A finales de 2014, la Administración Obama anunciaba el "deshielo" de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba. El presidente demócrata se mostraba confiado en que esta decisión era necesaria para que las cosas empezasen a cambiar en Cuba. Doce meses despuñes, el Washington Post ha denunciado que, más allá de grandes anuncios diplomáticos, todo sigue igual en Cuba. "La isla recibe muchas visitas de líderes políticos, periodistas, famosos... pero el cambio real en la vida de los cubanos es casi inexistente".
Cierto es que se han cerrado algunos acuerdos comerciales con países como la propia España. Sin embargo, Cuba sigue siendo "una economía cerrada y controlada por un partido único", por lo que empieza a detectarse cierta "frustración" entre quienes pensaban que las cosas van a cambiar.
Creciente éxodo a EEUU
De hecho, 2015 ha sido un año de récord en lo tocante al número de cubanos que ha viajado a Estados Unidos. En total, se estima que más de 43.000 residentes de la isla entraron en suelo norteamericano a lo largo del presente ejercicio. A esto se sumarían los 20.000 que recibieron permisos legales o los 4.500 que fueron rescatados en el mar por la Guardia Costera. Por tanto, la suma total de cubanos que ha abandonado la isla en 2015 para instalarse en EEUU asciende a 70.000, muy por encima de los niveles observados en las últimas décadas.
A finales de 2014, la
Administración Obama anunciaba el "deshielo" de las relaciones entre
Estados Unidos y Cuba. El presidente demócrata se mostraba confiado en
que esta decisión era necesaria para que las cosas empezasen a cambiar
en Cuba.
Doce meses despuñes, el Washington Post ha denunciado
que, más allá de grandes anuncios diplomáticos, todo sigue igual en
Cuba. "La isla recibe muchas visitas de líderes políticos, periodistas,
famosos... pero el cambio real en la vida de los cubanos es casi inexistente".
Al visitar la Acrópolis de Atenas esta semana, Barack Obama convergió en un ícono de la antigüedad, quizá un lugar ideal para plantearse la pregunta de todo presidente que acaba su mandato: ¿cómo pasará él mismo a la historia?
Obama tiene varios motivos para interrogarse sobre el modo en que su gobierno será recordado, más allá del hecho de ser el primer presidente negro de Estados Unidos.
El triunfo de Donald Trump en las elecciones de este mes coloca Obama en la incómoda perspectiva de pasarle el mando en enero a un sucesor que amenaza varios aspectos de su legado, en política doméstica y exterior.
Pero el propio balance de los casi ocho años de gobierno de Obama ofrece claroscuros en temas de economía, derechos humanos, inmigración o salud, incluso contrastando con sus promesas antes de asumir en enero de 2009.
A continuación, algunas cifras que pueden ofrecer pistas sobre la huella que dejará en su país y en el mundo Obama:
4,9%
Es la tasa de desempleo en EE.UU. a octubre, de acuerdo al Buró de Estadísticas Laborales, perteneciente al gobierno.
Es menos que el promedio mensual de 5,5% de desempleo que hay desde 1948 en el país.
También son 2,9 puntos porcentuales por debajo del nivel que había cuando Obama asumió en enero de 2009 y 5,1 puntos menos que el máximo desempleo registrado en su gobierno, hace siete años.
Esto ocurre tras 73 meses de crecimiento continuo del mercado laboral y luego de la feroz recesión que Obama heredó del gobierno de George W. Bush.
"Estamos saliendo de un pozo muy profundo y viendo los números en sí mismos, se agregaron trabajos", dice Sam Bullard, economista principal de Wells Fargo Securities en Charlotte.
"Dicho eso, el calibre de trabajos agregados no tiene el impacto de períodos expansivos previos, ya que muchos trabajos creados son más en servicios y de tiempo parcial", señala Bullard a BBC Mundo.
10,9 millones
Son los puestos de empleo creados en EE.UU. desde que Obama asumió, según el Buró de Estadísticas Laborales.
Antes de las elecciones, Obama presentó esto como un logro de su gestión.
Pero amplió la cifra, al decir que se crearon 15 millones de trabajos: lo hizo comparando con el punto más bajo de empleos de su gestión, en febrero de 2010, en vez de contrastar con enero de 2009, cuando EE.UU. tenía 134.053 millones de empleos.
En octubre la cantidad creció a 144.952 millones según las cifras oficiales parciales.
43,1 millones
Es el número de personas pobres que había en EE.UU. hasta el año pasado, de los cuales cerca de 14 millones eran menores de edad, según informó la oficina del Censo en septiembre.
La cifra total significó una mejora respecto a 2014, cuando había 3,5 millones más de pobres en el país, pero también fue 3,3 millones superior a la de 2008.
En aquel año previo al inicio del gobierno de Obama, 13,2% de la población estadounidense vivía por debajo de la línea de pobreza. En 2015 esa tasa fue levemente superior: 13,5%.
16,5 millones
Es lo que se redujo la cantidad de personas sin seguro de salud en EE.UU. entre 2008 y el primer trimestre de este año, según encuestas del Centro Nacional para Estadísticas de Salud.
Ese cambio es atribuido en gran medida al programa de salud popularmente denominado "Obamacare", que impulsó el presidente y entró en vigor en 2013 en medio de críticas conservadoras.
Pese al aumento de la cobertura, se estima que 27,3 millones de personas en EE.UU. aún carecían de seguro sanitario a comienzos de este año, lo que supone 8,6% de la población.
2,5 millones
Es la cantidad de inmigrantes deportados por el gobierno de Obama entre 2009 y 2015 con base en órdenes de remoción, según datos del Departamento de Seguridad Nacional.
Las mismas cifras oficiales muestran que ningún otro presidente en la historia de EE.UU. expulsó tantas personas como Obama, que fue llamado "Deportador en Jefe" por líderes de la comunidad latina..
La estrategia al comienzo de su gobierno fue concentrarse en inmigrantes con antecedentes penales, explica Randy Capps, experto del Migration Policy Institute, un centro de análisis independiente en Washington.
