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Saturday, December 24, 2016

#Mexico Digámoslo fuerte, hay que temer más a nuestros políticos que a Trump – por Ángel Verdugo

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amlotrump
Los peores daños causados a México son, han sido y serán durante muchos años más, los generados por nuestros políticos con sus ocurrencias, incapacidad política y pequeñez.

De risa loca las recomendaciones de casi todos nuestros analistas políticos, no se diga ya las de los sedicentes especialistas en el sistema político de Estados Unidos y su sistema electoral. Tienen meses afirmando que, en caso de llegar Donald Trump a la Presidencia de Estados Unidos, México correría un peligro cuyas dimensiones y efectos, nadie veía y ve hoy, excepto, por supuesto, ellos.

Wednesday, December 21, 2016

Trump, China y la trampa de Tucídides

Trump, China y la trampa de Tucídides

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Por Carlos Alberto Montaner
Me parece bien que el presidente electo Donald Trump le respondiera la llamada a Tsai Ing-wen, presidenta de Taiwán. Lo cortés no quita lo prudente. Se trata de una mujer educada e inteligente. Taiwán, pese a todo, es una isla aliada de Washington con la que existen vínculos históricos muy fuertes en el orden económico y militar.
En realidad, ese gesto de cortesía no pone en peligro la política de “Una China” proclamada desde tiempos de Jimmy Carter. El presidente de Estados Unidos tiene derecho a hablar con quien desee y la diplomacia china no debiera ser tan quisquillosa y sensible por asuntos simbólicos.


No obstante, resulta mucho más peligroso amenazar a ese país con sanciones económicas y tarifas arancelarias debido a la balanza comercial favorable que China posee con relación a Estados Unidos, como si las transacciones comerciales arrojaran una suma-cero en las que uno gana todo lo que el otro pierde. Francamente, yo pensaba que Donald Trump tenía una mejor comprensión de los fenómenos económicos.
A Estados Unidos, en números grandes, no le perjudica contar con una enorme fábrica en el Pacífico que les suministra bienes a los consumidores norteamericanos, entre un 30 y un 40% más baratos que si fueran productos equivalentes fabricados en Estados Unidos, a cambio de un papel moneda totalmente hegemónico que no tiene otro respaldo que el inmenso prestigio del país emisor.
Es verdad que algunos trabajadores norteamericanos pierden sus empleos debido a la competencia china, pero el ahorro por los bienes adquiridos en ese país se transforma en otros empleos creados en Estados Unidos. No en balde el nivel de desocupación de la fuerza laboral norteamericana es de apenas un 4.6%. La globalización de la economía es una bendición general, aunque pueda ser una maldición particular. Si hay un país que no debe quejarse de ella es Estados Unidos.
La preocupación por la balanza comercial es una manía mercantilista que fue descartada desde fines del siglo XVIII por pensadores como Adam Smith. Una parte sustancial de los beneficios que obtienen los chinos (o las compañías norteamericanas que allí fabrican) los emplean en la adquisición de bienes norteamericanos, en la compra de bonos del tesoro de Estados Unidos y en sostener a decenas de miles de estudiantes asiáticos en el sistema universitario norteamericano.
China es el mayor tenedor extranjero de deuda norteamericana: cerca de un billón y un tercio de dólares (trillón y un tercio si lo decimos en inglés), seguido de cerca por Japón. Si comenzara una guerra comercial entre Washington y Pekín y los chinos pusieran a la venta sus bonos o una parte de ellos, Estados Unidos deberá hacer más atractiva su deuda aumentando los intereses, lo que repercutiría terriblemente en el pago total y obligaría al país a aumentar los impuestos para hacerles frente a las obligaciones, dado que la deuda norteamericana ya sobrepasa el 106% del PIB.
Existe, además, la soberanía del consumidor que el señor Trump, el señor Sanders y todos los proteccionistas deberían aprender a respetar. Si a un consumidor le da la gana de adquirir una camisa o una computadora china, alemana o canadiense, es totalmente injusto y arbitrario obligarlo a desistir de su elección mediante la aplicación de aranceles que encarezcan el bien en cuestión.
Como también es una perversión de la economía de mercado que Trump llame al CEO de Carrier y le ofrezca ventajas económicas para permanecer en Estados Unidos. Esos subsidios, que salen del bolsillo de todos los contribuyentes, son contrarios a la esencia de un sistema basado en la competencia en precio y calidad.
El presidente de Estados Unidos no es un monarca absolutista que elige a los súbditos y cortesanos que desea premiar en detrimento del resto de los productores. Esa nefasta práctica es contraria a las reglas de la Organización Mundial del Comercio que Estados Unidos contribuyó a crear.
Es absurdo y peligrosísimo que Donald Trump vea a China como un enemigo y que en el pasado le haya parecido razonable que países como Japón y Corea del Sur fabriquen armas atómicas para defenderse de un hipotético ataque nuclear. La proliferación aumenta exponencialmente el riesgo de guerra.
Graham Allison, profesor de Harvard, le ha llamado La trampa de Tucídides al riesgo de que una gran potencia pretenda aniquilar por temores infundados a una potencia emergente. Fue así, según el general e historiador Tucídides, como Esparta desató contra Atenas la Guerra del Peloponeso hace 2400 años. Ojalá Trump no caiga en esa trampa contra China. Sería devastador para todos.

