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Wednesday, July 6, 2016

Rusia: la relación entre Keynes y el rublo

Steve Hanke
 
Steve H. Hanke es profesor de economía aplicada en la Johns Hopkins University en Baltimore. Hanke se desempeña como presidente del Toronto Trust Argentina en Buenos Aires, el fondo mutual con el mejor desempeño en el mundo en 1995. Ha sido asesor de varios gobiernos en un diverso conjunto de temas políticos. Actualmente es consejero estatal y asesor del presidente de Montenegro y asesor del ministro de economía y finanzas de Ecuador. En 1998. Hanke fue nombrado una de las 25 personas más influyentes en el mundo por la revista World Trade, y un Asociado Distinguido de la International Atlantic Economic Society.
El 3 de marzo de 2014 EE.UU. inició una guerra contra Rusia. Esto sucedió cuando EE.UU. impuso sanciones por primera vez. Y si, las sanciones no son nada más que guerra a través de medios no militares. Dicho esto, el 11 de noviembre Rusia cometió un gran error. Dejó que el rublo flote. Desde ese entonces, el rublo no ha flotado en un mar de tranquilidad. Ha caído marcadamente junto con el petróleo —en alrededor de 25% y su volatilidad se ha disparado a alrededor de 65%.
La caída del rublo significa que las importaciones rusas serán más caras y sus exportaciones más competitivas. Esta combinación ayudará a mantener positivo el saldo de la cuenta corriente de Rusia, lo cual compensará en algo la masiva fuga de capitales.



Es hora de que Putin aprenda una lección de Keynes y haga lo que ya hacen la mayoría de los grandes productores de petróleo: atar el rublo al dólar.
Además, las cuentas fiscales de Rusia están denominadas en rublos que se están depreciando y sus exportaciones se cobran en dólares que se están apreciando. Siendo así las cosas, el impacto fiscal debido a los precios más bajos del petróleo será amortiguado por un rublo débil.
Pero hay límites a cualquier beneficio temporal de una devaluación del rublo. Cuando una moneda se devalúa, el fantasma de la inflación siempre está a la vuelta de la esquina. ¿Cómo puede Rusia evitar un mayor daño y corregir su error del 11 de noviembre? Rusia debería abandonar su régimen de tipo de cambio flotante, que adoptó el 10 de noviembre. El petróleo y otras materias primas que Rusia exporta están denominadas en dólares. Al adoptar un régimen de tipo de cambio flotante, Rusia está invitando la inestabilidad. El tipo de cambio nominal del rublo fluctuará junto con el petróleo y otras materias primas. Cuando el precio del petróleo aumenta (cae) el rublo se apreciará (depreciará), y Rusia experimentará un paseo en montaña rusa distinguido por bajos deflacionarios y altos inflacionarios. Para evitar estos paseos salvajes, la mayoría de los grandes productores de petróleo —Arabia Saudita, Kuwait, Qatar, y Emiratos Árabes Unidos— atan sus monedas al dólar. Rusia debería hacer lo mismo.
5275
Para hacer las cosas bien, Rusia debería aprender de la estrategia que John Maynard Keynes utilizó en Rusia y establecer una caja de convertibilidad.
Bajo una caja de convertibilidad el banco central emite billetes y monedas. Estos son convertibles a moneda extranjera de reserva a un tipo de cambio fijo y a libre demanda. Como reservas, la autoridad monetaria tiene títulos y valores de alta calidad denominados en la moneda de reserva. Sus reservas son iguales al 100 por ciento, o más, de sus notas y billetes en circulación, conforme lo determine la ley. Un banco central que opera bajo las normas de una caja de convertibilidad no acepta depósitos y genera ingresos por la diferencia entre el interés pagado por los títulos y valores y el gasto de mantener sus notas y billetes en circulación. No tiene política monetaria discrecional. En cambio, las fuerzas del mercado por sí solas determinan la oferta del dinero.
Hay un precedente histórico en Rusia de una caja de convertibilidad. Luego de la Revolución Bolchevique, cuando las tropas de Gran Bretaña y otras naciones aliadas invadieron el norte de Rusia, la moneda estaba en caos. La guerra civil de Rusia había empezado, y cada parte involucrada en el conflicto estaba emitiendo una moneda que valía casi nada. Hubo más de 2.000 emisores distintos de rublos fiduciarios.
Para facilitar el comercio, los británicos establecieron la Caja Nacional de Emisión para el norte de Rusia en 1918. La Caja emitía notas de “rublos británicos”. Estos estaban respaldados por libras esterlinas y eran convertibles a libras a un tipo de cambio fijo. Kurt Schuler y yo descubrimos documentos en los archivos de la Oficina Británica de Asuntos Exteriores que demuestran que el padre del rublo británico fue John Maynard Keynes, quien era en ese entonces funcionario de la Tesorería Británica.
A pesar de la guerra civil, el rublo británico fue un gran éxito. La moneda nunca se desvió de su tipo de cambio fijo en relación a la libra británica. A diferencia de otros rublos rusos, el rublo británico fue un depósito de valor confiable. Naturalmente, el rublo británico sacó de circulación a los demás rublos.
Desafortunadamente, la vida del rublo británico fue breve: la Caja Nacional de Emisión cesó sus operaciones en la década de 1920, luego de que las tropas de los aliados se retiraran de Rusia.
Siendo esto así, es hora de que Putin aprenda una lección de Keynes y haga lo que ya hacen la mayoría de los grandes productores de petróleo: atar el rublo al dólar.

Rusia: la relación entre Keynes y el rublo

Steve Hanke
 
Steve H. Hanke es profesor de economía aplicada en la Johns Hopkins University en Baltimore. Hanke se desempeña como presidente del Toronto Trust Argentina en Buenos Aires, el fondo mutual con el mejor desempeño en el mundo en 1995. Ha sido asesor de varios gobiernos en un diverso conjunto de temas políticos. Actualmente es consejero estatal y asesor del presidente de Montenegro y asesor del ministro de economía y finanzas de Ecuador. En 1998. Hanke fue nombrado una de las 25 personas más influyentes en el mundo por la revista World Trade, y un Asociado Distinguido de la International Atlantic Economic Society.
El 3 de marzo de 2014 EE.UU. inició una guerra contra Rusia. Esto sucedió cuando EE.UU. impuso sanciones por primera vez. Y si, las sanciones no son nada más que guerra a través de medios no militares. Dicho esto, el 11 de noviembre Rusia cometió un gran error. Dejó que el rublo flote. Desde ese entonces, el rublo no ha flotado en un mar de tranquilidad. Ha caído marcadamente junto con el petróleo —en alrededor de 25% y su volatilidad se ha disparado a alrededor de 65%.
La caída del rublo significa que las importaciones rusas serán más caras y sus exportaciones más competitivas. Esta combinación ayudará a mantener positivo el saldo de la cuenta corriente de Rusia, lo cual compensará en algo la masiva fuga de capitales.


Thursday, June 23, 2016

Rusia: la relación entre Keynes y el rublo

Steve Hanke
 
Steve H. Hanke es profesor de economía aplicada en la Johns Hopkins University en Baltimore. Hanke se desempeña como presidente del Toronto Trust Argentina en Buenos Aires, el fondo mutual con el mejor desempeño en el mundo en 1995. Ha sido asesor de varios gobiernos en un diverso conjunto de temas políticos. Actualmente es consejero estatal y asesor del presidente de Montenegro y asesor del ministro de economía y finanzas de Ecuador. En 1998. Hanke fue nombrado una de las 25 personas más influyentes en el mundo por la revista World Trade, y un Asociado Distinguido de la International Atlantic Economic Society.
El 3 de marzo de 2014 EE.UU. inició una guerra contra Rusia. Esto sucedió cuando EE.UU. impuso sanciones por primera vez. Y si, las sanciones no son nada más que guerra a través de medios no militares. Dicho esto, el 11 de noviembre Rusia cometió un gran error. Dejó que el rublo flote. Desde ese entonces, el rublo no ha flotado en un mar de tranquilidad. Ha caído marcadamente junto con el petróleo —en alrededor de 25% y su volatilidad se ha disparado a alrededor de 65%.



La caída del rublo significa que las importaciones rusas serán más caras y sus exportaciones más competitivas. Esta combinación ayudará a mantener positivo el saldo de la cuenta corriente de Rusia, lo cual compensará en algo la masiva fuga de capitales.
Es hora de que Putin aprenda una lección de Keynes y haga lo que ya hacen la mayoría de los grandes productores de petróleo: atar el rublo al dólar.
Además, las cuentas fiscales de Rusia están denominadas en rublos que se están depreciando y sus exportaciones se cobran en dólares que se están apreciando. Siendo así las cosas, el impacto fiscal debido a los precios más bajos del petróleo será amortiguado por un rublo débil.
Pero hay límites a cualquier beneficio temporal de una devaluación del rublo. Cuando una moneda se devalúa, el fantasma de la inflación siempre está a la vuelta de la esquina. ¿Cómo puede Rusia evitar un mayor daño y corregir su error del 11 de noviembre? Rusia debería abandonar su régimen de tipo de cambio flotante, que adoptó el 10 de noviembre. El petróleo y otras materias primas que Rusia exporta están denominadas en dólares. Al adoptar un régimen de tipo de cambio flotante, Rusia está invitando la inestabilidad. El tipo de cambio nominal del rublo fluctuará junto con el petróleo y otras materias primas. Cuando el precio del petróleo aumenta (cae) el rublo se apreciará (depreciará), y Rusia experimentará un paseo en montaña rusa distinguido por bajos deflacionarios y altos inflacionarios. Para evitar estos paseos salvajes, la mayoría de los grandes productores de petróleo —Arabia Saudita, Kuwait, Qatar, y Emiratos Árabes Unidos— atan sus monedas al dólar. Rusia debería hacer lo mismo.
5275
Para hacer las cosas bien, Rusia debería aprender de la estrategia que John Maynard Keynes utilizó en Rusia y establecer una caja de convertibilidad.
Bajo una caja de convertibilidad el banco central emite billetes y monedas. Estos son convertibles a moneda extranjera de reserva a un tipo de cambio fijo y a libre demanda. Como reservas, la autoridad monetaria tiene títulos y valores de alta calidad denominados en la moneda de reserva. Sus reservas son iguales al 100 por ciento, o más, de sus notas y billetes en circulación, conforme lo determine la ley. Un banco central que opera bajo las normas de una caja de convertibilidad no acepta depósitos y genera ingresos por la diferencia entre el interés pagado por los títulos y valores y el gasto de mantener sus notas y billetes en circulación. No tiene política monetaria discrecional. En cambio, las fuerzas del mercado por sí solas determinan la oferta del dinero.
Hay un precedente histórico en Rusia de una caja de convertibilidad. Luego de la Revolución Bolchevique, cuando las tropas de Gran Bretaña y otras naciones aliadas invadieron el norte de Rusia, la moneda estaba en caos. La guerra civil de Rusia había empezado, y cada parte involucrada en el conflicto estaba emitiendo una moneda que valía casi nada. Hubo más de 2.000 emisores distintos de rublos fiduciarios.
Para facilitar el comercio, los británicos establecieron la Caja Nacional de Emisión para el norte de Rusia en 1918. La Caja emitía notas de “rublos británicos”. Estos estaban respaldados por libras esterlinas y eran convertibles a libras a un tipo de cambio fijo. Kurt Schuler y yo descubrimos documentos en los archivos de la Oficina Británica de Asuntos Exteriores que demuestran que el padre del rublo británico fue John Maynard Keynes, quien era en ese entonces funcionario de la Tesorería Británica.
A pesar de la guerra civil, el rublo británico fue un gran éxito. La moneda nunca se desvió de su tipo de cambio fijo en relación a la libra británica. A diferencia de otros rublos rusos, el rublo británico fue un depósito de valor confiable. Naturalmente, el rublo británico sacó de circulación a los demás rublos.
Desafortunadamente, la vida del rublo británico fue breve: la Caja Nacional de Emisión cesó sus operaciones en la década de 1920, luego de que las tropas de los aliados se retiraran de Rusia.
Siendo esto así, es hora de que Putin aprenda una lección de Keynes y haga lo que ya hacen la mayoría de los grandes productores de petróleo: atar el rublo al dólar.

