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Tuesday, November 8, 2016

La latinoamericanización de EE.UU.

Ian Vásquez considera que el marcado deterioro de las instituciones estadounidenses está detrás del ascenso del populismo de Donald Trump.

Ian Vásquez es Director del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute.
La esposa de un ex presidente a la que rodean serios cuestionamientos éticos se enfrenta este martes en las reñidas elecciones presidenciales de EE.UU. a un candidato demagógico que promete volcar el ‘establishment’ podrido de Washington. Es una señal más de la latinoamericanización de la política estadounidense.
Quien más simboliza este fenómeno es el magnate Donald Trump, aspirante a la Casa Blanca por parte del Partido Republicano. Ha creado un culto de personalidad a raíz de sus afirmaciones de que todo está mal en EE.UU. y que solo él puede arreglar los grandes problemas del país, tal como declaró en la convención de su partido. Su estilo es de un populista autoritario. Propone cambios radicales sin ofrecer detalles. Es agresivo, intolerante e insultante hacia quienes difieren con él.



Es un nacionalista que favorece el proteccionismo y aborrece a los inmigrantes. Quiere revertir la política comercial internacional de EE.UU. Para Trump, el extranjero es el enemigo y se colude con la élite estadounidense, de la que la candidata Hillary Clinton es parte.
El hecho de que un 40% de estadounidenses esté apoyando a un ‘outsider’ como Trump dice mucho de la polarizada política estadounidense. Pero no es que Clinton sea muy querida. El nivel de rechazo de los dos candidatos es el más alto desde que se empezaron a hacer tales encuestas décadas atrás. La mayoría de los estadounidenses considera que ambos son deshonestos. Y la verdad es que Clinton ha sido por largo tiempo parte de ese ‘establishment’ que tantos estadounidenses ven con desdén por proteger cada vez más los intereses de grupos poderosos, entre ellos, la clase política.
Tal sentimiento se ve reflejado en el bajo nivel de confianza que los estadounidenses tienen en las instituciones de su país. Según la encuestadora Gallup, está en niveles históricamente bajos o cerca de estos. Solo un 35% de estadounidenses le tiene mucha confianza a la Corte Suprema, un 23% al sistema de justicia penal, alrededor del 20% a los periódicos y noticieros de televisión, un 18% a las grandes empresas, y tan solo 9% confía en el Congreso.
Ese declive es producto de una concentración de poder en Washington que se aceleró durante la presidencia de George W. Bush. Con el respaldo de un Congreso republicano, Bush incrementó el gasto público más que cualquier otro presidente en cuatro décadas.
Las guerras en Medio Oriente y contra el terrorismo llevaron a violaciones de privacidad y derechos civiles, muchos de las cuales siguen siendo vulnerados. La respuesta a la crisis financiera, primero por Bush y luego por Barack Obama, se ha visto como arbitraria, no muy eficaz y algo injusta, pues se ha usado dinero público para beneficiar a Wall Street y otros grupos políticamente conectados. La deuda pública se ha disparado y la gente se ha hartado del capitalismo de compadrazgo. Con razón que los índices internacionales de Estado de derecho muestran un deterioro marcado para EE.UU. desde principios de siglo.
Cuando se pierde la fe en las instituciones de un país, se alienta la esperanza en un hombre fuerte que pueda poner orden, ya que las reglas del juego no son de confiar. Así es cómo un Trump puede llegar a declarar que si fuera presidente encarcelaría a Clinton, deportaría a millones de inmigrantes, reduciría las libertades de la prensa, prohibiría la entrada de musulmanes al país, impondría impuestos altos a empresas particulares, investigaría a sus opositores —y aun así mantener un alto nivel de apoyo—. Y si no llega a ser elegido, será porque el sistema está amañado, según él. Son cosas propias de un caudillo latinoamericano.
Y tal como muchas campañas electorales en América Latina, la estadounidense hace rato carece del debate de ideas. En vez, los candidatos se acusan de mentirosos y el debate se enfoca en el escándalo del día. En estas elecciones, hasta hay un elemento de injerencia extranjera, pues hay mucha evidencia de que el Kremlin está tratando de influir a favor de Trump y en contra de las instituciones democráticas, especialmente a través de intervenciones cibernéticas que ponen a Clinton en una mala luz.
Pase lo que pase el martes, será en buena parte resultado del deterioro de las instituciones estadounidenses.

