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Tuesday, November 8, 2016

La latinoamericanización de EE.UU.

Ian Vásquez considera que el marcado deterioro de las instituciones estadounidenses está detrás del ascenso del populismo de Donald Trump.

Ian Vásquez es Director del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute.
La esposa de un ex presidente a la que rodean serios cuestionamientos éticos se enfrenta este martes en las reñidas elecciones presidenciales de EE.UU. a un candidato demagógico que promete volcar el ‘establishment’ podrido de Washington. Es una señal más de la latinoamericanización de la política estadounidense.
Quien más simboliza este fenómeno es el magnate Donald Trump, aspirante a la Casa Blanca por parte del Partido Republicano. Ha creado un culto de personalidad a raíz de sus afirmaciones de que todo está mal en EE.UU. y que solo él puede arreglar los grandes problemas del país, tal como declaró en la convención de su partido. Su estilo es de un populista autoritario. Propone cambios radicales sin ofrecer detalles. Es agresivo, intolerante e insultante hacia quienes difieren con él.



Es un nacionalista que favorece el proteccionismo y aborrece a los inmigrantes. Quiere revertir la política comercial internacional de EE.UU. Para Trump, el extranjero es el enemigo y se colude con la élite estadounidense, de la que la candidata Hillary Clinton es parte.
El hecho de que un 40% de estadounidenses esté apoyando a un ‘outsider’ como Trump dice mucho de la polarizada política estadounidense. Pero no es que Clinton sea muy querida. El nivel de rechazo de los dos candidatos es el más alto desde que se empezaron a hacer tales encuestas décadas atrás. La mayoría de los estadounidenses considera que ambos son deshonestos. Y la verdad es que Clinton ha sido por largo tiempo parte de ese ‘establishment’ que tantos estadounidenses ven con desdén por proteger cada vez más los intereses de grupos poderosos, entre ellos, la clase política.
Tal sentimiento se ve reflejado en el bajo nivel de confianza que los estadounidenses tienen en las instituciones de su país. Según la encuestadora Gallup, está en niveles históricamente bajos o cerca de estos. Solo un 35% de estadounidenses le tiene mucha confianza a la Corte Suprema, un 23% al sistema de justicia penal, alrededor del 20% a los periódicos y noticieros de televisión, un 18% a las grandes empresas, y tan solo 9% confía en el Congreso.
Ese declive es producto de una concentración de poder en Washington que se aceleró durante la presidencia de George W. Bush. Con el respaldo de un Congreso republicano, Bush incrementó el gasto público más que cualquier otro presidente en cuatro décadas.
Las guerras en Medio Oriente y contra el terrorismo llevaron a violaciones de privacidad y derechos civiles, muchos de las cuales siguen siendo vulnerados. La respuesta a la crisis financiera, primero por Bush y luego por Barack Obama, se ha visto como arbitraria, no muy eficaz y algo injusta, pues se ha usado dinero público para beneficiar a Wall Street y otros grupos políticamente conectados. La deuda pública se ha disparado y la gente se ha hartado del capitalismo de compadrazgo. Con razón que los índices internacionales de Estado de derecho muestran un deterioro marcado para EE.UU. desde principios de siglo.
Cuando se pierde la fe en las instituciones de un país, se alienta la esperanza en un hombre fuerte que pueda poner orden, ya que las reglas del juego no son de confiar. Así es cómo un Trump puede llegar a declarar que si fuera presidente encarcelaría a Clinton, deportaría a millones de inmigrantes, reduciría las libertades de la prensa, prohibiría la entrada de musulmanes al país, impondría impuestos altos a empresas particulares, investigaría a sus opositores —y aun así mantener un alto nivel de apoyo—. Y si no llega a ser elegido, será porque el sistema está amañado, según él. Son cosas propias de un caudillo latinoamericano.
Y tal como muchas campañas electorales en América Latina, la estadounidense hace rato carece del debate de ideas. En vez, los candidatos se acusan de mentirosos y el debate se enfoca en el escándalo del día. En estas elecciones, hasta hay un elemento de injerencia extranjera, pues hay mucha evidencia de que el Kremlin está tratando de influir a favor de Trump y en contra de las instituciones democráticas, especialmente a través de intervenciones cibernéticas que ponen a Clinton en una mala luz.
Pase lo que pase el martes, será en buena parte resultado del deterioro de las instituciones estadounidenses.

La latinoamericanización de EE.UU.

Ian Vásquez considera que el marcado deterioro de las instituciones estadounidenses está detrás del ascenso del populismo de Donald Trump.

