en un mundo con una población numerosa y creciente que se puede mantener viva sólo gracias a la prevalencia del sistema de mercado, la gran mayoría de la gente (no exagero) ya no creen en el mercado. Se trata de una cuestión crucial para la preservación futura de la civilización y que debe ser encarada antes de que los argumentos del socialismo nos devuelvan a una moralidad primitiva. Una vez más, se deben suprimir los sentimientos innatos, que han brotado en nosotros una vez que se dejó de aprender la disciplina tensa del mercado, antes de que destruyan nuestra capacidad de alimentar a la población a través del sistema de coordinación del mercado. De lo contrario, el colapso del capitalismo asegurará que una parte muy importante de la población mundial morirá porque no podemos darle de comer.
Este es un problema serio, y uno que no ha tenido que ser resuelto en el pasado. La población mundial, ni siquiera las mentes de los líderes de ningún país, nunca serán persuadidas por argumentos teóricos de que deben creer en un cierto tipo de moralidad. No obstante, podemos demostrar que a menos que la gente esté dispuesta a someterse a la disciplina constituida por la moral comercial, será destruida nuestra capacidad para apoyar un mayor crecimiento de la población, o incluso para mantener sus números actuales, salvo en el relativamente próspero Occidente.
Yo no estaría de acuerdo en que el proceso de selección por el cual la moral del capitalismo ha evolucionado, produciendo lo que pocos libros de texto reconocen como sus "efectos beneficiosos sobre la sociedad en general", consista en su totalidad en ayudar al crecimiento de la población. Muchos de los pueblos del mundo probablemente serían mucho más felices si el crecimiento de la población no hubiera sido estimulado en la medida en que se ha hecho. Sin embargo, la población mundial ha crecido a un tamaño que puede ser alimentado sólo por la adhesión a un sistema de mercado. Los intentos de sustituir el mercado demuestran (más gráficamente en Etiopía) la locura de la imposición de una alternativa.
Así como la prosperidad ha llevado a los pueblos más avanzados de forma voluntaria a restringir el crecimiento de la población, así también los pueblos que sólo muy lentamente  están empezando a aprender esta lección urgente puede llegar a ver que no es de su interés crecer más rápidamente. En esta coyuntura crítica para el tipo de civilización que hemos construido, la contribución más importante que un economista puede hacer es insistir en que podemos cumplir con nuestra responsabilidad de mantener nuestra población existente sólo siguiendo confiando en el sistema de mercado, que trajo esta gran  población a existir en primer lugar.

El imperativo moral del mercado

El imperativo moral del mercado

Friedrich_von_Hayek Por Friedrich A. Hayek
[Este artículo apareció originalmente en The Unfinished Agenda: Essays on the Political Economy of Government Policy in Honour of Arthur Seldon (1986).]

En 1936, año en el que (por pura coincidencia) John Maynard Keynes publicó la Teoría General, mientras preparaba mi discurso presidencial para el London Economic Club, vi de repente que mi labor anterior en las diferentes ramas de la economía tenían una raíz común. Esta idea de que el sistema de precios era realmente un instrumento que había permitido a millones de personas ajustar sus esfuerzos a los acontecimientos, exigencias y condiciones sobre las que no tenían conocimiento concreto ni directo, y que la completa coordinación de toda la economía mundial se debía a ciertas prácticas y usos que habían surgido inconscientemente. El problema que había identificado por primera vez estudiando las fluctuaciones de la industria (que las falsas señales de precios desorientaban los esfuerzos humanos) luego lo continué en otras ramas de la disciplina.

Thursday, June 23, 2016

Ese fraude llamado “Estado”, Hans-Hermann Hoppe

Estado como fraude
Artículo de Hans-Hermann Hoppe.
Murray Rothbard una vez describió al Estado como una banda de ladrones en grande. Y si se mira de cerca, verás que hay un esfuerzo propagandístico enorme hecho por el Estado y los que están a su sueldo -o los que les gustaría estar a su sueldo- para convencernos de que es perfectamente legítimo que una organización esencialmente parasitaria viva a costa nuestra manteniendo un alto nivel de vida, que nos mate (con su policía poco preparada), que nos robe con sus impuestos, que nos obligue a hacer el servicio militar y que controle totalmente nuestra forma de vida.
La motivación fundamental de los que defienden el Estado es saber que, una vez en la máquina pública, ellos tendrán acceso a abultados salarios, puestos de trabajo estables y una pensión integral y completa. Los que están fuera del servicio público abogan por el Estado por saber que éste les dará ventajas en cualquier negociación sindical. Además de estas personas, también hay empresarios que defienden al Estado. Estos están pensando en los subsidios y garantías gubernamentales, jugosos contratos para obras públicas y en el uso general del gobierno para alimentar a sus amigos y debilitar a sus competidores. El Estado, para ellos, es una garantía de riqueza.



