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Wednesday, August 24, 2016

Los villanos de la crisis

Por Lorenzo Bernaldo de Quirós

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Con dosis de ignorancia histórico-económica supinas adobadas por una ideología trasnochada en busca de revancha, los adalides de la progresía bien pensante acusan al capitalismo y a sus maléficos representantes, los financieros, de ser los causantes de la crisis que azota la economía norteamericana y, por contagio, la mundial. Ante este dramático panorama, el Estado se convierte en la solución a todos los problemas y en el instrumento para salvar al propio capitalismo de las consecuencias inevitables a las que lleva su incontrolada dinámica. Esta tesis que lleva camino de transformarse en una "verdad popular" carece de la más mínima justificación. El huracán que sacude los mercados financieros y la economía real es el resultado de un monumental "fallo de Estado", representado por las pésimas políticas monetarias y regulatorias adoptadas por los EE.UU. 


Todas las corrientes del pensamiento económico desde las representadas por el keynesiano Hyman Minsky hasta las monetaristas de Allan Meltzer, las austriacas de George Reisman o las eclécticas de Michael D. Bordo coinciden en un hecho relevante: la crisis hubiese sido imposible o hubiese tenido menor intensidad sin la laxa estrategia monetaria aplicada por la Reserva Federal entre 2001 y 2004. Esta fue la causa que determinó el exuberante e irreal aumento del valor de los activos bursátiles y reales, el desaforado endeudamiento de las empresas y de las familias y el inevitable desplome de ese castillo de naipes, construido sobre una expansión crediticia espectacular, cuando las presiones inflacionarias forzaron a endurecer la política del instituto emisor estadounidense. Esto es de manual y no resiste la menor crítica técnica.
La anterior hipótesis ha mantenido una constancia histórica indiscutible. La totalidad de las fases de auge y depresión experimentadas por la economía norteamericana, han tenido su origen en la actuación desplegada por la FED. Desde su creación en 1913 ha sido, en numerosas ocasiones, el factor determinante del ciclo económico norteamericano y ha mostrado una falta de capacidad proteica para estabilizar la economía y el sistema financiero. El grueso de la historiografía económica contemporánea demuestra con una apabullante rotundidad esta afirmación y no existe ninguna teoría alternativa sólida capaz de refutarla.
El segundo falso villano del drama son los mercados financieros. Desde esta óptica, el binomio liberalización-innovación sería otro factor básico de la crisis, la justa y merecida retribución divina a los pecados de orgullo, codicia y envidia de los especuladores. Pues bien, este planteamiento es falso. Desde los años treinta los mercados de activos financieros han estado entre los sectores más concienzudamente regulados de la economía. La emergencia de los productos e instrumentos que están en el epicentro del terremoto --derivados, titulaciones, CDOs etc.-- han sido el resultado directo e indeseado de la regulación y de la estructura impositiva, porque ambas alteran los diferenciales de rentabilidad de los activos y así crean nuevas oportunidades para explotar los beneficios proporcionados por la innovación.
Los intervencionistas que pretenden utilizar el poder del Estado para contener la ola de la innovación financiera se exponen a un fracaso espectacular. Los vigilantes de los mercados de capitales de cualquier país que no se resignen a aceptar una función limitada y cuyas intervenciones normativas eleven el costo de operar en ellos sólo lograrán la ansiada estabilidad si los nacionalizan de iure o de facto lo que tendría costos prohibitivos para su crecimiento económico. En cualquier caso, para justificar la intervención del Estado, los ciudadanos tienen derecho a solicitar no sólo amonestaciones generales sobre los excesos de los mercados financieros, sino razones de fondo para creer que la intervención es segura y efectiva, lo que está lejos de ser probable.
El autor es Presidente de Freemarket International Consulting en Madrid, España, y académico asociado del Cato Institute (www.elcato.org).