"Pero a mediados de su administración, comenzó a estrechar esas prioridades", dice Capps a BBC Mundo. "Y luego de 2012 esos números comienzan a caer de nuevo".
Se estima que en EE.UU. viven cerca de 11 millones de inmigrantes indocumentados, una cantidad se ha reducido entre 5% y 10% durante el gobierno de Obama.
Entre 64 y 116
Es el número de civiles que murieron por ataques aéreos autorizados por el gobierno de Obama fuera de zonas de guerra entre 2009 y 2015, según datos oficiales divulgados en julio.
Sin embargo, analistas y grupos independientes calculan que ese número de víctimas mortales -buena parte de ellos atacados con aviones no tripulados, o drones- es bastante mayor, aproximándose al medio millar.
Las cifras oficiales indican además que entre 2.372 y 2.581 "combatientes" murieron por los 473 ataques conducidos por la CIA y militares en países donde EE.UU. no está en guerra, como Pakistán o Somalia.
Obama aumentó considerablemente el uso secreto de drones respecto al gobierno de Bush, inquietando a organizaciones defensoras de derechos humanos.
"Estamos preocupados no solo por los drones (que) no son ilegales per se: la cuestión es cuáles son las reglas para su uso", dice Hina Shamsi, directora del Programa de seguridad nacional para la American Civil Liberties Union (ACLU).
En diálogo con BBC Mundo, Shamsi sostiene que "es difícil darle crédito" a las cifras de muertes manejadas por el gobierno de Obama, debido a la falta de detalles con que fueron divulgadas.
60
Es la cantidad de detenidos que continúan en la prisión militar estadounidense de Guantánamo, en Cuba.
Eso ocurre pese a que Obama anunció que en el primer año de su gobierno cerraría esa polémica cárcel -que llegó a tener casi 780 reclusos en el gobierno de Bush, por sospechas de extremismo islámico- y a que diferentes agencias han recomendado el traslado de 20 de los restantes si se cumplen condiciones de seguridad.
El presidente ha logrado reducir en tres cuartos la cantidad de presos de Guantánamo, pero encontró obstáculos dentro de EE.UU. para lograr el cierre de la prisión y opciones muy limitadas de países dispuestos a recibir los presos.
Hina Shamsi, de ACLU, cree que Obama "todavía tiene tiempo" para cambiar la situación, pero que es inquietante que aún haya presos en situación cuestionable.
"Preocupa que la administración de Obama continúe declarando su autoridad para detener gente indefinidamente, en situaciones que no creemos que sean consistentes con el derecho doméstico e internacional", advierte.
28%
Es lo que aumentaron las exportaciones de bienes y servicios de EE.UU. desde que Obama asumió la presidencia hasta el segundo trimestre de este año, según el Buró de Análisis Económico.
Se trata de una recuperación importante, que ha permitido reducir el déficit comercial del país prácticamente en los mismos niveles.
Pero lo logrado está lejos de la promesa de Obama de duplicar las exportaciones durante su gobierno.
19,9 billones
Es el monto actual en dólares de la deuda pública de EE.UU., que aumentó 87% bajo el gobierno de Obama, según cifras oficiales.
Eso significa que la deuda pública estadounidense supera el 100% del PIB del país, con el público e instituciones domésticas como principales acreedores y China como mayor tenedor extranjero.
A su vez, el déficit presupuestario de EE.UU. llegó a 587.400 millones o 3,2% del PIB en el año fiscal 2016 cerrado a fin de septiembre.
Esto acabó con la tendencia a la baja del déficit registrada durante el gobierno de Obama, que llegó a reducir en tres cuartos el nivel de rojo heredado del gobierno de Bush.
"La deuda y el déficit han sido un tema por un tiempo, no sólo durante el gobierno de Obama", señala dice Sam Bullard, de Wells Fargo Securities.
"Y va a seguir siendo un tema prioritario", sostiene, "dado que no estamos creciendo de forma tan fuerte como lo hacíamos en el pasado".
Al visitar la Acrópolis de Atenas esta semana, Barack Obama convergió en un ícono de la antigüedad, quizá un lugar ideal para plantearse la pregunta de todo presidente que acaba su mandato: ¿cómo pasará él mismo a la historia?
Obama tiene varios motivos para interrogarse sobre el modo en que su gobierno será recordado, más allá del hecho de ser el primer presidente negro de Estados Unidos.
El triunfo de Donald Trump en las elecciones de este mes coloca Obama en la incómoda perspectiva de pasarle el mando en enero a un sucesor que amenaza varios aspectos de su legado, en política doméstica y exterior.
Hillary Clinton y Donald Trump están en un empate estadístico en Florida, donde los 29 votos electorales del estado serán decisivos en las elecciones presidenciales de Estados Unidos el martes. Una sorpresa para los demócratas es que la decisión del presidente Barack Obama en diciembre de 2014 de liberalizar la política estadounidense hacia Cuba no está ayudando a su candidata como lo esperaba la Casa Blanca. En lugar de eso, se ha vuelto un problema.
El presidente estadounidense y los demócratas apostaron en grande a la hipótesis de que el enfoque tradicional de línea dura para tratar con el régimen castrista, que impulsó la diáspora cubana de las décadas de los 60, 70 y 80, había pasado de moda. Una nueva generación de cubano-estadounidenses, ya sean nacidos en o recién llegados al país norteamericano, estaban a favor de tener vínculos económicos y políticos con el régimen.
Al promocionar la liberalización de los viajes a la isla como una oportunidad para que los inversionistas aprovecharan el cambio en Cuba, el gobierno de EE.UU. también esperaba despertar entusiasmo en Miami frente con su actitud más gentil y dócil hacia la dictadura militar comunista. Se suponía que la distensión de Obama frente a Cuba iba a ser un triunfo político.
Apenas 23 meses después, esa teoría está siendo sometida a prueba.
Los cubano-estadounidenses que inicialmente apoyaron la decisión de Obama están cada vez más desilusionados con una estrategia de gobierno que ayuda a los Castro pero excluye al pueblo cubano. Esto podría afectar la participación entre los votantes de centro izquierda a quienes les preocupan los derechos humanos.
