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Tuesday, December 13, 2016

¿El capitalismo ha fallado?




“NO HAY OTRA AVENIDA, NO PERDAMOS TIEMPO LADRÁNDOLE AL REFLEJO DE LA LUNA EN EL AGUA, AQUÍ NO TENEMOS EL OTRO SENDERO, ACEPTAMOS EL INTERVENCIONISMO QUE NOS AHOGA SIN QUE SEPAMOS QUE ES O COMO DESCRIBIRLO, O INICIAMOS NUESTRA LUCHA CÍVICA PARA ESTABLECER UNA SOCIEDAD LIBRE, UNA SOCIEDAD REGIDA POR LEYES NO PRIVILEGIOS, REGIDA POR EL MERCADO NO POR EL ESTADO.”


RICARDO VALENZUELA
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“La tormenta financiera es la gran crisis del capitalismo,” gritan los progresistas y los born again marxistas alrededor del mundo. Un conocido profesor universitario gime: “El capitalismo tuvo su oportunidad y ha fallado, ahora es el turno del socialismo.” No, grita alguien más, “busquemos una tercera avenida.”



Recordemos esta crisis se inició el año pasado con el derretimiento del mercado de hipotecas subsidiadas. En esos momentos más de la mitad de las hipotecas en EU estaban garantizadas o en los portafolios de Fannie Mae y Freddie Mac, dos de las llamadas empresas promovidas por el gobierno. Durante los últimos doce meses, estas organizaciones financiaron 4 de cada 5 hipotecas. Funnie Mae fue creada por el gobierno de FDR durante la Gran Depresión, y Freddie Mac por el gobierno de Carteren 1970. Es decir, mucho antes que la crisis se iniciara, el mercado hipotecario  mundial era ya un monumento al socialismo sin precedentes.

Lo que nuestros amigos intelectuales llaman capitalismo es lo que Adam Smith conoció como Monarquía o feudalismo, es decir, el Rey, sus señores feudales repartiéndose la riqueza, las propiedades, los negocios, las concesiones, los territorios de las colonias. Cerrando los mercados a la competencia para que los señores feudales puedan seguir exprimiendo a los “súbditos” con sus monopolios, oligopolios etc, es la economía de la edad media o de la época colonial en la Nueva España afinada con computadoras, jetsejecutivos,  guardaespaldas y apartamentos en Park Av. en Nueva York.

Los “neo intelectuales” ahora hablan de una tercera y mágica avenida ajena al capitalismo y socialismo. No hay una tercera avenida, el socialismo ha fracasado. Lo que ellos llaman capitalismo, es lo que el gran economista von Mises bautizó como intervencionismo. A lo que el mundo está regresando en estos momentos es intervencionismo. La visible mano de los interventores a través del FMI inició la última debacle de Asia. Los interventores son los que promovieron la devaluación de México en 1994. Los grandes interventores son los que no permiten que el sistema monetario mundial regrese a su sanidad, porque se les acaba la fuente de ganancias más importante e interesante, la especulación de monedas.

Los grandes interventores son los que nos heredaron el famoso problema del FOBAPROA, la quiebra de la banca, la ineficiencia del ejido y los ejidatarios sin tierra, los precios ridículos de la gasolina y sus derivados, la inflación, la pobreza, el ingreso percápita que apenas llega a $6000  dólares. Los interventores nos regalaron la “guerrilla de Chiapas,” la corrupción de PEMEX, las devaluaciones constantes en los 80s, los que provocan que miles de mexicanos arriesguen sus vidas tratando de encontrar oportunidades en los EU.

Los grandes interventores son los que recorren el mundo provocando “problemas de desbalance” para después enviar las hordas del FMI con sus recetas devaluatorias y de ajuste, y de esa forma poder absorber a través de sus rescates la ridícula cantidad de dólares que el FED sigue emitiendo sin respaldo, al mismo tiempo que mantienen la inflación lejos de las costas americanas. Son los que después apuestan a esos resultados a través de los elegantes derivativos, apuestan en carreras arregladas, ah, sí se equivocan, hay rescates elegantemente llamados bail out. Son los interventores los inventores de la red social a nivel mundial para tener a la gente aprisionada con su propia dependencia prometiéndoles lograr su redención. Son los grandes interventores los que manejan los sistemas educativos de nuestros países para de esa forma seguir adoctrinando y domesticando a nuestros ciudadanos en la cultura de la dependencia.

Señores intelectuales, el capitalismo murió en 1933, lo que tenemos es el control de la visible mano del grupo en el poder. Señores, no hay una tercera avenida, nos quedamos con lo que hemos tenido y tenemos; EL INTERVENCIONISMO, o empezamos nuestra lucha para establecer una sociedad verdaderamente libre, una sociedad basada en los “verdaderos” mercados libres representados por la democracia liberal.

El liberalismo no es religión, no es una visión del mundo, no es partido político. No es religión porque no demanda fe o devoción, no tiene dogmas. No es la visión del mundo físico porque no trata de explicar el cosmos y otros fenómenos similares, no tiene nada que afirmar acerca del significado y propósito de la existencia humana. No es un partido porque no busca beneficiar a un grupo especial o algún individuo. Es una ideología, es la doctrina de la buena relación entre los miembros de la sociedad. Es la ideología de la libertad, de la responsabilidad del individuo.

El liberalismo busca el dar al ser humano una sola cosa, el desarrollo del bienestar material en un ambiente de paz y libertad. Los países que en un momento adoptaron las políticas liberales, principalmente el Siglo pasado, es en los cuales la parte superior de la pirámide social es ahora compuesta no por los que sólo por haber nacido eran ya individuos privilegiados, sino ahora también por aquellos que han trabajado en desarrollar y mejorar sus condiciones económicas y sociales. Las barreras que separaban a los “señores” y los siervos han caído bajo el peso del liberalismo de una manera natural, no por decreto del Estado o por mandato del Politburó. 

Siendo el liberalismo una doctrina que tiene su base en el mercado, al verdadero liberal le interesa el bienestar de muchos, el bienestar de las masas puesto que las masas son las que configuran el mercado. La revolución industrial del Siglo XIX, fue una revolución liberal con el propósito de satisfacer las necesidades de las masas.

El liberalismo del Siglo XIX fue también orientado hacia la abolición de la servidumbre y de la esclavitud en los EU. Hubo sin embargo cuestionamientos de tal propósito, especialmente de aquellos esclavizados. Es por lo mismo que a veces el liberalismo tiene que actuar aun ante la oposición las críticas y la agresión de los liberados. El liberalismo no promete que todos lleguemos a la meta al mismo tiempo, ni siquiera que todos lleguemos, promete que todos tengamos la misma salida.

No hay otra avenida, no perdamos tiempo ladrándole al reflejo de la luna en el agua, aquí no tenemos el otro sendero, aceptamos el intervencionismo que nos ahoga sin que sepamos que es o como describirlo, o iniciamos nuestra lucha cívica para establecer una sociedad libre, una sociedad regida por leyes no privilegios, regida por el mercado no por el Estado. Claudicamos con los intervencionistas y sus pájaros de mal agüero, o regresamos el poder a una sociedad civil que conduzcan el país con seguridad, fe, esperanza y optimismo por los senderos del tercer milenio

¿El capitalismo ha fallado?




“NO HAY OTRA AVENIDA, NO PERDAMOS TIEMPO LADRÁNDOLE AL REFLEJO DE LA LUNA EN EL AGUA, AQUÍ NO TENEMOS EL OTRO SENDERO, ACEPTAMOS EL INTERVENCIONISMO QUE NOS AHOGA SIN QUE SEPAMOS QUE ES O COMO DESCRIBIRLO, O INICIAMOS NUESTRA LUCHA CÍVICA PARA ESTABLECER UNA SOCIEDAD LIBRE, UNA SOCIEDAD REGIDA POR LEYES NO PRIVILEGIOS, REGIDA POR EL MERCADO NO POR EL ESTADO.”


RICARDO VALENZUELA
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“La tormenta financiera es la gran crisis del capitalismo,” gritan los progresistas y los born again marxistas alrededor del mundo. Un conocido profesor universitario gime: “El capitalismo tuvo su oportunidad y ha fallado, ahora es el turno del socialismo.” No, grita alguien más, “busquemos una tercera avenida.”