Ian Vásquez es Director del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute.
La esposa de un ex presidente a la que rodean serios cuestionamientos éticos se enfrenta este martes en las reñidas elecciones presidenciales de EE.UU. a un candidato demagógico que promete volcar el ‘establishment’ podrido de Washington. Es una señal más de la latinoamericanización de la política estadounidense.
Quien más simboliza este fenómeno es el magnate Donald Trump, aspirante a la Casa Blanca por parte del Partido Republicano. Ha creado un culto de personalidad a raíz de sus afirmaciones de que todo está mal en EE.UU. y que solo él puede arreglar los grandes problemas del país, tal como declaró en la convención de su partido. Su estilo es de un populista autoritario. Propone cambios radicales sin ofrecer detalles. Es agresivo, intolerante e insultante hacia quienes difieren con él.


Tuesday, August 30, 2016

Permanencia de Venezuela en Mercosur se definirá este martes

Los coordinadores de los países miembros del bloque analizarán si el Gobierno de Nicolás Maduro ha avanzado en el cumplimiento de los acuerdos

Mercosur
Mercosur: en la reunión de este martes, se buscará destrabar el empantanamiento jurídico y político originado con la autoproclamación de la presidencia pro témpore por parte de Venezuela. (Caraotadigital)
El futuro de Venezuela en el Mercado Común del Sur (Mercosur) se discutirá este martes 23 de agosto en Montevideo. Los coordinadores de los países miembros evaluarán los avances del Gobierno de Nicolás Maduro en el cumplimiento de acuerdos internacionales.
Este será un examen clave que definirá el curso de acción en relación con la presidencia del bloque y la permanencia del país caribeño en el Mercosur.




En esta reunión se buscará destrabar el empantanamiento jurídico y político originado con la autoproclamación de la presidencia pro témpore por parte de Venezuela.
Para el encuentro también está convocado el representante de Venezuela, según informó el viceministro de Relaciones Económicas e Integración de la Cancillería de Paraguay, Rigoberto Gauto.
“Los coordinadores de Argentina, Brasil, Uruguay y Paraguay firmamos una nota invitando a Venezuela”, resaltó. Sin embargo, no ha habido confirmación de parte del Gobierno de Maduro.
Según Gauto se evaluará la situación de Venezuela y la propuesta de posibles cursos de acción, en caso de que quede plenamente confirmado que este país no incorporó a su ordenamiento normas indispensables del Mercosur, como el Acuerdo de Complementación Económica número 18 que, según él “da entidad al bloque, porque a partir de allí deriva el mecanismo de desgravación de aranceles”.
Este martes también se buscará definir una fórmula para el funcionamiento administrativo normal del Mercosur.

El pasado 13 de agosto el Gobierno de Brasil confirmó que le guste o no al Gobierno de Nicolás Maduro, Venezuela no presidirá el bloque.
Según el ministro brasileño José Serra Serra la solución en Mercosur es que la administración esté en manos de los embajadores y luego de ello el Gobierno de Macri será el que asuma el mandato.
“Hay varios motivos por los que Venezuela no puede asumir la presidencia. Uno de ellos es el no haber cumplido con algunas condiciones esenciales del Mercosur, previas. Incluso la cuestión democrática, que ellos no suscribieron (Protocolo de Ushuaia sobre Compromiso Democrático en el Mercosur). Este es un motivo suficiente”, señaló.
Fuente: Última Hora

Permanencia de Venezuela en Mercosur se definirá este martes

Los coordinadores de los países miembros del bloque analizarán si el Gobierno de Nicolás Maduro ha avanzado en el cumplimiento de los acuerdos

Mercosur
Mercosur: en la reunión de este martes, se buscará destrabar el empantanamiento jurídico y político originado con la autoproclamación de la presidencia pro témpore por parte de Venezuela. (Caraotadigital)
El futuro de Venezuela en el Mercado Común del Sur (Mercosur) se discutirá este martes 23 de agosto en Montevideo. Los coordinadores de los países miembros evaluarán los avances del Gobierno de Nicolás Maduro en el cumplimiento de acuerdos internacionales.
Este será un examen clave que definirá el curso de acción en relación con la presidencia del bloque y la permanencia del país caribeño en el Mercosur.



Monday, August 29, 2016

La herencia de Trump

Redaccion América Economía
La inverosímil candidatura del empresario de bienes raíces Donald Trump, a la presidencia de Estados Unidos, parece que por fin se empieza a desinflar. Las encuestas lo dan ahora como perdedor en todos los estados clave del país y en casi todos los grupos demográficos. Un nuevo sondeo de opinión de Fox News Latino le da 20% de apoyo entre los votantes hispanos, y a Hillary Clinton 66%. En todas las encuestas entre votantes de raza negra, Trump ha tenido menos del 10% de las preferencias y hay una reciente que le da el 1%. Entre personas con educación universitaria completa, el apoyo a Hillary Clinton duplica al de Trump.



