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Friday, July 8, 2016

Bitcoin se fortalece tras Brexit

La moneda digital se convierte en un refugio durante la crisis del Brexit, así como el oro, el yen japonés y los bonos soberanos alemanes

(queesbitcoin)
Los inversores están comenzando a ver al Bitcoin como una opción segura. (queesbitcoin)
Luego de que el Reino Unido decidiera el viernes 23 de junio, a través de un referendo nacional, abandonar la Unión Europea (UE), la economía del mundo se vio afectada: la libra esterlina fue la primera en caer 11,7% en su peor nivel en 30 años; el peso mexicano sufrió una devastadora caída con respecto al dólar; las bolsas asiáticas se hundieron al menos 8% y el índice Nikkei cerró con una baja de 7,92%; sin embargo, hubo una moneda que no sufrió, sino que se fortaleció: el Bitcoin.



El 21 de junio de este año, la famosa criptomoneda se cotizaba en US$663 por bitcoin. Luego, al día siguiente, y por la presunta posibilidad de que el Reino Unido votara a favor de quedarse en la Unión Europea, el Bitcoin tuvo un descenso a de más de 100 dólares, a US$540,17. No obstante, inmediatamente después de que se conocieron los resultados oficiales en el referendo, que dieron ganador a la opción de abandonar la UE, la moneda digital subió a US$652.
Ciertamente, la subida del bitcoin con respecto al dólar no es realmente sustancia; sin embargo, demuestra una alta solidez en la moneda que, hasta el momento, se encuentra en un precio estable: hoy cerró cotizándose en US$ 643.
Frente a estos índices, el director y jefe de investigaciones en FTI Consulting, Dan Haley, explica: “Parece que los inversores están mitigando frente a la posibilidad del Brexit”.

De esta forma, la moneda digital se convierte en un refugio durante la crisis del Brexit, así como el oro, el yen japonés y los bonos soberanos alemanes. Se demuestra que los inversionistas comienzan a valorar las cualidades de la criptomoneda.
No obstante, la moneda digital todavía sigue siendo más volátil que el oro: “El oro ha pasado, con el Brexit, de un pico de US$ 1.330 por onza, a US$ 1.307 por onza; mientras que el Bitcoin pasó del pico de US$ 691 a $618”, señala el comerciante del sitio CryptoCompare, Charles Hayter.
“Hasta el momento el oro ha sido la mejor opción para escapar de la volatilidad post-Brexit; sin embargo, el Bitcoin también se convierte en una opción importante”, asegura Hayter.
Fuente: City A.M.

Bitcoin se fortalece tras Brexit

La moneda digital se convierte en un refugio durante la crisis del Brexit, así como el oro, el yen japonés y los bonos soberanos alemanes

(queesbitcoin)
Los inversores están comenzando a ver al Bitcoin como una opción segura. (queesbitcoin)
Luego de que el Reino Unido decidiera el viernes 23 de junio, a través de un referendo nacional, abandonar la Unión Europea (UE), la economía del mundo se vio afectada: la libra esterlina fue la primera en caer 11,7% en su peor nivel en 30 años; el peso mexicano sufrió una devastadora caída con respecto al dólar; las bolsas asiáticas se hundieron al menos 8% y el índice Nikkei cerró con una baja de 7,92%; sin embargo, hubo una moneda que no sufrió, sino que se fortaleció: el Bitcoin.


Tuesday, June 21, 2016

La vía a la prosperidad con unos mercados sólidos

Edmund S. Phelps, the 2006 Nobel laureate in economics, is Director of the Center on Capitalism and Society at Columbia University and author of Mass Flourishing.
BERLÍN – El desplome financiero mundial que estuvo a punto de ocurrir y las contracciones posteriores dejaron a las naciones anglosajonas cavilando sobre qué debían hacer para encaminar sus economías por una senda que conduzca a la recuperación y al tiempo evitar una crisis similar en el futuro. Algunos miembros del Centro sobre Capitalismo y Sociedad de la Universidad de Columbia enviaron recomendaciones a la última reunión del G20, celebrada el pasado mes de abril. Para crear más puestos de trabajo en la economía, yo propuse que los gobiernos crearan una clase de bancos que cultivaran el perdido arte de la financiación de proyectos de inversión en el sector empresarial: el tipo de financiación para el que los antiguos bancos “mercantiles” eran auténticos expertos hace un siglo. También reiteré mi apoyo a una subvención para las empresas que mantuvieran el empleo de los trabajadores con salarios bajos. (Singapur adoptó esa idea con resultados envidiables.) 