En todo lugar, el Estado siempre trata de ganar a costa de los demás. No se ha registrado ningún avance en esta realidad. Podemos cambiar las definiciones y afirmar que, debido a que votamos, nos estamos gobernando a nosotros mismos. Pero eso no cambia la esencia del problema moral del Estado: todo lo que tiene lo ha conseguido a través del robo. Ni un centavo de su presupuesto multimillonario (trillonario, en el caso de EE.UU.) se adquiere mediante el intercambio voluntario.
Los gobiernos dividen la sociedad en dos castas: los que dan obligatoriamente su dinero al Estado y los que ganan dinero del Estado. Para mantener el sistema en funcionamiento, los que dan dinero debe ser numéricamente mucho mayores que los que reciben. Fue así en los primeros días de las naciones-estado y así sigue siendo hoy en día. La existencia de elecciones no cambia la esencia de esta operación.
En los EE.UU., cuando leemos los escritos de los padres fundadores, notamos una gran preocupación acerca de las facciones. Por facciones, los padres fundadores se referían a grupos de personas en guerra entre sí para decidir quién tendría el control sobre el bolsillo de la población. La solución a este problema no fue abolir las diferencias de opinión, sino, más bien, mantener el gobierno en un tamaño mínimo, por lo que las ventajas de ganar el poder eran pequeñas. Puedes limitar el poder de una facción limitando el tamaño del gobierno. Todos los mecanismos creados por los padres fundadores -separación de poderes, el colegio electoral, la Declaración de Derechos- se instituyeron como un medio para lograr este objetivo.
Pero, ¿cómo se produjo toda la distorsión? ¿Cómo pasó que los seres humanos permitiesen que el Estado actual exista? ¿Cómo pasamos a permitir que ellos nos gobernasen de esta manera déspota? ¿Y por qué hay algunos que lo aman, e incluso se inclinan hacia él, tomados por un sentimiento casi religioso en relación al Estado?
Bueno, si piensas en el argumento central a favor del Estado verás que es muy fácil ver un error fundamental en su concepción; y verás que es realmente un milagro que el Estado haya surgido. El argumento a favor de la existencia del Estado es simplemente este: hay una escasez de recursos en el mundo, y debido a esta escasez existe la posibilidad de conflictos entre los diferentes grupos de personas. ¿Qué hay que hacer con los conflictos que puedan surgir? ¿Cómo garantizar la paz entre las personas?
La propuesta hecha por los estatistas, desde Thomas Hobbes hasta la actualidad, es la siguiente: ya que hay conflictos constantes produciéndose, los contratos hechos entre varios individuos no serán suficientes. Por lo tanto, necesitamos un tomador de decisiones supremo que sea capaz de decidir quién tiene razón y quién está equivocado en cada conflicto. Y este tomador de decisiones supremo en un determinado territorio, esta institución que tiene el monopolio de la decisión en un territorio determinado se define como el Estado.
La falacia de este argumento se hace evidente cuando te das cuenta de que, si hay una institución que tiene el monopolio de la última toma de decisiones en todos los casos de conflicto, entonces esta institución también dirá quién tiene razón y quién está equivocado en los casos de conflicto en el que esta misma institución está involucrada. Es decir, no es sólo una institución que decide quién tiene razón o no en los conflictos que tenemos con terceros, sino también es la institución que decidirá quién tiene razón o no en los casos en que esta institución está envuelta en conflictos con otros.
Una vez que te das cuenta de esto, entonces se hace inmediatamente evidente que esta institución puede por sí misma provocar conflictos para, entonces, decidir a su favor quién tiene razón y quién está equivocado. Esto se puede ejemplificar en particular por instituciones como la Corte Suprema de Justicia. Si una persona tiene un conflicto con una entidad gubernamental, el tomador supremo de decisiones -el que decidirá quién tiene la razón, si el Estado o el individuo- es la Corte Suprema de Justicia, que no es más que el núcleo de la misma institución con que ese individuo está en conflicto. Así que, por supuesto, será fácil de predecir cuál será el resultado del arbitraje de este conflicto: el Estado tiene razón y el individuo acusado es culpable.
Esa es la receta para aumentar continuamente el poder de esta institución: provocar conflictos para, a continuación, decidir a favor de sí misma, y luego decirle a la gente que se queja del Estado cuánto deben pagar por estos juicios emitidos por el Estado. Es fácil, entonces, entender esta falacia fundamental presente en la construcción de una institución como el Estado.
Y como hemos visto una expansión imparable del poder del Estado en absolutamente todos los países del mundo, cabe preguntarse: ¿hay alguna esperanza? ¿El Estado es, de hecho, una institución tan poderosa contra la que nada se puede hacer? ¿Hay alguna manera de oponerse a él?
Lo primero que hay que hacer para oponerse al Estado debe ser, por supuesto, entender su naturaleza interior. Por ejemplo, es curioso que los economistas, en todas las otras áreas de la economía, se opongan a los monopolios y estén a favor de la competencia. (Se oponen a los monopolios ya que, desde el punto de vista del consumidor, las instituciones monopólicas producen a costos más altos que el costo mínimo y ofrecen un producto más caro cuya calidad es más baja de lo que sería en un entorno competitivo. Consideran la competencia como algo bueno para los consumidores porque los competidores están constantemente tratando de reducir sus costos de producción con el fin de trasladar estos costos más bajos en forma de menores precios para los consumidores y, por lo tanto, superar a sus competidores. Además, por supuesto, de tener que producir productos con la mayor calidad posible en estas circunstancias). Sin embargo, cuando se trata de la cuestión más importante para la vida humana -es decir, la protección de la vida y la propiedad- casi todos los economistas están a favor de que haya un monopolista prestando estos servicios. Parece que piensan que el argumento de la competencia ya no es válido. Parecen no entender que el monopolio de estos servicios requerirá gastos mucho mayores y, de la misma manera, la calidad del producto -en este caso la ley, el orden y la justicia- será menor.
Así que, para iniciar cualquier tipo de retirada del Estado tenemos que entender claramente su naturaleza íntima monopolística y discernir los efectos negativos que tienen monopolios sobre todos los ámbitos de la vida, especialmente en el área de la ley y el orden. Lo que podemos desear, en la mejor de las hipótesis -en caso que no consigamos abolir el Estado-, es que el número de estados competitivos sea lo suficientemente grande. Un gran número de estados no permite fácilmente a cada estado en particular aumentar los impuestos y las regulaciones porque la gente, en este caso, “votan con sus pies”, es decir, cambiarían de Estado (cambiando de país). La situación más peligrosa concebible es aquella en que un gobierno mundial impondría los mismos impuestos y las regulaciones a nivel mundial, eliminando todos los incentivos para que las personas se muevan de un país a otro, debido a que la estructura de los impuestos y las regulaciones serían las mismas en todas partes.
Por otro lado, imagina una situación en la que hubiese decenas de miles de Suizas, Liechtensteines, Monacos, Hong Kongs y Singapures. En este caso, aunque cada Estado quisiese aumentar los impuestos y las regulaciones, simplemente no tendría éxito porque habría repercusiones inmediatas -es decir, la gente pasaría de los sitios menos favorables a los lugares más favorables.
Cuando pensamos en pensadores como Étienne de La Boétie, Hume, Mises, Rothbard, etc, vemos que todos ellos dijeron que, por más inexpugnable que el Estado parezca, con todo su ejército, con su gran número de empleados y con su vasto aparato de propaganda, en realidad es vulnerable debido a que el Estado es una minoría que vive parasitariamente a expensas de la mayoría, que depende del consentimiento de los gobernados. Incluso los Estados más poderosos -como, por ejemplo, aquellos que vimos en la Unión Soviética (URSS), Irán bajo el Shah, y la India bajo el dominio británico- pueden desmoronarse. Y esto sigue siendo una esperanza.
Una vez más, la idea es la siguiente: el presidente puede dar una orden, pero la orden debe ser aceptada y ejecutada por un general; el general puede emitir una orden, pero la orden ha de ser ejecutada por el teniente; el teniente puede dar una orden, pero la orden debe ser ejecutada en última instancia por los soldados, que son los que tendrán que disparar. Y si ellos no disparan, entonces todo lo que el presidente -o el comandante supremo- ordenan pasa a no tener efecto alguno. Por lo tanto, el Estado sólo puede efectuar sus políticas si la gente le da su consentimiento voluntario. Ellos pueden no estar de acuerdo con todo lo que hace el Estado y/o ordena que otros hagan, pero, mientras colaboran, obviamente tendrán la opinión de que el Estado es una institución necesaria, y los pequeños errores que esta institución cometa serán a penas el precio necesario a pagar para mantener la excelencia de lo que produce. Cuando esta ilusión desaparece, cuando la gente entiende que el Estado no es más que una institución parasitaria, cuando ellos ya no obedecen las órdenes dadas por esta institución, todos los poderes del Estado, incluso el déspota más poderoso, desaparecen inmediatamente.
Pero para que eso sea posible, es necesario en primer lugar que las personas desarrollen lo que llamamos “conciencia de clase”, no en el sentido marxista -que dice que hay un conflicto entre empresarios y trabajadores-, sino en el sentido de una lucha de clases que se opone, por un lado, a los regentes del Estado, o a la clase dominante, y por el otro lado, los que están bajo el dominio del Estado. Por lo tanto, el Estado debe ser visto como un explotador, una institución parásita. Sólo cuando hemos desarrollado una conciencia de clase de este tipo hay esperanzas de que el Estado, precisamente a causa de la difusión general de este concepto, pueda derrumbarse.
Por último, el punto de vista de Hobbes es interesante. Una de las cosas que más amenaza al Estado es el humor y la risa. El Estado asume que debes respetarlo, que lo debes tomar muy en serio. Hobbes decía que era algo muy peligroso el hecho de que las personas se rieran del gobierno. Así que, trata de seguir siempre la siguiente regla: riéte y búrlate del gobierno tanto como te sea posible.

