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Thursday, August 18, 2016

El problema del nuevo patrón oro de Steve Forbes


[Money: How the Destruction of the Dollar Threatens the Global Economy — and What We Can Do About It • Steve Forbes y Elizabeth Ames • McGrawHill, 2014]
 
Money es un libro extraño. Su carácter extraño puede mostrarse mediante una analogía. Imaginemos que alguien escribe un libro elocuente acerca de controles de precios y salarios. El libro mostraría cómo los intentos de controlar los precios llevan a un desastre económico. Ante una abundancia de evidencias incontrovertibles que demostraran los malos efectos de estas medidas, un político informado solo encontraría una alternativa disponible. No debería imponer controles de precios generales, sino usar los controles con moderación.



¿No sería evidente lo que estaba mal en nuestro libro imaginario? Si los controles de precios no funcionan, debería prescindirse completamente de ellos. “Moderación” en el uso de una mala medida no es una virtud. Si el cianuro es un veneno, “beber en pequeñas dosis” no es la respuesta apropiada.
Money cae exactamente en el mismo patrón erróneo antes descrito. Forbes y Ames escriben con conocimiento acerca de los peligros de la inflación y la monda débil. En respuesta, proponen que se sistema monetario se base en oro. ¿Qué podría ser mejor? Por desgracia, no están a favor de un verdadero patrón oro: por el contrario, su plan busca limitar la expansión monetaria ligando el dólar al oro a un tipo fijo. En resumen, la expansión monetaria es mala, así que tendríamos que reducir el grado en que la Fed pueda llevarla a cabo.
Forbes y Ames citan adecuadamente a Ron Paul sobre la falacia fundamental del inflacionismo: “Si los gobiernos o los bancos centrales pueden realmente crear riqueza simplemente creando dinero, ¿por qué existe pobreza en algunos lugares del mundo?”[1] El dinero es valioso porque podemos usarlo para comprar bienes y servicios: aumentar el número de unidades monetarias no añade nuevos bienes y servicios a los que ya se producen. (Debe hacerse una excepción para los usos no monetarios de un material monetario, como la joyería).
Parece evidente una vez se expone; ¿por qué lo ignoran tantos? Como apuntan Forbes y Ames, muchas naciones favorecen la inflación porque aumenta las exportaciones y reduce las importaciones. Los compradores extranjeros, mientras el dinero de su propia nación no se expanda tan rápidamente, descubrirán que pueden comprar más bienes con la misma cantidad nominal de su dinero y los importadores descubrirán que, con su dinero inflado, pueden comprar menos.
En este punto de vista, las exportaciones son buenas y las importaciones son malas, ¿pero por qué deberíamos aceptar esto? “Los déficits y superávits comerciales han reflejado históricamente poco acerca de la salud de una economía. Los neomercantilistas olvidan el hecho de que Estados Unidos tuvo un déficit comercial de mercancías durante aproximadamente 350 de los últimos 400 años. (…) El hecho de que Estados Unidos compre productos y servicios a otras naciones no significa que sea débil: significa que la economía de EEUU es fuerte y tiene riqueza y recursos para comprar lo que otros están vendiendo”.
Los autores atacan con fuerza la afirmación keynesiana de que hace falta inflación para combatir el desempleo. “Según [William] Phillips y sus compañeros keynesianos, un crecimiento vigoroso se corresponde con aumentos de precios, mientras que na baja inflación se corresponde con mayores niveles de desempleo. En otras palabras, hay una relación inversa entre inflación y desempleo. Como demostró la “estanflación” de la década de 1970, la afirmación keynesiana es falsa. La inflación y el desempleo “no se mueven en la forma en que nos han hecho creer los keynesianos. En la era inflacionista de auge/declive de la década de 1970 y principios de la de 1980, el desempleo llegó a niveles más altos que durante la crisis financiera”.
Ampliando su ataque crítico, Forbes y Ames muestran los dañinos efectos morales de la inflación. “Un dinero débil e inestable inflama las percepciones de injusticia. La gente con rentas fijas que lucha contra los precios al alza en una economía incierta, se enfurece cuando ve que otros parecen hacerse ricos mediante especulación o capitalismo de compinches, no con un trabajo honrado. (Para más sobre esto, ver Welfare, Freedom, and Inflation, de Wilhelm Röpke).