Los villanos de la crisis

Por Lorenzo Bernaldo de Quirós

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Con dosis de ignorancia histórico-económica supinas adobadas por una ideología trasnochada en busca de revancha, los adalides de la progresía bien pensante acusan al capitalismo y a sus maléficos representantes, los financieros, de ser los causantes de la crisis que azota la economía norteamericana y, por contagio, la mundial. Ante este dramático panorama, el Estado se convierte en la solución a todos los problemas y en el instrumento para salvar al propio capitalismo de las consecuencias inevitables a las que lleva su incontrolada dinámica. Esta tesis que lleva camino de transformarse en una "verdad popular" carece de la más mínima justificación. El huracán que sacude los mercados financieros y la economía real es el resultado de un monumental "fallo de Estado", representado por las pésimas políticas monetarias y regulatorias adoptadas por los EE.UU. 

Wednesday, July 6, 2016

Rusia: la relación entre Keynes y el rublo

Steve Hanke
 
Steve H. Hanke es profesor de economía aplicada en la Johns Hopkins University en Baltimore. Hanke se desempeña como presidente del Toronto Trust Argentina en Buenos Aires, el fondo mutual con el mejor desempeño en el mundo en 1995. Ha sido asesor de varios gobiernos en un diverso conjunto de temas políticos. Actualmente es consejero estatal y asesor del presidente de Montenegro y asesor del ministro de economía y finanzas de Ecuador. En 1998. Hanke fue nombrado una de las 25 personas más influyentes en el mundo por la revista World Trade, y un Asociado Distinguido de la International Atlantic Economic Society.
El 3 de marzo de 2014 EE.UU. inició una guerra contra Rusia. Esto sucedió cuando EE.UU. impuso sanciones por primera vez. Y si, las sanciones no son nada más que guerra a través de medios no militares. Dicho esto, el 11 de noviembre Rusia cometió un gran error. Dejó que el rublo flote. Desde ese entonces, el rublo no ha flotado en un mar de tranquilidad. Ha caído marcadamente junto con el petróleo —en alrededor de 25% y su volatilidad se ha disparado a alrededor de 65%.
La caída del rublo significa que las importaciones rusas serán más caras y sus exportaciones más competitivas. Esta combinación ayudará a mantener positivo el saldo de la cuenta corriente de Rusia, lo cual compensará en algo la masiva fuga de capitales.