Sunday, September 11, 2016

Cómo China se volvió capitalista

Ronald Coase y Ning Wang dijeron de su libro How China Became Capitalist: "Siendo un relato de cómo China se volvió capitalista, nuestro libro se enfoca principalmente en las dos primeras décadas de reformas. Dentro de este periodo, nuestro relato está dividido en dos partes por un suceso divisorio, el Movimiento Estudiantil de 1989".
Ronald Coase (1910-2013) fue un Premio Nobel y Profesor Distinguido de la Escuela de Leyes de la Universida de Chicago.
Ning Wang profesor asistente en la Escuela de Política y Estudios Globales en Arizona State University.
Este ensayo fue publicado originalmente en inglés en la edición de Enero/Febrero de 2013 del Cato Policy Report. Está basado en el libro de los mismos autores How China Became Capitalist (Palgrave, 2013).
Nadie predijo que la “modernización socialista” que el gobierno chino post-Mao lanzó en 30 años resultaría ser lo que los académicos denominan hoy la gran transformación económica de China. Cómo las acciones de los campesinos, trabajadores, académicos, y legisladores chinos se combinaron y derivaron en esta consecuencia no intencionada es la historia que intentamos contar. Hoy, no necesitamos presentar datos estadísticos para convencerlo del auge de la economía china, aún cuando China todavía se enfrenta a retos enormes. Muchos chinos todavía son pobres, muchos menos chinos tienen acceso a agua pura que a los teléfonos celulares, y todavía se enfrentan a muchos obstáculos cuando se trata de proteger sus derechos y ejercer su libertad. No obstante, China ha sido transformado desde adentro a lo largo de los últimos 35 años. Esta transformación es la principal historia de nuestra época. La lucha de China, en otras palabras, es la lucha del mundo.



