Santiago Navajas
Han sido tres los libros que últimamente se han publicado y que han tratado, en su núcleo o como un capítulo importante, la relación de amor-odio que mantuvieron Keynes y Hayek. El primero que debe leerse es La gran búsqueda, una panorámica general de las historias de las ideas económicas que ha escrito Sylvia Nasar sobre los dos últimos siglos y que sitúa a Alfred Marshall y los fabianos esposos Webb como el origen legítimo de la izquierda civilizada, en contraposición a la barbarie conceptual que representa Karl Marx. A continuación, el libro en el que Nicholas Whapshott ha descrito el cuerpo a cuerpo, espíritu a espíritu, entre Keynes y Hayek, una completa explicación para esos dos magníficos raps que crearon John Papola y Russ Roberts1. Y, por último, un primerísimo plano de John Maynard Keynes, esa mezcla entre Isaac Newton, Lawrence de Arabia y James Bond en la que debió inspirarse Isaac Asimov para crear en la saga Fundación a Hari Seldon, el fundador de la psicohistoria. Todo ello a la espera, por supuesto, de que se publique en España la biografía de Allan Ebenstein sobre Hayek2. Aunque habitualmente se les suele retratar como enfrentados, en realidad nunca estuvieron tan lejos el uno del otro. Para muestra, lo que confesó Hayek a la muerte de Keynes y que le podría haber servido de lápida:
Era el hombre más grande que he conocido jamás y por quien sentía una admiración sin límites.Más bien fueron dos caras de una misma moneda: la del liberalismo de la libertad y la equidad, del mercado y la competencia, que cada uno interpretó desde dos posiciones diferentes aunque, en el fondo, tuvieran muchos puntos en común. Ni socialistas ni conservadores, tanto Keynes como Hayek fueron, por malentendidos combinados con interés de secta, asociados respectivamente a las posiciones de la derecha y de la izquierda, aunque se les podría considerar como liberales radicales, en el sentido de su excentricidad respecto de la norma y su pasión por ir a la raíz misma de las cosas. Siendo el liberalismo una corriente minoritaria tanto en lo académico como en lo popular, ambos tuvieron que acercarse a las posturas dominantes de socialistas y conservadores para hacer valer en algo sus ideas aunque repetidamente hicieron fe de su profesión liberal3.
La resistencia liberal
En unas circunstancias históricas en las que el pack formado por la democracia liberal y la economía de mercado estaba cercano a desaparecer bajo la égida totalitaria de los nazis y los comunistas, tanto Keynes como Hayek estuvieron en la vanguardia ilustrada y humanista de grandes pensadores que resistieron el embate teórico pero también práctico del desafío totalitario –junto a Popper, Arendt, Mises, Cassirer, Berlin, Ortega y Gasset y esa inmensa minoría de liberales en aquellos tiempos de utopías criminales, valga la redundancia–. En aquellos momentos, sin embargo, parecía que iban a perder la batalla de las ideas frente a las hordas irracionalistas capitaneadas por Heidegger a la derecha, Sartre a la izquierda y todo el agitprop de la mayor parte de los intelectuales al servicio de Hitler o Stalin4. Fue una casualidad, pero reveladora, que ambos pasaran varias noches juntos en 1942, armados con palas para sofocar posibles incendios, en el tejado de Cambridge vigilando el cielo esperando que atacara la Luftwaffe.
