Altruismo: La Raíz Moral de la Crisis Financiera
La crisis financiera es, ante todo, una crisis
moral. Para acabar con la crisis debemos reconocer que fue el gobierno quien la causó, y exigir que el gobierno empiece a apartar sus coercitivas manos de la economía.
. . .
Las intervenciones gubernamentales están causando estragos una vez más en el sistema financiero de los Estados Unidos y en la seguridad económica de millones de americanos – una trágica reproducción de crisis anteriores. En 2008-2009, por segunda vez en esta década (la primera fue en 2000-2002), el valor de las acciones negociadas en bolsa cayó en un 50% – pero en esta ocasión con una bajada adicional en el precio medio de las casas, que cayó un 23% desde su máximo en 2007. De esa forma, las familias americanas han sufrido declives de 8 y 4 billones de dólares, respectivamente, en el valor de sus dos principales activos – acciones y casas – y una caída de un 20% en su patrimonio neto respecto al valor máximo reciente.
Mientras tanto, los políticos de Washington han sumido a los americanos en una recesión más, con una producción de declive, un estancamiento de los ingresos y una tasa de desempleo en aumento. La recesión actual no es aún tan grave como otras muchas anteriores, pero se agravará si las intervenciones se intensifican.
En comparación a recesiones económicas anteriores, pocas instituciones han quebrado o se han arruinado en la crisis económica de 2008-2009, pero aquellas que lo han hecho incluyen algunas de las más grandes y los nombres más conocidos, como Merrill Lynch, Bear Stearns, Lehman Brothers, Citicorp, AIG, Washington Mutual, Wachovia, y Countrywide Financial. Desde el otoño de 2008, Washington ha alimentado aún más una crisis que comenzó modestamente en 2007, saltándose a los tribunales de quiebras y en su lugar rescatando o nacionalizando a estas firmas, o obligándoles a empresas sanas a absorberlas (debilitando así a las sanas). Mientras que desde mediados de 2007 las acciones de la bolsa de Estados Unidos, en general se han desvalorado en un 50%, las acciones de las grandes instituciones financieras han caído un 80%, el peor comportamiento desde la Gran Depresión. Con cada nueva intervención del gobierno en el sector, el único resultado ha sido una aceleración de la fuga de capitales y la caída de los precios de las acciones.
¿Qué causó la actual crisis financiera? Si hemos de creer a la mayoría de los economistas, políticos y comentaristas, la causa es el capitalismo y su inherente codicia. Según el candidato presidencial demócrata Barack Obama “nosotros perdonamos e incluso llegamos a abrazar una ética de codicia”, “fomentamos un ambiente en el que el ganador se lleva todo, y en el que todo vale”, y “en lugar de establecer un marco regulador para el siglo XXI, simplemente desmantelamos el antiguo”. [1] En su papel de senador el pasado otoño, Obama criticó como “una atrocidad” la necesidad de un plan de rescate “para salvar nuestra economía de la codicia y la irresponsabilidad de Wall Street” (y luego rápidamente votó a favor de ese plan). [2] El candidato presidencial republicano John McCain dijo que la crisis financiera fue causada por “la codicia, la corrupción y el exceso”, y que Wall Street “trató a la economía estadounidense como si fuera un casino”. [3] En el New York Times de diciembre 2008, el presidente Bush “compartió sus puntos de vista de cómo el país estaba al borde del desastre económico”, citando “la avaricia empresarial y los excesos del mercado alimentados por una inundación de divisas”, concluyendo que “Wall Street se ha emborrachado”. [4] En su columna en el New York Times, Paul Krugman, ganador del Premio Nobel de Economía en 2008, en repetidas ocasiones le echa la culpa de la crisis a la “desregulación” y a los “dogmas” del libre mercado. Alan Greenspan – que fue durante veinte años quien dirigió la Reserva Federal como monopolista del dinero de Washington y el principal regulador bancario – le dijo al Congreso el otoño pasado que “aquellos de nosotros que contábamos con el interés propio de las instituciones de crédito para proteger el patrimonio de los accionistas, yo especialmente, nos encontramos en un estado de estupefacta incredulidad”, estuvo de acuerdo que era “un fallo” en su ideología y pidió una aún mayor regulación gubernamental – lo que llevó a muchos periodistas a declarar, con alborozo, que “Greenspan admite que el libre mercado ha fracasado”. [5] El Washington Post encuentra el origen de la crisis en una “cruzada liderada por Estados Unidos para convencer a gran parte del mundo que deben aflojar la pesada mano del gobierno en finanzas e industria”, para “difundir el evangelio del capitalismo laissez-faire”, y afirma que este “tipo no-intervencionista de capitalismo” únicamente logró “enfermar el mercado de la vivienda y permitir que un irresponsable Wall Street creara un fondo de inversiones tóxicas que ha infectado al sistema financiero mundial”. [6]
Las típicas interpretaciones anticapitalistas que culpan a la codicia, como las citadas arriba, han provocado en los últimos meses intervenciones masivas en el sector financiero de los EEUU, incluyendo nacionalizaciones parciales. El mayor banco de Estados Unidos (Citigroup) y la mayor compañía de seguros (AIG) son ahora de hecho propiedad del gobierno y están controlados por él, a través de la Reserva Federal y del Departamento del Tesoro. Desde octubre, Washington ha invertido cerca de 500 mil millones de dólares de los contribuyentes en las acciones de los cuatrocientos bancos más grandes de América, tanto sanos como fallidos – a menudo contra la voluntad de los altos directivos de dichos bancos. [7] En marzo de 2009 el dinero invertido en los diez mayores bancos del país llegaba al 45% de su valor bursátil, el doble que en octubre de 2008; en el proceso, políticos y burócratas están dictaminando cada vez más las políticas de los bancos con relación a préstamos, dividendos, fusiones y remuneración de los ejecutivos. [8] En otra intervención, la Reserva Federal ha garantizado más de 2 billones de dólares en dudosos préstamos de negocios e hipotecas inestables a corto plazo – y comprará y garantizará un billón de dólares adicional durante 2009. Mientras tanto, la Federal Deposit Insurance Corporation (FDIC), que garantiza los depósitos en cuentas corrientes de los bancos, ha aumentado enormemente el alcance de su cobertura – de $100.000 a $200.000 por cada cuenta bancaria – y ahora también asegura billones de dólares en bonos de banco y fondos mutuos del mercado monetario, un riesgo gigantesco que nunca había asumido antes de 2008. La FDIC garantiza ahora el 70% de todos los depósitos bancarios en cuentas corrientes, en vez del 50% una década atrás.