Es hora de que Putin aprenda una lección de Keynes y haga lo que ya hacen la mayoría de los grandes productores de petróleo: atar el rublo al dólar.
Además, las cuentas fiscales de Rusia están denominadas en rublos que se están depreciando y sus exportaciones se cobran en dólares que se están apreciando. Siendo así las cosas, el impacto fiscal debido a los precios más bajos del petróleo será amortiguado por un rublo débil.
Pero hay límites a cualquier beneficio temporal de una devaluación del rublo. Cuando una moneda se devalúa, el fantasma de la inflación siempre está a la vuelta de la esquina. ¿Cómo puede Rusia evitar un mayor daño y corregir su error del 11 de noviembre? Rusia debería abandonar su régimen de tipo de cambio flotante, que adoptó el 10 de noviembre. El petróleo y otras materias primas que Rusia exporta están denominadas en dólares. Al adoptar un régimen de tipo de cambio flotante, Rusia está invitando la inestabilidad. El tipo de cambio nominal del rublo fluctuará junto con el petróleo y otras materias primas. Cuando el precio del petróleo aumenta (cae) el rublo se apreciará (depreciará), y Rusia experimentará un paseo en montaña rusa distinguido por bajos deflacionarios y altos inflacionarios. Para evitar estos paseos salvajes, la mayoría de los grandes productores de petróleo —Arabia Saudita, Kuwait, Qatar, y Emiratos Árabes Unidos— atan sus monedas al dólar. Rusia debería hacer lo mismo.
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Para hacer las cosas bien, Rusia debería aprender de la estrategia que John Maynard Keynes utilizó en Rusia y establecer una caja de convertibilidad.
Bajo una caja de convertibilidad el banco central emite billetes y monedas. Estos son convertibles a moneda extranjera de reserva a un tipo de cambio fijo y a libre demanda. Como reservas, la autoridad monetaria tiene títulos y valores de alta calidad denominados en la moneda de reserva. Sus reservas son iguales al 100 por ciento, o más, de sus notas y billetes en circulación, conforme lo determine la ley. Un banco central que opera bajo las normas de una caja de convertibilidad no acepta depósitos y genera ingresos por la diferencia entre el interés pagado por los títulos y valores y el gasto de mantener sus notas y billetes en circulación. No tiene política monetaria discrecional. En cambio, las fuerzas del mercado por sí solas determinan la oferta del dinero.
Hay un precedente histórico en Rusia de una caja de convertibilidad. Luego de la Revolución Bolchevique, cuando las tropas de Gran Bretaña y otras naciones aliadas invadieron el norte de Rusia, la moneda estaba en caos. La guerra civil de Rusia había empezado, y cada parte involucrada en el conflicto estaba emitiendo una moneda que valía casi nada. Hubo más de 2.000 emisores distintos de rublos fiduciarios.
Para facilitar el comercio, los británicos establecieron la Caja Nacional de Emisión para el norte de Rusia en 1918. La Caja emitía notas de “rublos británicos”. Estos estaban respaldados por libras esterlinas y eran convertibles a libras a un tipo de cambio fijo. Kurt Schuler y yo descubrimos documentos en los archivos de la Oficina Británica de Asuntos Exteriores que demuestran que el padre del rublo británico fue John Maynard Keynes, quien era en ese entonces funcionario de la Tesorería Británica.
A pesar de la guerra civil, el rublo británico fue un gran éxito. La moneda nunca se desvió de su tipo de cambio fijo en relación a la libra británica. A diferencia de otros rublos rusos, el rublo británico fue un depósito de valor confiable. Naturalmente, el rublo británico sacó de circulación a los demás rublos.
Desafortunadamente, la vida del rublo británico fue breve: la Caja Nacional de Emisión cesó sus operaciones en la década de 1920, luego de que las tropas de los aliados se retiraran de Rusia.
Siendo esto así, es hora de que Putin aprenda una lección de Keynes y haga lo que ya hacen la mayoría de los grandes productores de petróleo: atar el rublo al dólar.

Rusia: la relación entre Keynes y el rublo

Steve Hanke
 
Steve H. Hanke es profesor de economía aplicada en la Johns Hopkins University en Baltimore. Hanke se desempeña como presidente del Toronto Trust Argentina en Buenos Aires, el fondo mutual con el mejor desempeño en el mundo en 1995. Ha sido asesor de varios gobiernos en un diverso conjunto de temas políticos. Actualmente es consejero estatal y asesor del presidente de Montenegro y asesor del ministro de economía y finanzas de Ecuador. En 1998. Hanke fue nombrado una de las 25 personas más influyentes en el mundo por la revista World Trade, y un Asociado Distinguido de la International Atlantic Economic Society.
El 3 de marzo de 2014 EE.UU. inició una guerra contra Rusia. Esto sucedió cuando EE.UU. impuso sanciones por primera vez. Y si, las sanciones no son nada más que guerra a través de medios no militares. Dicho esto, el 11 de noviembre Rusia cometió un gran error. Dejó que el rublo flote. Desde ese entonces, el rublo no ha flotado en un mar de tranquilidad. Ha caído marcadamente junto con el petróleo —en alrededor de 25% y su volatilidad se ha disparado a alrededor de 65%.
La caída del rublo significa que las importaciones rusas serán más caras y sus exportaciones más competitivas. Esta combinación ayudará a mantener positivo el saldo de la cuenta corriente de Rusia, lo cual compensará en algo la masiva fuga de capitales.


Monday, June 27, 2016

Brexit deja a un Trump triunfante



Ines Pohl
Ines Pohl es corresponsal de DW en Washington.
Estados Unidos está conmocionado. Aparte de profesionales, a quienes les concierne el tema, nadie se interesaba por el brexit. Son muy pocos los que se preocupan en Estados Unidos por entender cómo funciona la Unión Europea (UE). El que el Reino Unido nunca haya utilizado el euro, y que a pesar de esto fuese miembro de la Unión, no ayuda a los estadounidenses a entender la naturaleza de cómo ésta funciona.
No obstante, la noticia de la salida del Reino Unido de la UE ha causado revuelo en Estados Unidos. Y la razón es, claramente, muy norteamericana: Donald Trump. Una vez más, el candidato republicano ha logrado explotar un suceso internacional para beneficio propio.