La política de Obama parece también estar vigorizando a una mayor cantidad de cubano-estadounidenses conservadores e independientes a apoyar al candidato republicano. Un sondeo realizado de New York Times Upshot/Siena College dado a conocer el 30 de octubre tenía al empresario neoyorquino superando a Clinton 52% a 42% entre este grupo demográfico. Algunos lo interpretan como el resultado de un reciente esfuerzo de Trump en el sur de Florida de presentarse como el defensor de los exiliados cubanos. Pero es más probable que sea un alza del voto de protesta.
El embargo comercial de EE.UU., que data de 1962, fue convertido en ley en 1996. Levantarlo requiere la aprobación del Congreso. Pero Obama ha normalizado las relaciones con La Habana, un paso que apunta a legitimar un gobierno mafioso. El mandatario también usó una orden ejecutiva para liberalizar los viajes de estadounidenses a Cuba y le ha otorgado licencias a algunos hoteles de EE.UU. para que operen en la isla.
La explicación pública del gobierno de Obama para el cambio es que el acercamiento económico con Cuba acelerará la caída de la dictadura.
Una lectura menos benévola de las intenciones de Obama sugiere que el presidente mantiene simpatías ideológicas hacia la Revolución Cubana y que cree que los Castro trataran a los cubanos de forma humana solo si EE.UU. muestra tolerancia hacia el totalitarismo tropical.
Independientemente de la narrativa que usted prefiera, el presidente estadounidense hizo un muy mal cálculo, algo que incluso sus seguidores han notado.
La columnista cubana Fabiola Santiago, quien dijo que alguna vez apoyó la política de acercamiento del presidente con el fin de mejorar las vidas de los cubanos, captó la desilusión en una columna del 1 de julio en el Miami Herald. Santiago se mostró particularmente furiosa con la apertura del hotel Four Points Sheraton Havana que “le presta servicios a usted, viajero norteamericano, de la mano de las mismas personas que reprimen a los cubanos”.
La columnista explicó que la apertura de Obama fue promocionada como un camino que permitiría a las compañías estadounidenses formar empresas conjuntas con emprendedores cubanos. En lugar de ello, escribió en referencia a Starwood Hotels and Resorts Worldwide, la matriz de Sheraton, “el gigante hotelero estadounidense firmó un acuerdo con las fuerzas armadas cubanas, propietarias del hotel”. Como ella misma observa, eso no cambia nada: “Sólo estamos pasando de que los hermanos Castro se enriquezcan mediante un gobierno totalitario, a que las represoras fuerzas armadas hagan exactamente lo mismo”.
Santiago citó una opinión similar de Richard Blanco, el poeta cubano-estadounidense que fue invitado a declamar durante la reapertura de la embajada estadounidense en La Habana en agosto de 2015. “¿Cómo se concretará [la meta de llevar prosperidad al pueblo cubano] si básicamente están haciendo lo que han hecho otros inversionistas extranjeros, es decir, firmar un acuerdo con el gobierno que deja a los cubanos comunes y corrientes en la misma situación? ¿De qué forma es esto mejor? ¿Simplemente porque es EE.UU.?
Si así es como los seguidores están evaluando el proyecto cubano de Obama, no cuesta imaginar a los cubano-estadounidenses que estaban en compás de espera o que se habían opuesto a la apertura, usando las elecciones como una oportunidad para votar en contra con el fin de ayudar a sus hermanos cubanos. Clinton se ha convertido en un blanco al prometer mantener la política hacia la isla.
La economía cubana está hecha pedazos y el régimen se está echando para atrás en sus promesas de reforma. Los grupos de derechos humanos dicen que las golpizas y los arrestos de los disidentes han aumentado desde que EE.UU. extendió la rama de olivo. De todas formas, Obama sigue haciendo concesiones a los Castro, como lo hizo el 14 de octubre cuando autorizó nuevas relajaciones de las sanciones.
Más allá de quien gane en las elecciones del martes, el próximo presidente estadounidense tendrá que arreglar este lío cubano. Los cubano-estadounidenses decentes de los dos partidos quieren respuestas.
Hillary Clinton y Donald Trump
están en un empate estadístico en Florida, donde los 29 votos
electorales del estado serán decisivos en las elecciones presidenciales
de Estados Unidos el martes. Una sorpresa para los demócratas es que la
decisión del presidente Barack Obama
en diciembre de 2014 de liberalizar la política estadounidense hacia
Cuba no está ayudando a su candidata como lo esperaba la Casa Blanca. En
lugar de eso, se ha vuelto un problema.
El presidente estadounidense y los
demócratas apostaron en grande a la hipótesis de que el enfoque
tradicional de línea dura para tratar con el régimen castrista, que
impulsó la diáspora cubana de las décadas de los 60, 70 y 80, había
pasado de moda. Una nueva generación de cubano-estadounidenses, ya sean
nacidos en o recién llegados al país norteamericano, estaban a favor de
tener vínculos económicos y políticos con el régimen.
Estos días, la pregunta acuciante es: ¿Hillary o Trump? Más allá de las elecciones de noviembre, y de las quinielas, conviene recordar los desafíos con los que quienquiera que vaya a ocupar el Despacho Oval tendrá que lidiar en un Medio Oriente sumido en el caos, presa del juego geopolítico, la barbarie yihadista del Estado Islámico y Al Qaeda, la total disfunción de Estados como Siria, Irak o el Líbano, y del nuevo poder regional: Irán. Para ello, debemos analizar cuál ha sido el legado regional de estos ocho años de Barack Obama. Muchas de las razones de la deriva de la región se remontan a antes de los dos mandatos de Obama, es verdad. Sin embargo, la política en muchos sentidos revolucionaria del actual presidente en Medio Oriente no ha traído buenos resultados. La estrategia de Obama ha consistido básicamente en una retirada progresiva y a trompicones de Medio Oriente y, por tanto, en abandonar la región a su suerte. Mark Lynch resumió en Foreign Affairs la percepción de la política mesoriental de Obama:
Su administración ha fallado consistentemente a la hora de cumplir las promesas formuladas en sus inspiracionales discursos [en alusión al que pronunció en la Universidad de El Cairo en 2009].