Tales rescates y garantías del gobierno (y rescates menores dirigidos a grandes pero insolventes compañías de seguros y a los fabricantes de coches de Detroit que están perdiendo dinero) resultaron en un aumento de $8,7 billones en las obligaciones federales (deudas y garantías) en la segunda mitad de 2008. [9] Para poner esta cifra en perspectiva, consideremos que a finales del 2007 la deuda nacional total era de $9,3 billones, que el gasto anual en 2007 era de $3 billones, y que toda la producción económica anual (PIB) en el 2007 fue de $14 billones. Para comparar la magnitud de las recientes intervenciones con las del pasado, hay que tener en cuenta que el aumento del gasto en el bienio 2008-2009 es diecisiete veces mayor que el costo total del New Deal del presidente Roosevelt (que fue de $500 mil millones, ajustado por inflación). Y el primer presupuesto del presidente Obama amplía la presencia de Washington más aún, con un gasto total previsto de $4 billones en 2009 (un 33% más que en el 2008), y que representa un 28% del PIB (por encima del 21% en 2008).
Las alegaciones sobre la necesidad de contener las supuestas “inestabilidades” inherentes en los mercados libres han conducido necesariamente a exigencias persistentes para que Washington regule, rescate, garantice y nacionalice las instituciones financieras. Según el Economist, “el gobierno de la nación capitalista líder en el mundo ha sido arrastrado hacia la vorágine de la más capitalista de sus industrias”. Esta afirmación alegremente asume que América es hoy un país capitalista y que los políticos de Washington son víctimas de un mercado capitalista, obligados a intervenir y arreglar la economía americana afectada por sus fracasos. Los críticos modernos del capitalismo asumen que los mercados abandonados a sus propios recursos son intrínsecamente frágiles y propensos a crisis, mientras que el gobierno de los EEUU es un Peñón de Gibraltar, sólido e inspirador de confianza.
Las interpretaciones anteriores ignoran el simple hecho de que América hoy no tiene un sistema de libre mercado – y mucho menos un sector financiero de libre mercado – ni lo ha tenido durante la mayor parte del siglo. Sólo un craso equívoco sobre lo que constituye un sistema de libre mercado le permitiría a alguien honestamente culpar al capitalismo por la crisis financiera. Durante décadas, el sistema político-económico estadounidense ha sido un sistema mixto – una combinación de una cierta libertad de elección y acción contrarrestada por grandes (y crecientes) intervenciones coercitivas. Fueron precisamente esos elementos coercitivos – la regulación, los impuestos, y las subvenciones – los que causaron la crisis financiera actual. Las recientes y masivas intervenciones de Washington no fueron consecuencias del “fracaso” del libre mercado; fueron consecuencia de las distorsiones del mercado causadas por la intervención del gobierno anterior en la economía. Las intervenciones del gobierno haninstigado y agravado la última crisis financiera.
Al analizar las intervenciones del gobierno que provocaron la última inestabilidad y destrucción de riqueza en inmuebles y en banca, este artículo demostrará que la actual crisis financiera fue causada, no por haber vuelto a mercados libres o a políticas pro-capitalistas durante la última década, sino por una trágica progresión hacia el socialismo. Más importante aún, demostrará que el altruismo – la noción de que ser moral consiste en sacrificarse por las necesidades de los demás – es la excusa para esta intervención del gobierno, y por lo tanto, la causa última de la crisis.
Por supuesto, para poder concluir que el capitalismo es inocente de los últimos cargos contra él, debemos tener bien claro qué es el capitalismo. El capitalismo es el sistema social de los derechos individuales, incluyendo los derechos a la propiedad, en el que toda propiedad es privada. [11] El capitalismo defiende la potestad de la ley y la igualdad ante la ley, prohíbe que el gobierno favorezca a cualquier persona o grupo (incluyendo empresas), supone la completa separación del estado y la economía, y por tanto, deja a cada individuo libre para actuar por su propio juicio y en su propio bien. Con esto en mente, estudiemos los hechos relevantes alrededor de la crisis financiera
El Problemático Mercado Inmobiliario
Tal vez la intervención del gobierno americano que ha dilapidado más capital y desperdiciado más fondos de los contribuyentes en los últimos años haya sido la creación de “Fannie Mae”, “Freddie Mac” y “Ginnie Mae” – las llamadas “empresas patrocinadas por el gobierno” (“Government-Sponsored Enterprises” o GSEs), que durante muchos años han sido utilizadas por los políticos para obtener fondos y votos para sus campañas políticas, promoviendo hipotecas artificialmente baratas y “el sueño americano de ser dueño de una casa”. Los pintorescos y encantadores apodos de las GSEs en realidad se refieren a la Federal National Mortgage Association, la Federal Home Loan Mortgage Corporation, y la Government Nacional Mortgage Association.
Hasta sus recientes insolvencias, las GSEs no eran ni empresas totalmente privadas ni agencias totalmente gubernamentales, sino entidades “híbridas”, con sus orígenes en el New Deal de Franklin Delano Roosevelt. Las GSEs se crearon para hacer los préstamos hipotecarios de viviendas más accesibles para los “necesitados”, y durante décadas tuvieron el apoyo implícito del Tesoro USA y la inmunidad de estrictos criterios de contabilidad, con el fin de poder reducir los costos del interés y diluir las reglas de elegibilidad. Empezando a mediados de los años 90, la influencia de las GSEs se expandió muchísimo. El motivo altruista detrás de la expansión, asumido por ambos, demócratas y republicanos, fue ayudarles a los necesitados y a los que no lo merecían, a obtener créditos hipotecarios que no serían capaces de conseguir en un mercado que no estuviese subsidiado y regulado.
Dado el amplio alcance de la intervención gubernamental en el sector hipotecario americano a través de las GSEs, la maraña de otras agencias – como el Department of Housing and Urban Development (HUD), el Federal Housing Finance Board (FHFB), el Federal Housing Administration (FHA), el Federal Home Loan Bank (FHLB), y el Office of Federal Housing Enterprise Oversight (OFHEO) – y el torrente de leyes y directrices del Congreso – tales como la Fair Housing Act (1968), la Equal Credit Oppportunity Act (1974), la Community Reinvestment Act (1977), la Home Mortgage Disclosure Act (1975), la Nacional Affordable Housing Act (1990), la Community Development and Regulatory Improvement Act (1994), la Home Ownership and Equity Protection Act (1994), y la American Dream Down Payment Act (2003) – es simplemente ridículo que cualquiera diga hoy en día que el sector hipotecario americano era un mercado totalmente “libre” antes de la última crisis. Sólo más absurda aún es la afirmación de que los pocos elementos libres que aún quedan, y no las intervenciones, fueron los causantes de la crisis. Armado con su objetivo supuestamente “noble” de aumentar la propiedad de casas entre los necesitados, el gobierno americano ha plagado el mercado hipotecario con incentivos perversos y con intervenciones injustas, tanto obligando como induciendo a los bancos a concederles préstamos a prestatarios no cualificados, de esa forma poniéndose a sí mismos en una situación de mayor riesgo de insolvencia.