En contra de la sabiduría convencional, tomamos el fin de 1976 como el inicio de la reforma post-Mao y argumentamos que China básicamente se convirtió en una economía de mercado para fines de los noventa y antes de que se uniese a la Organización Mundial de Comercio en 2001. En el nuevo milenio, la economía china ha mantenido su ímpetu de crecimiento y se ha vuelto más integrada con la economía global. Siendo un relato de cómo China se volvió capitalista, nuestro libro se enfoca principalmente en las dos primeras décadas de reformas. Dentro de este periodo, nuestro relato está dividido en dos partes por un suceso divisorio, el Movimiento Estudiantil de 1989.
La primera parte del relato se trata acerca de dos reformas. Una fue diseñada por Pekín; su objetivo era revitalizar el sector estatal y salvar al socialismo. La otra resultó de iniciativas que vinieron desde abajo. La reforma liderada por el Estado se dio en dos partes. La primera empezó en 1976 bajo Hua Gofeng. Hua era el sucesor designado por Mao, quien consolidó su base de poder luego de arrestar a “ La Pandilla de los Cuatro” y poniéndole fin a la Revolución Cultural. Aunque era leal a Mao, Hua era un reformador económico.
Con el respaldo total de Deng Xiaoping y otros líderes chinos, Hua lanzó su programa económico modernización, que luego sería criticado desdeñado como “El Salto al Exterior”. Esencialmente, era un programa liderado por el Estado y por las inversiones, con un enfoque en la industria pesada; es un buen ejemplo de lo que los economistas denominaron “la industrialización del gran empuje”. Pero el programa duró poco más de dos años. Se canceló a principios de 1979, en parte debido a sus propios defectos y en parte debido al cambio de liderazgo: a fines de 1978 el Comité Central tuvo una reunión, en la cual Deng Xiaoping y Chen Yun volvieron al poder y Hua ya no estaba al mando.
Deng Xiaoping es ampliamente conocido en Occidente. La biografía reciente de Ezra Vogel ha documentado en detalle el papel que jugó Deng en las reformas de China. En comparación, Chen Yun es una figura obscura. Pero Chen era la principal autoridad de China a cargo de los asuntos económicos. Él fue el arquitecto del primer Plan Quinquenal de China en 1953 y un ferviente partidario de la planificación central. Desde que creció y estudió en Shanghái, antes de convertirse en un revolucionario, Chen también percibió un papel limitado pero crítico para el sector y el mercado privados bajo el socialismo. Chen perdió su posición cuando Mao inició el Gran Salto Adelante en 1958, política a la que Chen se oponía. Él volvió al poder junto con Deng a fines de 1978 y recibió el trabajo de diseñar una programa de reforma económica.
Chen creía que la economía china desde hace mucho había sufrido de un desbalance estructural: demasiada inversión en industria pesada en relación a la industria ligera y la agricultura, y los sectores y la planificación estatales eran ensalzados excluyéndose a los sectores y mercados privados. En su opinión, el programa económico de Hua, que se enfocaba en la industria pesada, empeoró la economía china. Por eso Chen acabó de manera forzada con “El Gran Salto Afuera”, enfrentándose a una fuerte oposición del Consejo de Estado e impuso su política económica. Esto marcó la segunda ronda de reformas lideradas por Pekín. Esta ronda de reformas lideradas por el Estado tuvo dos elementos: ajustes a nivel macro y reformas en las empresas estatales al nivel micro. Los ajustes estructurales fueron impuestos a través de toda la economía. Por ejemplo, más inversiones fueron canalizadas desde los bienes capitales hacia la producción de bienes de consumo. Más dinero se asignó a la agricultura. El gobierno elevó los precios de compra para los productos agrícolas en mas de un 20 por ciento en 1979 y aumentó significativamente las importaciones de granos. Pekín también tomó medidas para descentralizar el comercio extranjero y le dio más autonomía fiscal a los gobiernos provinciales. Al nivel micro, el énfasis se puso en lo que era visto como la base económica del socialismo, las empresas propiedad del Estado. La estrategia era devolverle algunos derechos a las empresas estatales y permitirles quedarse con algo de las ganancias. Desde 1979 y durante toda la década de los ochenta, el gobierno chino estuvo preocupado con fomentar las empresas estatales.
La reforma desde los márgenes
No hay duda de que el gobierno post-Mao realizó una serie de reformas. Pero hoy, con el beneficio de la retrospectiva, sabemos que las fuerzas económicas que realmente estaban transformando la economía china durante la primera década de reforma fueron la agricultura privada, las empresas municipales y de las aldeas, los negocios privados en las ciudades, y las Zonas Económicas Especiales. Ninguna de estas fue iniciada por Pekín. Fueron jugadores marginales operando fuera de los límites impuestos por el socialismo. A estas fuerzas marginales, el gobierno chino estaba contento de ignorarlos siempre y cuando no amenazaran al sector estatal o al poder político del Partido. Esto creó espacio para lo que denominamos “revoluciones marginales”, las cuales trajeron de vuelta a China las fuerzas del emprendimiento y del mercado durante la primera década de la reforma.
Una de estas reformas marginales es la agricultura privada. La agricultura privada ciertamente no era algo nuevo en China. Antes de 1949, había existido durante milenios. A principios de la década de los cincuenta, Mao trató de colectivizar despiadadamente la agricultura. Algunos campesinos creyeron en Mao y esperaban que la colectivización les ofrecería una nueva oportunidad para salir de la pobreza. Luego de 20 años de una agricultura colectivizada y de 40 millones de muertes por hambrunas, ellos sabían qué les convenía. Muchos volvieron a la agricultura privada luego de que muriese Mao, incluso cuando Pekín todavía estaba tratando de fortalecer el sistema de las comunas. En septiembre de 1980, Pekín fue obligado a permitir la agricultura privada en zonas donde “la gente había perdido su confianza en la colectividad”. Pero una vez que se le abrieron las puertas al agro privado, este ya no podía ser controlado. Para principios de 1982 esto se volvió una política nacional. La agricultura china fue des-colectivizada. Después en el recuento oficial de la reforma, Pekín se atribuiría el crédito de haber lanzado la reforma agrícola. Pero la reforma implementada por Pekín simplemente elevaba los precios de compra de los granos y aumentaba las importaciones de granos; el agro privado, que es lo que en realidad transformó la agricultura china y liberó a los campesinos, no vino de Pekín.
Las empresas municipales y de las aldeas fueron operaciones industriales ubicadas en áreas rurales. Durante las primeras dos décadas de reformas, estas fueron el sector más dinámico de la economía china. Como operaban fuera del plan estatal, no tenían acceso garantizado a materias primas controladas por el Estado pero tenían que comprarlas en el mercado negro a un precio más alto. También estaban excluidas del sistema de distribución controlado por el Estado para vender sus productos, pero tenían que contratar sus propios equipos de ventas para que viajen alrededor de China con el objetivo de encontrar mercados para sus productos. En otras palabras, tenían que operar como verdaderas empresas de negocios. Esto es lo que hicieron. Y no tardó mucho para que ellos superen con su desempeño a las empresas estatales, las cuales tenían todos los privilegios y protecciones del Estado y que simplemente dejaron de ser emprendedoras.
Los primeros negocios en las ciudades chinas fueron iniciados por personas que no tenían un trabajo en el sector estatal. Muchos fueron jóvenes citadinos que recientemente habían vuelto del campo. Durante la era de Mao, 20 millones de graduados de los primeros años de secundaria (jóvenes desde 15 a 18 años) en las ciudades fueron enviados al campo en parte porque el gobierno no podía crear suficientes empleos. Después de la muerte de Mao, ellos volvieron, pero no encontraron empleo alguno en el sector estatal. Jóvenes, desempleados, y ansiosos, se tomaron las calles y bloquearon el paso de los trenes. Esta creciente presión obligó al gobierno a abrir la puerta al auto-empleo. Las tiendas privadas empezaron a surgir en las ciudades chinas; rápidamente acabaron con el monopolio estatal de la economía urbana.
Entre las cuatro revoluciones marginales, las Zonas Económicas Especiales fueron las más controversiales. Fueron establecidas para cooptar el capitalismo y salvar al socialismo. La idea era permitirles experimentar con la economía de mercado, importando tecnología avanzada y conocimientos administrativos, vendiendo productos a los mercados globales, creando empleos y estimulando el crecimiento económico. Pero los experimentos estuvieron limitados a unas cuantas zonas para que no socavaran el socialismo en otras partes, y por si acaso los experimentos fracasaran, su daño al socialismo sería insignificante.
La competencia regional
La presencia de dos reformas fue una característica determinante de la transición económica de China. No separar las dos es la principal fuente de confusión al momento de comprender las reformas en China. El gobierno chino, comprensiblemente, ha promulgado un relato de la reforma que gira alrededor del Estado, proyectándose así mismo como un diseñador omnisciente y como un instigador de la misma. El hecho de que el Partido Comunista de la China ha sobrevivido a la reforma de mercado, todavía monopoliza el poder político, y sigue activo en la economía ha ayudado a vender el relato estatista de la reforma. Pero fueron las revoluciones marginales las que trajeron el emprendimiento y las fuerzas de mercado de vuelta a China durante la primera década de la reforma, cuando el gobierno chino estaba ocupado rescatando al sector estatal.
La segunda parte de nuestro relato empieza en 1992 después de Deng Xiaoping realizara su tour por el sur del país. Mientras que las revoluciones marginales trajeron las fuerzas de mercado de vuelta a la China durante la década anterior, la competencia regional se volvió la principal fuerza transformadora durante la segunda década, convirtiendo a China en una economía de mercado para fines del siglo. La competencia regional no era nueva; había existido durante la primera década de la reforma. Pero luego creó barreras al comercio en las fronteras de las provincias y fragmentó la economía china. China implementó la reforma de precios en 1992, la reforma tributaria en 1994, y empezó a privatizar las empresas estatales para mediados de los noventa. Estas medidas reformadoras abrieron el camino para el auge de un mercado común nacional, que fue capaz de imponer la disciplina de mercado a todos los actores económicos, convirtiendo a la competencia regional en una fuerza transformadora.
Aquí, nuestro relato difiere de aquel presentado por Huang Yasheng en su libro, Capitalismo con características chinas. Un argumento controversial de Huang es que China fue más capitalista y empresarial en los ochenta que en los noventa. Si el argumento quiere decir que los emprendimientos privados prevalecieron en contra del Estado durante los ochenta, entonces está muy en sintonía con nuestro relato de las “revoluciones marginales”. Pero si este sugiere que China se apartó del libre mercado durante la segunda década de las reformas, está ignorando un cambio fundamental en la economía durante los noventa. Y esto es el florecimiento de un mercado nacional común, el cual era un requisito para que la competencia regional funcione.
Identificada con las inversiones repetitivas, la competencia regional es muchas veces culpada por distorsionar la ventaja comparativa y por socavar las economías de escala. Una imagen más matizada surgió en nuestro relato. Lo que la competencia regional hizo fue convertir la ventaja de China en espacio, siendo un país continental, en la alta velocidad de la industrialización. Cómo esto sucedió puede ser mejor apreciado desde una perspectiva Hayekiana, la cual resalta el crecimiento del conocimiento como la fuerza catalizadora que determina el cambio económico. En la época de Mao, la educación estaba siendo atacada y el conocimiento se volvió un riesgo político; China se aisló de Occidente y se apartó de sus propias tradiciones. La ideología radical de Mao empobreció la economía China y, peor aún, cerró las mentes de los chinos.
Luego de la muerte de Mao, China volvió a adherirse al pragmatismo. “Buscando verdad en los hechos” se volvió el nuevo lema del Partido; volverse rico se convirtió en algo glorificado. El obstáculo más limitante para el crecimiento económico era la falta de conocimiento. Esto incluía al conocimiento técnico, al conocimiento acerca de las instituciones —cómo varias instituciones que respaldan al mercado funcionan, y al conocimiento local —lo que Hayek describía como “el conocimiento de las circunstancias particulares del tiempo y el lugar”. La solución a este problema se encontró en la competencia regional. Cuando las 32 provincias de China, sus 282 municipalidades, 2.862 condados, 19.522 pueblos y 14.667 aldeas se lanzaron a una competencia abierta en busca de inversión y buenas indeas para desarrollar la economía local, China se volvió un laboratorio gigantesco donde muchos y diversos experimentos económicos fueron ensayados de manera simultánea. El conocimiento de todo tipo fue creado, descubierto y difundido rápidamente. Mediante el crecimiento del conocimiento, la escala enorme de la industrialización china hizo posible su rápida velocidad.
Conclusión
Considerando nuestro relato de cómo China se volvió capitalista, ¿qué podemos decir acerca de la forma en que el capitalismo surgió en China? Una característica persistente de la transición hacia el mercado de China es la falta de liberalización política. Esto no es para sugerir que el sistema político chino se ha mantenido intacto durante los últimos 35 años. El Partido se ha distanciado así mismo de la ideología radical; ya no es comunista, excepto en nombre. En los últimos años, el Internet ha empoderado cada vez más a los chinos para que hagan escuchar su voz en cuestiones políticas. No obstante, China sigue siendo gobernada por un solo partido político.
Esta continuidad esconde un cambio fundamental en la realidad política de la China. Con la muerte de Deng Xiaoping, la política del “caudillo” llegó a su fin. Bajo Jiang Zemin y Hu Jintao, China ya no fue gobernada por un líder carismático. En este sentido, la política China hoy es cualitativamente distinta a aquella de la época de Mao o de Deng. Pero el gobierno chino no ha reconocido el hecho de este cambio político en la realidad; ha habido pocos esfuerzos para construir instituciones que preparen a China para una nueva realidad política.
La combinación de una veloz liberalización económica y una política que parece no cambiar ha conducido a muchos a describir la economía de mercado de China como una economía liderada por el Estado, como un capitalismo autoritario, lo cual mucha gente ha reconocido correctamente como frágil e insostenible. Cuándo y cómo China se adherirá a la democracia, y si el Partido sobrevivirá su democratización, son las principales preguntas realizadas acerca del futuro político de China. En nuestro libro, ofrecemos una perspectiva distinta. Provee un diagnóstico distinto del principal defecto en la economía de mercado de China: China ha desarrollado un mercado sólido de productos, pero todavía carece de un mercado libre de ideas.
El mercado de ideas apunta a una manera alternativa de pensar acerca del futuro político de China. Nuestro razonamiento está principalmente basado en las siguientes dos consideraciones. Primero, la competencia entre múltiples partidos no funciona a menos que sea cultivada y disciplinada por un mercado libre de ideas, sin el cual la democracia fácilmente puede ser secuestrada por grupos de interés y socavada por la tiranía de la mayoría. El desempeño de la democracia depende de manera crítica del mercado de ideas, así como la privatización depende del mercado de activos capitales. Segundo, la competencia entre múltiples partidos prácticamente no tiene precedente en la historia china. De hecho, la palabra china para “partido” (党) tiene una fuerte connotación negativa en el pensamiento político chino tradicional. “Formar un partido y perseguir el interés propio” (结党营私) ha sido consistentemente denunciado como algo que socava el ideal político, que es que “lo que está debajo del cielo es para todos” (天下为公). En cambio, el mercado de ideas tiene una raíz profunda y venerada en el pensamiento chino tradicional: “dejen que cien escuelas de pensamiento compitan” ha sido respetado como un ideal político desde los tiempos de Confucio. Es nuestra opinión que el mercado de ideas promete una estrategia más gradual y viable para reconstruir la política china sobre los principios de la tolerancia, la justicia y la humildad.
A lo largo de los últimos 35 años, China se ha abierto capitalismo no solo en el ámbito económico. La teoría de los sentimientos morales tiene más de una docena de traducciones chinas; el libro se ha ganado el corazón y la mente del Premier Wen Jiabao. El mensaje de Adam Smith atrae mucho a los chinos, no en poca medida debido a su palpable similitud con el pensamiento chino tradicional acerca de la economía y la sociedad. Un resultado sorprendente de la transición de China hacia el capitalismo es que China encontró una forma de volver a sus raíces culturales.
“Buscar la verdad en los hechos” es una enseñanza china tradicional, que Deng Xiaoping equivocadamente denominó “la esencia del Marxismo”. Pero muchos hechos están encubiertos en China porque un mercado libre de ideas todavía no existe. Somos optimistas, aunque de manera precavida, de que China puede que se adhiera a un mercado de ideas durante las próximas décadas, así como permitió un mercado de productos en el pasado reciente. Conforme nuestra economía moderna se vuelva más y más determinada por el conocimiento, las ganancias de un libre intercambio de ideas se volverán demasiado grandes; los costos de suprimirlo son demasiado altos.
La adopción de China tanto de su historia como de la globalización nos conduce a creer que el capitalismo chino, que recién inició su largo viaje, será distinto. Esto es deseable no solo para China, sino para Occidente y para todos los demás también. También es deseable para la economía de mercado a nivel mundial. Hoy, la biodiversidad es reconocida como algo vital para mantener nuestro ambiente natural. La diversidad institucional juega un papel similar cuando se trata de mantener a la sociedad humana resistente. El capitalismo será mucho más sólido si no es un monopolio de Occidente, pero florece en sociedades con distintas culturas, religiones, historias y sistemas políticos. Mientras que el comercio en el mercado global de productos hace que la guerra sea demasiado cara como para ser librada, un mercado global de ideas puede tolerar y prosperar sobre la colisión de ideas pero nos aleja de la colisión de civilizaciones.