Trump, China y la trampa de Tucídides

Trump, China y la trampa de Tucídides

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Por Carlos Alberto Montaner
Me parece bien que el presidente electo Donald Trump le respondiera la llamada a Tsai Ing-wen, presidenta de Taiwán. Lo cortés no quita lo prudente. Se trata de una mujer educada e inteligente. Taiwán, pese a todo, es una isla aliada de Washington con la que existen vínculos históricos muy fuertes en el orden económico y militar.
En realidad, ese gesto de cortesía no pone en peligro la política de “Una China” proclamada desde tiempos de Jimmy Carter. El presidente de Estados Unidos tiene derecho a hablar con quien desee y la diplomacia china no debiera ser tan quisquillosa y sensible por asuntos simbólicos.

Thursday, December 15, 2016

¿La economía de Trump nos salvará de un declive?


¿Puede la economía de Trump impedir que la inflación de precio de activos que infecta ahora la economía global (con su origen en el experimento monetario radical bajo la administración o mamá) llegue a su fase avanzada letal?

Dos opciones: “Milagro económico” o “más de lo mismo”

Según muchas explicaciones populares en el mercado desde el día de las elecciones, la respuesta implícita es que sí. O un milagro económico (es decir, un período de crecimiento económico renovado, o una dosis de estímulo monetario al viejo estilo funcionarían, se nos dice.
Ninguna de estas prórrogas probablemente sea permanente. Pero, como decía a K su abogado en El proceso de Kafka, la absolución completa no es una opción: el mejor resultado esperable es un retraso indefinido, el segundo mejor es un retraso.



Un milagro económico produciría el mejor resultado, al menos hasta que la Fed insertara de nuevo una llave en la maquinaria de la economía (como hizo Alan Greenspan a finales de la década de 1990); una mayor flexibilidad monetaria inflacionista podría producir la segunda mejor opción (aunque esto haría que el estallido final fuera todavía peor).
A juzgar por la respuesta del mercado a la elección, parece que la idea de una prórroga (y un milagro económico) continúa siendo popular entre aquellos que esperan un “aterrizaje suave”. Menos parecen confiar en más inflación monetaria (al menos si juzgamos por la debilidad del oro y la fortaleza del dólar que se ven en el mercado ahora mismo).
Pero es aconsejable alguna prudencia y solo porque los mercados esperen un milagro económico no significa que vaya a producirse uno

La opción del “milagro”: ¿Podemos repetir el auge de Volcker?

Los cuentos de cambio en Washington generando milagro no son convincentes salvo que muestren esencialmente a Estados Unidos en camino hacia una moneda fuerte. Una analogía histórica parcial es el ataque a la alta inflación iniciado por el nombramiento por Carter de Volcker para la Fed en 1978 y que continuó bajo la primera administración de Reagan. Esto culminó con un estallido de prosperidad, esencialmente solo después de una primera recesión severa.
El camino actual hacia la moneda fuerte sería distinto en muchos aspectos ya que el punto de partida no es una inflación en bienes y servicios, sino una febril inflación de precios de los activos tanto en Estados Unidos como globalmente. (A finales de la década de 1970 la inflación de precios de los activos se evidenciaba en los préstamos a los “países subdesarrollados”). Además la nueva administración no está heredando hoy una Reserva Federal que ya esté invirtiendo sus políticas previamente desbocadas. Los principales impulsores del experimento monetario radical siguen ahora mismo en el poder.
Hay algunos actores del mercado que aparentemente siguen poniendo sus esperanzas en la idea de que el presidente electo Trump hará lo que estuvo diciendo contra la Fed durante la campaña con acciones inmediatas. Esto incluiría nuevos nombramientos clave para el Consejo de la Reserva Federal y llegar a un acuerdo con los demócratas en el Senado de tal manera que una propuesta de reforma monetaria a través de un filibusterismo potencial pueda abrirse paso hasta su mesa. Pero aquí hay muchas incertidumbres.
El apoyo para la reforma de la Fed no puede indudablemente darse por sentado con republicanos todavía a favor de la regla de Taylor. Además, quién sabe si Trump respondería a las adversidades económicas a lo largo del camino hacia una moneda fuerte repitiendo la conocida declaración de Richard Nixon de que “todos somos ahora keynesianos”.
De hecho, el grupo de quienes esperan un milagro incluye a muchos keynesianos que piensan que una expansión de la política fiscal (es decir, programas masivos de nuevas infraestructuras) pueden mezclarse con rebajas de impuestos para impulsar la economía. Por supuesto, los escépticos cuestionan esto y están apuntando a probables problemas del capitalismo de compinches y poca productividad, además del efecto expulsión de oportunidades que merezcan la pena. Las rebajas de impuestos no son sostenibles ni creíbles si no hay ningún programa para hacer disminuir de manera significativa el gran gobierno.
También existirían multitud de razones para que los ciudadanos temieran impuestos más altos, incluyendo el impuesto oculto de la inflación en el futuro como consecuencia de mayores déficits en el presente.