Ciertamente, su famoso discurso de El Cairo supuso sólo palabras y buenas intenciones. El acercamiento al mundo árabe y al mundo islámico planteado por Obama ha sido un total despropósito, y es también el origen narrativo de sus errores en Medio Oriente.
Siria, Irán y el conflicto entre israelíes y palestinos
Dos años después del discurso de marras estalló la Primavera Árabe. EEUU no la vio venir, falló en la prevención y sobre todo carecía de un plan de contingencia. Los resultados saltan a la vista para cualquiera que vea el telediario. Antes de la Primavera Árabe, Medio Oriente no era precisamente un paraíso; ahora es una región signada por la violencia, los enfrentamientos sectarios, la persecución de los cristianos y el desmantelamiento de los Estados que las potencias europeas dibujaron en el acuerdo de Sykes-Picot. Los habitantes de Medio Oriente –con la excepción de, como siempre, Israel– no son más libres ni están más seguros. Obama no dedicó esfuerzos suficientes a promocionar la democracia y la libertad con los nuevos aires de cambio, intentando siempre no parecerse al dirigismo de los neocons de Bush. El ejemplo paradigmático de la mala gestión que la Administración Obama ha hecho de la Primavera Árabe lo encontramos en Siria. Hisham Melhem, corresponsal de Al Arabiya en Washington, se muestra claro: el legado de Obama en Medio Oriente está definido porel desastre de Siria. No atacar cuando Asad usó armas químicas e intervenir en el conflicto ayudando y armando a grupos de la oposición ha derivado en un sonado fracaso. Ha sido Putin el que ha hecho retroceder al ISIS en Siria y reforzado al régimen de Asad. Y es Putin el que está erigiendo a Rusia en el nuevo patrón externo de Medio Oriente: además de su ayuda a los regímenes de Siria e Irán, tiene la intención de retomar las conversaciones de paz entre israelíes y palestinos. En Irak, la estrategia ha sido aún peor que en Siria. Es lógico que Obama quisiera poner fin a la posguerra iraquí, ya que fue una de sus banderas electorales. Lo que se alejó de toda estrategia sensata fue abandonar Irak cuando los iraquíes más necesitaban a los americanos; y éstos tuvieron que volver para combatir al peor enemigo posible: el ISIS. Su responsabilidad como presidente era enfrentar el problema que dejó la invasión de Irak y su mala gestión posterior, no abandonar el país a su suerte. EEUU tenía un deber para con los iraquíes y para con la estabilidad de la región, y el trabajo no debió dejarse a medio hacer porque, como siempre ocurre, sobre todo en geopolítica, los espacios vacíos o abandonados son ocupados por otros actores. Ahora Bagdad no hace caso a Washington, sino a Teherán. Y hablando del diablo: el acuerdo nuclear con Irán ha sido vendido como el gran éxito de la diplomacia de Obama. No obstante, no sólo supone el control y la limitación del uso de energía nuclear por parte de Irán durante los próximo quince años, sino que también significa volver a abrir el mercado iraní al mundo, descongelar los activos multimillonarios de Teherán y perpetuar el régimen teocrático, sin haber pretendido detener sus actividades nocivas, entre ellas, la financiación del terrorismo, las violaciones sistemáticas de los derechos humanos o la implicación en los conflictos regionales. Tal como dice Clifford May, la administración Obama ha hecho una mala apuesta en Medio Oriente al confiar en que Irán cambiaría su comportamiento tras el acuerdo; pero es también una mala apuesta porque Obama ha dejado la región a una suerte de equilibrio de fuerzas entre suníes y chiíes, es decir, entre Arabia Saudita e Irán. Al juego del equilibrio de fuerzas para lograr la estabilidad se han apuntado muchos presidentes norteamericanos, es cierto; pero en Medio Oriente el gatillo se aprieta con demasiada facilidad, y los nuevos actores no estatales no son sátrapas corruptos que atiendan a razones lógicas, sino líderes fanáticos y asesinos que buscan consolidar su poder mediante la guerra y el terror. El equilibrio de fuerzas, pues, puede llevar a una guerra regional de consecuencias apocalípticas. Otro de sus grandes fracasos, quizás el más palpable, es el proceso de paz entre israelíes y palestinos. Los resultados de las iniciativas de Obama y su administración brillan por su total ausencia. Obama no ha logrado ningún avance hacia la paz, pese al inagotable esfuerzo de su secretario de Estado, John Kerry, en el año 2014. Según Paul Scham, del Middle East Institute, un acuerdo de paz está hoy más lejos que hace 20 años. Los palestinos, por su parte, siguen divididos –a falta de una Palestina, hay dos, enfrentadas y alejadas de la convivencia con Israel–; y con respecto a la especial relación con Israel, “más allá de la política e irrompible”, de acuerdo con las palabras del mismísimo Obama, está en uno de sus momentos más enrarecidos: mientras la cooperación militar y tecnológica continúa y aumenta, los puentes de diálogo entre Jerusalén y Washington están deteriorados. Ejercer toda la presión sobre Israel en las conversaciones de paz, desoír las preocupaciones israelíes en las negociaciones con Irán y amenazar con una resolución condenatoria en el Consejo de Seguridad han dejado al Estado judío en una posición aislada y marginada que ha hecho a sus líderes mirar hacia otro lado en busca de socios estables y confiables.