Rusia: la relación entre Keynes y el rublo

Steve Hanke
 
Steve H. Hanke es profesor de economía aplicada en la Johns Hopkins University en Baltimore. Hanke se desempeña como presidente del Toronto Trust Argentina en Buenos Aires, el fondo mutual con el mejor desempeño en el mundo en 1995. Ha sido asesor de varios gobiernos en un diverso conjunto de temas políticos. Actualmente es consejero estatal y asesor del presidente de Montenegro y asesor del ministro de economía y finanzas de Ecuador. En 1998. Hanke fue nombrado una de las 25 personas más influyentes en el mundo por la revista World Trade, y un Asociado Distinguido de la International Atlantic Economic Society.
El 3 de marzo de 2014 EE.UU. inició una guerra contra Rusia. Esto sucedió cuando EE.UU. impuso sanciones por primera vez. Y si, las sanciones no son nada más que guerra a través de medios no militares. Dicho esto, el 11 de noviembre Rusia cometió un gran error. Dejó que el rublo flote. Desde ese entonces, el rublo no ha flotado en un mar de tranquilidad. Ha caído marcadamente junto con el petróleo —en alrededor de 25% y su volatilidad se ha disparado a alrededor de 65%.


Wednesday, June 22, 2016

¿Era Keynes un liberal? Ralph Raico


Es hoy práctica común clasificar a John Maynard Keynes como uno de los principales liberales de la historia moderna, tal vez el “grande” más reciente en la tradición de John Locke, Adam Smith y Thomas Jefferson.#
Como estos hombres, se sostiene por lo general, Keynes era un creyente sincero (de hecho, ejemplar) en la sociedad libre. Si difería de los liberales “clásicos” en unas pocas cosas evidentes e importantes, era simplemente porque trataba de actualizar la idea liberal esencial para ajustarla a las condiciones económicas de una nueva era.
No cabe duda de que a lo largo de su vida Keynes apoyó distintos valores culturales genéricos, como la tolerancia y la racionalidad, que a menudo se consideran como “liberales” y, por supuesto, siempre se calificó a sí mismo como liberal (así como liberal, en el sentido de simpatizante del Partido Liberal Británico). Pero nada de esto tiene mucho peso cuando se trata de clasificar el pensamiento político de Keynes.#



Prima facie, Keynes como liberal modelo es ya paradójico debido a su adopción de la doctrina mercantilista. Cuando apareció en 1936 La teoría general del empleo, el interés y el dinero (Keynes 1973b), W.H. Hutt estaba a punto de enviar a la imprenta su El economista y la política (1936). En años posteriores, Hutt sometería al sistema de Keynes a una crítica detallada y devastadora (Hutt 1963, 1979), pero en ese momento solo pudo insertar apresuradamente algunas observaciones iniciales. Lo que le chocó más fue que el renombrado economistas “nos quiera hacer creer que los mercantilistas tenían razón y que sus críticos clásicos estaban equivocados” (una postura expuesta en el capítulo 23 de la Teoría General) (Hutt 1936, p. 245).
Hutt estaba escribiendo desde el punto de vista de la ciencia económica. Aquí nos estamos ocupando de la totalidad del liberalismo como filosofía social. Si, como he argumentos en otros lugares (Raico 1989, 1992, 1999, pp. 1–22), la doctrina liberal se caracteriza históricamente por un rechazo del paternalismo del estado absolutista del bienestar, se caracteriza aún más por su rechazo al componente mercantilista en el absolutismo del siglo XVIII. ¿Cómo es posible entonces que un escritor que trate de rehabilitar el mercantilismo puede contarse entre los grandes liberales?#
En defensa de Keynes, Maurice Cranston responde que nadie negaría la inclusión de John Locke en las filas liberales a pesar de sus adhesión al mercantilismo (1978, p. 111). Es discutible que Locke aceptara el mercantilismo: Karen Vaughn (1980) ha dado motivos para creer otra cosa. Pero incluso si hubiera sido un mercantilista, ese hecho no apoyaría el argumento de Cranston. A Locke se le considera correctamente como un gran liberal no por sus opiniones el teoría y política económica, cualquiers que hayan sido, sino en virtud de su explicación libertaria de los derechos naturales y lo que creía que se deducía de esa explicación.#

El sistema keynesiano

Según sus defensores y él mismo, el giro de Keynes hacia el neomercantilismo era necesario por su descubrimiento de defectos fundamentales en la economía clásica. La teoría clásica, prosigue esta afirmación, resultaba impotente para explicar las causas tanto del alto desempleo crónico británico en la década de 1920 como de la Gran Depresión, mientras que La teoría general hacía ambas cosas. Lograba esta proeza exponiendo los graves defectos propios de la economía de mercado no dirigida, efectuando así una “revolución” en el pensamiento económico.
Sin embargo, las crisis concretas a las que reaccionó Keynes eran ellas mismas producto de políticas públicas equivocadas. La persistencia del desempleo en Gran Bretaña se remonta en parte a la decisión de Winston Churchill como canciller del tesoro de volver al oro a la poco realista paridad anterior a la guerra y en parte a las altas prestaciones de desempleo (en relación con los salarios) disponibles después de 1920. La Gran Depresión se produjo principalmente por la gestión monetaria del gobierno, en particular por el Sistema de la Reserva Federal en Estados Unidos. Ambas crisis son susceptibles de explicación por medio del análisis económico “ortodoxo”, sin requerir ninguna “revolución” teórica (Rothbard 1963; Johnson 1975, pp. 109-112; Benjamin y Kochin 1979; Buchanan, Wagner y Burton 1991).#
Como apuntaba Hutt, Keynes daba la espalda en su Teoría general a todas las autoridades reconocidas, de Hume y Smith a Menger, Jevons y Marshall y a Wicksell y Wicksteed. Esos pensadores, cualquiera que fuera su grado de adhesión al laissez faire estricto, al menos sostenían que la economía de mercado contenía factores autocorrectores que hacían temporales las depresiones económicas. Keynes, descartando a sus predecesores (y contemporáneos) “ortodoxos”, se alineaba con lo que él mismo llamaba ese “bravo ejército de herejes”, Silvio Gesell, J.A. Hobson y otros reformistas sociales y socialistas críticos del capitalismo a los que los economistas de la corriente principal había rechazado por chiflados (Friedman 1997, p. 7).
En un conocido ensayo de 1934, Keynes ya se había incluido en el bando de estos “herejes”, los escritores “que rechazan la idea de que el sistema económico existente sea, en ningún sentido significativo, autocorrector (…) El sistema no es autocorrector y, sin una dirección deliberada, es incapaz de traducir nuestra pobreza actual en nuestra abundancia potencial” (1973a, pp. 487, 489, 491). La Teoría General pretendía proporcionar el marco analítico para justificar esta postura.
Los cambios en precios, salarios y tipos de interés, según Keynes, no cumplen con la función a ellos atribuida en la teoría económica estándar: tender a generar un equilibrio de pleno empleo. El nivel de salarios no tiene ningún efecto sustancial en el volumen del empleo, el tipo de interés no sirve para equilibrar ahorro e inversión, la demanda agregada normalmente es insuficiente para producir pleno empleo y así sucesivamente. Las suposiciones falsas, las incoherencias conceptuales y los non sequiturs que vician estas extravagantes firmaciones se han expuesto frecuentemente (por ejemplo, en Hazlitt 1959, [1960] 1995; Rothbard 1962, p. 2 y passim; Reisman 1998, pp. 862-894).# Tal y como resume el asunto James Buchanan: “Sencillamente, no hay evidencias que sugieran que las economías de mercado sean inherentemente inestables” (Buchanan, Wagner y Burton 1991, p. 109).
En todo caso, no todo sistema que contenga elementos del orden del mercado de la propiedad privad puede considerarse razonablemente como liberal. Es conocido que, en la historia moderna, hubo un sistema que  incluía la propiedad privada y permitía a los mercados operar de forma restringida y limitada. Sin embargo, sus supervisores insistían en el papel primordial del estado, sin el que creían que la vida económica se derrumbaría en la anarquía. El liberalismo económico apareció como una reacción contra este sistema, al que se le llama mercantilismo.
Igualmente crucial para la cuestión son las formas en que los errores de Keynes socavaron la confianza en el orden de libre mercado y abrieron el camino al colosal crecimiento del poder del estado.
Murray Rothbard apunta que Keynes proponía un mundo en el que los consumidores son robots ignorantes y los inversores sistemáticamente irracionales, dirigidos por sus ciegos “espíritus animales” y que concluía que el volumen general de la inversión tenía que confiarse a un deus ex machina, una “clase externa al mercado (…) el aparato del estado” (Rothbard 1992, pp. 189–91). Keynes se refiere a este proceso como “la socialización de la inversión”. Como declara en la Teoría general, “espero ver al Estado, que está en disposición de calcular la eficiencia marginal de lo bienes de capital a largo plazo y basándose en el desarrollo social general, tomando un mayor responsabilidad en la organización directa de las inversiones” (1973b, p. 164). Defendía la creación de un Consejo Nacional de Inversiones. Todavía en 1943, estimaba que dicha autoridad influiría directamente en “dos tercios o tres cuartos de la inversión total” (Seccareccia 1994, p. 377).#
Robert Skidelsky insiste en que en estos casos Keynes no tenía en mente el estado en el sentido de un gobierno central (1988, pp. 17-18), sino más bien esos “cuerpos autónomos dentro del Estado” de los que hablaba en 1924, “cuerpos cuyo criterio de acción dentro de su propio campo es solamente el bien público como ellos lo entienden y de cuya deliberación están excluidos los motivos de las ventajas privadas” (Keynes 1972, pp. 288–89). Sin embargo Skidelsky parece olvidar los problemas de esta concepción que suena tan bien.
Keynes nunca especificó cómo iban a operar esos cuerpos, nunca dio ninguna razón para creer que estarían en disposición de calcular la “eficiencia marginal del capital” (un concepto tremendamente confuso en cualquier caso; ver Hazlitt 1959, pp. 156-170; Anderson [1949] 1995, pp. 200-205) y nunca indicó por qué sutiles medios se mantendría incólume a motivos de ventajas privadas (incluyendo las ideológicas personales).# Además, como Keynes concedía que estos “cuerpos semiautónomos” estarían “sujetos en último término a la soberanía de la democracia expresada mediante el Parlamento” (1972, pp. 288-289), ¿cómo podía impedirse que se convirtieran en la práctica en agencias del estado centralizado?
Si el centro de la doctrina del liberalismo es que, dada la adhesión institucional a los derechos a la vida, la libertad y la propiedad, puede contarse en buena medida con que la sociedad civil se organice por sí misma y si el ejemplo exhibido de este conciso liberalismo es la capacidad de la economía de mercado no dirigida de funcionar satisfactoriamente, entonces la “revolución keynesiana” señala el abandono del liberalismo.
En unos pocos años, el keynesianismo triunfo entre economistas ilustres en la universidad y el gobierno, convirtiéndose tras la Segunda Guerra Mundial en la doctrina oficial en los países desarrollados. Los administradores del Plan Marshall y sus aliados en la Comisión Económica de Naciones Unidas para Europa lo ordenaban, igual que los administradores del Programa de Recuperación Europea. A Italia, por ejemplo, “ambas agencias le reclamaban constantemente que reinflara” (de Cecco 1989, pp. 219-221).#
Aunque Alemania Occidental, bajo el liderazgo de Ludwig Erhard y aconsejado por economistas como Wilhelm Röpke, se resistía, en Gran Bretaña, ambos partidos mayoritarios defendían la gestión keynesiana de la demanda como medio para el pleno empleo, ahora el principal objetivo. En Estados Unidos, la Ley de Empleo de 1946 reconocía el papel primordial del gobierno federal en garantizar el máximo empleo a través de operaciones fiscales. Los resultados de esta revolución fueron desastrosos.
Antes de Keynes, el equilibrio presupuestario había sido el objetivo de los gobiernos, al menos de los países civilizados. El keynesianismo invirtió esta “constitución fiscal”. Al hacer a los gobiernos responsables de políticas fiscales “contracíclicas” e ignorando la tendencia miope de los políticos a acumular déficits, puso las bases para aumentos sin precedentes en los impuestos y la deuda pública de las décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial (Buchanan 1987; Rowley 1987b; Buchanan, Wagner y Burton 1991).
A veces se sostiene que Keynes “no era keynesiano” en el sentido de que no puede hacérsele responsable de la aplicación de su teoría por sus seguidores. Aún así, ¿con qué otro liberal “grande” o “modelo” tenemos un círculo de acólitos altamente influyentes que lo interpreten en un sentido acusadamente antiliberal? Como observa sardónicamente Michael Heilperin: “Si [Keynes] fue un liberal, entonces fue ese extraordinario tipo de liberal cuyas recomendaciones prácticas promueven constantemente el colectivismo” (1960, p. 125).