Ese fraude llamado “Estado”, Hans-Hermann Hoppe

Estado como fraude
Artículo de Hans-Hermann Hoppe.
Murray Rothbard una vez describió al Estado como una banda de ladrones en grande. Y si se mira de cerca, verás que hay un esfuerzo propagandístico enorme hecho por el Estado y los que están a su sueldo -o los que les gustaría estar a su sueldo- para convencernos de que es perfectamente legítimo que una organización esencialmente parasitaria viva a costa nuestra manteniendo un alto nivel de vida, que nos mate (con su policía poco preparada), que nos robe con sus impuestos, que nos obligue a hacer el servicio militar y que controle totalmente nuestra forma de vida.
La motivación fundamental de los que defienden el Estado es saber que, una vez en la máquina pública, ellos tendrán acceso a abultados salarios, puestos de trabajo estables y una pensión integral y completa. Los que están fuera del servicio público abogan por el Estado por saber que éste les dará ventajas en cualquier negociación sindical. Además de estas personas, también hay empresarios que defienden al Estado. Estos están pensando en los subsidios y garantías gubernamentales, jugosos contratos para obras públicas y en el uso general del gobierno para alimentar a sus amigos y debilitar a sus competidores. El Estado, para ellos, es una garantía de riqueza.


Friday, June 17, 2016

La esperanza de la libertad se encuentra en la secesión – Hans-Hermann Hoppe

Secesión de Hoppe
Entrevista a Hans-Hermann Hoppe.
P: ¿Cómo llegaste a ser libertario y qué pensadores fueron los más importantes en la formación de su pensamiento?
Hoppe: Cuando todavía era joven, estudiante alemán de secundaria, yo era un marxista. Más tarde, como estudiante en la Universidad de Frankfurt, me encontré con la crítica de Böhm-Bawerk a Marx, y aquello aniquiló la economía marxista para mí.
En consecuencia, después de eso, me hice un poco escéptico, atraído por la metodología positivista y especialmente falsacionista de Popper y por el programa gradual de ingeniería social de Popper. Como el propio Popper, en ese momento yo era un social-democrático de derecha.
Y luego las cosas comenzaron a cambiar rápidamente. En primer lugar, descubrí a Milton Friedman (muy bueno), entonces Hayek (mejor), entonces Mises (mucho mejor debido a su metodología explícitamente anti-positivista -a priori) y, por último, el sucesor teórico más importante de Mises, Murray N. Rothbard.