La opción de la inflación: ¿Podemos repetir la experiencia de Richard Nixon-Arthur Burns?

Por otro lado, hay quien piensa que una política más inflacionista de la Fed puede acabar de nuevo con el declive. Algunos actores del mercado predicen un aumento en la inflación monetaria, explicada por una Fed que se resistiría a la presión al alza en los tipos del mercado. Pero quienes ven una continuación de la inflación sostienen que esta apoyaría los precios de los activos reales y el crecimiento económico. El tipo natural superior, en la medida en que reflejara un mayor dinamismo económico (oportunidades de inversión, emprendimiento) sería entendible como una buena noticia en general. Pero probablemente tendríamos que reconocer que las buenas noticias se convertirían en malas a la vista de un creciente gasto en infraestructuras o un gasto público más general.
Puede ser útil recordar que el presidente de la Fed Arthur Burns instituyó su propio experimento monetario inflacionista de 1970 a 1973, aunque la economía parecía haber llegado a su máximo al final de la década de 1960. Como consecuencia, La administración Nixon en la práctica retrasó el día del juicio final de la inflación de precios de los activos de Kennedy/Johnson de 1962-67 creando un auge inflacionista propio de corta duración. Puede ser un paralelismo con el equipo de Trump (incluyendo la Reserva Federal) a considerar. La  inflación de precios de los activos de 1962-67 se produjo sin embargo durante un milagro económico global (incluyendo la Europa continental y Japón) que continuaría en los años siguientes. La inflación de precios de los activos de los últimos años se ha producido sin que se viera ningún milagro económico. Y un elemento clave en de esta inflación actual de precio de los activos han sido los gigantescos “carry trades” de deuda pública de larga duración en bonos corporativos (tanto en grado de inversión como en alto rendimiento).
Cualquier historia acerca de la economía de Trump debería incluir una explicación de cómo y cuándo se desarrolla dicho “carry trade”. El declive muy probablemente produzca la etapa final de la inflación de precios de activos de Obama, incluyendo muy probablemente el muy comentado crash final de China. Lo mejor que podemos esperar es que después de toda la fiesta de milagros de fantasía, se anuncie un milagro real basado muy probablemente en un florecimiento simultáneo de tecnología y emprendimiento (análogo al auge de las tecnologías de la información de mediados de la década de 1990 o el auge de las líneas masivas de producción y electrificación de mediados de la década de 1920) y sin antes el largo esfuerzo de una reforma monetaria dolorosa y una recesión relacionada con esta

¿La economía de Trump nos salvará de un declive?


¿Puede la economía de Trump impedir que la inflación de precio de activos que infecta ahora la economía global (con su origen en el experimento monetario radical bajo la administración o mamá) llegue a su fase avanzada letal?

Dos opciones: “Milagro económico” o “más de lo mismo”

Según muchas explicaciones populares en el mercado desde el día de las elecciones, la respuesta implícita es que sí. O un milagro económico (es decir, un período de crecimiento económico renovado, o una dosis de estímulo monetario al viejo estilo funcionarían, se nos dice.
Ninguna de estas prórrogas probablemente sea permanente. Pero, como decía a K su abogado en El proceso de Kafka, la absolución completa no es una opción: el mejor resultado esperable es un retraso indefinido, el segundo mejor es un retraso.


En defensa del trato de Trump con Carrier


Donald Trump todavía no se han mudado de la Trump Tower a la vivienda pública más cara de Estados Unidos, pero ha sido capaz de cumplir una promesa de campaña esta semana al anunciar un acuerdo con la empresa Carrier Air Conditioning de Indiana, que mantendrá en este estado casi mil puestos de trabajo. Tal y como se informado, el trato parece centrarse en buena parte en el Estado de Indiana ofreciendo millones en desgravaciones fiscales y entendiendo que administración Trump impulsará rebajas regulatorias y fiscales corporativas a nivel federal.