¿Normas o discrecionalidad?

Frente a anteriores ideologías absolutistas y luego colectivistas, el liberalismo se caracteriza por su insistencia en las normas en la vida política y en la económica (cf. Hayek 1973, pp. 56–59). El estado de derecho como fundamento del Rechtsstaat es un ejemplo evidente, como la doctrina del laissez faire, a la cual incluso John Stuart Mill se sintió obligado se defender de boquilla como un principio (fácilmente anulable) (“En resumen, el laissez faire debería ser la práctica general”). La máxima flexibilidad y libertad en el ejercicio del poder no es una vía que elogien los liberales. “Un gobierno de leyes, no de hombres”, es un lema liberal muy conocido.#
Murray Rothbard señalaba que Keynes, por decirlo así, se oponía al principio por principio (1992, 177).# No es exagerado decir que Keynes era constitutivamente opuesto a las normas, o “dogmas”, como solía llamarlas. Esta actitud dominó su pensamiento a lo largo de su vida. En 1923 declaraba: “cuando hay que tomar grandes decisiones, el Estado es un cuerpo soberano cuyo propósito es promover el mayor bien para todos. Por tanto, cuando entramos en el ámbito de la acción del Estado, todo ha de considerarse y sopesarse por sus méritos” (1971a, pp. 56-57).
En sus últimos años, Keynes encontró “mucha sensatez” en la propuesta de que el estado “cubra el puesto vacante del empresario-jefe”, “interfiriendo en la propiedad y gestión de empresas particulares (…) valorando [solo] el caso y no siguiendo el dogma” (1980, p. 324). En una carta a F.A. Hayek a propósito del libro de éste recientemente publicado Camino de servidumbre, Keynes le reprendía por no darse cuenta de que “los actos peligrosos pueden realizarse con seguridad en una comunidad que piense y sienta correctamente, que podría ser la vía al infierno si fuera ejecutada por aquéllos que piensan y sienten erróneamente” (1980, pp. 387-388).
La oposición a actuar estrictamente por principio, afirma Robert Skidelsky, es lo esencial del “segundo renacimiento del liberalismo” de Keynes (después del “Nuevo liberalismo” de la escuela de Hobhouse: Keynes pretendía “sobreimponer una filosofía de gestión (…) una filosofía de intervención ad hoc, basada en el pensamiento desinteresado” (1988, p. 15). Alec Cairncross indica: “Odiaba la esclavitud de las normas. Quería que los gobiernos tuvieran discrecionalidad y quería que los economistas acudieran en su auxilio en el ejercicio de esa discrecionalidad” (1978, pp. 47-48). Aún así, son precisamente la naturaleza ad hoc de la aproximación de Keynes, su fe en un “pensamiento desinteresado” extrañamente incorpóreo y su predilección por la discrecionalidad del gobierno encumbrado por límites de principios los que van directamente contra lo esencial de la doctrina liberal.#
El verdadero liberalismo ha albergado tradicionalmente una profunda desconfianza en los agentes del estado, basándose en que su falta de competencia o de imparcialidad o de ambas cosas. La displicente confianza de Keynes en los expertos económicos cuyos sagaces consejos se pondrían en práctica por políticos que se negarían a sí mismo se contradice con esta sospecha completamente justificada y toda la evidencia histórica y teórica que la apoya. En términos contemporáneos, contradice las enseñanzas asociadas con la escuela de la elección pública.#

La utopía de Keynes

Keynes se dedicaba a menudo a reflexionar sobre la naturaleza de la sociedad futura, Como sus escritos están plagados de inconsistencias,# ha permitido a algunos de sus seguidores contestar que lo que quería básicamente era simplemente “un el pleno empleo al liberalismo clásico”, que “su modelo era mucho ‘capitalismo más pleno empleo’ y era relativamente optimista acerca de la posibilidad de un control macro” (Corry 1978, pp. 25, 28).
Sin embargo, a lo largo de la carrera de Keynes aparecen claras indicaciones de su deseo de un orden social mucho más radical: en sus palabras, una “Nueva Jerusalén” (O’Donnell 1989, pp. 294, 378 n. 27). Confesaba que había elucubrado “con las posibilidades de mayores cambios sociales que hay dentro de las filosofías actuales” incluso de pensadores como Sidney Webb. “La república de mi imaginación se encuentra en el extremo izquierdo del espacio celestial”, reflexionaba (1972, p. 309). Numerosas declaraciones esparcidas a lo largo de décadas iluminan este reconocimiento algo oscuro. Tomadas juntas, con firman el argumento de Joseph Salerno (1992) de que Keynes era un milenarista, un pensador que veía la evolución social como la búsqueda de un curso preordenado de lo que concebía como un final feliz: una utopía (O’Donnell 1989, pp. 288-294).
Keynes ansiaba una condición de “igualdad de satisfacción entre todos” (sea lo que sea lo que pudiera significar) (1980, p. 369), en la que el problema que afronte la persona media sería “cómo ocupar el ocio, que la ciencia y el interés compuesto le habrán hecho conseguir, para vivir sabiamente, agradablemente y bien” (1972, p. 328). El progreso tecnológico, alimentado por la inversión socializada, garantizaría automáticamente bienes de consumo para todos. En ese momento, aparecerán las cuestiones serias de la vida: “La evolución natural debería ser hacia un nivel decente de consumo par todos y cuando éste sea suficiente para todos, hacia la ocupación de nuestras energías en los intereses no económicos de nuestras vidas. Así que necesitamos ir reconstruyendo lentamente nuestro sistema social con la vista puesta en estos fines” (1982a, p. 393).
Dejando aparte la cuestión de quién decidiría cuándo es suficientemente alto el nivel de consumo, tenemos que preguntar: ¿Qué técnicas imaginaba Keynes que existían para crear esa reestructuración de la sociedad? Como siempre que ponderaba el futuro, la concreción no existe.# Lo que está claro es que el la utopía futura, el estado será el líder incontestable.# Al poner fin a la “anarquía económica”, el nuevo “régimen [será uno] que deliberadamente se dirija a controlar y dirigir las fuerzas económicas en interés de la justicia social y la estabilidad social” (1972, p. 305).#
El estado, según Keynes, decidiría incluso el nivel óptimo de población. Respecto de la eugenesia, Keynes a veces da una apariencia de indecisión: “puede que un poco más tarde llegue el momento en que la comunidad en su conjunto deba prestar atención a la cualidad innata, así como a las meras cifras de sus miembros futuros” (1972, p. 292; ver también Salerno 1992, pp. 13-14). Otras veces, es bastante concreto: “La gran transición en la historia humana” empezará “cuando el hombre civilizado se atreva a asumir el control consciente en sus propias manos, lejos del ciego instinto de la mera supervivencia predominante” (1983, p. 859).# Así que el estado (bajo su disfraz como “hombre civilizado”) también canalizará y supervisará la reproducción de la raza humana.
En estos asuntos, el estado estará guiado, a su vez, por intelectuales sabios y previsores del tipo del propio Keynes.# ¿Cómo iba a ser de otro modo? Dejada a su propio albedrío, la gente está virtualmente desamparada. Como declaraba Keynes: “Tampoco es verdad que el interés propio generalmente sea ilustrado: es más común que los individuos actúan por separado para promover sus propios fines sean demasiado ignorantes o débiles como para alcanzar siquiera éstos” (1972, p. 288). Como sostenía que en cuestiones económicas “la solución correcta implicará elementos intelectuales y científicos que están por encima de la gran masa de votantes más o menos incultos” 1972, p. 295), uno se pregunta cuánta “soberanía de la democracia” continuaría existiendo en su utopía.
Naturalmente, dados sus propios gustos, las artes desempeñarían un papel central en su punto de vista. Se quejaba de la mezquindad de las subvenciones estatales a las artes que era defendida por “los moradores subhumanos del Tesoro”. Esa política era incompatible con cualquier concepción más noble de “la tarea y propósito, el honor y la gloria [sic] del Estado”. Las subvenciones a las artes eran un medio para que el Estado cumpliera su obligación de elevar al “hombre común”, de llevarle a sentirse “mejor, más dotado, más espléndido, más despreocupado” (citado en Moggridge 1974, pp. 34-35).
Durante la Segunda Guerra Mundial, Keynes fue un importante portavoz de lo que luego sería el Consejo de las Artes. Su lema era “Muerte a Hollywood”. Se vio inmensamente satisfecho de ser capaz de informar que tres mil trabajadores fabriles ingleses en los Midlands habían reaccionado con “salvaje deleite” a una representación de ballet (citado en Moggridge 1974, pp. 41, 48). En el futuro, aparte de las subvenciones estatales, habría una inculcación de la apreciación del arte en las escuelas: ir a representaciones y visitar galerías de arte “será un elemento vivo en la educación de todos y la asistencia habitual al teatro y a conciertos, parte de una educación organizada” (1982b, p. 371). La completa banalidad de su cruzada patrocinada por el estado en busca de un aumento estético (clave para la realización de la utopía de Keynes) solo es superada por su deprimente aplastamiento espiritual.

