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Monday, August 22, 2016

No Derechas o Izquierdas, sino lo Moralmente Correcto

No Derechas o Izquierdas, sino lo Moralmente Correcto

moralmente correcto 
Los términos políticos de “derechas” e “izquierdas” están con nosotros desde la revolución francesa, cuando  los miembros de la Asamblea Nacional se dividían entre quienes apoyaban al rey (a la derecha del presidente) y quienes querían una revolución (a su izquierda). Hoy, la derecha política está representada por diferentes grupos bien enraizados en la tradición: clásicos, neoconservadores, religiosos, social-conservadores, tradicionalistas, etc; y la izquierda, por grupos variados de liberales, social-demócratas, progresistas, socialistas, y hasta comunistas.
Sin embargo, como casi todas las cosas políticas que nos vienen de Francia, la designación ‘derecha/izquierda’ ha hecho más mal que bien, porque representa una falsa dicotomía entre dos variantes ligeramente diferentes del mismo colectivismo. El colectivismo sostiene que la vida y el trabajo de un hombre pertenecen a un colectivo – a la sociedad, el grupo, la banda, la raza, la nación, la fe – y que el colectivo puede disponer de ese hombre como le venga en gana, para cualquier cosa que crea que es su propio bien tribal y colectivo. Bajo el colectivismo, los derechos individuales – nuestros  inalienables derechos a la vida, la libertad, la propiedad, y la búsqueda de la felicidad – son sacrificados en aras del llamado “bien común”.


La mejor forma de ilustrar eso es observar los extremos de ambos lados. Tanto la extrema izquierda (representada por el comunismo), y la extrema derecha (representada por el fascismo), son expresiones de colectivismo extremo, de sistemas que sacrifican a los individuos al colectivo de turno, y en gran escala. De hecho, “nazismo”, el tipo de fascismo que gobernó Alemania entre 1933 y 1945, es una abreviatura de Nationalsozialismus, un término que, con la admirable precisión alemana, captura la esencia de las tradicionales “derecha e izquierda” fusionadas en un único movimiento colectivista extremo.
La mejor forma de describir el tipo de colectivismo practicado en los Estados Unidos y en la mayoría de las sociedades occidentales hoy día es llamarlo ‘estatismo del bienestar’. Un estado del bienestar es un sistema social en el que el estado juega un papel clave en la protección y la promoción del supuesto bienestar económico y social de sus ciudadanos. El término normalmente implica algún tipo de economía mixta, de colectivismo mezclado con un mínimo respeto por los derechos individuales.
Bajo el estatismo del bienestar, conservadores e izquierdistas pueden no estar de acuerdo en algunos detalles en cuanto a implementación, pero sí están de acuerdo en que los derechos individuales pueden ser violados en nombre del “bien común”, y de hecho los violan a través de impuestos, redistribución de riqueza, y regulaciones de todo tipo (aunque no siempre lleguen al extremo de las sociedades colectivistas del siglo XX).
Para progresar en la lucha contra el colectivismo tenemos que redireccionar nuestra atención, dejando de lado la actual distinción secundaria entre derecha e izquierda, y centrándonos en algo más fundamental: la diferencia entre lo moralmente correcto y lo moralmente incorrecto, entre el bien y el mal.
Lo moralmente correcto – el bien – está representado por el individualismo, que “considera al hombre – a cada hombre – una entidad independiente y soberana que posee un derecho inalienable a su propia vida, un derecho derivado de su naturaleza como ser racional. El individualismo sostiene que una sociedad civilizada, o cualquier forma de asociación, cooperación, o existencia pacífica entre los hombres, sólo puede ser alcanzada mediante el reconocimiento de los derechos individuales; y que un grupo, como tal, no tiene más derechos que los derechos individuales de cada uno de sus miembros” (Ayn Rand, de su ensayo “Racismo” en el libro “La Virtud del Egoísmo”).
Lo moralmente incorrecto – el mal – está representado por cualquiera de las formas de colectivismo. Existe un rango de formas que van de lo malo a lo malvado, pero las violaciones de los derechos individuales son, por definición, malvadas, independientemente de lo pequeñas que sean; una píldora de veneno, aunque no sea letal, sigue siendo una píldora de veneno. Esta es una ilustración gráfica de las diferencias entre los aspectos políticos moralmente correctos e incorrectos:
moralmente correcto
Analicemos la terminología, empezando con lo moralmente correcto. El capitalismo es el único sistema social basado en el reconocimiento de los derechos individuales, incluyendo los derechos de propiedad. Es el único sistema social que ha sido concebido hasta la fecha para que sean respetados nuestros derechos inalienables a la vida, la libertad, la propiedad, y la búsqueda de la felicidad. Eso hace que el capitalismo sea moralmente correcto.
El capitalismo cuenta con un sistema de gobierno limitado que ha sido instituido para proteger nuestros derechos individuales e impedir que sean violados por agresores nacionales o extranjeros. Bajo el capitalismo, toda propiedad es privada y no regulada, es decir, la sociedad goza de una separación total entre estado y economía.
¿Y qué pasa con lo moralmente incorrecto? Normalmente usamos los términos ‘progresismo’, ‘liberalismo’ y ‘conservadurismo’ para describir el espectro tradicional de izquierda, centro y derecha, respectivamente. Sin embargo, todos esos sistemas son variaciones del estatismo del bienestar. Todos ellos están a favor de violar los derechos individuales con programas como la Seguridad Social, Medicare, los colegios gubernamentales (“públicos”), y una enorme cantidad de regulaciones; todos ellos defienden sus puntos de vista en nombre del “bien común”, de la “seguridad pública”, y con expresiones colectivistas parecidas. Eso hace que progresismo, liberalismo y conservadurismo sean moralmente incorrectos.
Avanzando a lo largo de lo moralmente incorrecto llegamos a sistemas sociales aún más colectivistas, tales como el socialismo y la teocracia, hasta llegar a los extremos – comunismo, fascismo, nazismo y anarquismo – en los cuales los derechos individuales son completamente ignorados. El anarquismo entra en esta categoría porque un sistema social sin gobierno, en contraste a uno con gobierno limitado, desemboca en un caos de guerra de pandillas, lo cual no es más que otra forma brutal de colectivismo y violación de los derechos individuales.
En todos esos sistemas sociales colectivistas, el estado o regula o es dueño absoluto de la propiedad, y está involucrado en la economía, controlándola en mayor o menor medida. En el colectivismo extremo, los individuos o bien simplemente no pueden ser dueños de ningún tipo de propiedad (comunismo), o no tienen en absoluto ningún control sobre lo que teóricamente “poseen” (fascismo).
El amiguismo es algo también moralmente incorrecto, es el resultado de la intervención del gobierno en la economía. Sólo puede existir donde hay favores políticos a ser otorgados. En el capitalismo, donde hay separación total de estado y economía, esos favores simplemente no pueden existir. De hecho, el término “capitalismo de amiguetes” es un oxímoron; no hay nada capitalista en el amiguismo, y no hay amiguismo donde hay capitalismo.
Por último, unos comentarios sobre los extremos, tanto de lo moralmente correcto y de lo moralmente incorrecto. Los políticos actuales, y la mayoría de la gente, parecen tener aversión a los extremos. El hecho de que tanto la izquierda como la derecha tradicionales acaben en catástrofes si son llevadas al extremo, como fue demostrado en la Unión Soviética (izquierda), la China Comunista (izquierda) y la Alemania Nazi (derecha), ha contribuido a esa desafortunada aversión a los extremos, independientemente de si un extremo concreto es correcto o incorrecto.
El extremismo, definido como “negarse a ceder en principios fundamentales”, es una virtud cuando se trata de lo moralmente correcto: individualismo, derechos individuales, derechos de propiedad, gobierno limitado, capitalismo, y separación total de estado y economía. Pero es un vicio cuando se trata de lo moralmente incorrecto, cuando hablamos de colectivismo extremo, gobierno ilimitado o inexistente, violación de los derechos individuales, falta de reconocimiento de los derechos de propiedad, comunismo, fascismo, nazismo, anarquismo, amiguismo institucional, y control total del gobierno sobre la economía.
Los Objetivistas estamos orgullosos de ser extremistas de lo moralmente correcto. Podemos ceder ocasionalmente en detalles de implementación, pero nunca en principios fundamentales. Esperamos que te plantees abandonar la dicotomía tradicional de derechas e izquierdas, y te unas a lo que es moralmente correcto, para así juntos luchar contra lo moralmente incorrecto.