Hoy, el concepto de “riesgo moral” – por el que una política pública genera necesariamente un comportamiento arriesgado y temerario en personas y empresas, un comportamiento que normalmente no se produciría (o no surgiría globalmente) en un mercado libre – está casi generalizado. Algunas personas ahora se dan cuenta de lo que los economistas (que acuñaron la frase) han dicho ya durante mucho tiempo, y es que las intervenciones de Washington en las hipotecas crearon un “riesgo moral” y por lo tanto contribuyeron a la crisis. Sin embargo, pocos se atreven a nombrar el verdadero riesgo moral que es la raíz de todas las temeridades: el riesgo causado por la moralidad del altruismo.
El altruismo ha motivado la degradación absoluta de las normas estándar para conceder préstamos en la última década. Los prestamistas de hipotecas bromeaban que el apoyo enloquecido de la administración Bush para aumentar la propiedad de viviendas entre los negros y los hispanos condujo a una proliferación de los llamados préstamos “NINJA” – los préstamos otorgados a prestatarios sin ingresos, ni empleo ni bienes (en inglés “No Income, No Job, or Assets”). El altruismo ordena el servicio a los necesitados, y los “recibidores” de préstamos NINJA encajan a la perfección con esta descripción. Destacando el apoyo jurídico y coercitivo de las políticas de crédito altruistas de Washington, el Banco de la Reserva Federal distribuyó durante años un folleto entre los prestamistas hipotecarios – Cerrando la Brecha: Una Guía para la Igualdad de Oportunidad en Préstamos – la cual incluye advertencias anexas sobre las multas y las penas de cárcel que les aguardan a quienes son remisos en la lucha contra la “discriminación” y dejan de concederles préstamos a las personas que no pasan los requerimientos mínimos necesarios para recibir el préstamo. El folleto, que sigue siendo distribuido hoy, ridiculiza como “arbitrarios e irrazonables” a los estándares de crédito tradicionales, tales como un 20% de depósito inicial, (o sea, una proporción del 80% entre el préstamo y el valor del activo), un historial crediticio por encima de la media, el hábito de pagar las cuentas a su tiempo, y el tener un trabajo estable que proporcione una renta suficiente para hacer los pagos hipotecarios mensuales. [12]
Con el fin de “cerrar la brecha” y “lograr el sueño americano”, las hipotecas basura (“subprime”) les fueron concedidas a aquellos con antecedentes malos de crédito, y a aquellos que hacían depósitos muy bajos o ni siquiera hacían ningún depósito, y de esa forma ni dejaron un colchón de garantía para los prestamistas ni un incentivo para que los prestatarios pagasen sus préstamos si los precios inmobiliarios caían por debajo del valor de la hipoteca. “Fannie Mae” y “Freddie Mac” instigaron aún más la expansión de los créditos con hipotecas subprime, al animar a los prestamistas iniciales a transformarlos en instrumentos llamados “mortgage-backed securities”, o “títulos de valor respaldados por hipotecas”, que estaban a la venta o bien directamente a las GSEs respaldados por los contribuyentes, o a inversores privados con una garantía de las GSEs – un proceso conocido como “securitization” [o sea, conversión en títulos de valor]. Las GSEs entonces presionaban a las agencias de evaluación de activos, tales como Moody´s y Standard & Poor´s para que les asignasen notas altas a aquellos activos de bajo nivel, para atraer a las instituciones financieras de todo el mundo a comprarlos. Como los bancos y las empresas hipotecarias estaban siendo presionadas por las GSEs a vender sus hipotecas de viviendas inmediatamente después de originarlas – captando en el proceso comisiones altas, mientras ignoraban las consecuencias a los prestatarios que más tarde dejarían de pagar sus préstamos – ellas se preocuparon mucho menos con la calidad de sus prestatarios o de los préstamos que éstos recibían.
El incentivo a prestar (o a pedir prestado) con la debida precaución en el sector hipotecario disminuyó radicalmente cuando, en el año 2002, Washington estableció la meta de aumentar artificialmente la tasa de propiedad de la vivienda del 65% de los hogares (la tasa de las dos décadas anteriores) al 70%. Una larga lista de agencias hipotecarias y de leyes fueron desplegadas para alcanzar la meta altruista, que necesitaba que los estándares crediticios fueran rebajados de nuevo. Los bancos sujetos a la Community Reinvestment Act [Ley de Reinversión en la Comunidad] eran agresivamente penalizados si se descubría que no habían incrementado sus volúmenes de préstamos subprime; y para privarlos de cualquier excusa, las GSEs empezaron a incrementar significativamente sus compras y sus garantías para tales préstamos.
La explícita recomendación de Washington de rebajar los estándares de prestación para la compra de viviendas fue la principal causa de la crisis hipotecaria de 2007-2009. Washington proporcionó masivos incentivos político-financieros para que se concediesen malos préstamos. Esos préstamos se hicieron, y pronto exhibieron una altísima tasa de incumplimientos. Esos altos niveles de incumplimientos les causaron pérdidas a los bancos, quienes restringieron sus préstamos, lo que resultó primero en un alza (y luego en un declive) de los precios de las casas, disminuyendo el valor de las viviendas y causando incumplimientos adicionales. Las tasas más altas de incumplimientos en hipotecas subprime ocurrieron en estados de fuerte inmigración, como Arizona, California y Florida, donde, a través de esquemas altruistas los políticos esperaban generar una oleada de nuevos votantes.