Keynes y los “experimentos” totalitarios

Otro fundamento para dudar del liberalismo de Keynes concierne a su actitud en las décadas de 1920 y 1930 hacia los “experimentos” continentales de economía planificada. A veces mostraba un punto de vista de las políticas nacionalsocialista alemana y fascista italiana que resulta sorprendente en un supuesto pensador liberal modelo. Aquí se trata de dos textos: el prólogo a la edición alemana de la Teoría general (Keynes 1973b, pp. xxv–xxvii) y el ensayo “Autosuficiencia nacional” (Keynes 1933; también incluido en Keynes 1982a, pp. 233-246).
En el prólogo, Keynes observa que se está desviando de “la tradición clásica (u ortodoxa) inglesa”, que, señala, nunca dominó totalmente el pensamiento alemán- “La Escuela de Manchester y el marxismo, derivan ambos en definitiva de Ricardo. (…) Pero en Alemania siempre ha existido una gran porción de la opinión que no se ha adherido ni a una ni al otro (…) Por tanto, tal vez pueda esperar menos resistencia de los lectores alemanes que de los ingleses al ofrecer una teoría del empleo y producción como un todo, que se aleja en aspectos importantes de la tradición ortodoxa” (1973b, pp. xxv–xxvi). Para atraer aún más a sus lectores en la Alemania nacionalsocialista, Keynes añade: “Buena parte del siguiente libro tiene ejemplos y está explicado principalmente con referencia a las condiciones existentes en los países anglosajones. En todo caso la teoría de la producción en su conjunto, que es lo que el siguiente libro pretende ofrecer, es mucho más fácil de adaptarse a las condiciones de un estado totalitario, que la teoría de la producción y distribución de una producción dada bajo condiciones de libre competencia y de laissez faire” (1973b, p. xxvi).
Roy Harrod no menciona este prólogo en absoluto en su primer biografía (1951).# Robert Skidelsky se refiere a él como “desafortunadamente escrito” y lo deja ahí (1992, p. 581). Alan Peacock escribe del pasaje (sin citarlo) que Keynes indicaba “que el gobierno [nazi] alemán de entonces simpatizaría más que el gobierno británico con sus ideas sobre los efectos de las obras públicas en la creación de empleo” (1993, p. 7). Sin embrago, esta opinión va en contra del claro significado del texto: no es que los líderes nazis resultaran simpatizar más con una de las propuestas concretas de Keynes, sino que, en opinión de Keynes, su teoría “es mucho más fácil de adaptarse a las condiciones de un estado totalitario”. Peacock añade que “hay alguna discusión acerca de si el prólogo fue traducido adecuadamente o no”. Pero ese asunto no afecta en modo alguno al extracto aquí citado, que proviene del manuscrito de Keynes en inglés.#
Los pensadores económicos nazis utilizaron a veces referencias a Keynes para apoyar políticas económicas específicamente antiliberales del nacionalsocialismo. Otto Wagener, que encabezaba una oficina de investigación económica nazi antes de acceder al poder, dio a Hitler una copia del libro de Keynes sobre el dinero porque era “un tratado muy interesante”, con la sensación de que el autor “muy en nuestra línea, sin estar familiarizado con nosotros ni con nuestro punto de vista” (citado en Barkai 1977, pp. 55, 57, 156, traducción propia). La publicación de la edición alemana de la Teoría general recibió reseñas críticas de publicaciones que se las habían arreglado para mantener distancias respecto de las políticas económicas oficiales nazis, mientras que un apologista nazi en Heidelberg le daba la bienvenida “como una reivindicación del nacionalsocialismo”. El propio Keynes remarcaba que las autoridades alemanas habían permitido la publicación “con un papel [que era] bastante mejor del habitual y el precio no era mucho mayor de los habitual” (ambas citas en Skidelsky 1992, pp. 581, 583).
Un ejemplo más importante de la dificultad de clasificar a Keynes como liberal es su ensayo “Autosuficiencia nacional” (Keynes 1933, 1982b, pp. 233-246).# Aquí se trata al laissez faire y al libre comercio con el desdén característico de Bloomsbury. En el lúgubre pasado, se habían considerado “casi como parte del derecho moral”, un componente del “grupo de prendas obsoletas que arrastra una mente” (Keynes 1933, p. 755). Sin embargo, es muy distinta la postura de Keynes hacia las doctrinas que eran el último grito cuando escribía. “Cada años e hace más evidente que el mundo se está embarcando en una variedad de experimentos político-económicos” al abandonar los presupuestos del libre comercio del siglo XIX. ¿Cuáles son estos “experimentos”? Son los que están teniendo lugar en Rusia, Italia, Irlanda [sic] y Alemania. Incluso Gran Bretaña y Estados Unidos buscan “un nuevo plan” (p. 761).
Keynes es extrañamente escéptico sobre las posibilidades de éxito de estos distintos proyectos: “No sabemos cuál será el resultado. Vamos (todos, supongo) a cometer muchos errores. Nadie puede decir cuál de los nuevos sistemas demostrará ser el mejor. (…) Cada uno creemos una cosa. Sin creer que ya nos hayamos salvado, cada uno debería querer probar en buscar nuestra propia salvación” (pp. 761-762).
Reconoce que “en asuntos de detalle económico, diferenciados de los controles centrales”, está a favor de “retener tanto juicio e iniciativa y empresa privada como sea posible” (p. 762). Pero “todos necesitamos estar lo más libres posible de interferencia por cambios económicos en otros lugares, para hacer nuestros propios experimentos favoritos hacia la idea de la república social del futuro” (p. 763).
En el momento en que Keynes escribió este artículo, la doctrina de la “autosuficiencia nacional” que estaba predicando se identificaba frecuentemente con el nacionalsocialismo y el fascismo. Cuando Franklin Roosevelt “torpedeó” la conferencia económica de Londres de junio de 1933, el presidente del Reichsbank, Hjalmar Schacht, dijo con suficiencia al Völkischer Beobachter (el periódico oficial del Partido Nazi) que el líder estadounidense había adoptado la filosofía económica de Hitler y Mussolini: “Toma en tus propias manos tu destino económico y no solo te ayudarás a ti mismo, sino también al mundo entero” (Garraty 1973, p. 922).
Keynes admite que se estaban cometiendo muchos errores en todos los ensayos contemporáneos de planificación. Aunque Mussolini puede estar “echando las muelas del juicio”, “Alemania está a merced de unos responsables sin control, aunque aún es pronto para juzgarla”.# Reserva sus mayores críticas a la Rusia de Stalin, tal vez un ejemplo históricamente sin precedentes de “incompetencia administrativa y del sacrificio de casi todo lo que hace que la vida merezca la pena vivirse a cambio de cabezas de madera” (p. 766). “Dejemos que Stalin sea un ejemplo aterrador para todos los que busquen realizar experimentos”, declaraba Keynes (p. 769).
Aún así, su crítica de Stalin (que acababa de condenar a millones a la muerte en la hambruna del terror y estaba llenando el gulag de Lenin con millones de personas más) es curiosamente oblicua y descentrada. Lo que requieren los experimentos soviético y otros socioeconómicos es sobre todo “crítica dura, libre y sin miramientos”. Pero
Stalin ha eliminado toda mente independiente y crítica, incluso las que simpatizan con el punto de vista general. Ha producido un entorno en que los procesos mentales están atrofiados. Las blandas circunvoluciones del cerebro se han convertido en madera. El rebuzno multiplicado del altavoz reemplaza las suaves inflexiones de la voz humana. El balido de la propaganda aburre incluso a los pájaros y las bestias del campo hasta la estupefacción (p. 769).
“Cabezas de madera… cerebros convertidos en madera… aburre… hasta la estupefacción”. El lector puede juzgar por sí mismo si esta crítica (que recuerda a John Stuart Mill insistiendo en la absoluta importancia de una eterna discusión y debate) es adecuada para los hechos de Stalin y el poder soviético en 1933.
Finalmente, un pasaje en este ensayo tal y como apareció en su primera versión en la Yale Review se omite en The Collected Writings:# “Pero brindo mis críticas para mostrar, como alguien cuyo corazón es amistoso y simpatiza con los experimentos desesperados del mundo contemporáneo, que les desea lo mejor y les gustaría que tuvieran éxito, que tiene sus propios experimentos a la vista y que en último término prefiere algo en la tierra a lo que los informes financieros llaman ‘la mejor opinión en Wall Street’” (Keynes 1933, p. 766).#
El comentario de Skidelsky sobre este ensayo es breve y blando: “Como apuntaba Keynes en sus artículos de “Autosuficiencia nacional” [el ensayo apareció en dos partes en The New Statesman and Nation], los experimentos sociales estaban de moda; todos ellos, fuera cual fuera su origen político, implicaban un papel mucho mayor para el gobierno y un papel muy restringido para el libre comercio” (1992, p. 483). Esta descripción difícilmente parece suficiente.
La pregunta en este caso es: ¿Cómo puede alguien que ha expresado una nostágica simpatía por los “experimentos” de nazis, fascistas y comunistas estalinistas y cuyo raído desdén de Bloomsbury estaba reservado para la sociedad de laissez faire que funcionaba libremente ser considerado un ejemplo rotundo de liberal o liberal en absoluto?#

