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Wednesday, December 21, 2016

La desnacionalización del dinero. ¿Se hará realidad el sueño hayekiano? (I)


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Por Jordi Pàmies
Si a usted le dicen que tal o cual entidad se beneficia de un monopolio en un mercado determinado, probablemente su primera reacción sea negativa. Si acto seguido le mencionan que tal entidad es un Estado o un agente público, su reacción diferirá dependiendo si usted es de una ideología o de otra, sin embargo raramente se cuestiona, independientemente del posicionamiento ideológico, uno de los monopolios más perjudiciales que jamás ha existido: el monopolio estatal en la emisión de dinero. Es más, tal provisión monopolística de dinero es prácticamente universalmente vista como indispensable e incuestionable.



El origen del dinero, como ya sabemos, proviene del ensayo y error que durante siglos llevaron a cabo los participantes en sus transacciones e intercambios, prevaleciendo sobre el resto de bienes los metales preciosos y en especial el oro y la plata. El hecho que cuando se empezaba a calcular los intercambios en base al intercambio indirecto (a través de dinero) y no directo, existiese un solo tipo de dinero uniforme pudo ayudar de forma considerable a la comparativa de precios y, por tanto, al aumento de la competencia en los mercados. Además, el hecho de que ese metal tuviese la estampa de algún tipo de autoridad reconocida (el estado) otorgaba una seguridad de autenticidad que de otra forma hubiese sido realmente difícil de comprobar para el gran público. Sin entrar a valorar si esa función también la podría haber llevado un ente privado, así fue como la emisión de dinero fue siendo materia exclusiva e incuestionable de los diferentes gobiernos. Aunque aquí utilizamos el termino emitir, lo cierto es que la actividad se limitaba al monopolio de acuñar las monedas “de curso legal” de oro o plata, es decir, la función de los gobiernos no era tanto la de “producir” dinero sino la de certificar el peso y las cualidades de los materiales que universalmente habían servido como dinero. Es decir, las monedas de metal únicamente eran consideradas dinero si llevaban el sello de la autoridad apropiada.
Desafortunadamente los Estados descubrieron pronto que era una forma fácil de enriquecerse a costa de los ciudadanos ya que éstos no tenían otra alternativa al dinero que ellos emitían. Este enriquecimiento se llevaba a cabo especialmente mediante dos vías; por un lado mediante el señoreaje cargando por encima de los costes de producción, pero sobretodo, mediante la re-acuñación de moneda con menor cantidad de oro o plata expandiendo de esta forma la oferta monetaria de forma totalmente discrecional.
Así es como la función del estado en cuanto a la emisión de moneda había pasado de un mero “certificador” del peso y la pureza de las éstas a poder determinar deliberadamente la cantidad de dinero a emitir. Por esta razón, los estados se convirtieron en agentes totalmente inadecuados para esta tarea, especialmente tras observar como cada vez más y de forma más generalizada han abusado de su poder para defraudar a la gente, financiando sus propios déficits, generando inflaciones o devaluando su moneda.
El Nobel de Economía, Friedrich Hayek, escribió en 1976 “Denationalisation of money - the argument refined: an analysis of the theory and practice of concurrent currencies” donde realiza un profundo análisis de la teoría y la práctica de un mercado donde existe competencia entre distintas monedas. El autor austriaco comienza criticando el monopolio estatal en la emisión de dinero, considerando que ha sido un absoluto desastre desde que empezó a predominar el dinero metálico, pero especialmente perjudicial desde que la utilización del papel moneda llegó a ser de control político. Destaca los perniciosos incentivos de un dinero controlado en su oferta por una agencia cuyo fin debería ser beneficiar a los ciudadanos y no a los planes de los políticos y burócratas. El monopolio estatal tiene los mismos efectos que cualquier monopolio: estamos obligados a usar su producto aunque no sea satisfactorio y previene del descubrimiento de mejores métodos para satisfacer las necesidades de los consumidores. También destaca la alta inflación que ha supuesto históricamente este tipo de dinero, incluso apunta a que en ocasiones esa inflación ha sido ingeniada por los propios gobiernos en su propio beneficio y añade que, si el público comprendiera los costes que soporta en forma de inflación e inestabilidad por el hecho de utilizar un solo tipo de moneda en las transacciones y reflexionara sobre las ventajas de emplear varios, comprendería que esos costes son excesivos y se alzaría. Sostiene Hayek que es muy importante privar al estado de este privilegio ya que la posibilidad de que el déficit estatal sea financiado mediante la emisión de dinero ha sido uno de los pilares de la expansión del poder de éste, como muestra que actualmente supongan entorno el 50% de la economía de los países desarrollados.
También subraya que históricamente los economistas no han discutido suficientemente la competencia entre monedas y no se han cuestionado la creencia universal de que el monopolio del gobierno en la emisión monetaria es indispensable, como tampoco se ha debatido suficientemente sobre lo que sucedería si la emisión de dinero se realizara por empresas privadas que suministraran distintas divisas, compitiendo entre ellas. Entonces Hayek propone un sistema en el cual los bancos emiten de forma competitiva dinero privado con el objetivo de imponer bajo este sistema monetario una fuerte disciplina a las instituciones financieras, que les imposibilite la emisión de dinero que sea sustancialmente menos seguro y útil que el dinero de cualquier otro banco. Cualquier desviación sobre todo lo que sea un “buen” dinero será rápidamente desplazado por otros emisores. Tampoco veía ni necesario ni deseable que esa nueva moneda se viese atada a ningún patrón particular, sino que la misma competencia, gradualmente, mostrará la combinación de mercancías que la debe constituir en cualquier tiempo y lugar. Por otro lado, Hayek también veía de forma positiva que cualquier cambio por el lado de la demanda, ya fuese aumento o disminución, se viese compensado por el lado de la oferta con tal de dejar el poder adquisitivo inalterado.
El austríaco es de la opinión de que nunca hemos disfrutado de un buen dinero porque a la empresa privada no se le ha permitido proveer uno mejor, es claro su guiño a Adam Smith en “blessed indeed will be the day when it will no longer be from the benevolence of the government that we expect good money but from the regard of the Banks for their own interest […]” y termina resaltando la importancia de esta reforma de liberalización y desnacionalización de la emisión de dinero, desmarcándose de ser un mero tecnicismo financiero sino un “asunto crucial que puede marcar el destino de la civilización libre”.
En definitiva, para Friedrich Hayek no hay razón para confiar en el Estado si no está atado a un patrón oro o similar y, a su vez, no hay razón para dudar de empresas privadas que operando en un entorno competitivo y cuya supervivencia depende de ello, puedan mantener estable el valor del dinero que hayan emitido.