El millonario que se sale de protocolo para convencer a los electores de que siempre dice lo que piensa; el postulante a la Casa Blanca que miente con soltura y combina a la perfección la ignorancia y el aplomo; el candidato presidencial más lamentable que ha tenido el Partido Republicano ha empezado también a perder en el electorado masculino, el grupo demográfico que dio la victoria a todos los republicanos que han llegado a la presidencia en los últimos 40 años.
Mirado desde el exterior, el TPP se ve tan claramente ventajoso para Estados Unidos, desde el punto de vista geopolíitico, y tan lucrativo para las empresas estadounidenses, que no se puede entender cómo todos los candidatos presidenciales se opongan a él. Es un triunfo de Trump, aunque él no llegue a ganar la elección. La muerte del TPP, iniciativa que beneficia directamente a Estados Unidos en lo político y en lo económico, puede ser vista como la primera obra del estadista Donald Trump.
Los tropiezos de Trump han hecho brotar un suspiro de alivio a la élite y al público informado de EE.UU., tranquilizando también a los gobiernos de Occidente y a las democracias del mundo. Todavía es posible que un malcriado megalómano ignorante con arranques de monarca absoluto y una edad mental de doce años sea elegido presidente del país más poderoso del mundo, pero esto se ve cada vez más difícil. Si no se destapan mayores escándalos (el fundador de Wikileaks, Julian Assange, prometió este miércoles la filtración de miles de nuevos documentos de la candidata presidencial Hillary Clinton y del Partido Demócrata) ni hay grandes sorpresas de aquí a la elección del 8 de noviembre, será Hillary Clinton quien se instale en la Casa Blanca.
La noticia es buena para Estados Unidos y para el mundo. La cautelosa Hillary no ha sido la mejor candidata frente al exuberante Trump. No entusiasma ni convence, es evasiva y desconoce la espontaneidad. Siempre a la defensiva, da la impresión de ser fría y calculadora, y a veces parece estar ocultando algo. Nada de eso la ayuda ante los alegatos de que, mientras se desempeñaba como secretaria de Estado, puso en peligro la seguridad nacional al descuidar  la integridad de e-mails clasificados. El carácter reservado de Hillary tampoco la va ayudar a hacer frente a la más reciente acusación: cuando era secretaria de Estados, dio acceso privilegiado a su despacho a donantes de la Fundación Clinton.
Pero no es necesario ser buen candidato para ser buen presidente y Clinton ciertamente tiene los galones para el cargo. Sus años de primera dama, secretaria de Estado y senadora le han dado paso firme en los laberintos del gobierno y la han ayudado a entender cómo funciona el mundo y qué quieren los electores. Quizá no dice lo que piensa, como Trump, pero piensa lo que dice.
Tampoco ayuda a la candidatura de Hillary Clinton el hecho de que durante su gobierno no se construirá la Gran Muralla ni se deportará a once millones de inmigrantes ilegales; no se terminará la libertad de cultos ni se subirán los aranceles a los productos importados. El programa de gobierno de Clinton no puede competir en pirotecnia con los irresponsables anuncios de Trump. Ella no trae grandes cambios en la política exterior estadounidense ni sorpresas para el interior. Será más de lo mismo con nuevas prioridades y otros acentos.
Eso no tiene nada de malo. Obama ha sido un buen presidente, deja una obra significativa y en varias oportunidades se atrevió a ponerse del lado correcto de la historia. Partió rescatando a Estados Unidos de la aguda recesión de 2008-2009 y ayudó a reducir el desempleo tras la reactivación, aunque le ha quedado tarea pendiente con las remuneraciones, que siguen estancadas.
Obama creó un seguro de salud de financiamiento mixto, el famoso "Obamacare", que en tres años ha dado cobertura -no la mejor, pero cobertura al fin- a once millones de norteamericanos que no la tenían. Facilitó el aumento de la producción local de petróleo vía fracking al punto que Estados Unidos comenzó a exportar petróleo el año pasado y podría convertirse pronto en exportador neto. Al mismo tiempo, Obama impuso reglas más estrictas para las emisiones contaminantes y siguió subsidiando a la industria solar.
En relaciones exteriores tuvo la audacia de nadar contra la corriente. Llegó a un acuerdo nuclear con Irán y restableció relaciones diplomáticas con Cuba. Apoyó al matrimonio igualitario y ayudó a su legalización. Y en un tema favorito de los republicanos, la seguridad ciudadana y la lucha contra el terrorismo, no le ha temblado la mano. Aprobó la acción militar que dio muerte a Osama Bin Laden, autorizó los ataques con drones a dirigentes de grupos terroristas y, hasta ahora, ha logrado evitar en territorio estadounidense acciones de guerra ejecutadas o dirigidas por ISIS como las que se han dado en Europa.
Dejó tareas recién empezadas, como una reforma judicial que reduce las penas para delitos menores y así disminuir la abultadísima población penal. Estados Unidos es el país que tiene mayor porcentaje de sus habitantes tras las rejas. Otras reformas no las empezó, como hacer más estrictas las leyes de control de armas, hoy en manos de los estados, y así reducir la desproporcionada cantidad de muertes por armas de fuego que hay en el país si se lo compara con las otras naciones desarrolladas.
Y claro, el Medio Oriente sigue siendo un polvorín y la guerra civil en Siria ha provocado una crisis de refugiados que trae un inmenso dilema moral a los gobiernos, principalmente de Europa, pero también a Estados Unidos.
En las últimas semanas, Donald Trump se ha ubicado en el lugar que realmente le corresponde por temperamento y posición política. Es el candidato marginal de una minoría postergada -los hombres blancos sin educación universitaria, los que la globalización dejó atrás-, a quienes sedujo con una plataforma ideológica y estrategia de campaña de "populismo pugilístico, nacionalismo económico y tribalismo racial", como acertadamente lo describió hace unos días una columna de Politico.com.