Cómo China se volvió capitalista

Ronald Coase y Ning Wang dijeron de su libro How China Became Capitalist: "Siendo un relato de cómo China se volvió capitalista, nuestro libro se enfoca principalmente en las dos primeras décadas de reformas. Dentro de este periodo, nuestro relato está dividido en dos partes por un suceso divisorio, el Movimiento Estudiantil de 1989".
Ronald Coase (1910-2013) fue un Premio Nobel y Profesor Distinguido de la Escuela de Leyes de la Universida de Chicago.
Ning Wang profesor asistente en la Escuela de Política y Estudios Globales en Arizona State University.
Este ensayo fue publicado originalmente en inglés en la edición de Enero/Febrero de 2013 del Cato Policy Report. Está basado en el libro de los mismos autores How China Became Capitalist (Palgrave, 2013).
Nadie predijo que la “modernización socialista” que el gobierno chino post-Mao lanzó en 30 años resultaría ser lo que los académicos denominan hoy la gran transformación económica de China. Cómo las acciones de los campesinos, trabajadores, académicos, y legisladores chinos se combinaron y derivaron en esta consecuencia no intencionada es la historia que intentamos contar. Hoy, no necesitamos presentar datos estadísticos para convencerlo del auge de la economía china, aún cuando China todavía se enfrenta a retos enormes. Muchos chinos todavía son pobres, muchos menos chinos tienen acceso a agua pura que a los teléfonos celulares, y todavía se enfrentan a muchos obstáculos cuando se trata de proteger sus derechos y ejercer su libertad. No obstante, China ha sido transformado desde adentro a lo largo de los últimos 35 años. Esta transformación es la principal historia de nuestra época. La lucha de China, en otras palabras, es la lucha del mundo.


Wednesday, June 22, 2016

Inflacionismo: alineados con la crisis global


Inflacionismo: alineados con la crisis global

Mauricio Ríos
Artículo y análisis original de Mauricio Ríos.

La economía global continúa deteriorándose. Solamente en esta semana, cuando ha vuelto a caer el Baltic Dry Index, lo han señalado Robert Shiller y Nouriel Roubini. Sin que todavía se hubieran recuperado con firmeza las primeras economías del globo, las economías emergentes que sostenían el crecimiento sufren serias turbulencias.

¿Y por la región? Pues lo mismo. Brasil permanece con una muy seria inestabilidad política, mientras la inflación sigue incrementándose limitando sus municiones para la guerra monetaria entre el dólar y el yen, y Venezuela permanece en el absurdo de sussoldados que roban cabras para poder comer.
Ante tal situación, Ken Rogoff ha sorprendido con su recomendación a los mercados emergentes de incrementar sus reservas en oro, y Stanley Druckenmiller, presidente y director de Duquesne Family Office, ha recomendado abandonar posiciones bursátiles y también comprar oro.


¿Y qué sucede con Bolivia en semejante entorno? La última noticia ha sido la emisión de un nuevo billete con la denominación de Bs. 500. El Banco Central de Bolivia ha manifestado que el crecimiento de la economía así lo exige, además de que asegura,junto a algunos analistas, que dicha emisión no generará inflación. Para variar, todo a contramano. Ya que la burbuja se desinfla, hay que meterle más fuelle.
Pero veamos: además de que esta emisión se encuentra en el marco del mayor programa de hiperestímulo del consumo, el gasto y el endeudamiento que jamás se haya conocido en el país, y no en la inversión privada rentable, si el billete de 500 no generará inflación, ¿cuál es el temor de emitir el de 700 que planeaban ya en agosto?
El problema es que añadir una nueva denominación es una consecuencia de la inflación presente e inmediatamente anterior: ¡los billetes de 200 ya sólo alcanzan para lo que hace pocos años alcanzaba el billete de 100! Y con seguridad que para cuando los de 700 sean emitidos será para lo que ya no alcancen los de 500. Tan sencillo como eso. Y no digan que no generará inflación, si hace tan sólo un par de semanas anunciaron la absurda decisión de incrementar la liquidez buscando apuntalar el crecimiento.
Este es un muy viejo argumento inflacionista, pues. Es como decir que el patrón oro no es posible porque la cantidad del metal alrededor del globo no sería suficiente para el número de transacciones en una economía. Burda fundamentación. Una de las virtudes del patrón oro, justamente, es que al ser escaso el metal preserva su valor y lo incrementa frente al papel moneda, a la vez que impide la voracidad fiscal de los gobiernos gastando más de lo que realmente se genera. Solamente aplique la ley de la utilidad marginal decreciente a la producción de dinero estatal, en este caso por parte del Banco Central de Bolivia. Siempre terminará valiendo menos aquello de lo que más abunda.
No es necesario esperar a ver volar todo por los aires para aceptar que la crisis ya está aquí.
Ahora, ¿por qué se insiste tanto el oro? Aquí viene lo interesante: estamos a exactamente cuatro meses de la presentación de un gran proyecto para la preservación patrimonial de nuestros clientes, una serie de estrategias para asumir el desafío del acoso contra su capital. Hemos organizado un road show que cubrirá algunas ciudades latinoamericanas, entre las que se encuentra nada menos que la capital de Santa Cruz de la Sierra, y para no sólo decirle por qué el metal amarillo, que tiene su mejor trimestre en 30 años, debe componer una parte de su portafolio de inversión, sino además cómo, cuándo y dónde. #StayTuned!

Inflacionismo: alineados con la crisis global


Inflacionismo: alineados con la crisis global

Mauricio Ríos
Artículo y análisis original de Mauricio Ríos.

La economía global continúa deteriorándose. Solamente en esta semana, cuando ha vuelto a caer el Baltic Dry Index, lo han señalado Robert Shiller y Nouriel Roubini. Sin que todavía se hubieran recuperado con firmeza las primeras economías del globo, las economías emergentes que sostenían el crecimiento sufren serias turbulencias.

¿Y por la región? Pues lo mismo. Brasil permanece con una muy seria inestabilidad política, mientras la inflación sigue incrementándose limitando sus municiones para la guerra monetaria entre el dólar y el yen, y Venezuela permanece en el absurdo de sussoldados que roban cabras para poder comer.
Ante tal situación, Ken Rogoff ha sorprendido con su recomendación a los mercados emergentes de incrementar sus reservas en oro, y Stanley Druckenmiller, presidente y director de Duquesne Family Office, ha recomendado abandonar posiciones bursátiles y también comprar oro.

Tuesday, June 21, 2016

La vía a la prosperidad con unos mercados sólidos

Edmund S. Phelps, the 2006 Nobel laureate in economics, is Director of the Center on Capitalism and Society at Columbia University and author of Mass Flourishing.
BERLÍN – El desplome financiero mundial que estuvo a punto de ocurrir y las contracciones posteriores dejaron a las naciones anglosajonas cavilando sobre qué debían hacer para encaminar sus economías por una senda que conduzca a la recuperación y al tiempo evitar una crisis similar en el futuro. Algunos miembros del Centro sobre Capitalismo y Sociedad de la Universidad de Columbia enviaron recomendaciones a la última reunión del G20, celebrada el pasado mes de abril. Para crear más puestos de trabajo en la economía, yo propuse que los gobiernos crearan una clase de bancos que cultivaran el perdido arte de la financiación de proyectos de inversión en el sector empresarial: el tipo de financiación para el que los antiguos bancos “mercantiles” eran auténticos expertos hace un siglo. También reiteré mi apoyo a una subvención para las empresas que mantuvieran el empleo de los trabajadores con salarios bajos. (Singapur adoptó esa idea con resultados envidiables.) 