La consigna “vamos por buen camino, nosotros podemos” ha dejado de funcionar. Muchas personas no sienten que sus preocupaciones y necesidades estén siendo propiamente atendidas. Ahora, los británicos han mostrado un camino de cómo oponer resistencia.
El mismo lema que Trump. Justo en la mañana después del referéndum, Trump planeó oportunamente visitar uno de sus campos de golf en Escocia. Después de haber tenido unas últimas malas semanas, en las que críticas en su contra crecían, el brexit le llegó como un regalo caído del cielo.
Los argumentos con los que los defensores del brexit lograron el éxito cosechado son los mismos que utiliza Trump: “Los inmigrantes tienen la culpa de los problemas financieros. Debemos proteger más nuestros propios intereses y gastar menos en relaciones internacionales y alianzas”.
El éxito obtenido por los opositores de la UE en el Reino Unido es doblemente doloroso para los demócratas. Si ya funcionó en el Reino Unido, ¿por qué no habría de funcionar en Estados Unidos? Que el próximo presidente tenga como nombre Donald Trump parece, ahora después del brexit, más factible que nunca.
Trump podría explotar a su favor el apoyo que Obama mostró por la campaña británica a favor de la permanencia del Reino Unido en la UE, criticando la poca influencia del presidente en el exterior; Trump llegó hasta el punto de decir que la visita de Obama al Reino Unido en abril perjudicó la campaña en pro de la permanencia.
Aliado militar importante. En su visita, Obama mostró su claro apoyo a favor de la permanencia del Reino Unido en la UE: con argumentos económicos y, sobre todo, argumentos estratégicos y militares. El Reino Unido es, y siempre has sido, el aliado militar más fuerte y fiable de los Estados Unidos. Ahora, después del brexit, hasta esa alianza queda en entredicho.
El Reino Unido le ha entregado a Trump una gran arma. En este momento, el equipo de Hillary Clinton debe estar pensando lo mismo que la canciller Angela Merkel: ¿Cómo frenar el peligroso avance de los populistas en medio de la injusticia y la inseguridad mundial?
La consigna “vamos por buen camino, nosotros podemos” ha dejado de funcionar. Muchas personas no sienten que sus preocupaciones y necesidades estén siendo propiamente atendidas. Ahora, los británicos han mostrado un camino de cómo oponer resistencia. Al parecer, a muchos estadounidenses les bastaría con este sentimiento pasajero de poder.

Brexit deja a un Trump triunfante



Ines Pohl
Ines Pohl es corresponsal de DW en Washington.
Estados Unidos está conmocionado. Aparte de profesionales, a quienes les concierne el tema, nadie se interesaba por el brexit. Son muy pocos los que se preocupan en Estados Unidos por entender cómo funciona la Unión Europea (UE). El que el Reino Unido nunca haya utilizado el euro, y que a pesar de esto fuese miembro de la Unión, no ayuda a los estadounidenses a entender la naturaleza de cómo ésta funciona.
No obstante, la noticia de la salida del Reino Unido de la UE ha causado revuelo en Estados Unidos. Y la razón es, claramente, muy norteamericana: Donald Trump. Una vez más, el candidato republicano ha logrado explotar un suceso internacional para beneficio propio.


España: ¿Y si gana Podemos?

España: ¿Y si gana Podemos?


Por Ignacio Camacho
No va a suceder. No ahora, o no todavía. La ventaja del PP sobre Podemos no se ha estrechado como para entrar en el margen de error de los sondeos, aunque es lo bastante corta para que los radicales puedan acceder al poder sin ganar las elecciones. Nadie debe soñar con que el PSOE lo impida: si hay mayoría de izquierdas habrá Gobierno de izquierdas. Pero el viento de la política ofrece barruntos de un cambio de ciclo más profundo. La cuenta atrás del «momento populista» ha comenzado.