Pero que Donald Trump haya llegado a ser el candidato presidencial del Partido Republicano y que el socialista Bernie Sanders estuviera cerca de ganarle a Hillary en las primarias demócratas muestra un sentimiento popular que el nuevo gobierno tendrá que tomar muy en serio. Desde la derecha y la izquierda, un número creciente de ciudadanos ha dejado de creer en sus instituciones y en la élite que encabeza esas instituciones. Creen que el establishment, que incluye al gobierno federal, el Poder Legislativo, el Poder Judicial, los dirigentes políticos tradicionales, los empresarios y los medios de comunicación se han aliado contra el ciudadano común. Que se han confabulado, quizá tácitamente, para manejar el país en beneficio propio. Que se ríen de los valores que pregonan y engañan a los electores con iniciativas como los tratados de libre comercio, que han llenado los bolsillos de la élite, junto con traer cesantía y bajos sueldos a los trabajadores.
Las teorías conspirativas casi siempre son alucinaciones colectivas de índole paranoide, pero tienen un ancla en la realidad. En este caso, la realidad es que la élite estadounidense efectivamente tiene los bolsillos cada vez más llenos. En materia de ingreso, Estados Unidos es el país más desigual del mundo desarrollado, dice un recién divulgado informe sobre desigualdad de la OCDE, un club de países de alto ingreso per cápita. En cuanto a patrimonio, los estadounidenses que están en el 10% más rico de la población, son dueños del 76% de la riqueza, y quienes están en el 50% más pobre, se reparten apenas el 1% de la riqueza.
Esa desigualdad creciente es uno de los problemas más graves que tiene hoy Estados Unidos. El estudio de la OCDE presenta abundante evidencia de que la desigualdad impacta negativamente el crecimiento económico. Más grave es la tensión que provoca, porque puede llegar a desestabilizar las instituciones democráticas y la paz social. Una evidencia de que algo de eso ya está sucediendo en Estados Unidos es la guerra soterrada que parece haber entre los guetos negros urbanos y las fuerzas policiales de las grandes ciudades.
Las candidaturas de Trump y Sanders son un síntoma claro de que un número creciente de estadounidenses está frustrado con el status quo económico y político imperante. Hay muchos -partiendo por Donald Trump- que opinan que el libre comercio se está llevando las fábricas y los trabajos a México y que el mercado estadounidense ha caído en manos de los productos importados de China. Estos desastrosos acuerdos comerciales, miente Trump, son el resultado de la creciente debilidad de Estados Unidos en el mundo, que hace que los demás países "se aprovechen de nosotros". Es verdad que muchas fábricas se han trasladado a México, mejorando los salarios de los obreros mexicanos, pero Trump olvida decir que la inmensa mayoría de las fábricas estadounidenses no se han movido ni se van a mover, y que la industria manufacturera estadounidense, en retroceso desde los años 60, ha repuntado y dado más empleo en los últimos dos años.
Trump tampoco menciona que el libre comercio y el traslado de fábricas a México ha hecho bajar los precios de autos, computadores, teléfonos móviles y cientos de otros productos en el mercado estadounidense, mejorando el poder adquisitivo de toda la población, además de hacer más competitivos los productos made in USA en los mercados internacionales.
Ni Trump por la derecha, ni Sanders por la izquierda, mencionan que la economía estadounidense está casi en pleno empleo y que las dislocaciones del mercado laboral en los últimos años no sólo se deben al libre comercio, sino también -y en forma importante- a la tecnología. Muchas personas han sido reemplazadas por robots en la industria manufacturera, ya casi no hay cajeros humanos y ahora la digitalización llega a la pequeña y mediana empresa, con eficiencias que significarán despidos.
Tan exitoso fue el discurso anticomercio de Trump y Sanders que Hillary Clinton decidió también subirse al carro. Ahora se opone a la Alianza Transpacífico (TPP), un proyecto de Barack Obama que unifica las normas del comercio y  estandariza la propiedad intelectual y la protección ambiental en doce países de la Cuenca del Pacífico, siguiendo directrices estadounidenses y dejando fuera a los chinos. Mirado desde el exterior, el TPP se ve tan claramente ventajoso para Estados Unidos, desde el punto de vista geopolíitico, y tan lucrativo para las empresas estadounidenses, que no se puede entender cómo todos los candidatos presidenciales se opongan a él. Es un triunfo de Trump, aunque él no llegue a ganar la elección. La muerte del TPP, iniciativa que beneficia directamente a Estados Unidos en lo político y en lo económico, puede ser vista como la primera obra del estadista Donald Trump.
Como consuelo se puede pensar que la derrota de Trump en las urnas al menos le facilitará la vida al Nafta. El empresario ha anunciado que, de ser elegido presidente, revisará el acuerdo con México y Canadá, y que si no se llega a un nuevo acuerdo que favorezca más a Estados Unidos que el actual, el país se retirará del Nafta. El mundo puede vivir sin TPP, pero basta imaginar con alguna seriedad lo que pasaría si Estados Unidos intentara retirarse del Nafta.
Ahí está el problema de fondo con Trump. Aunque pierda la elección, ya ha ganado. Ya ha hecho retroceder el libre comercio y dado un revés a la globalización, imponiendo además una agenda de discusión populista, nacionalista y racista, inimaginable hace dos años.
El empresario de bienes raíces que propone su monarquía absoluta como forma de gobierno puede no ganar la elección, pero todavía le queda un as bajo la manga. Lleva meses diciendo que el sistema está corrupto, que los resultados de las elecciones están arreglados, que no cree en las encuestas que lo dan como perdedor, que no se puede confiar en los jueces ni en el FBI. Ahora ha comenzado a pedir a sus partidarios que vayan a vigilar los lugares de votación el 8 de noviembre, porque Hillary Clinton y sus partidarios son capaces de cuialquier cosa.
Nunca en la historia estadounidense un candidato derrotado ha dejado de conceder la victoria a su contendor, pronunciando un discurso conciliatorio y leal. Pero es casi imposible imaginar a Donald Trump siguiendo ese guión.
Y hay que pensar que Trump ha llegado a la política para quedarse. Probablemente creará un movimiento o partido político que aglutine a sus partidarios y empiece la carrera para la presidencial de 2020. Conociéndolo como se le conoce ahora, también es perfectamente posible que parta haciendo un berrinche, que desconozca el resultado de la elección, que acuse a la presidenta Clinton y a todo el establishment de hacer trampa; que pida una auditoría al proceso electoral. Eso tampoco ha pasado nunca en la historia estadounidense.
Pero suceda lo que llegue a suceder, Donald Trump le seguirá dando problemas a Estados Unidos.