Aunque los empleos que Carrier mantendrá en EEUU solo constituyen aproximadamente un tercio de los que la empresa tenía planeado trasladar a México, el trato subyacente parece reflejar un mayor compromiso de ocuparse de las cargas regulatorias y fiscales corporativas que han perjudicado durante tanto tiempo a la economía estadounidense. Aunque algunos hayan descrito la actuación de Trump como capitalismo de compinches, si los términos del trato se limitan realmente a rebajas fiscales, esas afirmaciones no tienen sentido. Aunque es verdad que las desgravaciones fiscales para compañías concretas son menos recomendables que los recortes para todos (o directamente la abolición) en el impuesto a las empresas, no deberían confundirse con subvenciones pagadas por los contribuyentes.
Como escribía Matthew McCaffrey el año pasado, defendiendo los créditos fiscales a las empresas de videojuegos:
Hace décadas, economistas como Mises y Rothbard ya estaban argumentando que las desgravaciones fiscales no son equivalentes ni económica ni éticamente a recibir subvenciones. Dicho de manera sencilla, que te permitan mantener tu renta no es lo mismo que tomarla de competidores. Las exenciones y resquicios legales no redistribuyen riqueza por la fuerza; los impuestos y subvenciones sí lo hacen, beneficiando así a algunos productores a costa de otros.
Sí, los empresarios que aprovechen las desgravaciones fiscales tendrán menos costes que los empresarios que no lo hagan. Esto no demuestra que las exenciones o resquicios legales proporcionen ventajas injustas; en realidad, es justamente lo contrario: demuestra que los impuestos perjudican a los empresarios que tengan la mala suerte de quedarse con la factura en la mano.
Las desgravaciones fiscales son beneficiosas para quienes las soliciten, pero no son subvenciones. Las excepciones y resquicios legales son más bien salvavidas en un mar de redistribución de riqueza. Mises lo dijo perfectamente: “el capitalismo respira a través de esos resquicios”. Tristemente, su sencilla idea continúa eludiendo a la mayoría de los comentaristas.
Aun así, de forma poco sorprendente, el trato ha sido condenado por los críticos dedicados a Trump desde todo el espectro ideológico.
David Boaz, vicepresidente del Instituto Cato, encontraba alarmante la oferta de desgravaciones fiscales y alivio regulatorio, diciendo a The Fiscal Times:
No es un precedente que queramos ver: se supone que los presidentes estadounidenses no tienen que interferir a favor de empresas individuales. Cuando lo hace el propio presidente, deja claro que esta es una economía de compinches, para beneficiar a los amigos del presidente y que las empresas individuales pueden estar directamente sometidas a presiones y castigos a manos del presidente.
Por supuesto, Trump no realizó por sí mismo este trato: trabajó con el vicepresidente electo, Mike Pence, que sigue siendo gobernador de Indiana. Tampoco hay ningún indicio de que el trato de Trump con Carrier reflejara ningún tipo de interés personal en esta empresa concreta, sino que más bien es parte de un impulso mayor para impedir que las empresas se reubiquen en el extranjero. Aunque la retórica de Trump sobre comercio, muy centrada en el uso potencial de aranceles, es preocupante de por sí, tampoco hay de por sí nada malo en que una administración se centre en mantener empleos en Estados Unidos, especialmente si esto se logra aliviando las cargas fiscales y regulatorias.
Un argumento más convincente en contra del trato de Trump es el realizado por James Pethokoukis, de la AEI:
Más en general, es absolutamente terrible para la vitalidad económica de una nación que las empresas tomen decisiones para agradar a los políticos en lugar de a los consumidores y accionistas. Aun así, al sector privado de Estados Unidos acaba de recibir una fuerte señal de que jugar con Trump podría ser parte de lo que ahora significa dirigir una empresa estadounidense. Imaginad un negocio tras otro, año tras año, tomando decisiones basadas parcialmente en agradar a la Casa Blanca de Trump. (…) De hecho, según informa Politico, un cargo público oficial de indiana piensa que el trato estuvo motivado por la preocupación de que United Technologies “pudiera perder una porción de sus aproximadamente 6.700 millones de dólares en contratos federales”.
Pethokoukis tiene razón: si las decisiones empresariales empiezan a tomarse únicamente para agradar al presidente Trump, la economía estadounidense sufriría. Pero repito, las zanahorias que ha usado Trump para el trato con Carrier incluían impuestos más bajos y una promesa de alivio regulatorio. Si cumpliera esto, la política económica de Trump estaría entonces ayudando a los trabajadores estadounidenses, al mismo tiempo que beneficiando a clientes y accionistas estadounidenses. Aunque tratos futuros puedan desviarse de esta aproximación y deba criticarse correctamente impulsar aranceles punitivos, esto no es aplicable a esta situación concreta.
Y aunque sea justo especular con que la empresa matriz de Carrier, United Technologies Corp., espere que haya algo bueno en una administración Trump que lleve, o bien a futuros contratos públicos, o bien a proteger los que tiene, esto es sencillamente la consecuencia desafortunada de tener desde el principio tan fuertemente entremezclados gobierno y empresas. No puede considerarse algo exclusivo del trato de Carrier o de la administración Trump.
Por supuesto, no debería ser ninguna sorpresa que el análisis más absurdo del trato de Trump provenga del senador Bernie Sanders, que escribía en The Washington Post:
Hace unos pocos meses, Trump estaba prometiendo obligar a United Technologies a “pagar un maldito impuesto”. Insistía en altísimos aranceles para empresas como Carrier que han dejado Estados Unidos y quieren vender sus productos fabricados en el extranjero en Estados Unidos. En lugar de un maldito impuesto, la empresa se verá recompensada con una maldita desgravación fiscal. ¡Caramba! ¿Cómo se relaciona eso con la avaricia corporativa? ¿Cómo se relaciona eso con castigar a las empresas que cierren en Estados Unidos y se muden al extranjero?
Esencialmente, United Technologies tomó a Trump como rehén y ganó. Y eso debería generar una sacudida de temor a todos los trabajadores de todo el país.
La principal crítica de Sanders es que Trump pasó de una retórica de castigar a las empresas estadounidenses a tratar de aliviar algunos de los costes adicionales que les impone el gobierno. No es una sorpresa que esto preocupe al senador de Vermont, ya que en su mundo una oportunidad de aumentar la carga fiscal de alguien es algo que no hay que desperdiciar (por eso hizo campaña para aumentarlos a la mayoría de Estados Unidos).
Aunque el trato con Carrier está lejos de hacer de nuevo grande a Estados Unidos para aquellos trabajadores que afrontaban la pérdida de sus empleos, es una gota en el cubo de los males que acosan realmente al país. Todavía hay muchas señales preocupantes acerca de cómo será la política económica de una administración Trump. Pero no todas las acciones que lleve a cabo serán necesariamente una mala política.
Si Trump persevera en esta buena vía con mayores recortes en los impuestos a las empresas y alivios regulatorios, como dijo durante la campaña, estas políticas deberían alabarse, igual que debería condenarse cualquier futuro ataque a una economía sensata o a la libertad individual.