P: ¿En qué medida su educación formal coincidió con su transformación libertaria?
Hoppe: No aprendí nada de libertarismo o de mercado libre en la universidad. Mis profesores eran socialistas o intervencionistas. De vez en cuando (muy raramente), los nombres de algunos pro-mercado libre fueron mencionados: Bohm-Bawerk, Mises, Hayek, y también como un sociólogo Herbert Spencer. Sin embargo, eran descartados inmediatamente como anticuados y obsoletos apologistas del capitalismo, indignos de la atención de cualquier “intelectual serio”. Así que tuve que averiguar todo por mi cuenta, a través de mucha lectura. He leído casi todo lo relacionado con la economía -y hoy, mirando en retrospectiva, la mayor parte del material leído fue una pérdida de tiempo total.
P: En los primeros años del siglo XX, los economistas “capitalistas” estaban en posiciones más defensivas. Esto fue particularmente explícito antes de que Mises empezara a criticar el socialismo en sus obras. Los escritos de Mises fueron fundamentales en que los socialistas adoptaran su posición defensiva actual. Los escritos de Mises también allanaron el camino para una economía diferente, fuera del paradigma neoclásico.
Durante su educación formal, ¿su opinión de la economía austriaca era, o debería ser, distinta del pensamiento neoclásico? ¿Cómo fue el proceso de dejar de ser apenas crítica para convertirse en un enfoque alternativo?
Hoppe: Hasta la década de 1950, la mayoría de los economistas compartían la misma visión de Lionel Robbins acerca de la naturaleza de la economía. Robbins, quien había sido fuertemente influenciado por Mises, presentó en su famoso libro La naturaleza y significado de Ciencias Económicas (1932), la economía como una especie de lógica aplicada (la “praxeología” de Mises). El análisis económico debería basarse en algunas suposiciones simples y verdaderas evidentes (axiomas) y llegar, a través de una deducción lógica, a varias conclusiones irrefutables (teoremas económicos).
Estas conclusiones o teoremas, a condición de que ningún error se haya cometido en el proceso de deducción, deben ser lógicamente verdaderas, y sería un error si alguien quisiera “probar empíricamente” tales teoremas. (Nosotros tampoco probamos “empíricamente” verdades y argumentos lógicos, o incluso proposiciones matemáticas. Por ejemplo, no probamos empíricamente la ley de Pitágoras; podemos probarla deductivamente. Y el que quiera “probarla” empíricamente, midiendo ángulos y longitudes, no será considerado “científico”, sino alguien totalmente confundido). Hoy en día, sólo los austriacos todavía defienden este punto de vista (correcto) de la economía como una lógica aplicada.
Desde la década de 1950, debido en gran parte a la influencia de Milton Friedman, la mayoría de los economistas comenzaron a adoptar la visión “positivista” de que la economía debe tratar de emular los métodos utilizados en la física. Como resultado, la economía moderna fue transformada en unas simples matemáticas de bajo nivel, carente de cualquier significado empírico y de cualquier aplicación práctica. Los economistas de hoy en día se limitan a hacer dos cosas, ambas una pérdida de tiempo total: construir y probar “modelos” para (en la mejor de las hipótesis) probar lo que ya es obvio para cualquier ser humano mínimamente inteligente -como el hecho de que el el agua corre hacia abajo- y demostrar por medios empíricos lo que se puede comprobar a través de la lógica (como confirmar la ley de Pitágoras empíricamente).
Sin embargo, en muchos casos, y con los mismos métodos, ellos también se esfuerzan por “demostrar” empíricamente que, en algunos casos, el agua puede subir y la ley de Pitágoras puede que ya no sea válida. Esto sucede cuando los economistas defienden, por ejemplo, los controles de precios para combatir la hambruna o el aumento del gasto público para combatir la recesión, siempre bajo el argumento de que “esta vez será diferente”. Y nunca lo es. En resumen, la economía convencional moderna se encuentra en una situación de desastre total.
Cuando empecé a estudiar economía, me enseñaron una metodología positivista. Sin embargo, desde el principio, nunca me convenció. La ley de la utilidad marginal, o la teoría cuantitativa del dinero, o la afirmación de que un aumento en el salario mínimo de 1000 dólares cada daría lugar a un desempleo masivo no parecían ser suposiciones cuestionables que necesitaran algún tipo de prueba empírica, sino obvias verdades lógicas. Me tomó un tiempo darme cuenta de que este era en realidad el punto de vista clásico, más explícitamente defendido por Robbins y Mises. El descubrimiento de Mises y Robbins, por lo tanto, fue un gran alivio para mí intelectualmente, y eso es lo que me hizo tomar (y estudiar) la economía en serio.
La actual economía convencional, llamada mainstream, es totalmente irrelevante. Peor aún: está siempre abierta a la peligrosa idea de la experimentación y de la ingeniería social (¿qué otra forma hay para probar hipótesis?), una verdadera tentación para los políticos populistas. Por eso, el Estado intervencionista moderno se muestra siempre plenamente dispuesto a financiar toda una serie de economistas. El estado sabe que ellos crearán justificaciones para cualquier programa de intervención. Por otra parte, la economía austriaca no es de gran importancia práctica, y también se opone rigurosamente a cualquier tipo de intervencionismo por ser contraproducente. No es de extrañar, pues, que la Escuela Austríaca no reciba ninguna ayuda o apoyo financiero.
Sin embargo, soy optimista sobre el futuro de la economía convencional: creo que va a desaparecer por propia irrelevancia (los artículos académicos publicados en famosos periódicos prácticamente no tienen lectores) y será desplazada por la Escuela Austriaca. Una buena indicación de esto es la proliferación espontánea de Institutos Mises en todo el mundo, los cuales tienen más lectores que cualquier web de economía convencional.
P: En su versión moderna, la Escuela Austriaca, con su énfasis en los derechos de propiedad, el espíritu emprendedor y la libertad, tiene aliados naturales entre las diferentes escuelas de pensamiento económico. Por ejemplo, el enfoque de los derechos de propiedad desarrollados por Coase y Alchian es muy similar a las posiciones de los austriacos. ¿Cree usted que los escritos de Mises ejercieron alguna influencia en el énfasis en los derechos de propiedad y soluciones de mercado en las otras escuelas? ¿Hay algún vínculo visible entre Mises y algunas de estas personas?
Hoppe: Ignoro cualquier vínculo intelectual entre Mises y la Escuela de Chicago moderna, tanto económico como legal. Tampoco existe ninguna relación entre el pensamiento de Mises y las ideas de Coase y su sucesor, Richard Posner. Por otra parte, Hayek fue uno de los profesores de Coase en la Escuela de Economía de Londres.
La semejanza entre la visión austriaca y la visión de Chicago acerca de la economía y el derecho no es más que superficial. De hecho, estas dos tradiciones intelectuales son esencialmente opuestas entre sí. Es un error común, pero muy grave, pensar que la Escuela de Chicago es una defensora de los derechos de propiedad. De hecho, Coase y sus seguidores son los enemigos más peligrosos de los derechos de propiedad. Sé que esto puede sonar increíble para algunas personas. Así que permítanme explicar esta posición, usando uno de los ejemplos que ofrece Coase en su famoso artículo sobre “Costo Social”.
Un ferrocarril pasa junto a una granja. El tren motor emite chispas y las chispas dañan las cosechas de los agricultores. ¿Qué se debe hacer? Desde el punto de vista austriaco (y también clásico, y también de sentido común), lo que se debe establecer es quién estaba allí en primer lugar: ¿el agricultor o el ferrocarril? Si era el agricultor, entonces podría obligar al ferrocarril a suspender sus actividades (a través de una orden de cesión), o dejar que emitan chispas y entonces exigir compensación. Si el ferrocarril fue el que se asentó allí en primer lugar, entonces podría continuar emitiendo chispas, y el agricultor tendría que pagar al ferrocarril si quisiera estar libre de chispas.
Pero la respuesta de Coase y Posner es totalmente diferente. Según ellos, es un error pensar en el agricultor y el ferrocarril en términos de “correcto” o “incorrecto”, “agresor” y “víctima”. Permítanme citar el inicio del famoso artículo de Coase:
El problema se suele considerar como: “A causa daño a B”, y la decisión a tomar es “¿Cómo debemos restringir a A? “. Pero esto está mal enfocado. Se trata de un problema de carácter recíproco. Evitar el daño a B sería infligir daño a A. La verdadera cuestión que debe decidirse es: ¿debe permitirse que A dañe a B o sería B quien debería tener permiso para hacer daño a A? El problema es cómo evitar el daño más grave.
En otras palabras, el problema es el de maximizar el valor de la producción o “riqueza”. Según Posner, cualquier cosa que aumente la riqueza social es justa y cualquier cosa que no la aumente es injusta. La tarea de los tribunales, por lo tanto, sería la de determinar los derechos de propiedad (y responsabilidad legal) a los denunciantes para que la “riqueza” sea máxima.
Para el ejemplo anterior considerado, esto significa que, si el costo de evitar las chispas es menor que la pérdida de la cosecha, el tribunal debe proteger al agricultor y responsabilizar al ferrocarril. Por otro lado, si el costo de evitar las chispas es mayor que la pérdida de la cosecha, entonces el tribunal debe estar de lado con el ferrocarril y declarar al agricultor responsable. Posner ofrece otro ejemplo. Una fábrica emite humo y, por lo tanto, disminuye el valor de las propiedades en los barrios residenciales. Si el valor de propiedad de las casas cae 3 millones de dólares y el costo de reubicación de la fábrica es de 2 millones de dólares, la planta debe ser condenada y obligada a reubicarse. Sin embargo, si los números se invierten -el valor de la propiedad cae 2 millones y los gastos de traslado son de 3 millones- la fábrica que emite humo puede continuar allí.
Más importante aún, todo esto también significa que los derechos de propiedad (y responsabilidades civiles) ya no son estables, constantes y fijos; se han convertido en variables. Los tribunales designarían derechos de propiedad de acuerdo con los datos variables de mercado. Si los datos cambian, los tribunales pueden re-ordenar estos derechos. Es decir, las diferentes circunstancias conducen a una redistribución de los títulos de propiedad. En este escenario, nadie estaría jamás seguro de su propiedad. La inseguridad jurídica se convertiría en permanente.
Eso no parece justo ni eficiente. Además, ¿quién en su sano juicio usaría un tribunal que ha anunciado que, con el tiempo, puede reasignar los títulos de propiedad existentes en función de las condiciones variables del mercado? Esta forma de asignación de los derechos de propiedad ciertamente no conduce a la maximización de la riqueza en el largo plazo.
P: ¿Qué piensa usted sobre el papel del Estado en la sociedad? ¿El Estado es una necesidad práctica o es un mal necesario? ¿Cómo describiría la transición de un modelo estatista hacía una sociedad clásica liberal?