La desnacionalización del dinero. ¿Se hará realidad el sueño hayekiano? (I)


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Por Jordi Pàmies
Si a usted le dicen que tal o cual entidad se beneficia de un monopolio en un mercado determinado, probablemente su primera reacción sea negativa. Si acto seguido le mencionan que tal entidad es un Estado o un agente público, su reacción diferirá dependiendo si usted es de una ideología o de otra, sin embargo raramente se cuestiona, independientemente del posicionamiento ideológico, uno de los monopolios más perjudiciales que jamás ha existido: el monopolio estatal en la emisión de dinero. Es más, tal provisión monopolística de dinero es prácticamente universalmente vista como indispensable e incuestionable.

Monday, August 15, 2016

Ecuador: Desconociendo la realidad

Ecuador: Desconociendo la realidad

Por Gabriela Calderón de Burgos 
Recientemente el presidente dijo: “Colombia nos depreció la moneda. Perú nos depreció la moneda, y nosotros no pudimos responder”. Esto asume algo que simplemente no ocurre en la vida real. Los gobiernos de estos países, al igual que el de Ecuador si tuviese moneda propia, no tienen la capacidad de determinar un tipo de cambio real para su moneda.
Esto es así porque el mundo de hoy está de cierta forma “dolarizado”. Ronald McKinnon explicaba en su libro (2013) que el dólar se encuentra en un 85 a 90% de las transacciones interbancarias de tipo de cambio a nivel mundial, la mayoría de los gobiernos utilizan al dólar como reservas y la mayoría de las materias primas comercializadas a nivel internacional son facturadas en dólares.