En defensa del trato de Trump con Carrier


Donald Trump todavía no se han mudado de la Trump Tower a la vivienda pública más cara de Estados Unidos, pero ha sido capaz de cumplir una promesa de campaña esta semana al anunciar un acuerdo con la empresa Carrier Air Conditioning de Indiana, que mantendrá en este estado casi mil puestos de trabajo. Tal y como se informado, el trato parece centrarse en buena parte en el Estado de Indiana ofreciendo millones en desgravaciones fiscales y entendiendo que administración Trump impulsará rebajas regulatorias y fiscales corporativas a nivel federal.


Friday, December 9, 2016

¿Cómo ve China a Trump?

Keyu Jin, a professor of economics at the London School of Economics, is a World Economic Forum Young Global Leader and a member of the Richemont Group Advisory Board.
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¿Cómo ve China a Trump?

LONDRES – La asombrosa victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos ha sacudido al mundo. Si se considera desde el notable silencio del presidente mexicano Enrique Peña Nieto hasta la declaración del presidente francés Francois Hollande sobre que se abre un “período de incertidumbre”,  y el embelesamiento  apenas disimulado del Kremlin, se puede afirmar que Trump no ha sido recibido internacionalmente de la misma forma en la que se recibieron a otros presidentes estadounidenses. Sin embargo, un país se ha mantenido, en gran medida, impasible: China.