Bin Laden, drones, petróleo
No todo han sido errores y malos resultados en la política de Obama en Medio Oriente. Su administración impulsó la búsqueda de Bin Laden, lo encontró y lo eliminó, al mismo tiempo que centró los esfuerzos en hostigar a Al Qaeda. Otra de sus más exitosas, y a la vez discretas, políticas ha sido diezmar a Al Qaeda en Afganistán y Pakistán mediante ataques con drones. En febrero de 2015 los muertos fueron 2,364 (314 de ellos, civiles). Una estrategia efectiva pero que no ha sido muy aireada, principalmente porque son ejecuciones extrajudiciales llevadas a cabo por la CIA –que no está sujeta a las reglas de enfrentamiento del Ejército– y no encaja con el marketing del Yes We Can y con su discurso buenista. En lo que a seguridad energética se refiere, Obama ha promovido la reducción de la dependencia del petróleo potenciando el fracking y planeando la construcción del oleoducto Keystone XL con Canadá. Ésta es quizá la medida más sabia y largoplacista tomada por la administración Obama; por ello, sus resultados, seguramente beneficiosos, irán desplegándose a lo largo de los años venideros. En suma, las malas políticas de Obama en la región eclipsan a las buenas. Su legado en Medio Oriente es malo, porque lo deja claramente peor de como lo encontró.
Estos
días, la pregunta acuciante es: ¿Hillary o Trump? Más allá de las
elecciones de noviembre, y de las quinielas, conviene recordar los
desafíos con los que quienquiera que vaya a ocupar el Despacho Oval
tendrá que lidiar en un Medio Oriente sumido en el caos, presa del juego
geopolítico, la barbarie yihadista del Estado Islámico y Al Qaeda, la
total disfunción de Estados como Siria, Irak o el Líbano, y del nuevo
poder regional: Irán. Para ello, debemos analizar cuál ha sido el legado
regional de estos ocho años de Barack Obama.
Muchas de las razones de la deriva de la región se remontan a antes
de los dos mandatos de Obama, es verdad. Sin embargo, la política en
muchos sentidos revolucionaria del actual presidente en Medio Oriente no
ha traído buenos resultados. La estrategia de Obama ha consistido
básicamente en una retirada progresiva y a trompicones de Medio Oriente
y, por tanto, en abandonar la región a su suerte. Mark Lynch resumió en Foreign Affairs la percepción de la política mesoriental de Obama:
Estos días, la pregunta acuciante es: ¿Hillary o Trump? Más allá de las elecciones de noviembre, y de las quinielas, conviene recordar los desafíos con los que quienquiera que vaya a ocupar el Despacho Oval tendrá que lidiar en un Medio Oriente sumido en el caos, presa del juego geopolítico, la barbarie yihadista del Estado Islámico y Al Qaeda, la total disfunción de Estados como Siria, Irak o el Líbano, y del nuevo poder regional: Irán. Para ello, debemos analizar cuál ha sido el legado regional de estos ocho años de Barack Obama. Muchas de las razones de la deriva de la región se remontan a antes de los dos mandatos de Obama, es verdad. Sin embargo, la política en muchos sentidos revolucionaria del actual presidente en Medio Oriente no ha traído buenos resultados. La estrategia de Obama ha consistido básicamente en una retirada progresiva y a trompicones de Medio Oriente y, por tanto, en abandonar la región a su suerte. Mark Lynch resumió en Foreign Affairs la percepción de la política mesoriental de Obama:
Su administración ha fallado consistentemente a la hora de cumplir las promesas formuladas en sus inspiracionales discursos [en alusión al que pronunció en la Universidad de El Cairo en 2009].
Ciertamente, su famoso discurso de El Cairo supuso sólo palabras y buenas intenciones. El acercamiento al mundo árabe y al mundo islámico planteado por Obama ha sido un total despropósito, y es también el origen narrativo de sus errores en Medio Oriente.
Siria, Irán y el conflicto entre israelíes y palestinos
Dos años después del discurso de marras estalló la Primavera Árabe. EEUU no la vio venir, falló en la prevención y sobre todo carecía de un plan de contingencia. Los resultados saltan a la vista para cualquiera que vea el telediario. Antes de la Primavera Árabe, Medio Oriente no era precisamente un paraíso; ahora es una región signada por la violencia, los enfrentamientos sectarios, la persecución de los cristianos y el desmantelamiento de los Estados que las potencias europeas dibujaron en el acuerdo de Sykes-Picot. Los habitantes de Medio Oriente –con la excepción de, como siempre, Israel– no son más libres ni están más seguros. Obama no dedicó esfuerzos suficientes a promocionar la democracia y la libertad con los nuevos aires de cambio, intentando siempre no parecerse al dirigismo de los neocons de Bush. El ejemplo paradigmático de la mala gestión que la Administración Obama ha hecho de la Primavera Árabe lo encontramos en Siria. Hisham Melhem, corresponsal de Al Arabiya en Washington, se muestra claro: el legado de Obama en Medio Oriente está definido porel desastre de Siria. No atacar cuando Asad usó armas químicas e intervenir en el conflicto ayudando y armando a grupos de la oposición ha derivado en un sonado fracaso. Ha sido Putin el que ha hecho retroceder al ISIS en Siria y reforzado al régimen de Asad. Y es Putin el que está erigiendo a Rusia en el nuevo patrón externo de Medio Oriente: además de su ayuda a los regímenes de Siria e Irán, tiene la intención de retomar las conversaciones de paz entre israelíes y palestinos. En Irak, la estrategia ha sido aún peor que en Siria. Es lógico que Obama quisiera poner fin a la posguerra iraquí, ya que fue una de sus banderas electorales. Lo que se alejó de toda estrategia sensata fue abandonar Irak cuando los iraquíes más necesitaban a los americanos; y éstos tuvieron que volver para combatir al peor enemigo posible: el ISIS. Su responsabilidad como presidente era enfrentar el problema que dejó la invasión de Irak y su mala gestión posterior, no abandonar el país a su suerte. EEUU tenía un deber para con los iraquíes y para con la estabilidad de la región, y el trabajo