No Derechas o Izquierdas, sino lo Moralmente Correcto

No Derechas o Izquierdas, sino lo Moralmente Correcto

moralmente correcto 
Los términos políticos de “derechas” e “izquierdas” están con nosotros desde la revolución francesa, cuando  los miembros de la Asamblea Nacional se dividían entre quienes apoyaban al rey (a la derecha del presidente) y quienes querían una revolución (a su izquierda). Hoy, la derecha política está representada por diferentes grupos bien enraizados en la tradición: clásicos, neoconservadores, religiosos, social-conservadores, tradicionalistas, etc; y la izquierda, por grupos variados de liberales, social-demócratas, progresistas, socialistas, y hasta comunistas.
Sin embargo, como casi todas las cosas políticas que nos vienen de Francia, la designación ‘derecha/izquierda’ ha hecho más mal que bien, porque representa una falsa dicotomía entre dos variantes ligeramente diferentes del mismo colectivismo. El colectivismo sostiene que la vida y el trabajo de un hombre pertenecen a un colectivo – a la sociedad, el grupo, la banda, la raza, la nación, la fe – y que el colectivo puede disponer de ese hombre como le venga en gana, para cualquier cosa que crea que es su propio bien tribal y colectivo. Bajo el colectivismo, los derechos individuales – nuestros  inalienables derechos a la vida, la libertad, la propiedad, y la búsqueda de la felicidad – son sacrificados en aras del llamado “bien común”.

