Ian Vásquez considera que la Toma de Caracas ha cambiado la dinámica política, incluso dentro de la oposición política venezolana.
Un 80% de los venezolanos quiere que el presidente Nicolás Maduro deje el poder, según la firma encuestadora Datanálisis. Es fácil entender por qué. El Estado que encabeza Maduro está encaminado a ser un Estado fallido, pues no cumple sus funciones más básicas como la seguridad, y sus políticas han generado pobreza, hiperinflación y escasez generalizada de bienes, medicamentos y comida, entre otros males. Todo eso acompañado de la violación sistemática de los derechos civiles y políticos de los venezolanos.
El propósito explícito de la marcha era presionar al régimen a autorizar un referendo revocatorio este año, cosa que sin duda lograría reemplazar a Maduro con un presidente democráticamente elegido. ¿Tuvo éxito la protesta? Fracasó decididamente en su propósito anunciado. Nunca fue creíble que el régimen aceptara tal presión. Pero el balance fue positivo. Por si quedaba alguna duda, la manifestación demostró no solo la falta de legitimidad del gobierno chavista, sino también resaltó su naturaleza dictatorial y probablemente puso fin a la ilusión de que se puede negociar con este, idea que algunos venezolanos opositores y muchos observadores internacionales hasta ahora habían compartido. Además, la marcha ha cambiado la dinámica política, incluso dentro de la misma oposición.
María Corina Machado, una de las líderes opositoras, describe bien al gobierno: es uno en que “el poder es ejercido de manera arbitraria y hegemónica por una alianza entre la izquierda radical y sectores militares, y que es tutelada por el despotismo cubano”. Agrega que es “una alianza con patentes y comprobados rasgos mafiosos, vinculada con el crimen organizado, el tráfico de drogas y la subversión internacional”. Es importante reconocer la esencia del régimen para no seguir cayendo en lo que Machado diplomáticamente llama el “autoengaño” que puede llevar a la oposición a gastar energías y fortalecerlo.
En otras palabras, hay que dejar de pensar que el chavismo tiene algún interés en dialogar de buena fe con la oposición, o en dejar el poder pacíficamente. Al contrario, la dictadura solo se ha encrudecido. En los meses y días previos a la marcha, detuvo a numerosos activistas de oposición, como el ex líder estudiantil Yon Goicoechea, exponente de la desobediencia civil no violenta, a quien lo acusan de terrorismo.
La marcha es una muestra de que, después de un par de años de no haber manifestaciones importantes, el pueblo venezolano está dispuesto nuevamente a desafiar el poder. Eso presiona no solo al régimen, sino a buena parte del liderazgo de la oposición que hasta ahora ha sido muy timorato a la hora de tratar —o negociar— con el régimen. La ciudadanía les ha enseñado a los líderes no chavistas que tienen toda la intención de salir a las calles para exigir sus derechos.
Ojalá los líderes de la oposición sepan aprovechar el momento. Deberían seguir exigiendo derechos a la dictadura, pero ninguno debería permanecer ingenuo ante sus intenciones. Este tipo de régimen crea inestabilidad, incluso en su interior, sobre todo en momentos de crisis económica. Por eso la situación política de Venezuela es impredecible. Por eso también es importante seguir presionando por el único camino que le queda a la ciudadanía: la desobediencia civil no violenta, que en muchos casos históricos ha dado paso a cambios políticos y sociales transformativos.
Es un buen momento también para pensar en el conjunto de políticas y reformas que deben venir después del chavismo y que pueden reducir la posibilidad de que la historia se repita. Después de todo, Chávez no llegó solito al poder. La crisis ofrece una oportunidad para hacer una autorreflexión sobre qué tanto peso conviene darle al Estado para mantener una sociedad libre.