Hoppe: Antes es necesario definir rápidamente qué es el Estado. Puedo adoptar lo que podría llamarse la definición estándar: un estado es una agencia que tiene el monopolio de la toma última de decisiones jurídicas en todos los casos de conflicto, incluidos los conflictos relacionados con el Estado mismo. Por lo tanto, también tiene el derecho a gravar impuestos sin enfrentar resistencia.
En microeconomía aprendimos que los monopolios son malos desde el punto de vista de los consumidores. Monopolio, en su sentido clásico, se entiende que es un privilegio exclusivo concedido a un solo productor de un bien o servicio -es decir, es una prohibición de la libre entrada de la competencia en una determinada línea de producción. En otras palabras, sólo una agencia, A, puede producir un determinado bien, X. Todo monopolio de este tipo es malo para los consumidores, ya que, por el hecho de estar protegido contra la entrada de competidores potenciales en su área de producción, el precio del producto X del monopolista será mayor y la calidad de X será menor de lo que sería en un entorno competitivo.
¿Por qué este razonamiento debería ser diferente cuando se aplica al monopolio estatal de la jurisdicción obligatoria de su territorio? El estado tiene el monopolio de los servicios jurídicos y policiales. ¿Por qué esta ley económica no se aplicaría a él? Dado que el estado es un monopolio clásico, se espera que el precio de sus servicios (cuya aceptación es obligatoria) sean más altos y de menor calidad que lo serían en un entorno competitivo. Para empeorar las cosas, ya que el Estado es el juez incluso de los conflictos en el que él mismo está implicado, se espera que el Estado tenga un interés en provocar conflictos para que él “resuelva” de acuerdo a sus propios intereses. Esto no es justicia (un bien), sino que es injusticia (un mal).
Así que para responder a su pregunta: ¡No! Creo que el estado es un mal innecesario. En un orden natural, con una variedad de agencias de seguros y de intermediación, el precio de los servicios de justicia caería y la calidad de estos servicios aumentaría. Mi libro Democracia, el dios que falló y mi artículo La producción privada de servicios de seguridad explican en detalle cómo las sociedades sin Estado -sociedades autónomas, dirigidas por si mismas- funcionarían y generarían una prosperidad sin precedentes.
Ahora, sobre los objetivos para la transición a la libertad, la respuesta es la misma para cualquier país, ya sea Turquía o Alemania, Francia o China, Colombia o Brasil. La democracia no es la solución -como tampoco fue la solución para los países del antiguo imperio soviético. Ni la centralización -como ocurre en la Unión Europea- sería la respuesta.
Al contrario, la mayor esperanza de la libertad se produce justamente en los países pequeños: Mónaco, Andorra, Liechtenstein, e incluso Suiza, Hong Kong, Singapur, Bermuda, etc. Quien valora la libertad debería animar y hacer todo por la aparición de decenas de miles de estas pequeñas entidades independientes. ¿Por qué no una Estambul libre e independiente que mantenga relaciones cordiales con el gobierno central de Turquía, pero que no tenga que pagar impuestos ni recibir transferencias, y que no reconozca las leyes impuestas por el gobierno central, ya que tiene sus propias?
Al igual que sus predecesores clásicos, los nuevos liberales no buscan la toma del gobierno. Ellos lo ignoran y quieren que el gobierno les deje en paz. Por otra parte, quieren separarse de su jurisdicción a fin de organizar su propia protección. A diferencia de sus predecesores, que sólo trataron de sustituir un gobierno grande por uno pequeño, los nuevos liberales toman la lógica de la secesión a su extremo. Ofrecen secesión ilimitada, es decir, la proliferación sin restricción de territorios libres e independientes, hasta que el alcance de la jurisdicción del Estado se desvanezca. Para este fin -y en contraste con los proyectos estatistas como “Integración Europea”, ALCA, NAFTA, “Nuevo Orden Mundial”-, ellos promueven una visión de un mundo con decenas de miles de países, regiones y cantones libres, de cientos de miles de ciudades libres. O, para ser aún más libres, distritos y barrios completamente autónomos y económicamente integrados a través del libre comercio. Como se explicará más adelante, cuanto menor es el territorio, mayor es la presión económica para aceptar el libre comercio. Y cuanto menores son las unidades políticas, mayores serán las posibilidades de adoptar un patrón monetario basado en una materia prima, muy probablemente el oro.
Los defensores de un estado fuerte y centralizado alegan que tal proliferación de unidades políticas independientes conduciría a la desintegración económica y empobrecimiento. Sin embargo, no sólo la evidencia empírica contradice esta afirmación -todos los pequeños países antes mencionados son más ricos que sus vecinos-, así como un análisis teórico muestra que esta afirmación es un mito más estatista.
Los gobiernos tienen varios pequeños competidores geográficamente cercanos. Si un gobierno pasa a tributar y regular más que sus competidores, la población emigrará, y el país sufrirá una fuga de capitales y de mano de obra. El gobierno se quedará sin recursos y se verá obligado a revocar sus políticas confiscatorias. Cuanto más pequeño sea un país, mayor será la presión sobre él para adoptar un auténtico comercio libre y mayor la oposición a las medidas proteccionistas. Cualquier interferencia gubernamental sobre el comercio exterior conduce a un empobrecimiento relativo, tanto en el país como en el exterior. Sin embargo, cuanto menor es un territorio y su mercado interno, más dramático sería este efecto. Si los EE.UU. adoptasen un proteccionismo más fuerte, el nivel de vida medio de los estadounidenses caería, aunque nadie moriría de hambre. Si un pueblo pequeño, como Mónaco, hiciese lo mismo, habría un hambre generalizada casi inmediata.
Imagine una casa de familia como la unidad más pequeña concebible secesionista. Al practicar un comercio libre sin restricciones, incluso el más pequeño de los territorios podría integrarse plenamente en el mercado mundial y disfrutar de todas las ventajas de la división del trabajo. De hecho, sus propietarios pueden convertirse en los más rico de la tierra. Por otro lado, si la misma familia decide abstenerse de todo comercio inter-regional, el resultado sería la pobreza extrema o incluso la muerte. Por lo tanto, cuanto menor sea el territorio y su mercado interno, más probable es su adhesión al libre mercado.
Por último, sólo voy a mencionar, pero sin entrar en detalles explicativos por falta de espacio, que la secesión también promovería la integración monetaria y conduciría a la sustitución del actual sistema monetario basado en monedas fiduciarias nacionales -fluctuantes entre sí y que se devalúan todos los días- por un patrón monetario basado en un producto totalmente fuera del control de los gobiernos. En resumen, el mundo estaría formado por pequeños gobiernos liberales y estaría económicamente integrad a través del libre mercado y por una moneda internacional de materias primas como el oro. Sería un mundo de prosperidad, crecimiento económico y avances culturales sin precedentes.
P: ¿Qué tienes que decir sobre el pensamiento libertario en los países en desarrollo? ¿Pueden adoptar una economía de mercado más libre? El sentido común es que cuanto más pobre es un país, mayor es la necesidad de un gobierno fuerte y proveedor. ¿Es usted optimista sobre el futuro de estos países con respecto a los valores clásico-liberales?
Hoppe: La humanidad se ha dotado de esta espléndida facultad como es la razón. Por lo tanto, siempre se puede esperar que la verdad se impondrá al final. Ahora, si es posible ser optimista acerca de un determinado país, dependerá enteramente de la siguiente pregunta: ¿cuántos miembros (en proporción) de la elite intelectual de este país tienen un buen conocimiento acerca de los fundamentos económicos? Una de las tareas centrales de un instituto que promueve ideas económicas es producir y multiplicar el número de estas personas, y así crear motivos para el optimismo.
Lo que un país “en desarrollo” tiene que entender es lo siguiente: hay razones por los que algunos países son ricos y otros son pobres -y esas razones tienen poco que ver con la “explotación” de los pobres por los ricos (aunque tal cosa, sin duda, también ocurre). Sólo hay un camino a la prosperidad general: la división del trabajo, el ahorro y la inversión. Los países ricos son ricos porque, a través de sus ahorros y sus inversiones -ambos posibles gracias a la división del trabajo-, han acumulado una gran cantidad de bienes de capital per cápita. Los países pobres son pobres porque han acumulado poco capital. ¿Por qué hay una gran cantidad de ahorro, inversión y capital acumulado en algunos países y poco o nada en los demás? Debido a que en algunos países hay, o hubo en el pasado, un grado relativamente elevado de protección y garantías a la propiedad privada, mientras que en otros países, la propiedad privada está o ha estado bajo constantes ataques, ya sea a través de impuestos, regulaciones o confiscaciones directas. Donde la propiedad privada no esté protegida, habrá pocos ahorros e inversiones.
Además, es esencial que un país “en desarrollo” entienda que una moneda fuerte y un sistema monetario sólido son también una característica esencial de seguridad. Los países con un historial de alta inflación no atraen inversiones y no permiten la formación de riqueza. Por tanto, es de suma importancia entender la siguiente ley: un aumento en la cantidad del papel moneda creado por el gobierno no puede -nunca, jamás- aumentar la riqueza social. Eso es una imposibilidad física. Después de todo, la impresión de dinero sólo significa aumentar el número de hojas de papel impreso en la sociedad. Esta medida no crea un bien de capital o de consumo individual. Esta medida no aumenta el nivel de vida en su conjunto. Si fuera así de fácil, si más papel moneda pudiese producir más riqueza, simplemente ya no habría ni una persona pobre en todo el mundo.
Lo único que puede hacer la inflación -y de hecho lo hace- es una redistribución sistemática de la riqueza social ya existente, redistribución que se produce a favor del gobierno (que es el productor de dinero) y sus clientes más inmediatos (estatistas, funcionarios públicos y empresarios con buenas conexiones políticas), y a costa de los que reciben este dinero en último lugar -y que, al recibirlo, ya están con su poder de compra reducido, pues los precios de los bienes y servicios de la economía ya han aumentado como resultado de esta inflación monetaria. La inflación monetaria es el equivalente al robo y a la confiscación de los ingresos, y los gobiernos de estos países “en desarrollo” tienen fama de ser los peores agresores de la seguridad monetaria de ciudadanos e inversores.
Mi consejo a los países subdesarrollados: adquieran la reputación de ser un lugar que respeta la propiedad privada, un lugar donde se garantiza que la propiedad, incluyendo el dinero, está a salvo (piense en Suiza, por ejemplo). Así habrá una oportunidad de prosperar. De lo contrario, no hay nada que hacer.

