Cuentos políticos
Francisco Martín MorenoLa futura presidenta de Estados Unidos nos abofeteó al despreciarnos como anfitriones indeseables.
En innumerables ocasiones me reuní con Mario Moreno Cantinflas, quien afectuosamente se dirigía a mí como su tocayo. En una de tantas comidas, mientras yo me quejaba de la situación política, económica y social de México, Mario me disparó de golpe a la cara, conteniendo apenas la sonrisa a punto de convertirse en carcajada, el gran resumen filosófico de su experiencia vivida en nuestro país: “Mira tocayo, en México nunca pasa nada, hasta que pasa, y cuando pasa, todos decimos, ¡claro, tenía que pasar…!Me resulta imposible dejar fuera del tintero la anécdota anterior, sobre todo, si no perdemos de vista la catastrófica visita del candidato Trump a nuestro país, sin duda alguna, el enemigo más poderoso de México en los últimos años, quien, además de insultar a la patria, todavía fue recibido con bombo y platillos en Los Pinos, ni más ni menos, la casa más importante de todos los mexicanos.
Los medios de difusión masiva, además de las redes sociales, han abordado hasta el cansancio la absoluta carencia de intuición, conocimiento y vocación diplomática del jefe de la nación, así como del secretario de Hacienda, su consejero áulico, quien invadiendo el área de responsabilidad de la canciller, sepultó a los mexicanos en una de las peores vergüenzas padecidas a partir del nacimiento del México independiente. Por supuesto que existen muchas y diversas, sólo que la deshonra sufrida durante la visita de Trump quedará inscrita por siempre y para siempre en los anales de la historia patria.
Era evidente que las consecuencias internacionales de semejante conducta suicida no se iban a hacer esperar, tal y como aconteció cuando la señora Clinton rechazó públicamente la invitación de Peña Nieto para visitar nuestro país. No bastaba, por lo visto, la catarata de críticas mundiales en contra de las torpezas de la actual administración mexicana, no, la futura presidenta de EU nos abofeteó al despreciarnos como anfitriones indeseables. ¿Qué nos falta…?
Nos faltan ahora consecuencias en el interior de nuestro país. ¿Quién paga los platos rotos? ¿No hay responsables? ¿Todos son inocentes? Si Osorio Chong y la señora Ruiz Massieu renunciaron, según se dice, su dimisión tenía que haber ido acompañada de una palabra desconocida en el argot político mexicano: ¡Irrevocable! ¿A dónde están esos ilustres mexicanos, quien como Gilberto Valenzuela, le renunció nada menos que a Elías Calles, el futuro jefe máximo, en agosto de 1925? El Presidente arguyó que él no le había perdido la confianza a su subalterno, a lo que Valenzuela contestó: “usted no me ha perdido la confianza a mí, pero yo ya se la perdí a usted…”. Osorio y Massieu deberían haber desaparecido de la nómina federal en aras de un encuentro con la más elemental dignidad.
Resulta imperativa la remoción inmediata de una buena parte de los secretarios de Estado. Esa sería, tal vez, una medida necesaria para intentar reponer algo del capital político de Peña Nieto, que en este momento ni siquiera vale un triste peso. Otro recurso para tratar de conquistar algo de popularidad consiste en encarcelar, lo más pronto posible, a los gobernadores corruptos con la esperanza de que uno de ellos pudiera cerrar la puerta…
Finalmente, ¿cómo exigir que alguien pague los platos rotos, cuando quien rompió toda la vajilla completa ni siquiera reconoce su responsabilidad en los hechos? En México nunca pasa nada, hasta que pasa…