La Reserva Federal también contribuyó significativamente a la crisis hipotecaria, al fomentar la vasta expansión de hipotecas de interés variable (“Adjustable-Rate Mortgages”, o ARMs), de mayor riesgo. Comparadas con las hipotecas tradicionales de treinta años e interés fijo, las ARMs suponían pagos mensuales más bajos cuando los tipos de interés a corto plazo eran más bajos, y pagos mensuales más altos cuando los tipos de interés eran más altos. En 2004 el presidente de la Reserva Federal (la “Fed”), Alan Greesnspan, regañó a los prestamistas por conceder demasiadas hipotecas tradicionales, con tipos de interés fijos, y no conceder suficientes ARMs. Citando informes de la Fed, declaró que “muchos propietarios podrían haberse ahorrado decenas de miles de dólares si hubieran tenido hipotecas de interés variable en vez de hipotecas de interés fijo”, y que “los consumidores americanos podrían beneficiarse si los prestamistas ofrecieran más productos hipotecarios alternativos a los tradicionales de interés fijo”. [13] La Fed de Greenspan había bajado los tipos de interés a corto plazo a un mero 1% en 2004 (desde el 6% en 2001), y continuó manteniéndolos bajos durante 2005. Hacia mediados del 2006 los ARMs habían crecido hasta llegar a ser un 12% de los $8 billones del mercado de hipotecas residenciales, pero la Fed pronto hizo que esos ARMs se hicieran carísimos, al cambiar de dirección en 180 grados y quintuplicar los tipos de interés a corto plazo del 1% al 5% a finales de 2006. No es sorpresa que los impagos de las ARMs y de los créditos hipotecarios subprime empezaran a dispararse poco después, minando dramáticamente el valor de los activos respaldados por hipotecas y causando grandes pérdidas en todo el sistema.
Incluso si la Reserva Federal no hubiera apoyado y destruido a las ARMs con sus cambios bruscos en los tipos de interés del 2001 al 2006, la tremenda expansión de las GSEs habría causado problemas masivos. El período de 1970 a 2000 vio aumentar en 5 veces la participación de las GSEs en las hipotecas residenciales, del 8% al 42%, mientras que la participación de las instituciones privadas en ese mercado en el mismo período cayó del 44% al 11%. En sólo tres décadas, Fannie Mae y Freddie Mac de hecho desplazaron a las instituciones de ahorros privadas en hipotecas, invirtiendo sus respectivas participaciones.
Pero eso no fue suficiente para los políticos de Washington empeñados en promover la propiedad de viviendas entre los “desfavorecidos”. En 1999, bajo la presión de la administración Clinton, las GSEs agresivamente rebajaron los estándares para asegurar hipotecas. “Esta acción animará a los bancos a concederles hipotecas a aquellos individuos cuyo crédito generalmente no es lo suficientemente bueno para que merezcan recibir préstamos convencionales”, señaló un artículo del New York Times antes de apuntar cautamente, “Fannie Mae está asumiendo un riesgo significativamente mayor, lo que puede no causar problemas durante un período de expansión económica. Pero esta corporación subsidiada por el gobierno puede meterse en serios problemas durante una crisis económica”. [14] Esos problemas empezarían aproximadamente ocho años más tarde, durante la administración Bush.
Los esfuerzos de Washington para proporcionarles viviendas a los necesitados a través de las GSEs se intensificaron más aún durante los años de Bush. En 2001, aproximadamente dos terceras partes de las familias americanas eran propietarias de casas, mientras que el tercio restante alquilaba apartamentos que podían permitirse. Sin embargo, en 2002, Mr Bush reprochó la “brecha” entre los propietarios blancos (más del 75%, de media) y los negros e hispanos (50% o menos de media), a pesar que los niveles de propietarios de casas entre “las minorías” había crecido consistentemente durante la década anterior. Washington, guiado por el altruismo, dictaminó que los banqueros prestasen en base a criterios no objetivos (la raza y el color de la piel), en vez de hacerlo en base a criterios racionales (la capacidad de pagar un crédito). En una “Conferencia del Congreso para Aumentar la Propiedad de Viviendas entre las Minorías”, en 2002, Bush declaró, “nosotros podemos poner luz donde hay oscuridad, y esperanza donde hay desánimo en este país. Y parte de ello es trabajar juntos como nación para exhortar a la gente normal a que sean dueños de su propia casa”. [15] Él continuó:
“Una sociedad de propietarios es una sociedad compasiva. Dos tercios de todos los americanos son dueños de sus viviendas, sin embargo tenemos un problema aquí en América porque menos de la mitad de los hispanos y menos de la mitad de los afro-americanos son dueños de sus casas. Es una brecha en la propiedad de viviendas. Es una brecha que tenemos que trabajar juntos para cerrar, por el bien de nuestro país, en aras de un futuro más esperanzador. Vamos a trabajar para derribar las barreras que han creado la brecha en la propiedad. Yo he establecido un ambicioso plan. Es uno que creo que podemos conseguir. Es una meta clara, que para el final de esta década aumentaremos el número de propietarios entre las minorías en al menos 5,5 millones de familias.” [16]
Bush prometió “usar el poderoso músculo del gobierno federal” (palabras suyas) para alcanzar su objetivo de extender la propiedad de viviendas a las minorías “desfavorecidas”, presionando o subsidiando a los prestamistas para que rebajaran sus estándares de crédito, bajo la premisa que “las empresas americanas tienen una responsabilidad de trabajar para hacer que América sea un lugar compasivo”. [17] Durante los años siguientes, Bush descaradamente promovió esquemas como la “Zero Down Payment Iniciative” (“Iniciativa del Depósito Cero”) (alabada por los demócratas en esa época) – a pesar de la advertencia de la Oficina de Presupuesto del Congreso de que este esquema aumentaría seriamente los niveles de incumplimientos. [18] Además, Bush firmó legislación y aprobó presupuestos que añadieron billones de dólares y miles de reglamentos a la ya enorme presencia de Washington en hipotecas y en viviendas.