Libertad es incompatible con Democracia

Libertad es incompatible con Democracia

 
“La democracia – el sistema que le confiere poderes ilimitados a la mayoría – es lo opuesto a la libertad. La democracia se basa en la primacía del grupo. El principio supremo de ese sistema es que la voluntad – los deseos – del colectivo son el criterio correcto en todo lo relacionado con temas políticos; por lo tanto, la mayoría puede arrogarse para sí misma el poder de explotar y tiranizar a otros.”
+ + +
El 11 de septiembre de 2001 fue sin duda uno de los días más horribles de la historia. Ahora, más de once años después, esa declaración de guerra continúa sin respuesta por parte del país atacado, y el agresor continúa creciéndose como muestra el simbolismo de la famosa mezquita cerca de la “Zona Cero” en New York, o más recientemente la pusilánime reacción del gobierno americano a los asesinatos islámicos con la excusa de films y videos “insultantes”.


Pero los hechos siguen estando a la vista de todos, y la interpretación correcta de esos hechos a nivel histórico está plasmada en el libro: “Winning the Unwinnable War: America´s Self-Crippled Response to Islamic Totalitarianism” (“Ganando una Guerra Imposible de Ganar: La Respuesta Malograda de Estados Unidos al Totalitarismo Islámico”), que es un conjunto de 7 ensayos que muestran quién es el enemigo de Estados Unidos y de Occidente, cómo hay que combatirlo, y por qué la moralidad altruista es lo que está impidiendo el triunfo.
Entre otras cosas, el libro explica por qué la estrategia correcta – atacar y destruir al enemigo, como USA hizo contra la Alemania Nazi y el imperialismo japonés en la Segunda Guerra Mundial – ha sido sustituida por la estrategia de “establecer la democracia en los países del Medio Oriente”, y cómo eso ha llevado a una solidificación del poder en regímenes cada vez más totalitarios y agresivos.
Y, hablando de democracia, en un cierto momento el libro hace un análisis que puede sorprender e incluso abirles los ojos a muchos: La libertad es esencialmente incompatible con la democracia:
Aunque la estrategia de Bush fue llamada la “estrategia hacia la libertad”, ese título es un perverso fraude. La estrategia no tenía nada que ver con libertad política. Un título apropiado podría haber sido la “estrategia hacia la democracia” – para el gobierno sin límites de la mayoría – que es lo que realmente pretendía. Hay una profunda – y reveladora – diferencia entre defender la libertad y defender la democracia.
En el caos intelectual de hoy, estos dos términos se consideran equivalentes; de hecho, sin embargo, son opuestos. La libertad es esencialmente incompatible con la democracia. Libertad política significa la ausencia de coerción física. La libertad se basa en la idea del Individualismo: el principio que cada hombre es un ser independiente y soberano; que no es un fragmento intercambiable de la tribu; que su vida, su libertad y sus posesiones son suyas por derecho moral, no por permiso de ningún grupo. La libertad es un profundo valor porque para poder producir alimentos, cultivar la tierra, ganarse la vida, construir coches, hacer cirugía – para poder vivir – el hombre tiene que pensar y actuar usando el juicio de su propia mente racional. Para que puede hacer eso, hay que dejarlo solo; dejarlo solo significa que ni el gobierno ni otros hombres pueden iniciar la fuerza física contra él.
Dado que la libertad es necesaria para que el hombre viva, el gobierno correcto es aquel que protege la libertad de los individuos. Lo hace reconociendo y protegiendo sus derechos a la vida, la libertad, la propiedad, y la busca de la felicidad. Debe identificar y castigar a aquellos que violan los derechos de sus ciudadanos, sean criminales nacionales o agresores extranjeros. Por encima de todo, el propio poder del gobierno ha de ser delimitado de forma muy estricta y precisa, para que ni el gobierno ni ninguna turba que quiera conseguir poder estatal pueda abrogar la libertad de los ciudadanos. Este tipo de gobierno convierte la libertad individual en intocable, poniéndola fuera del alcance de cualquier multitud o grupo con ansias de poder. La vida de cada hombre sigue siendo suya, y él tiene la libertad de vivirla (mientras respeta de forma recíproca la libertad de los otros a hacer lo mismo). Este es el sistema que los Padres Fundadores crearon en América: Es una república delimitada por la Constitución de los Estados Unidos y por la Declaración de Derechos. No es una democracia.
Los Fundadores se dieron cuenta de que una democracia – el sistema que le confiere poderes ilimitados a la mayoría – es lo opuesto a la libertad. La democracia descansa en la primacía del grupo. El principio supremo de ese sistema es que la voluntad – los deseos – del colectivo son el criterio en cuanto a asuntos políticos; por lo tanto, la mayoría puede arrogarse para sí misma el poder de explotar y tiranizar a otros. Si tu pandilla es lo suficientemente grande, puedes salirte con la tuya en lo que quieras. James Madison observó que en un sistema de gobierno ilimitado de la mayoría…
… no hay nada que frene la tentación de sacrificar al grupo más débil o a un individuo indeseable. Por eso tales democracias siempre han sido un espectáculo de turbulencia y contención, siempre han mostrado ser incompatibles con la seguridad personal o los derechos de propiedad, y en general han tenido una vida corta y una muerte violenta.
Democracia es la tiranía de la turba.
Según eso, la estructura constitucional de los Estados Unidos prohibe que la mayoría infrinja, por votación, los derechos de cualquiera. Está diseñada para evitar que la turba vote para ejecutar a Sócrates, que enseñaba ideas no-ortodoxas. Está diseñada para evitar que la mayoría elija democráticamente a dictadores como Hitler o Robert Mugabe, que expropian y oprimen a un grupo específico (como los judíos en Alemania o los granjeros blancos en Zimbabwe), y destruyen las vidas de todos. Al delimitar el poder que se le permite ejercer al gobierno, aunque una mayoría exija el ejercicio de ese poder, la Constitución de los Estados Unidos sirve para salvaguardar la libertad de los individuos.
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(Del libro: “Ganando una Guerra Imposible de Ganar: La Respuesta Malograda de Estados Unidos al Totalitarismo Islámico

