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Monday, October 3, 2016

Los bancos centrales juegan con los mercados

Juan Ramón Rallo indica que los bancos centrales tienen demasiada importancia sobre las economías, de manera que ni siquiera necesitan decidir algo para que las consecuencias comiencen a sentirse.

Juan Ramón Rallo es Director del Instituto Juan de Mariana (España) y columnista de ElCato.org. Juan Ramón obtuvo el tercer lugar en nuestro primer concurso de ensayos, Voces de Libertad 2008.
Los bancos centrales poseen una influencia desproporcionada sobre nuestras economías, en tanto en cuanto ostentan el monopolio de la creación de “dinero”. Su poder es tan elevado que ni siquiera necesitan tomar decisiones para que las repercusiones comiencen a sentirse: sus pronunciamientos son capaces de influir gravemente sobre las expectativas de consumidores o inversores y, por tanto, sobre sus actuaciones. En la Eurozona todavía tenemos muy presentes las mágicas palabras de Mario Draghi en julio de 2012 que calmaron rápidamente las potentes tensiones financieras que a punto estuvieron de destruir el euro. En EE.UU., los discursos de Alan Greenspan, el presidente de la Reserva Federal entre 1987 y 2006, se examinaban con sumo detalle para poder anticipar cuáles serían sus movimientos y poder sacar partido de ellos.



Frente a las tradicionales “operaciones de mercado abierto” (open market operations, en inglés), durante las últimas décadas han ido cobrando cada vez más fuerza las llamadas “operaciones de boca abierta” (open mouth operations), consistentes en interpretar las palabras y las gesticulaciones de los banqueros centrales para ser capaces de anticipar el curso futuro de sus actuaciones. Lo que se dice cuenta tanto o más que aquello que se hace, al menos en el corto plazo.
Justo por ello, las bolsas europeas sufrieron hace poco más de una semana caídas significativas por la mera expectativa de que la Reserva Federal volviera a elevar los tipos en el muy corto plazo. Si la Fed finalmente encareciera el precio de su crédito en algún momento durante las próximas semanas, la decisión se interpretaría como una muestra de voluntad más firme y decidida a acabar con la era del “dinero barato” de lo que las zigzagueantes palabras de los miembros de la Fed habían dejado entrever hasta el momento. Y un alza de los tipos de interés se espera que podría acarrear efectos contractivos en tanto contribuiría a apreciar el dólar frente al resto de divisas, minoraría el margen de ganancias de la banca estadounidense e incentivaría a los inversores a trasladar su capital desde el mercado bursátil a otros instrumentos de renta fija que ofrecieran mejor precios que en la actualidad. Todo lo cual, se teme, dañaría a una economía como la estadounidense que ahora mismo está mostrando ciertas señales de debilidad.
Pero justamente porque una subida de tipos puede ser contractiva en el corto plazo, la Fed sigue sin pronunciarse con claridad acerca de sus verdaderos planes con respecto a la implementación de la política monetaria en el corto plazo. Lejos de publicitar un calendario sobre sus actuaciones futuras que sea transparente para el conjunto de los operadores de mercado, continúa dando bandazos para evitar despejar las actuales dudas: “ahora sí quiero subir tipos, ahora no”. Y es que, aun cuando su objetivo último sí parece ser el de terminar revertiendo en el muy largo plazo la actual política monetaria ultraexpansiva, la Fed está deliberadamente evitando ser clara para no afectar ya de lleno a las expectativas de los inversores (sobre todo antes de las elecciones): sólo así puede conseguir alargar durante un tiempo más los efectos artificialmente estimulantes de esa política monetaria que ya debería haberse suprimido hace mucho tiempo. Estamos, pues, ante una treta más de los omnipotentes bancos centrales para manipular los mercados a su arbitrio.
En suma, si algo dejan claro este tipo de comportamientos, que unos días recalientan la bolsa y la otra la pinchan como si fuera un juguete en las manos de un niño caprichoso, es que necesitamos otro marco de la política monetaria: no uno que otorgue un poder gigantesco a un ente público, sino uno que proporcione reglas previsibles y estables al conjunto de los agentes económicos. El monopolio de los bancos centrales es incompatible con ese nuevo marco monetario.