no debió dejarse a medio hacer porque, como siempre ocurre, sobre todo en geopolítica, los espacios vacíos o abandonados son ocupados por otros actores. Ahora Bagdad no hace caso a Washington, sino a Teherán. Y hablando del diablo: el acuerdo nuclear con Irán ha sido vendido como el gran éxito de la diplomacia de Obama. No obstante, no sólo supone el control y la limitación del uso de energía nuclear por parte de Irán durante los próximo quince años, sino que también significa volver a abrir el mercado iraní al mundo, descongelar los activos multimillonarios de Teherán y perpetuar el régimen teocrático, sin haber pretendido detener sus actividades nocivas, entre ellas, la financiación del terrorismo, las violaciones sistemáticas de los derechos humanos o la implicación en los conflictos regionales. Tal como dice Clifford May, la administración Obama ha hecho una mala apuesta en Medio Oriente al confiar en que Irán cambiaría su comportamiento tras el acuerdo; pero es también una mala apuesta porque Obama ha dejado la región a una suerte de equilibrio de fuerzas entre suníes y chiíes, es decir, entre Arabia Saudita e Irán. Al juego del equilibrio de fuerzas para lograr la estabilidad se han apuntado muchos presidentes norteamericanos, es cierto; pero en Medio Oriente el gatillo se aprieta con demasiada facilidad, y los nuevos actores no estatales no son sátrapas corruptos que atiendan a razones lógicas, sino líderes fanáticos y asesinos que buscan consolidar su poder mediante la guerra y el terror. El equilibrio de fuerzas, pues, puede llevar a una guerra regional de consecuencias apocalípticas. Otro de sus grandes fracasos, quizás el más palpable, es el proceso de paz entre israelíes y palestinos. Los resultados de las iniciativas de Obama y su administración brillan por su total ausencia. Obama no ha logrado ningún avance hacia la paz, pese al inagotable esfuerzo de su secretario de Estado, John Kerry, en el año 2014. Según Paul Scham, del Middle East Institute, un acuerdo de paz está hoy más lejos que hace 20 años. Los palestinos, por su parte, siguen divididos –a falta de una Palestina, hay dos, enfrentadas y alejadas de la convivencia con Israel–; y con respecto a la especial relación con Israel, “más allá de la política e irrompible”, de acuerdo con las palabras del mismísimo Obama, está en uno de sus momentos más enrarecidos: mientras la cooperación militar y tecnológica continúa y aumenta, los puentes de diálogo entre Jerusalén y Washington están deteriorados. Ejercer toda la presión sobre Israel en las conversaciones de paz, desoír las preocupaciones israelíes en las negociaciones con Irán y amenazar con una resolución condenatoria en el Consejo de Seguridad han dejado al Estado judío en una posición aislada y marginada que ha hecho a sus líderes mirar hacia otro lado en busca de socios estables y confiables.
Bin Laden, drones, petróleo
No todo han sido errores y malos resultados en la política de Obama en Medio Oriente. Su administración impulsó la búsqueda de Bin Laden, lo encontró y lo eliminó, al mismo tiempo que centró los esfuerzos en hostigar a Al Qaeda. Otra de sus más exitosas, y a la vez discretas, políticas ha sido diezmar a Al Qaeda en Afganistán y Pakistán mediante ataques con drones. En febrero de 2015 los muertos fueron 2,364 (314 de ellos, civiles). Una estrategia efectiva pero que no ha sido muy aireada, principalmente porque son ejecuciones extrajudiciales llevadas a cabo por la CIA –que no está sujeta a las reglas de enfrentamiento del Ejército– y no encaja con el marketing del Yes We Can y con su discurso buenista. En lo que a seguridad energética se refiere, Obama ha promovido la reducción de la dependencia del petróleo potenciando el fracking y planeando la construcción del oleoducto Keystone XL con Canadá. Ésta es quizá la medida más sabia y largoplacista tomada por la administración Obama; por ello, sus resultados, seguramente beneficiosos, irán desplegándose a lo largo de los años venideros. En suma, las malas políticas de Obama en la región eclipsan a las buenas. Su legado en Medio Oriente es malo, porque lo deja claramente peor de como lo encontró.
Estos
días, la pregunta acuciante es: ¿Hillary o Trump? Más allá de las
elecciones de noviembre, y de las quinielas, conviene recordar los
desafíos con los que quienquiera que vaya a ocupar el Despacho Oval
tendrá que lidiar en un Medio Oriente sumido en el caos, presa del juego
geopolítico, la barbarie yihadista del Estado Islámico y Al Qaeda, la
total disfunción de Estados como Siria, Irak o el Líbano, y del nuevo
poder regional: Irán. Para ello, debemos analizar cuál ha sido el legado
regional de estos ocho años de Barack Obama.
Muchas de las razones de la deriva de la región se remontan a antes
de los dos mandatos de Obama, es verdad. Sin embargo, la política en
muchos sentidos revolucionaria del actual presidente en Medio Oriente no
ha traído buenos resultados. La estrategia de Obama ha consistido
básicamente en una retirada progresiva y a trompicones de Medio Oriente
y, por tanto, en abandonar la región a su suerte. Mark Lynch resumió en Foreign Affairs la percepción de la política mesoriental de Obama:
La Casa Blanca recibe al presidente mexicano en un guiño a los electores hispanos. México busca convertirse en lobby en Estados Unidos y presionar a los actores políticos
México pesa en la campaña electoral estadounidense. En pleno apogeo de Donald Trump, cuando el xenófobo millonario acaba de tomar las riendas de la maquinaria electoral republicana y se apresta al combate final, Barack Obama ha decidido jugar sus cartas y abrir este viernes las puertas de la Casa Blanca al presidente mexicano, Enrique Peña Nieto. La reunión, de alto contenido simbólico, muestra el signo de la estrategia demócrata, volcada en capitalizar el voto antitrump, pero también la fuerza electoral que la población de origen mexicano ha ido cobrando y que Peña Nieto y su diplomacia pretenden transformar en un gigantesco grupo de presión.