Libertad es incompatible con Democracia

Libertad es incompatible con Democracia

 
“La democracia – el sistema que le confiere poderes ilimitados a la mayoría – es lo opuesto a la libertad. La democracia se basa en la primacía del grupo. El principio supremo de ese sistema es que la voluntad – los deseos – del colectivo son el criterio correcto en todo lo relacionado con temas políticos; por lo tanto, la mayoría puede arrogarse para sí misma el poder de explotar y tiranizar a otros.”
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El 11 de septiembre de 2001 fue sin duda uno de los días más horribles de la historia. Ahora, más de once años después, esa declaración de guerra continúa sin respuesta por parte del país atacado, y el agresor continúa creciéndose como muestra el simbolismo de la famosa mezquita cerca de la “Zona Cero” en New York, o más recientemente la pusilánime reacción del gobierno americano a los asesinatos islámicos con la excusa de films y videos “insultantes”.

La Bomba Atómica de Obama: La Claridad Ideológica de la Agenda Demócrata

La Bomba Atómica de Obama: La Claridad Ideológica de la Agenda Demócrata

 
(por John David Lewis)
Los americanos se han rebelado contra la administración al darse cuenta que, mientras que la imagen de Bush como capitalista del libre mercado era un espejismo, la imagen de Obama como izquierdista radical es correcta. . . .
Durante el verano de 2009, los americanos fueron testigos de algo realmente extraordinario: Miles de ciudadanos que no suelen participar en política se lanzaron a la calle en protestas públicas para confrontar enérgicamente a funcionarios del gobierno sobre las políticas de una administración que habían elegido tan sólo unos meses antes.
Las encuestas sugieren que muchos americanos comparten los puntos de vista de los manifestantes. Las opiniones de los votantes sobre el desempeño de Obama como presidente en general se han invertido desde febrero. La encuesta Rasmussen indica que a partir del 23 de agosto, el 41 por ciento no aprobaba de su desempeño, y sólo el 27 por ciento lo aprobaba completamente. [1] Con relación a la reforma de la salud – un objetivo cardinal de la administración – la gran mayoría de los votantes se opuso a una “opción pública”, le temía más al Gobierno que a las compañías de seguros, y no estaba de acuerdo con el presidente de la Cámara, Nancy Pelosi, en que las empresas son “sinvergüenzas”. Sólo el 19 por ciento de los americanos calificó el sistema general de salud del país como deficiente, el 48 por ciento lo calificó como bueno o excelente. [2] Estas cifras indican una tendencia a la disminución del apoyo para la agenda de la administración de Obama y sus partidarios en el Congreso. Si esta tendencia continúa, existe la posibilidad de graves pérdidas demócratas en las elecciones de 2010.