Los bancos centrales juegan con los mercados

Juan Ramón Rallo indica que los bancos centrales tienen demasiada importancia sobre las economías, de manera que ni siquiera necesitan decidir algo para que las consecuencias comiencen a sentirse.

Juan Ramón Rallo es Director del Instituto Juan de Mariana (España) y columnista de ElCato.org. Juan Ramón obtuvo el tercer lugar en nuestro primer concurso de ensayos, Voces de Libertad 2008.
Los bancos centrales poseen una influencia desproporcionada sobre nuestras economías, en tanto en cuanto ostentan el monopolio de la creación de “dinero”. Su poder es tan elevado que ni siquiera necesitan tomar decisiones para que las repercusiones comiencen a sentirse: sus pronunciamientos son capaces de influir gravemente sobre las expectativas de consumidores o inversores y, por tanto, sobre sus actuaciones. En la Eurozona todavía tenemos muy presentes las mágicas palabras de Mario Draghi en julio de 2012 que calmaron rápidamente las potentes tensiones financieras que a punto estuvieron de destruir el euro. En EE.UU., los discursos de Alan Greenspan, el presidente de la Reserva Federal entre 1987 y 2006, se examinaban con sumo detalle para poder anticipar cuáles serían sus movimientos y poder sacar partido de ellos.


Saturday, June 25, 2016

Peso mexicano cae por efecto Brexit: mercados en alerta

El peso se hundió frente al dólar en los mercados internacionales depreciándose 7.21%

depreciación del peso
El Secretario de Hacienda dijo esta mañana que la relación comercial con Gran Bretaña representa menos del 1% para México y que la depreciación del peso será temporal y no tendría mayor impacto en la economía mexicana. (Vox Populi)
El peso mexicano se depreció el viernes a un nuevo mínimo histórico luego de que el Reino Unido votó por abandonar la Unión Europea.
La moneda mexicana se hundió a 19.5225 por dólar en operaciones poco después de la medianoche hora local, una caída de 7.15 por ciento frente a los 18.22 pesos del precio referencial del jueves.
Posteriormente, el peso -que ha caído más de un 10 por ciento en lo que va del año- recortó parte de sus pérdidas y cotizaba en 19.09 unidades por divisa estadounidense, una baja de 4.77 por ciento.



Después de conocer el resultado del referéndum en Reino Unido, el tipo de cambio saltó a un nuevo máximo de 19.55 pesos por dólar. Dicho movimiento implica una depreciación de 7.25 por ciento, la más grande desde la quiebra del banco estadounidense Lehman Brothers, en octubre de 2008.
Esta caída de la moneda mexicana se acerca a las mayores devaluaciones ocurridas en la historia reciente, entre estas la ocurrida en 1994 tras el denominado “error de diciembre” cuando se dio una de las peores salidas de capitales de los últimos años y el peso se derrumbó 17% en solo dos días en los primeros días de la administración de Ernesto Zedillo.
Probablemente la devaluación más recordada es la que ocurrió en el sexenio de José López Portillo, cuando una caída en los precios del petróleo en 1981 agravó la salud de las finanzas públicas y pese a acuñar la frase de “defenderé el peso como un perro”, ante la salida de capitales, el gobierno se vio obligado a declararse en moratoria de pagos y devaluó la moneda de 27 a 38 pesos por dólar.

En ese momento, intentando controlar la situación, el gobierno decidió disminuir el gasto público, imponer controles a las importaciones, elevar las tasas de interés y decretar un aumento de los salarios. En su último informe de gobierno, acusó a los banqueros de gestar la crisis. Días después se presentaría una nueva devaluación para llegar a alrededor de 70 pesos por dolar.
Después de la salida de López Portillo, en el sexenio de Miguel de la Madrid, problemas de inflación y medidas para disminuir la deuda nacional llevaron al tipo de cambio a alcanzar la desorbitante cifra de 2,300 pesos por dólar.
Fuente: El Universal

Peso mexicano cae por efecto Brexit: mercados en alerta

El peso se hundió frente al dólar en los mercados internacionales depreciándose 7.21%

depreciación del peso
El Secretario de Hacienda dijo esta mañana que la relación comercial con Gran Bretaña representa menos del 1% para México y que la depreciación del peso será temporal y no tendría mayor impacto en la economía mexicana. (Vox Populi)
El peso mexicano se depreció el viernes a un nuevo mínimo histórico luego de que el Reino Unido votó por abandonar la Unión Europea.
La moneda mexicana se hundió a 19.5225 por dólar en operaciones poco después de la medianoche hora local, una caída de 7.15 por ciento frente a los 18.22 pesos del precio referencial del jueves.
Posteriormente, el peso -que ha caído más de un 10 por ciento en lo que va del año- recortó parte de sus pérdidas y cotizaba en 19.09 unidades por divisa estadounidense, una baja de 4.77 por ciento.