La postura de Trump sobre China es bien conocida: ha culpado a este país de todo, desde acciones de piratería informática que afectaron a su oponente (acciones que el gobierno de Estados Unidos considera que son el trabajo de Rusia) al cambio climático (que ha calificado como un engaño elaborado por China para socavar la competitividad de  EEUU). Y, ha prometido imponer un arancel del 45% a los productos chinos.
No obstante, la prudencia fluye a través de las venas confucianas de China. En lugar de sacar conclusiones precipitadas sobre las futuras políticas de Estados Unidos, y mucho menos tomar medidas prematuras, los líderes de China han permanecido neutrales en su respuesta frente a la victoria de Trump. Parecen tener confianza de que, a pesar de que la relación bilateral cambiará en algo, no se transformará de manera fundamental. Continuará siendo ni muy buena, ni muy mala.
Es de ayuda el hecho que Trump haya cesado sus críticas a China desde que se celebraron las elecciones. En cambio, publicó en Twitter un video de su nieta recitando un poema en chino mandarín – video que se convirtió en éxito instantáneo en China. Ya sea que pretendiera o no de manera explícita que dicha publicación sea un mensaje para China, la acción enfatiza la posibilidad de que realmente existe un abismo entre la retórica de campaña de Trump y sus posturas y planes reales.
Algunos en Occidente podrían pensar que la retórica por sí sola sería suficiente para enfurecer a los líderes de China. Pero la verdad es que los chinos están mucho más ofendidos por las reuniones de líderes nacionales con el Dalai Lama, como por ejemplo por la reunión que sostuvo el presidente Barack Obama en junio pasado. Y, como ha dejado en claro las elecciones pasadas en Estados Unidos, la retórica puede tener muy poca relación con la realidad.
Esto es aún más cierto cuando la retórica bajo escrutinio incluye promesas que perjudicarían a todos los involucrados, como lo harían los aranceles propuestos por Trump. La disponibilidad de productos baratos de China ha ejercido, durante mucho tiempo, una presión a la baja sobre los precios, incluso aquellos de productos no chinos, en el mercado estadounidense. Para los hogares de bajos ingresos, que son los más propensos a consumir productos importados baratos, esta situación ha sido una bendición, ya que incrementó, de manera efectiva, el poder adquisitivo de dichos hogares.
Si se bloquearan las importaciones chinas, los precios subirían, socavando el consumo, obstaculizando el crecimiento económico y exacerbando la desigualdad. Y, Estados Unidos ni siquiera estaría protegido de pérdidas de empleo en la industria manufacturera; los empleos sólo se desplazarían a Vietnam o Bangladesh, donde hoy en día los costos de mano de obra son aún más bajos que en China.
Lo mismo ocurre con los flujos de inversión – el segundo motor de la globalización – que a menudo se olvidan convenientemente en las discusiones sobre la relación económica entre Estados Unidos y China. China es uno de los mayores compradores de bonos del Tesoro de los Estados Unidos y continúa financiando el consumo y la inversión estadounidenses. China puede, incluso, ayudar a financiar los grandes proyectos de infraestructura que Trump ha prometido, reduciendo de esta forma la presión que dichos proyectos ejercerían sobre el presupuesto de Estados Unidos.
Así que es poco probable que Trump cambie mucho en términos de la política económica de Estados Unidos, al menos si sabe lo que es bueno para él. En el ámbito donde podría hacer algunos cambios es en la política exterior; pero, dichos cambios más probablemente complacerían a China en lugar de molestarla.
El gobierno de Obama ha estado comprometido durante varios años con un reequilibrio estratégico dirigido a Asia. En un momento en que China estaba acumulando rápidamente poderío, tanto económico como militar, Obama parecía estar comprometido a contener el ascenso de China como mejor podía, incluso involucró a Estados Unidos en disputas territoriales en el Mar de China Meridional.
Por el contrario, Trump, con su abordaje de política exterior denominado “Primero EE.UU.”, ha prestado poca atención a la disputa del Mar Meridional de China. Esta forma de actuar funciona perfectamente para China, país que acogería con beneplácito un menor involucramiento estadounidense en Asia – en especial en el Mar de China Meridional, así como en Taiwán.
Pero en este punto, también, existe una brecha entre la retórica y la realidad, y no se debe esperar ningún tipo de cambio radical. Poco después de las elecciones, Trump garantizó a los líderes de Japón y Corea del Sur el compromiso que tiene EE.UU. tiene con respecto a la seguridad de sus respectivos países, a pesar de que durante su campaña electoral Trump prometió exigir mayores pagos por la protección de Estados Unidos. Si se añade a lo expresado anteriormente la amenaza que plantea Corea del Norte, se llega a la conclusión de que una desestabilizadora retirada estratégica estadounidense sigue siendo un evento altamente improbable.
Si Trump cumple con su ofrecimiento de reparar las relaciones con Rusia, las probabilidades de que China vaya a librarse de la presión estadounidense se extenderían aún más. Sin tener que lidiar con Rusia, Estados Unidos tendría aún más tiempo para dedicarse a los asuntos asiáticos.
Además, un calentamiento de las relaciones Rusia-Estados Unidos podría conducir a cambios sutiles en las relaciones Rusia-China, mismas que se han profundizado desde la anexión de Crimea que llevó a cabo Rusia, situación que demolió las relaciones rusas con Occidente.
La victoria de Trump está lejos de ser inconsecuente. No es un presidente de los Estados Unidos común y corriente, y, prestándose una frase de Salena Zito de The Atlantic, Trump debe ser tomado en serio, aunque no literalmente en serio. Sin embargo, tal como los líderes de China parecen reconocer, como presidente no tendrá más remedio que, por lo general, colorear con sus propios matices dentro de los límites ya establecidos. Incluso si quiere desviarse más del consenso sobre política exterior, el sistema estadounidense limitará su capacidad para hacerlo.
Por lo tanto, en lugar de preocuparse por las predilecciones personales de Trump o de intentar predecir lo impredecible, los líderes de China siguen enfocados en lo que es realmente importante: la necesidad de una relación bilateral de cooperación. Otras potencias mundiales deberían hacer lo mismo.

¿Cómo ve China a Trump?

Keyu Jin, a professor of economics at the London School of Economics, is a World Economic Forum Young Global Leader and a member of the Richemont Group Advisory Board.
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¿Cómo ve China a Trump?

LONDRES – La asombrosa victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos ha sacudido al mundo. Si se considera desde el notable silencio del presidente mexicano Enrique Peña Nieto hasta la declaración del presidente francés Francois Hollande sobre que se abre un “período de incertidumbre”,  y el embelesamiento  apenas disimulado del Kremlin, se puede afirmar que Trump no ha sido recibido internacionalmente de la misma forma en la que se recibieron a otros presidentes estadounidenses. Sin embargo, un país se ha mantenido, en gran medida, impasible: China.

¿Salvará Trump al euro?

Daniel Gros is Director of the Brussels-based Center for European Policy Studies. He has worked for the International Monetary Fund, and served as an economic adviser to the European Commission, the European Parliament, and the French prime minister and finance minister. He is the editor of Economie… read more
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¿Salvará Trump al euro?

BRUSELAS – Europa acaba de atravesar otras dos difíciles pruebas. Los votantes austríacos rechazaron la posibilidad de que la Unión Europea tuviera su primer jefe de Estado ultraderechista, pero los italianos propinaron un rotundo no a su gobierno y abrieron el camino para la llegada al poder de fuerzas populistas. Si a eso le sumamos el Brexit, todavía por concretarse, y el aún deslucido desempeño económico de la eurozona, la supervivencia de la moneda común dista de estar garantizada.
La percepción de que el euro es culpable de los muchos padecimientos económicos de Europa (desde una recesión con recaída hasta una recuperación lenta y despareja) dio sustento al ascenso de movimientos políticos nacionalistas, euroescépticos y populistas. Austria consiguió frenar su avance, pero tal vez Italia no pueda.


