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Monday, August 1, 2016

Mensaje para Trump: El TLCAN ayuda a los estadounidenses

Mary Anastasia O'Grady explica que "Una guerra comercial perjudicaría al sector manufacturero de EE.UU. porque rompería la altamente integrada economía norteamericana. Los tres socios del TLCAN son competitivos a nivel global porque son capaces de distribuir capital para su uso óptimo en cualquier parte del continente".

Mary Anastasia O'Grady es editora de la columna de las Américas del Wall Street Journal.
La actividad manufacturera en EE.UU. creció en octubre a su ritmo más lento en más de dos años, según datos del Instituto de Gestión de Suministro dados a conocer la semana pasada (en inglés). Los analistas responsabilizan de ello a una economía global débil y a la fortaleza del dólar.
Sin el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN o NAFTA, por sus siglas en inglés), el sector manufacturero estaría en peor estado. Pero no se lo diga a Donald Trump. El precandidato republicano ha prometido que de ser elegido presidente hará que EE.UU. “sea de nuevo grandioso” con medidas como, entre otras, la anulación del pacto que se firmó en 1994.



Los discursos de campaña de Trump han proporcionado pocos detalles sobre la forma en la que intentará gobernar. Pero una promesa que ha repetido es la construcción de una “hermosa” muralla a lo largo de la frontera entre EE.UU. y México y obligar al vecino del sur a pagarla.
México no financiará de forma voluntaria ningún muro. Pero el precandidato dice que puede obligar al país a pagarlo al imponer nuevos aranceles en sus exportaciones hacia EE.UU. En otras palabras, Trump planea lanzar una guerra comercial con el vecino del sur.
Esta es una idea absurda y peligrosa. Empecemos con lo dolorosamente obvio: un arancel no es pagado por el exportador sino por el importador, que los transfiere a los consumidores. Así que el dinero para la muralla que Trump planea saldrá de los bolsillos de los trabajadores estadounidenses.
El precandidato puede pensar que los nuevos aranceles volverían los productos mexicanos demasiado costosos como para que los consumidores estadounidenses los compren, y así habrá logrado su meta de que México “pague”, aunque no haya nuevos ingresos.
Las empresas estadounidenses también resultarán perjudicadas, ya que se volverán menos competitivas sin el acceso a la producción mexicana. Y si México, que es el tercer socio comercial de EE.UU., responde con la imposición de sus propios aranceles, también sufrirán los exportadores estadounidenses.
Es difícil ver cómo beneficiaría esto a los estadounidenses. Según un reporte del mes pasado (en inglés) de la Cámara de Comercio de EE.UU., titulado "Nafta triunfante", el comercio anual de EE.UU. con Canadá y México se ubica ahora en US$1,3 billones, casi cuatro veces más que antes de la firma del acuerdo. Las exportaciones agrícolas hacia Canadá y México han subido 350%, y las exportaciones de servicios estadounidenses se han triplicado. Más de un tercio de las exportaciones de mercancías estadounidenses son compradas ahora por socios del TLCAN.
Una guerra comercial perjudicaría al sector manufacturero de EE.UU. porque rompería la altamente integrada economía norteamericana. Los tres socios del TLCAN son competitivos a nivel global porque son capaces de distribuir capital para su uso óptimo en cualquier parte del continente. México es el que cuenta con una mayor mano de obra de los tres, de modo que suele importar componentes, marcas, tecnología y sistemas de distribución desde EE.UU. y añade valor al suministrar la mano de obra necesaria para el ensamblaje.
Esto ha creado una red compleja de cadenas de suministro en una amplia gama de industrias incluyendo la aeroespacial, la automotriz, la de electrónicos, la de maquinaria y la de instrumentos de precisión. Estos eslabones cruzan América del Norte conforme las empresas buscan explotar ventajas comparativas. Un documento de investigación (en inglés) de septiembre de 2010 de la Agencia Nacional de Investigación Económica de EE.UU. encontró que 40% del contenido de las importaciones estadounidenses desde México es producido por trabajadores estadounidenses.
“En el altamente integrado sector automotor, es común que un auto ensamblado en la región de Los Grandes Lagos cruce la frontera entre EE.UU. y Canadá unas seis veces en el proceso de ensamblaje”, anota por su parte un reporte de la Cámara de Comercio. El resultado ha sido un sector automotor estadounidense más competitivo, como lo comprueba un alza de 89% en las exportaciones entre 2009 y 2014, “superando los dos millones de autos por primera vez en 2014”.
Las empresas estadounidense que usan partes y mano de obra de Canadá y México también se benefician de la relativa debilidad del peso y del dólar canadiense. El costo total de una exportación estadounidense que contiene valor agregado de los socios del TLCAN es más bajo, a corto plazo, que si el producto hubiera sido hecho completamente en EE.UU. Con el tiempo, los precios se ajustan, pero entre tanto, la fabricación en una mezcla de divisas alivia los efectos de la fortaleza del dólar estadounidense sobre las exportaciones del país. El acceso del continente a energía confiable y de bajo costo se suma a la potencia del motor norteamericano.
El plan de Trump también fracasa desde una perspectiva de seguridad. Los estados mexicanos que están comprometidos económicamente con sus vecinos del norte están creciendo más rápido que el resto del país. También están creando buenos empleados y elevando los estándares de vida, factores necesarios para frenar el flujo de inmigrantes mexicanos hacia el norte.
Puede que las empresas estadounidenses puedan acudir a las cadenas de suministros de Asia, aunque a un costo más alto. Pero a los estadounidenses no les puede interesar aislar a su vecino del sur y retrasar su progreso económico.
La agenda comercial de Trump es absurda e invitaría a una depresión. El precandidato es demasiado ignorante en economía para darse cuenta de eso o demasiado cínico como para que le importe.