Saturday, June 18, 2016

Dinero sin Estado



La cruzada de los Estados contra la libertad individual de sus súbditos tiene muchos frentes, y en todos ellos se libran batallas tan encarnizadas como desapercibidas para las grandes masas anestesiadas. Pese a no producir absolutamente nada, los Estados tienen a su disposición unos recursos casi ilimitados: les basta quitárselos a la gente, y las normas que imponen para ello no dejan de proliferar y sofisticarse.
La tecnología brinda nuevas armas a los dos contendientes. El aparato estatal la utiliza para vigilarnos y controlar nuestros pasos hasta extremos inéditos. Los individuos la empleamos —con frecuencia inconscientemente— para evadir esos controles insidiosos, fortalecer nuestra independencia y aumentar nuestra privacidad. Si llegara a prevalecer una tecnología de la recentralización y la jerarquización estaríamos perdidos y la humanidad futura sería menos libre que en cualquiera de sus estadios precedentes. Si, por el contrario, sigue siendo superior el avance de las tecnologías de interrelación horizontal y privada entre individuos, estaremos a salvo. Afortunadamente, hasta ahora parece clara la tendencia hacia una diseminación tecnológica tan generalizada, veloz y descoordinada que supera el avance tecnológico estatal.



Todos los grandes cambios tecnológicos han provocado cambios igualmente importantes en la red social, es decir, en la estructura de interrelaciones humanas
Siendo importante el efecto directo de la tecnología sobre el espacio directo de libertad de cada persona, lo realmente esencial es su inducción de cambios culturales. Todos los grandes cambios tecnológicos han provocado cambios igualmente importantes en la red social, es decir, en la estructura de interrelaciones humanas. Una evolución tecnológica que se basa en la colaboración espontánea de millones de tecnólogos en persecución de infinidad de fines particulares es la mejor garantía de que el cambio cultural subsiguiente vaya en la línea de más libertad y menos Estado para todos. Hay quienes teorizan que, en unas pocas décadas, la proliferación de las tecnologías libres provocará un cambio de paradigma en la organización social y política, sustituyendo las instituciones actuales por otras más acordes con la nueva red social. Tiene sentido, porque parece a todas luces imposible que el cambio afecte a todo lo demás y esquive solamente las estructuras políticas. Ahora bien, incluso si este pronóstico esperanzador resulta acertado, no va a ser ningún paseo militar para los partidarios de la Libertad. Los Estados se resistirán —se están resistiendo ya— a un futuro así. El recrudecimiento del estatismo, que trasciende los colores políticos, es una reacción esperable a esta tendencia de largo plazo que le amenaza.
Los Estados ya están atacando una de nuestras líneas de defensa fundamentales: el anonimato. Para ello no sólo emplean todas las novedades tecnológicas posibles. No les basta porque los individuos estamos en ventaja simplemente combinando las nuevas tecnologías con la privacidad convencional reconocida por nuestros textos constitucionales. Por eso vemos en todo el mundo cómo se erosiona sin contemplaciones los viejos derechos civiles antes inquebrantables, mientras en algunos países de nuestro entorno se limita legislativamente la encriptación de información o se pretende establecer sistemas de inspección profunda de los paquetes de datos en tránsito. El control de la ubicación del individuo es uno de los desarrollos más preocupantes, y contribuyen a él desde la identificación de las matrículas en los parquímetros hasta la intervención de las redes de telecomunicaciones móviles. Si algo han demostrado whistleblowers como Assange o Snowden es la absoluta falta de escrúpulos de los Estados a la hora de espiarnos a todos.
Uno de los medios más eficaces para tenernos vigilados es la destrucción de nuestra privacidad financiera, cuya inviolabilidad es ya un simple recuerdo