La herencia de Trump

Redaccion América Economía
La inverosímil candidatura del empresario de bienes raíces Donald Trump, a la presidencia de Estados Unidos, parece que por fin se empieza a desinflar. Las encuestas lo dan ahora como perdedor en todos los estados clave del país y en casi todos los grupos demográficos. Un nuevo sondeo de opinión de Fox News Latino le da 20% de apoyo entre los votantes hispanos, y a Hillary Clinton 66%. En todas las encuestas entre votantes de raza negra, Trump ha tenido menos del 10% de las preferencias y hay una reciente que le da el 1%. Entre personas con educación universitaria completa, el apoyo a Hillary Clinton duplica al de Trump.


Monday, August 15, 2016

Ecuador: Desconociendo la realidad

Ecuador: Desconociendo la realidad

Por Gabriela Calderón de Burgos 
Recientemente el presidente dijo: “Colombia nos depreció la moneda. Perú nos depreció la moneda, y nosotros no pudimos responder”. Esto asume algo que simplemente no ocurre en la vida real. Los gobiernos de estos países, al igual que el de Ecuador si tuviese moneda propia, no tienen la capacidad de determinar un tipo de cambio real para su moneda.
Esto es así porque el mundo de hoy está de cierta forma “dolarizado”. Ronald McKinnon explicaba en su libro (2013) que el dólar se encuentra en un 85 a 90% de las transacciones interbancarias de tipo de cambio a nivel mundial, la mayoría de los gobiernos utilizan al dólar como reservas y la mayoría de las materias primas comercializadas a nivel internacional son facturadas en dólares.