Estados Unidos y México tienen una vida plena al margen de los improperios de Donald Trump. México es el segundo socio comercial de su vecino del norte y el primer destino de las exportaciones de California, Texas y Arizona, así como el segundo mercado para otros 20 estados. Cada minuto comercian por valor de un millón de dólares. Un flujo del que dependen seis millones de empleos estadounidenses. La fortaleza de este vínculo difícilmente puede ser cambiada. Pero si hay un elemento que lo amenaza son los proyectos de Trump. Sus propuestas de construir un muro, cercenar las remesas y proceder a expulsiones masivas no hacen sino ocultar un peligro mucho mayor: la ruptura entre dos países que más allá de abrazar 3.185 kilómetros de frontera común, ya comparten en gran medida un mismo futuro. Sólo entre emigrantes, hijos y nietos el factor mexicano suma 35 millones de habitantes en Estados Unidos (11% de la población). Frente a este hecho, el discurso de Trump ha tendido a jibarizar los lazos comunes y exacerbar las diferencias. Este uso de México como chivo expiatorio, su conversión en un vecino distante y maligno le ha dado frutos. Aupado por su explosiva verborrea, Trump ha arrasado en el campo republicano. Y aunque las encuestas todavía le son hostiles, ahora mismo es uno de los dos candidatos a presidir la nación más poderosa del planeta. El temor del Ejecutivo de Peña Nieto es que pueda vencer. Que el multimillonario xenófobo cumpla su sueño y hunda a México en la pesadilla del odio. En este horizonte, la posibilidad de que un error táctico pueda encumbrar al republicano genera vértigo en la Administración mexicana. Sus altos cargos consideran que un enfrentamiento directo no sólo puede beneficiarle, sino abrir una brecha incontrolable en la campaña de la demócrata Hillary Clinton. Por ello, aunque sin callar, han evitado el cuerpo a cuerpo y han mantenido un perfil bajo frente a la magnitud de las diatribas de Trump. Una postura que ha dolido en su propio país. "Ante Trump, el Gobierno decidió no hacer nada y su campaña de difundir lo importante que es México para Estados Unidos es pueril, eso ya se conoce. Lo que debe hacer es dirigirse al público neutral e indeciso y hacerles ver que las propuestas de Trump, como la del muro, son dañinas para ellos”, señala el intelectual y exsecretario de Relaciones Exteriores, Jorge G. Castañeda. “Trump nos ha insultado, golpeado y utilizado. Nos ha transformado en el enemigo externo que le sirve para posicionarse. Ha hecho uso de un antimexicanismo muy antiguo, que hereda los estereotipos contra España, su leyenda negra. La respuesta ha sido el silencio y la timidez. El Gobierno debería haber contestado presentando los hechos, haciendo ver que los Estados Unidos son corresponsables. Pero la respuesta ha sido el silencio y la timidez”, afirma Sergio Aguayo, profesor-investigador del Centro de Estudios Internacionales del Colegio de México. Estas críticas no han pasado inadvertidas en el Ejecutivo mexicano. La secretaria de Exteriores, Claudia Ruiz Massieu, ha admitido que la exacerbación de Trump puede devenir en hostilidades y que este escenario demanda una nueva estrategia. En busca de una plataforma más reactiva, se ha redibujado la estructura diplomática en Estados Unidos. El subsecretario para América del Norte, el embajador en Washington y la mitad de la red consular han sido cambiados. El giro pretende transformar la comunidad mexicana en un grupo de presión. Para ello la canciller ha empezado a visitar casi semanalmente Estados Unidos y ha iniciado una intensa ronda contactos con actores políticos de primer nivel, desde legisladores, gobernadores y alcaldes, a los que recuerda el peso económico y social del factor mexicano. También se ha cerrado una alianza estratégica con el poderoso Comité Judío, y los cónsules mexicanos acuden a esta lobby para aprender sus pautas de actuación. “Se trata de crear una diáspora y luego convertirla en un grupo de presión”, indica una fuente diplomática. En este juego, el nuevo embajador tiene un papel clave. Hombre de larga experiencia en los consulados, se le ha encomendado la tarea de activar la voz de los líderes mexicanos en Estados Unidos, aglutinar las comunidades y crear una consciencia social. “Queremos hacer valer el peso de México en la economía y en la sociedad; algo que lamentablemente aún no se ve con claridad”, añaden en Exteriores. El viaje de Peña Nieto a Washington, de apenas 24 horas, se inscribe en este esfuerzo. Aunque no se puede desligar del interés electoral del Partido Demócrata, a la Administración priísta le sirve para fortalecer su nueva política y diversificar su agenda bilateral con temas comerciales y sociales, dejando atrás la monocroma discusión sobre drogas. “Las relaciones entre México y Estados Unidos se habían deteriorado desde los años noventa, cuando entró en vigor el Tratado de Libre Comercio. Obama las retoma ahora y está dispuesto a profundizarlas. Es positivo que México regrese a la agenda estadounidense, aunque sea tarde y por motivos electorales. Ojala hubiese ocurrido antes”, señala el profesor Gabriel Cavazos, del Instituto Tecnológico de Monterrey. Tarde o no, el vínculo entre ambos vecinos está viviendo una convulsión. El voto mexicano se ha vuelto un caudal cada vez más codiciado y en México ha despertado una consciencia nueva. La de un pueblo que, bajo la amenaza de la xenofobia, quiere hacer valer su peso. Trump ha logrado posiblemente lo que menos deseaba.
La Casa
Blanca recibe al presidente mexicano en un guiño a los electores
hispanos. México busca convertirse en lobby en Estados Unidos y
presionar a los actores políticos
México pesa en la campaña electoral estadounidense. En pleno apogeo de Donald Trump,
cuando el xenófobo millonario acaba de tomar las riendas de la
maquinaria electoral republicana y se apresta al combate final, Barack
Obama ha decidido jugar sus cartas y abrir este viernes las puertas de
la Casa Blanca al presidente mexicano, Enrique Peña Nieto. La reunión,
de alto contenido simbólico, muestra el signo de la estrategia demócrata,
volcada en capitalizar el voto antitrump, pero también la fuerza
electoral que la población de origen mexicano ha ido cobrando y que Peña
Nieto y su diplomacia pretenden transformar en un gigantesco grupo de
presión.