Mensaje para Trump: El TLCAN ayuda a los estadounidenses

Mary Anastasia O'Grady explica que "Una guerra comercial perjudicaría al sector manufacturero de EE.UU. porque rompería la altamente integrada economía norteamericana. Los tres socios del TLCAN son competitivos a nivel global porque son capaces de distribuir capital para su uso óptimo en cualquier parte del continente".

Mary Anastasia O'Grady es editora de la columna de las Américas del Wall Street Journal.
La actividad manufacturera en EE.UU. creció en octubre a su ritmo más lento en más de dos años, según datos del Instituto de Gestión de Suministro dados a conocer la semana pasada (en inglés). Los analistas responsabilizan de ello a una economía global débil y a la fortaleza del dólar.
Sin el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN o NAFTA, por sus siglas en inglés), el sector manufacturero estaría en peor estado. Pero no se lo diga a Donald Trump. El precandidato republicano ha prometido que de ser elegido presidente hará que EE.UU. “sea de nuevo grandioso” con medidas como, entre otras, la anulación del pacto que se firmó en 1994.


México: ¿TLCAN en peligro?

Isaac Katz considera que México sería el gran perdedor si el TLCAN fuese abrogado o incluso renegociado, como lo han propuesto los principales candidatos a la presidencia de EE.UU.

Isaac Katz es investigador y catedrático del Instituto Autónomo de México.
Hemos estado atentos a la diatriba antimexicana por parte de Donald Trump desde que afirmó que México envía a EE.UU. violadores y narcotraficantes (y una que otra buena persona) así como su propuesta de construir el muro que se extienda a lo largo de toda la frontera entre ambos países, misma que obligaría a México a pagar. Incluso, después de la declaración del ex-presidente Vicente Fox "I am not paying for that fucking wall", Trump le aumentó tres metros a la altura de la barda fronteriza. También mencionó, en algún momento de su campaña, que consideraría un muro con la frontera canadiense. Además de Fox, Felipe Calderón se subió al ring, comparando a Trump con Hitler, mientras que la Secretaria de Relaciones Exteriores afirmó que Trump es "ignorante y racista" y el presidente Peña dijo que quien construye muros termina por aislarse.