¿De qué nos serviría devaluar frente a la caída del precio del petróleo? El presidente explicó: “Mucho más sencillo sería tener tipo de cambio, que se deprecie un poco la moneda, se fomenten las exportaciones, se restringen las importaciones y se corrige el desbalance externo”.
Pero esto incurre en la tradicional falacia de Nirvana. Ante algo imperfecto, se presume que existe una alternativa perfecta. Como sabemos, las utopías no son alternativas reales. El economista Larry White explica que las únicas dos alternativas reales a la dolarización son: (1) un tipo de cambio ajustable y (2) un tipo de cambio en libre flotación. No se trata de un “régimen imaginario en el que las depreciaciones precisamente calibradas del tipo de cambio de la moneda local son administradas por expertos justo cuando es necesario ajustar los salarios, una mejora por sobre la dolarización sin incurrir en costos. Darle a un banco central como el de Ecuador la discreción de emitir su propia moneda es deshacerse del ancla en el dólar que actualmente mantiene en su lugar las expectativas de inflación del público y estabiliza el sistema”.
También se ha dicho que la apreciación del dólar nos resta competitividad. Steve Hanke señaló durante su visita a Guayaquil en julio: “Suiza ha tenido la moneda más fuerte del mundo durante los últimos 100 años... se ha apreciado alrededor de 1% al año en relación al dólar americano... pero la economía exportadora de Suiza y la competitividad de la industria suiza es superior a casi cualquier lugar en el mundo... ¿qué está pasando?... la moneda fuerte obliga al Gobierno a desregular la economía”. Otros ejemplos son los de Alemania y Japón.
Finalmente, el estatus de la balanza comercial no es un indicador relevante para determinar el bienestar de los ciudadanos de un país. Algunas autoridades han celebrado esta semana que la balanza comercial ha vuelto a estar en “azul” sin percatarse de que esto pasa justo cuando el país atraviesa un segundo año decepcionante en cuanto al crecimiento económico y el empleo. No olvidemos tampoco que la última vez que la balanza comercial estuvo así de “bien” fue el “fenomenal” año 2000 y sin que existan salvaguardias. Así que tampoco procede el regodeo del Gobierno, dado que la balanza comercial se suele autocorregir con o sin intervenciones suyas que no hacen más que encarecer artificialmente el costo de consumir y producir en el país.

Ecuador: Desconociendo la realidad

Ecuador: Desconociendo la realidad

Por Gabriela Calderón de Burgos 
Recientemente el presidente dijo: “Colombia nos depreció la moneda. Perú nos depreció la moneda, y nosotros no pudimos responder”. Esto asume algo que simplemente no ocurre en la vida real. Los gobiernos de estos países, al igual que el de Ecuador si tuviese moneda propia, no tienen la capacidad de determinar un tipo de cambio real para su moneda.
Esto es así porque el mundo de hoy está de cierta forma “dolarizado”. Ronald McKinnon explicaba en su libro (2013) que el dólar se encuentra en un 85 a 90% de las transacciones interbancarias de tipo de cambio a nivel mundial, la mayoría de los gobiernos utilizan al dólar como reservas y la mayoría de las materias primas comercializadas a nivel internacional son facturadas en dólares.

Tuesday, July 5, 2016

REALIDAD Y FICCIÓN



Alberto Mansueti
 
¿Por qué los artistas aman el socialismo? Para esta pregunta hay muchas respuestas; y la mía es que los artistas, vocacional y profesionalmente, habitan mundos de ficción, hechos por sus creadores a su entera voluntad; y no distinguen muy bien entre realidad y ficción.

Y tampoco distingue el público, incluso la inmensa mayoría de los políticos, y de sus simpatizantes y electores, en el clima de irracionalidad hoy reinante. Tienden a creer que lo real puede ser amoldada a voluntad por los gobernantes, tal como en la ficción.

En el cine por ej., los directores dirigen; es muy natural para ellos adherir a una nefasta ideología “dirigista”, que aspira a que un Presidente a título de caudillo, nos “dirija” nuestras vidas y destinos.


 
Los directores eligen a los actores, reparten los papeles, y les dirigen, y a los guionistas, camarógrafos y ayudantes. Sus directivas se obedecen. ¿No les gusta cómo quedó una escena? La mandan a repetir. ¿No les gusta una parte del guion? Lo mandan a reescribir. ¿Un actor no está a la altura? Llaman al guionista y le mandan suprimir de algún modo al personaje, o sustituirle. ¿Hace falta más dinero? Llaman al productor. Y tienden a creen que todo es así en una nación, en la sociedad… o que “debe” ser así.

¿Y los guionistas? Son escritores. Crean y recrean tramas y situaciones, escribiendo y reescribiendo los diálogos, y las pautas para las tomas, escenas y escenarios. Usan el material más dócil y maleable, mucho más que los seres humanos: el papel. ¡El papel aguanta todo! Hacen los personajes a su gusto, y al de los directores y productores, e incluso de los actores, porque si son “superestrellas”, tienen su parte en el comando: estudian los libretos antes de aceptar, y sugieren modificaciones, hasta en pleno rodaje. Aunque de ellos se espera principalmente una cosa: que obedezcan. Y eso hacen, para eso les pagan muy bien. Pueden pensar “¿Por qué entonces la gente no obedece las órdenes e indicaciones de sus gobernantes?”