Para proteger los bancos comerciales de los riesgos que podría correr su solvencia (y, además, la de todo el país) una vez más, Richard Robb propuso que se aplicara un pequeño impuesto a las deudas a corto plazo de los bancos para que no cayeran en un endeudamiento excesivo. Amar Bhide propuso que los bancos comerciales volvieran a la banca “estricta”. Si lo hiciesen, no podrían pedir préstamo alguno.
Pero, pese a todas las medidas normativas y a los discursos al respecto, los países del G20 no adoptaron ninguna de esas propuestas. Han centrado la atención en las medidas anticíclicas destinadas a moderar la contracción, en lugar de en la reestructuración. Esa moderación, en sí misma, es digna de beneplácito, desde luego, pero las medidas adoptadas pueden estar retrasando la recuperación.
Gran parte del “estímulo” fiscal a los consumidores hace que las empresas mantengan a sus empleados en lugar de liberarlos para que se orienten hacia el sector de la exportación y la competencia con las importaciones, que están experimentando un gran desarrollo. Gran parte del estímulo destinado a los propietarios de viviendas está apuntalando los precios de la vivienda con unos niveles insostenibles, con lo que se está retrasando la absorción en la economía de los recursos excedentes en el sector de la construcción. Otra ronda de estímulo mundial, después de que la contracción se haya acabado o casi, haría subir los tipos de interés y disminuir la actividad inversora.
Las iniciativas estatales encaminadas a reconstruir la “infraestructura” –a substituir las menguantes inversiones privadas por inversiones estatales en atención de salud, control del clima y conservación de la energía– no tienen ese inconveniente, pero resultan discutibles como medio para la creación de puestos de trabajo. La inversión privada se ve sostenida por la innovación privada, que renueva las buenas oportunidades, pero, ¿se renovarían igualmente las buenas oportunidades para la inversión estatal? ¿Podrían las incertidumbres creadas por la entrada en semejante territorio desconocido hacer pagar un precio cuantioso a la actividad inversora privada?
Los gobiernos deben desechar la falsa ilusión de que, para conseguir la plena recuperación, basta con apretar botones. Desde el comienzo de las economías asombrosamente innovadoras que brotaron en el siglo XIX, el método probado y corroborado para obtener una gran prosperidad –para que haya una gran oferta de empleos atractivos y estimulantes– ha sido un sistema de empresa privada innovadora en el sector de los negocios.
Lo que los gobiernos deben hacer es “estimular” una economía innovadora, no kilómetros y kilómetros de carreteras, energía eólica y otros proyectos de construcción. La forma mejor de acortar la contracción es la de reestructurar la economía de tal modo, que recupere un nivel de normalidad superior.
El próximo diciembre, el Centro sobre el Capitalismo y la Sociedad se reunirá en Berlín, pocas semanas después de las conmemoraciones de la caída del Muro de Berlín. La reunión va encaminada a buscar formas de racionalizar y reforzar unas economías tambaleantes para que cuenten con el dinamismo que crea una gran prosperidad: abundancia de puestos de trabajo y gran satisfacción en el empleo.
Naturalmente, no se conocen todos los instrumentos para la creación de prosperidad, pero muchos sí. Es bueno disponer de un sector bancario dirigido por una diversidad de financieros sagaces y capacitados para reconocer proyectos de inversión innovadores y dispuestos a financiarlos. Es bueno disponer de un sector empresarial en el que los accionistas no sean víctimas de gerentes que actúen en provecho propio. Es malo que haya gestores de fondos que se deshagan de las acciones de una empresa, si no alcanza sus objetivos de beneficios correspondientes al próximo trimestre.
No obstante, el objetivo del gran dinamismo plantea un problema. A los mercados, por estar poblados por meros seres humanos, les cuesta averiguar dónde se encuentran las oportunidades de inversiones provechosas (por no hablar de las más provechosas). El conocimiento por parte de una empresa de los resultados futuros de un nuevo negocio es imperfecto, por no decir algo peor, y cuanto más innovadora sea la empresa, más imperfecta será cualquier comprensión por anticipado de su posible resultado.
El conocimiento por parte de un inversor de los resultados de la decisión de comprar tal o cual activo, financiero o real, es igualmente imperfecto. Además, lo que otros piensen –y, en particular, lo que hagan los rivales– puede tener grandes consecuencias en los resultados de una decisión y gran parte de lo que otros entienden y se proponen es privado y, por tanto, inaccesible. De modo que un dinamismo económico depende del suficiente número de personas dispuestas a actuar, pese a lo poco que saben.
Quienes, en la conferencia de Berlín y en otros ámbitos, intentamos reconstruir las economías para que adquieran un mayor dinamismo debemos hacerlo con conciencia de esas realidades económicas. Los poderes mágicos del mercado son limitados. Por fortuna, hay algunos preceptos e ideas en materia de políticas en los que los gobiernos harían bien en invertir su capital político, si quieren que se reanude la innovación y la prosperidad que la acompaña.
Un precepto ancestral es el de procurar no quebrantar la confianza de los inversores innecesariamente. Cuando John Maynard Keynes fue a ver al Presidente Roosevelt en plena Depresión, le aconsejó moderar la retórica antiempresarial del gobierno y, sin embargo, los gobiernos deben procurar también no infundir demasiada confianza a las empresas, pues podrían caer en la tentación de aumentar los márgenes comerciales y afectar a las ventas.
También la simplificación de las entidades financieras, en particular las que cuenten con un apoyo estatal implícito, debe desempeñar un papel en la reconstrucción de una economía dinámica. Las calificaciones que pretenden  tener en cuenta el “riesgo sistemático” pueden resultar tan peligrosas como las que no lo tengan en cuenta. Las empresas que trabajan con fondos especulativos y capital de riesgo y se aventuran con nuevos proyectos y los bancos mercantiles reconstituidos están en condiciones relativamente buenas para adoptar decisiones financieras que requieren juicio y capacidad para lanzarse a lo desconocido y hacerlo con un horizonte no dictado por los beneficios trimestrales.
También hay ideas para abordar los vaivenes especulativos, que pueden inducir a inversiones derrochadoras y una pérdida de la innovación. Sus “correcciones” pueden tener también costos: un desplome del negocio y una mayor pérdida de innovación.
Un marco conceptual –la economía del conocimiento imperfecto– recientemente ideado por un miembro del Centro, Roman Frydman, en colaboración con Michael Goldberg, muestra que los vaivenes excesivos de los precios de los activos se deben a la imperfecta comprensión por parte de los participantes en los mercados de las futuras recompensas de sus decisiones. Dicho marco brinda una lógica a la intervención normativa en los mercados de activos y también tiene consecuencias importantes para la forma como los reguladores deben calibrar y gestionar el riesgo financiero sistémico.
El análisis reconoce que a largo plazo el mercado logra mucho mejores resultados (aunque no perfectos) en materia de fijación de precios que los reguladores, pero constituye un alegato en pro de nuevas medidas, incluidos los “abanicos de orientaciones” sobre los precios de los activos y la variación conveniente de depósitos mínimos y necesidades de capital, para contribuir a moderar los excesivos movimientos de precios.
Recuperar un capitalismo que funcione bien puede ser como ascender por una montaña muy empinada, pero hay motivos para abrigar la esperanza de que esté a nuestro alcance.

La vía a la prosperidad con unos mercados sólidos

Edmund S. Phelps, the 2006 Nobel laureate in economics, is Director of the Center on Capitalism and Society at Columbia University and author of Mass Flourishing.
BERLÍN – El desplome financiero mundial que estuvo a punto de ocurrir y las contracciones posteriores dejaron a las naciones anglosajonas cavilando sobre qué debían hacer para encaminar sus economías por una senda que conduzca a la recuperación y al tiempo evitar una crisis similar en el futuro. Algunos miembros del Centro sobre Capitalismo y Sociedad de la Universidad de Columbia enviaron recomendaciones a la última reunión del G20, celebrada el pasado mes de abril. Para crear más puestos de trabajo en la economía, yo propuse que los gobiernos crearan una clase de bancos que cultivaran el perdido arte de la financiación de proyectos de inversión en el sector empresarial: el tipo de financiación para el que los antiguos bancos “mercantiles” eran auténticos expertos hace un siglo. También reiteré mi apoyo a una subvención para las empresas que mantuvieran el empleo de los trabajadores con salarios bajos. (Singapur adoptó esa idea con resultados envidiables.) 