La decisión del primer ministro Matteo Renzi de cumplir su promesa de renunciar si los votantes rechazaban las reformas constitucionales propuestas por su gobierno sumió la política italiana en el desconcierto; es probable que se llame a elección general anticipada. En un momento de importantes desafíos económicos (la producción italiana lleva estancada una década y el estado de sus finanzas públicas todavía es precario), el Movimiento Cinco Estrellas, una agrupación populista que prometió celebrar un referendo sobre la permanencia en la zona euro, tiene potencial de atraer votantes.
Para evitar una ruptura de la eurozona, Italia (en realidad, toda la unión monetaria) necesita con urgencia un empujón económico. Y tal vez se lo dé nadie menos que el presidente electo de los Estados Unidos, Donald Trump.
Todavía faltan semanas para que Trump asuma el cargo y ya está generando repercusiones. Los tipos de interés a largo plazo en Estados Unidos subieron, y se espera que continúen haciéndolo. Esto contribuyó a un incremento de tasas (mucho menor) en Europa. El rendimiento de los bonos alemanes a diez años subió unos 50 puntos básicos desde la elección estadounidense y se mantiene en terreno positivo. Los populistas ya no pueden acusar al Banco Central Europeo de imponer una carga a los ahorristas alemanes.
El aumento fue más marcado en la periferia de la eurozona; en Italia, por ejemplo, el rendimiento de los bonos a diez años subió casi un punto porcentual. A primera vista parece problemático, pero es probable que el efecto negativo de la suba de tasas en la periferia sea limitado: buena parte de la deuda de los hogares y las empresas en esos países se indexa con los tipos de interés a corto plazo, que al ser fijados por el BCE (no por los mercados) se han mantenido bajos.
Además, los gobiernos de la periferia están en gran medida protegidos del aumento de la prima de riesgo de los bonos a largo plazo, porque sus bancos centrales siguen comprándoles títulos de deuda. Y la sustancial apreciación del dólar estadounidense tras la elección augura un aumento de competitividad para las exportaciones europeas.
De modo que el impacto neto inmediato de la victoria de Trump ha sido positivo para la eurozona, y no parece que los beneficios vayan a cortarse. Trump prometió implementar rebajas impositivas generales, que incluirán una reducción del impuesto corporativo de 35% a 15%. Si a eso se le suman los planes de subsidiar la inversión en infraestructura y aumentar el gasto militar, parece probable que Estados Unidos experimentará un veloz crecimiento del déficit fiscal y un enorme aumento de la demanda en el corto plazo. Como la economía estadounidense ya trabaja cerca de su plena capacidad (el desempleo es inferior al 5%), para cubrir esa demanda se necesitarán más importaciones (y un dólar más fuerte).
Todo esto será bueno para la eurozona, ya que Estados Unidos sigue siendo uno de los principales mercados de sus exportaciones. Pero es probable que la más beneficiada sea la periferia. Por ejemplo, una depreciación del euro incide unas tres veces más en Italia que en Alemania, porque la demanda de bienes de capital especializados como los que exporta Alemania no es muy elástica respecto del precio. De modo que un crecimiento veloz impulsado por la demanda en Estados Unidos, sumado al fortalecimiento del dólar, puede contribuir al muy necesario rebalanceo de la eurozona.
Otra posible ventaja para Europa será la política energética de Trump. Durante la campaña, Trump prometió asegurar la autosuficiencia energética, algo que probablemente implique nuevos subsidios a la producción local de petróleo, gas y tal vez carbón. Eso ayudaría a mantener deprimido el precio del petróleo, una bendición para los países de la eurozona importadores de energía.
La posibilidad de que la Trumponomics beneficie a Europa cuenta con un antecedente. Tras el derrumbe en los setenta del sistema de fijación cambiaria de Bretton Woods basado en el dólar, Europa instituyó el Sistema Monetario Europeo para crear una isla de estabilidad en un océano de tipos de cambio muy volátiles. Al principio las grandes diferencias entre países en materia de índices de inflación y prioridades de política económica hicieron difícil mantener la estabilidad cambiaria dentro del SME, pero luego la situación mejoró rápidamente gracias al presidente de los Estados Unidos, Ronald Reagan.
La “Reaganomics” produjo un gran déficit fiscal y un dólar superfuerte. Eso, más el abaratamiento del petróleo, dejó a Europa bien posicionada para superar sus difíciles disparidades y conseguir el crecimiento. Incluso fue la última vez que el PIB de Italia creció más rápido que el promedio del SME. La Trumponomics apunta a crear precisamente las mismas condiciones.
Cualquiera sea el potencial impacto negativo de las políticas de Trump, un beneficio está claro: impulsarán el crecimiento y el empleo en una eurozona políticamente convulsionada por la insatisfacción económica (y las mejoras serán más marcadas en los países que más las necesitan). No hace falta recalcar el valor de esto en momentos en que los italianos se enfrentan a la posibilidad de un referendo sobre la permanencia en la eurozona y los franceses se preparan para la elección presidencial del año entrante. Puede ser que Trump termine salvando al euro.