La creciente oposición a las políticas de los líderes demócratas no es un asunto partidista; los votantes demócratas registrados están desafiando a los funcionarios del Partido Demócrata en estridentes reuniones públicas. Los llamados “Blue Dogs” – los representantes demócratas que son o bien fiscalmente conservadores en algunas cuestiones o que fueron elegidos en distritos conservadores – están enfrentándose con los líderes del partido. Muchos de estos representantes enfrentan una elección complicada: oponerse a sus líderes y votar como quieren sus electores, o seguir a sus líderes y enfrentar la ira de votantes enojados.
Pero el fenómeno más sorprendente han sido los “Tea Parties”, en los que cientos de miles de americanos se han reunido por propia iniciativa, llevando camisetas que decían “No me Pises” y portando pancartas abogando por la libertad y oponiéndose a la dictadura. Conferenciantes en estos eventos han denunciado a políticos de ambos partidos que han apoyado aumentos en el poder y el gasto del gobierno. Muchos de los manifestantes han empezado a reconocer y a defender un principio– el principio de los derechos individuales – y un corolario de ese principio, que el objetivo correcto del gobierno es garantizar estos derechos, no controlar las vidas de sus ciudadanos.
La respuesta de los líderes demócratas ha sido una de desesperación paternalista. El 3 de agosto, un funcionario de la Casa Blanca les pidió a los americanos que informaran a la Administración sobre las opiniones de otros ciudadanos: “Si usted recibe un correo electrónico o ve algo en la web sobre la reforma a la salud que parece sospechoso, envíelo a flag@whitehouse.gov”. [3] [Nota del Traductor: “flag” como sustantivo significa bandera, pero “to flag” como verbo se usa con la connotación de “avisar”, “llamar la atención”, “levantar la bandera”, “encender la luz roja”, etc.]. En vez de aceptar que muchos americanos entienden la esencia de estos planes y se oponen a ellos, el Comité Nacional Demócrata acusó a la oposición de “incitar a turbas enfurecidas formadas por un pequeño número de extremistas de la derecha rabiosa financiados por grupos de presión de la Calle K”. [4] El propio presidente arremetió: “No quiero que la gente que ha creado el caos hable mucho. ¡Quiero simplemente que se quiten de en medio para que podamos limpiar el desorden!” [5]
La división entre los políticos y los ciudadanos americanos rara vez se ha hecho palpable de forma tan rotunda como cuando los demócratas acusaron a un grupo de personas mayores que llevaban pancartas hechas a mano de ser una “chusma” que había sido comprada por grupos organizados. En contraste a estos ciudadanos independientes, miembros de sindicatos organizados, simpatizantes de los líderes demócratas, fueron a las reuniones de la ciudad en autobuses públicos, distribuyeron pancartas prefabricadas, y cerraron las puertas de sus oponentes. Mientras tanto, muchos funcionarios electos cancelaron reuniones con sus electores, no queriendo enfrentar a manifestantes que habían leído y entendido la legislación mejor que ellos.
A pesar de estas tentativas de difamar a los manifestantes y excluirlos de reuniones públicas, las protestas siguen gozando de un fuerte apoyo popular. El plan de la administración Obama de una reforma radical de la economía de EE.UU. se enfrenta a una oposición basada en principios, de todo el pueblo, y en todo el país.
¿Por qué están ocurriendo estas protestas ahora?
La respuesta no es que el presidente Obama haya puesto a América en un nuevo curso, cada vez más lejos del capitalismo y más cerca del estatismo. Estados Unidos ha ido por ese camino durante tres generaciones, cortesía de ambos partidos políticos. La administración de George W. Bush, por ejemplo, amplió considerablemente el poder del gobierno. El presidente Bush duplicó el presupuesto nacional, duplicó el déficit, le añadió un dígito a la deuda nacional, firmó el mayor proyecto de subsidios desde la década de 1960, le ordenó a su gabinete que cooperase en la regulación del dióxido de carbono como un “contaminante”, firmó la Ley Sarbanes-Oxley, distribuyó cheques de “estímulo” económico, pidió 700 millones de dólares de donaciones de empresas, y nunca vetó un proyecto de ley de gastos. ¿Dónde estaban los manifestantes entonces? Si los americanos se enfurecieron principalmente por la tendencia hacia el estatismo, ¿qué les impidió a miles de ellos sublevarse y desahogar su furia contra estas acciones? El camino hacia el estatismo es sólo una de las razones por la reacción contra Obama. ¿Cuál es el resto de la explicación?
La respuesta comienza con el partido de afiliación de Bush: Él es republicano. Este título conlleva la apariencia de un apoyo básico por el libre mercado y el capitalismo. Aunque ningún republicano en tres generaciones ha defendido el capitalismo en forma de principios, la retórica republicana sigue utilizando el lenguaje pro-capitalista, principalmente para oponerse a los demócratas. La afirmación de Ronald Reagan que “el gobierno es el problema” sigue resonando entre los partidarios del libre mercado. Sin embargo, pocos republicanos han estado dispuestos a enfrentar el hecho ineludible de que el presupuesto federal y la deuda federal crecieron de manera exponencial durante los dos gobiernos de Reagan y de su sucesor republicano, George H.W. Bush. El soporte republicano meramente de palabra al mercado libre ha enturbiado las aguas y sigue haciendo difícil que la gente vea que los republicanos estaban, de hecho, coartando la libertad bajo un laberinto de controles federales cada vez mayores. Por lo tanto no hubo levantamiento contra los republicanos o sus políticas.