Sin embargo, mientras que el inglés Keynes creía que el carácter británico era inmune a las tentaciones totalitarias, el austríaco Hayek había comprobado in situ como los cultos pueblos austríaco y alemán caían rendidos al influjo carismático de Adolf Hitler, al que siguieron, no precisamente a ciegas, hacia la muerte y el abismo. De ahí, de esa vivencia personal, vendría la más o menos sensibilidad hacia el crecimiento del Estado y el control que iba teniendo sobre cada vez más facetas de la sociedad civil. Lo que a Keynes le parecía un mal menor, a Hayek le parecía meterse de cabeza en la boca del leviatán. Al final, ni el optimismo de Keynes ni el pesimismo de Hayek se han cumplido, ya que el Estado ha crecido hasta hacerse omnipresente y de una forma que Keynes no hubiera imaginado, ni aprobado, al tiempo que nuestras sociedades hiperestatizadas no han caído en el totalitarismo, pero sí han degenerado en un mundo huxleyano, tan feliz como superficial y banal, en el que con demasiada facilidad no somos despojados de nuestra libertad sino que la ofrecemos gustosos en el altar de la seguridad, el bienestar o los dogmas de lo políticamente correcto.
Paradigmas
Del mismo modo que entre Cassirer y Heidegger, Bohr y Einstein o Wittgenstein y Popper, la discusión que mantenían Keynes y Hayek era, en cierto sentido, una pelea de sordos porque los compromisos ontológicos y metodológicos de cada uno de ellos sobrepasaban los límites de una conversación acotada. Y es que ambos estaban en trincheras tan lejanas que por mucho que se gritasen no era probable que llegasen a escucharse. En realidad, la disputa entre Hayek y Keynes es un caso de libro del concepto de paradigma en Thomas Kuhn. Keynes y Hayek se encontraban en dimensiones diferentes de la ciencia económica, ya que mientras que Hayek se movía en el ámbito de lo que hoy llamamos microeconomía, el estudio de la relaciones económicas que se producen entre los individuos, Keynes estaba inventado lo que se denominaría macroeconomía, la visión de las relaciones económicas contempladas a vista de pájaro, es decir, desde una perspectiva más abstracta y totalizadora. O dicho a la manera de Skidelsky:
Mientras Hayek empezaba con premisas que no podían llegar a resultados perversos, Keynes empezaba por los resultados perversos e intentaba construir premisas consistentes con ellos.Que es como decir que mientras que Hayek pertenecería, metafóricamente, a la izquierda hegeliana ("Lo racional es real"), Keynes pertenecería a su derecha ("Lo real es racional"). O, también, que Hayek se ocupaba del deber ser y Keynes se preocupaba por el mondo y lirondo ser.
Pero nada une más que tener un idéntico enemigo a las puertas de lo que consideras que es la máxima expresión de la civilización: el burgués way of life. Tanto Hayek como Keynes tenían dos enemigos intelectuales en común. En un extremo, los fans del crecimiento y expansión sin límite del Estado, de tendencia totalitaria, que provocarían una tumoración estatista en la sociedad civil que terminaría por destruir el núcleo de la misma, los individuos. En el otro extremo, los fanáticos del laissez faire5, defensores de un mercado sin regulación alguna, anarquistas de salón que sentían un odio enfermizo hacia cualquier forma de autoridad combinado con una inocente confianza roussoniana en la espontaneidad social. Tanto Keynes como Hayek, por el contrario, partían de la tradición contractualista que había fundado el Estado liberal moderno y que en ese momento, los años que van de la crisis del 29 al final de la II Guerra Mundial, se estaba transformando en un Estado liberal de bienestar, en el que se trataba de mantener una esfera de libertad en todos los órdenes, incluso de expandirla en algunos (como los derechos civiles), a la vez que ampliaba la red de seguridad vinculada a riesgos objetivos, convirtiéndose el Estado en una compañía de seguros respecto a los imprevistos de la vida, tanto social como económicamente, tanto contingente como estructuralmente.
La más radical diferencia entre Keynes y Hayek se situaba, por tanto, no tanto en la dirección a seguir –la de un Estado que gestionase el mercado para garantizar en él su característica fundamental, la competencia– sino en la intensidad y el sentido de dicha gestión, que no debería incurrir ni por exceso en el intervencionismo socialista o conservador ni por defecto en el pasotismo libertario. A partir de esta coincidencia básica a todo liberal, las discrepancias eran profundas (tanto metodológicas como filosóficas y de talante), del mismo modo que ambos chocarían con la tercera pata del taburete liberal en la economía del siglo XX: las teorías neoclásicas de la Escuela de Chicago que tendrían su más famoso representante en Milton Friedman, que se convertiría a final del siglo XX en la encarnación más reconocida del espíritu liberal, aparentemente más hayekeano en el espíritu filosófico aunque en cuanto a su contenido económico más cercano a la arquitectura social propuesta por Keynes.