La conclusión natural de toda esta crítica de la inflación es que el gobierno tendría que evitar completamente la expansión monetaria, pero un error teórico bloquea a los autores para ver esto. El error es que una medida de valor que debe mantenerse constante. “El dinero es un patrón de medición, como una regla o un reloj, pero en lugar de medir pulgadas o tiempo, mide lo que vale algo. (…) Igual que tenemos que estar seguros del número de pulgadas en un pie o de los minutos en una hora, la gente en la economía debe estar segura de que su dinero es una medida adecuada de valor”.
¿Qué tiene esto de malo? Cuando pagas 25.000$ por un coche, no estás midiendo el valor del coche. Más bien estás demostrando que prefieres el coche al dinero: la persona que ten vende el coche tiene la valoración contraria. Sin esta diferencia en preferencias, no tendría lugar ningún intercambio. Si, como imaginan Forbes y Ames, el dinero mide el valor, tanto tú como el vendedor del coche llegaríais a la misma “medición” del valor del coche. No tendríamos ninguna explicación en absoluto de por qué tiene lugar un intercambio.
Podemos remontar más el origen del error de los autores. Advierten correctamente que el dinero “originado en el mercado como una solución a un problema. Aparece espontáneamente, como la cuchara o la computadora personal, en respuesta a una necesidad”. Con el dinero es mucho más fácil alcanzar la “doble coincidencia de deseos” requerida para un intercambio que sin él. Pero se equivocan en por qué es así. La razón es que prácticamente todos están dispuestos a aceptar dinero en un intercambio: es un producto que todos quieren. Por el contrario, Forbes y Ames identifican la necesidad como “de una unidad estable de valor para facilitar el comercio”.
Este error fundamental les lleva a recomendar políticas inadecuadas. Su plan deja demasiado espacio a la expansión monetaria. Si “patrón oro permite a la oferta monetaria expandirse naturalmente en una economía vibrante. Recordemos que el oro, una vara de medir, es estable en valor. No restringe la oferta de dólares más que un pie con doce pulgadas restringe el número de reglas al ser usado en la economía”. El dinero tiene que expandirse si la economía está creciendo, porque, sin la expansión, los precios caerían y entonces, horribile dictu, el dinero dejaría de ser una vara medir constante. Además, si un “pánico financiero importante” reclamara “una inyección de liquidez de emergencia”, la Fed podría actuar como prestamista último recurso.
¿Cómo se lograría el objetivo de un dinero estable? “El patrón oro del siglo XXI fijaría el dólar al oro a un precio concreto. (…) La Reserva Federal usaría sus herramientas, principalmente operaciones en el mercado abierto, para mantener el valor del dólar ligado a ese tipo del oro”. En este patrón oro marchito, solo Estados Unidos tendría que fijar su moneda al oro en la forma que se acaba de mencionar. “Si Estados Unidos se pasara al oro, otros países probablemente fijarían su moneda al dólar, aunque solo fuera por comodidad. (…) Por supuesto, si un país quisiera ligar su divisa directamente al oro, en lugar de al dólar respaldado por oro, podría hacerlo”.
Una objeción evidente a esta propuesta es que “establecer una relación dólar/oro fija es fijar precios y por tanto anti-libre mercado”. A esto, los autores responden increíblemente: “Tener pesos y medidas fijos es esencial para mercados justos y libres. No dejamos que los mercados determinen cada día cuántas onzas hay en una libra o cuántas pulgadas hay en un pie. (…) El dinero, igualmente, es una medición de valor”. No consiguen entender que el valor económico es subjetivo: no hay unidades fijas de valor que se correspondan con unidades de medida de objetos físicos.
Esta propuesta, como ellos mismos reconocen, recupera el patrón intercambio oro de entreguerras y el acuerdo de Bretton Woods tras la Segunda Guerra Mundial. Es verdad que hay unos pocos “puristas del patrón oro” que argumentan que la política de expansión del crédito seguida por la Fed en la década de 1920 bajo el patrón intercambio oro “produjo el desastre de 1929”. Estos puristas se equivocan. “La causa de la Depresión fue la aprobación en EEUU del Arancel Smoot-Hawley”. ¡Vaya con Mises, Hayek y Rothbard! Los lectores en busca de un análisis más profundo de política monetaria deberían dejar de lado este libro superficial y dirigirse en su lugar a las obras de estos grandes teóricos austriacos. Un buen inicio sería America’s Great Depression, del “notable historiador económico” Murray Rothbard.

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