Después de ocho años de Bill Clinton, George W. Bush pareció ofrecer la mejor esperanza de recuperar esa supuesta tradición de libre mercado y bajos impuestos. Una vez más, la mayoría de la gente no vio que la imagen del libre mercado de este republicano era un espejismo que no tenía ninguna relación con sus acciones. Esta imagen adquirió poder cuando Bush fue colocado como una alternativa a sus rivales demócratas de izquierda. Este contraste de imágenes oscureció las diferencias fundamentales entre las políticas de Bush y una postura genuinamente pro-capitalista. Esta ofuscación – instigada por los republicanos – confundió profundamente a muchos ciudadanos honestos sobre la naturaleza de sus políticas, y causó un daño enorme a su comprensión tanto del capitalismo como del conservadurismo. Esta escisión entre apariencia y realidad – entre la imagen de un republicano a favor de la libertad y la realidad de un estado colectivista republicano – hizo difícil que la gente se diera cuenta de que ningún candidato de ninguno de los partidos estaba dispuesto a defender el capitalismo. Como resultado, cualquier discusión seria sobre el capitalismo – bien entendido como un mercado verdaderamente libre, en el que los derechos individuales están protegidos por el gobierno – fue eliminada de la discusión pública.
Bush fomentó su inmerecida imagen del libre mercado con recortes de impuestos realizados simultáneamente con enormes incrementos en el gasto que provocaron un déficit gigante. También parecía oponerse a la regulación empresarial, incluso mientras aprobaba miles de páginas de nuevos controles (por ejemplo, la ley Sarbanes-Oxley y las tarifas sobre el acero). Su derogación selectiva de algunas normas (tal como partes de la Ley Glass-Steagall) contribuyó a la imagen de una administración que favorecía el libre mercado y había “desregulado” la economía. Él promovió la expansión de las enormes entidades patrocinadas por el gobierno federal como la Federal National Mortgage Association (Fannie Mae), la Government National Mortgage Association (Ginny Mae) y la Federal Home Loan Mortgage Corporation (Freddie Mac), porque quería ser visto como compasivo hacia las personas que “necesitaban” préstamos. Cuando el mercado reventó, Bush propuso cientos de miles de millones de dólares en ayuda federal, diciendo: “he abandonado los principios del libre mercado para salvar el sistema de libre mercado”. [6]
El resultado visible fue el crecimiento explosivo de un estado colectivista de subsidios en el cual el capitalismo fue culpado por déficits masivos, por el aumento de los precios de la asistencia médica, por la caída de Wall Street, por el costo de la guerra de Irak, y por todas las otras malas consecuencias de las políticas de Bush. El resultado más fundamental, nunca visto antes, fue un público americano confuso – un público confuso sobre el verdadero significado del libre mercado, de la libertad y de los derechos individuales, y sobre lo que una adecuada defensa de estos valores supondría. “El capitalismo ha fracasado” se convirtió en el mantra de la izquierda: “Lo intentamos bajo el gobierno de Bush, y mira lo que pasó.”
En su tratamiento sistemático de la filosofía de Objetivismo, Leonard Peikoff escribió que “precisamente por lo que aparentan ser”, los conservadores “son la principal fuente de confusión política en la mente del público; le crean a la gente la ilusión de una alternativa electoral, pero sin el hecho. Así, el camino hacia el estatismo continúa descontrolado y sin ser desafiado”. [7] George W. Bush es el ejemplo por excelencia de este punto.
Y aparece Barack Obama, a quien nadie confunde con un amigo de la industria, del capitalismo, o de la defensa nacional, pero que se presentó como una alternativa a cuatro años más de políticas idénticas a las de Bush con John McCain.
Como líder de los demócratas – el partido que tiene una reputación histórica por expandir el poder del gobierno, aumentar impuestos, y gastar sin límites – Obama reafirmó y rejuveneció el compromiso tradicional de su partido en el camino estatista. Este compromiso impregna sus discursos. Él considera a los empresarios, no como productores valiosos, sino como parásitos conspiradores que deben ser puestos bajo el total control del gobierno, incluyendo un “zar” que apruebe los salarios de los ejecutivos. Él manifestó este deseo en una diatriba furiosa contra los gerentes de finanzas que recibieron bonos contratados. [8] Obama no ve a los médicos como salvadores de vidas, sino como depredadores dispuestos a sacrificar a sus pacientes con operaciones innecesarias a fin de ganar dinero. [9] Dice de los policías que responden a llamadas de emergencia por robo que están actuando de forma “estúpida”, antes de tener claros los hechos relevantes. Ve a regímenes extranjeros decididos a continuar los ataques contra los Estados Unidos como merecedores de disculpas. Y mientras tanto, quiere llevar a juicio a funcionarios de la inteligencia americana que utilizan técnicas de interrogatorio “duras” contra enemigos que han matado a americanos. Obama y su administración están abierta y públicamente comprometidos con una agenda ideológica radical de izquierdas.