¿De qué nos serviría devaluar frente a la caída del precio del petróleo? El presidente explicó: “Mucho más sencillo sería tener tipo de cambio, que se deprecie un poco la moneda, se fomenten las exportaciones, se restringen las importaciones y se corrige el desbalance externo”.
Pero esto incurre en la tradicional falacia de Nirvana. Ante algo imperfecto, se presume que existe una alternativa perfecta. Como sabemos, las utopías no son alternativas reales. El economista Larry White explica que las únicas dos alternativas reales a la dolarización son: (1) un tipo de cambio ajustable y (2) un tipo de cambio en libre flotación. No se trata de un “régimen imaginario en el que las depreciaciones precisamente calibradas del tipo de cambio de la moneda local son administradas por expertos justo cuando es necesario ajustar los salarios, una mejora por sobre la dolarización sin incurrir en costos. Darle a un banco central como el de Ecuador la discreción de emitir su propia moneda es deshacerse del ancla en el dólar que actualmente mantiene en su lugar las expectativas de inflación del público y estabiliza el sistema”.
También se ha dicho que la apreciación del dólar nos resta competitividad. Steve Hanke señaló durante su visita a Guayaquil en julio: “Suiza ha tenido la moneda más fuerte del mundo durante los últimos 100 años... se ha apreciado alrededor de 1% al año en relación al dólar americano... pero la economía exportadora de Suiza y la competitividad de la industria suiza es superior a casi cualquier lugar en el mundo... ¿qué está pasando?... la moneda fuerte obliga al Gobierno a desregular la economía”. Otros ejemplos son los de Alemania y Japón.
Finalmente, el estatus de la balanza comercial no es un indicador relevante para determinar el bienestar de los ciudadanos de un país. Algunas autoridades han celebrado esta semana que la balanza comercial ha vuelto a estar en “azul” sin percatarse de que esto pasa justo cuando el país atraviesa un segundo año decepcionante en cuanto al crecimiento económico y el empleo. No olvidemos tampoco que la última vez que la balanza comercial estuvo así de “bien” fue el “fenomenal” año 2000 y sin que existan salvaguardias. Así que tampoco procede el regodeo del Gobierno, dado que la balanza comercial se suele autocorregir con o sin intervenciones suyas que no hacen más que encarecer artificialmente el costo de consumir y producir en el país.

Ecuador: Desconociendo la realidad

Ecuador: Desconociendo la realidad

Por Gabriela Calderón de Burgos 
Recientemente el presidente dijo: “Colombia nos depreció la moneda. Perú nos depreció la moneda, y nosotros no pudimos responder”. Esto asume algo que simplemente no ocurre en la vida real. Los gobiernos de estos países, al igual que el de Ecuador si tuviese moneda propia, no tienen la capacidad de determinar un tipo de cambio real para su moneda.
Esto es así porque el mundo de hoy está de cierta forma “dolarizado”. Ronald McKinnon explicaba en su libro (2013) que el dólar se encuentra en un 85 a 90% de las transacciones interbancarias de tipo de cambio a nivel mundial, la mayoría de los gobiernos utilizan al dólar como reservas y la mayoría de las materias primas comercializadas a nivel internacional son facturadas en dólares.

Monday, August 1, 2016

Mensaje para Trump: El TLCAN ayuda a los estadounidenses

Mary Anastasia O'Grady explica que "Una guerra comercial perjudicaría al sector manufacturero de EE.UU. porque rompería la altamente integrada economía norteamericana. Los tres socios del TLCAN son competitivos a nivel global porque son capaces de distribuir capital para su uso óptimo en cualquier parte del continente".

Mary Anastasia O'Grady es editora de la columna de las Américas del Wall Street Journal.
La actividad manufacturera en EE.UU. creció en octubre a su ritmo más lento en más de dos años, según datos del Instituto de Gestión de Suministro dados a conocer la semana pasada (en inglés). Los analistas responsabilizan de ello a una economía global débil y a la fortaleza del dólar.
Sin el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN o NAFTA, por sus siglas en inglés), el sector manufacturero estaría en peor estado. Pero no se lo diga a Donald Trump. El precandidato republicano ha prometido que de ser elegido presidente hará que EE.UU. “sea de nuevo grandioso” con medidas como, entre otras, la anulación del pacto que se firmó en 1994.