Podemos no ganará –probablemente– el domingo. Sin embargo, está en condiciones sociológicas de hacerlo porque se ha asentado en la estructura del electorado español. Datos del CIS: primera fuerza entre los menores de 40 años y entre estudiantes, parados y jóvenes en busca de primer empleo. Líder entre quienes se consideran de izquierdas. Al alza entre profesionales y funcionarios del sector sanitario y educativo. Eso no es un partido marginal ni minoritario –ay, los frikis de Arriola–, sino la organización con más futuro biológico del país. Y con la más eficaz maquinaria de guerra electoral, dueña de la hegemonía propagandística, perfecta en el manejo de las redes sociales. La campaña ha discurrido a su compás: sobre sus ideas, sus eslóganes, sus propuestas. Incluso sobre sus imposturas, salidas de tono y contradicciones. Pero siempre bajo su pauta.
El éxito de Podemos es el fracaso del sistema y de todos los que minimizaron su irrupción. Muy en especial del marianismo, que nunca ha detectado ni entendido el cambio de mentalidad de la sociedad española. Que ha permitido –quizá creyendo que su apoyo nunca pasaría de lo justo para debilitar al PSOE– el relato nihilista del apocalipsis que presentaba a España como una nación hundida y a la democracia como un modelo amortizado. También de los socialistas, incapaces de levantar un proyecto de alternativa moderada. De las élites que trataron de contrarrestar –demasiado tarde– el auge extremista con el apresurado patrocinio de Ciudadanos. Y por supuesto es la consecuencia del devastador impacto moral de la corrupción, que ha acabado convertida por el discurso demagógico en la hoguera perfecta para abrasar a un régimen colapsado.
Las huestes de Iglesias no necesitan ganar esta vez para salir vencedoras en términos estratégicos. Porque su objetivo del asalto al Estado quedará reforzado tanto si entran a gobernar en coalición como si se enfrentan a un Gabinete frágil, minoritario y breve. Su cohesión es consistente; su convicción, iluminada, y sus adversarios, débiles. Ante un país moral e intelectualmente desarmado han levantado una distopía embaucadora y planteado una catarsis emocional que seduce con la mitología rupturista de la destrucción. Y no encuentran a nadie que les oponga un proyecto de esperanza sin conformismo. Podemos ganará más pronto que tarde porque es el partido que mejor interpreta a esta España.

España: ¿Y si gana Podemos?

España: ¿Y si gana Podemos?


Por Ignacio Camacho
No va a suceder. No ahora, o no todavía. La ventaja del PP sobre Podemos no se ha estrechado como para entrar en el margen de error de los sondeos, aunque es lo bastante corta para que los radicales puedan acceder al poder sin ganar las elecciones. Nadie debe soñar con que el PSOE lo impida: si hay mayoría de izquierdas habrá Gobierno de izquierdas. Pero el viento de la política ofrece barruntos de un cambio de ciclo más profundo. La cuenta atrás del «momento populista» ha comenzado.

Wednesday, June 22, 2016

Las ilusiones acerca de la integración europea

Václav Klaus dice que la situación económica en Europa "Por un lado, se debe al cada vez más deficiente sistema económico y social a lo largo de Europa, que sin embargo fue escogido de manera deliberada. Por otra parte, es una consecuencia de los acuerdos institucionales dentro de la Unión Europea que son crecientemente centralizados y burocráticos".
Václav Klaus fue presidente de la República Checa desde 2003 hasta marzo de 2013. 
Recientemente publicó el libro Europe: The Shattering of Illusions (Europa: La destrucción de las ilusiones). Este es el texto del discurso que Klaus dio en el Cato Institute el 11 de marzo de 2013, publicado originalmente en inglés como la edición de primavera 2013 de Cato’s Letter (volumen 11, número 2). Aquí puede obtener el texto en formato PDF.