Lo que ha recibido menos atención es la posición de Trump así como la de otros candidatos a la presidencia de EE.UU. en lo que concierne al Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y otros acuerdos comerciales.
Por el lado del Partido Republicano Trump, en su diarrea verbal, ha dicho que impondría un arancel de 35% a todas las exportaciones mexicanas hacia EE.UU. y que derogaría el TLCAN, además de imponer restricciones a las importaciones provenientes de China, así como su oposición al Acuerdo Transpacifico (TPP). Por el otro lado, tanto Ted Cruz como Marco Rubio han expresado su apoyo al libre comercio (Cruz subordinándolo a la soberanía nacional, lo que ello quiera decir), incluido obviamente el de la región norteamericana. Por el lado del Partido Demócrata, Bernie Sanders (quien se dice socialista) siempre se ha opuesto a cualquier tratado de libre comercio y en todas las ocasiones en que dichos tratados han sido puestos a consideración del Senado para su ratificación, ha votado en contra (también votó en contra de la resolución para otorgar al presidente Obama la autorización para negociar el TPP). Hillary Clinton ha señalado reiteradamente su oposición al TLCAN (firmado por su esposo Bill) dejando ver que buscaría una renegociación del mismo y, ya de candidata, también ha expresado su oposición al TPP, aunque cuando era Secretaria de Estado lo apoyó.
Dada la posición de los diferentes candidatos respecto del comercio internacional, ¿está el TLCAN en peligro? ¿Qué tanto en la elección presidencial jugaría el tópico del comercio internacional? Es claro que si los contendientes son Trump y Clinton, éste será un tema importante, con una posición mucho más retrógrada la de Trump. Si los contrincantes fuesen Trump y Sanders (poco probable), ambos estarían de acuerdo en destruir el comercio internacional, aislando a EE.UU. y perjudicando al mundo en su conjunto. Si la pareja fuesen Rubio (o Cruz) vs Clinton, quizás el tema de comercio internacional no sería tan relevante, aunque ello no se puede descartar.
Independientemente de quienes sean los contrincantes en la elección constitucional, es un hecho innegable que México sería un gran perdedor de la abrogación o inclusive la pura renegociación del TLCAN. Y es por ello que el gobierno mexicano, así como cámaras de empresarios, tienen que intervenir en las campañas electorales a través de campañas publicitarias dirigidas al votante estadounidense resaltando las bondades para productores, pero sobre todo para los consumidores, del TLCAN.
En juego están millones de dólares de exportaciones e importaciones y millones de empleos. En este caso, en esta elección, no podemos darnos el lujo de sólo ser observadores.

México: ¿TLCAN en peligro?

Isaac Katz considera que México sería el gran perdedor si el TLCAN fuese abrogado o incluso renegociado, como lo han propuesto los principales candidatos a la presidencia de EE.UU.

Isaac Katz es investigador y catedrático del Instituto Autónomo de México.
Hemos estado atentos a la diatriba antimexicana por parte de Donald Trump desde que afirmó que México envía a EE.UU. violadores y narcotraficantes (y una que otra buena persona) así como su propuesta de construir el muro que se extienda a lo largo de toda la frontera entre ambos países, misma que obligaría a México a pagar. Incluso, después de la declaración del ex-presidente Vicente Fox "I am not paying for that fucking wall", Trump le aumentó tres metros a la altura de la barda fronteriza. También mencionó, en algún momento de su campaña, que consideraría un muro con la frontera canadiense. Además de Fox, Felipe Calderón se subió al ring, comparando a Trump con Hitler, mientras que la Secretaria de Relaciones Exteriores afirmó que Trump es "ignorante y racista" y el presidente Peña dijo que quien construye muros termina por aislarse.