La esperanza de la libertad se encuentra en la secesión – Hans-Hermann Hoppe

Secesión de Hoppe
Entrevista a Hans-Hermann Hoppe.
P: ¿Cómo llegaste a ser libertario y qué pensadores fueron los más importantes en la formación de su pensamiento?
Hoppe: Cuando todavía era joven, estudiante alemán de secundaria, yo era un marxista. Más tarde, como estudiante en la Universidad de Frankfurt, me encontré con la crítica de Böhm-Bawerk a Marx, y aquello aniquiló la economía marxista para mí.
En consecuencia, después de eso, me hice un poco escéptico, atraído por la metodología positivista y especialmente falsacionista de Popper y por el programa gradual de ingeniería social de Popper. Como el propio Popper, en ese momento yo era un social-democrático de derecha.
Y luego las cosas comenzaron a cambiar rápidamente. En primer lugar, descubrí a Milton Friedman (muy bueno), entonces Hayek (mejor), entonces Mises (mucho mejor debido a su metodología explícitamente anti-positivista -a priori) y, por último, el sucesor teórico más importante de Mises, Murray N. Rothbard.


Por qué los peores gobiernan, Hans-hermann Hoppe

Gobierno de los peores
Capítulo extraído del libro Libertad o Socialismo del profesor Hans-Hermann Hoppe.
Una de las tesis más extensamente aceptadas entre los economistas políticos es la siguiente: Todos los monopolios son malos desde el punto de vista de los consumidores. Por monopolio se entiende, en su sentido clásico, como un privilegio exclusivo otorgado a un productor unico de un bien o servicio, o sea, como la ausencia de entradas libres en una línea particular de producción. Es decir, sólo una agencia, A, puede producir un bien dado, X. Cualquier monopolio es malo para los consumidores porque, protegido de nuevos participantes potenciales en su área de producción, el precio del producto X será más alto y la calidad más baja que si fuera de otro modo.



Esta verdad elemental ha sido invocada con frecuencia como un argumento a favor del gobierno democrático como opuesto al gobierno clásico, monárquico o señorial. Porque bajo la democracia la entrada al aparato gubernamental es libre – cualquiera puede llegar a ser primer ministro o presidente – mientras que bajo la monarquía está restringido al rey y su heredero.
Sin embargo, este argumento en favor de la democracia adolece de fallas fatales.
La entrada libre no siempre es buena. Libertad de entrada y competencia en la producción de bienes son buenas, pero en la producción de algo malo no lo son.
Libertad de entrada en el negocio de torturar y matar inocentes, o la libre competencia de falsificar o estafar, por ejemplo no son buenas; es peor que malo.
¿Así que qué tipo de “negocio” es gobernar? La respuesta: no es un productor usual de bienes en venta a consumidores voluntarios. Por lo tanto es un “negocio” dedicado a robar y a expropiar – por medio de impuestos y falsificación – y a guardar para sí los bienes robados. De ahí que, la libertad de entrar en el gobierno no mejora algo bueno. En realidad, hace las cosas peores, es decir, agrava lo malo.
Desde que el hombre es como es, en toda sociedad existen personas que codician la propiedad de los demás. Algunas personas están más inclinadas a este sentimiento que otras, los individuos aprenden generalmente a no actuar bajo tales pasiones y aún más, se sienten avergonzados de tenerlas. Ordinariamente pocos individuos son incapaces de suprimir exitosamente sus apetitos por la propiedad de otros, y son tratados como criminales por sus congéneres y reprimidos bajo la amenaza del castigo físico. Bajo el gobierno señorial, sólo una sola persona – el príncipe – puede actuar legalmente bajo el deseo por la propiedad de otra persona, y esto es lo que lo convierte en un peligro potencial y en un “mal”.
Sin embargo, un príncipe es restringido en sus deseos de redistribución porque todos los miembros de la sociedad han aprendido a considerar el tomar y redistribuir la propiedad de otras personas, como vergonzoso e inmoral. Por consiguiente miran cada acción del príncipe con sospecha suprema. En claro contraste, al abrir la entrada en el gobierno, a cualquiera le es permitido expresar libremente su deseo por la propiedad de otros. Lo qué era considerado anteriormente como inmoral y por consiguiente suprimido, es ahora considerado como un sentimiento legítimo. Todos pueden codiciar abiertamente la propiedad de otros en nombre de la democracia; y todos pueden actuar bajo este deseo por la propiedad de otros, siempre y cuando logren entrar en el gobierno. De ahí que bajo la democracia cualquiera puede llegar a ser una amenaza.
En consecuencia, bajo condiciones democráticas el pensamiento popular aunque inmoral y anti-social de desear la propiedad de otro hombre es sistemáticamente reforzado. Cada demanda es legitimada si ésta es proclamada públicamente bajo protección especial como “libertad de expresión”. Todo puede ser dicho y exigido, y todo puede ser arrebatado. Ni el aparentemente más seguro derecho de la Propiedad Privada está exento de las demandas redistributivas. Peor aún, sujeto a las elecciones de masas, esos miembros de la sociedad que tienen pocas o nulas inhibiciones en contra de tomar la propiedad de otro hombre, es decir, los amoralistas que son los más talentosos congregando mayorías de una multitud moralmente desinhibida y las demandas populares mutuamente incompatibles, (demagogos eficientes) tenderán a ganar su entrada y encumbrarse a la cima del gobierno. Así, una situación mala se convierte en una peor.
Históricamente, la selección de un príncipe se dio través del accidente de su nacimiento noble, y su única calificación personal fue típicamente su educación como futuro príncipe y preservador de su dinastía, su estatus y sus posesiones. Esto no aseguraba, por supuesto, que dicho príncipe no fuera malo o peligroso. Sin embargo, es importante recordar que cualquier príncipe que fallaba en su deber primario de avanzar la dinastía –quien arruinaba el país– enfrentaba el riesgo inmediato de ser neutralizado o asesinado por otro miembro de su propia familia. En cualquier caso, sin embargo, aún si el accidente de su nacimiento así como su educación no evitaran que un príncipe pudiera ser malo o peligroso, al mismo tiempo el accidente de un nacimiento noble y una educación magnífica tampoco impedía que pudiera ser un frívolo inofensivo e incluso una persona buena y moral.
En contraste, la selección de gobernantes por medio de elecciones populares hace casi imposible que una persona buena o inofensiva pudiese siquiera elevarse a la cima. Los primeros ministros y presidentes son seleccionados por su eficacia demostrada como demagogos moralmente desinhibidos.
Así, la democracia virtualmente asegura que solo los hombres malos y peligrosos puedan ascender a la cima del gobierno. Como resultado de la libre competencia y selección política, aquellos que suben se volverán individuos cada vez más corruptos y peligrosos, y sin embargo al ser cuidadores temporales e intercambiables, ellos serán raramente asesinados.
La libre entrada no siempre es buena. Libre entrada y competencia en la producción de bienes es buena, pero libre competencia en la producción de males no lo es.
Uno no puede hacer nada mejor que citar a H.L. Mencken. “Los políticos,” él anota con su característico ingenio, “rara vez si es que alguna, llegan [a un cargo público] por mérito, al menos en estados democráticos. A veces, claro, esto pasa pero sólo por algún tipo de milagro. Ellos son escogidos normalmente por varias razones, la principal siendo que simplemente tienen poder para impresionar y encantar a los intelectualmente desprivilegiados… ¿Alguno de ellos se aventurará a decir la llana verdad, la total verdad y nada más que la verdad acerca de la situación, externa o interna, del país? ¿Alguno de ellos se abstendrá de hacer promesas que sabe que no puede cumplir -que ningún ser humano podría cumplir? Alguno de ellos dirá una
palabra, aunque sea obvia, que alarme o aliene a cualquiera de la gran masa de idiotas enquistados en el comedero público, revolcándose en la papilla que crece cada vez más delgada, esperanzado contra toda esperanza? Respuesta: puede ser por pocas semanas, al inicio… Pero no después que el asunto vas en serio, y la pelea es sincera… Ellos avanzarán sobre el territorio buscando oportunidades para hacer ricos a los pobres, para remediar lo irremediable, para socorrer lo insocorrible, para descifrar lo indescifrable, para deflogisticar lo indeflogisticable. Ellos curarán las verrugas diciendo palabras sobre ellas, y pagando la deuda nacional con modeda que nadie tendrá que ganar. Cuando uno de ellos demuestre que dos veces dos es cinco, otro probará que es seis, seis y medio, diez, veinte, n. En resumen, ellos se presentarán a sí mismos como sensibles, cándidos, hombres confiables y simplemente siendo candidatos para el cargo, empeñados solamente en asegurarse votos. Ellos van a saber para entonces, suponiendo que algunos de no lo sepan ya, que los votos son asegurados bajo la democracia, no al hablar sensatamente si no por hablar cosas sin sentido, y se dedicarán a sí mismos a la tareas con una sonrisa de corazón. Muchos de ellos, antes de que el alboroto se haya terminado, se convencerán realmente. La mayoría de ellos, antes de que acabe el barullo, se habrán convencido a sí mismos. El ganador será quien prometa más con la menor probabilidad de cumplir.