Macro y micro
Dentro del marco general liberal, por tanto, las diferencias entre Keynes y Hayek eran de enfoque. Como hemos señalado anteriormente, mientras que Hayek realizaba un acercamiento de abajo hacia arriba a los procesos económicos, considerando las interacciones particulares y concretas de los individuos en el mercado, Keynes realizaba un análisis de arriba abajo, considerando magnitudes generales como la oferta y la demanda. Estableciendo una analogía grosso modo, podríamos establecer que la diferencia entre uno y otro consistía en la misma que separaba la aproximación de Bohr en la física cuántica, que atendía a las magnitudes de microescala, mientras que Einstein tenía una visión de la realidad física desde la perspectiva de las grandes escalas del universo, lo que condicionaba a su vez su concepción filosófica de la realidad física6 (la diferencia entre los físicos y los economistas en esa misma época es que los físicos compartían un vocabulario común que definía unos conceptos definidos, operables además con la objetividad, la univocidad y el rigor de las matemáticas, mientras que las discusiones económicas entre Hayek y Keynes, como en general en toda la profesión, se perdían en unas indefiniciones terminológicas que entorpecían y oscurecían el debate, además de unos prejuicios ideológicos más arraigados y una cercanía al poder político que contaminaban el debate conceptual con intereses espurios. Además de que la econometría que acababa de surgir de la mano de Simon Kuznets fue rechazada demasiado a la ligera por la escuela austríaca, de la que Hayek era un miembro destacado aunque heterodoxo, porque en principio era más proclive al planteamiento macroeconómico).
De forma parecida, la polémica entre Popper y Wittgenstein sobre si hay o no problemas filosóficos auténticos se encontraba dentro del mismo paradigma ilustrado mientras que, sin embargo, la disputa entre Cassirer y Heidegger, entre un neoilustrado y un antihumanista, en realidad los situaba en dimensiones de la visión del significado y la vida tan distantes que más que un diálogo no podía ser sino un cruce de monólogos en paralelo, sin posibilidad alguna de síntesis ni negociación. Por el contrario, el diálogo entre Keynes y Hayek duró toda su vida y fue tan duro y exigente como fructífero para ambas partes, en el que se reconocían tanta admiración personal como respeto intelectual.
'Centesimus annus', 'hayekeynesiana'
Un ejemplo un quizás sorprendente híbrido de Hayek + Keynes se encuentra en la encíclica de Juan Pablo II Centesimus Annus. Mientras que los apartados 31 y 32 tienen un aroma indiscutiblemente favorable al libre mercado, el resto de la parte económica (del 33 al 37) introduce limitaciones al funcionamiento laissez faire del mismo, en aras de una "preocupación social" que también era uno de los rasgos distintivos de Keynes frente a otros liberales que preferían refugiarse en problemas teóricos y académicos independientemente de los problemas de la realidad económica inmediata (y de donde vino el famoso exabrupto de Keynes sobre que, en el largo plazo, todos muertos. Boutade cuyo último coletazo ha sido la acusación del historiador Niall Ferguson acerca de que el presunto desinterés de Keynes por el futuro provendría de que era homosexual y sin descendencia, lo que además de ser una tontería ridícula es falso7, ya que Keynes fue bisexual a lo largo de su vida –en serie, no en paralelo–, y en su matrimonio quería tener hijos aunque su mujer resultó no ser fértil).