Saturday, June 18, 2016

Dinero sin Estado



La cruzada de los Estados contra la libertad individual de sus súbditos tiene muchos frentes, y en todos ellos se libran batallas tan encarnizadas como desapercibidas para las grandes masas anestesiadas. Pese a no producir absolutamente nada, los Estados tienen a su disposición unos recursos casi ilimitados: les basta quitárselos a la gente, y las normas que imponen para ello no dejan de proliferar y sofisticarse.
La tecnología brinda nuevas armas a los dos contendientes. El aparato estatal la utiliza para vigilarnos y controlar nuestros pasos hasta extremos inéditos. Los individuos la empleamos —con frecuencia inconscientemente— para evadir esos controles insidiosos, fortalecer nuestra independencia y aumentar nuestra privacidad. Si llegara a prevalecer una tecnología de la recentralización y la jerarquización estaríamos perdidos y la humanidad futura sería menos libre que en cualquiera de sus estadios precedentes. Si, por el contrario, sigue siendo superior el avance de las tecnologías de interrelación horizontal y privada entre individuos, estaremos a salvo. Afortunadamente, hasta ahora parece clara la tendencia hacia una diseminación tecnológica tan generalizada, veloz y descoordinada que supera el avance tecnológico estatal.



Todos los grandes cambios tecnológicos han provocado cambios igualmente importantes en la red social, es decir, en la estructura de interrelaciones humanas
Siendo importante el efecto directo de la tecnología sobre el espacio directo de libertad de cada persona, lo realmente esencial es su inducción de cambios culturales. Todos los grandes cambios tecnológicos han provocado cambios igualmente importantes en la red social, es decir, en la estructura de interrelaciones humanas. Una evolución tecnológica que se basa en la colaboración espontánea de millones de tecnólogos en persecución de infinidad de fines particulares es la mejor garantía de que el cambio cultural subsiguiente vaya en la línea de más libertad y menos Estado para todos. Hay quienes teorizan que, en unas pocas décadas, la proliferación de las tecnologías libres provocará un cambio de paradigma en la organización social y política, sustituyendo las instituciones actuales por otras más acordes con la nueva red social. Tiene sentido, porque parece a todas luces imposible que el cambio afecte a todo lo demás y esquive solamente las estructuras políticas. Ahora bien, incluso si este pronóstico esperanzador resulta acertado, no va a ser ningún paseo militar para los partidarios de la Libertad. Los Estados se resistirán —se están resistiendo ya— a un futuro así. El recrudecimiento del estatismo, que trasciende los colores políticos, es una reacción esperable a esta tendencia de largo plazo que le amenaza.
Los Estados ya están atacando una de nuestras líneas de defensa fundamentales: el anonimato. Para ello no sólo emplean todas las novedades tecnológicas posibles. No les basta porque los individuos estamos en ventaja simplemente combinando las nuevas tecnologías con la privacidad convencional reconocida por nuestros textos constitucionales. Por eso vemos en todo el mundo cómo se erosiona sin contemplaciones los viejos derechos civiles antes inquebrantables, mientras en algunos países de nuestro entorno se limita legislativamente la encriptación de información o se pretende establecer sistemas de inspección profunda de los paquetes de datos en tránsito. El control de la ubicación del individuo es uno de los desarrollos más preocupantes, y contribuyen a él desde la identificación de las matrículas en los parquímetros hasta la intervención de las redes de telecomunicaciones móviles. Si algo han demostrado whistleblowers como Assange o Snowden es la absoluta falta de escrúpulos de los Estados a la hora de espiarnos a todos.
Uno de los medios más eficaces para tenernos vigilados es la destrucción de nuestra privacidad financiera, cuya inviolabilidad es ya un simple recuerdo
Uno de los medios más eficaces para tenernos completamente vigilados es la destrucción de nuestra privacidad financiera, cuya inviolabilidad es ya un simple recuerdo. Siempre se ha dicho que los impuestos directos no son perniciosos solamente porque nos quitan recursos, sino sobre todo porque obligan a revelar al Estado las finanzas personales. Pero esa injerencia resulta hoy casi un juego de niños, al lado del gran objetivo estatal que, indicio a indicio, vemos progresar en todo el mundo. Se trata de la destrucción del dinero tal como lo conocemos.
En realidad el Estado lleva mucho tiempo, como mínimo más de un siglo, destruyendo la institución dinero que tanto estorbaba a sus planes de control total del individuo. Para ello estableció el sistema de banca central y las leyes de curso monetario forzoso, y eliminó paulatinamente todo freno a la emisión de dinero mediante patrones objetivos. Igualmente, el Estado mantiene un reducido y privilegiado oligopolio bancario que, en realidad, no es más que una extensión suya. Ahora se dispone a asestar el golpe definitivo al libre intercambio entre particulares, eliminando el dinero físico para desanonimizar hasta las más pequeñas transacciones.
Los billetes y monedas son títulos al portador que cumplen una función ancestral y crucial: desvincular el valor transportado de la identidad del usuario
Si el dinero es, entre otras cosas, un depósito de valor y un medio de intercambio, es obvio que ambas funciones deben ser anónimas si así lo deciden las partes. Una vez incorporado legítimamente al patrimonio de una persona, el dinero debe poderse emplear de forma anónima en infinidad de situaciones. Los billetes y monedas son títulos al portador que cumplen una función ancestral y crucial: desvincular el valor transportado de la identidad personal de su usuario. El nuevo DNI 3.0 es uno de los pasos que están dando algunos Estados para hacer que todo el mundo lleve encima en un documento-aparato entre cuyas múltiples capacidades podrá habilitarse, en un futuro muy cercano, la de acceder a los depósitos bancarios para cualquier transacción. Hasta una barra de pan podría pagarse aproximando el DNI-billetera a un aparato de cobro situado en la panadería, quedando así registrado no sólo el importe sino, obviamente, la ubicación del pagador en el momento del pago. Las entidades bancarias, colaboracionistas del Estado, ya fuerzan hasta extremos inéditos la “trazabilidad” de las transacciones realizadas, y lo presentan como una buena práctica de responsabilidad social.
En fin, se hace necesaria una rebelión ciudadana contra la desanonimización del dinero. Tal vez un resultado positivo de este ataque en ciernes a nuestra privacidad sea la consolidación de una economía colaborativa con sistemas sofisticados de trueque al margen del dinero estatal, o la de dineros privados tipo pagaré, libremente endosables; o, mucho mejor, la generalización de monedas virtuales seguras y despolitizadas, como Bitcoin y similares. Si el Estado amenaza a la institución dinero, respondamos con formas de dinero sin Estado.