La latinoamericanización de EE.UU.

Ian Vásquez considera que el marcado deterioro de las instituciones estadounidenses está detrás del ascenso del populismo de Donald Trump.

Ian Vásquez es Director del Centro para la Libertad y la Prosperidad Global del Cato Institute.
La esposa de un ex presidente a la que rodean serios cuestionamientos éticos se enfrenta este martes en las reñidas elecciones presidenciales de EE.UU. a un candidato demagógico que promete volcar el ‘establishment’ podrido de Washington. Es una señal más de la latinoamericanización de la política estadounidense.
Quien más simboliza este fenómeno es el magnate Donald Trump, aspirante a la Casa Blanca por parte del Partido Republicano. Ha creado un culto de personalidad a raíz de sus afirmaciones de que todo está mal en EE.UU. y que solo él puede arreglar los grandes problemas del país, tal como declaró en la convención de su partido. Su estilo es de un populista autoritario. Propone cambios radicales sin ofrecer detalles. Es agresivo, intolerante e insultante hacia quienes difieren con él.


Sunday, August 28, 2016

La función fundamental del Estado del Bienestar es el Bienestar Corporativo

La función fundamental del Estado del Bienestar es el Bienestar Corporativo

Por Kevin Carson
Gracias a un amigo de Twitter, acabo de encontrarme con unos comentarios del año 2005 de Lee Scott, CEO de Walmart, pidiéndole al congreso que aprobara un aumento del sueldo mínimo:
“El sueldo mínimo de 5,15 dólares en los Estados Unidos no ha subido en casi una década y creemos que está fuera de sintonía con los tiempos que vivimos. En Wal-Mart podemos ver directamente como muchos de nuestros clientes tienen dificultades para llegar a fin de mes. Nuestros clientes simplemente no tienen el dinero para comprar artículos de primera necesidad”.
A primera vista estos comentarios parecen sumamente extraños, pues la fuente es el máximo ejecutivo de una empresa que, tal como usted sabrá si ha seguido las noticias durante el Viernes Negro, se caracteriza por mantener los sueldos de sus trabajadores tan bajos como sea humanamente posible.