Hoy es un día especial para mi. En marzo, mi segundo periodo como presidente de la República Checa expiró, y con un alto grado de probabilidad esto marcará el fin de mi carrera de 23 años en la política —una carrera que duró sin interrupción desde la caída del comunismo, pasando por la Revolución de Terciopelo, hasta esta primavera.
He sido extremadamente honrado al ser invitado a convertirme en un distinguido Académico Titular del Cato Institute y estoy ansioso por cumplir con este nuevo papel. Aprecio mucho el papel que Cato ha desempeñado a lo largo de las últimas décadas defendiendo la libertad, los mercados libres y el gobierno limitado. Hoy es simplemente el inicio de mi nueva vida aquí con ustedes.
Me pidieron que dijera unas palabras acerca de Europa —que siempre ha sido uno de mis temas favoritos— y quisiera empezar colocando los problemas del continente europeo en una perspectiva más amplia.



Mi nuevo libro, que la editorial inglesa decidió titular Europe: The Shattering of Illusions (Europa: La destrucción de las ilusiones), refleja mi frustración con lo que ha pasado en Europa. Ese título, por cierto, no fue exactamente mi idea. Nunca me hice ilusiones acerca de la integración europea, así que para mí nunca fue necesario destruirlas.
Sin embargo, el libro explora el marco institucional actual de Europa —que se desarrolló a lo largo del tiempo desde la Segunda Guerra Mundial hasta el inicio de la crisis de deuda en la Eurozona— así como también las costosas reacciones a estos sucesos. En pocas palabras, el optimismo excesivo alrededor de los beneficios económicos de la integración territorial es, y siempre ha sido, ingenuo. Las consecuencias de la desnacionalización y de la centralización son, en una palabra, anti-democráticas.
Es importante enfatizar que la República Checa es parte de Europa, es un miembro de la Unión Europea (UE) y no es miembro de la Eurozona. Un país no puede ser miembro de Europa, y es importante enfatizar este hecho. Casi 85 por ciento de las exportaciones checas se dirigen a Europa —una región que experimenta tanto un estancamiento económico prolongado como una severa crisis de las deudas soberanas. Incluso con una moneda en libre flotación, la República Checa no puede desconectarse de las tendencias económicas del resto del continente.
Mi país es un ejemplo de un país pequeño con una economía abierta. Pero para crecer, la República Checa necesita una relación sólida con socios comerciales que gocen de una buena salud económica.
Lamentablemente, este no es el caso en la actualidad. En marzo, la Oficina de Estadísticas de la República Checa anunció que el producto interno bruto del país se contrajo en 0,2 por ciento. Toda la evidencia disponible sugiere que el futuro económico no será fácil para los que vivimos en Europa con nuestras familias, hijos, y nietos. No podemos escapar del destino del continente en general. Por lo tanto tenemos un interés genuino, y no simplemente uno académico, en el futuro de Europa.
La situación económica actual no es accidental. Esta es la consecuencia de por lo menos dos cosas. Por un lado, se debe al cada vez más deficiente sistema económico y social a lo largo de Europa, que sin embargo fue escogido de manera deliberada. Por otra parte, es una consecuencia de los acuerdos institucionales dentro de la UE que son crecientemente centralizados y burocráticos. Ambas cosas constituyen un obstáculo fundamental para cualquier desarrollo positivo, un obstáculo que no puede ser removido con correcciones marginales a las políticas económicas de corto plazo. Los problemas son mucho más profundos.
Es más que evidente que la excesivamente regulada economía en Europa está todavía más limitada por una carga pesada de requisitos sociales y ambientales, que operan dentro de la atmósfera de un Estado de Bienestar paternalista. Esta carga es demasiado pesada y los incentivos para el trabajo productivo demasiado débiles como para que este pueda lograr crecimiento. Si Europa quiere reactivar su desarrollo económico, tiene que realizar una transformación fundamental, un cambio sistémico. Esto es algo que nosotros en Europa Central y del Este tuvimos que hacer hace 20 años.
La segunda parte del problema es el modelo europeo de integración. Las excesivas y antinaturales metas de unificación, estandarización, y armonización del continente europeo, basadas en el concepto de “una Unión cada vez más estrecha” son verdaderamente un obstáculo para cualquier desarrollo positivo.
El momento en el que los costos marginales del proyecto de integración europea empezaron a exceder visiblemente los beneficios, llegó como resultado del intento de unificar monetariamente a todo el continente. Este fracaso era esperado —y era inevitable, de hecho— y sus consecuencias fueron bien comprendidas por muchos de nosotros antes de que sucedieran. Este camino era totalmente predecible para los países más económicamente débiles de Europa también, que repetidas veces habían experimentado desagradables, aunque inevitables, ajustes mediante la devaluación de sus monedas en el pasado.
Todos los economistas que merecen el título estaban conscientes del hecho de que Grecia estaba destinada al fracaso, habiendo estado encarcelada en el sistema que acabo de describir. La historia nos da muchos ejemplos similares.
Los beneficios prometidos como resultado de aceptar una moneda común nunca llegaron. El supuesto incremento del comercio internacional y de las transacciones financieras fue relativamente pequeño y más que contrarrestado por los costos de este arreglo.