La aceptación del altruismo como una justificación legítima para tomar decisiones financieras estaba muy difundida en las GSEs. En 2004, el Presidente de Fannie Mae, Franklin Raines, siguió el liderazgo del presidente Bush al prometer la continuación y la intensificación de la misión de la agencia durante varios años – el cerrar “las brechas de propiedad inmobiliaria de América”, a través de “experimentos en ofertas de créditos que redefinen la solvencia de los receptores”:
En casi todos los aspectos, 2003 fue el mejor año para la construcción de viviendas en la historia de América. . . . Es necesario hacer mucho más, sin embargo, para lograr el Sueño Americano. . . . Fannie Mae debe expandir su “compromiso con el sueño Americano” para familias marginadas, especialmente para las minorías de americanos. Estamos empeñados en crear seis millones de nuevos propietarios de casas (incluyendo 1,8 millones de familias de minorías) en los diez próximos años. . . . Hemos lanzado un revolucionario esfuerzo en favor del consumidor marginal . . . hemos desarrollado nuevos productos hipotecarios e ideado experimentos de suscripción que redefinen la solvencia. . . . Fannie Mae y sus muchos socios inmobiliarios en todo el país están decididos a cerrar las brechas entre los propietarios americanos”. [19]
Los políticos y burócratas motivados por el altruismo demandaron que los tradicionales criterios para conceder créditos fueran ignorados o abandonados para adherirse al estándar de la necesidad por encima del de la codicia. Armados con una ética que no era cuestionada por casi nadie, y con acceso a los bolsillos de los contribuyentes, las GSEs prosiguieron su borrachera de gasto. Mientras que en 1995 la suma de todas las hipotecas, garantías y valores respaldados por hipotecas en manos de las GSEs representaba un 39% de todas las hipotecas de EEUU, en 2007, justo poco antes de la crisis, la participación de las GSEs había subido a un 52%. En ese momento (e incluso hoy, como insolventes) las GSEs participaban en el 80-90% de todas las hipotecas nuevas, o el doble de la tasa de 1995. Hasta ahora, las GSEs han abrumado y contaminado casi totalmente el mercado de hipotecas residenciales, y, con las quiebras en alza, se están convirtiendo rápidamente en el principal dueño nacional de viviendas para necesitados. Y por supuesto, las “compasivas” GSEs exigen ahora una moratoria en las ejecuciones de las hipotecas, lo que va a convertir a los morosos en invasores. Esto indica la maldad y la pobreza a las que conducen invariablemente los préstamos altruistas – y la injusticia para todos aquellos que deben financiar los fiascos que todo ello necesariamente implica.
Esta bancarrota moral propulsó finalmente a las GSEs a su bancarrota financiera. Hacia finales del 2007, ellas tenían activos hipotecarios de casi $6 billones, pero un valor neto (capital) equivalente a menos del 2% de esa suma. Después de que los tipos de interés a corto plazo aumentaran en 2006 y los precios de venta de las casas empezaran a frenarse o a declinar, el valor de los activos de las GSEs – así como los bonos y acciones de las GSEs cotizados públicamente – también empezaron a declinar. En 2007-2008, estos valores cayeron más aún y, en septiembre de 2008, las GSEs se declararon insolventes. En este punto, el Departamento del Tesoro de Bush inyectó $200 mil millones en las empresas fracasadas y tomó el completo control de ellas – añadiendo otros $5,5 billones a la deuda nacional y minando la fortaleza de cientos de bancos que tenían activos de las GSEs con y la esperanza que, al estar garantizados por “la plena confianza y el crédito de los Estados Unidos” ellos conservarían su valor. [20] Como las pérdidas de las GSEs aumentaron a principios del 2009, la administración Obama les concedió $200 mil millones adicionales, mientras les presionaba para que prestasen todavía más y se resistiesen a ejecutar las hipotecas de los impagados.
Para poder cumplir las cuotas de préstamos a los necesitados, los ejecutivos de las GSEs deliberadamente ignoraron los avisos sobre los riesgos excesivos que estaban asumiendo. [21] El anterior CEO [Chief Executive Officer, equivalente a Director General] de Fannie Mae, Daniel Mudd, dijo que creía que “casi nadie se esperaba lo que iba a pasar” e insistió en que “no era justo acusarnos por no predecir lo impensable” (aunque se descubrió que su organización estaba envuelta en un fraude contable masivo para ocultar las crecientes pérdidas y sus bajísimas tasas de capital de seguridad). Pero el desastre resultante había sido previsto por los principios económicos básicos, por numerosos estudios independientes, y por muchos de los propios gerentes de Mudd, quienes advirtieron que “los prestamistas estaban concediendo demasiados créditos que nunca serían pagados”. Mudd – quien, antes de establecerse en Fannie Mae, “le había dicho a un amigo que quería trabajar para una empresa altruista” – estuvo encantado de acceder a las presiones del Congreso para “ayudar a encauzar más préstamos a prestamistas de bajos ingresos” y en 2004 empezó a llevar su empresa “a los rincones más traicioneros del mercado hipotecario”. [22]
Es importante destacar que Mudd y los políticos y burócratas involucrados no fueron los únicos participantes con motivos claramente altruistas; ellos tenían cientos de cómplices “compasivos” en las empresas hipotecarias “privadas”. Pero quizás ninguno fue más consecuente que Angelo Mozilo, Director General de Countrywide Financial. Trabajando en estrecha colaboración con Fannie Mae, Countrywide se había convertido en 2006 el más grande emisor de hipotecas residenciales, especialmente de la arriesgada variedad subprime. Mozilo actuó como si fuera un embajador de la Casa Blanca, ensalzando públicamente a las GSEs, la HUD, la FHA, y proclamando todos los argumentos altruistas de liberales y conservadores por igual, en favor de las hipotecas sub-standard. Pedirle a un “marginado” que hiciera un depósito al recibir su hipoteca era “un absurdo”, dijo él en 2003, dirigiéndose a un grupo de colegas banqueros, añadiendo que “nosotros nunca resolveremos ninguno de nuestros problemas sociales” hasta que hayamos satisfecho las necesidades de vivienda de aquellos a los que les falta crédito. [23] “Nuestro objetivo es demostrar que hay una función especial para el sector privado en servicio público”, dijo en una conferencia en Harvard, quejándose de que “la brecha entre los propietarios de bajos ingresos y minorías, y los propietarios blancos, sigue siendo intolerablemente demasiado amplia”. Lo que necesitamos son “nuevas técnicas de suscripción, creativas y flexibles”, de tal manera que los prestamistas “les digan que ´no´ sólo a los que no quieren hacer sus pagos mensuales de hipotecas”. Estaba implicando que aquellos que querían pero no podían hacer sus pagos mensuales merecían un crédito de cualquier forma, y así América podría estrechar la llamada “Brecha del Dinero… la barrera obvia creada por el hecho de que existen los que tienen capital y acceso al crédito y los que no lo tienen”. [24]
Durante varios años Mozilo fue alabado (y premiado por la Fundación Fannie Mae), por ser socialmente consciente – hasta que, a finales de 2007, el peso de los créditos malos disipó el valor neto de su firma, arrastrando en su caída a otras empresas. Incluso así, un periodista de la CNBC elogió a Mozilo por sus “buenas intenciones” y “nobles iniciativas”. “Ambos, demócratas y republicanos quisieron extenderles la propiedad de sus casas a gente que no tenía crédito”, añadió, y “aunque todo acabó en desastre, fue una noble aspiración”. [25]
¿Cómo respondió Washington a esto? En vez de llevar a Countrywide al tribunal de quiebras, intervino para forzar a Bank of America – por aquel entonces una institución sana – a absorber el portfolio tóxico de la firma (igual que hizo con Merrill Lynch), debilitando de esa forma al comprador. Pero (prácticamente) nadie protestó, ni siquiera los ejecutivos del Bank of America, porque (prácticamente) todos aceptaban la noción altruista de que quien tiene éxito debe sacrificarse por el necesitado.