Para proteger los bancos comerciales de los riesgos que podría correr su solvencia (y, además, la de todo el país) una vez más, Richard Robb propuso que se aplicara un pequeño impuesto a las deudas a corto plazo de los bancos para que no cayeran en un endeudamiento excesivo. Amar Bhide propuso que los bancos comerciales volvieran a la banca “estricta”. Si lo hiciesen, no podrían pedir préstamo alguno.
Pero, pese a todas las medidas normativas y a los discursos al respecto, los países del G20 no adoptaron ninguna de esas propuestas. Han centrado la atención en las medidas anticíclicas destinadas a moderar la contracción, en lugar de en la reestructuración. Esa moderación, en sí misma, es digna de beneplácito, desde luego, pero las medidas adoptadas pueden estar retrasando la recuperación.
Gran parte del “estímulo” fiscal a los consumidores hace que las empresas mantengan a sus empleados en lugar de liberarlos para que se orienten hacia el sector de la exportación y la competencia con las importaciones, que están experimentando un gran desarrollo. Gran parte del estímulo destinado a los propietarios de viviendas está apuntalando los precios de la vivienda con unos niveles insostenibles, con lo que se está retrasando la absorción en la economía de los recursos excedentes en el sector de la construcción. Otra ronda de estímulo mundial, después de que la contracción se haya acabado o casi, haría subir los tipos de interés y disminuir la actividad inversora.
Las iniciativas estatales encaminadas a reconstruir la “infraestructura” –a substituir las menguantes inversiones privadas por inversiones estatales en atención de salud, control del clima y conservación de la energía– no tienen ese inconveniente, pero resultan discutibles como medio para la creación de puestos de trabajo. La inversión privada se ve sostenida por la innovación privada, que renueva las buenas oportunidades, pero, ¿se renovarían igualmente las buenas oportunidades para la inversión estatal? ¿Podrían las incertidumbres creadas por la entrada en semejante territorio desconocido hacer pagar un precio cuantioso a la actividad inversora privada?
Los gobiernos deben desechar la falsa ilusión de que, para conseguir la plena recuperación, basta con apretar botones. Desde el comienzo de las economías asombrosamente innovadoras que brotaron en el siglo XIX, el método probado y corroborado para obtener una gran prosperidad –para que haya una gran oferta de empleos atractivos y estimulantes– ha sido un sistema de empresa privada innovadora en el sector de los negocios.
Lo que los gobiernos deben hacer es “estimular” una economía innovadora, no kilómetros y kilómetros de carreteras, energía eólica y otros proyectos de construcción. La forma mejor de acortar la contracción es la de reestructurar la economía de tal modo, que recupere un nivel de normalidad superior.
El próximo diciembre, el Centro sobre el Capitalismo y la Sociedad se reunirá en Berlín, pocas semanas después de las conmemoraciones de la caída del Muro de Berlín. La reunión va encaminada a buscar formas de racionalizar y reforzar unas economías tambaleantes para que cuenten con el dinamismo que crea una gran prosperidad: abundancia de puestos de trabajo y gran satisfacción en el empleo.
Naturalmente, no se conocen todos los instrumentos para la creación de prosperidad, pero muchos sí. Es bueno disponer de un sector bancario dirigido por una diversidad de financieros sagaces y capacitados para reconocer proyectos de inversión innovadores y dispuestos a financiarlos. Es bueno disponer de un sector empresarial en el que los accionistas no sean víctimas de gerentes que actúen en provecho propio. Es malo que haya gestores de fondos que se deshagan de las acciones de una empresa, si no alcanza sus objetivos de beneficios correspondientes al próximo trimestre.
No obstante, el objetivo del gran dinamismo plantea un problema. A los mercados, por estar poblados por meros seres humanos, les cuesta averiguar dónde se encuentran las oportunidades de inversiones provechosas (por no hablar de las más provechosas). El conocimiento por parte de una empresa de los resultados futuros de un nuevo negocio es imperfecto, por no decir algo peor, y cuanto más innovadora sea la empresa, más imperfecta será cualquier comprensión por anticipado de su posible resultado.
El conocimiento por parte de un inversor de los resultados de la decisión de comprar tal o cual activo, financiero o real, es igualmente imperfecto. Además, lo que otros piensen –y, en particular, lo que hagan los rivales– puede tener grandes consecuencias en los resultados de una decisión y gran parte de lo que otros entienden y se proponen es privado y, por tanto, inaccesible. De modo que un dinamismo económico depende del suficiente número de personas dispuestas a actuar, pese a lo poco que saben.
Quienes, en la conferencia de Berlín y en otros ámbitos, intentamos reconstruir las economías para que adquieran un mayor dinamismo debemos hacerlo con conciencia de esas realidades económicas. Los poderes mágicos del mercado son limitados. Por fortuna, hay algunos preceptos e ideas en materia de políticas en los que los gobiernos harían bien en invertir su capital político, si quieren que se reanude la innovación y la prosperidad que la acompaña.
Un precepto ancestral es el de procurar no quebrantar la confianza de los inversores innecesariamente. Cuando John Maynard Keynes fue a ver al Presidente Roosevelt en plena Depresión, le aconsejó moderar la retórica antiempresarial del gobierno y, sin embargo, los gobiernos deben procurar también no infundir demasiada confianza a las empresas, pues podrían caer en la tentación de aumentar los márgenes comerciales y afectar a las ventas.
También la simplificación de las entidades financieras, en particular las que cuenten con un apoyo estatal implícito, debe desempeñar un papel en la reconstrucción de una economía dinámica. Las calificaciones que pretenden  tener en cuenta el “riesgo sistemático” pueden resultar tan peligrosas como las que no lo tengan en cuenta. Las empresas que trabajan con fondos especulativos y capital de riesgo y se aventuran con nuevos proyectos y los bancos mercantiles reconstituidos están en condiciones relativamente buenas para adoptar decisiones financieras que requieren juicio y capacidad para lanzarse a lo desconocido y hacerlo con un horizonte no dictado por los beneficios trimestrales.
También hay ideas para abordar los vaivenes especulativos, que pueden inducir a inversiones derrochadoras y una pérdida de la innovación. Sus “correcciones” pueden tener también costos: un desplome del negocio y una mayor pérdida de innovación.
Un marco conceptual –la economía del conocimiento imperfecto– recientemente ideado por un miembro del Centro, Roman Frydman, en colaboración con Michael Goldberg, muestra que los vaivenes excesivos de los precios de los activos se deben a la imperfecta comprensión por parte de los participantes en los mercados de las futuras recompensas de sus decisiones. Dicho marco brinda una lógica a la intervención normativa en los mercados de activos y también tiene consecuencias importantes para la forma como los reguladores deben calibrar y gestionar el riesgo financiero sistémico.
El análisis reconoce que a largo plazo el mercado logra mucho mejores resultados (aunque no perfectos) en materia de fijación de precios que los reguladores, pero constituye un alegato en pro de nuevas medidas, incluidos los “abanicos de orientaciones” sobre los precios de los activos y la variación conveniente de depósitos mínimos y necesidades de capital, para contribuir a moderar los excesivos movimientos de precios.
Recuperar un capitalismo que funcione bien puede ser como ascender por una montaña muy empinada, pero hay motivos para abrigar la esperanza de que esté a nuestro alcance.

La vía a la prosperidad con unos mercados sólidos

Edmund S. Phelps, the 2006 Nobel laureate in economics, is Director of the Center on Capitalism and Society at Columbia University and author of Mass Flourishing.
BERLÍN – El desplome financiero mundial que estuvo a punto de ocurrir y las contracciones posteriores dejaron a las naciones anglosajonas cavilando sobre qué debían hacer para encaminar sus economías por una senda que conduzca a la recuperación y al tiempo evitar una crisis similar en el futuro. Algunos miembros del Centro sobre Capitalismo y Sociedad de la Universidad de Columbia enviaron recomendaciones a la última reunión del G20, celebrada el pasado mes de abril. Para crear más puestos de trabajo en la economía, yo propuse que los gobiernos crearan una clase de bancos que cultivaran el perdido arte de la financiación de proyectos de inversión en el sector empresarial: el tipo de financiación para el que los antiguos bancos “mercantiles” eran auténticos expertos hace un siglo. También reiteré mi apoyo a una subvención para las empresas que mantuvieran el empleo de los trabajadores con salarios bajos. (Singapur adoptó esa idea con resultados envidiables.) 

Saturday, June 18, 2016

Dinero sin Estado



La cruzada de los Estados contra la libertad individual de sus súbditos tiene muchos frentes, y en todos ellos se libran batallas tan encarnizadas como desapercibidas para las grandes masas anestesiadas. Pese a no producir absolutamente nada, los Estados tienen a su disposición unos recursos casi ilimitados: les basta quitárselos a la gente, y las normas que imponen para ello no dejan de proliferar y sofisticarse.
La tecnología brinda nuevas armas a los dos contendientes. El aparato estatal la utiliza para vigilarnos y controlar nuestros pasos hasta extremos inéditos. Los individuos la empleamos —con frecuencia inconscientemente— para evadir esos controles insidiosos, fortalecer nuestra independencia y aumentar nuestra privacidad. Si llegara a prevalecer una tecnología de la recentralización y la jerarquización estaríamos perdidos y la humanidad futura sería menos libre que en cualquiera de sus estadios precedentes. Si, por el contrario, sigue siendo superior el avance de las tecnologías de interrelación horizontal y privada entre individuos, estaremos a salvo. Afortunadamente, hasta ahora parece clara la tendencia hacia una diseminación tecnológica tan generalizada, veloz y descoordinada que supera el avance tecnológico estatal.