Los asesores escogidos por Obama han ayudado a definir su agenda anti-negocios. Contrató, por ejemplo, a John Holdren como su director de la Oficina de Política sobre Ciencia y Tecnología. Holdren ha expresado sus puntos de vista con relación a la industria por escrito desde los años 70: “Una campaña masiva debe ser lanzada para restaurar un entorno de alta calidad en Norteamérica y des-desarrollar a los Estados Unidos”. [10] [Nota del Traductor: Des-desarrollar – “de-development” – significa ´poner el sistema económico en línea con las realidades de la ecología y la situación de recursos globales´. De acuerdo con Holdren, la necesidad de des-desarrollar exige una redistribución de la riqueza. Ver detalles aquí.] Tales puntos de vista son consistentes con una serie de políticas previstas por la administración, desde las estrictas regulaciones de negocios siendo elaboradas por el Congreso y los zares económicos de Obama, hasta la legislación “cap-and-trade” [reguladora de emisiones de polución] cuyo objetivo es estrangular a la industria, hasta las incansables tentativas de colocar a la industria médica bajo control total del gobierno.
Tales puntos de vista impregnan la retórica de Obama, lo que le conecta en la mente de muchas personas a los proponentes más radicales (es decir, consistentes) del socialismo democrático. A pesar de sus intentos de aparecer moderados, la naturaleza básica de su administración – su identidad esencial, su objetivo y su visión del mundo – está haciéndose perfectamente clara. Él es un hombre de izquierdas y un socialista por principio, que desprecia el mercado libre, se disculpa por su país frente a dictadores asesinos extranjeros, y encuentra la salvación en el creciente poder del gobierno. No todos los americanos lo ven de esta forma, pero su número está aumentando con cada una de sus palabras y de sus obras. [11]
Obama, por supuesto, no tiene intención de ser claro acerca de su identidad socialista. Está tratando de parecer un “razonable” y moderado “centrista”. Pero sus intentos de atraer a votantes moderados están enfureciendo a la extrema izquierda y alienando a los independientes. Mientras tanto, un número cada vez mayor de astutos votantes americanos de derechas siguen esencialmente igual que antes. [12] Muchas personas lo ven como un experto orador que está tratando de salvar su agenda.
La misma acusación podría haber sido dirigida contra Bush, pero hay una gran diferencia entre los dos hombres. Mientras que la imagen de Bush como un capitalista del libre mercado era un espejismo, la imagen de Obama como un izquierdista radical es correcta. La gran vulnerabilidad de Obama es que una mayoría silenciosa de votantes americanos verán esto, y reconocerán que no comparten ni sus valores ni su visión de lo que Estados Unidos fue y debería ser. Aunque sólo una minoría de americanos se ha sumado a las protestas vocales, muchos más están silenciosamente hirviendo por dentro sobre la agenda de Obama. Como dijo un escritor, “No son, a fin de cuentas, los manifestantes en esas reuniones del ayuntamiento, o la agitación de sus enemigos políticos, a los que el Sr. Obama debería temer. Es al dictamen de aquellos americanos que han estado sentados tranquilamente en sus casas, escuchándole”. [13]
Esta es la claridad que Obama ha traído a la escena política americana. El ver el compromiso claro y basado en principios de un presidente a una ideología – cualquier ideología – es precisamente lo que Estados Unidos ha necesitado durante décadas. Este espectáculo le ha ayudado a muchas personas a entender los temas a un nivel mucho más fundamental de lo que habían hecho antes. Obama y sus aliados en el Congreso, sin darse cuenta, han puesto en marcha un movimiento popular que está activamente cuestionando el papel del gobierno en nuestras vidas. Aunque una gran parte de los manifestantes continúan confusos acerca de los principios en juego, un número cada vez mayor está adquiriendo más claridad. Están empezando a ver las propuestas demócratas para la “reforma” a la salud, por ejemplo, no como un asunto de nuevos programas respaldados por buenas intenciones, sino como un ataque a los derechos individuales y un esfuerzo por imponer una dictadura – como confirman las pancartas en los Tea Parties. Y muchos están empezando a ver que los republicanos también han sido culpables de tales ataques.
La claridad es el primer paso hacia el entendimiento, y el entendimiento es el requisito previo a la evaluación racional. Durante tres generaciones, Estados Unidos ha necesitado una confrontación contundente con las políticas que han estado conduciendo a la nación hacia la dictadura y hacia la quiebra. Esos enfrentamientos fueron abortados en 1940, 1964 y 1980, porque en cada caso los republicanos no consiguieron luchar, por principio, a favor del capitalismo, la libertad y los derechos individuales. Los republicanos en varias ocasiones se hundieron en las arenas movedizas de las concesiones y aceptaron los principios del estatismo de sus adversarios mientras discutían la cantidad “adecuada” de coacción del gobierno que implementarían. La tendencia hacia el estatismo continuó, porque cada uno de los pasos adicionales aceptados por los republicanos oscureció la manifiesta diferencia entre la visión de los fundadores de los Estados Unidos y su futuro estatista.
Obama le ha dado a los americanos de mente activa una visión muy próxima de este futuro. Su visión – una burocracia gubernamental para administrar la medicina, una agencia medioambiental para ponerle grilletes a la industria, y los mecanismos institucionales para inmiscuir al gobierno en los detalles más íntimos de nuestras vidas – es hacia donde nos hemos dirigido durante décadas. Pero hasta ahora este destino había permanecido tapado por la magia de la ofuscación retórica. Los estridentes esfuerzos de Obama por imponer esta agenda le está permitiendo a la gente ver ese futuro con claridad.