¿Salvará Trump al euro?

Daniel Gros is Director of the Brussels-based Center for European Policy Studies. He has worked for the International Monetary Fund, and served as an economic adviser to the European Commission, the European Parliament, and the French prime minister and finance minister. He is the editor of Economie… read more
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¿Salvará Trump al euro?

BRUSELAS – Europa acaba de atravesar otras dos difíciles pruebas. Los votantes austríacos rechazaron la posibilidad de que la Unión Europea tuviera su primer jefe de Estado ultraderechista, pero los italianos propinaron un rotundo no a su gobierno y abrieron el camino para la llegada al poder de fuerzas populistas. Si a eso le sumamos el Brexit, todavía por concretarse, y el aún deslucido desempeño económico de la eurozona, la supervivencia de la moneda común dista de estar garantizada.
La percepción de que el euro es culpable de los muchos padecimientos económicos de Europa (desde una recesión con recaída hasta una recuperación lenta y despareja) dio sustento al ascenso de movimientos políticos nacionalistas, euroescépticos y populistas. Austria consiguió frenar su avance, pero tal vez Italia no pueda.

Nuevo nombramiento de Trump: el Pearl Harbor de los ambientalistas

BY: STAFF DE PANAM POST -

Trump nombra a Scott Pruitt, escéptico frente al cambio climático, como director de la principal agencia ambiental de EE.UU.
Donald Trump, presidente electo de Estados Unidos, nombró a Scott Pruitt, fiscal general de Oklahoma y escéptico frente al alarmismo climático, como jefe de la Agencia de Protección Ambiental (EPA). Pruitt ha sido un fuerte crítico de las regulaciones ambientales excesivas que ha impuesto la administración del actual presidente Barack Obama a través de la EPA.


En el 2014, Pruitt luchó una batalla legal en contra del “Clean Power Plan“, una política diseñada para recortar a la fuerza las emisiones de gases de efecto invernadero en plantas generadoras de energía por cerca de un tercio en 15 años. Según Obama, su plan representaba “el paso más grande y más importante que hemos tomado en la historia” en contra del cambio climático.
Pruitt respondió que la política de Obama “incrementaría el costo de la energía eléctrica, perjudicaría a los más pobres, acabaría con empleos locales y causaría un cambio drástico en el sistema eléctrico de Estados Unidos”. Las acciones de Obama y la EPA, escribió Pruitt, minarían el poder de los estados para administrar su propia red eléctrica, y todo se haría arbitrariamente, sin consultar al congreso.
Según Craig Richardson de E&E Legal, un centro de litigio estratégico, Pruitt, como litigante,
entiende cómo grupos ambientalistas periféricos como Sierra Club y el Natural Resources Defense Council, los cuales son financiados por magnates de la energía renovable como Tom Steyer y George Soros, utilizan el sistema de las cortes federales y estatales para crear nuevas leyes por medio de su esquema de ‘demanda y resolución’.
El presidente electo Trump envía una señal positiva al escoger a un jefe de la EPA que provenga del gobierno de un estado, sobre todo de un estado tan importante para la producción energética (como Oklahoma). Son los estados y sus ciudadanos quienes más sufren bajo la administración (de Obama) y su EPA descontrolada.
Marc Morano de la página web Climate Depot escribió que, al nombrar a Pruitt,
“Trump es el primer presidente Republicano en enfrentarse al establecimiento verde. Históricamente, los jefes de la EPA han sido los miembros del gabinete más simpatizantes de la regulación. Pasó con los presidentes Nixon, Ford, Reagan y ambos Bush. ¡Trump ha roto el círculo vicioso!”
Por otro lado, varios grupos ambientalistas y líderes de izquierda están visiblemente indignados por el nombramiento de Pruitt. El grupo California League of Conservation Voters emitió un comunicado expresando que la decisión de poner a
un negacionista del cambio climático como Pruitt a cargo de la EPA no es nada menos que un esfuerzo para contrarrestar la misión principal de la agencia, conservar nuestro medio ambiente.
El senador Ed Markey de Massachusetts escribió que Trump debe “dejar de nominar a aliados que son negacionistas de la ciencia y están empapados en petróleo, siendo responsables del #CambioClimático, a su gabinete”.
El grupo ambientalista Sierra Rise declaró que poner a Pruitt a cargo de la EPA era como nombrar a un pirómano para combatir incendios forestales.
El socialista Bernie Sanders, excandidato presidencial por el Partido Demócrata, atacó a Pruitt porque “no sólo niega el cambio climático, sino que ha trabajado con empresas de petróleo y gas para que seamos más dependientes de los combustibles fósiles”.
Como escribe el blog wattsupwiththat, el nombramiento de Pruitt “es como (el bombardeo de) Pearl Harbor para los ambientalistas, como si hubieran recibido un ataque sorpresa”.
Quizá lo único más escandaloso para el movimiento ambientalista ha sido la aseveración de Trump de que “el concepto del calentamiento global fue creado para y por los chinos, para que las manufacturas de Estados Unidos fueran menos competitivas”.