Todos los grandes cambios tecnológicos han provocado cambios igualmente importantes en la red social, es decir, en la estructura de interrelaciones humanas
Siendo importante el efecto directo de la tecnología sobre el espacio directo de libertad de cada persona, lo realmente esencial es su inducción de cambios culturales. Todos los grandes cambios tecnológicos han provocado cambios igualmente importantes en la red social, es decir, en la estructura de interrelaciones humanas. Una evolución tecnológica que se basa en la colaboración espontánea de millones de tecnólogos en persecución de infinidad de fines particulares es la mejor garantía de que el cambio cultural subsiguiente vaya en la línea de más libertad y menos Estado para todos. Hay quienes teorizan que, en unas pocas décadas, la proliferación de las tecnologías libres provocará un cambio de paradigma en la organización social y política, sustituyendo las instituciones actuales por otras más acordes con la nueva red social. Tiene sentido, porque parece a todas luces imposible que el cambio afecte a todo lo demás y esquive solamente las estructuras políticas. Ahora bien, incluso si este pronóstico esperanzador resulta acertado, no va a ser ningún paseo militar para los partidarios de la Libertad. Los Estados se resistirán —se están resistiendo ya— a un futuro así. El recrudecimiento del estatismo, que trasciende los colores políticos, es una reacción esperable a esta tendencia de largo plazo que le amenaza.
Los Estados ya están atacando una de nuestras líneas de defensa fundamentales: el anonimato. Para ello no sólo emplean todas las novedades tecnológicas posibles. No les basta porque los individuos estamos en ventaja simplemente combinando las nuevas tecnologías con la privacidad convencional reconocida por nuestros textos constitucionales. Por eso vemos en todo el mundo cómo se erosiona sin contemplaciones los viejos derechos civiles antes inquebrantables, mientras en algunos países de nuestro entorno se limita legislativamente la encriptación de información o se pretende establecer sistemas de inspección profunda de los paquetes de datos en tránsito. El control de la ubicación del individuo es uno de los desarrollos más preocupantes, y contribuyen a él desde la identificación de las matrículas en los parquímetros hasta la intervención de las redes de telecomunicaciones móviles. Si algo han demostrado whistleblowers como Assange o Snowden es la absoluta falta de escrúpulos de los Estados a la hora de espiarnos a todos.
Uno de los medios más eficaces para tenernos vigilados es la destrucción de nuestra privacidad financiera, cuya inviolabilidad es ya un simple recuerdo
Uno de los medios más eficaces para tenernos completamente vigilados es la destrucción de nuestra privacidad financiera, cuya inviolabilidad es ya un simple recuerdo. Siempre se ha dicho que los impuestos directos no son perniciosos solamente porque nos quitan recursos, sino sobre todo porque obligan a revelar al Estado las finanzas personales. Pero esa injerencia resulta hoy casi un juego de niños, al lado del gran objetivo estatal que, indicio a indicio, vemos progresar en todo el mundo. Se trata de la destrucción del dinero tal como lo conocemos.
En realidad el Estado lleva mucho tiempo, como mínimo más de un siglo, destruyendo la institución dinero que tanto estorbaba a sus planes de control total del individuo. Para ello estableció el sistema de banca central y las leyes de curso monetario forzoso, y eliminó paulatinamente todo freno a la emisión de dinero mediante patrones objetivos. Igualmente, el Estado mantiene un reducido y privilegiado oligopolio bancario que, en realidad, no es más que una extensión suya. Ahora se dispone a asestar el golpe definitivo al libre intercambio entre particulares, eliminando el dinero físico para desanonimizar hasta las más pequeñas transacciones.
Los billetes y monedas son títulos al portador que cumplen una función ancestral y crucial: desvincular el valor transportado de la identidad del usuario
Si el dinero es, entre otras cosas, un depósito de valor y un medio de intercambio, es obvio que ambas funciones deben ser anónimas si así lo deciden las partes. Una vez incorporado legítimamente al patrimonio de una persona, el dinero debe poderse emplear de forma anónima en infinidad de situaciones. Los billetes y monedas son títulos al portador que cumplen una función ancestral y crucial: desvincular el valor transportado de la identidad personal de su usuario. El nuevo DNI 3.0 es uno de los pasos que están dando algunos Estados para hacer que todo el mundo lleve encima en un documento-aparato entre cuyas múltiples capacidades podrá habilitarse, en un futuro muy cercano, la de acceder a los depósitos bancarios para cualquier transacción. Hasta una barra de pan podría pagarse aproximando el DNI-billetera a un aparato de cobro situado en la panadería, quedando así registrado no sólo el importe sino, obviamente, la ubicación del pagador en el momento del pago. Las entidades bancarias, colaboracionistas del Estado, ya fuerzan hasta extremos inéditos la “trazabilidad” de las transacciones realizadas, y lo presentan como una buena práctica de responsabilidad social.
En fin, se hace necesaria una rebelión ciudadana contra la desanonimización del dinero. Tal vez un resultado positivo de este ataque en ciernes a nuestra privacidad sea la consolidación de una economía colaborativa con sistemas sofisticados de trueque al margen del dinero estatal, o la de dineros privados tipo pagaré, libremente endosables; o, mucho mejor, la generalización de monedas virtuales seguras y despolitizadas, como Bitcoin y similares. Si el Estado amenaza a la institución dinero, respondamos con formas de dinero sin Estado.

Dinero sin Estado



La cruzada de los Estados contra la libertad individual de sus súbditos tiene muchos frentes, y en todos ellos se libran batallas tan encarnizadas como desapercibidas para las grandes masas anestesiadas. Pese a no producir absolutamente nada, los Estados tienen a su disposición unos recursos casi ilimitados: les basta quitárselos a la gente, y las normas que imponen para ello no dejan de proliferar y sofisticarse.
La tecnología brinda nuevas armas a los dos contendientes. El aparato estatal la utiliza para vigilarnos y controlar nuestros pasos hasta extremos inéditos. Los individuos la empleamos —con frecuencia inconscientemente— para evadir esos controles insidiosos, fortalecer nuestra independencia y aumentar nuestra privacidad. Si llegara a prevalecer una tecnología de la recentralización y la jerarquización estaríamos perdidos y la humanidad futura sería menos libre que en cualquiera de sus estadios precedentes. Si, por el contrario, sigue siendo superior el avance de las tecnologías de interrelación horizontal y privada entre individuos, estaremos a salvo. Afortunadamente, hasta ahora parece clara la tendencia hacia una diseminación tecnológica tan generalizada, veloz y descoordinada que supera el avance tecnológico estatal.


Friday, June 17, 2016

El capitalismo, la paz y el movimiento histórico de las ideas

John P. Mueller señala que "aunque la corriente de las ideas de la paz y del libre mercado han cursado trayectorias paralelas y sustancialmente superpuestas, el respaldo al capitalismo no implica por si solo la aversión a la guerra o el respaldo a la paz".
John Mueller es catedrático de Ciencia Política en la Universidad de Ohio y un Académico Distinguido del Cato Institute.
Este ensayo fue publicado originalmente en inglés en la publicación académica International Interactions. Aquí puede descargar este ensayo en formato PDF.

A lo largo de los últimos siglos han habido importantes cambios en muchas ideas relevantes acerca de la manera en que deberían organizarse las sociedades y el mundo. Por ejemplo, ha habido notables declives en la esclavitud formal, la pena de muerte y los castigos físicos, la tortura, las venganzas, las contiendas sangrientas, las monarquías, y cada vez menos personas fuman. También ha habido una creciente aceptación de las cárceles humanitarias, la pornografía, el aborto, la igualdad racial y de clases, los derechos de las mujeres, los sindicatos, el ambientalismo, los derechos de homosexuales y de una aplicación determinada del método científico.



