Edmund S. Phelps
Edmund S. Phelps, the 2006 Nobel
laureate in economics, is Director of the Center on Capitalism and
Society at Columbia University and author of Mass Flourishing.
BERLÍN
– El desplome financiero mundial que estuvo a punto de ocurrir y las
contracciones posteriores dejaron a las naciones anglosajonas cavilando
sobre qué debían hacer para encaminar sus economías por una senda que
conduzca a la recuperación y al tiempo evitar una crisis similar en el
futuro. Algunos miembros del Centro sobre Capitalismo y Sociedad de la
Universidad de Columbia enviaron recomendaciones a la última reunión del
G20, celebrada el pasado mes de abril. Para crear más puestos de
trabajo en la economía, yo propuse que los gobiernos crearan una clase
de bancos que cultivaran el perdido arte de la financiación de proyectos
de inversión en el sector empresarial: el tipo de financiación para el
que los antiguos bancos “mercantiles” eran auténticos expertos hace un
siglo. También reiteré mi apoyo a una subvención para las empresas que
mantuvieran el empleo de los trabajadores con salarios bajos. (Singapur
adoptó esa idea con resultados envidiables.)
Para
proteger los bancos comerciales de los riesgos que podría correr su
solvencia (y, además, la de todo el país) una vez más, Richard Robb
propuso que se aplicara un pequeño impuesto a las deudas a corto plazo
de los bancos para que no cayeran en un endeudamiento excesivo. Amar
Bhide propuso que los bancos comerciales volvieran a la banca
“estricta”. Si lo hiciesen, no podrían pedir préstamo alguno.
Pero,
pese a todas las medidas normativas y a los discursos al respecto, los
países del G20 no adoptaron ninguna de esas propuestas. Han centrado la
atención en las medidas anticíclicas destinadas a moderar la
contracción, en lugar de en la reestructuración. Esa moderación, en sí
misma, es digna de beneplácito, desde luego, pero las medidas adoptadas
pueden estar retrasando la recuperación.
Gran
parte del “estímulo” fiscal a los consumidores hace que las empresas
mantengan a sus empleados en lugar de liberarlos para que se orienten
hacia el sector de la exportación y la competencia con las
importaciones, que están experimentando un gran desarrollo. Gran parte
del estímulo destinado a los propietarios de viviendas está apuntalando
los precios de la vivienda con unos niveles insostenibles, con lo que se
está retrasando la absorción en la economía de los recursos excedentes
en el sector de la construcción. Otra ronda de estímulo mundial, después
de que la contracción se haya acabado o casi, haría subir los tipos de
interés y disminuir la actividad inversora.
Las
iniciativas estatales encaminadas a reconstruir la “infraestructura” –a
substituir las menguantes inversiones privadas por inversiones
estatales en atención de salud, control del clima y conservación de la
energía– no tienen ese inconveniente, pero resultan discutibles como
medio para la creación de puestos de trabajo. La inversión privada se ve
sostenida por la innovación privada, que renueva las buenas
oportunidades, pero, ¿se renovarían igualmente las buenas oportunidades
para la inversión estatal? ¿Podrían las incertidumbres creadas por la
entrada en semejante territorio desconocido hacer pagar un precio
cuantioso a la actividad inversora privada?
Los
gobiernos deben desechar la falsa ilusión de que, para conseguir la
plena recuperación, basta con apretar botones. Desde el comienzo de las
economías asombrosamente innovadoras que brotaron en el siglo XIX, el
método probado y corroborado para obtener una gran prosperidad –para que
haya una gran oferta de empleos atractivos y estimulantes– ha sido un
sistema de empresa privada innovadora en el sector de los negocios.
Lo
que los gobiernos deben hacer es “estimular” una economía innovadora,
no kilómetros y kilómetros de carreteras, energía eólica y otros
proyectos de construcción. La forma mejor de acortar la contracción es
la de reestructurar la economía de tal modo, que recupere un nivel de
normalidad superior.
El
próximo diciembre, el Centro sobre el Capitalismo y la Sociedad se
reunirá en Berlín, pocas semanas después de las conmemoraciones de la
caída del Muro de Berlín. La reunión va encaminada a buscar formas de
racionalizar y reforzar unas economías tambaleantes para que cuenten con
el dinamismo que crea una gran prosperidad: abundancia de puestos de
trabajo y gran satisfacción en el empleo.