Comunismo soviético

El tono y la sustancia de algunos de los apuntes más extensos de Keynes sobre el comunismo soviético también plantean dudas. Tras un viaje a la Unión Soviética en 1925, publicó  A Short View of Russia (1972, pp. 253-271). Skidelsky, con asombrosa inverosimilitud, califica a este ensayo como “uno de los ataques más agudos al comunismo soviético nunca escritos” (1994, p. 235).
Es verdad que Keyens apreciaba algunos defectos graves en el régimen soviético, especialmente la persecución de disidentes y la opresión general. Pero sostiene que estos defectos son en parte fruto de la revolución y resultado de “cierta bestialidad en la naturaleza rusa o en las naturalezas rusa y judía cuando, como ahora, se alían”. Forman “una sola cara” de la “soberbia seriedad de la Rusia roja”. Esa seriedad puede ser adusta, “cruda y estúpida y aburrida hasta el extremo”, como atestiguan los metodistas  (1972, p. 270): otro toque Bloomsbury.
Keynes no dio ninguna indicación de que el despotismo pudiera ser la consecuencia natural, el resultado completamente predecible de tal concentración de poder en el estado como habían efectuado los bolcheviques en Rusia. Esta última opinión  había sido uno de los sostenes del pensamiento liberal desde al menos el tiempo de Montesquieu y Madison, a través de Mises y Hayek y hasta el día de hoy. Uno esperaría que un liberal destacara este punto.
Por el contrario, Keynes habla favorablemente de la voluntad de los soviéticos de dedicarse a audaces “experimentos” de ingeniería social. En Rusia, “el método de prueba y error se utiliza sin reservas. Nadie ha sido tan abiertamente experimentalista como Lenin”. Respecto de los catastróficamente fracasados “experimentos” de los primeros años de gobierno bolchevique, que había impuesto el paso del “comunismo de guerra” a la Nueva Política Económica (NPE), Keynes los describe en los términos más anodinos: los “errores” anteriores se habían corregido ahora y las “confusiones” disipado (p. 262).# Keynes está deslumbrado por el carácter del régimen como “el laboratorio de la vida” y concluye que el comunismo soviético tiene “alguna posibilidad” de éxito. Afirma en este “agudo ataque” que “incluso una posibilidad que da a lo que está sucediendo en Rusia más importancia de lo que está sucediendo (por ejemplo) en los Estados Unidos de América” (p. 270).#
¿Qué hay en la base de la simpatía de Keynes por el experimento soviético? Aparece una pista al inicio de su ensayo, donde sugiere en broma que el arzobispo de Canterbury podría merecerse ser llamado un bolchevique “si sigue seriamente los preceptos del Evangelio”. (¿Jesucristo como el primer chequista?) Lo que conmueve más profundamente a Keynes es el elemento “religioso” del leninismo, cuya “esencia emocional y ética se centra en torno a la actitud individual y de la comunidad hacia el amor al dinero” (p. 259, cursiva en el original). Los comunistas han superado el “egoísmo materialista” y producido “un cambio real en la actitud predominante hacia el dinero (…) Una sociedad en la que esto sea al menos parcialmente cierto es una innovación tremenda”: “en la Rusia del futuro se pretende que la carrera de hacer dinero, como tal, sencillamente no se le ocurra a un joven respetable como una posible vía, igual que la carrera de un caballero no sería robar o adquirir habilidades en la falsificación o la malversación. (…) Todos deberían trabajar para la comunidad, dice la nueva religión, y, si realizan su tarea, la comunidad los sostendrá” (pp. 260-261).
Frente a esta inspiradora religiosidad, “el capitalismo moderno es absolutamente irreligioso”, faltándole cualquier sentido de solidaridad y espíritu público: “parece cada vez más claro que el problema moral de nuestra época se refiere al amor al dinero, con la habitual apelación al móvil del dinero en nueve décimos de las actividades de la vida, con el universo buscando la seguridad económica individual como primer objetivo de sus esfuerzos, con la aprobación social del dinero como medida del éxito constructivo, con la apelación social al instinto atesorador como fundamento para la provisión necesaria para la familia y el futuro” (268-269). Esta preferencia de la moralidad comunista por encima de la capitalista iba a mantenerse en Keynes durante años.
En 1928 realizó una segunda visita a Rusia, que produjo una evaluación menos favorable. A pesar de que Skidelsky nos asegure de que “el romance claramente había terminado” (1992, pp. 235-236), este juicio no es correcto. El romance continuó al menos hasta 1936, con la reseña de Keynes de Soviet Communism, de sus amigos  Sidney y Beatrice Webb. Ninguno de los que defienden el liberalismo de Keynes ha afrontado nunca abiertamente sus declaraciones bastante poco ambiguas# incluidas en una breve charla radiofónica realizada en la BBC en junio de 1936 en las serie Books and Authors (1982b, pp. 333-334).
La única obra de la que se ocupaba Keynes con algo de extensión era el enorme volumen de los Webb recientemente publicado Soviet Communism. (La primera edición llevaba el subtítulo ¿Una nueva civilización?, pero las interrogaciones desaparecieron en posteriores ediciones). Cómo líderes de la Sociedad Fabiana, los Webb habían trabajado durante décadas para traer el socialismo a Gran Bretaña. En la década de 1930 se convirtieron en ardientes propagandistas del nuevo régimen de la Rusia comunista: en palabra de Beatrice, se habían “enamorado del comunismo soviético” (citado en  Muggeridge y Adam 1968, p. 245). (A lo que ella llamaba “amor”, su sobrino político Malcolm Muggeridge lo calificaba como “adulación embobada” [1973, 72]).
Durante la visita de tres semanas a Rusia de los Webb, donde, presumía Sidney, fueron tratados como “un nuevo tipo de realeza”, las autoridades soviéticas les proporcionaron los supuestos hechos y cifras para su libro (Cole 1946, 194; Muggeridge y Adam 1968, 245). Los apparatchiks estalinistas estaban muy satisfechos del resultado final. En la propia Rusia, Soviet Communism se tradujo, publicó y promocionó por parte del régimen. Como declaraba Breatrice: “Sidney y yo nos hemos convertido en iconos en la Unión Soviética” (citado en Muggeridge 1973, p. 206).#
Desde que Soviet Communism apareció por pimera vez, se ha considerado como probablemente el mejor ejemplo de la ayuda y consuelo que los camaradas literarios viajeros daban al estado de terror de Stalin. Si Keynes hubiera sido un liberal y un amante de la sociedad libre, uno esperaría que su reseña del libro, a pesar de su amistad con los autores, fuera una fiera denuncia, pero pasa lo contrario. Como apuntaba encantada Beatrice en su diario, Maynard “en su atractivo estilo, promocionó nuestro libro en su reciente intervención radiofónica” (Webb 1985, p. 370).
En realidad, Keynes aconsejaba al público británico que Soviet Communism era una obra “que todo ciudadano serio hará bien en mirar”.
Hasta hace muy poco, los acontecimientos en Rusia se producían demasiado rápido y la distancia entre lo profesado y los logros reales era demasiado amplia como para que fuera posible un relato adecuado. Pero el nuevo sistema está ahora tan cristalizado como para ser revisado. El resultado es impresionante. Los innovadores rusos han pasado, no solo la etapa revolucionario, sino asimismo la etapa doctrinaria. Queda poco o nada que muestre ninguna relación especial con Marx y el marxismo que los distinga de otros sistemas de socialismo. Están dedicados a la vasta tarea administrativa de hacer que una serie completamente nueva de instituciones sociales y económicas funcionen suave y exitosamente en un territorio tan extenso que cubre un sexto de la superficie del mundo (1982b, p. 333).
De nuevo hay una completa alabanza de la “experimentación” soviética: “Los métodos aún están cambiando rápidamente en respuesta a la experiencia. El empirismo y experimentalismo a gran escala que se ha intentado por parte de administradores desinteresados está funcionando. Entretanto, los Webb nos han permitido ver la dirección en que las cosas parecen estar moviéndose y lo lejos que han llegado” (1982b, p. 334).
Keynes cree que Gran Bretaña tiene mucho que aprender de la obra de Webb: “Me deja con un fuerte deseo y esperanza de que en este país descubramos cómo combinar una disposición ilimitada a experimentar con cambios en métodos e instituciones políticos y económicos, preservando al tiempo el tradicionalismo y una especie de cuidadoso conservadurismo, ahorrador de todo lo que tiene experiencia humana tras él, en todas las ramas del sentimiento y la acción” (p. 334). En este pasaje, como en muchos otros, a una le sorprende la estudiada marcha atrás y confusión básica  típica de mucha de la filosofía social de Keynes: una “disposición ilimitada a experimentar” se combina de alguna manera con el “tradicionalismo” y el “cuidadoso conservadurismo”.
En 1936, nadie tenía que depender de la engañosa propaganda de los Webb para obtener información del régimen estalinista. Eugene Lyons, William Henry Chamberlin, el propio Malcolm Muggeridge, la prensa conservadora, católica y anarquista de izquierda del mundo y otros habían revelado la triste verdad acerca del osario presidido por los “innovadores” y “desinteresados administradores” de Keynes.# Quien estuviera dispuesto a escuchar podía conocer los hechos respecto de la hambruna del terror de principios de la década de 1930, el enorme sistema de campos de trabajo esclavo y la miseria casi universal que siguió a la abolición de la propiedad privada. Para los no enceguecidos por “amor”, eran inconfundibles las evidencias de que Stalin estaba perfeccionando el estado asesino modelo del siglo XX.