Dinero sin Estado



La cruzada de los Estados contra la libertad individual de sus súbditos tiene muchos frentes, y en todos ellos se libran batallas tan encarnizadas como desapercibidas para las grandes masas anestesiadas. Pese a no producir absolutamente nada, los Estados tienen a su disposición unos recursos casi ilimitados: les basta quitárselos a la gente, y las normas que imponen para ello no dejan de proliferar y sofisticarse.
La tecnología brinda nuevas armas a los dos contendientes. El aparato estatal la utiliza para vigilarnos y controlar nuestros pasos hasta extremos inéditos. Los individuos la empleamos —con frecuencia inconscientemente— para evadir esos controles insidiosos, fortalecer nuestra independencia y aumentar nuestra privacidad. Si llegara a prevalecer una tecnología de la recentralización y la jerarquización estaríamos perdidos y la humanidad futura sería menos libre que en cualquiera de sus estadios precedentes. Si, por el contrario, sigue siendo superior el avance de las tecnologías de interrelación horizontal y privada entre individuos, estaremos a salvo. Afortunadamente, hasta ahora parece clara la tendencia hacia una diseminación tecnológica tan generalizada, veloz y descoordinada que supera el avance tecnológico estatal.


Tuesday, June 14, 2016

El precedente del dólar de Ron Paul



El 14 de noviembre de 2007, agentes federales entraron en las oficinas centrales de una compañía llamada NORFED, National Organization for the Repeal of the Federal Reserve Act and Internal Revenue Code, y se incautaron de sus existencias de oro, plata y cobre, buena parte en forma de monedas mostrando la imagen del congresista de EEUU Ron Paul, de Texas, candidato a la nominación a Presidente de Estados Unidos.
La orden de registro para esta acción alega fraude y lavado de dinero y una declaración de apoyo se refería a las provisiones del Código de EEUU que prohíben la emisión de cualquier moneda destinada a circular como dinero y de cualquier cosa que tenga el aspecto de la moneda de Estados Unidos.
Los detalles del caso son complicados, pero hay dos asuntos de los que puedo ocuparme sin referirme a las acusaciones y contraacusaciones. ¿Cómo es que el gobierno de EEUU tiene el poder de prohibir a la gente usar formas alternativas de dinero (es decir, la primera provisión) y cómo se puede decir que las monedas de la NORFED tienen el aspecto de las de Estados Unidos (la segunda)?



Desde 1934 hasta 1975, estaba prohibido a cualquier estadounidense poseer oro en bruto. Antes de 1934, se pensaba que el Congreso de EEUU no tenía poder para hacer algo ilegal. Por tanto, los prohibicionistas necesitaron en su momento una enmienda constitucional que eliminar nuestro alcohol. Pero, en 1934, el Tribunal Supremo de EEUU decidió, por 5 votos a 4, que el Congreso sí podía hacer ilegal el oro.
Es más, en esta sentencia y otras posteriores, el Supremo decidió que el Congreso podía prohibirnos usar monedas de oro o plata, como las que podrían emitir gobiernos extranjeros o cecas privadas, o billetes emitidos por bancos privados o incluso firmar contratos financieros denominados en oro o en cualquier divisa extranjera o en cualquier forma de indexación. No sólo el gobierno federal podría decidir cuál es la “moneda de curso legal” sino también cuál es la única “unidad de cuenta” y “medio de intercambio” legal. Estos poderes no se encuentran en la Constitución, pero son parte de lo que el Juez Presidente John Marshall, hablando en nombre del Supremo, decía que era el “poder propio” del gobierno.
El que la emisión de cualquier dinero deba ser prerrogativa única del gobierno es algo que ha sido controvertido durante mucho tiempo. Los defensores de un gobierno limitado siempre han argumentado que el dinero debería ser algo de valor, como un material independiente de su uso monetario, aunque muchos han admitido un papel del gobierno en atestiguar el peso y calidad de las monedas y la solidez de los bancos. Los defensores del gran gobierno, por el contrario, siempre han defendido el dinero fiduciario.
En la Grecia antigua, podemos encontrar estas posiciones en los escritos de Platón y Aristóteles. Platón, que defendía la dictadura del “rey filósofo”, decía, en Las leyes, que el dinero de un estado debería consistir en cosas “sin valor para el resto de la humanidad”. En otras palabras, el estado debía crear dinero fiduciario. Además, para obligar a la gente a utilizar sólo su dinero fiduciario, “a ninguna persona privada [se le debería] permitir poseer oro o plata”.
En ese momento, las monedas emitidas por los tiranos de Grecia normalmente consistían en finas tiras de cobre o monedas de metales preciosos. En el caso de la colonia griega de Siracusa, durante el gobierno del tirano Dionisio, que pudo haber sido asesorado por Platón, el dinero consistía en monedas de hojalata. No aceptar esas monedas por su valor facial se castigaba con la muerte. A pesar de esta amenaza terrorista, los estados que imponían sus monedas envilecidas al pueblo sufrían la inflación y sus males asociados. Así, el comediógrafo griego Aristófanes, en Las ranas, decía que “En nuestra República, se prefiere a los malos ciudadanos a los buenos, igual que circula la mala moneda y desaparece la buena”.
Por el contrario, Aristóteles en su Política decía que el dinero debía ser “algo intrínsecamente útil y fácilmente aplicable a los propósitos de la vida, por ejemplo, hierro, plata o similares”. Aristóteles fue asombrosamente visionario acerca del dinero. Defendía el dinero en especie a pesar de reconocer que estaba sujeto a fluctuaciones en valor respecto de otros bienes. En su Ética escribía “por supuesto, también [el dinero en especie] es susceptible de depreciación, pues su poder adquisitivo no es siempre el mismo (…)” (Yo debería apuntar que las fluctuación del dinero en especie son modestas en comparación con las fluctuaciones habituales, siempre a la baja, del dinero fiduciario). Tan dedicada estaba la ciudad-estado de Atenas al dinero en especie que parece que incluso las falsificaciones de sus monedas tenían que ser aceptadas siempre que contuvieran la plata requerida.
En el momento de la fundación de Estados Unidos, la disputa sobre la moneda era, para muchos, un asunto muy importante. Varias de las colonias se habían quejado bajo el poder del rey acerca de la emisión de papel moneda. A causa de la Ley de Moneda de 1764 y otras, a las colonias se les restringía la cantidad a emitir. Así que, al declarar su independencia, estas colonias (ahora estados) y el Congreso Continental procedieron rápidamente a emitir papel moneda y, por supuesto, engendraron una hiperinflación. Incluso después del repudio de este papel moneda y el aseguramiento de la paz, una serie de estados volvieron a sus métodos inflacionistas. Aunque no es muy conocido, fue esta segunda ola de inflación, y no la inflación de la Guerra de Independencia, la que estuvo entre las principales motivaciones para diseñar “una unión más perfecta”.
Bajo la consiguiente Constitución de EEUU, a los estados se les prohibió hacer moneda de curso legal a algo distinto del oro o la plata y además se les prohibió emitir billetes (es decir, papel moneda) e interferir en los contratos. Se dio al gobierno federal el poder de acuñar moneda y regular así el valor. También se le dio el poder de pedir dinero prestado.
En ese momento, nadie pensaba que el poder de acuñar moneda fuera un poder otorgado en exclusiva. De hecho, había tres bancos privados (los bancos de Norteamérica, Nueva York y Massachussets) que estaban emitiendo papel moneda (muchos otros lo harían también más tarde) y una amplia variedad de comerciantes privados emitía moneda fraccionaria en forma de monedas de cobre y billetes de baja denominación (shinplasters). Ninguna de estas monedas emitidas privadamente era de curso legal y todas circulaban voluntariamente. Además, casi todas las monedas de oro y plata que circulaban en el país eran españolas y de otros países. Lo que se discutía, en el momento de la fundación, era si el gobierno federal podía privilegiar a un banco.
Es conocido que Alexander Hamilton decía “sí”, pues sería “necesario y adecuado” gestionar la enorme deuda de la Guerra de Independencia de Estados Unidos; Thomas Jefferson decía “no”, pues el dinero podía pedirse prestado directamente a prestamistas o mediante bancos contratados por el estado. George Washington, siguiendo el consejo de James Madison, se alineó con Hamilton. Más tarde, cuando se liquidó la deuda de la Guerra de Independencia y el Congreso quiso aumentar el privilegio del banco privilegiado federalmente, Madison dijo, como Presidente, que como el gobierno federal ya no estaba en deuda, no era “necesario y adecuado” un banco privilegiado federalmente. Estas circunstancias hacían inconstitucional la ley que extendía el privilegio de este banco, por lo que vetó la propuesta.
En contra del pensamiento de Madison, el Tribunal Supremo, en una serie de decisiones, expuso que los poderes monetarios del gobierno federal estaban incluidos en el “poder inherente” del gobierno y en poderes ejercidos por todos los “gobiernos civilizados” no negados al gobierno federal. La idea de que el gobierno tiene “poder inherente”, por supuesto, es un anatema para los libertarios, como lo es la doctrina de que los funcionarios tienen “poderes implícitos”. Cualquier poder que tenga el gobierno, más allá del que el pueblo ha consentido, no es inherente ni implícito, sino que se ha tomado por la fuerza.
No es necesario (no digamos descorazonador) recordar la historia monetaria del país. No hace falta decir que durante el curso de esta historia, el gobierno federal tomó cada vez más poderes monetarios de forma que, hoy, nuestras disposiciones monetarias serían irreconocibles para cualquiera de los fundadores. En particular, nuestras monedas son feas piezas de nada y un constante recuerdo de nuestra degradación. Por citar al profeta Isaías: “han convertido vuestra plata en metal sin valor”.
De 1789 a 1934, una onza de oro equivalía a 20 dólares de EEUU. Luego, con el fin de “reflacionar” el nivel de precios, Franklin Delano Roosevelt pidió al Congreso devaluar el dólar para que una onza equivaliera a 35$, a lo que accedió el Congreso. Y desde 1934, hemos sufrido una inflación continua, a veces a un ritmo rápido y a veces lento, a veces oculto por controles de precios y salarios y el precio de una onza de oro está ahora en torno a 800$ (actualmente en 2011 está a 1745 $).
Avanzando rápidamente varias décadas desde 1934, durante la década de 1970, gracias en buena parte a Jesse Helms, que era en ese momento Senador por Carolina del Norte y el entonces bastante joven congresista de Texas Ron Paul, se derogó la ley que prohibía la posesión de oro por los estadounidenses. Poco después de que nos permitieran poseer oro (gracias, maestro), el Congreso nos permitió asimismo indexar nuestros contratos financieros (gracias otra vez, maestro). Así que Sunshine Mining emitió bonos indexados a la plata y otros prestamistas privados le siguieron con bonos ligados a otros materiales y al Índice de Precios del Consumo. Sin albergo, había una serie de insistentes preguntas acerca de la legalidad de estos bonos ligados a los precios. Durante la década de 1990, el propio Tesoro de EEUU emitió bonos indexados al IPC y la legalidad de los bonos indexados dejó de ponerse en duda.
Poco después de levantarse las limitaciones sobre el oro y la indexación, se permitió a los bancos ofrecer a los clientes cuentas denominadas en oro, cosa que hizo el Republic Bank of New York. Y, durante la década de 1990, además se autorizó a los bancos a ofrecer cuentas en divisas extranjeras y hoy lo hacen un número creciente de éstos (pero esto es a causa de la globalización, no por preocupaciones acerca de la inflación).
Así que debería estar claro que es legal que individuos, bancos y otros posean monedas de Ron Paul para intercambiarlas con otros como quieran y por cualquier razón que acuerden, hacerlo transfiriendo físicamente la posesión o por papel o transferencia electrónica de monedas en cuentas de depósitos y realizar depósitos de monedas en cuentas. Lo que es ilegal, por razón de la Sección 486 del Capítulo 25 de la Parte I del Título 18 del Código de EEUU, es fabricar, entregar o dar cualquier moneda de metal, incluso de diseño original, pretendiendo que circule como moneda actual. Además de la acción de los federales contra el acuñador privado de monedas de Ron Paul, está el asunto de emitir monedas que se parezcan a las emitidas por el Tesoro de EEUU y puede haber asimismo asuntos de fraude como sucede en las estafas.
Respecto del asunto de si las monedas emitidas por NORFED se parecen a las emitidas por el Tesoro, en la declaración que apoyaba la orden de registro por la que el FBI entró en las oficinas de NORFED, se dice que las monedas imitan a las de Estados Unidos. Por ejemplo, se muestra una moneda de diez centavos con la imagen de Franklin Delano Roosevelt en una cara y tres fasces en la otra. Respecto de los símbolos, las monedas de NORFED anteriores a la de Ron Paul mostraban imágenes de Columbia, la diosa de la Libertad, y por tanto se parece a las acuñaciones históricas de Estados Unidos y las monedas de oro conmemorativas emitidas por el Tesoro de EEUU bajo una ley escrita por el congresista Ron Paul. Estas monedas de oro conmemorativas tienen el estatus de moneda de curso legal por parte del Congreso de EEUU, que hacen antieconómico su uso como dinero (por ejemplo, la moneda de una onza tiene un valor legal de 20$), son vendidas por el Tesoro a precios mucho mayores y por tanto no son realmente parte de las acuñaciones actuales de los Estados Unidos.
En términos de palabras, la acuñación de Estados Unidos muestra las palabras “Liberty”, “United States of America”, “In God we trust” y “E pluribus unum”. Las monedas anteriores a Ron Paul de NORFED muestran las palabras “Liberty”, “USA” y and “Trust in God”.
Aunque no se explica en la declaración, sabemos que la acuñación de Estados Unidos consiste en muchas piezas de basura, realizadas con cinc o plomo o cualquier metal base que el gobierno encuentre por ahí en el centro de reciclaje y pulido para que parezca plata. La moneda de NORFED se parece a una moneda estadounidense en parte porque la moneda de NORFED está hecha de plata y la estadounidense está pulida para que parezca de plata.
Respecto de cómo se parecen la totalidad de las imágenes, palabras, tamaño, peso y tacto de las monedas de NORFED a las de Estados Unidos, el asunto (me parece) podría haberse resuelto sin irrumpir en los negocios de la empresa. Cuando el Tesoro de EEUU enviara un aviso a la compañía para que renunciara, está presentaría un recurso en los tribunales buscando un requerimiento judicial permanente. Pero en lugar de seguir este camino, los federales simplemente aparecieron y cerraron la empresa.
Hay quien ha dicho que alguna gente que compró la moneda de plata de Ron Paul se vio defraudada porque compraron algo que valía 10$ en plata al precio de 20$. Mientras que hay maneras de comprar monedas de oro y plata con sobrecostes muy pequeños (podrían llamarse “monedas lingote”), se sabe que la gente compra monedas conmemorativas con sobreprecios importantes sobre el valor de fundición. Los compradores de monedas conmemorativas, como las que muestran a la Torres Gemelas y a la Princesa Diana, ven en las monedas algo de valor emocional y están dispuestos a pagar una prima.
Este caso no trata realmente de la empresa o los detalles de sus prácticas concretas de negocio o de si podría haber engañado a sus clientes respecto de lo que compraban o hasta qué punto. Supongo que alguna gente piensa que es un tonto quien esté dispuesto a pagar un sobreprecio por una moneda de plata de Ron Paul, pensando que representa algo importante que una vez defendía este país. La historia está repleta de otra clase de tontos: los que creen que el papel moneda puede crear riqueza y que la moneda fuerte nos lleva al atraso. Debería decir que escribí el prólogo a un libro editado por el jefe de NORFED hace cuatro años, por el que recibí un certificado por una onza de oro con un valor marcado de 500$. En ese momento, el oro se vendía aproximadamente a 320$ la onza. Y En ese momento pensé que recibir el certificado era divertido. Ahora me pregunto qué están haciendo los federales con mi oro.

El precedente del dólar de Ron Paul



El 14 de noviembre de 2007, agentes federales entraron en las oficinas centrales de una compañía llamada NORFED, National Organization for the Repeal of the Federal Reserve Act and Internal Revenue Code, y se incautaron de sus existencias de oro, plata y cobre, buena parte en forma de monedas mostrando la imagen del congresista de EEUU Ron Paul, de Texas, candidato a la nominación a Presidente de Estados Unidos.
La orden de registro para esta acción alega fraude y lavado de dinero y una declaración de apoyo se refería a las provisiones del Código de EEUU que prohíben la emisión de cualquier moneda destinada a circular como dinero y de cualquier cosa que tenga el aspecto de la moneda de Estados Unidos.
Los detalles del caso son complicados, pero hay dos asuntos de los que puedo ocuparme sin referirme a las acusaciones y contraacusaciones. ¿Cómo es que el gobierno de EEUU tiene el poder de prohibir a la gente usar formas alternativas de dinero (es decir, la primera provisión) y cómo se puede decir que las monedas de la NORFED tienen el aspecto de las de Estados Unidos (la segunda)?


Sobre teoría monetaria y bancaria


En 2009, el Instituto Juan de Mariana, en colaboración con el Mises Institute, organizó un evento para homenajear a la Escuela de Salamanca (entre los siglos XIV y XVII) y analizar los orígenes del liberalismo y la teoría económica, coincidiendo con el cuatrocientos aniversario de la publicación de De monetae mutatione del Padre Juan de Mariana: el lugar, el Convento de San Esteban en Salamanca, España. El nombre del evento lo resumía perfectamente: “Salamanca: cuna de la teoría económica”.
Aparte de la brillantez habitual de Gabriel Calzada, recuerdo especialmente algunas de las conferencias: fue la primera vez que escuché a Peter Klein, Guido Hülsmann, Jeffrey Tucker o Lew Rockwell. Pero sobre todo, fue la primera vez que vi a Jesús Huerta de Soto hablando sobre el concepto de eficiencia dinámica: me pareció espectacular. Además, le compré, literalmente a precio de saldo, la última copia que le quedaba por allí de su libro “Dinero, Crédito Bancario y Ciclos Económicos”: bien escrito y fácil de entender, incluso para alguien como yo, que estaba muy lejos de ser un experto en la materia, pero que estaba previamente convencido de estar ante la teoría correcta.



Hay que reconocer que suena bien y es sencillo de explicar: los bancos hacen negocio prestando el dinero que se les ha prestado con anterioridad, de manera que no todos podemos recuperarlo a la vez. Para evitar el colapso, patrón oro y reserva fraccionaria del 100%: el dinero que depositamos en el banco, siempre está disponible íntegramente cuando se reclama.
Pero en 2011, durante la Universidad de Verano del IJM en Lanzarote, me empecé a caer del caballo: casi sería mejor decir que me empujaron, aunque mi caída fue lenta. Algunas personas, a las que admiro mucho intelectualmente, me explicaron que, bueno, en fin, eso está bien, pero tiene un problema: es que el negocio de los bancos es otro (nunca olvidaré la frase definitiva: los bancos no son garajes).
Digo que me caí lentamente porque nunca conseguí entender bien la alternativa sugerida hasta que, en 2014, estudié “Teoría Monetaria y Bancaria”, una de las asignaturas fundamentales del Máster en Economía UFM-OMMA: me gustaría compartir aquí un resumen del análisis que hice al profundizar en el estudio de dicha alternativa.
La división del trabajo requiere cooperación social para intercambiar nuestros excedentes productivos: esos intercambios de bienes (ya sean inmediatos o diferidos) presentan una serie de problemas de coordinación y de cálculo económico, resueltos por unos bienes concretos (bienes dinerarios o dinero), que actúan como medios de intercambio indirectos, de manera que el dinero surge de manera natural en la sociedad a medida que ésta evoluciona: históricamente, el oro o la plata han cumplido este papel, por ejemplo.
Sin embargo, utilizar exclusivamente dinero para pagar estos intercambios también presenta ciertos inconvenientes (coste, velocidad de circulación, etc.), por lo que surgen incentivos para pagar a crédito, es decir, para intercambiar un bien presente por una promesa de pago en el futuro. Esta promesa siempre implica cierto riesgo entre las partes, lo que facilita la actuación de los bancos como especialistas a la hora de canalizar dichos pagos a crédito.
El problema aparece cuando los bancos no preservan su liquidez y no son capaces de ajustar los plazos entre los préstamos que conceden a largo plazo por el lado del activo, y las deudas que contraen a corto plazo por el lado del pasivo, de manera que se produce una descoordinación entre ahorro e inversión que, finalmente, da lugar a los ciclos económicos.
Frente a la opción que supone resolver este problema exigiendo a los bancos que operen con una reserva fraccionaria del 100%, esto es, que actúen como bancos de guarda y custodia con nuestro dinero, se puede justificar la existencia de un sector bancario especializado en establecer contratos que den lugar a deudas monetarias, incrementando las transacciones comerciales sin necesidad de aumentar la cantidad de dinero disponible.
Para entender esta alternativa, el profesor Rallo me recomendó primero acudir a las fuentes: tanto Adam Smith en el siglo XVIII como Jean-Baptiste Say en el siglo XIX, enunciaron las condiciones mediante las cuales los bancos comerciales pueden sustituir el dinero por crédito comercial líquido siguiendo la Doctrina de las Letras Reales.
Dicho crédito comercial líquido consiste en monetizar deudas comerciales a corto plazo por medio de letras de cambio, siempre que estén respaldadas por bienes de consumo en alta demanda y emitidas por el valor de dichos bienes en dinero (oro o plata): dado que el medio de pago, esto es, la letra de cambio, aparece con las mercancías presentes y desaparece cuando éstas son retiradas del mercado por los consumidores finales que las pagan, su utilización no aumenta la cantidad de dinero y, por tanto, no estamos ante un proceso inflacionario.
Pongamos un ejemplo: imaginemos que soy un proveedor de ciertos bienes de consumo y que mi cliente acepta pagarme por adelantado, quizás por un valor algo menor, la producción ya existente, pues tiene certeza de que, a su vez, venderá esos productos en cuanto estén a disposición de sus clientes.
En lugar de pagar en dinero, podemos utilizar una letra de cambio en la que se especifica la fecha de vencimiento, es decir, cuándo se puede cobrar. Yo podría esperar a que llegara a vencimiento y cobrarla: llegada esa fecha, mi cliente me pagaría la cantidad acordada en la letra de cambio y saldría beneficiado al haber pagado un precio algo menor por los productos.
Normalmente, la realidad es diferente: yo puedo utilizar la letra de cambio para pagar otros compromisos, descontando del valor facial de la letra los días hasta su vencimiento. Desde el punto de vista de la liquidez de los agentes económicos implicados, podemos decir que, en estas circunstancias de confianza mutua, los bienes de consumo usados como colateral son sólo ligeramente menos líquidos que el dinero que podría circular en su lugar.
Cuando no se dan esas condiciones de conocimiento directo, los bancos comerciales coordinan a los posibles ahorradores e inversores con distintos perfiles (plazo, riesgo, liquidez), lo cual agiliza las transacciones entre ellos y beneficia al sistema financiero en su conjunto, siempre que esos bancos protejan la liquidez de su activo (vigilando la facilidad para obtener tesorería) y de su pasivo (vigilando esa necesidad de tesorería para saldar sus deudas): en este sentido, aunque una letra de cambio no es estrictamente un sustituto del dinero, el crédito comercial asociado sí es el mejor activo que un banco comercial puede tener para cubrir su pasivo, ya sea en billetes emitidos por el propio banco o en depósitos bancarios.
Cuando esos bancos comerciales no coordinan los plazos de vencimiento de sus obligaciones y sus derechos de cobro, ni aseguran la calidad de sus activos para que sean fácil y rápidamente convertibles en dinero, se encontrarán a corto plazo en riesgo de suspensión de pagos y a largo plazo en riesgo de quiebra: esta situación, cotidiana hoy, sólo puede sostenerse gracias a la protección estatal de la que goza la banca comercial, que garantiza su progresivo endeudamiento y permite seguir emitiendo papel moneda inconvertible.
Es decir, la alternativa no consistía en negar la posibilidad de que algunos bancos puedan hacer negocio guardando nuestro dinero como si fueran cajas fuertes, sino en explicar cómo pueden facilitar el crédito siempre que cuiden su liquidez: un banco comercial estará en una posición de liquidez si compra crédito comercial líquido como parte de su activo, creando los pasivos correspondientes (en forma de billetes o depósitos) por el valor de dicho activo.