Naturalmente,
no se conocen todos los instrumentos para la creación de prosperidad,
pero muchos sí. Es bueno disponer de un sector bancario dirigido por una
diversidad de financieros sagaces y capacitados para reconocer
proyectos de inversión innovadores y dispuestos a financiarlos. Es bueno
disponer de un sector empresarial en el que los accionistas no sean
víctimas de gerentes que actúen en provecho propio. Es malo que haya
gestores de fondos que se deshagan de las acciones de una empresa, si no
alcanza sus objetivos de beneficios correspondientes al próximo
trimestre.
No
obstante, el objetivo del gran dinamismo plantea un problema. A los
mercados, por estar poblados por meros seres humanos, les cuesta
averiguar dónde se encuentran las oportunidades de inversiones
provechosas (por no hablar de las más provechosas). El conocimiento por
parte de una empresa de los resultados futuros de un nuevo negocio es
imperfecto, por no decir algo peor, y cuanto más innovadora sea la
empresa, más imperfecta será cualquier comprensión por anticipado de su
posible resultado.
El
conocimiento por parte de un inversor de los resultados de la decisión
de comprar tal o cual activo, financiero o real, es igualmente
imperfecto. Además, lo que otros piensen –y, en particular, lo que hagan
los rivales– puede tener grandes consecuencias en los resultados de una
decisión y gran parte de lo que otros entienden y se proponen es
privado y, por tanto, inaccesible. De modo que un dinamismo económico
depende del suficiente número de personas dispuestas a actuar, pese a lo
poco que saben.
Quienes,
en la conferencia de Berlín y en otros ámbitos, intentamos reconstruir
las economías para que adquieran un mayor dinamismo debemos hacerlo con
conciencia de esas realidades económicas. Los poderes mágicos del
mercado son limitados. Por fortuna, hay algunos preceptos e ideas en
materia de políticas en los que los gobiernos harían bien en invertir su
capital político, si quieren que se reanude la innovación y la
prosperidad que la acompaña.
Un
precepto ancestral es el de procurar no quebrantar la confianza de los
inversores innecesariamente. Cuando John Maynard Keynes fue a ver al
Presidente Roosevelt en plena Depresión, le aconsejó moderar la retórica
antiempresarial del gobierno y, sin embargo, los gobiernos deben
procurar también no infundir demasiada confianza a las empresas, pues
podrían caer en la tentación de aumentar los márgenes comerciales y
afectar a las ventas.
También
la simplificación de las entidades financieras, en particular las que
cuenten con un apoyo estatal implícito, debe desempeñar un papel en la
reconstrucción de una economía dinámica. Las calificaciones que
pretenden tener en cuenta el “riesgo sistemático” pueden resultar tan
peligrosas como las que no lo tengan en cuenta. Las empresas que
trabajan con fondos especulativos y capital de riesgo y se aventuran con
nuevos proyectos y los bancos mercantiles reconstituidos están en
condiciones relativamente buenas para adoptar decisiones financieras que
requieren juicio y capacidad para lanzarse a lo desconocido y hacerlo
con un horizonte no dictado por los beneficios trimestrales.
También
hay ideas para abordar los vaivenes especulativos, que pueden inducir a
inversiones derrochadoras y una pérdida de la innovación. Sus
“correcciones” pueden tener también costos: un desplome del negocio y
una mayor pérdida de innovación.
Un
marco conceptual –la economía del conocimiento imperfecto–
recientemente ideado por un miembro del Centro, Roman Frydman, en
colaboración con Michael Goldberg, muestra que los vaivenes excesivos de
los precios de los activos se deben a la imperfecta comprensión por
parte de los participantes en los mercados de las futuras recompensas de
sus decisiones. Dicho marco brinda una lógica a la intervención
normativa en los mercados de activos y también tiene consecuencias
importantes para la forma como los reguladores deben calibrar y
gestionar el riesgo financiero sistémico.
El
análisis reconoce que a largo plazo el mercado logra mucho mejores
resultados (aunque no perfectos) en materia de fijación de precios que
los reguladores, pero constituye un alegato en pro de nuevas medidas,
incluidos los “abanicos de orientaciones” sobre los precios de los
activos y la variación conveniente de depósitos mínimos y necesidades de
capital, para contribuir a moderar los excesivos movimientos de
precios.
Recuperar
un capitalismo que funcione bien puede ser como ascender por una
montaña muy empinada, pero hay motivos para abrigar la esperanza de que
esté a nuestro alcance.
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