Los discursos de campaña de Trump han proporcionado pocos detalles sobre la forma en la que intentará gobernar. Pero una promesa que ha repetido es la construcción de una “hermosa” muralla a lo largo de la frontera entre EE.UU. y México y obligar al vecino del sur a pagarla.
México no financiará de forma voluntaria ningún muro. Pero el precandidato dice que puede obligar al país a pagarlo al imponer nuevos aranceles en sus exportaciones hacia EE.UU. En otras palabras, Trump planea lanzar una guerra comercial con el vecino del sur.
Esta es una idea absurda y peligrosa. Empecemos con lo dolorosamente obvio: un arancel no es pagado por el exportador sino por el importador, que los transfiere a los consumidores. Así que el dinero para la muralla que Trump planea saldrá de los bolsillos de los trabajadores estadounidenses.
El precandidato puede pensar que los nuevos aranceles volverían los productos mexicanos demasiado costosos como para que los consumidores estadounidenses los compren, y así habrá logrado su meta de que México “pague”, aunque no haya nuevos ingresos.
Las empresas estadounidenses también resultarán perjudicadas, ya que se volverán menos competitivas sin el acceso a la producción mexicana. Y si México, que es el tercer socio comercial de EE.UU., responde con la imposición de sus propios aranceles, también sufrirán los exportadores estadounidenses.
Es difícil ver cómo beneficiaría esto a los estadounidenses. Según un reporte del mes pasado (en inglés) de la Cámara de Comercio de EE.UU., titulado "Nafta triunfante", el comercio anual de EE.UU. con Canadá y México se ubica ahora en US$1,3 billones, casi cuatro veces más que antes de la firma del acuerdo. Las exportaciones agrícolas hacia Canadá y México han subido 350%, y las exportaciones de servicios estadounidenses se han triplicado. Más de un tercio de las exportaciones de mercancías estadounidenses son compradas ahora por socios del TLCAN.
Una guerra comercial perjudicaría al sector manufacturero de EE.UU. porque rompería la altamente integrada economía norteamericana. Los tres socios del TLCAN son competitivos a nivel global porque son capaces de distribuir capital para su uso óptimo en cualquier parte del continente. México es el que cuenta con una mayor mano de obra de los tres, de modo que suele importar componentes, marcas, tecnología y sistemas de distribución desde EE.UU. y añade valor al suministrar la mano de obra necesaria para el ensamblaje.
Esto ha creado una red compleja de cadenas de suministro en una amplia gama de industrias incluyendo la aeroespacial, la automotriz, la de electrónicos, la de maquinaria y la de instrumentos de precisión. Estos eslabones cruzan América del Norte conforme las empresas buscan explotar ventajas comparativas. Un documento de investigación (en inglés) de septiembre de 2010 de la Agencia Nacional de Investigación Económica de EE.UU. encontró que 40% del contenido de las importaciones estadounidenses desde México es producido por trabajadores estadounidenses.
“En el altamente integrado sector automotor, es común que un auto ensamblado en la región de Los Grandes Lagos cruce la frontera entre EE.UU. y Canadá unas seis veces en el proceso de ensamblaje”, anota por su parte un reporte de la Cámara de Comercio. El resultado ha sido un sector automotor estadounidense más competitivo, como lo comprueba un alza de 89% en las exportaciones entre 2009 y 2014, “superando los dos millones de autos por primera vez en 2014”.
Las empresas estadounidense que usan partes y mano de obra de Canadá y México también se benefician de la relativa debilidad del peso y del dólar canadiense. El costo total de una exportación estadounidense que contiene valor agregado de los socios del TLCAN es más bajo, a corto plazo, que si el producto hubiera sido hecho completamente en EE.UU. Con el tiempo, los precios se ajustan, pero entre tanto, la fabricación en una mezcla de divisas alivia los efectos de la fortaleza del dólar estadounidense sobre las exportaciones del país. El acceso del continente a energía confiable y de bajo costo se suma a la potencia del motor norteamericano.
El plan de Trump también fracasa desde una perspectiva de seguridad. Los estados mexicanos que están comprometidos económicamente con sus vecinos del norte están creciendo más rápido que el resto del país. También están creando buenos empleados y elevando los estándares de vida, factores necesarios para frenar el flujo de inmigrantes mexicanos hacia el norte.
Puede que las empresas estadounidenses puedan acudir a las cadenas de suministros de Asia, aunque a un costo más alto. Pero a los estadounidenses no les puede interesar aislar a su vecino del sur y retrasar su progreso económico.
La agenda comercial de Trump es absurda e invitaría a una depresión. El precandidato es demasiado ignorante en economía para darse cuenta de eso o demasiado cínico como para que le importe.

Mensaje para Trump: El TLCAN ayuda a los estadounidenses

Mary Anastasia O'Grady explica que "Una guerra comercial perjudicaría al sector manufacturero de EE.UU. porque rompería la altamente integrada economía norteamericana. Los tres socios del TLCAN son competitivos a nivel global porque son capaces de distribuir capital para su uso óptimo en cualquier parte del continente".