En buenos tiempos económicos, incluso las áreas monetarias no-óptimas pueden funcionar, así como todos los regímenes de tipo de cambio fijo funcionaron durante algún tiempo. Pero cuando llegan los malos tiempos, incluyendo la crisis financiera a fines de la última década, todas las inconsistencias, debilidades, ineficiencias, discrepancias, desbalances y desequilibrios se vuelven evidentes y la unión monetaria deja de funcionar adecuadamente. Esto no debería ser una sorpresa. En el pasado, todos los regímenes de tipo de cambio fijo, incluyendo el sistema de Bretton Woods, requerían de ajustes al tipo de cambio tarde o temprano —una explicación que uno puede encontrar en cualquier libro de texto sobre economía elemental.
Las expectativas —o más bien, ilusiones— de que una economía europea muy heterogénea se homogenizaría mediante la unificación monetaria demostraron ser erróneas rápidamente. Desde la introducción del euro, las economías europeas han divergido en lugar de converger. La eliminación de una de las variables económicas más importantes —el tipo de cambio— del sistema económico existente condujo a una especie de ceguera entre los políticos, los economistas y los banqueros.
Algunos recordarán que hace 20 años se dio la disolución de otra unión monetaria, política y fiscal, conocida como Checoslovaquia. Yo estuve a cargo de organizar la separación. De hecho, febrero marcó el aniversario No. 20 de la desintegración monetaria de la República Checa con Eslovaquia, y nuestra experiencia es muy clara.
La anterior federación checoslovaca estuvo unida durante 70 años pero tuvo que aceptar que la integración nominal no era suficiente para la eliminación de diferencias económicas entre los dos países. Habían, por supuesto, otras razones para la separación, pero las económicas fueron las principales.
Pero no nos dejemos engañar. Cuando se discuten los problemas actuales que afligen a Europa, está mal concentrarse en los logros o fracasos de países individuales. Grecia no causó el problema europeo actual. Al contrario, Grecia es la víctima del sistema de una sola moneda en la Eurozona. Cometieron solamente un error trágico al ingresar a la Eurozona. Todo lo demás corresponde al comportamiento usual del país, comportamiento que ninguno de nosotros tiene el derecho de criticar.
El grado de eficiencia o ineficiencia económica de Grecia, así como también su tendencia a vivir con deuda soberana, deberían haber sido bien conocidas por todos. Creo que permitir que Grecia abandone la Eurozona sería el principio de un viaje largo de este país hacia un futuro económico saludable. Pero no tengo la ambición de cambiar a Grecia. Quiero cambiar el marco institucional de la UE. Los griegos ojalá entiendan a estas alturas que la misma talla no le calza a todos. Solo deseo que los políticos más importantes en la UE comprendieran esta visión.
No lo veo, sin embargo. Su manera de pensar está basada en cierto tipo de razonamiento, como si las leyes económicas no existieran y la política puede por lo tanto determinar la economía. Personas como yo fuimos criados en una época en que esta forma de pensar era dominante en los países comunistas de Europa del Este y Central. Algunos de nosotros nos atrevimos a expresar nuestro desacuerdo con esto en ese entonces. Éramos considerados enemigos en ese entonces y somos considerados enemigos ahora.
Europa está lista para una decisión fundamental: ¿Debemos continuar creyendo en el dogma de que la política puede determinar la economía y defender el marco institucional actual a cualquier costo? O, ¿deberíamos, finalmente, aceptar que debemos volver a la racionalidad económica?
La respuesta que ha dado una mayoría abrumadora de los políticos europeos hasta ahora es que están dispuestos a continuar en la ruta actual. Es nuestro deber decirles que las consecuencias de tales conclusiones serán más graves y producirán costos más altos para todos nosotros. Eventualmente, estos costos se volverán insoportables. Estoy convencido de que deberíamos cambiar de dirección.
Lo que necesitamos en Europa no son cumbres más frecuentes en Bruselas, sino una transformación fundamental de nuestro pensamiento y comportamiento. Europa tiene que efectuar un cambio sistémico —un cambio de paradigma— y esto requiere de un proceso político genuino, no de la aprobación de un documento sofisticado preparado detrás de puertas cerradas. La solución debe surgir como resultado de debates políticos dentro de cada país miembro de la UE. Debe ser generada por el pueblo, por el demos de estos países.
Está de moda ahora tanto en EE.UU. como en Europa hablar de una crisis. Pero una crisis implica, en la definición del economista Joseph Schumpeter, un proceso de “destrucción creativa”. Luego de una crisis, no todo puede ser rescatado y mantenido. Algo debe quedarse atrás del proceso, especialmente las ideas equivocadas. En este momento, deberíamos crear el hábito de descartar los sueños utópicos, de rechazar las actividades económicas irracionales, de negar su promoción por parte de los gobiernos europeos. Parte de esto implica dejar que incluso se permita que caigan algunos estados.
Quienes se oponen a esta posición siguen diciendo que una solución como esta sería costosa. Lo veo de otra manera. Para mí, prolongar el curso actual es más costoso. Los costos a los que le temen los europeos ya están aquí. Deberían denominarse costos hundidos.