Uno de los medios más eficaces para tenernos completamente vigilados es la destrucción de nuestra privacidad financiera, cuya inviolabilidad es ya un simple recuerdo. Siempre se ha dicho que los impuestos directos no son perniciosos solamente porque nos quitan recursos, sino sobre todo porque obligan a revelar al Estado las finanzas personales. Pero esa injerencia resulta hoy casi un juego de niños, al lado del gran objetivo estatal que, indicio a indicio, vemos progresar en todo el mundo. Se trata de la destrucción del dinero tal como lo conocemos.
En realidad el Estado lleva mucho tiempo, como mínimo más de un siglo, destruyendo la institución dinero que tanto estorbaba a sus planes de control total del individuo. Para ello estableció el sistema de banca central y las leyes de curso monetario forzoso, y eliminó paulatinamente todo freno a la emisión de dinero mediante patrones objetivos. Igualmente, el Estado mantiene un reducido y privilegiado oligopolio bancario que, en realidad, no es más que una extensión suya. Ahora se dispone a asestar el golpe definitivo al libre intercambio entre particulares, eliminando el dinero físico para desanonimizar hasta las más pequeñas transacciones.
Los billetes y monedas son títulos al portador que cumplen una función ancestral y crucial: desvincular el valor transportado de la identidad del usuario
Si el dinero es, entre otras cosas, un depósito de valor y un medio de intercambio, es obvio que ambas funciones deben ser anónimas si así lo deciden las partes. Una vez incorporado legítimamente al patrimonio de una persona, el dinero debe poderse emplear de forma anónima en infinidad de situaciones. Los billetes y monedas son títulos al portador que cumplen una función ancestral y crucial: desvincular el valor transportado de la identidad personal de su usuario. El nuevo DNI 3.0 es uno de los pasos que están dando algunos Estados para hacer que todo el mundo lleve encima en un documento-aparato entre cuyas múltiples capacidades podrá habilitarse, en un futuro muy cercano, la de acceder a los depósitos bancarios para cualquier transacción. Hasta una barra de pan podría pagarse aproximando el DNI-billetera a un aparato de cobro situado en la panadería, quedando así registrado no sólo el importe sino, obviamente, la ubicación del pagador en el momento del pago. Las entidades bancarias, colaboracionistas del Estado, ya fuerzan hasta extremos inéditos la “trazabilidad” de las transacciones realizadas, y lo presentan como una buena práctica de responsabilidad social.
En fin, se hace necesaria una rebelión ciudadana contra la desanonimización del dinero. Tal vez un resultado positivo de este ataque en ciernes a nuestra privacidad sea la consolidación de una economía colaborativa con sistemas sofisticados de trueque al margen del dinero estatal, o la de dineros privados tipo pagaré, libremente endosables; o, mucho mejor, la generalización de monedas virtuales seguras y despolitizadas, como Bitcoin y similares. Si el Estado amenaza a la institución dinero, respondamos con formas de dinero sin Estado.

Dinero sin Estado



La cruzada de los Estados contra la libertad individual de sus súbditos tiene muchos frentes, y en todos ellos se libran batallas tan encarnizadas como desapercibidas para las grandes masas anestesiadas. Pese a no producir absolutamente nada, los Estados tienen a su disposición unos recursos casi ilimitados: les basta quitárselos a la gente, y las normas que imponen para ello no dejan de proliferar y sofisticarse.
La tecnología brinda nuevas armas a los dos contendientes. El aparato estatal la utiliza para vigilarnos y controlar nuestros pasos hasta extremos inéditos. Los individuos la empleamos —con frecuencia inconscientemente— para evadir esos controles insidiosos, fortalecer nuestra independencia y aumentar nuestra privacidad. Si llegara a prevalecer una tecnología de la recentralización y la jerarquización estaríamos perdidos y la humanidad futura sería menos libre que en cualquiera de sus estadios precedentes. Si, por el contrario, sigue siendo superior el avance de las tecnologías de interrelación horizontal y privada entre individuos, estaremos a salvo. Afortunadamente, hasta ahora parece clara la tendencia hacia una diseminación tecnológica tan generalizada, veloz y descoordinada que supera el avance tecnológico estatal.