Pero si lo piensa bien, en realidad no existe contradicción alguna. Existe un fundamental dilema del priosionero en el corazón mismo del capitalismo. A las grandes corporaciones les interesa garantizar colectivamente un nivel suficientemente alto de poder adquisitivo que permita que los camiones se sigan moviendo y que los inventarios sigan rotando.
Dicho de otra manera, el interés de un empleador individual es pagar solo lo necesario para mantener a los empleados en un nivel de subsistencia mientras trabajan, sin excedente suficiente para cubrir perídos de enfermedad o desempleo. Pero el interés colectivo de todos los empleadores es que se pague lo suficiente a los trabajadores para cubrir el costo de reproducción de la fuerza de trabajo.
El propósito fundamental del estado capitalista es resolver estos dilemas del prisionero. Cuando el estado impone un sueldo mínimo suficienemente alto para facilitar la reproducción de la fuerza de trabajo (aunque este no sea el objetivo explícito fuera del modelo socialdemócrata europeo), los costos recaen igualitariamente sobre todos los empleadores de una industria determinada. Y al contrario del caso de un cártel privado y voluntario, ningún empleador puede violar el acuerdo con sus competidores para obtener una ventaja cortoplacista. De esta manera, el financiamento del costo de reproducción de la fuerza de trabajo deja de ser un motivo de competencia de costos entre empleadores; se conveirte en un costo colectivo de la industria entera que puede ser pasado completamente a los consumidores como un recargo vía precios administrados.
Marx tuvo mucho que decir sobre este fenómeno, ilustrado por el Acta de las Diez Horas de Trabajo en Gran Bretaña (El Capital, vol. 1, cap. 10).
“Estas actas limitan la pasión del capital por un drenaje ilimitado de la fuerza de trabajo, limitando forzosamente la duración del día de trabajo a travez de regulaciones estatales, hechas por un estado regido por capitalista y latifundista. … La limitación impuesta sobre la mano de obra de las fábricas se debió a la misma necesidad que exparció el guano sobre los campos ingleses. El mismo entusiasmo ciego por el saqueo que en un caso drenó los suelos, en el otro arrancó de raíz la fuerza vital de la nación”.
Marx argumentaba que este interés común en prevenir “el drenaje de los suelos” era lo que explicaba el apoyo que muchos capitalistas (como por ejemplo el empleador Josiah Wedgwood) dieron al Acta de las Diez Horas.
El estado funciona de manera polifacética como el comité ejecutivo de la clase económica regente, llevando a cabo muchas funciones que a sus miembros no les interesa llevar a cabo individualmente.
Los salarios mínimos, la negociación colectiva y los esquemas de cobertura médica universal pueden ser percibidas individualmente por los capitalistas como restricciones o imposiciones. Pero en general son apoyadas por los capitalistas más iluminados, especialmente por aquellos en las industrias que más se benefician de estas medidas. Considérese, por ejemplo, el rol de Gerard Swope, CEO de General Electric, en la coalición empresarial que respaldó al New Deal.
El salario mínimo aumenta el poder adquisitivo agregado de la clase trabajadora, y ayuda a los empleadores a asegurarse una fuente confiable de fuerza de trabajo de manera sostenible. El estado del bienestar impide que el desempleo, el hambre y la damnificación lleguen a niveles políticamente desestabilizadores que derrumbarían al capitalismo desde abajo. La cobertura médica universal bajo el modelo británico o el canadiense externaliza los costos laborales que de otro modo serían sufragados por los empleadores (como se hace en países como Estados Unidos), que proveen seguro de salud como beneficio a sus empleados.
Cada vez que usted oiga retórica de ama de casa acerca de “nuestras familias trabajadoras”, o declaraciones auto-congratulatorias como “a los demócratas le importa”, trate de ir más allá de lo que dice la voz y échele un vistazo a lo que hacen las manos. En un mercado liberado (sin el estado para velar por los intereses de los capitalistas) el capitalismo corporativo se marchitaría como un caracol de jardín al que se le echa sal en la espalda. El estado trabaja para los capitalistas. No trabaja para usted.

La función fundamental del Estado del Bienestar es el Bienestar Corporativo

La función fundamental del Estado del Bienestar es el Bienestar Corporativo

Por Kevin Carson
Gracias a un amigo de Twitter, acabo de encontrarme con unos comentarios del año 2005 de Lee Scott, CEO de Walmart, pidiéndole al congreso que aprobara un aumento del sueldo mínimo:
“El sueldo mínimo de 5,15 dólares en los Estados Unidos no ha subido en casi una década y creemos que está fuera de sintonía con los tiempos que vivimos. En Wal-Mart podemos ver directamente como muchos de nuestros clientes tienen dificultades para llegar a fin de mes. Nuestros clientes simplemente no tienen el dinero para comprar artículos de primera necesidad”.
A primera vista estos comentarios parecen sumamente extraños, pues la fuente es el máximo ejecutivo de una empresa que, tal como usted sabrá si ha seguido las noticias durante el Viernes Negro, se caracteriza por mantener los sueldos de sus trabajadores tan bajos como sea humanamente posible.