Políticos y empresarios motivados por el altruismo inexorablemente exigen tales tácticas de fuerza extremas, incluso reconociendo que ellas hacen imposible el funcionamiento racional y auto-interesado de la banca. Según el millonario George Soros, “el interés público dictaría que los bancos retomaran la práctica de ofrecer créditos en términos atractivos”, pero “esta política tendría que ser forzada por la dictadura gubernamental, porque el propio interés de los bancos les llevaría a enfocarse en preservar y reconstruir sus propios activos”. [26] Bajo el principio del altruismo, los problemáticos banqueros actuales deben sacrificar sus objetivos egoístas de “preservar y reconstruir su propio patrimonio” y ser forzados a sufrir más pérdidas financieras volviendo a prestar en las condiciones que el gobierno considere “atractivas” para “el interés público”.
Los ejecutivos de bancos que aceptan la premisa del altruismo están moralmente indefensos contra tales coerciones. En audiencias mantenidas en febrero del 2009, el Rep. Barney Frank (demócrata por MA), jefe del House Financial Services Committee y uno de los más entusiastas promotores de las GSEs en las últimas décadas, advirtió a los altos ejecutivos bancarios contra la actitud de poner “sus propios intereses económicos por encima de un necesario programa gubernamental” y les “intimó” a estar más “dispuestos a hacer algunos sacrificios”, accediendo a mayores controles. [27] Uno de los ocho ejecutivos que testificaron ante el comité de Frank, fue el CEO de J.P.Morgan, Jaime Dimon, un banquero altamente competente y efectivo, quien sin embargo concedió las premisas altruistas de Frank. Sólo dos meses antes, cuando le preguntaron por qué había aceptado la inyección de “capital” de Washington, Dimon respondió: “No creímos que J.P.Morgan debería ser egoísta e interponerse en el camino de lo que el gobierno está tratando de hacer. Conseguimos el dinero y vamos a intentar hacer exactamente lo que ellos quieren que hagamos, conceder más préstamos”. [28]
No debería sorprenderle a nadie que el “mercado de crédito” infectado de altruismo haya sido impráctico – e impráctico incluso en relación al objetivo altruista de ayudar a que los necesitados posean casas. Washington presionó para elevar la tasa nacional de propiedad a los hogares pobres del 65% al 70% y para reducir la “brecha” en las tasas de propiedad entre hogares blancos y no blancos, pero como consecuencia de esa presión – al alcanzar los impagos y las ejecuciones de hipotecas proporciones altísimas – la tasa de propiedad inmobiliaria, tras subir un poco, está ahora por debajo del 65%, mientras que la “brecha”, habiéndose estrechado en los años anteriores a 2002, se ha estado ensanchando desde 2007. Las tasas de propiedad entre negros e hispánicos, quienes eran el objeto de atención de la administración Bush, han caído estrepitosamente, en muchos casos por debajo de los máximos anteriores que habían sido considerados inaceptables por los planificadores sociales.
¿Quién va a pagar la descomunal factura por este desastre inducido por el altruismo? El altruismo tiene la respuesta: el inocente – los contribuyentes inocentes y el 93% de todos los propietarios americanos que pagan sus hipotecas a tiempo pero que ahora serán forzados a pagar las hipotecas de otros individuos, y a rescatar a empresas que ellos no echaron a perder y de las cuales no eran los dueños.
El Declive de un Siglo de la Banca Americana
El desastre hipotecario responsable en gran parte de la actual crisis financiera americana es el resultado de décadas de múltiples intervenciones gubernamentales. Pero las hipotecas por motivos altruistas no son el único problema. América está sufriendo también las consecuencias de las intervenciones por motivos altruistas del gobierno en sus otras instituciones financieras, remontándose a casi un siglo, intervenciones (bien en forma de regulaciones o de subsidios) que han llevado repetidamente a crisis financieras y que continuarán haciéndolo mientras sigan existiendo.
En 1913 – después de un siglo del sistema bancario libre y estable que financió la estupenda Revolución Industrial americana – Washington dio un gran paso para asumir el control del sistema financiero americano cuando estableció su banco central, la Reserva Federal. Anteriormente, bancos con reputaciones conservadoras (por ejemplo, J.P. Morgan & Co.) habían emitido moneda fiable convertible en unidades fijas de su peso en oro (la esencia del patrón oro). Pero los críticos insistieron en que había demasiado poco dinero, que los prestamistas que se habían excedido deberían gozar de una inflación de vez en cuando para reducir la carga de sus deudas, que los necesitados deberían tener más acceso al dinero y al crédito, y que por lo tanto el gobierno debería controlar la oferta de ambos.
Se le concedió a la Fed el monopolio de la emisión de moneda; todas las otras monedas de los demás bancos fueron consideradas ilegales. Al cabo de veinte años (en 1933), la Fed renegó del patrón oro y empezó a emitir dinero falsificado, de papel – dinero desligado de cualquier estándar objetivo de valor – como sigue haciendo hasta hoy. Con su banco particular y privilegiado a su lado durante las siguientes décadas, los políticos de Washington fueron más capaces de financiar el creciente “Estado del bienestar”. Si los americanos hubieran objetado a este monopolio desde el principio, y a este dinero no-objetivo, estaríamos prosperando en una América muy diferente hoy en día. Pero los americanos no lo cuestionaron. ¿Por qué?