En este proceso son importantes los esfuerzos de los empresarios de ideas. Comenzando a fines del siglo diecinueve, por ejemplo, algunos empezaron a promover la noción de que la guerra —o al menos la guerra entre las naciones desarrolladas— era una mala idea. A pesar de muchos retrocesos, sus esfuerzos parecen hacer sido al menos parcialmente responsables de la ausencia, históricamente sin precedentes, de una gran guerra desde hace ya casi un siglo. A lo largo de los dos últimos siglos otros empresarios de ideas buscaron promover las ideas de que la democracia es la forma más deseable de gobierno y que el capitalismo de libre mercado es la mejor manera de organizar la economía —lo que hoy parece haber tenido un éxito considerable.
Un enfoque en los empresarios de ideas es recomendable puesto que muchas veces es difícil encontrar razones materiales para explicar el movimiento histórico de las ideas. Por ejemplo, uno podría estar inclinado a argumentar que la marcada reducción de guerras entre los estados desarrollados se debe a los crecientes costos de dichas guerras. Pero las guerras medievales fueron muchas veces absolutamente devastadoras, mientras que dentro de unos pocos años después de una guerra terrible, la Primera Guerra Mundial, casi todas las naciones se habían recuperado económicamente. La democracia empezó a plantar sus raíces en países importantes para fines del siglo dieciocho aún cuando se había conocido como una forma de gobierno desde hace milenios y aunque pareciera que no se dieron avances tecnológicos o económicos en ese momento que impulsaran su aceptación.
Nada de esto es para sugerir que los esfuerzos de los empresarios de ideas siempre triunfan. Muchas, probablemente la mayoría, de las ideas promovidas fracasan en lugar de triunfar. De hecho, si la promoción extensiva y a propósito pudiese garantizar la aceptación, todos estaríamos manejando Edsels. O, dicho de otra forma, cualquiera que pueda predecir de manera precisa y persistente o manipular los gustos y deseos no estaría escribiendo acerca de cómo hacerlo, sino que se mudaría a Wall Street para convertirse muy pronto en la persona más rica del planeta.
Muchas de las ideas que han crecido en aceptación a lo largo de los últimos siglos se relacionan entre ellas, y algunas veces han sido promovidas por los mismos empresarios de ideas. Sin embargo, aunque las ideas han tomado trayectorias paralelas —y muchas veces superpuestas—, no queda claro que necesariamente son dependientes las unas de las otras. Es muy probable, por ejemplo, que las personas que firmemente se oponen al aborto por razones morales acepten la pena de muerte. De hecho, podrían horrorizarse de aquellos que tienen las predisposiciones opuestas.
De igual manera, aunque la corriente de las ideas de la paz y del libre mercado han cursado trayectorias paralelas y sustancialmente superpuestas, el respaldo al capitalismo no implica por si solo la aversión a la guerra o el respaldo a la paz. De hecho, para que las personas adopten el eslogan “¡Hagan dinero, no guerra!”, como lo proponía Nils Petter Gleditsch, no solo deben respaldar al capitalismo como un sistema económico, sino también aceptar, lógicamente, al menos tres ideas subyacentes. Deben considerar a la prosperidad económica como un objetivo; deben ver la paz como un mejor medio para el progreso que la guerra; y deben creer que el comercio, en vez de la conquista, es la mejor manera de lograr su principal objetivo.
La prosperidad debería ser el objetivo dominante
Para que el capitalismo tenga un efecto sobre la aversión a la guerra, es necesario , primero, convencer a la gente de que enriquecerse es un objetivo importante —para que el mundo llegue a valorar el bienestar económico por encima de pasiones que muchas veces son económicamente absurdas. En otras palabras, es necesario que la búsqueda decidida de la riqueza sea aceptada sin vergüenza como un comportamiento que es deseable, beneficioso e incluso honorable.
La aceptación generalizada del capitalismo —la noción de que la economía debería estar organizada de tal manera que permita el libre intercambio de bienes y servicios con una intervención mínima del Estado— será de poca relevancia para aquellos que no consideran que enriquecerse es un objetivo importante. Tradicionalmente, la noción de que uno debería favorecer a las personas que son codiciosas ha sido repulsiva para aquellos que aspiran a valores que considerar muy superiores —tales como el honor, el altruismo, el sacrificio, la piedad y el patriotismo. En contraste, los motivos económicos han sido sistemáticamente considerados como burdos, materialistas, cobardes y egoístas. Por lo tanto, como Simon Kuznets ha indicado, la búsqueda de la eternidad en otro mundo y el intento de mantener diferencias innatas tal como están expresadas en la estructura de las clases muchas veces han sido considerados como algo muy superior al progreso económico.
Un área importante en que la que han dominado muchas veces los valores no-económicos ha sido la guerra. Por siglos, muchos grandes pensadores han considerado que la paz es inmoral, materialista e innoble. El general de Prusia Von Moltke declaró que la “paz perpetua” era “un sueño y ni siquiera un sueño hermoso… Sin la guerra, el mundo se revolcaría en materialismo”. Aristóteles sostuvo que “un tiempo de guerra automáticamente fortalece la moderación y la justicia: un tiempo para el goce de la prosperidad, y libertinaje acompañado de paz, es más probable que haga a los hombres autoritarios”. Y cinco años antes de escribir su tratado “Paz perpetua”, Immanuel Kant sostuvo que “una paz prolongada” solía “degradar el carácter de una nación” al favorecer “el predominio de un mero espíritu comercial y con este el interés personal, la cobardía y la afeminación, todos degradantes”.
De manera que ya sea que la guerra promueva o no el bienestar económico muchas veces no ha interesado porque las personas que buscan la guerra no valoran el desarrollo económico.
Una razón importante por la que los asuntos de desarrollo económico tradicionalmente han jugado un papel tan limitado en la iniciación de una guerra es que el reconocimiento total de que el crecimiento económico es posible y de que la riqueza puede ser “creada” es relativamente reciente. A lo largo de gran parte de la historia, la riqueza usualmente ha sido considerada como un juego de suma cero: si una persona se enriquece, otra persona debe empobrecerse.
Esta falta de apreciación de la noción del crecimiento económico es comprensible porque, durante gran parte de la historia, las economías, de hecho, no han crecido. En 1750, como mejor puede ser determinado, todas las zonas del mundo eran relativamente iguales en términos económicos —igual de pobres de acuerdo a los estándares contemporáneos. El historiador económico Paul Bairoch estima que la relación en riqueza per cápita entre los países más ricos y más pobres era en ese entonces no más de 1,6 a 1. No obstante, a principios del siglo diecinueve, y acelerándose cada vez más después, una enorme brecha se creó cuando América del Norte, Europa, y, eventualmente, Japón, empezaron a crecer considerablemente. En los años más recientes, el crecimiento a partir de niveles históricos ha empezado a darse a nivel mundial.
Sin importar cuáles sean las razones de este notable desarrollo, hasta casi el fin del siglo diecinueve, la idea de que las economías en realidad podían crecer difícilmente podía ser apreciada por la gran mayoría de personas porque, de hecho, durante casi la totalidad de la historia previa del desarrollo humano, ninguna lo había hecho.
Michael Howard indica que en un momento el mundo desarrollado fue organizado en “sociedades de guerreros” en las que la guerra era vista como “el destino más noble de la humanidad”. Esto fue cambiado, él sugiere, con la industrialización, que “últimamente produce sociedades poco propensas a la guerra que se dedican al bienestar material en lugar de dedicarse a los logros heroicos”. El principal problema con esta generalización es que la industrialización habló con una lengua bifurcada. El mundo desarrollado puede que haya experimentado la Revolución Industrial, pero si esta experiencia alentó a algunas personas a abandonar el espíritu de guerra, esta aparentemente impulsó a otros a enamorarse más profundamente con la institución. El mismo Howard rastrea el auge del espíritu militar al siglo diecinueve, cuando este se unió al feroz y expansionista ímpetu nacionalista conforme la industrialización llegó a Europa. Y, por supuesto, en el próximo siglo las naciones industrializadas combatieron en dos de las guerras más importantes en la historia. Por lo tanto, la industrialización puede inspirar un espíritu de guerra así como también uno de paz.
El notable desarrollo económico del siglo diecinueve fue acompañado de un creciente movimiento anti-guerra, particularmente en su última década. Sin embargo, este grupo de emprendedores de ideas permaneció siendo parte de un esfuerzo pequeño y extraño. Se requirió del cataclismo de la Primera Guerra Mundial, tal vez dramatizado por su todavía más violenta sucesora 20 años después, para remover completamente el atractivo de las virtudes marciales. El desarrollo económico por si solo, sin importar qué tan impresionante sea, claramente no fue suficiente para lograr eso.
La paz es mejor que la guerra para promover el progreso
Aún si uno acepta al capitalismo de libre mercado y considera que la prosperidad es un objetivo dominante, uno no necesariamente creería que la paz es el mejor medio para lograr el desarrollo y la innovación progresiva. Muchas personas que han aceptado la importancia de la innovación y del desarrollo también han argumentado que la guerra es un medio más progresivo que la paz —que la guerra, y la preparación para ella, funciona como un estímulo para la innovación económica y tecnológica y para el crecimiento económico.
En 1908, por ejemplo, H.G. Wells, quien de ninguna manera era militarista consideraba que los avances comerciales eran “débiles e irregulares” comparados con “el desarrollo constante y rápido de métodos y dispositivos en asuntos navales y militares”. Señaló que los electrodomésticos de su época eran “algo mejor de lo que eran hace cincuenta años” pero que el “rifle o buque de guerra de hace cincuenta años era en todos los aspectos inferior al que tenemos ahora”. Wells no era el único que pensaba así: el argumento de que la guerra era un importante estímulo para el desarrollo tecnológico era común en su época.