Por qué los peores gobiernan, Hans-hermann Hoppe

Gobierno de los peores
Capítulo extraído del libro Libertad o Socialismo del profesor Hans-Hermann Hoppe.
Una de las tesis más extensamente aceptadas entre los economistas políticos es la siguiente: Todos los monopolios son malos desde el punto de vista de los consumidores. Por monopolio se entiende, en su sentido clásico, como un privilegio exclusivo otorgado a un productor unico de un bien o servicio, o sea, como la ausencia de entradas libres en una línea particular de producción. Es decir, sólo una agencia, A, puede producir un bien dado, X. Cualquier monopolio es malo para los consumidores porque, protegido de nuevos participantes potenciales en su área de producción, el precio del producto X será más alto y la calidad más baja que si fuera de otro modo.


Ese fraude llamado “Estado”, Hans-Hermann Hoppe

Estado como fraude
Artículo de Hans-Hermann Hoppe.
Murray Rothbard una vez describió al Estado como una banda de ladrones en grande. Y si se mira de cerca, verás que hay un esfuerzo propagandístico enorme hecho por el Estado y los que están a su sueldo -o los que les gustaría estar a su sueldo- para convencernos de que es perfectamente legítimo que una organización esencialmente parasitaria viva a costa nuestra manteniendo un alto nivel de vida, que nos mate (con su policía poco preparada), que nos robe con sus impuestos, que nos obligue a hacer el servicio militar y que controle totalmente nuestra forma de vida.
La motivación fundamental de los que defienden el Estado es saber que, una vez en la máquina pública, ellos tendrán acceso a abultados salarios, puestos de trabajo estables y una pensión integral y completa. Los que están fuera del servicio público abogan por el Estado por saber que éste les dará ventajas en cualquier negociación sindical. Además de estas personas, también hay empresarios que defienden al Estado. Estos están pensando en los subsidios y garantías gubernamentales, jugosos contratos para obras públicas y en el uso general del gobierno para alimentar a sus amigos y debilitar a sus competidores. El Estado, para ellos, es una garantía de riqueza.