Así, Juan Pablo II, por un lado, reconoce que (el énfasis es mío)
se hace cada vez más evidente y determinante el papel del trabajo humano, disciplinado y creativo, y el de las capacidades de iniciativa y de espíritu emprendedor, como parte esencial del mismo trabajo... La moderna economía de empresa comporta aspectos positivos, cuya raíz es la libertad de la persona, que se expresa en el campo económico y en otros campos;mientras, que por otro lado,
Da la impresión de que, tanto a nivel de naciones, como de relaciones internacionales, el libre mercado es el instrumento más eficaz para colocar los recursos y responder eficazmente a las necesidades. Sin embargo, esto vale sólo para aquellas necesidades que son 'solventables', con poder adquisitivo, y para aquellos recursos que son 'vendibles', esto es, capaces de alcanzar un precio conveniente. Pero existen numerosas necesidades humanas que no tienen salida en el mercado. Es un estricto deber de justicia y de verdad impedir que queden sin satisfacer las necesidades humanas fundamentales y que perezcan los hombres oprimidos por ellas.Es una aproximación al equilibrio entre la libertad negativa, la favorita de los liberales de derechas, y la libertad positiva, la de aquellos que, como Keynes, podríamos definir como liberales de izquierda. Es decir, que Wojtyla sumaba en su encíclica hayekeynesiana la libertad que exige para su disfrute que nadie interfiera con sus deseos con la libertad que presupone por parte del Estado cierta igualación de las oportunidades que por nacimiento puede ser que no se den.
Neocontractualismo
Así llegamos a la filosofía social de ambos pensadores, Hayek y Keynes. Será una visión contractualista de la sociedad la que complemente el desarrollo económico. En el sentido en que economistas posteriores como Amartya Sen harán caso omiso de la recomendación de la muy keynesiana (y en cuanto más keynesiana que el papa Keynes, profundamente antiliberal) Joan Robinson para olvidarse de "esa basura de la ética". Porque la economía sin ética y sin política está vacía, del mismo modo que la ética y la política sin economía están ciegas.
Siendo David Gauthier, Robert Nozick y John Rawls los filósofos que dentro del marco liberal han desarrollado las teorías neocontractualistas más potentes, centrémonos en este último como ejemplo de lo que podría ser un punto de acuerdo entre Hayek y Keynes. Plantea Rawls en La justicia como equidad la existencia de dos principios que combinan la libertad negativa y la libertad positiva que había planteado Isaiah Berlin, del que fue discípulo en Oxford, como si fueran cuasi contradictorios. Al resolver la paradoja de la relación de la libertad individual a hacer lo que se quiera con la legitimidad del Estado para realizar ajustes en el sistema de libertades colectivas, Rawls resuelve la relación entre sociedad civil y Estado, dejándole a este último determinadas acciones regulatorias para ajustar la "maquinaria" del mercado, la metáfora favorita de Keynes, o para sanar al "organismo" de mercado, la metáfora favorita de Hayek.
Porque si el primer principio establece la tradicional aspiración liberal a hacer lo que uno quiera (con el natural límite en el respeto a la libertad de los demás)8,
cada persona debe tener un derecho igual al esquema más extenso de libertades básicas iguales compatible con un esquema similar de libertades para otros,el segundo principio regula la libertad positiva:
Las desigualdades sociales y económicas deben de resolverse de modo tal que:con el importante matiz de que entre dichos principios se establece una jerarquía que, y aquí reside la clave liberal frente a la socialdemócrata, sitúa al primer principio por encima del segundo, la libertad por encima de la igualdad, favoreciendo un equilibrio asimétrico entre ambos valores, respetando la clásica preeminencia de la libertad frente a la segunda que se manifestaba en esa secuencia, donde el orden sí que importa, de libertad-igualdad-fraternidad.
1. resulten en el mayor beneficio de los miembros menos aventajados de la sociedad (el principio de la diferencia).