Poca gente ha puesto en entredicho alguna vez el papel de la Fed como el potentado del estado del bienestar porque tan poca gente se opone al propio estado del bienestar. El estado del bienestar es el ideal político del altruismo: facilita el sacrificio de los que triunfan en favor de los necesitados. Ciertamente, los defensores del estado del bienestar defienden a la Fed sin importarles cuán irresponsables sean sus políticas o sus acciones, precisamente porque es una parte tan esencial del estado del bienestar. Y los oficiales de la Fed excusan su propia conducta irracional en un aura de superioridad moral, viéndose a sí mismos obligados a ayudar al necesitado, incluso aunque sea indirectamente, a través de la financiación de esquemas del Congreso ridículos matemática y económicamente. Ellos de buena gana financian (imprimiendo dinero falsificado de papel) los esquemas de subvención que el Congreso no puede financiar a través de impuestos directos. Paul Volcker, jefe de la Fed de 1979 a 1986 y ahora consejero económico del presidente Obama, admitió que “los bancos centrales no son exactamente los heraldos de las economías de libre mercado”, principalmente porque ellos han sido “considerados y creados como el medio para financiar los proyectos del gobierno”. [29]
(Mientras América se ha ido acercando cada vez más a un sistema socialista monetario y de crédito durante el siglo pasado, poca gente ha reconocido cuán cerca eso ha reflejado y abiertamente secundado las premisas altruistas. Karl Marx, el preeminente altruista y socialista del siglo XIX – que gozó de un renovado prestigio durante la alegada “crisis” del capitalismo y del patrón oro en los años 30 – sostuvo que en un mundo verdaderamente socialista, la riqueza debía ser perpetuamente transferida “de cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad”. Para llegar a este ideal altruista, el quinto punto de su Manifiesto Comunista (1848) exigía una “centralización del crédito en manos del Estado, por medio de un banco nacional con capital estatal y un monopolio exclusivo”. Este es exactamente el papel de la Reserva Federal de USA.)
Al estar motivadas por el altruismo, las políticas monetarias de la Fed han causado un daño considerable durante muchos años. Al sabotear el sistema bancario de América en los comienzos de los años 30, la Fed (junto con las políticas punitivas de impuestos), causó la Gran Depresión. El jefe actual de la Fed, Ben Bernanke, quien se especializó en la Gran Depresión cuando enseñaba en Princeton, lo admitió en 2002, después de resumir un libro de 1963 de Milton Friedman y Anna Schwartz, que mostraba de forma definitiva que los funcionarios de la Fed (no los mercados libres) eran los culpables: “Como representante oficial de la Reserva Federal, me gustaría decirles a Milton y a Anna, con relación a la Gran Depresión: Tenéis razón, nosotros lo hicimos. Lo sentimos muchísimo. Pero, gracias a vosotros, no lo volveremos a hacer”. [30]
Pero ni el libro de Friedman y Schwartz, ni la admisión de Bernanke han frenado las políticas monetarias de la Fed, que continúan causando estragos en las finanzas americanas y han contribuido significativamente a la crisis financiera actual. Además de instigar la reciente ola de créditos fallidos al animar a los prestamistas a apuntarse a las ARMs y luego perjudicarles al subir drásticamente los intereses a corto plazo en 2006, la Fed también saboteó los márgenes de beneficio de los bancos, causó suspensión de pagos en los bancos, y mató el incentivo a prestar de los bancos que quedaban – al subir los tipos de interés a corto plazo muy por encima de los tipos de interés a largo plazo, una política conocida como “invertir” la curva de rendimientos del Tesoro.
La importancia de esta política de la Fed no se puede exagerar. Como intermediarios, los bancos toman depósitos de demanda y fondos que son pagables a corto plazo, y entonces prestan las ganancias a largo plazo. Consecuentemente, cuando los tipos de interés a corto plazo (digamos, el 1%) están por debajo de los tipos de interés a largo plazo (digamos, 5%), los bancos son rentables (con un margen de + 4 puntos porcentuales) y de esa forma están motivados a expandir sus emisiones de préstamos; en los casos menos frecuentes en que los tipos de interés a corto plazo (digamos, 5%) están por encima de los tipos a largo plazo (digamos, 3%), los bancos sufren pérdidas (con un margen de -2 puntos porcentuales) y de esa forma están motivados a reducir los préstamos que emiten. Este último fenómeno – una curva invertida de rendimientos – ha precedido cada una de las seis recesiones (y todas las crisis crediticias) desde 1968, incluyendo la más reciente. Y aunque esta relación causal es bien conocida por los oficiales de la Fed, ellos insisten en utilizar el arma del tipo de interés para luchar contra lo que ellos consideran un “excesivo” crecimiento económico. La Fed, establecida para ayudarle a Washington a financiar sus diferentes programas altruistamente motivados, es una institución económicamente devastadora, pero su capacidad destructiva es mayormente ignorada o excusada como un efecto colateral inevitable, aunque aceptable, del objetivo “moral” de ayudar al necesitado.
Washington tiene una larga tradición de tratar de resolver los problemas del sistema financiero causados por sus previas intervenciones, con aún más intervenciones. Por ejemplo, en vez de abolir la Fed o incluso restringir sus poderes a raíz de su bien conocida responsabilidad en causar la Gran Depresión, Washington expandió el poder de la Fed para controlar la banca americana, abandonando el patrón oro y estableciendo el Federal Deposit Insurance Corporation (FDIC) cuyo propósito era garantizar a los depositantes sus cuentas bancarias en caso de quiebra del banco. Al hacer esto, Washington institucionalizó un sistema de expansión indisciplinada del crédito y del dinero. Liberados del patrón oro, la Fed pudo imprimir papel dinero sin límites; comprar una cantidad ilimitada de deuda gubernamental; e inyectar moneda como reservas en los bancos, manipulándolos de esa forma para los objetivos altruistas de Washington. El estado del bienestar ahora tenía un ángel vengador, quien, a través de la inflación – que diluye el valor del dinero de cada uno de nosotros – podía robar riqueza calladamente.
Al expandir el alcance de su monopolio de dinero y al proporcionar depósitos garantizados, Washington animó cada vez más a los bancos comerciales privados a prestar imprudentemente y a operar, a lo largo del tiempo, con márgenes de capital cada vez más finos. Con la cobertura del FDIC, los bancos no sienten la necesidad de tener que demostrar su solvencia o su salud financiera a los depositantes, y éstos también se hacen cada vez más descuidados, y empiezan a frecuentar bancos irresponsables; el resultado es un aumento de bancos irresponsables que dependen cada vez más de fondos garantizados y respaldados por el gobierno. Mientras que en las pocas décadas anteriores al establecimiento de la Fed (en 1913) la mayoría de los bancos tenían un capital equivalente al 20-25% de sus activos, en los años inmediatamente posteriores a la creación del FDIC (1934) este colchón bajó al 15-20% y ha caído paulatinamente desde entonces. Hoy en día, el colchón de capital de la mayoría de los bancos es un mero 3-5%. Consecuentemente, un pequeño descenso en el valor de los activos del banco (que son en su mayor parte préstamos) puede hacer que el banco se convierta en insolvente; y cuando, además, ese banco tiene un alto porcentaje de préstamos a hipotecarios que aportaron poco patrimonio, su ya estrecho colchón de capital se hace aún más precario y algo tiene que estallar. Tal fragilidad nunca se daría en un sistema bancario completamente libre (esto es, uno sin bancos gubernamentales, subsidios, o controles). [31]
Además de promover préstamos arriesgados por parte de los bancos, las políticas intervencionistas americanas por motivos altruistas han desalentado a los depositantes a hacer indagaciones sobre la seguridad y la salud de sus instituciones financieras. Consecuentemente, bancos sanos tienen más dificultades para competir con los arriesgados – especialmente cuando, además de eso, son objeto de impuestos para reponer el fondo de depósitos del FDIC, después que este fondo ha sido vaciado por los depositantes de los bancos irresponsables y en quiebra. Las regulaciones financieras han infundido una falsa sensación de seguridad tanto en depositantes como en inversores, alentando conductas arriesgadas y aumentando la probabilidad de crisis financieras.
Dada la variedad de incentivos perversos que infectan y socavan el sistema financiero de EEUU, la nacionalización actual de los bancos era enteramente predecible. Como escribí en 1993:
“Considerad las opciones disponibles para un gobierno que dice que garantizará los depósitos del sistema bancario; un gobierno que considera que la mayoría de los bancos son demasiado grandes o demasiado importantes para la comunidad para dejarlos quebrar; un gobierno que, al hacer esas promesas, y además por otro lado interviniendo en el sistema crediticio y monetario, acaba minando la condición financiera del sistema bancario. Sólo hay una alternativa disponible para tal gobierno, que es apropiarse de los bancos fallidos y dirigirlos como si fueran parte del gobierno”. [32]
Esto es precisamente lo que ha estado ocurriendo desde finales del 2008, cuando Washington comenzó a comprar acciones en cientos de los bancos más importantes de América por primera vez en la historia de este país. Y este gran salto en la dirección socialista del dinero y de la banca tendrá consecuencias más funestas aún. Cuando la Fed, el Tesoro o la FDIC asumen los activos tóxicos en sus propios balances – como han hecho con creces durante el pasado año – ellos corrompen todavía más el sistema crediticio, impidiéndoles a prestamistas y a inversores el que puedan identificar y valorar adecuadamente los préstamos y los títulos de valor, garantizando que habrá más catástrofes financieras en el futuro.
La Causa Moral y la Cura Moral
Empezando con el monopolio estatal de la moneda, siguiendo con las garantías estatales de las deudas bancarios, la promoción estatal de las hipotecas, y la propiedad estatal de los bancos – la progresión durante todo el siglo pasado ha consistido en alejarse cada vez más de los mercados libres y acercarse hacia un sistema bancario socialista. ¿Por qué? La respuesta fundamental es: el altruismo. Los avances, intermitentes y vacilantes, en dirección a una intervención cada vez mayor del gobierno en las finanzas americanas son el resultado lógico de la premisa altruista que permea nuestra cultura y resuena a través de las antesalas del poder – la premisa que ser moral consiste en sacrificarse a sí mismo sirviendo a aquellos en necesidad. El estado del bienestar y su principal financiador, la Reserva Federal (Fed), están a fin de cuentas “justificados” en base a que el gobierno tiene un deber moral de proveer a los necesitados con bienes y servicios – desde la educación al seguro de enfermedad a las hipotecas.
Bajo la premisa de que un sistema bancario libre era inadecuado para los pobres, la Reserva Federal fue creada. Bajo la premisa de que el gasto en subsidios es demasiado importante para estar ligado a un sistema objetivo de dinero, el patrón oro fue abolido. Bajo la premisa de que los contribuyentes tienen el deber moral de rescatar a bancos en apuros y a depositantes descuidados, la FDIC fue creada. Bajo la premisa de que todos tenemos una obligación moral de ayudarles a familias necesitadas, de bajos ingresos, a realizar “el sueño americano”, las GSEs fueron creadas. Bajo la premisa que los americanos tienen un deber moral de preservar las instituciones financieras, Washington las está nacionalizando ahora – garantizando la total politización de los préstamos, una fuga permanente de capitales privados, y una sangría sin límites en los bolsillos de los contribuyentes.
El hecho de que cada una de estas intervenciones haya causado (y continúe causando) trastornos económico-financieros y la destrucción de riqueza es, para los que creen que las intervenciones eran morales, simplemente irrelevante. Al demandar que uno ponga las necesidades de otros por encima de cualquier otra consideración, el altruismo moralmente le prohíbe a uno considerar los datos de la realidad que están en conflicto con ese mandato. Así, en el caso de un banquero que abraza el altruismo, el hecho de que alguien que solicita un crédito no sea digno del mismo, no importa; el hecho que el volumen de impagados esté creciendo no importa; el hecho que su banco esté cerca de la insolvencia no importa. Estos son simplemente hechos económicos, mientras que el altruismo habla de la verdad moral – y en cualquier divergencia entre economía (o sentido común) y moralidad, la moralidad siempre gana.
La aceptación del altruismo lleva a la gente a abandonar sus propios intereses, el motivo del beneficio, los principios básicos de economía y el básico principio de América: el principio de los derechos individuales. Pero estos valores son esenciales para una vida próspera, una sana economía y una sociedad justa. El mercado financiero americano está sufriendo no por causa de la codicia o de la libertad, sino por la extendida aceptación del altruismo y la consiguiente intervención gubernamental en la banca.
La crisis financiera es, fundamentalmente, una crisis moral. En la medida en que los americanos acepten que ellos tienen el deber moral de sacrificarse por el bien de los otros, en esa medida ellos le permitirán a nuestro gobierno a obligarnos a todos a hacerlo – a través de nuevas intervenciones, más subsidios, y más controles. Para acabar con la crisis debemos saber que fue el gobierno quien la causó, y exigir que el gobierno empiece a apartar sus coercitivas manos de la economía. Con un ojo en el corto plazo, debemos exigir que el gobierno reduzca los poderes de las GSEs, la Reserva Federal y el FDIC; y con un ojo en el largo plazo, debemos exigir que el gobierno disuelva completamente estas agencias y que restaure un patrón oro manejado por bancos privados, con facultad de emitir moneda y sujetos únicamente a códigos objetivos comerciales y de quiebras. [33] Pero para poder abogar por estas reformas los americanos deben rechazar el código moral que se interpone en su camino. Debemos rechazar el altruismo. Debemos defender el derecho de cada individuo a existir, no como esclavo para las necesidades de otros, sino por nuestro propio interés – banqueros incluidos.