En todo lugar, el Estado siempre trata de ganar a costa de los demás. No se ha registrado ningún avance en esta realidad. Podemos cambiar las definiciones y afirmar que, debido a que votamos, nos estamos gobernando a nosotros mismos. Pero eso no cambia la esencia del problema moral del Estado: todo lo que tiene lo ha conseguido a través del robo. Ni un centavo de su presupuesto multimillonario (trillonario, en el caso de EE.UU.) se adquiere mediante el intercambio voluntario.
Los gobiernos dividen la sociedad en dos castas: los que dan obligatoriamente su dinero al Estado y los que ganan dinero del Estado. Para mantener el sistema en funcionamiento, los que dan dinero debe ser numéricamente mucho mayores que los que reciben. Fue así en los primeros días de las naciones-estado y así sigue siendo hoy en día. La existencia de elecciones no cambia la esencia de esta operación.
En los EE.UU., cuando leemos los escritos de los padres fundadores, notamos una gran preocupación acerca de las facciones. Por facciones, los padres fundadores se referían a grupos de personas en guerra entre sí para decidir quién tendría el control sobre el bolsillo de la población. La solución a este problema no fue abolir las diferencias de opinión, sino, más bien, mantener el gobierno en un tamaño mínimo, por lo que las ventajas de ganar el poder eran pequeñas. Puedes limitar el poder de una facción limitando el tamaño del gobierno. Todos los mecanismos creados por los padres fundadores -separación de poderes, el colegio electoral, la Declaración de Derechos- se instituyeron como un medio para lograr este objetivo.
Pero, ¿cómo se produjo toda la distorsión? ¿Cómo pasó que los seres humanos permitiesen que el Estado actual exista? ¿Cómo pasamos a permitir que ellos nos gobernasen de esta manera déspota? ¿Y por qué hay algunos que lo aman, e incluso se inclinan hacia él, tomados por un sentimiento casi religioso en relación al Estado?
Bueno, si piensas en el argumento central a favor del Estado verás que es muy fácil ver un error fundamental en su concepción; y verás que es realmente un milagro que el Estado haya surgido. El argumento a favor de la existencia del Estado es simplemente este: hay una escasez de recursos en el mundo, y debido a esta escasez existe la posibilidad de conflictos entre los diferentes grupos de personas. ¿Qué hay que hacer con los conflictos que puedan surgir? ¿Cómo garantizar la paz entre las personas?
La propuesta hecha por los estatistas, desde Thomas Hobbes hasta la actualidad, es la siguiente: ya que hay conflictos constantes produciéndose, los contratos hechos entre varios individuos no serán suficientes. Por lo tanto, necesitamos un tomador de decisiones supremo que sea capaz de decidir quién tiene razón y quién está equivocado en cada conflicto. Y este tomador de decisiones supremo en un determinado territorio, esta institución que tiene el monopolio de la decisión en un territorio determinado se define como el Estado.
La falacia de este argumento se hace evidente cuando te das cuenta de que, si hay una institución que tiene el monopolio de la última toma de decisiones en todos los casos de conflicto, entonces esta institución también dirá quién tiene razón y quién está equivocado en los casos de conflicto en el que esta misma institución está involucrada. Es decir, no es sólo una institución que decide quién tiene razón o no en los conflictos que tenemos con terceros, sino también es la institución que decidirá quién tiene razón o no en los casos en que esta institución está envuelta en conflictos con otros.
Una vez que te das cuenta de esto, entonces se hace inmediatamente evidente que esta institución puede por sí misma provocar conflictos para, entonces, decidir a su favor quién tiene razón y quién está equivocado. Esto se puede ejemplificar en particular por instituciones como la Corte Suprema de Justicia. Si una persona tiene un conflicto con una entidad gubernamental, el tomador supremo de decisiones -el que decidirá quién tiene la razón, si el Estado o el individuo- es la Corte Suprema de Justicia, que no es más que el núcleo de la misma institución con que ese individuo está en conflicto. Así que, por supuesto, será fácil de predecir cuál será el resultado del arbitraje de este conflicto: el Estado tiene razón y el individuo acusado es culpable.
Esa es la receta para aumentar continuamente el poder de esta institución: provocar conflictos para, a continuación, decidir a favor de sí misma, y luego decirle a la gente que se queja del Estado cuánto deben pagar por estos juicios emitidos por el Estado. Es fácil, entonces, entender esta falacia fundamental presente en la construcción de una institución como el Estado.
Y como hemos visto una expansión imparable del poder del Estado en absolutamente todos los países del mundo, cabe preguntarse: ¿hay alguna esperanza? ¿El Estado es, de hecho, una institución tan poderosa contra la que nada se puede hacer? ¿Hay alguna manera de oponerse a él?
Lo primero que hay que hacer para oponerse al Estado debe ser, por supuesto, entender su naturaleza interior. Por ejemplo, es curioso que los economistas, en todas las otras áreas de la economía, se opongan a los monopolios y estén a favor de la competencia. (Se oponen a los monopolios ya que, desde el punto de vista del consumidor, las instituciones monopólicas producen a costos más altos que el costo mínimo y ofrecen un producto más caro cuya calidad es más baja de lo que sería en un entorno competitivo. Consideran la competencia como algo bueno para los consumidores porque los competidores están constantemente tratando de reducir sus costos de producción con el fin de trasladar estos costos más bajos en forma de menores precios para los consumidores y, por lo tanto, superar a sus competidores. Además, por supuesto, de tener que producir productos con la mayor calidad posible en estas circunstancias). Sin embargo, cuando se trata de la cuestión más importante para la vida humana -es decir, la protección de la vida y la propiedad- casi todos los economistas están a favor de que haya un monopolista prestando estos servicios. Parece que piensan que el argumento de la competencia ya no es válido. Parecen no entender que el monopolio de estos servicios requerirá gastos mucho mayores y, de la misma manera, la calidad del producto -en este caso la ley, el orden y la justicia- será menor.
Así que, para iniciar cualquier tipo de retirada del Estado tenemos que entender claramente su naturaleza íntima monopolística y discernir los efectos negativos que tienen monopolios sobre todos los ámbitos de la vida, especialmente en el área de la ley y el orden. Lo que podemos desear, en la mejor de las hipótesis -en caso que no consigamos abolir el Estado-, es que el número de estados competitivos sea lo suficientemente grande. Un gran número de estados no permite fácilmente a cada estado en particular aumentar los impuestos y las regulaciones porque la gente, en este caso, “votan con sus pies”, es decir, cambiarían de Estado (cambiando de país). La situación más peligrosa concebible es aquella en que un gobierno mundial impondría los mismos impuestos y las regulaciones a nivel mundial, eliminando todos los incentivos para que las personas se muevan de un país a otro, debido a que la estructura de los impuestos y las regulaciones serían las mismas en todas partes.
Por otro lado, imagina una situación en la que hubiese decenas de miles de Suizas, Liechtensteines, Monacos, Hong Kongs y Singapures. En este caso, aunque cada Estado quisiese aumentar los impuestos y las regulaciones, simplemente no tendría éxito porque habría repercusiones inmediatas -es decir, la gente pasaría de los sitios menos favorables a los lugares más favorables.
Cuando pensamos en pensadores como Étienne de La Boétie, Hume, Mises, Rothbard, etc, vemos que todos ellos dijeron que, por más inexpugnable que el Estado parezca, con todo su ejército, con su gran número de empleados y con su vasto aparato de propaganda, en realidad es vulnerable debido a que el Estado es una minoría que vive parasitariamente a expensas de la mayoría, que depende del consentimiento de los gobernados. Incluso los Estados más poderosos -como, por ejemplo, aquellos que vimos en la Unión Soviética (URSS), Irán bajo el Shah, y la India bajo el dominio británico- pueden desmoronarse. Y esto sigue siendo una esperanza.
Una vez más, la idea es la siguiente: el presidente puede dar una orden, pero la orden debe ser aceptada y ejecutada por un general; el general puede emitir una orden, pero la orden ha de ser ejecutada por el teniente; el teniente puede dar una orden, pero la orden debe ser ejecutada en última instancia por los soldados, que son los que tendrán que disparar. Y si ellos no disparan, entonces todo lo que el presidente -o el comandante supremo- ordenan pasa a no tener efecto alguno. Por lo tanto, el Estado sólo puede efectuar sus políticas si la gente le da su consentimiento voluntario. Ellos pueden no estar de acuerdo con todo lo que hace el Estado y/o ordena que otros hagan, pero, mientras colaboran, obviamente tendrán la opinión de que el Estado es una institución necesaria, y los pequeños errores que esta institución cometa serán a penas el precio necesario a pagar para mantener la excelencia de lo que produce. Cuando esta ilusión desaparece, cuando la gente entiende que el Estado no es más que una institución parasitaria, cuando ellos ya no obedecen las órdenes dadas por esta institución, todos los poderes del Estado, incluso el déspota más poderoso, desaparecen inmediatamente.
Pero para que eso sea posible, es necesario en primer lugar que las personas desarrollen lo que llamamos “conciencia de clase”, no en el sentido marxista -que dice que hay un conflicto entre empresarios y trabajadores-, sino en el sentido de una lucha de clases que se opone, por un lado, a los regentes del Estado, o a la clase dominante, y por el otro lado, los que están bajo el dominio del Estado. Por lo tanto, el Estado debe ser visto como un explotador, una institución parásita. Sólo cuando hemos desarrollado una conciencia de clase de este tipo hay esperanzas de que el Estado, precisamente a causa de la difusión general de este concepto, pueda derrumbarse.
Por último, el punto de vista de Hobbes es interesante. Una de las cosas que más amenaza al Estado es el humor y la risa. El Estado asume que debes respetarlo, que lo debes tomar muy en serio. Hobbes decía que era algo muy peligroso el hecho de que las personas se rieran del gobierno. Así que, trata de seguir siempre la siguiente regla: riéte y búrlate del gobierno tanto como te sea posible.