El odio al dinero

¿Qué explica la alabanza de Keynes del libro de los Webb y el sistema soviético? Puede haber pocas dudas de que la razón principal es, de nuevo, su profundamente asentada aversión a la búsqueda del beneficio y a hacer dinero, una actitud que compartía la pareja fabiana.
Según su amiga y colega fabiana, Margaret Cole, los Webb veían a la Unión Soviética como “la esperanza del mundo” moral y espiritualmente (1946, p. 198). Para ellos, lo “más fascinante” de todo era el papel del Partido Comunista, que, sostenía Beatrice, era una “orden religiosa”, dedicada a crear una “conciencia comunista”. En 1932 Beatrice podía anunciar que “Es porque creo que ha llegado el día para cambiar el egoísmo por el altruismo (como motivo principal de la vida humana) por lo que soy una comunista” (citado en Nord 1985, pp. 242-244).
En Soviet Communism los Webb hablan efusivamente del reemplazo de los incentivos monetarios  por los rituales de “compadece al delincuente” y la autocrítica comunista (Webb y Webb 1936, pp. 761-762). Hasta el final de su vida en 1943, Beatrice seguía alabando a la Unión Sovi´teica por “su democracia multiforme, su igualdad de sexo, clase y raza, su producción planificada para el consumo de la comunidad y sobre todo su penalización del móvil de la búsqueda de beneficios” (Webb 1948, p. 491). Después de morir, Keynes la alabó como “la mejor mujer de la generación que está muriendo ahora”.#
Igual que los Webb, Keynes identificaba la religiosidad con la abnegación por el bien del grupo. En términos económicos, esta visión se traducía en trabajar por recompensas no monetarias, trascendiendo de esta manera la sórdida motivación de “nueve décimos de las actividades de la vida” en las sociedades capitalistas. Para Keynes, como para los Webb, esta trascendencia era la esencia del elemento “religioso” y “moral” que detectaban y admiraban en el comunismo.
En su pasión hacia el maligno hacer dinero, Keynes incluso recurrió a pedir a los psicoanalistas que le apoyaran. Fascinado por la obra de Freud, como la mayoría de los miembros del círculo de Bloomsbury, Keynes la valoraba sobre todo por las “intuiciones” que se asemejaban a las suyas, especialmente sobre la importancia  del amor al dinero. En su Tratdo sobre el dinero, se refiere a un pasaje en un escrito de 1908 en el que Freud escribe de las “conexiones que existen entre los complejos del interés en el dinero y de la defecación” y la identificación inconsciente “del oro con las heces” (Freud 1924, pp. 49-50; Keynes 1971b, p. 258 y n. 1 y Skidelsky 1992, 188, pp. 234, 237, 414).# Este “hallazgo” psicoanalítico permitía a Keynes afirmar que el amor al dinero era condenado no solo por la religión sino también por la “ciencia”. Así que, aparte de constituir “el problema ético central de la sociedad moderna” (O’Donnell 1989, 377 n. 14), la preocupación por el dinero era también un tema apropiado para el alienista.
Keynes anhelaba un tiempo en el que el amor al dinero como mera posesión “se reconociera por lo que es, una morbosidad algo desagradable, una de esas propensiones semicriminales, semipatológicas que uno pasa con un escalofrío a los especialistas en enfermedades mentales” (1972, p. 329). Es triste decir que Keynes no desarrolla el tratamiento que prevé que dichos especialistas infligirían a las personas trastornadas a las que se diagnostique que sufran esa aflicción mental.
En los apuntes prosoviéticos de Keynes y en la falta de cualquier preocupación acerca de ellos entre sus devotos encontramos de nuevo el grotesco doble patrón que continúa siendo casi universal (Applebaum 1997; Courtois 1999; Malia 1999). Si a mediados de la década de 1930, un escritor famoso se hubiera expresado a favor de la Alemania nazi en los términos ocasionalmente benevolentes que usó Keynes para la Unión Soviética, habría estado en la picota y su nombre apestaría hasta hoy. Aún así, por muy malvados que fueran a ser los nazis, en 1936 sus víctimas suponían solo una pequeña fracción de las del régimen soviético.#
De hecho, el caso de Keynes es peor que el de alguien que simplemente alababa a Hitler, por ejemplo, por su supuesto éxito en acabar con el problema del desempleo o restaurar el amor propio alemán o producir cualquier otro “logro” que pudiera haber reclamado el nacionalsocialismo. El equivalente real de Keynes, en su mezcla de crítica y simpatía respecto del comunismo soviético, sería un escritor que condenara las persecuciones y la supresión de la libertad de pensamiento bajo los nazis, alabándolos al mismo tiempo por su “conciencia” de la “cuestión racial”, de la que podamos deducir alguna esperanza para el futuro. Pero lo que Keynes encontraba admirable en la Rusia soviética (la voluntad de suprimir el hacer dinero y el móvil del beneficio) era la fuente principal de los horrores.
Como seguidores de una variante del marxismo, Lenin y luego Stalin compartían el asco al dinero de Marx. El comunismo pretendía abolir el dinero, junto con la búsqueda del beneficio y el intercambio privado (todo el sistema de mercado) que hace posible el dinero. El comunismo soviético elegía a sus presas principalmente entre los marcados por su supuesto amor al dinero y los beneficios: la burguesía y los terratenientes del antiguo régimen, los “especuladores” y “atesoradores” de los años del “comunismo de guerra” y el primer Terror Rojo, luego los hombres del NPE y “kulaks” del periodo de la colectivización y la introducción de planes (Leggett 1981; Conquest 1986; Malia 1994, pp. 129-133). ¿Cómo pudo haber olvidado Keynes el enlace entre el objetivo de la búsqueda de la riqueza individual y el tormento infligido por el estado que era norma en la Rusia soviética, particularmente considerando que en el libro que reseñaba en su intervención en la radio, los autores glorificaban la decisión de Stalin de proceder a “la liquidación de los kulaks como clase” (Webb y Webb 1936, pp. 561-572)?
Una característica notable de los comentarios elogiosos de Keynes sobre el sistema soviético aquí y en otros casos es su falta total de cualquier análisis económico. Keynes parece alegremente inconsciente de que pueda existir un problema de cálculo económico racional bajo el socialismo. Esta cuestión ya había ocupado a los investigadores continentales desde hacía tiempo y era el centro de una animada discusión en la London School of Economics.
Ese año antes de la intervención de Keynes en la radio, había aparecido un libro en inglés editado por F.A. Hayek, Collectivist Economic Planning (Hayek 1935), que incluía una traducción del ensayo seminal de Ludwig von Mises “Economic Calculation in the Socialist Commonwealth”. En el curso 1933-34 de la London School, Hayek ya estaba dando un curso titulado “Los problemas de una economía colectivista”. Se había ofrecido en 1932-33 un seminario dirigido por Hayek, Lionel Robbins y Arnold Plant, dedicado principalmente al mismo tema (Moggridge 2004).
Keynes no dio señales de que conociera en absoluto el debate o estuviera al menos interesado en la cuestión.# Por el contrario, lo que importaba a Keynes era el entusiasmo por el experimento soviético (¿ha habido alguna vez algún otro economista, o pensador liberal, que invocara tan a menudo el “entusiasmo” y el “aburrimiento” como criterios para juzgar los sistemas sociales?), el imponente ámbito de los cambios sociales dirigidos por esos “desinteresados administradores” y el innovador avance ético de abolir el móvil del beneficio.
¿Significa esta evidencia que Keynes fuera en algún punto incluso comunista? Por supuesto que no. Pero su simpatía claramente expresada por el sistema soviético (así como, en grado muy inferior, por otros estados totalitarios), cuando se añade a su teoría económica de mayor estado y su visión utópica dominada por el estado, debería hacer meditar a los que la incluyen con tanta determinación en las filas liberales. Al ver a Keynes tal vez como “el liberal modelo del siglo XX” o como cualquier tipo de liberal en absoluto, solo pueden hacer incoherente un concepto histórico indispensable.

¿Era Keynes un liberal? Ralph Raico


Es hoy práctica común clasificar a John Maynard Keynes como uno de los principales liberales de la historia moderna, tal vez el “grande” más reciente en la tradición de John Locke, Adam Smith y Thomas Jefferson.#
Como estos hombres, se sostiene por lo general, Keynes era un creyente sincero (de hecho, ejemplar) en la sociedad libre. Si difería de los liberales “clásicos” en unas pocas cosas evidentes e importantes, era simplemente porque trataba de actualizar la idea liberal esencial para ajustarla a las condiciones económicas de una nueva era.
No cabe duda de que a lo largo de su vida Keynes apoyó distintos valores culturales genéricos, como la tolerancia y la racionalidad, que a menudo se consideran como “liberales” y, por supuesto, siempre se calificó a sí mismo como liberal (así como liberal, en el sentido de simpatizante del Partido Liberal Británico). Pero nada de esto tiene mucho peso cuando se trata de clasificar el pensamiento político de Keynes.#


Sunday, June 19, 2016

Hayek y Keynes, una relación liberal peligrosa

Santiago Navajas

Introducción: tres libros
Han sido tres los libros que últimamente se han publicado y que han tratado, en su núcleo o como un capítulo importante, la relación de amor-odio que mantuvieron Keynes y Hayek. El primero que debe leerse es La gran búsqueda, una panorámica general de las historias de las ideas económicas que ha escrito Sylvia Nasar sobre los dos últimos siglos y que sitúa a Alfred Marshall y los fabianos esposos Webb como el origen legítimo de la izquierda civilizada, en contraposición a la barbarie conceptual que representa Karl Marx. A continuación, el libro en el que Nicholas Whapshott ha descrito el cuerpo a cuerpo, espíritu a espíritu, entre Keynes y Hayek, una completa explicación para esos dos magníficos raps que crearon John Papola y Russ Roberts1. Y, por último, un primerísimo plano de John Maynard Keynes, esa mezcla entre Isaac Newton, Lawrence de Arabia y James Bond en la que debió inspirarse Isaac Asimov para crear en la saga Fundación a Hari Seldon, el fundador de la psicohistoria. Todo ello a la espera, por supuesto, de que se publique en España la biografía de Allan Ebenstein sobre Hayek2. Aunque habitualmente se les suele retratar como enfrentados, en realidad nunca estuvieron tan lejos el uno del otro. Para muestra, lo que confesó Hayek a la muerte de Keynes y que le podría haber servido de lápida:



Era el hombre más grande que he conocido jamás y por quien sentía una admiración sin límites.
Más bien fueron dos caras de una misma moneda: la del liberalismo de la libertad y la equidad, del mercado y la competencia, que cada uno interpretó desde dos posiciones diferentes aunque, en el fondo, tuvieran muchos puntos en común. Ni socialistas ni conservadores, tanto Keynes como Hayek fueron, por malentendidos combinados con interés de secta, asociados respectivamente a las posiciones de la derecha y de la izquierda, aunque se les podría considerar como liberales radicales, en el sentido de su excentricidad respecto de la norma y su pasión por ir a la raíz misma de las cosas. Siendo el liberalismo una corriente minoritaria tanto en lo académico como en lo popular, ambos tuvieron que acercarse a las posturas dominantes de socialistas y conservadores para hacer valer en algo sus ideas aunque repetidamente hicieron fe de su profesión liberal3.
La resistencia liberal
En unas circunstancias históricas en las que el pack formado por la democracia liberal y la economía de mercado estaba cercano a desaparecer bajo la égida totalitaria de los nazis y los comunistas, tanto Keynes como Hayek estuvieron en la vanguardia ilustrada y humanista de grandes pensadores que resistieron el embate teórico pero también práctico del desafío totalitario –junto a Popper, Arendt, Mises, Cassirer, Berlin, Ortega y Gasset y esa inmensa minoría de liberales en aquellos tiempos de utopías criminales, valga la redundancia–. En aquellos momentos, sin embargo, parecía que iban a perder la batalla de las ideas frente a las hordas irracionalistas capitaneadas por Heidegger a la derecha, Sartre a la izquierda y todo el agitprop de la mayor parte de los intelectuales al servicio de Hitler o Stalin4. Fue una casualidad, pero reveladora, que ambos pasaran varias noches juntos en 1942, armados con palas para sofocar posibles incendios, en el tejado de Cambridge vigilando el cielo esperando que atacara la Luftwaffe.
Sin embargo, mientras que el inglés Keynes creía que el carácter británico era inmune a las tentaciones totalitarias, el austríaco Hayek había comprobado in situ como los cultos pueblos austríaco y alemán caían rendidos al influjo carismático de Adolf Hitler, al que siguieron, no precisamente a ciegas, hacia la muerte y el abismo. De ahí, de esa vivencia personal, vendría la más o menos sensibilidad hacia el crecimiento del Estado y el control que iba teniendo sobre cada vez más facetas de la sociedad civil. Lo que a Keynes le parecía un mal menor, a Hayek le parecía meterse de cabeza en la boca del leviatán. Al final, ni el optimismo de Keynes ni el pesimismo de Hayek se han cumplido, ya que el Estado ha crecido hasta hacerse omnipresente y de una forma que Keynes no hubiera imaginado, ni aprobado, al tiempo que nuestras sociedades hiperestatizadas no han caído en el totalitarismo, pero sí han degenerado en un mundo huxleyano, tan feliz como superficial y banal, en el que con demasiada facilidad no somos despojados de nuestra libertad sino que la ofrecemos gustosos en el altar de la seguridad, el bienestar o los dogmas de lo políticamente correcto.
Paradigmas
Del mismo modo que entre Cassirer y Heidegger, Bohr y Einstein o Wittgenstein y Popper, la discusión que mantenían Keynes y Hayek era, en cierto sentido, una pelea de sordos porque los compromisos ontológicos y metodológicos de cada uno de ellos sobrepasaban los límites de una conversación acotada. Y es que ambos estaban en trincheras tan lejanas que por mucho que se gritasen no era probable que llegasen a escucharse. En realidad, la disputa entre Hayek y Keynes es un caso de libro del concepto de paradigma en Thomas Kuhn. Keynes y Hayek se encontraban en dimensiones diferentes de la ciencia económica, ya que mientras que Hayek se movía en el ámbito de lo que hoy llamamos microeconomía, el estudio de la relaciones económicas que se producen entre los individuos, Keynes estaba inventado lo que se denominaría macroeconomía, la visión de las relaciones económicas contempladas a vista de pájaro, es decir, desde una perspectiva más abstracta y totalizadora. O dicho a la manera de Skidelsky:
Mientras Hayek empezaba con premisas que no podían llegar a resultados perversos, Keynes empezaba por los resultados perversos e intentaba construir premisas consistentes con ellos.
Que es como decir que mientras que Hayek pertenecería, metafóricamente, a la izquierda hegeliana ("Lo racional es real"), Keynes pertenecería a su derecha ("Lo real es racional"). O, también, que Hayek se ocupaba del deber ser y Keynes se preocupaba por el mondo y lirondo ser.
Pero nada une más que tener un idéntico enemigo a las puertas de lo que consideras que es la máxima expresión de la civilización: el burgués way of life. Tanto Hayek como Keynes tenían dos enemigos intelectuales en común. En un extremo, los fans del crecimiento y expansión sin límite del Estado, de tendencia totalitaria, que provocarían una tumoración estatista en la sociedad civil que terminaría por destruir el núcleo de la misma, los individuos. En el otro extremo, los fanáticos del laissez faire5, defensores de un mercado sin regulación alguna, anarquistas de salón que sentían un odio enfermizo hacia cualquier forma de autoridad combinado con una inocente confianza roussoniana en la espontaneidad social. Tanto Keynes como Hayek, por el contrario, partían de la tradición contractualista que había fundado el Estado liberal moderno y que en ese momento, los años que van de la crisis del 29 al final de la II Guerra Mundial, se estaba transformando en un Estado liberal de bienestar, en el que se trataba de mantener una esfera de libertad en todos los órdenes, incluso de expandirla en algunos (como los derechos civiles), a la vez que ampliaba la red de seguridad vinculada a riesgos objetivos, convirtiéndose el Estado en una compañía de seguros respecto a los imprevistos de la vida, tanto social como económicamente, tanto contingente como estructuralmente.
La más radical diferencia entre Keynes y Hayek se situaba, por tanto, no tanto en la dirección a seguir –la de un Estado que gestionase el mercado para garantizar en él su característica fundamental, la competencia– sino en la intensidad y el sentido de dicha gestión, que no debería incurrir ni por exceso en el intervencionismo socialista o conservador ni por defecto en el pasotismo libertario. A partir de esta coincidencia básica a todo liberal, las discrepancias eran profundas (tanto metodológicas como filosóficas y de talante), del mismo modo que ambos chocarían con la tercera pata del taburete liberal en la economía del siglo XX: las teorías neoclásicas de la Escuela de Chicago que tendrían su más famoso representante en Milton Friedman, que se convertiría a final del siglo XX en la encarnación más reconocida del espíritu liberal, aparentemente más hayekeano en el espíritu filosófico aunque en cuanto a su contenido económico más cercano a la arquitectura social propuesta por Keynes.
Macro y micro
Dentro del marco general liberal, por tanto, las diferencias entre Keynes y Hayek eran de enfoque. Como hemos señalado anteriormente, mientras que Hayek realizaba un acercamiento de abajo hacia arriba a los procesos económicos, considerando las interacciones particulares y concretas de los individuos en el mercado, Keynes realizaba un análisis de arriba abajo, considerando magnitudes generales como la oferta y la demanda. Estableciendo una analogía grosso modo, podríamos establecer que la diferencia entre uno y otro consistía en la misma que separaba la aproximación de Bohr en la física cuántica, que atendía a las magnitudes de microescala, mientras que Einstein tenía una visión de la realidad física desde la perspectiva de las grandes escalas del universo, lo que condicionaba a su vez su concepción filosófica de la realidad física6 (la diferencia entre los físicos y los economistas en esa misma época es que los físicos compartían un vocabulario común que definía unos conceptos definidos, operables además con la objetividad, la univocidad y el rigor de las matemáticas, mientras que las discusiones económicas entre Hayek y Keynes, como en general en toda la profesión, se perdían en unas indefiniciones terminológicas que entorpecían y oscurecían el debate, además de unos prejuicios ideológicos más arraigados y una cercanía al poder político que contaminaban el debate conceptual con intereses espurios. Además de que la econometría que acababa de surgir de la mano de Simon Kuznets fue rechazada demasiado a la ligera por la escuela austríaca, de la que Hayek era un miembro destacado aunque heterodoxo, porque en principio era más proclive al planteamiento macroeconómico).
De forma parecida, la polémica entre Popper y Wittgenstein sobre si hay o no problemas filosóficos auténticos se encontraba dentro del mismo paradigma ilustrado mientras que, sin embargo, la disputa entre Cassirer y Heidegger, entre un neoilustrado y un antihumanista, en realidad los situaba en dimensiones de la visión del significado y la vida tan distantes que más que un diálogo no podía ser sino un cruce de monólogos en paralelo, sin posibilidad alguna de síntesis ni negociación. Por el contrario, el diálogo entre Keynes y Hayek duró toda su vida y fue tan duro y exigente como fructífero para ambas partes, en el que se reconocían tanta admiración personal como respeto intelectual.
'Centesimus annus', 'hayekeynesiana'
Un ejemplo un quizás sorprendente híbrido de Hayek + Keynes se encuentra en la encíclica de Juan Pablo II Centesimus Annus. Mientras que los apartados 31 y 32 tienen un aroma indiscutiblemente favorable al libre mercado, el resto de la parte económica (del 33 al 37) introduce limitaciones al funcionamiento laissez faire del mismo, en aras de una "preocupación social" que también era uno de los rasgos distintivos de Keynes frente a otros liberales que preferían refugiarse en problemas teóricos y académicos independientemente de los problemas de la realidad económica inmediata (y de donde vino el famoso exabrupto de Keynes sobre que, en el largo plazo, todos muertos. Boutade cuyo último coletazo ha sido la acusación del historiador Niall Ferguson acerca de que el presunto desinterés de Keynes por el futuro provendría de que era homosexual y sin descendencia, lo que además de ser una tontería ridícula es falso7, ya que Keynes fue bisexual a lo largo de su vida –en serie, no en paralelo–, y en su matrimonio quería tener hijos aunque su mujer resultó no ser fértil).
Así, Juan Pablo II, por un lado, reconoce que (el énfasis es mío)
se hace cada vez más evidente y determinante el papel del trabajo humano, disciplinado y creativo, y el de las capacidades de iniciativa y de espíritu emprendedor, como parte esencial del mismo trabajo... La moderna economía de empresa comporta aspectos positivos, cuya raíz es la libertad de la persona, que se expresa en el campo económico y en otros campos;
mientras, que por otro lado,
Da la impresión de que, tanto a nivel de naciones, como de relaciones internacionales, el libre mercado es el instrumento más eficaz para colocar los recursos y responder eficazmente a las necesidades. Sin embargo, esto vale sólo para aquellas necesidades que son 'solventables', con poder adquisitivo, y para aquellos recursos que son 'vendibles', esto es, capaces de alcanzar un precio conveniente. Pero existen numerosas necesidades humanas que no tienen salida en el mercado. Es un estricto deber de justicia y de verdad impedir que queden sin satisfacer las necesidades humanas fundamentales y que perezcan los hombres oprimidos por ellas.
Es una aproximación al equilibrio entre la libertad negativa, la favorita de los liberales de derechas, y la libertad positiva, la de aquellos que, como Keynes, podríamos definir como liberales de izquierda. Es decir, que Wojtyla sumaba en su encíclica hayekeynesiana la libertad que exige para su disfrute que nadie interfiera con sus deseos con la libertad que presupone por parte del Estado cierta igualación de las oportunidades que por nacimiento puede ser que no se den.
Neocontractualismo
Así llegamos a la filosofía social de ambos pensadores, Hayek y Keynes. Será una visión contractualista de la sociedad la que complemente el desarrollo económico. En el sentido en que economistas posteriores como Amartya Sen harán caso omiso de la recomendación de la muy keynesiana (y en cuanto más keynesiana que el papa Keynes, profundamente antiliberal) Joan Robinson para olvidarse de "esa basura de la ética". Porque la economía sin ética y sin política está vacía, del mismo modo que la ética y la política sin economía están ciegas.
Siendo David Gauthier, Robert Nozick y John Rawls los filósofos que dentro del marco liberal han desarrollado las teorías neocontractualistas más potentes, centrémonos en este último como ejemplo de lo que podría ser un punto de acuerdo entre Hayek y Keynes. Plantea Rawls en La justicia como equidad la existencia de dos principios que combinan la libertad negativa y la libertad positiva que había planteado Isaiah Berlin, del que fue discípulo en Oxford, como si fueran cuasi contradictorios. Al resolver la paradoja de la relación de la libertad individual a hacer lo que se quiera con la legitimidad del Estado para realizar ajustes en el sistema de libertades colectivas, Rawls resuelve la relación entre sociedad civil y Estado, dejándole a este último determinadas acciones regulatorias para ajustar la "maquinaria" del mercado, la metáfora favorita de Keynes, o para sanar al "organismo" de mercado, la metáfora favorita de Hayek.
Porque si el primer principio establece la tradicional aspiración liberal a hacer lo que uno quiera (con el natural límite en el respeto a la libertad de los demás)8,
cada persona debe tener un derecho igual al esquema más extenso de libertades básicas iguales compatible con un esquema similar de libertades para otros,
el segundo principio regula la libertad positiva:
Las desigualdades sociales y económicas deben de resolverse de modo tal que:
1. resulten en el mayor beneficio de los miembros menos aventajados de la sociedad (el principio de la diferencia).
2. los cargos y puestos deben de estar abiertos para todos bajo condiciones de igualdad de oportunidades (justa igualdad de oportunidades);
con el importante matiz de que entre dichos principios se establece una jerarquía que, y aquí reside la clave liberal frente a la socialdemócrata, sitúa al primer principio por encima del segundo, la libertad por encima de la igualdad, favoreciendo un equilibrio asimétrico entre ambos valores, respetando la clásica preeminencia de la libertad frente a la segunda que se manifestaba en esa secuencia, donde el orden sí que importa, de libertad-igualdad-fraternidad.
Hayek recoge esos dos principios en Camino de servidumbre. El de la libertad negativa9:
De esto, el individualista concluye que debe dejarse a cada individuo, dentro de límites definidos, seguir sus propios valores y preferencias antes que los de otro cualquiera, que el sistema de fines del individuo debe ser supremo dentro de estas esferas y no estar sujeto al dictado de los demás;
donde he subrayado la restricción "dentro de límites definidos", que tiene en cuenta tanto los límites que marcan las libertades de otros individuos como las externalidades negativas que pudiese acarrear dicha acción en libertad. Y es que el individualismo hayekiano se opone al colectivismo pero no así al individualismo compasivo, al que hace referencia Juan Pablo II, es decir, que la acción social de los individuos a través del mecanismo de la competencia en el mercado incluye tanto la competición como la cooperación, ya que somos más libres (y más felices) en cuanto los demás son también más libres (y más felices)10.
En cuanto al segundo principio rawlsiano, de contenido social, Hayek también lo recogió en Camino de servidumbre cuando escribió11:
No puede haber ninguna duda de que un mínimo de comida, alojamiento y ropa, suficiente para preservar la salud y la capacidad de trabajar, tiene que estar garantizado para todo el mundo. Cuando, como en el caso de enfermedad o accidente, ni el deseo de evitar estas calamidades ni los esfuerzos para superar sus consecuencias se ven debilitados por la provisión de asistencia –cuando, en pocas palabras, nos enfrentamos a riesgos realmente asegurables–, la necesidad de que el Estado ayude a organizar un sistema de seguridad social de conjunto es muy fuerte.
En este sentido, Hayek está mucho más cercano a Keynes que a una fanática del individualismo como Ayn Rand (que, por cierto, anotó Camino de servidumbre con el estilo combativo y faltón que la caracterizaba, con las expresiones "está loco de remate", "loco abismal", “idiota” y “total y absoluto bastardo vicioso”), que no podría estar más en desacuerdo con lo que Hayek expresó en otro momento12:
Siempre y cuando el Gobierno planifique la competencia o intervenga cuando la competencia no pueda hacerlo, no hay ninguna objeción.
Planificación para la competencia
Esta "planificación para la competencia" va a ser el consenso al que lleguen Hayek y Keynes, y será el testigo que recoja la economía liberal neoclásica en Chicago. Esto llevará a un cambio metafórico porque de la mano invisible de Adam Smith (que de todos modos ya evidenció la necesidad de dicha planificación para la competencia) pasaríamos a la mano de hierro (planificadora) en guante de seda (liberal), es decir, a la articulación de un Estado tan fuerte y sólido en la regulación del mercado como cuidadoso para incentivar la competencia en lugar de matarla. Esta planificación en el buen sentido consiste en hacer de levadura para la competencia, en contraposición a la planificación para el socialismo, que supondría la sustitución del mecanismo de la competencia-en-el-mercado por el intervencionismo estatalista.
Una vez asumida la metáfora de la mano de hierro en guante de seda, de la disciplina en el mercado a través de la regulación estatal, sin embargo, Hayek va a avisar a Keynes de que la lógica de la acción democrática lleva ineluctablemente a una Gobierno cada vez más poderoso, grande e intervencionista que, en el límite, caería de cabeza en la dictadura totalitaria. De manera que, para huir de los totalitarismos en el corto plazo, nazis y comunistas, Keynes estaría abierto las puertas de la Troya liberal a la farsa del caballo intervencionista. Sin embargo, Keynes se mostraba más optimista, atribuyendo al carácter de los pueblos la sabiduría suficiente para que el peligro del totalitarismo no prendiese en un sistema liberal. Claro, no era lo mismo, como expusimos anteriormente, la experiencia vital del británico Keynes, que solía cenar con Churchill y los académicos de Cambridge, que la del austríaco Hayek, que tuvo que salir por pies de la doble amenaza a su integridad de los comunistas, primero, y los nazis, después...
Otra diferencia es en el modo de ejercer la mano visible liberal. A raíz del cambio de actitud de Keynes en 1939 respecto a la política del Gobierno, ya que lo que había en ese momento era un exceso de demanda durante la guerra, Hayek le felicitó13:
Me tranquiliza comprobar que estamos tan absolutamente de acuerdo en lo que respecta a la economía de la escasez, aunque discrepemos en cuanto al momento de aplicarla.
Hayek no comprendía que realmente eran dos tipos de aplicación del liberalismo diferentes los que sostenían Keynes y él. Porque mientras que el inglés defendía un liberalismo del caso, en el que la política económica dependería de las circunstancias del momento y la idiosincrasia del regulador de turno, Hayek prefería un liberalismo de la regla, un piloto automático que gobernase siguiendo un programa determinado (aunque ya dicho programa significase una refutación del laissez faire ingenuo).
The End
Finalmente, la historia, el largo plazo, parece estar dándole la razón más bien a Keynes, ya que la expansión del Estado no se ha resuelto en una deriva totalitaria generalizada sino más bien en lo contrario, una expansión de la democracia liberal a través de la globalización que ha perdido en libertad en algunas parcelas en contraposición a las ganancias gigantescas obtenidas en otras, más importantes.
Y es que si los socialistas son ingenieros sociales, los liberales podrían ser catalogados como arquitectos sociales. Un tipo de planificación liberal de tipo soft, light o fuzzy. Fue sin duda Keynes el que abrió en la esfera liberal la compuerta de cierta planificación de las acciones estatales, desde una perspectiva progresista, de preocupación social. Sin embargo, el núcleo fundamental de la economía era, por supuesto, el mercado. Y la acción del Estado estaba completamente subordinada a complementar al mercado para que este funcionase de la manera óptima. De hecho, en cuanto la labor estatal de cebar la maquinaria de la competencia de la economía de mercado para que esta no gripase hubiese cesado, una vez que el motor económico comenzase a carburar nuevamente después de una rotura, siguiendo con la metáfora mecánica, el Estado debía retirarse de nuevo a boxes, únicamente preocupado de regulaciones mínimas del mismo, hinchando las ruedas o llenando el depósito de gasolina (dinero).
Aunque en un primer momento Hayek, siguiendo la estela austríaca, rechazó este planteamiento de la función reguladora del Estado, sin embargo de lo que terminó abjurando fue de la ingenua actitud decimonónica del laissez faire y ya en Camino de servidumbre planteó una "arquitectura social" que pasaba incluso por la creación de un sistema de sanidad público y universal, así como un sistema de educación básico.
Otro punto en común entre Hayek y Keynes consistía en que fueron de los pocos intelectuales que no sólo no cayeron bajo el influjo de la propaganda y el hechizo comunista de la Unión Soviética –que encandiló a discípulos en Cambridge como Joan Robinson e incluso a socialistas fabianos como Beatrice Webb–, sino que, como refiere Sylvia Nasar en La gran búsqueda en relación a Keynes, sentía "un profundo desprecio por el Partido Laborista oficial y ponía en el mismo saco a la Alemania fascista y a la URSS estalinista", señalando el origen estatalista y antiliberal de ambos. Sin embargo, y ya en el marco de las democracias liberales, Keynes comprendió mejor la política que Hayek, en cuanto que el cuerpo electoral siempre va a exigir un liberalismo activo, que hiciera algo, para resolver los problemas acuciantes del corto plazo. Mientras que un liberalismo que esperase a que el sistema se arreglase por sí solo sería sistemáticamente rechazado por pasivo e incompetente. Aquí opera un rasgo de la psicología popular que espera acciones visibles para los problemas. Un corolario de aquello que sostenía Nietzsche según el cual nunca nos libraremos de creer en Dios porque creemos en la gramática. Es decir, que ante un predicado (una acción) creemos que tiene que existir necesariamente un sujeto, aunque sea implícito. Del mismo modo, y parafraseando al filósofo alemán, podríamos decir que siempre vamos a pedir más intervención del Estado porque nunca dejaremos de creer en la gramática.