2. los cargos y puestos deben de estar abiertos para todos bajo condiciones de igualdad de oportunidades (justa igualdad de oportunidades);
Hayek recoge esos dos principios en Camino de servidumbre. El de la libertad negativa9:
De esto, el individualista concluye que debe dejarse a cada individuo, dentro de límites definidos, seguir sus propios valores y preferencias antes que los de otro cualquiera, que el sistema de fines del individuo debe ser supremo dentro de estas esferas y no estar sujeto al dictado de los demás;donde he subrayado la restricción "dentro de límites definidos", que tiene en cuenta tanto los límites que marcan las libertades de otros individuos como las externalidades negativas que pudiese acarrear dicha acción en libertad. Y es que el individualismo hayekiano se opone al colectivismo pero no así al individualismo compasivo, al que hace referencia Juan Pablo II, es decir, que la acción social de los individuos a través del mecanismo de la competencia en el mercado incluye tanto la competición como la cooperación, ya que somos más libres (y más felices) en cuanto los demás son también más libres (y más felices)10.
En cuanto al segundo principio rawlsiano, de contenido social, Hayek también lo recogió en Camino de servidumbre cuando escribió11:
No puede haber ninguna duda de que un mínimo de comida, alojamiento y ropa, suficiente para preservar la salud y la capacidad de trabajar, tiene que estar garantizado para todo el mundo. Cuando, como en el caso de enfermedad o accidente, ni el deseo de evitar estas calamidades ni los esfuerzos para superar sus consecuencias se ven debilitados por la provisión de asistencia –cuando, en pocas palabras, nos enfrentamos a riesgos realmente asegurables–, la necesidad de que el Estado ayude a organizar un sistema de seguridad social de conjunto es muy fuerte.En este sentido, Hayek está mucho más cercano a Keynes que a una fanática del individualismo como Ayn Rand (que, por cierto, anotó Camino de servidumbre con el estilo combativo y faltón que la caracterizaba, con las expresiones "está loco de remate", "loco abismal", “idiota” y “total y absoluto bastardo vicioso”), que no podría estar más en desacuerdo con lo que Hayek expresó en otro momento12:
Siempre y cuando el Gobierno planifique la competencia o intervenga cuando la competencia no pueda hacerlo, no hay ninguna objeción.Planificación para la competencia
Esta "planificación para la competencia" va a ser el consenso al que lleguen Hayek y Keynes, y será el testigo que recoja la economía liberal neoclásica en Chicago. Esto llevará a un cambio metafórico porque de la mano invisible de Adam Smith (que de todos modos ya evidenció la necesidad de dicha planificación para la competencia) pasaríamos a la mano de hierro (planificadora) en guante de seda (liberal), es decir, a la articulación de un Estado tan fuerte y sólido en la regulación del mercado como cuidadoso para incentivar la competencia en lugar de matarla. Esta planificación en el buen sentido consiste en hacer de levadura para la competencia, en contraposición a la planificación para el socialismo, que supondría la sustitución del mecanismo de la competencia-en-el-mercado por el intervencionismo estatalista.
Una vez asumida la metáfora de la mano de hierro en guante de seda, de la disciplina en el mercado a través de la regulación estatal, sin embargo, Hayek va a avisar a Keynes de que la lógica de la acción democrática lleva ineluctablemente a una Gobierno cada vez más poderoso, grande e intervencionista que, en el límite, caería de cabeza en la dictadura totalitaria. De manera que, para huir de los totalitarismos en el corto plazo, nazis y comunistas, Keynes estaría abierto las puertas de la Troya liberal a la farsa del caballo intervencionista. Sin embargo, Keynes se mostraba más optimista, atribuyendo al carácter de los pueblos la sabiduría suficiente para que el peligro del totalitarismo no prendiese en un sistema liberal. Claro, no era lo mismo, como expusimos anteriormente, la experiencia vital del británico Keynes, que solía cenar con Churchill y los académicos de Cambridge, que la del austríaco Hayek, que tuvo que salir por pies de la doble amenaza a su integridad de los comunistas, primero, y los nazis, después...