Mary Anastasia O'Grady es editora de la columna de las Américas del Wall Street Journal.
La actividad manufacturera en EE.UU. creció en octubre a su ritmo más lento en más de dos años, según datos del Instituto de Gestión de Suministro dados a conocer la semana pasada (en inglés). Los analistas responsabilizan de ello a una economía global débil y a la fortaleza del dólar.
Sin el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN o NAFTA, por sus siglas en inglés), el sector manufacturero estaría en peor estado. Pero no se lo diga a Donald Trump. El precandidato republicano ha prometido que de ser elegido presidente hará que EE.UU. “sea de nuevo grandioso” con medidas como, entre otras, la anulación del pacto que se firmó en 1994.


Wednesday, July 20, 2016

¿Obama populista?

Al cierre de la reunión Cumbre de Líderes de América del Norte la semana pasada, en Ottawa, en la que los presidentes Peña Nieto y Obama junto con el premier canadiense resumían sus acuerdos sobre energía limpia y el TLCAN, una periodista canadiense le preguntó al presidente mexicano acerca de la comparación que ha hecho de Donald Trump con Hitler y Mussolini.

Algunas crónicas consignan que el presidente Obama tomó la palabra para tratar de rescatar a Peña Nieto del compromiso de opinar sobre un proceso electoral extranjero.

De todas maneras, Peña Nieto quiso responder. Argumentó que el populismo y el fascismo hitleriano se parecen en su demagogia y efecto devastador. Construyó su dicho lanzado duros adjetivos al populismo para concluir que “algunos dicen que (su demagogia) se parece a lo que en el pasado dos liderazgos también dijeron a sus sociedades: Hitler, Mussolini”.

Obama, él sí analítico, rechazó que el discurso de Trump –no lo mencionó por su nombre- sea populismo; acaso, dijo, es xenofobia y cinismo de quien nunca se ha preocupado de los trabajadores y ya encarrerado, el Presidente se autodefinió como populista sobre el argumento de que ha sido un político “a quien le importa la gente y quisiera poder asegurar que todos los niños estadounidenses tuvieran las mismas oportunidades”.

Esas preocupaciones hacen a un populista sólo a medias si no las traduce en políticas económicas, lo cual es muy difícil en esta época gobernada por las leyes del mercado, las cuales son implacables en castigar a quien las viola.

Y una forma de violentar al mercado son precisamente las políticas inspiradas en éticas o valores que anteponen las necesidades sociales a la eficiencia productiva y a la competitividad mercantil (los ejemplos van desde Echeverría en México hasta Hugo Chávez en Venezuela).

Es muy delgado el margen de éxito que permite la economía de mercado, en el que Obama no estuvo. Actualmente, el 21% de los niños estadounidenses viven en la pobreza, es decir 1 en cada 5; más de 31 millones de niños comen de la asistencia alimentaria.

Obama, el populista, se atuvo a las reglas de la economía para gobernar en medio de una crisis muy profunda, cuya lógica ha exigido mayor concentración de riqueza e ingresos.

En este espacio nos hemos referido al aumento de las utilidades de las corporaciones estadounidenses, que promediaron 9.3 por ciento anual de 2009 a 2014, los primeros cinco años del gobierno de Obama; el récord anterior era el 7.2%, que correspondía a los gobiernos de Lyndon B. Johnson y George Bush.

Conforme a la lógica del mercado que exige eficiencia y favorece a los más eficientes, y por falta del contrapeso del Estado, la tendencia al aumento de ganancias corporativas es similar en Europa y Japón. El Financial Times (5 de enero de 2016) argumenta que entre 1980 y 2013 los beneficios de las 28.000 principales empresas se elevaron del 7,6% a casi el 10% del producto mundial y que el jalón más fuerte es posterior a 2009.

Una definición más completa de un gobierno populista es la de aquel que pasa de las preocupaciones sociales a la implantación de políticas más allá de las asistencialistas, pero que contravienen las leyes del mercado sin medir la complejidad de sus condiciones y efectos.

Otra definición populismo se puede derivar de la experiencia del PRI: la apropiación simbólica del pueblo para gobernar en su nombre, por supuesto, sin el pueblo.

¿Obama populista?

Al cierre de la reunión Cumbre de Líderes de América del Norte la semana pasada, en Ottawa, en la que los presidentes Peña Nieto y Obama junto con el premier canadiense resumían sus acuerdos sobre energía limpia y el TLCAN, una periodista canadiense le preguntó al presidente mexicano acerca de la comparación que ha hecho de Donald Trump con Hitler y Mussolini.

Algunas crónicas consignan que el presidente Obama tomó la palabra para tratar de rescatar a Peña Nieto del compromiso de opinar sobre un proceso electoral extranjero.