Sunday, July 17, 2016

El Mito del TLCAN

por  

Título Original : The NAFTA Myth.
Publicado en Octubre de 1993
Los Estadounidenses – o al menos el establishment estadounidense—son la gente más ingenua en la tierra. Cuando Gorbachev intentó vender sus timidas reformas como “socialismo de mercado,” solo el establishment estadounidense celebró. El público soviético inmediatamente notó su falsedad y no la aceptó. Cuando el Stalinista polaco Oskar Lange pidió descaradamente “socialismo de mercado”, solo los economistas estadounidenses echaron porras. El público polaco conocía lo que realmente sucedía.
Para algunas personas, pareciera, que todo lo que tienes que hacer para convencerlos de la naturaleza de “libre empresa” de algo es ponerle la etiqueta “de mercado”, y así hemos presenciado el surgimiento de grotescas creaturas como el “socialismo de mercado” o el “liberalismo social de mercado”. La palabra “Libertad” por supuesto, también es usada para llamar la atención, y por lo tanto otra forma de conseguir simpatizantes en una era que exalta la retórica por sobre la sustancia es simplemente llamarte a ti mismo o a tu propuesta “libre mercado” o “libre comercio”. Las etiquetas suelen ser suficiente para pillar a los tontos.


Y así, entre los campeones del libre comercio, la etiqueta “Tratado de libre comercio de América del Norte” supone conseguir un consentimiento incuestionable. “¿Cómo puedes estar en contra del libre comercio?” es muy fácil. Los amigos que nos trajeron el TLCAN y pretenden llamarlo “libre comercio” son las mismas personas que llaman al gasto de gobierno “inversión”, a los impuestos “contribuciones” y a las alzas de impuestos “reducción del déficit.” No olvidemos que los comunistas también solían llamar a su sistema “libertad”.
En primer lugar, un libre comercio genuino no requiere de acuerdos (o su primo deforme, un “tratado de comercio”; el TLCAN es llamando un tratado de comercio para poder evitar el requerimiento constitucional de ser aprobado por dos tercios del senado). Si el establishment verdaderamente quiere libre comercio, lo único que tiene que hacer es revocar los numerosos aranceles, las cuotas de importación, las leyes anti-dumping y otras restricciones impuestas al comercio. No se requieren de maniobras de política exterior.
Si un auténtico libre mercado se asoma alguna vez en el horizonte de la política, habrá una forma segura de darse cuenta. El gobierno/medios/grandes empresas se opondrán con uñas y dientes. Veremos una serie de editoriales “advirtiéndonos” sobre el inminente retorno del siglo XIX. Comentaristas de medios y académicos volverán a sacar los viejos cuentos contra el libre mercado, que trae explotación y es anárquico sin coordinación gubernamental. El establishment reaccionaría tan entusiastamente a instaurar el libre mercado cómo reaccionaría a que se quite el impuesto sobre la renta.
En realidad, la proclama del “libre comercio” del establishment bipartidista, desde la segunda guerra mundial, alberga lo opuesto de la verdadera libertad de intercambio. Las metas y tácticas del establishment han sido consistentes con aquellas del enemigo tradicional del libre comercio, el mercantilismo –el sistema impuesto por los estados-nación en Europa entre los siglos XVI y XVIII. El infame viaje del presidente Bush a Japón fue solo un caso: la política de comercio como un sistema contnuo de maniobras para buscar forzar a otros países a comprar más productos estadounidenses.
Mientras que los defensores del libre comercio genuino miran a los mercado y al comercio, doméstico o internacional, desde el punto de vista del consumidor (esto es, todos nosotros), el mercantilista, del siglo XVI o actual, observa el comercio desde el punto de vista de la élite de poder, las grandes empresas en alianza con el gobierno. Los partidarios del libre comercio genuino consideran a las exportaciones como medios para pagar por importaciones, de la misma forma que los bienes en general son producidos para ser vendidos a los consumidores. Pero los mercantilistas quieren privilegiar a la elite de gobernantes y empresas a cuesta de los consumidores, sean domésticos o extranjeros.