Las ilusiones acerca de la integración europea

Václav Klaus dice que la situación económica en Europa "Por un lado, se debe al cada vez más deficiente sistema económico y social a lo largo de Europa, que sin embargo fue escogido de manera deliberada. Por otra parte, es una consecuencia de los acuerdos institucionales dentro de la Unión Europea que son crecientemente centralizados y burocráticos".
Václav Klaus fue presidente de la República Checa desde 2003 hasta marzo de 2013. 
Recientemente publicó el libro Europe: The Shattering of Illusions (Europa: La destrucción de las ilusiones). Este es el texto del discurso que Klaus dio en el Cato Institute el 11 de marzo de 2013, publicado originalmente en inglés como la edición de primavera 2013 de Cato’s Letter (volumen 11, número 2). Aquí puede obtener el texto en formato PDF.

Hoy es un día especial para mi. En marzo, mi segundo periodo como presidente de la República Checa expiró, y con un alto grado de probabilidad esto marcará el fin de mi carrera de 23 años en la política —una carrera que duró sin interrupción desde la caída del comunismo, pasando por la Revolución de Terciopelo, hasta esta primavera.
He sido extremadamente honrado al ser invitado a convertirme en un distinguido Académico Titular del Cato Institute y estoy ansioso por cumplir con este nuevo papel. Aprecio mucho el papel que Cato ha desempeñado a lo largo de las últimas décadas defendiendo la libertad, los mercados libres y el gobierno limitado. Hoy es simplemente el inicio de mi nueva vida aquí con ustedes.
Me pidieron que dijera unas palabras acerca de Europa —que siempre ha sido uno de mis temas favoritos— y quisiera empezar colocando los problemas del continente europeo en una perspectiva más amplia.