Llevando esta consideración más a fondo, muchos han considerado que la guerra es un elemento clave en la promoción del progreso de la civilización y de la evolución en general. El historiador prusiano Heinrich von Treitschke proclamó que “los grandes avances que la civilización logra en contra de la barbarie y la irracionalidad solo son realizados mediante la espada” y que “un pueblo valiente por si solo tiene una existencia, una evolución o un futuro; los débiles y cobardes perecen justamente”. El General Friedrich von Bernhardi sostuvo que la guerra era un “instrumento poderoso de la civilización” y “una necesidad política…luchada en nombre del progreso biológico, social y moral”. Él advirtió que “sin guerra, las razas inferiores o en declive fácilmente acabarían con el crecimiento de los elementos saludables y en ciernes, y resultaría en una decadencia universal”.
Treitschke y Bernhardi estaban reflejando las opiniones de algunos darwinistas sociales, como el inglés experto en estadísticas, Karl Pearson: “El camino del progreso es sembrado con la ruina de naciones…que no encontraron el estrecho paso hacia la perfección. Estas personas muertas son, verdaderamente, las piedras sobre las cuales se ha erigido la humanidad hacia la vida más intelectual y profundamente emocional de hoy”. En 1891, Émile Zola declaró que “solo las naciones propensas a la guerra han prosperado: una nación muere tan pronto se desarma”. En EE.UU., Henry Adams concluyó que la guerra “sacaba a relucir las características más adecuadas para sobrevivir la lucha para existir”. De igual forma, el compositor ruso Igor Stravinsky una vez declaró que la guerra era “necesaria para el progreso humano”.
La mejor forma de obtener riqueza es mediante el intercambio, no la conquista
En 1795, reflejando la opinión de Montesquieu y de otros, Immanuel Kant argumentó que “el espíritu del comercio” es “incompatible con la guerra” y que, conforme el comercio inevitablemente “llevará la delantera”, los estados buscarían “promover la paz honorable y, con una mediación, prevenir la guerra”. No obstante, esta noción está incompleta porque, como el historiador inglés del siglo diecinueve Henry Thomas Buckle señaló, “el espíritu comercial” muchas veces ha sido “propenso a la guerra”.
Buckle si vio, sin embargo, que esto estaba cambiando y reconoció a La riqueza de las naciones de Adam Smith como “probablemente el libro más importante que alguna vez se haya escrito” porque muestra de manera convincente que la verdadera riqueza viene no de la decreciente riqueza de otros, sino que “los beneficios del comercio son necesariamente recíprocos”. Estas conclusiones son elementales y profundas, y, como Buckle sugiere, alguna vez fueron contrarias a la intuición. Buckle luego concluyó que el descubrimiento económico clave de Smith era “la principal manera” mediante la cual el “espíritu propenso a la guerra” había sido “debilitado”.
El problema es, sin embargo, que, incluso si uno adopta al bienestar material como un objetivo dominante, incluso si uno rechaza la noción de que la guerra es mejor que la paz para promover el progreso, e incluso si uno acepta la noción de que la riqueza resulta del intercambio, no necesariamente uno creerá que la guerra —y particularmente la conquista— es una mala idea.
De hecho, una razón importante por la que “el espíritu comercial” muchas veces ha sido “propenso a la guerra” es que es totalmente posible que la conquista militar pueda ser económicamente beneficiosa. Como lo recalcarían los partidarios del libre comercio, EE.UU. le debe gran parte de su prosperidad al hecho de que es la zona de libre comercio más grande del mundo. Pero su enorme tamaño fue establecido de manera notable a través de varias formas de conquista —la victoria en una guerra contra México y una serie de guerras en contra de los indios.
Particularmente en los primeros años, las poblaciones de Europa Occidental conquistadas por los Nazis durante la Segunda Guerra Mundial, mientras que resentían profundamente a los invasores, se mantuvieron fuera de problemas cooperando mediante el desempeño de sus ocupaciones y funciones normales. Esto, como lo ha señalado Norman Rich, “mantuvo andando los asuntos de rutina del gobierno y a la economía andando, permitiendo así que los Nazis gobiernen, y exploten, los países ocupados con un mínimo de personal alemán involucrado”. De hecho, los alemanes muchas veces encontraron que la ocupación podría ser considerablemente rentable. La gente de los territorios ocupados continuaba produciendo los productos necesarios para la guerra de Alemania y los invasores cobraban impuestos, cobraban “costos de ocupación” y se involucraban en otros dispositivos financieros para obtener ingresos. Las sumas recibidas fueron mucho más altas que los costos reales de mantener las fuerzas armadas invasoras.
De manera que el comercio se vuelve, en las palabras de Kant, “incompatible con la guerra” solamente cuando se acepta que la riqueza es mejor lograda mediante el intercambio que a través de la conquista. Con ese objetivo en mente fue que los empresarios de la idea anti-guerra, como el periodista y el escritor económico Norman Angell de Inglaterra, buscaron despojar de su atractivo al imperio, convenciendo a la gente de que el comercio, no la conquista, es la mejor manera de acumular riqueza.
En 1908 él declaró que era “una falacia ilógica considerar que una nación está incrementando su riqueza cuando crece su territorio”. Adoptando una perspectiva de libre comercio, indicó que Gran Bretaña “poseía” Canadá y Australia de alguna forma, aunque no obtenía sus productos a cambio de nada —tenía que pagar por estos de igual forma que si viniesen “de las menos importantes tribus en Argentina o EE.UU.”. La noción popular de que habían recursos limitados en el mundo y que los países tenían que pelear para obtener su porción no tenía sentido, argumentaba Angell. De hecho, “el gran peligro del mundo moderno no es la escasez absoluta, sino el desplazamiento del proceso de intercambios, que por si solos pueden hacer que los frutos de la tierra estén disponibles para el consumo humano”. Angell afirmó que “la riqueza, la prosperidad y el bienestar” de una nación “no dependen en forma alguna de su poder militar”, señalando que los ciudadanos de países que evitaron guerras como Suiza, Bélgica u Holanda estaban tan bien como los alemanes y mucho mejor que los austriacos o los rusos.
El empresario de ideas Angell ayudó a cristalizar una línea de razonamiento que ha ido ganando aceptación desde ese entonces, y esto ha resultado en uno de los más notables cambios en la historia mundial: la erradicación virtual de la noción antigua —en algún momento vital— del imperio. Dicho de otra manera, la gente llegó a aceptar que el libre comercio fomenta el progreso económico de la conquista sin los aspectos desagradables como la invasión y la pegajosa responsabilidad del control imperial.
Conclusión
La lógica sugiere, entonces, que la guerra internacional es poco probable si la gente llega a aceptar estas tres ideas subyacentes. Pero hay otra consideración. Una de las curiosidades acerca del movimiento histórico de las ideas es que a lo largo de los últimos siglos las ideas que han logrado difundirse exitosamente alrededor del mundo han solido hacerlo en una sola dirección —de Occidente a Oriente. De hecho, el proceso muchas veces ha sido denominado como “Occidentalización”. Por lo tanto, Taiwán se ha vuelto más como Canadá antes que Canadá más como Taiwán. Esto significa que hay una especie de aglomeración geográfica estándar: los países que adoptaron temprano la aversión a la guerra también fueron, generalmente, los primeros en adoptar la democracia, el capitalismo, la ciencia, la pornografía, los derechos de homosexuales, y el aborto, así como también fueron los primeros en abandonar la esclavitud, la monarquía, las contiendas sangrientas, la pena de muerte y la Iglesia.
Como se sugirió anteriormente, puede que en general sea mejor ver cada movimiento alrededor de una idea como un fenómeno independiente —así como uno vería una falda cuya longitud está más determinada por los vaivenes de la moda que por la disponibilidad de tela e hilos. Habrá una correlación entre la aceptación de las ideas, pero puede que sea esencialmente espuria.
Además, si acaso hay una correlación entre el auge del capitalismo de libre mercado y el auge de la aversión a la guerra, cualquier relación causal que pueda existir entre los dos desarrollos podría ser solamente lo contrario de lo que uno esperaría. No es que el capitalismo de libre mercado y el desarrollo económico resulten en la paz, sino que la paz facilita el capitalismo y su derivado, el desarrollo económico.
Sin embargo, la relación mediante la cual la paz facilita el capitalismo de libre mercado y el crecimiento económico probablemente será considerablemente más sólida que aquella mediante la cual la paz facilitaría la democracia. Este es el caso especialmente con el comercio internacional. La Guerra Fría podría ser vista como parte de una inmensa barrera comercial y con la desaparición de esa imprudente construcción derivada de la política, el comercio ha sido liberalizado. Y la larga e histórica ausencia de guerra entre las naciones de Europa Occidental, sin precedentes, no ha sido causada por su creciente armonía económica. En cambio, su armonía económica ha sido causada, o al menos facilitada sustancialmente, por la paz —duradera y sin precedente histórico— que han gozado.
Esta corriente de pensamiento también se relaciona con estudios que concluyen que cualquier paz democrática está condicionada por el desarrollo económico. Como se ha señalado, probablemente la paz si facilita el desarrollo democrático, pero probablemente facilita el desarrollo económico mucho más —de manera que hay una relación más cercana entre la paz y el capitalismo que entre la paz y la democracia. Pero la relación causal no es que la democracia y/o el capitalismo provocan la paz. En cambio, si otros asuntos están alineados adecuadamente, la paz es lo que causa —facilita o hace que sea más posible— la democracia y el capitalismo.