Otra diferencia es en el modo de ejercer la mano visible liberal. A raíz del cambio de actitud de Keynes en 1939 respecto a la política del Gobierno, ya que lo que había en ese momento era un exceso de demanda durante la guerra, Hayek le felicitó13:
Me tranquiliza comprobar que estamos tan absolutamente de acuerdo en lo que respecta a la economía de la escasez, aunque discrepemos en cuanto al momento de aplicarla.Hayek no comprendía que realmente eran dos tipos de aplicación del liberalismo diferentes los que sostenían Keynes y él. Porque mientras que el inglés defendía un liberalismo del caso, en el que la política económica dependería de las circunstancias del momento y la idiosincrasia del regulador de turno, Hayek prefería un liberalismo de la regla, un piloto automático que gobernase siguiendo un programa determinado (aunque ya dicho programa significase una refutación del laissez faire ingenuo).
The End
Finalmente, la historia, el largo plazo, parece estar dándole la razón más bien a Keynes, ya que la expansión del Estado no se ha resuelto en una deriva totalitaria generalizada sino más bien en lo contrario, una expansión de la democracia liberal a través de la globalización que ha perdido en libertad en algunas parcelas en contraposición a las ganancias gigantescas obtenidas en otras, más importantes.
Y es que si los socialistas son ingenieros sociales, los liberales podrían ser catalogados como arquitectos sociales. Un tipo de planificación liberal de tipo soft, light o fuzzy. Fue sin duda Keynes el que abrió en la esfera liberal la compuerta de cierta planificación de las acciones estatales, desde una perspectiva progresista, de preocupación social. Sin embargo, el núcleo fundamental de la economía era, por supuesto, el mercado. Y la acción del Estado estaba completamente subordinada a complementar al mercado para que este funcionase de la manera óptima. De hecho, en cuanto la labor estatal de cebar la maquinaria de la competencia de la economía de mercado para que esta no gripase hubiese cesado, una vez que el motor económico comenzase a carburar nuevamente después de una rotura, siguiendo con la metáfora mecánica, el Estado debía retirarse de nuevo a boxes, únicamente preocupado de regulaciones mínimas del mismo, hinchando las ruedas o llenando el depósito de gasolina (dinero).
Aunque en un primer momento Hayek, siguiendo la estela austríaca, rechazó este planteamiento de la función reguladora del Estado, sin embargo de lo que terminó abjurando fue de la ingenua actitud decimonónica del laissez faire y ya en Camino de servidumbre planteó una "arquitectura social" que pasaba incluso por la creación de un sistema de sanidad público y universal, así como un sistema de educación básico.
Otro punto en común entre Hayek y Keynes consistía en que fueron de los pocos intelectuales que no sólo no cayeron bajo el influjo de la propaganda y el hechizo comunista de la Unión Soviética –que encandiló a discípulos en Cambridge como Joan Robinson e incluso a socialistas fabianos como Beatrice Webb–, sino que, como refiere Sylvia Nasar en La gran búsqueda en relación a Keynes, sentía "un profundo desprecio por el Partido Laborista oficial y ponía en el mismo saco a la Alemania fascista y a la URSS estalinista", señalando el origen estatalista y antiliberal de ambos. Sin embargo, y ya en el marco de las democracias liberales, Keynes comprendió mejor la política que Hayek, en cuanto que el cuerpo electoral siempre va a exigir un liberalismo activo, que hiciera algo, para resolver los problemas acuciantes del corto plazo. Mientras que un liberalismo que esperase a que el sistema se arreglase por sí solo sería sistemáticamente rechazado por pasivo e incompetente. Aquí opera un rasgo de la psicología popular que espera acciones visibles para los problemas. Un corolario de aquello que sostenía Nietzsche según el cual nunca nos libraremos de creer en Dios porque creemos en la gramática. Es decir, que ante un predicado (una acción) creemos que tiene que existir necesariamente un sujeto, aunque sea implícito. Del mismo modo, y parafraseando al filósofo alemán, podríamos decir que siempre vamos a pedir más intervención del Estado porque nunca dejaremos de creer en la gramática.