En negociaciones con Japón, por ejemplo, hayan sido conducidas por Reagan o Bush o Clinton, el punto es forzar a Japón a comprar más productos americanos, a cambio de lo que el gobierno estadounidense gentilmente pero de mala gana dará permiso a los japoneses de vender sus productos a los consumidores americanos. Las importaciones son el precio que el gobierno paga para que otras naciones acepten nuestras importaciones.
Otra característica crucial de la política comercial del establshment después de la segunda guerra mundial es poner fuertes subsidios a las exportaciones en nombre del “libre comercio”. Uno de los métodos favoritos para subsidiar ha sido el amado sistema de ayuda a países extranjeros, el cual, bajo la máscara de “reconstruir Europa,” “detener al comunismo,” o “esparcir la democracia,”  es un fraude mediante el cual se obliga a los contribuyentes a subsidiar a las empresas exportadoras y a los gobiernos extranjeros que apoyan este sistema. El TLCAN representa la continuación de éste sistema al enlistar al gobierno de los Estados Unidos y sus contribuyentes en ésta causa.
Si, el TLCAN, es más que solo un tratado de comercio entre grandes empresas. Es parte de una muy larga campaña para integrar y cartelizar al gobierno buscando atrincherar la economía mixta intervencionista. En Europa, la campaña culminó en el Tratado de Maastricht, el intento de imponer una moneda y banco central únicos en Europa y forzar a sus economías relativamente libres a avanzar hacia ser estados regulatorios y asistencialistas.
En Estados Unidos, éstas políticas han adquirido la forma de la transferencia de los derechos judiciales y legislativos de los estados hacia la rama ejecutiva del gobierno federal. Las negociaciones del TLCAN han ampliado esto al centralizar continentalmente el poder del gobierno, disminuyendo así la habilidad de los contribuyentes de oponerse a las acciones de sus gobernantes.
Así es como la canción de sirena del TLCAN es la misma tonada seductora con la cual los Eurócratas socialistas han intentado que los europeos se rindan al súper-estatismo de la Comunidad Europea: ¿No sería maravilloso  que Norte América fuera una gran y poderosa “unidad de libre comercio” como Europa? La realidad es muy diferente: intervención y planeación socialista por parte de una comisión supra-nacional del TLCAN o de los burócratas en Bruselas que no responden a nadie.
Y justo como Bruselas ha forzado a los países Europeos de bajos impuestos a que los suban a la media europea o a que expandan su “estado de bienestar” en el nombre de la “justicia”, de “nivelar el campo de juego”,  de “armonizar hacia arriba,” así también las Comisiones del TLCAN tendrán el poder de “armonizar hacia arriba,” de pasar por encima del trabajo y de otras leyes de los gobiernos estatales de Estados Unidos.
El representante de comercio de Clinton, Mickey Kantor, ha cacareado que, bajo el TLCAN, “ningún país en el tratado podrá jamás bajar sus estándares ambientales.” Bajo el TLCAN, no tendremos la posibilidad de echar atrás o repeler las provisiones laborales y ambientales  del estado de bienestar ya que el tratado las tendrá aseguradas para siempre.
En el mundo actual es mejor oponerse a todo tratado, con excepción de la enmienda constitucional de Bricker, que pudo haber pasado al congreso en los años 50 pero fue eliminada por la administración de Eisenhower.  Desafortunadamente, bajo la Constitución, todo tratado es considerado “la suprema ley de la tierra,” y la enmienda Bricker pudo haber prevenido que cualquier tratado pudiera pasar por encima de los derechos constitucionales preexistentes. Pero si bien debemos ser precavidos con cualquier tratado, debemos ser particularmente hostiles a un tratado que cree estructuras supranacionales, como lo hace el TLCAN.