Hayek y Keynes, una relación liberal peligrosa

Santiago Navajas

Introducción: tres libros
Han sido tres los libros que últimamente se han publicado y que han tratado, en su núcleo o como un capítulo importante, la relación de amor-odio que mantuvieron Keynes y Hayek. El primero que debe leerse es La gran búsqueda, una panorámica general de las historias de las ideas económicas que ha escrito Sylvia Nasar sobre los dos últimos siglos y que sitúa a Alfred Marshall y los fabianos esposos Webb como el origen legítimo de la izquierda civilizada, en contraposición a la barbarie conceptual que representa Karl Marx. A continuación, el libro en el que Nicholas Whapshott ha descrito el cuerpo a cuerpo, espíritu a espíritu, entre Keynes y Hayek, una completa explicación para esos dos magníficos raps que crearon John Papola y Russ Roberts1. Y, por último, un primerísimo plano de John Maynard Keynes, esa mezcla entre Isaac Newton, Lawrence de Arabia y James Bond en la que debió inspirarse Isaac Asimov para crear en la saga Fundación a Hari Seldon, el fundador de la psicohistoria. Todo ello a la espera, por supuesto, de que se publique en España la biografía de Allan Ebenstein sobre Hayek2. Aunque habitualmente se les suele retratar como enfrentados, en realidad nunca estuvieron tan lejos el uno del otro. Para muestra, lo que confesó Hayek a la muerte de Keynes y que le podría haber servido de lápida: