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Saturday, December 24, 2016

Una guía para principiantes sobre la economía socialista

Marian L. Tupy explica las principales razones por las cuáles la economía socialista fracasa: bloqueo del sistema de precios, incentivos perversos, entre otras.

En estos últimos años me ha tocado hacer varias presentaciones a alumnos de colegios y universidades sobre la importancia de la libertad económica y de la amenaza persistente que representa el socialismo —como se puede observar, por ejemplo, en el reciente colapso económico de Venezuela. Un problema que he encontrado es que los jóvenes, hoy en día, no tienen una memoria personal sobre lo que fue la Guerra Fría, ni mucho menos un entendimiento de lo que fue la organización social y económica del bloque soviético, aspectos que no son priorizados o son ignorados por los programas educativos estadounidenses. Por esta razón he escrito una guía básica de la economía socialista, basada en mi propia experiencia creciendo en un país bajo un régimen comunista. Espero que este ensayo —tal vez un poco más largo— sea leído por muchos “millennials”, quienes frecuentemente son atraídos hacia ideas fracasadas de tiempos pasados.

Del socialismo al liberalismo

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Es frecuente escuchar anécdotas de personas que en su juventud militaron en algún movimiento comunista o socialista o simpatizaron con tales ideas pero que con el pasar de los años cambiaron radicalmente de pensamiento hasta encontrarse más cerca de los idearios liberales. Entre las personas que han transitado este camino podemos citar a los premio Nobel de Literatura Octavio Paz y Mario Vargas Llosa, el campeón mundial de ajedrez Gary Kasparov, el presidente de la Unión Soviética y Nobel de la Paz Mijail Gorvachov o escritores como Antonio Escohotado, Carlos Sabino y un sinnúmero de personajes destacados, así como también personas normales y corrientes.

Los Trudeau: ¿De tal palo, tal astilla?

Desde hace un año por todo el mundo se han visto las derrotas de las fuerzas progresistas y las victorias de las fuerzas de derecha, sean conservadoras o lo que el periodismo denomina “extrema derecha”. Sin embargo para el progresismo lo que quizás representa una de las pocas velas encendidas en su oscuridad es el gobierno de Canadá liderado por el socialista Justin Trudeau.
Este carismático joven líder arrasó en su camino al poder con una victoria contundente sobre el Partido conservador canadiense liderado por el ex primer ministro Stephen Harper en 2015. Trudeau se proyecta ante los canadienses y el mundo como un político de cambio, moderno, progresista lo cual le ha permito mantener un alto nivel de aprobación popular. Pero detrás de este ciego amor por el líder se comienzan a vislumbrar indicios que Justin pretende seguir la línea de su padre Pierre, el  ex primer ministro, lo cual debería ser gran señal de peligro.

Thursday, December 22, 2016

CONVERSACIONES CON GILBERTO VALENZUELA VI

REFLEXIONES LIBERTARIAS
Ricardo Valenzuela
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Desde Agua Prieta parte el ejército del norte hacia la toma de la capital del país y Carranza al ver que su gobierno se desintegraba, abandona la capital el 7 de Mayo para que en su huida cobardemente fuera asesinado en la sierra de Puebla. Don Adolfo ya como Presidente interino, me distinguió invitándome a ocupar la Secretaria de Gobernación, pero por contar con solo 29 años de edad y siendo 35 la requerida, pasaba a ocupar la cartera con nombramiento de Sub secretario. Después de 10 años del inicio de la lucha armada, la situación de Mexico era dramática; la economía estaba en ruinas, se habían perdido un millón de vidas.

Friday, December 9, 2016

¿Qué le espera a Cuba tras la muerte de Fidel Castro? BY: VANESA VALLEJO

l pasado 25 de noviembre falleció Fidel Castro. Mientras algunos celebraron la muerte del dictador, otros salieron a defender un supuesto legado admirable. Lo cierto es que, tanto en quienes lo defienden como en quienes repudiamos su actuar, la muerte de Castro deja incertidumbre sobre el futuro de la isla.
¿La muerte del dictador significa el fin de la dictadura? ¿Toda la maquinaria ideológica y coercitiva que dejó Fidel, resistirá su muerte? Son algunas de las preguntas que analizaremos en nuestro podcast de hoy.


La relación de Cuba con Venezuela, país que ahora se encuentra en crisis. Las declaraciones de Donald Trump, presidente electo de los Estados Unidos, quien ha asegurado en varias ocasiones que está dispuesto a colaborar para derrotar tiranías como la de Venezuela y Cuba. Así como la importancia de la maquinaria ideológica desarrollada por los Castro, que es hoy tal vez su mayor producto de exportación, son factores a considerar a la hora de analizar el posible escenario que se viene para la isla.
Con nuestro invitado de hoy, Alejandro Chafuen, presidente de Atlas Network, damos una mirada al legado del dictador y hacemos un análisis de los posible escenarios que podrían enfrentar los cubanos
Para disfrutar de más entrevistas y discusiones de nuestro podcast, suscríbase en nuestra página de Soundcloud y visite nuestro portal web en español e inglés. Además, puede seguirnos en nuestro canal de Youtube.
Fidel Cuba
La esperanza de que Cuba, después de la muerte de Fidel Castro, tome el camino de la libertad, sigue viva (Telemundo)

¿Qué le espera a Cuba tras la muerte de Fidel Castro? BY: VANESA VALLEJO

l pasado 25 de noviembre falleció Fidel Castro. Mientras algunos celebraron la muerte del dictador, otros salieron a defender un supuesto legado admirable. Lo cierto es que, tanto en quienes lo defienden como en quienes repudiamos su actuar, la muerte de Castro deja incertidumbre sobre el futuro de la isla.
¿La muerte del dictador significa el fin de la dictadura? ¿Toda la maquinaria ideológica y coercitiva que dejó Fidel, resistirá su muerte? Son algunas de las preguntas que analizaremos en nuestro podcast de hoy.

Sunday, November 27, 2016

Socialismo es pobreza: así viven los cubanos bajo el comunismo de los Castro

Tras medio siglo de dictadura, el sueldo medio de los cubanos es de 22 dólares al mes. Un televisor equivale a 16 meses de salario.

Imagen de un comercio cubano, con una foto de Fidel Castro. | Corbis
Libre Mercado 
Tras 57 años de socialismo real bajo el régimen comunista de los Castro, Cuba es uno de los países más pobres del mundo. En 1959, la isla caribeña era tan rica como Singapur, pero, desde entonces, la renta per cápita de ambos ha mostrado una evolución diametralmente opuesta después de adoptar dos modelos económicos muy diferentes: capitalismo y comunismo.
Asimismo, cabe recordar que tras la revolución cubana, el país ha perdido casi el 10% de su población debido a la emigración masiva -más de un millón de emigrantes-, especialmente, hacia el muy capitalista EEUU.



Pero, ¿cómo vive realmente la población que todavía permanece en la isla?, ¿cuáles son sus condiciones de vida? Tal y como explica el economista Juan Ramón Rallo, los cubanos disfrutan de un salario medio de 584 pesos al mes, según los datos oficiales del propio régimen correspondientes a 2014.
Los sueldos más bajos se dan en la industria hotelera (377 pesos) y los más elevados en la industria azucarera (963 pesos cubanos). Los salarios del sector educativo son inferiores a la media (527 pesos cubanos) y los del sector sanitario (712 pesos cubanos), superiores.
Ahora bien, ¿a cuánto equivalen los pesos cubanos? El tipo de cambio es de 26,5 pesos por dólar. Es decir, el sueldo medio de los cubanos equivale a 22 dólares al mes. La misera es, pues evidente. Pese a ello, cabría pensar que, quizás, se trata de un nivel aceptable, puesto que el Estado se encarga de cubrir convenientemente todas y cada una de las necesidades de la población y, además, fija los precios de todos y cada uno de los productos y servicios en la isla.
¿Cuáles son los precios de los productos básicos en Cuba? Las resoluciones del Ministerio de Comercio Interior o del Ministerio de Finanzas y Precios tienen la respuesta: el precio de un barra de pan equivale a 6,25 pesos; una docena de huevos asciende a 13,2 pesos; un kilo de leche en polvo cuesta 175 pesos; una lata de puré de tomate 8,1 pesos; un kilo de pechuga de pollo, 119,25 pesos; y un litro de yogur natural, 29,15 pesos.
Así pues, el salario medio de un cubano le permite adquirir cada mes 20 barras de pan, tres docenas de huevos, un kilo de leche en polvo, diez latas de puré de tomate, un kilo de pollo y un litro de yogur natural. "Prosperidad en estado puro", enfatiza Rallo.
Si, además, se extiende el análisis a otros productos y servicios no considerados esenciales por el régimen, la absoluta situación de pobreza que padecen los cubanos es todavía más palpable, si cabe: una caja de cerillas cuesta 1 peso; 1 SMS interno asciende a 2,3; una hora de Internet a 40 pesos; una jabonera con asa blanca, 75; crema dental, 4 pesos; tambor de detergente de 2,5 kilos, 119 pesos; una radio, 321 pesos; y un televisor de 29 pulgadas, 9.275 pesos...
Dicho de otro modo, en Cuba una televisión cuesta 16 meses de trabajo, mientras que un paquete de detergente consume el 20% del sueldo, por poner tan sólo dos ejemplos prácticos.

Esclavismo en Cuba

Otro dato poco conocido es que el régimen castrista, hambriento de divisas para poder mantenerse a flote tras la debacle económica de Venezuela -su principal socio y aliado en la región, se está abriendo poco a poco a la llegada de nuevo capital foráneo, con EEUU a la cabeza, pero se quedará con la inmensa mayoría de los sueldos que las empresas extranjeras pagarán a los cubanos.
En concreto, por cada dólar que las compañías foráneas paguen a los trabajadores cubanos, el Estado sólo les devolverá 7,5 céntimos. Es decir, los Castro se embolsarán más del 90% del sueldo de dichos trabajadores, lo cual, en la práctica, equivale a una auténtica situación de esclavismo

"Socialismo es pobreza"

En suma, "las condiciones de vida en Cuba son totalmente míseras: y no, como suele afirmarse, por el embargo estadounidense, sino porque el socialismo genera pobreza", aclara Rallo.
El embargo no impide a Cuba comerciar con empresas sin vínculos comerciales con EEUU: de hecho, las importaciones cubanas ascendieron en 2013 a 6.720 millones de dólares (el 8,7 por ciento de su PIB).
Si Cuba no importa más es porque no exporta más (para importar hay que exportar) y no exporta más porque su capacidad productiva bajo el socialismo es totalmente deficiente: salvo excepciones, las mercancías producidas en Cuba son incapaces de competir en calidad y precio en los mercados occidentales. No, Cuba es pobre porque es socialista. Y el socialismo es pobreza.
- Seguir leyendo: http://www.libremercado.com/2016-03-24/socialismo-es-pobreza-asi-viven-los-cubanos-bajo-el-comunismo-de-los-castro-1276570458/

Socialismo es pobreza: así viven los cubanos bajo el comunismo de los Castro

Tras medio siglo de dictadura, el sueldo medio de los cubanos es de 22 dólares al mes. Un televisor equivale a 16 meses de salario.

Imagen de un comercio cubano, con una foto de Fidel Castro. | Corbis
Libre Mercado 
Tras 57 años de socialismo real bajo el régimen comunista de los Castro, Cuba es uno de los países más pobres del mundo. En 1959, la isla caribeña era tan rica como Singapur, pero, desde entonces, la renta per cápita de ambos ha mostrado una evolución diametralmente opuesta después de adoptar dos modelos económicos muy diferentes: capitalismo y comunismo.
Asimismo, cabe recordar que tras la revolución cubana, el país ha perdido casi el 10% de su población debido a la emigración masiva -más de un millón de emigrantes-, especialmente, hacia el muy capitalista EEUU.


Thursday, October 20, 2016

La inmoralidad del socialismo

La inmoralidad del socialismo

Image result for cowboys and horsesPor Alberto Benegas Lynch (h)
Los sistemas sociales en última instancia debe ser juzgados por sus fundamentos éticos, es decir, por su capacidad de respetar la dignidad del ser humano, por la consideración a las sagradas autonomías individuales y, por consiguiente, a las mejores condiciones de vida posibles en este mundo, espirituales y materiales según sean las preferencias de cada cual dada la liberación máxima de las energías creativas.
Los socialismos en cualquiera de sus variantes significan quitar en mayor o menor medida la libertad de las personas por parte del monopolio de la fuerza que llamamos gobierno. No tiene sentido alguno hablar de moral cuando no hay libertad. No es moral ni inmoral aquél acto que se realizó por medio de la violencia y es pertinente recordar que la libertad significa ausencia de coacción por parte de otros hombres. No es correcto extrapolar la idea de libertad en el contexto de relaciones sociales a otros campos como la biología o la física. Como hemos subrayado antes, no se deja de ser libre en el sentido de las relaciones sociales cuando se comprueba el hecho de que hay personas que alegan no “son libres” de bajarse de un avión en pleno vuelo, o de ingerir arsénico sin sufrir las consecuencias, ni son “menos libres” los que están aferrados al tabaco. 


En este contexto carece de significación sostener que los pobres  “no son libres” para comprarse un automóvil de lujo con lo que se confunde la idea de la libertad con la de oportunidad. Sin duda que el lisiado no puede ganar una competencia de cien metros llanos, pero esto nada tiene que ver con la libertad en el contexto de las relaciones sociales.
Pero tal vez lo más relevante sea comprender que la libertad permite que cada uno se ocupe de sus asuntos sin que se le resulte posible lesionar derechos de otros y,  en ese ámbito, cada uno sepa que para prosperar debe inexorablemente mejorar la condición social de su prójimo sea en campos espirituales o materiales, sea brindando buenos consejos o brindando bienes y servicios que le agraden a sus congéneres. Así, en el terreno puramente material, los que aciertan obtienen ganancias y los que yerran incurren en quebrantos. Ese es el modo por medio del cual en una sociedad abierta se asignan derechos de propiedad. Los resultantes no son posiciones irrevocables, sino cambiantes siempre según la capacidad y dedicación de cada cual para atender los requerimientos de otros.
Hoy en día desafortunadamente tienen mucho predicamento las distintas manifestaciones de socialismo,  situación que al dañar el derecho de propiedad de la gente hace que la pobreza se extienda por doquier, a pesar de lo cual, cuando se presenta la posibilidad de pequeños islotes de libertad relativa, la consecuencia es un portentoso progreso.
Uno de los elementos centrales en este debate consiste en la igualdad. Ya en los albores de la Revolución Francesa, antes de los estropicios de la contrarrevolución jacobina, en los dos primeros artículos de la célebre Declaración se establecía la igualdad de derechos pero nunca la manía moderna del pretendido igualitarismo de ingresos y patrimonios que al imponer la guillotina horizontal empobrece a todos pero de modo especial a los más débiles. Esto es así porque los aparatos políticos al redistribuir compulsivamente lo que la gente ya distribuyó voluntariamente con sus compras en el supermercado y afines, provoca consumo de capital que, a su turno, necesariamente reduce salarios.
Este es un tema crucial: entender que el único modo de elevar salarios consiste en incrementar inversiones. No hay magias posibles en economía, lo contrario permitiría que se aumenten ingresos por decreto con lo que nos podrían hacer a todos millonarios. Pero las cosas no son así, hay que trabajar, ahorrar e invertir para elevar el nivel de vida. Y, a su vez, para atraer inversiones es indispensable contar con marcos institucionales civilizados de respeto recíproco.
En la medida que los gobiernos jueguen al Papá Noel con el fruto del trabajo ajeno (ningún gobernante pone a disposición su patrimonio), los resultados serán nefastos. Es inaceptable concebir una sociedad como un gran círculo donde cada uno tiene metidas las manos en los bolsillos del vecino. Esto es lo que se conoce en economía como “la tragedia de los comunes”: lo que es de todos no es de nadie y por tanto son nulos los incentivos para usar adecuadamente los siempre escasos recursos. La forma en que se prenden las luces y se toma café en el ámbito privado no es la misma en ámbitos estatales.
Por supuesto que lo dicho en cuanto a lo que ocurre en mercados abiertos y competitivos no sucede cuando pseudoempresarios se alían con el poder político de turno para conquistar privilegios y prebendas a espalda de la gente. En este caso sus ingresos y patrimonios no son el resultado de satisfacer a otros sino que son la consecuencia de una miserable explotación.
Es habitual que se vea a la riqueza como un proceso de suma cero, es decir que lo que tiene fulano es porque no lo tiene mengano. Esto no es correcto, la riqueza es un concepto dinámico no estático en el que nos pasamos de uno a otro los mismos bienes existentes. El que vende algo a cambio de dinero es porque aprecia en más el dinero que el bien que entrega a cambio y viceversa con el comprador. Ambas partes se enriquecen en la transacción donde hay intercambios libres.
No es cuestión de decir que se trata de contar con “visiones nobles y sublimes” y que por ende no se aceptan explicaciones pedestres basadas en la ciencia económica. Si se habla de pobreza material y de sufrimiento de quienes viven una vida miserable, es indispensable recurrir a la economía. Sin embargo, es frecuente que no se quieran oír las recetas económicas serias porque son “materialistas” y, simultáneamente, se alaban medidas económicas que arruinan a todos pero muy especialmente a los más necesitados puesto que cada vez que se sugieren dislates económicos de hecho se ataca a los más débiles por más buenas intenciones que se tengan (“los caminos del infierno están pavimentados con buenas intenciones”).  
Hay además una cuestión básica referida a que el conocimiento está disperso y fraccionado entre millones de personas en la sociedad. La institución de la propiedad privada hace posible el sistema de precios que, a su vez, coordina ese conocimiento disperso y fraccionado al efecto de servir las preferencias y requerimientos de la gente.
He citado ad nauseam la ilustración que propone John Stossel y es que nos imaginemos un trozo de carne envuelto en celofán en la góndola de un supermercado y nos invita a cerrar los ojos y pensar en el largo y complejo proceso por el cual ese bien está finalmente a disposición masiva de los consumidores. Los agrimensores en los campos, los alambrados, los postes y sus antecedentes que significan emprendimientos de décadas para la forestación y reforestación junto a los transportes, las cartas de crédito, el personal y tantas otras facetas, el arado, las cosechas, los fertilizantes,  los pesticidas, el ganado, los peones y sus caballos, las empresas de riendas y monturas, en fin tantas actividades empresarias horizontal y verticalmente consideradas. Nadie está pensando en el trozo de carne en el supermercado sino en sus tareas específicas y, sin embargo, el producto está en la góndola debido a la coordinación de millares de operaciones debido al sistema de precios que trasmite información, como decimos, siempre dispersa y fraccionada.
Luego vienen los sabihondos que dicen que “no puede dejarse el proceso a la anarquía del mercado” e intervienen y producen desajustes mayúsculos en el celofán, la carne, la góndola y el supermercado hasta que no hay nada para nadie en los casos en los que la soberbia de los burócratas es grande.
Por esto es que no tiene el menor sentido afirmar que se es “liberal en lo político pero no en lo económico”, es lo mismo que sostener que se cree en la libertad en el continente (el marco) y no en el contenido (en las acciones diarias de la gente). De nada sirve la libertad política que establece ciertos derechos si cuando se actúa todos los días comprando y vendiendo se bloquea la libertad. Y tengamos en cuenta que la actividad diaria se enmarca en un abanico de contratos, unos explícitos y la mayoría implícitos. Desde que uno se levanta a la mañana y se lava los dientes y toma el desayuno hay contratos de compra-venta del dentífrico, la mermelada, el café, el microondas, la heladera etc., el viaje al trabajo (contrato de transporte), el trabajo mismo (contrato laboral) y así sucesivamente con la educación de los hijos en los colegios o universidades, los bancos, el estacionamiento de los vehículos y todo lo demás. Cuando los aparatos estatales se entrometen en estos millones y millones de arreglos contractuales se generan problemas graves de desajustes y crisis varias.
Por otra parte, al distorsionar precios, la contabilidad, la evaluación de proyectos y el cálculo económico en general quedan desdibujados. En rigor, eliminados los precios, no se sabe si conviene construir caminos con pavimento o con oro (si alguien manifiesta que con oro sería un derroche, es porque recordó los precios antes de eliminarlos). Pero lo relevante es mostrar que no es necesario  llegar a este extremo para que aparezcan  los problemas: en la medida de la intervención estatal, en esa medida surgen los cimbronazos.
Ya que estamos hablando de precios, es oportuno apuntar que cuando se imponen precios máximos a un producto, no solo se expande la demanda y se contrae la oferta con lo que aparecen faltantes, sino que los recursos tienden a volcarse a otros ramos con lo que los funcionarios habitualmente extienden los controles a esos otros sectores con lo que se van ampliando los efectos de las garras del Leviatán por todos los vericuetos de las relaciones sociales. Ese es el sentido del dictum de George Bernard Shaw al decir que “un comunista no es más que un socialista con convicciones”.
En otros términos, los socialismos recortan libertades y por más que los ingenuos se alarmen por los Gulag, los controles policiales contra fenómenos que son consubstanciales a la naturaleza humana como la especulación, terminan por ahogar aquello que muchos de ellos querían preservar. Dicho sea al pasar, especulación quiere decir conjeturar que se pasará de una situación menos satisfactoria a otra que le proporcionará mayor satisfacción a quien actúa, y esto va para todas las acciones posibles, no hay acción sin especulación, los gobiernos solo deben velar para que no se lesionen derechos.
Por eso concluye el premio Nobel en economía Friedrich Hayek en Los elementos morales de la libre empresa que “Está en la esencia de la sociedad libre que se debe recompensar materialmente no por hacer lo que otros nos ordenan hacer sino por hacer lo que necesitan […] La libre empresa ha desarrollado la única forma de sociedad que mientras nos provee con amplias medios materiales -si eso es lo que queremos- deja al individuo libre para elegir entre recompensas materiales y no materiales […] Es injusto culpar al sistema como materialista porque, en lugar de decidir por él, deja al individuo que decida si prefiere ganancias materiales a otro tipo de excelencias”. Por mi parte, por eso defino al liberalismo como el respeto irrestricto a los proyectos de vida de otros.

La inmoralidad del socialismo

La inmoralidad del socialismo

Image result for cowboys and horsesPor Alberto Benegas Lynch (h)
Los sistemas sociales en última instancia debe ser juzgados por sus fundamentos éticos, es decir, por su capacidad de respetar la dignidad del ser humano, por la consideración a las sagradas autonomías individuales y, por consiguiente, a las mejores condiciones de vida posibles en este mundo, espirituales y materiales según sean las preferencias de cada cual dada la liberación máxima de las energías creativas.
Los socialismos en cualquiera de sus variantes significan quitar en mayor o menor medida la libertad de las personas por parte del monopolio de la fuerza que llamamos gobierno. No tiene sentido alguno hablar de moral cuando no hay libertad. No es moral ni inmoral aquél acto que se realizó por medio de la violencia y es pertinente recordar que la libertad significa ausencia de coacción por parte de otros hombres. No es correcto extrapolar la idea de libertad en el contexto de relaciones sociales a otros campos como la biología o la física. Como hemos subrayado antes, no se deja de ser libre en el sentido de las relaciones sociales cuando se comprueba el hecho de que hay personas que alegan no “son libres” de bajarse de un avión en pleno vuelo, o de ingerir arsénico sin sufrir las consecuencias, ni son “menos libres” los que están aferrados al tabaco. 

Monday, October 10, 2016

HISTORIA DEL SOCIALISMO III – Los jesuitas en Colombia

La guerra de la Independencia, una guerra de élites por el poder
La guerra de la Independencia, una guerra de élites por el poder
 Los monarcas europeos y los jesuitas se congregaron para definir su plan de acción en contra de las nuevas naciones “libres”. Se reunieron en Viena y precisaron volver a encontrarse en dos congresos más.
Por Ricardo Puentes Melo

Como ya hemos visto hasta aquí, la Independencia surgió debido al descontento de la aristocracia criolla que buscaba una serie de prebendas que les eran negadas por el virreinato. No es cierto que, como nos lo han enseñado los historiadores eclesiales, la independencia haya surgido de las entrañas del pueblo iletrado y pobre. Mírese por donde se mire, desde el mismo movimiento comunero, la lucha ha estado liderada e ideada por apellidos de familias poderosas que aún hoy se mantienen vigentes en el dominio. Berbeo, Plata, Monsalve, Nariño, Caldas, Acevedo y Gómez, Torres, Vargas, Zea, Galán, entre otros, todos eran apellidos prestantes y de familias adineradas.
Durante los pocos años de la Gran Colombia, el Estado siguió permitiendo el cobro del diezmo y tributos para la manutención del clero. La única medida radical que se tomó fue la supresión de la Inquisición con la subsecuente transferencia de sus bienes y rentas a manos del Estado.
El episodio del florero de Llorente, planeado por las élites neogranadinas
El episodio del florero de Llorente, planeado por las élites neogranadinas

 
La aristocracia esclavista y latifundista solamente tomó partido cuando supo quiénes eran los ganadores; sólo cuando los patriotas ganaron, los aristócratas dejaron sus vestidos realistas y se convirtieron entonces en republicanos; pues tanto ellos como los comerciantes (la naciente burguesía) querían para sí el poder estatal una vez los españoles se fueran.
Durante estos años fue que llegaron las familias Lleras y Samper, por nombrar algunas, quienes se dedicaron al comercio y que, gracias a los convenientes matrimonios de algunos de sus miembros con la élite, pronto entraron a formar parte de la vida política de la nación. Tanto estos comerciantes, como la aristocracia rancia prolongaron durante varias décadas las instituciones que les ayudaban a mantener el control del Estado y sus rentas.
El asunto es que la rapiña de los independentistas los hizo olvidarse de que los jesuitas estaban al asecho, esperando la más mínima oportunidad para reencaminar a los libres hacia la cobertura papal. Inmediatamente, Portugal y España consiguieron el apoyo de Roma para recuperar las colonias perdidas, y así firmaron lo que se conoce como la “Santa Alianza”, un pacto para impedir que en ninguna de sus colonias perdidas se estableciera un régimen de libertades semejante al norteamericano.
Los monarcas europeos y los jesuitas se congregaron para definir su plan de acción en contra de las nuevas naciones “libres”. Se reunieron en Viena y precisaron volver a encontrarse en dos congresos más.
El siguiente Congreso ocurrió en Verona, 1822. Durante esta reunión, se decidió que Estados Unidos sería el blanco de los emisarios jesuitas encubiertos y que los principios constitucionales de esta nación serían destruidos a cualquier precio. Se buscaba que el papa ejerciera su poder allí y, al mismo tiempo, que los monarcas de Portugal y España estuvieran seguros de que los protestantes norteamericanos no influirían ideológicamente en Sudamérica, donde durante siglos se había adiestrado al pueblo en la obediencia y sometimiento total y ciego al poder temporal del papa.
La siguiente reunión se llevó a cabo en Chieri, Italia, en 1825. Allí, “se discutieron planes para el avance del poder Papal en todo el mundo, la desestabilización de gobiernos que representaran obstáculos y la destrucción de cualquier esquema que se interpusiera en su camino y sus ambiciones. “Esa es nuestra meta, los Imperios del Mundo. Debemos hacerles entender a los grandes hombres de la tierra que la causa del mal, levadura leuda, existirá en cuanto exista el protestantismo. Se abolirá el Protestantismo …los herejes son los enemigos que estamos dispuestos a exterminar completamente… Y la Biblia, esa serpiente que con su cabeza erecta y sus ojos relampagueantes nos amenaza con su veneno mientras se arrastra en la tierra, debe ser transformada en un bastón tan pronto podamos apoderarnos de ella””  (Hector Macpherson, Los Jesuitas en la Historia , Ozark Book Publishers,1997)
El ministro británico George Canning, filtró la información de los planes del Vaticano
El ministro británico George Canning, filtró la información de los planes del Vaticano
Estas tres reuniones (Viena, Verona y Chieri) se llevaron a cabo en medio del mayor sigilo posible. Sin embargo, George Canning, ministro de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña, había asistido a las reuniones y, siendo un defensor de los movimientos independentistas de América, escribió al gobierno de Estados Unidos para alertarlo sobre los planes de los monarcas de Europa quienes buscaban destruir las instituciones libres del continente americano.
Thomas Jefferson apoyó decididamente al presidente James Monroe quien, en su mensaje anual al Congreso de los Estados Unidos, en 1822, declaró que “el más leve intento de las coronas europeas de extender su dominación política a cualquier parte del territorio americano, será visto como un acto de agresión contra los Estados Unidos de Norteamérica”, y que “el continente no podrá ser objeto de futuras colonizaciones”.
Los jesuitas juraron no cejar hasta destruir los principios democráticos que inspiraron la independencia norteamericana; pocos años después, iniciarían su dominio subrepticio en Estados Unidos usando la conspiración y valiéndose de los mismos principios de la Constitución norteamericana para expandir el delito y el caos en Estados Unidos. Ellos se han infiltrado en todos los estamentos de poder en Norteamérica y han logrado lo que precisamente la doctrina Monroe trataba de evitar. El poder del Vaticano se encuentra hoy sobre Estados Unidos, y tanto el papa como sus gestores han sabido utilizar astutamente el ejército norteamericano para conseguir por la fuerza lo que su poder financiero no ha alcanzado. Y bien temprano en la historia de ese país, la Compañía de Jesús empezó su trabajo. Fueron ellos quienes asesinaron a Abraham Lincoln en 1865. Más adelante hablaremos de ello.
En una carta al Presidente Monroe, Thomas Jefferson le hizo las siguientes observaciones:
La pregunta que me presentas en las cartas que me has enviado, es la más profunda que me han hecho después de la relacionada con la Independencia. Ella nos hizo una nación y ha marcado el ritmo y la dirección en la que navegaremos a través del océano del tiempo a medida que el mismo se abre ante nosotros. Y nunca podríamos navegarlo en condiciones más apropiadas. Nuestra primera y más fundamental regla debe ser el no envolvernos en los asuntos de Europa. La segunda debe ser nunca utilizar a Europa como intermediaria en los asuntos de este lado del Atlántico. América, Norte y Sur tienen unos intereses completamente diferentes de los de Europa, intereses que le son particulares. Por tanto debe tener un sistema propio, separado y completamente aparte del sistema Europeo. Aunque los europeos traten de convertirse en el hogar del despotismo nuestra tarea debe ser hacer de nuestro hemisferio, un hemisferio de libertad. . . [Es nuestra obligación] declarar nuestra protesta en contra de las violaciones atroces de los derechos de las naciones, por la interferencia de cualquiera de ellas en los asuntos internos de la otra, intervención que comenzó con Bonaparte y que hoy día continúa por parte de aquellos que llevan a cabo alianzas ilegales llamándose a sí mismos Santos”. (Archivos de la Universidad de Mount Holyoke).
El presidente James Monroe, fuerte defensor de la independencia, y opositor de los planes de la monarquía y el vaticano para someter de nuevo a las naciones liberadas
El presidente James Monroe, fuerte defensor de la independencia, y opositor de los planes de la monarquía y el vaticano para someter de nuevo a las naciones liberadas
Toda buena intención quedó malograda. Los jesuitas colocarían a sus hombres en posiciones de riqueza y poder ya que tenían los medios para hacerlo. Lograrían que sus infiltrados usaran su influencia para inducir a los norteamericanos a la subversión, a la inmoralidad y a la destrucción de cualquier principio cristiano incluido en la Constitución de Estados Unidos.
Entretanto, en Sudamérica, con la batalla de Ayacucho en 1824 –dos años después de la declaración de Monroe- el territorio hispanoamericano (excepto Cuba y Puerto Rico) quedaba totalmente libre del yugo de la monarquía española.
Después, los enfrentamientos ideológicos entre Santander y Bolívar llevaron a que éste último se convirtiera en dictador. La diferencia básica entre Santander y Bolívar radicaba en que Bolívar y sus seguidores (principalmente militares venezolanos) querían que fueran los militares quienes ejercieran el poder; ellos veían con recelo que los civiles –que no habían tomado las armas en la guerra- fueran a gobernarlos a ellos. Por su parte Santander y sus seguidores defendían una tradición civilista, donde los civiles ejercieran el control creando un sistema de leyes bajo las cuales todos –militares y civiles- quedaran sujetos. Los bolivarianos no querían que se ejercieran libertades individuales ya que sentían temor de posibles excesos. Era obvio que los bolivarianos estaban influenciados por las doctrinas jesuíticas.
Otra diferencia era que Santander era partidario de un gobierno federalista, donde cada región tuviera autonomía presupuestaria (algo inspirado en el proceso estadounidense), y Bolívar prefería un gobierno centralista con concentración del poder en una sola persona. Otro principio jesuítico.
Este era el conflicto cuando fue convocada la Convención de Ocaña de 1828, donde se buscaba reformar la constitución boliviana de 1821. Una minoría bolivariana, 17 contra 54 santanderistas, logró sabotear la decisión democrática de la mayoría. Las reuniones de la convención estuvieron cargadas de insultos y amenazas… la Gran Colombia quedó dividida en dos bandos opuestos, bolivarianos y santanderistas, y Bolívar asumió como dictador. Pronto, el “Libertador” colocó nuevamente la educación en manos de los Jesuitas de la Iglesia Católica, reforzando su poder político y financiero para que el clero, a su vez, lo apoyara a él; subió los impuestos (tributos) a los indígenas y benefició grandemente los intereses de los aristócratas latifundistas, que eran de su misma clase.
Francisco de Paula Santander, un civilista por excelencia. No obstante, perdió frente a la presión masónica del papado.
Francisco de Paula Santander, un civilista por excelencia. No obstante, perdió frente a la presión masónica del papado.
Así, surgió nuevamente la guerra civil de la cual salió fortalecida la iglesia Católica y, como no, las clases dominantes que consolidaron su poder apoyadas por el clero.
Básicamente, durante la Gran Colombia, la iglesia católica había perdido su control directo sobre el sistema educativo. Aunque durante el gobierno de Santander, él expropió a los jesuitas del Colegio Mayor de San Bartolomé y éste pasó a manos del Estado, a los sacerdotes se les permitió seguir enseñando y se utilizaban métodos jesuitas para la enseñanza; fue evidente para los éstos que si no lograban retomar el control del sistema educativo, pronto quedarían excluidos de éste. La Universidad Central fue creada y se nombró como rector al conservador católico Rufino Cuervo Barreto y como vicerrector a su primo, el obispo Silvestre Indalecio Barreto y Martínez; se fundaron universidades públicas.
Sin embargo, como también vimos antes, la posición de Santander cambió durante un posterior gobierno suyo (1832-1835) debido a la presión directa que ejerció el Papa quien aceptó reconocer la independencia de Colombia siempre y cuando Santander no tocara los privilegios de la Iglesia. Santander claudicó y, así, todo tuvo un buen resultado para los jesuitas.
Por otro lado, si bien Bolívar intentó congraciarse con la Compañía de Jesús, ellos jamás le perdonaron su intentona para librarse del control de la Orden. Aunque en los años de su dictadura –que fueron los últimos de su vida- Bolívar había restituido el control total de la educación a la Iglesia, amén de las prebendas ya mencionadas, el 17 de diciembre de 1830, finalmente, Simón Bolívar, el gran tirano de Sudamérica, muere traicionado por los mismos a quien él intentó traicionar. La masonería invisible, la de los altos rangos que controlan el Vaticano, el capital y la política internacional, no le perdonaría a Bolívar su tentativa de prevaricación contra ellos: sus patrocinadores.
Muchas personas e investigadores creen erróneamente que la masonería y la Iglesia Católica son acérrimas enemigas. Pero eso no es cierto, es un ardid. Lo real es que la alta masonería (llámelos Iluminatti, Club Bilderberg, masonería invisible, etc) controlan prácticamente todos los estamentos de poder supranacionales: La ONU, HRW, el Concejo de Relaciones internacionales de Estados Unidos, el Banco Mundial, la Comisión Trilateral y muchas organizaciones más entre las que se encuentra –por supuesto- el Vaticano.  Dentro de la Iglesia Católica, los jesuitas son el cuerpo especial que decide sobre las finanzas de la Santa Sede, controla al papa y guía su política internacional de tal manera que responda a los intereses que persiguen el control total.
Dentro de esa dinámica, los jesuitas de alto rango –que pertenecen a las entrañas del poder- han fungido
Adam Weishaupt, jesuita fundador de los Iluminatti
Adam Weishaupt, jesuita fundador de los Iluminatti
coordinadamente como asesores espirituales de gobernantes, y han definido en muchísimos casos el rumbo que ha tomado la historia. Los jesuitas de alto rango, que casualmente son de origen judío, igual que el fundador de la Orden –Ignacio de Loyola- y que el creador de los Iluminati, Adam Weishaupt, quien, el 1 de Mayo de 1776,  fundó la Orden de los Iluminati en el antiguo fuerte Jesuita de Bavaria. Ya tendremos oportunidad de profundizar en esto.
Los jesuitas, que nunca han dejado de vengar sus expulsiones en los países donde ha sucedido, tampoco dejaron de ejecutar su desquite contra Colombia. El sueño de controlar las naciones tampoco ha claudicado, y por eso vemos que las banderas del expansionismo siguen ondeando bajo el discurso de Hugo Chávez quien aspira, con una clarísima política jesuítica, revivir la Gran Colombia para llevar las cinco naciones –bajo las banderas socialistas del Vaticano- a ofrecerlas como ofrenda expiatoria al papa nazi Ratzinger. Sí.. como dijo, Schmaus, el prelado alemán en tiempos de Hitler, “las leyes del nacional socialismo y las de la Iglesia Católica tienen el mismo objetivo”. No es casualidad que Ratzinger haya sido seguidor de Hitler. No es casualidad que Chávez sea un socialista católico, represor de las libertades individuales. No es casualidad que la revolución bolchevique haya sido diseñada por la Orden, con el auspicio financiero de los judíos Rothschilds.  En realidad, nada ocurre por casualidad.
Así, en el año de 1831, después de la muerte de Bolívar y disuelta la Gran Colombia, nace la Nueva Granada. Doce años después de la batalla de Boyacá aún no había ocurrido la independencia de los pobres, no se habían roto sus cadenas, ni jamás se romperían. Con una Iglesia Católica reforzada y aliada con las clases dominantes para continuar con la subyugación de los pobres, los ideales de verdadera libertad y democracia se diluyeron de inmediato dejando vigente la misma estructura económica y social de la Colonia. La única diferencia fue el cambio de mando de los europeos a los criollos, los oligarcas nacidos en suelo americano. Todo el armazón de dominación siguió intacto: los privilegios de clase, los diezmos a la iglesia católica, los monopolios, la dominación de la oligarquía y su derecho para legislar y para establecer las condiciones económicas, políticas y sociales que redundaran en su propio beneficio y que aseguraran su permanencia en el poder durante generaciones hegemónicas, todo eso sirvió a los propósitos del Vaticano que pudo dominar fácilmente a los nuevos dueños de las repúblicas.
Nada había cambiado. Los jesuitas habían ganado de nuevo.

HISTORIA DEL SOCIALISMO III – Los jesuitas en Colombia

La guerra de la Independencia, una guerra de élites por el poder
La guerra de la Independencia, una guerra de élites por el poder
 Los monarcas europeos y los jesuitas se congregaron para definir su plan de acción en contra de las nuevas naciones “libres”. Se reunieron en Viena y precisaron volver a encontrarse en dos congresos más.
Por Ricardo Puentes Melo

Como ya hemos visto hasta aquí, la Independencia surgió debido al descontento de la aristocracia criolla que buscaba una serie de prebendas que les eran negadas por el virreinato. No es cierto que, como nos lo han enseñado los historiadores eclesiales, la independencia haya surgido de las entrañas del pueblo iletrado y pobre. Mírese por donde se mire, desde el mismo movimiento comunero, la lucha ha estado liderada e ideada por apellidos de familias poderosas que aún hoy se mantienen vigentes en el dominio. Berbeo, Plata, Monsalve, Nariño, Caldas, Acevedo y Gómez, Torres, Vargas, Zea, Galán, entre otros, todos eran apellidos prestantes y de familias adineradas.
Durante los pocos años de la Gran Colombia, el Estado siguió permitiendo el cobro del diezmo y tributos para la manutención del clero. La única medida radical que se tomó fue la supresión de la Inquisición con la subsecuente transferencia de sus bienes y rentas a manos del Estado.
El episodio del florero de Llorente, planeado por las élites neogranadinas
El episodio del florero de Llorente, planeado por las élites neogranadinas

Tuesday, October 4, 2016

En el socialismo, la propiedad privada deja de ser un legado familiar

Andrea Rondón García indica que la propiedad privada no es solamente un tema económico, sino principalmente ético ya que con ella se reafirma el individuo por encima de un Estado omnipresente.

Andrea Rondón García es Doctora en Derecho de la Universidad Central de Venezuela (UCV), Directora del Comité de Derechos de Propiedad del Centro de Divulgación del Conocimiento Económico para la Libertad (Cedice Libertad), Directora Académica del Instituto Ludwig von Mises Venezuela, miembro de la Cátedra Carlos Rangel de la UCV y Profesora de la Escuela de Derecho y de la Maestría de Filosofía de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB). 
Me tomaré la libertad de relatar una experiencia personal para iniciar este artículo cuyo propósito es denunciar lo que nos hacen como seres humanos las violaciones de la propiedad privada que son una constante de los regímenes socialistas.
Mi papá era así para mí:



Además de los recuerdos y enseñanzas, uno esperaría conservar su biblioteca tal como la dejó; su escritorio con los escritos que dejó a medio hacer un sábado; y si te entra nostalgia ir a su oficina a la que iba todos los días, incluidos los sábados, y cuando más joven hasta los 24 y 31 de diciembre.
Pero como en Venezuela cualquier propiedad está en riesgo de expropiación o expoliación (esto último lo más común), corres a vender y te olvidas de lo anterior, justo lo que es parte de tu condición humana, con tus virtudes y errores, muy probablemente con más errores.
Más allá de lo que está documentado en libros, estos dos últimos años con la querida profesora Isabel Pereira en el Observatorio de Propiedad de programa País de propietarios he aprendido a nunca dejar por fuera de mis artículos y mis análisis los efectos de las violaciones de la propiedad privada, aquellos efectos que llegan al alma de cada individuo y posiblemente pasen de forma desapercibida. Veamos a que me refiero con esto.
En A theory of Socialism and Capitalism, Hans-Hermann Hoppe señala que en el socialismo la propiedad: (i) es nominal, porque se respeta y reconoce solo en el papel, pero en los hechos se desconocen los atributos de disposición, uso y goce (el mejor ejemplo de esto es el control de precios, la regulación de los cánones de arrendamiento, el salario mínimo); (ii) la redistribución es la regla porque ningún propietario es libre de disponer a cabalidad de los ingresos resultado de su esfuerzo (el mejor ejemplo de redistribución y que goza de la mayor de las aquiescencias son los impuestos); y (iii) se produce un cambio en la estructura social-moral de la sociedad porque se favorecen roles no productivos, convirtiéndose la sociedad en cómplice.
En este último sentido, Hoppe afirma que «Dado que el socialismo socialdemócrata favorece roles no-productivos tanto como los productivos que escapan el escrutinio público y por tanto no pueden ser alcanzados por los impuestos, el carácter de la población cambiará en concordancia con ello.» (Hoppe, Hans Hermann: A theory of Socialism and Capitalism. En: Libertad o Socialismo, Universidad San Francisco de Quito, Quito, 2009, p. 77).
Este esquema de redistribución no sólo tiene efectos económicos, sino también en la sociedad misma, porque estás recibiendo algo por lo que no has trabajado y es algo que otro ha ganado. Esa sociedad se convierte en cómplice de esta especie de robo.
Si esto ocurre en la socialdemocracia, en regímenes como el venezolano la situación es peor. Definitivamente la destrucción de valores es resultado de recibir algo por lo que no has trabajo, y en ello también contribuye la precariedad de la propiedad privada que te obliga a desprenderte de tus afectos y recuerdos. El temor a la expropiación, expoliación o invasión es mayor que el deseo de preservar el recuerdo familiar.
Desde el pensamiento liberal defendemos que a partir de la propiedad privada se pueden ejercer otros derechos y libertades y puedes hacer tu proyecto de vida. Pero además, forma parte de lo que eres como persona —cuerpo y alma—, porque es la que te permite elegir libremente, sin depender de los designios de un tercero, y también son parte de tus vínculos con los seres queridos que ya no están.
Cuando no tienes propiedad o libre disposición sobre ella o goce y uso de ella; cuando debes actuar en contra de tus verdaderos deseos (más por necesidad); cuando solo puedes transitar un único camino (el de la servidumbre como diría Hayek); poco a poco van aniquilando tu alma, la forma más vil de ataque, porque de él el retorno no existe o es casi imposible.
En regímenes como el venezolano, no escoges vender porque consideras que es la mejor opción; no escoges libremente los términos y condiciones de venta al existir un control de cambio; simplemente no escoges, porque ya se eliminaron las opciones en un mercado inmobiliario deprimido; en un país en el que no existe economía libre de mercado ni se respeta la propiedad privada.
En estas líneas mi intención es destacar que la propiedad privada no es solamente un tema económico o patrimonial, es principalmente ético, porque es la base y es lo que permite que tenga efectiva vigencia un código de valores en el que la libertad se erige como un valor por encima de los demás valores; se reafirma al individuo —en toda su dimensión—; se rechaza la democracia ilimitada y al Estado omnipresente.
Solo me queda decirte papá que tu recuerdo se preservará. Tu ne cede malis, sed contra audentior ito.

En el socialismo, la propiedad privada deja de ser un legado familiar

Andrea Rondón García indica que la propiedad privada no es solamente un tema económico, sino principalmente ético ya que con ella se reafirma el individuo por encima de un Estado omnipresente.

Andrea Rondón García es Doctora en Derecho de la Universidad Central de Venezuela (UCV), Directora del Comité de Derechos de Propiedad del Centro de Divulgación del Conocimiento Económico para la Libertad (Cedice Libertad), Directora Académica del Instituto Ludwig von Mises Venezuela, miembro de la Cátedra Carlos Rangel de la UCV y Profesora de la Escuela de Derecho y de la Maestría de Filosofía de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB). 
Me tomaré la libertad de relatar una experiencia personal para iniciar este artículo cuyo propósito es denunciar lo que nos hacen como seres humanos las violaciones de la propiedad privada que son una constante de los regímenes socialistas.
Mi papá era así para mí:


Monday, September 26, 2016

El socialismo y los campos de la muerte

Mauricio Rojas dice que "Basta iniciar la lectura de El fenómeno socialista para darse cuenta de que se trata de un gran libro que invita a emprender un viaje intelectual absolutamente necesario para comprender las ideologías que proponen la subordinación o incluso la supresión de la individualidad en aras de un poder que se erige en representante de intereses colectivos supuestamente superiores".

Mauricio Rojas es profesor adjunto en la Universidad de Lund en Suecia y miembro de la Junta Académica de la Fundación para el Progreso (Chile).
Un gran libro olvidado
La editorial Sepha de España acaba de publicar El fenómeno socialista del gran disidente ruso Igor Shafarevich. El libro fue escrito clandestinamente en los años 70, en plena lucha contra el totalitarismo soviético, y a pesar de una temprana traducción de 1978 es completamente desconocido en el mundo de habla hispana, como también lo es su autor. Por ello es que sentí como un honor y un deber responder afirmativamente a la petición de la editorial de escribir una introducción a una obra tan trascendente como El fenómeno socialista. A continuación he preparado para los lectores de El Líbero una versión abreviada de esa introducción.



Basta iniciar la lectura de El fenómeno socialista para darse cuenta de que se trata de un gran libro que invita a emprender un viaje intelectual absolutamente necesario para comprender las ideologías que proponen la subordinación o incluso la supresión de la individualidad en aras de un poder que se erige en representante de intereses colectivos supuestamente superiores. Eso es el socialismo en sus diversas variantes, desde sus propuestas abiertamente totalitarias hasta aquellas que de manera gradual y subrepticia van engrandeciendo el poder del Estado hasta reducir la autonomía individual a un cascarón vacío.
Comprender las raíces del fenómeno socialista y el secreto de su fuerza de atracción es vital para quienes aman la libertad y aceptan la responsabilidad de defenderla frente a sus enemigos. Para ello contamos con obras imprescindibles como Camino de servidumbre de Friedrich Hayek, La sociedad abierta y sus enemigos de Karl Popper y El hombre rebelde de Albert Camus. A ellas podemos ahora agregar este gran ensayo de Igor Shafarevich, que presenta no solo un notable abanico de reflexiones sobre el socialismo como realidad histórica e ideológica, sino también una interpretación de conjunto del impulso colectivista que amerita sentar escuela dada su novedad y profundidad.
Las grandes cualidades de la obra así como su tajante conclusión fueron destacadas con fuerza por el premio nobel Aleksandr Solzhenitsyn en un célebre discurso en la Universidad de Harvard en junio de 1978: “El matemático Igor Shafarevich, miembro de la Academia Soviética de Ciencias, ha escrito un libro brillantemente argumentado titulado Socialismo, en el cual realiza un penetrante análisis histórico y demuestra que el socialismo, de cualquier tipo o matiz, conduce a la destrucción total del espíritu humano y a la nivelación de la humanidad en la muerte”.
El fenómeno socialista es una obra que debiera estar llamada a traspasar su tiempo y sus circunstancias, pero también es un testimonio de un tiempo y unas circunstancias que llevan el sello del totalitarismo. Fue una de las obras más significativas de aquella literatura clandestina conocida como samizdat (“autopublicación”), que con altos riesgos desafiaba el monopolio ideológico y comunicativo del régimen comunista. La lucha contra el sistema totalitario fue el aguijón que impulsó a un matemático de fama mundial a dedicarse al estudio de temas fuera de su ámbito profesional, pero también le impuso limitaciones en cuanto al acceso a fuentes para tratar el tema. Así, quien conozca la extensa bibliografía existente sobre muchos de los temas tratados por Shafarevich echará de menos referencias a algunas obras ya clásicas en estas materias. Sin embargo, esto no devalúa en absoluto el trabajo de Shafarevich, sino que incluso le da un frescor y una independencia notables.
A fin de introducir la obra de Shafarevich abordaré primero las circunstancias que marcaron la vida del autor, destacando algunos hitos significativos de la misma que finalmente lo llevaron a engrosar la resistencia al régimen soviético, para luego pasar a resumir sus planteamientos básicos acerca del fenómeno socialista.
Crecer en las entrañas del totalitarismo
Pocos podrían como Igor Shafarevich repetir de manera tan pertinente las famosas palabras de José Martí: “Viví en el monstruo y le conozco las entrañas, y mi honda es la de David”. Su vida discurre en paralelo con el auge y desplome del régimen soviético, y su honda, junto a las de muchos otros David, terminó asestándole un golpe del cual nunca pudo recuperarse. Su vida nos instruye acerca de las bestialidades del régimen comunista, pero también sobre la grandeza de aquellos que no sólo no se doblegaron sino que terminaron derrotando a un sistema que parecía imbatible.
Igor Rostislavovich Shafarevich nació en Zhitomir, Ucrania, el 3 de junio de 1923. Por entonces amainaba la larga guerra civil que siguió al golpe de Estado bolchevique de 1917 y éstos afianzaban su poder. El terror inicial se había hecho más sistemático pero menos visible que durante los años del así llamado Comunismo de Guerra (1918-1921). La brutal política de requisas militarizadas de ese tiempo fue suavizada y se aplicó una serie de reformas económicas, conocidas como Nueva Política Económica, a fin de distender las tensas relaciones existentes entre el poder comunista y las masas campesinas. Sin embargo, pronto cambiaría todo. La infancia de Shafarevich coincide con las luchas dentro de la cúpula del Partido Comunista que llevaron a la consolidación del poder omnímodo de Stalin, que ya a fines de los años 20 se sintió con fuerzas suficientes como para lanzar la política de industrialización forzada que desencadenó el cambio más trascendental de toda la historia rusa: la destrucción violenta y definitiva de sus comunidades campesinas y de la figura, tanto real como mítica, del campesino ruso. Así, Shafarevich, que ya vivía en Moscú, cumpliría diez años en un país en plena guerra genocida contra su propio pueblo, que soportaba hambrunas y un terrorismo de Estado sin límites.
Moría así el alma de la vieja Rusia, ese pueblo campesino portador de tradiciones ancestrales que habían hecho de Rusia lo que era. Stalin culminaba de esta manera lo que Lenin había iniciado durante el Comunismo de Guerra. Junto a ello, se lanzaban feroces campañas contra la Iglesia Ortodoxa, que incluían la destrucción física de las iglesias (en 1939 quedaba apenas un centenar de iglesias en pie en toda Rusia). En sus años mozos, Shafarevich presenció el cierre de la iglesia ubicada frente a su casa y en su retina quedó grabada la terrible imagen del cuidador de la misma ahorcado en el pórtico de entrada. Poco después, esta iglesia fue, como tantas otras, dinamitada. Corría el año 1938 en el que culminaban las grandes purgas o el Gran Terror, con su millón y medio de ejecuciones mediante las cuales se aniquiló a una parte significativa de la así llamada intelligentsia rusa. Por doquier desaparecían los escritores, académicos, científicos, ingenieros y artistas acusados de ser elementos burgueses contrarrevolucionarios, agentes alemanes o temibles “conspiradores trotskistas-bujarinistas” (habitualmente se los acusaba de las tres cosas a la vez), para ser pronto ejecutados o pasar a engrosar el vasto sistema de campos de concentración y trabajo forzado oficialmente inaugurado en 1930 y conocido posteriormente con el nombre de Gulag.
Mediante este ataque simultáneo a sus estructuras sociales tradicionales, a los portadores de sus creencias y costumbres y a los representantes de su vida intelectual, el régimen buscaba cortar de raíz toda relación del pueblo ruso con su historia. La sociedad soviética quería ser un mundo totalmente nuevo, una tabla rasa o un lienzo sin mancha, para usar la célebre metáfora de Platón, en el cual poder plasmar con plena libertad el designio utópico-totalitario. Para ello se debía destruir el pasado en todas sus manifestaciones. El “hombre soviético”, el hombre nuevo del comunismo, podría de esta manera ser integralmente moldeado por sus nuevos amos.
Sobrevivir y luchar bajo el comunismo
Igor Shafarevich pertenece a la primera generación de rusos totalmente en manos del poder totalitario. Sus padres eran típicos miembros de la intelligentsia rusa: cultos, amantes de la historia, la música y, además, creyentes. Pero también reducidos —como Shafarevich dice de su padre según reporta Krista Berglund en The Vexing Case of Igor Shafarevich— a aquella apatía que fue el refugio de tantos frente al terror y la brutalidad imperantes. Su biblioteca, arrumbada en un clóset, fue la primera tabla de salvación del joven y precoz Shafarevich. Allí encontró obras clásicas tanto de filosofía como de historia y literatura que no tardó en devorar con avidez. Soñó entonces con ser historiador, pero muy pronto cambió de idea al encontrar su gran pasión: las matemáticas, un mundo absolutamente no ideológico en el cual refugiarse, un monasterio, como él mismo lo ha dicho, donde poder ser libre y darle rienda suelta a su creatividad.
A los 12 o 13 años, durante un período de enfermedad, se entregó al estudio de los textos escolares de matemáticas que pronto dejó atrás para adentrarse en la lectura de obras más avanzadas. A los 14 años se presentó a la prestigiosa Facultad de Matemática Mecánica de la Universidad de Moscú para que se le permitiese ingresar a la misma como “alumno externo”. Tres académicos lo examinaron y constataron que estaban frente a un genio. A los 16 años estaba ya en el quinto curso de la universidad y a los 17, en 1940, se graduaba. Defendió su primera tesis doctoral a los 19 años y en 1946, con 23 años, presentó su disertación para optar al título superior de doctor, que muy pocos llegaban a obtener. Era un “genio socialista” y el régimen no tardó en exhibirlo como ejemplo del hombre nuevo soviético. En una película de propaganda se lo muestra estudiando y esquiando. La rúbrica dice: “Un estudiante del 5º curso de la universidad de 16 años, Igor Shafarevich, ha sido nominado para recibir la beca Lenin”.
La matemática fue su refugio no solo espiritual sino que también le dio una cierta protección frente a las tropelías del régimen: era demasiado valioso para aplastarlo por no ser militante comunista o por ser creyente, lo que no impidió que fuese expulsado de la universidad entre 1949 y 1953, un tiempo de persecuciones delirantes que, entre muchos otros, le costó la vida a innumerables médicos y académicos judíos. Pronto vinieron sus grandes descubrimientos matemáticos —la Encyclopedia of Mathematics, contiene 124 entradas acerca de los aportes de nuestro autor— y alcanzó la fama tanto dentro de la Unión Soviética (Premio Lenin en 1959) como a nivel internacional y las academias más distinguidas del mundo lo hicieron miembro honorario (en el Reino Unido, Estados Unidos, Alemania, Italia, etc.).
Así podría haber culminado la vida de Igor Shafarevich, como una gran estrella del firmamento soviético homenajeada por todas partes. Pero no fue así. Su conciencia, tal como la de otros grandes científicos (como Andréi Sájarov) y escritores (como Aleksandr Solzhenitsyn), lo impulsó a la resistencia abierta al totalitarismo, pasando en los años 70 a integrar las filas de aquellos célebres disidentes que con su enorme coraje fueron uno de los protagonistas fundamentales de la caída de la dictadura comunista. Esa fue la circunstancia que hizo que Shafarevich volviese a su vieja pasión: la historia. Para recuperarla y usarla como lanza y escudo en la lucha contra quienes tiranizaban al pueblo ruso.
El fenómeno socialista: ideología y realidad
El fenómeno socialista nace de la colaboración de Shafarevich con Solzhenitsyn a comienzos de los años 70, publicando clandestinamente un embrión del mismo en el libro Rusia bajo de los escombros, que tiene a Solzhenitsyn como editor. Este libro apareció en inglés ya en 1975 bajo el título From under the Rubble y el aporte de Shafarevich lleva por rúbrica El socialismo en nuestro pasado y futuro (Socialism in our Past and Future, accesible en: http://www.savageleft.com/poli/hoc.html)
El fenómeno socialista es una obra de combate contra el régimen soviético y para entender su estructura argumental es menester familiarizarse con los postulados fundamentales que sustentaban la ideología y el poder de la dictadura comunista. Estos postulados pueden ser resumidos en dos puntos:
El marxismo es una concepción científica de la historia, totalmente diferente y opuesta a cualquier creencia religiosa, especulación metafísica o voluntarismo moralista. El marxismo o “socialismo científico” simplemente estudia la leyes que rigen la evolución de la historia y de ello deduce la inevitabilidad del socialismo y su paso final al comunismo.
El socialismo, como realidad social y política plasmada en el régimen soviético, es un tipo de sociedad radicalmente nueva, sin precendentes en la historia y superador de toda opresión del hombre por el hombre. Como tal, expresa el paso del ser humano a una etapa superior de su existencia que lo libera de sus egoísmos y antagonismos, permitiendo su realización plena en una sociedad de abundancia ilimitada.
Estos dos postulados explican la doble vertiente por la que fluye el análisis crítico de Shafarevich. Primero se aboca a estudiar la historia de la idea socialista y luego la historia del socialismo como realidad social o socialismo de Estado, aspectos que paso a exponer sucintamente.
Una fe revolucionaria
Tenemos primero el estudio que Shafarevich hace de los antecedentes, raigambre y estructura del pensamiento socialista moderno (marxista) que saca a la luz su arquetipo religioso y desmiente, de manera contundente, su pretendida cientificidad. Para demostrarlo, Shafarevich realiza un notable recorrido por la historia del pensamiento utópico y mesiánico occidental, que parte de Platón y llega hasta el socialismo contemporáneo.
En su periplo, nuestro autor se detiene largamente en el estudio del “socialismo milenarista”, es decir, de las sectas heréticas cristianas que durante siglos proclamaron el advenimiento inminente del Reino de Cristo sobre la tierra anunciado por el Apocalipsis y que duraría mil años (de allí la expresiones “milenio” o “quiliasmo”, que definen ese Reino y, por derivación, a los movimientos que lo predican). Es en el desarrollo de esos movimientos que se crean todos los arquetipos ideales —renovación apocalíptica de la humanidad, hombre nuevo, comunidad plena, vanguardia iluminada, subordinación absoluta de la individualidad al colectivo— que luego se plasmarían en las utopías renacentistas y, finalmente, en el socialismo-comunismo moderno y sus vanguardias revolucionarias, pero en este caso eliminando toda referencia a la creencia religiosa que les dio origen y arropándose bajo el manto de una supuesta cientificidad.
Shafarevich constata así que lo que pretendía ser un análisis científico “producto de muchos años de concienzuda investigación”, para decirlo con las engañosas palabras de Marx, no es más que una repetición de antiguos arquetipos y de esa búsqueda del paraíso terrenal que siempre, cuando se ha llevado a la práctica, ha terminado sembrando el terror.
Esta falta de cientificidad se hace evidente al analizar más detenidamente la obra de Marx, caracterizada por una obstinada búsqueda de confirmar todo aquello que ya había afirmado desde muy joven. La biografía intelectual de Marx es palmaria en este sentido: todos los fundamentos de la ideología marxista —la concepción teleológica de la historia, la necesidad del derrumbe del capitalismo y el surgimiento del comunismo, la polarización siempre mayor entre proletarios pauperizados y unos pocos burgueses cada vez más opulentos, la inevitabilidad de la revolución violenta y su papel creador del hombre nuevo, la idea del proletariado como mesías colectivo, el determinismo económico— fueron ya desarrollados por aquel joven Marx que aún distaba de haber cumplido los treinta años. Sus fuentes no fueron exhaustivas investigaciones en la realidad social de su época ni los ricos anaqueles de las bibliotecas. Su camino fue muy distinto y pasa por la filosofía especulativa de Hegel, el ateísmo radical de Feuerbach y el mesianismo socialista-comunista en boga por entonces.
Como bien lo muestra Shafarevich, la relación de Marx y sus discípulos con la ciencia es absolutamente inversa a aquella que caracteriza a la verdadera actitud científica: no van a buscar la verdad sino a confirmar sus expectativas revolucionas. Por ello es que Shafarevich, con toda razón, afirma que “las obras básicas del marxismo carecen completamente de la característica fundamental de la actividad científica: la búsqueda desinteresada de la verdad por la verdad”.
Esto se expresa en forma de múltiples contradicciones lógicas y predicciones en nada coincidentes con el desarrollo real (todo el desarrollo del capitalismo desde que Marx hiciese sus pronósticos apocalípticos es la refutación más evidente de los mismos), pero ello no obsta para que sus seguidores sigan profesando su fe revolucionaria ya que precisamente se trata de eso, una fe.
Esto es importante, no solo porque explica esa ceguera tan propia de los marxistas y otros creyentes revolucionarios frente a todo aquello que contradice su fe sino porque diferencia el credo de los revolucionarios del simple engaño o la manipulación. Se trata de verdaderos creyentes, imbuidos de su fe y dispuestos a darlo todo por ella. Shafarevich subraya esta perspectiva: “Un movimiento tan gigantesco como el socialismo no puede basarse en principio en un engaño. A pesar de su demagogia superficial, estos movimientos son en el fondo honestos, es decir, proclaman sus principios fundamentales claramente para que todos les oigan”.
Raíces y realidad del socialismo
La segunda vertiente crítica que desarrolla Shafarevich trata del socialismo en la realidad, es decir, en cuanto sistema social o socialismo de Estado. Aquí, nuestro autor nos invita a un fascinante recorrido por diversas experiencias socialistas que precedieron al experimento soviético y a sus réplicas contemporáneas, poniendo de manifiesto sus similitudes esenciales y cuestionando, por tanto, la pretendida novedad histórica de los regímenes de tipo soviético.
Como muestra Shafarevich, la Unión Soviética no fue de ninguna manera el primer régimen social basado en la subordinación completa del individuo al colectivo y la abolición de la propiedad privada. Las experiencias socialistas de Estado, es decir, colectivistas, han sido muchas. Se trata, en realidad, de la forma más común que tienden a adoptar los imperios tempranos, desde los del Oriente antiguo al de los incas. Este fenómeno, así como sus similitudes con el socialismo del siglo XX, fue detenidamente estudiado por Karl Wittfogel en su célebre obra de 1957 titulada Despotismo oriental: Un estudio comparativo sobre el poder total, que Shafarevich usa con frecuencia.
La inexistencia de la libertad individual y de la propiedad privada que la expresa en lo económico son rasgos comunes a todos esos regímenes. También lo son el trabajo forzado, las grandes planificaciones, la manipulación de la historia que es reescrita para ponerla al servicio del poder, el monopolio ideológico (ya sea teocrático o ateo), los abundantes privilegios de los escalones superiores de la jerarquía social y la falta de todo derecho que restrinja o limite al poder central. Todo ello y mucho más revela el notable parentesco existente entre todos estos regímenes que expresan tendencias claramente totalitarias. El socialismo es, con otras palabras, un fenómeno universal, tal como lo es la ideología que lo nutre. Nada hay de nuevo en el socialismo moderno, excepto su ateísmo y su posibilidad de usar unas tecnologías de opresión antes desconocidas.
Socialismo y religión
De esta amplia investigación en el terreno de las ideas y la historia surge la respuesta que Shafarevich dará a la pregunta que guía todo su trabajo: ¿Cuál es la esencia y fuerza motriz del fenómeno socialista? No se trata en absoluto de una pregunta nueva pero sí de una respuesta sorprendentemente novedosa.
Shafarevich pone especial énfasis en distanciarse de la respuesta más cercana a su propio análisis, aquella que ve en el socialismo una especie de religión basada, por contradictorio que parezca, en el ateísmo. Esta respuesta fue dada ya antes del golpe de Estado bolchevique por el pensador ruso Sergéi Bulgákov, que en 1906 publicó su Karl Marx como tipo religioso. El mismo punto de vista fue desarrollado, un par de décadas después, por otro notable intelectual ruso, Nikolái Berdiáev, autor de Marxismo y religión. En Occidente, esta perspectiva ha sido desarrollada por diversos autores, siendo la obra Robert Tucker Filosofía y mito en Karl Marx de 1972 un ejemplo muy destacado. Yo también he trabajado en esta dirección, tal como se puede constatar en mi libro Las desventuras de la bondad extrema.
Shafarevich, que se mueve muy cerca de esta interpretación, subraya tanto sus méritos como muchas de las innegables similitudes entre religión y socialismo: “Esta postura puede apoyarse en fuertes argumentos. Por ejemplo, los aspectos religiosos del socialismo podrían explicar tanto la extraordinaria atracción de las doctrinas socialistas como su capacidad para inflamar a los individuos e inspirar movimientos populares. Son precisamente estos aspectos del socialismo los que no pueden ser explicados cuando se le contempla como categoría política o económica. Las pretensiones del socialismo de ser una visión global del mundo, que abarca y explica todo, también lo hacen análogo a la religión. Una característica religiosa es la visión socialista de la historia no como un fenómeno caótico sino como una entidad con un objetivo, un sentido y una justificación. En otras palabras, tanto el socialismo como la religión contemplan la historia teleológicamente”.
A pesar de estas coincidencias entre socialismo y religión Shafarevich rechaza las conclusiones de esta interpretación. A su juicio, el impulso socialista es, más allá de las apariencias, radicalmente opuesto a aquel representado por una religión como el cristianismo y no puede por ello, bajo ningún respecto, ser visto como una suerte de realización atea y terrenalizada de las promesas y expectativas cristianas de una vida radicalmente diferente y liberada de los pesares de la existencia mundana. Shafarevich observa, de manera absolutamente certera, que la esencia del socialismo es la búsqueda de “la supresión de la individualidad” y como tal esta doctrina “es hostil hacia la personalidad humana no sólo como categoría sino, en última instancia, hacia su existencia misma”. Esto se expresa como un impulso homogeneizador, que quiere destruir toda base, expresión y resguardo de la diferenciación humana (propiedad privada, familia, libertades individuales, etc.). El socialismo busca crear un nuevo tipo de ser humano que solo existe como parte del colectivo y no como una persona con atributos únicos, una voluntad distintiva y derechos inviolables. El cristianismo, por el contrario, se basa en el desarrollo y fortalecimiento de la individualidad y la responsabilidad personal. La persona es su eje, con su relación esencial, irremplazable y profundamente moral con su Creador. El impulso religioso encarnado por el cristianismo es la afirmación y protección más rotunda de la vida y su diversidad, a la vez que actúa como un freno a la soberbia humana y a todo intento de endiosar al hombre recordándole, sin cesar, sus carencias y limitaciones.
Tánatos y el secreto del fenómeno socialista
¿Qué es entonces el socialismo? ¿Qué impulso representa su búsqueda de la disolución del individuo en el colectivo y el fin de la diferenciación humana? La respuesta de Shafarevich se mueve aquí en una dirección inesperada y novedosa, donde los sugerentes planteamientos de Sigmund Freud sobre una gran lucha entre el “instinto de vida” y el “instinto de muerte” hacen su entrada.
Si la religión expresa el impulso vital o instinto de vida, que busca el desarrollo y la diversificación de lo humano, el socialismo expresa un impulso contrario, hacia su nivelación homogeneizadora, lo que implica la negación de la vida misma, que no es otra cosa que constante diferenciación. Como tal, representa un impulso destructivo de la vida existente, un instinto de muerte o Tánatos, como lo llamó Freud. El socialismo habla de la creación de otro mundo, superior y perfecto, y del surgimiento de un hombre nuevo que solo existe para entregarse a los demás, pero estas ideas no son sino la coartada de una idea subyacente, “subconsciente y emocional”: destruir todo lo que existe, incluido el ser humano tal y como es. Lo que se busca es, de hecho, un genocidio, el fin apocalíptico de la vida humana tal como la conocemos. Eso es lo concreto y a lo único a lo que se han acercado los socialismos reales. Esta propensión destructiva explica, además, la voluntad de autoinmolación revolucionaria, esa búsqueda y exaltación de la muerte por la causa a la que siempre han llamado los profetas milenaristas o marxistas (o nazistas o islamistas, podríamos agregar, llámense Adolf Hitler, Che Guevara u Osama bin Laden).
Para Shafarevich, el socialismo es un fenómeno paradójico que “solo puede ser entendido si se admite que la idea de la extinción de la humanidad puede resultar atractiva para el hombre y que el impulso de autodestrucción (incluso si es una entre varias tendencias) juega un papel en la historia humana”. Se trata de una afirmación que el autor ejemplifica de múltiples maneras: desde las sectas maniqueistas, que predicaban la autoextinción mediante la abstinencia sexual, y el budismo, con su búsqueda del Nirvana o extinción completa de la existencia, hasta el nihilismo anarquista y las organizaciones revolucionarias marxistas, con sus militantes que se autoaniquilan como personas y están dispuestos a sacrificar a cuantos sea necesario para que, supuestamente, nazca el mundo nuevo.
Ese es, muy apretadamente, el diagnóstico de Shafarevich sobre el fenómeno socialista. Se trata de un largo camino para llegar a la conclusión de que el socialismo expresa una amenaza para la vida misma, pero merece la pena seguirlo ya que, después de todo, el autor tiene la evidencia empírica de su parte: el intento de crear el bienaventurado paraíso socialista siempre ha terminado en los Campos de la Muerte.