Al cierre de la reunión Cumbre de Líderes de América del Norte la semana pasada, en Ottawa, en la que los presidentes Peña Nieto y Obama junto con el premier canadiense resumían sus acuerdos sobre energía limpia y el TLCAN, una periodista canadiense le preguntó al presidente mexicano acerca de la comparación que ha hecho de Donald Trump con Hitler y Mussolini.
Algunas crónicas consignan que el presidente Obama tomó la palabra para tratar de rescatar a Peña Nieto del compromiso de opinar sobre un proceso electoral extranjero. De todas maneras, Peña Nieto quiso responder. Argumentó que el populismo y el fascismo hitleriano se parecen en su demagogia y efecto devastador. Construyó su dicho lanzado duros adjetivos al populismo para concluir que “algunos dicen que (su demagogia) se parece a lo que en el pasado dos liderazgos también dijeron a sus sociedades: Hitler, Mussolini”.
Obama, él sí analítico, rechazó que el discurso de Trump –no lo mencionó por su nombre- sea populismo; acaso, dijo, es xenofobia y cinismo de quien nunca se ha preocupado de los trabajadores y ya encarrerado, el Presidente se autodefinió como populista sobre el argumento de que ha sido un político “a quien le importa la gente y quisiera poder asegurar que todos los niños estadounidenses tuvieran las mismas oportunidades”.
Esas preocupaciones hacen a un populista sólo a medias si no las traduce en políticas económicas, lo cual es muy difícil en esta época gobernada por las leyes del mercado, las cuales son implacables en castigar a quien las viola.
Y una forma de violentar al mercado son precisamente las políticas inspiradas en éticas o valores que anteponen las necesidades sociales a la eficiencia productiva y a la competitividad mercantil (los ejemplos van desde Echeverría en México hasta Hugo Chávez en Venezuela).
Es muy delgado el margen de éxito que permite la economía de mercado, en el que Obama no estuvo. Actualmente, el 21% de los niños estadounidenses viven en la pobreza, es decir 1 en cada 5; más de 31 millones de niños comen de la asistencia alimentaria.
Obama, el populista, se atuvo a las reglas de la economía para gobernar en medio de una crisis muy profunda, cuya lógica ha exigido mayor concentración de riqueza e ingresos.
En este espacio nos hemos referido al aumento de las utilidades de las corporaciones estadounidenses, que promediaron 9.3 por ciento anual de 2009 a 2014, los primeros cinco años del gobierno de Obama; el récord anterior era el 7.2%, que correspondía a los gobiernos de Lyndon B. Johnson y George Bush.
Conforme a la lógica del mercado que exige eficiencia y favorece a los más eficientes, y por falta del contrapeso del Estado, la tendencia al aumento de ganancias corporativas es similar en Europa y Japón. El Financial Times (5 de enero de 2016) argumenta que entre 1980 y 2013 los beneficios de las 28.000 principales empresas se elevaron del 7,6% a casi el 10% del producto mundial y que el jalón más fuerte es posterior a 2009.
Una definición más completa de un gobierno populista es la de aquel que pasa de las preocupaciones sociales a la implantación de políticas más allá de las asistencialistas, pero que contravienen las leyes del mercado sin medir la complejidad de sus condiciones y efectos.
Otra definición populismo se puede derivar de la experiencia del PRI: la apropiación simbólica del pueblo para gobernar en su nombre, por supuesto, sin el pueblo.
Al cierre de la reunión Cumbre de Líderes de América
del Norte la semana pasada, en Ottawa, en la que los presidentes Peña
Nieto y Obama junto con el premier canadiense resumían sus acuerdos
sobre energía limpia y el TLCAN, una periodista canadiense le preguntó
al presidente mexicano acerca de la comparación que ha hecho de Donald
Trump con Hitler y Mussolini.
Algunas crónicas consignan que el
presidente Obama tomó la palabra para tratar de rescatar a Peña Nieto
del compromiso de opinar sobre un proceso electoral extranjero.
El presidente de EEUU, Barack Obama, ha asegurado en una rueda de prensa en Varsovia, donde se encuentra para participar en la cumbre de la OTAN, que el ataque en Dallas en el que han muerto cinco policías y seis han resultado heridos "no tiene justificación posible". "Se hará Justicia", ha asegurado el mandatario estadounidense. Tras enfatizar que "el Gobierno federal dará toda la asistencia que Dallas necesite para lidiar con esta tremenda tragedia", Barack Obama ha remarcado que se sabe todavía poco de los hechos. "Estamos evaluado los hechos. Sabemos que fue un ataque calculado, atroz y despreciable", ha añadido, afirmando que la Policía estaba haciendo su trabajo durante una protesta racial en Dallas por la muerte de dos hombres afroamericanos desarmados a manos de policías blancos.
Obama ha condenado duramente el ataque y ha asegurado sentirse "horrorizado". "Estaremos unidos con el departamento de Policía. Hay muchos sospechosos y en las próximas horas sabremos más de sus motivos", ha añadido. "La amplia mayoría de los policías hace su trabajo de forma extraordinaria, protegiéndonos a nosotros y a nuestras comunidades. Lo de hoy es una muestra de su sacrificio", remarcado Obama, que no ha querido pasar la ocasión de reseñar que "cuando la gente tiene armas poderosas hacen que estos ataque sean más sangrientos y hay que tener en cuenta esa realidad", en una clara referencia al debate de las armas en EEUU.
El presidente de EEUU, Barack
Obama, ha asegurado en una rueda de prensa en Varsovia, donde se
encuentra para participar en la cumbre de la OTAN, que el ataque en
Dallas en el que han muerto cinco policías y seis han resultado heridos "no tiene justificación posible". "Se hará Justicia", ha asegurado el mandatario estadounidense.
Tras
enfatizar que "el Gobierno federal dará toda la asistencia que Dallas
necesite para lidiar con esta tremenda tragedia", Barack Obama ha
remarcado que se sabe todavía poco de los hechos. "Estamos evaluado los hechos. Sabemos que fue un ataque calculado, atroz y despreciable", ha añadido, afirmando que la Policía estaba haciendo su trabajo durante una protesta racial en Dallas por la muerte de dos hombres afroamericanos desarmados a manos de policías blancos.