En el teatro es igual que en el cine en este aspecto; y en el ballet y en la ópera. En las artes, creatividad es “crear” un mundo aparte de lo real cotidiano: un universo de formas y colores, o de sonidos, o palabras, según la voluntad del artista. Entender la realidad no es tan necesario en el arte, pues la materia prima obedece, se amolda plásticamente. El pintor combina formas y colores sobre su lienzo, que no se resiste; el escultor talla figuras sobre madera, bronce o yeso, conforme se le ocurren; el compositor escribe a su gusto las letras y/o las notas sobre su pentagrama.

Y en la novela casi siempre los buenos ganan; los malos pierden. Si no es así, es “triste”, y “termina mal”, y a la gente no le gusta. Así que si los malos son los capitalistas, y los buenos son los socialistas, como dicen “los que saben”, ¿por qué no aspirar a que ganen los buenos, y que los malos pierdan, no sólo en la ficción? Así mucho artista quiere hacer el “bueno” en la vida real, “asumir su compromiso”, haciendo que suceda en la realidad lo mismo que en la pantalla. Cualquier cosa se puede “hacer que suceda”, si se pone suficiente empeño y “voluntad”.

¿Y si para “hacer que suceda” hay que mentir? Ah pues, fingir es lo que hacen los actores y actrices. Simulan ser lo que no son, según exigencias del libreto. Sólo que no se llama “mentir” sino “actuar”, “representar su papel”. Ante la cámara, cada uno dice “sus líneas” con gran poder de convicción. Si hay que decir frente a la cámara de la prensa, que Cuba es una maravilla, o que Zimbabwe es un paraíso político, ¿qué importa?

Los políticos de izquierda también son mentirosos por naturaleza, además de hipócritas, y hábiles manipuladores. No sólo utilizan a los artistas para sus fines; también les han copiado muchas técnicas actorales para “actuar” ante la prensa, sus colegas, y el público. Y no sólo actorales, últimamente se habla de las campañas electorales como “grandes producciones”, estilo películas.

¿Y los espectadores? Miles de horas se pasan sentados, apoltronados o acostados viendo filmes y series de todo género, documentales, películas “basadas en hechos reales”, y “reality shows”. En un clima ideológico impregnado de relativismo Posmodernista, hostil a la realidad, y por ende a la razón y a la inteligencia, la gente tampoco distingue bien entre la ficción y la realidad.

Por eso se impone el socialismo, un pensamiento utópico, que deriva en una política totalmente de ficción La “educación pública de calidad” es una ficción, como también la “medicina gratis”, el “cuidado del ambiente”, y la “política de género”. Utopías. Ficciones. Libretos. Los papeles de “víctima” son muy apreciados por la izquierda: mujeres, estudiantes, jóvenes, “niños y niñas”, indígenas, homosexuales, inmigrantes, animales, etc., todos victimizados en los guiones. Muchos roles el socialismo reparte, de héroes y de villanos, para tomar parte en esa gran ficción que es el “Estado de Bienestar”.

Detrás de las ficciones está la realidad, que no es bonita, y resulta del socialismo: un astronómico gasto “público”, tan estratosférico como los déficits, los impuestos y la deuda estatal. La inflación, pérdida de poder adquisitivo en la moneda y los ingresos. Empleos perdidos, y hogares destrozados, por millones. Pérdida progresiva de comprensión de textos y hábitos de lectura. Iglesias entregadas al socialismo. Mientras los empresarios acomodaticios ensayan su papel: el de la “Responsabilidad Social Empresarial”, para recibir subsidios y privilegios. Un mundo cada vez más socialista es un mundo cada vez más ficticio, menos real.

¡Hasta la próxima si Dios quiere!

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Alberto Mansueti
 
¿Por qué los artistas aman el socialismo? Para esta pregunta hay muchas respuestas; y la mía es que los artistas, vocacional y profesionalmente, habitan mundos de ficción, hechos por sus creadores a su entera voluntad; y no distinguen muy bien entre realidad y ficción.

Y tampoco distingue el público, incluso la inmensa mayoría de los políticos, y de sus simpatizantes y electores, en el clima de irracionalidad hoy reinante. Tienden a creer que lo real puede ser amoldada a voluntad por los gobernantes, tal como en la ficción.

En el cine por ej., los directores dirigen; es muy natural para ellos adherir a una nefasta ideología “dirigista”, que aspira a que un Presidente a título de caudillo, nos “dirija” nuestras vidas y destinos.