Sobre teoría monetaria y bancaria


En 2009, el Instituto Juan de Mariana, en colaboración con el Mises Institute, organizó un evento para homenajear a la Escuela de Salamanca (entre los siglos XIV y XVII) y analizar los orígenes del liberalismo y la teoría económica, coincidiendo con el cuatrocientos aniversario de la publicación de De monetae mutatione del Padre Juan de Mariana: el lugar, el Convento de San Esteban en Salamanca, España. El nombre del evento lo resumía perfectamente: “Salamanca: cuna de la teoría económica”.
Aparte de la brillantez habitual de Gabriel Calzada, recuerdo especialmente algunas de las conferencias: fue la primera vez que escuché a Peter Klein, Guido Hülsmann, Jeffrey Tucker o Lew Rockwell. Pero sobre todo, fue la primera vez que vi a Jesús Huerta de Soto hablando sobre el concepto de eficiencia dinámica: me pareció espectacular. Además, le compré, literalmente a precio de saldo, la última copia que le quedaba por allí de su libro “Dinero, Crédito Bancario y Ciclos Económicos”: bien escrito y fácil de entender, incluso para alguien como yo, que estaba muy lejos de ser un experto en la materia, pero que estaba previamente convencido de estar ante la teoría correcta.


Monday, June 13, 2016

Una mala inversión

Guillermo Cabieses considera que la banca de fomento debería ser hoy un mal recuerdo de las economías planificadas.

Guillermo Cabieses es profesor de los cursos de Economía y Derecho en la Universidad de Lima y de Derecho y Análisis Económico del Derecho en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC). Es Máster en Derecho (LL.M.) por la Escuela de Derecho de la Universidad de Chicago y abogado por la Universidad de Lima.
En los últimos meses la banca de fomento ha estado en el debate público. La idea es que el Estado cuente con instituciones financieras que canalicen, vía préstamos, recursos fiscales al desarrollo de ciertas industrias que, por su riesgo inherente, no pueden acceder al crédito en el sistema privado.
La lógica es lograr que ciertas actividades que el gobierno considere importantes sean promovidas. Esto parece estar a tono con los planes de diversificación productiva o los incentivos tributarios a la innovación. En buena cuenta, se trata de la orientación de fondos estatales a actividades empresariales.



El problema es cómo definir quiénes serán los beneficiados. Los recursos son escasos y el mercado, no el gobierno, debería ser el sistema para asignarlos. De otra forma, se abre la puerta al mercantilismo y la corrupción. El costo del dinero es parte del mecanismo con que el mercado selecciona qué proyectos de inversión deben perseguirse y cuáles no.
¿Por qué premiar con créditos subsidiados al sector agrario y no al textil, o a la minería en lugar de la pesca?
El gobernante de turno define qué actividad será subsidiada. La cuestión es que esos recursos pueden perderse fácilmente. En 1992 el gobierno decidió liquidar los bancos de fomento en el Perú. Un informe emitido en el 2002 por una comisión investigadora del Congreso nos muestra que, a finales de 1992, las colocaciones de los bancos de fomento sumaban US$548,5 millones. La recuperación por cobranzas que se logró en el período 1993-2001 ascendió, apenas, a US$40 millones. Es decir, en ocho años se recuperó apenas el 7,3% de lo colocado.
Lo triste de esta historia no es solo que ese dinero fue mal gastado, sino que no se trató del dinero de personas que decidieron entregar a una entidad financiera para que esta a su vez lo preste, asumiendo así el riesgo de su decisión. Se trató más bien del dinero de todos los peruanos que, en lugar de dedicarse a la educación, salud o seguridad, se malgastó en créditos baratos para actividades no rentables, sin respaldo en el mercado.
No faltarán quienes digan que esa es una visión pesimista. Un banco de fomento —argüirán— no tiene por qué generar pérdidas.
No obstante, es difícil creer eso. Pensemos, por ejemplo, en la propuesta de un banco que se dedique exclusivamente a otorgar créditos blandos a pequeños y medianos mineros. Esta entidad sería —al estar imposibilitada de diversificar por su propia naturaleza— sustancialmente más riesgosa que cualquier otra entidad financiera que no se vea forzada a estar concentrada en una sola industria.
Este no es el único bemol de estas entidades. También debemos ser conscientes del incentivo perverso que generan al motivar que la gente se desplace hacia los sectores subsidiados, atraída por la posibilidad de obtener créditos baratos pese a no realizar actividades realmente productivas.
Si el mercado pudiese operar sin esas distorsiones daría los incentivos para que solo quienes están dispuestos a arriesgar su capital inviertan en un negocio. El costo de oportunidad de este subsidio son los otros emprendimientos realmente más rentables que las personas podrían estar persiguiendo si es que el Estado, jugando con nuestro dinero, no se hubiese aventurado a subsidiar esa actividad en particular.
La banca de fomento debería ser hoy un mal recuerdo de las economías planificadas. Sin embargo, los errores del intervencionismo parecen ser atemporales.

Una mala inversión

Guillermo Cabieses considera que la banca de fomento debería ser hoy un mal recuerdo de las economías planificadas.

Guillermo Cabieses es profesor de los cursos de Economía y Derecho en la Universidad de Lima y de Derecho y Análisis Económico del Derecho en la Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC). Es Máster en Derecho (LL.M.) por la Escuela de Derecho de la Universidad de Chicago y abogado por la Universidad de Lima.
En los últimos meses la banca de fomento ha estado en el debate público. La idea es que el Estado cuente con instituciones financieras que canalicen, vía préstamos, recursos fiscales al desarrollo de ciertas industrias que, por su riesgo inherente, no pueden acceder al crédito en el sistema privado.
La lógica es lograr que ciertas actividades que el gobierno considere importantes sean promovidas. Esto parece estar a tono con los planes de diversificación productiva o los incentivos tributarios a la innovación. En buena cuenta, se trata de la orientación de fondos estatales a actividades empresariales.