Los peores aspectos del TLCAN son los arreglos del lado Clintoniano, que han convertido el desafortunado tratado de Bush en un horror de estatismo internacional.  Tenemos arreglos laterales para agradecer a las comisiones supranacionales y su “armonización hacia arriba.” Estos arreglos laterales también empujan otro aspecto de éste “engaño de libre comercio”, el de la ayuda internacional. Estos tratados harán que los Estados Unidos puedan utilizar un estimado de 20 mil millones de dólares en México para una “limpieza ambiental” a lo largo de la frontera México-Estados Unidos. Además de eso, los Estados Unidos han acordado informalmente lanzar billones de dólares a los fondos del gobierno Mexicano a través del Banco Mundial cuando se firme el TLCAN.
Como cualquier política que beneficie al gobierno y sus intereses, el establishment ha emprendido cuanto esfuerzo puede para lanzar propaganda a favor del TLCAN. Sus aliados intelectuales han formado redes para defender la causa de la centralización. Incluso si el TLCAN fuera un tratado valioso, éste esfuerzo, del gobierno y sus amigos, levantaría sospechas.
El público tiene razón en sospechar que éste esfuerzo tiene que ver con la gran cantidad de dinero que el gobierno Mexicano y sus intereses especiales están gastando en hacer cabildeo a favor del TLCAN. Ese dinero es, por decir algo, el enganche de los 20 mil millones que el Gobierno Mexicano esperan estafar a los contribuyentes Estadounidenses una vez que pase el TLCAN.
Los defensores del TLCAN dicen que debemos sacrificarnos para “salvar” al Presidente Mexicano Carlos Salinas y sus presuntas políticas maravillosas de “libre mercado”. Pero con seguridad los americanos están cansados de hacer sacrificios eternos, de ponerse la soga al cuello a favor de objetivos internacionales confusos que nunca parecen beneficiarles. Si el TLCAN muere, Salinas y su partido podrían caer. Pero lo que eso significa es que el despiadado régimen monopartidista del PRI en México podría finalmente terminar después de muchas décadas de corrupción. ¿Qué tiene eso de malo? ¿Por qué eso causaría que se estremecieran nuestros campeones de la “democracia global”?
 Debemos observar la supuesta nobleza de Carlos Salinas del mismo modo que observamos a otros héroes de recambio que nos sirve el establishment. ¿Cúantos americanos saben, por ejemplo, que bajo el anexo 602.3 del TLCAN, el gobierno de “libre mercado” de Salinas se reserva a él mismo toda la exploración y uso, toda la inversión y provisión, toda la refinación y procesamiento, todo el intercambio, transporte y distribución, de petróleo y gas natural? Toda inversión privada en la operación del petróleo y gas en México, en otras palabras, queda prohibida. ¿Es para preservar ese gobierno que los americanos deberían sacrificarse?
Una mayoría de conservadores ingleses y alemanes tienen presentes los peligros de la Eurocracia del Bruselas-Maastricht. Ellos comprenden que cuando las personas y las instituciones, cuya existencia está consagrada a promover el estatismo de pronto defienden la libertad, algo anda mal. Los defensores Americanos del libre mercado deberían también tener presentes los peligros equivalentes en el TLCAN

El Mito del TLCAN

por  

Título Original : The NAFTA Myth.
Publicado en Octubre de 1993
Los Estadounidenses – o al menos el establishment estadounidense—son la gente más ingenua en la tierra. Cuando Gorbachev intentó vender sus timidas reformas como “socialismo de mercado,” solo el establishment estadounidense celebró. El público soviético inmediatamente notó su falsedad y no la aceptó. Cuando el Stalinista polaco Oskar Lange pidió descaradamente “socialismo de mercado”, solo los economistas estadounidenses echaron porras. El público polaco conocía lo que realmente sucedía.
Para algunas personas, pareciera, que todo lo que tienes que hacer para convencerlos de la naturaleza de “libre empresa” de algo es ponerle la etiqueta “de mercado”, y así hemos presenciado el surgimiento de grotescas creaturas como el “socialismo de mercado” o el “liberalismo social de mercado”. La palabra “Libertad” por supuesto, también es usada para llamar la atención, y por lo tanto otra forma de conseguir simpatizantes en una era que exalta la retórica por sobre la sustancia es simplemente llamarte a ti mismo o a tu propuesta “libre mercado” o “libre comercio”. Las etiquetas suelen ser suficiente para pillar a los tontos.