Pero incluso esto no explica totalmente por qué las protestas han estallado justo ahora. Obama ha robustecido a la oposición porque su plan no es algún tipo de utopía abstracta que encontraremos en un futuro lejano. Él lo quiere ahora. Le ha pedido al Congreso que apruebe tanto la reforma sanitaria como la legislación ambiental este año, y el Congreso ha producido los proyectos de ley. En un mitin en agosto, reiteró este compromiso: “Os prometo que aprobaremos la reforma [de la salud] antes de finales de este año” [14] Al ponerles fechas firmes a cuándo estas medidas se convertirán en ley – al decir que más de un tercio de la economía de Estados Unidos podría estar bajo control federal directo tan pronto como el mes que viene – él ha motivado a un gran segmento del electorado americano a enfrentarse a estos planes. Millones de americanos están profundamente preocupados no sólo por los objetivos específicos de Obama, sino también por su marco ideológico. Muchos están empezando a ver los asuntos, aunque sea de forma imperfecta, en términos de dictadura contra derechos individuales.
Hace años que los republicanos deberían haber presentado una alternativa positiva basada en principios, contra la tendencia estatista. Fracasaron. Ahora Obama ha hecho el trabajo por ellos. Ha presentado la cruda alternativa desde el otro lado, especificando y exigiendo un amplio programa que tiene ninguna pretensión de mantener la libertad individual. Ha creado una alarmante sensación de urgencia al exigir que este programa se convirtiera en ley ahora.
Ahora muchos americanos son capaces de ver los planes de Obama como un asalto a los principios que fundaron esta nación. Además, muchos americanos se dan cuenta de que el tiempo se está acabando – que el futuro está aquí, hoy. Estos dos factores están motivando a muchos americanos que normalmente no son políticos a literalmente manifestarse en apoyo alrededor de la bandera, confrontar a sus representantes electos, y, en masa, volverse en contra de la administración.
La historia militar ofrece un brillante paralelismo con el efecto explosivo que está teniendo Obama sobre la vida política americana. En 1945, Japón había perdido la guerra con Estados Unidos – pero los líderes japoneses evadieron ese hecho y se negaron a tomar la decisión necesaria para poner fin a la guerra. Cuando Estados Unidos dio a conocer su demanda de rendición (“la alternativa es la pronta y total destrucción”) y dejó caer dos bombas atómicas, los japoneses ya no pudieron más eludir los hechos o posponer la decisión. La conmoción de las bombas le dio a Japón una alternativa clara: continuar la guerra hasta ser quemados en la roca, o cambiar el rumbo de la nación. Si los americanos no hubieran obligado a los japoneses a confrontar esa alternativa y esa fecha límite, los líderes japoneses podrían haber reaccionado poco a poco a los acontecimientos y manipulado a la población para mantener su poder. Si lo hubieran hecho, Japón podría haber seguido en el camino de la guerra más allá del punto en que la reforma era posible. Las bombas obligaron a los japoneses a tomar una decisión de vida o muerte ahora.
Obama ha lanzado el equivalente a una bomba atómica en la arena política americana. Muchos americanos están ahora atónitos por la magnitud y la velocidad de la coacción que se está desatando. Las políticas económicas demócratas, la ley cap-and-trade [anti-polución], y las propuestas de la salud pública son parecidas a las que Bush había apoyado y a lo que John McCain había prometido. Pero la administración Obama y los líderes demócratas son abiertamente descarados en su reverencia por un mayor poder del gobierno, y esto ha reforzado las ondas de choque que se están extendiendo por toda América.
Los demócratas – sorprendidos ellos mismos por la respuesta del público a su transparencia – pasaron el final del verano tratando de obscurecer estas cuestiones. Ellos habían posicionado a los manifestantes como “antiamericanos”, a los republicanos como obstruccionistas, y a ellos mismos como razonables. Estos intentos están alejando aún más a los demócratas de millones de americanos, muchos de los cuales están empezando a ver que son los demócratas y no los manifestantes quienes se oponen a los principios fundadores de los Estados Unidos. A diferencia de las bombas atómicas arrojadas sobre Japón – que hicieron que Japón se alejara de la dictadura y se acercara a la libertad y los derechos individuales – la bomba de Obama tiene por objetivo llevar a América más rápidamente a un régimen autoritario, y eventualmente a la dictadura. En lugar de aceptar el ultimátum, sin embargo, muchos americanos están enfrentándose a él.
Las protestas y las encuestas son claras: los americanos en su mayoría han rechazado la agenda radical de izquierdas. Pero la cuestión no está todavía resuelta. Los demócratas tienen un último recurso – un arma secreta – con la que pueden salvar sus planes a la vez que evitan el suicidio político en las próximas elecciones. Ese arma son los republicanos.
Si los republicanos ceden – si aceptan el seguro de salud federal obligatorio en forma de “cooperativa” o algo parecido, o una ley anti-polución que sea un poco menos draconiana que la versión demócrata – habrán una vez más capitulado ante sus oponentes, abandonado la libertad, y perdido la oportunidad de reorientar esta nación hacia el principio moral en que se fundó: los derechos individuales, protegidos por una constitución en una república libre.
El Presidente Obama ha dejado muy clara la cuestión de la libertad frente al estatismo, y ha forzado una decisión inmediata por el pueblo americano y sus representantes. Sus oponentes más astutos tienen razón en interpretar sus planes como ataques a sus derechos individuales. Pero muchas personas siguen confusas en cuanto a la naturaleza de la amenaza porque les falta la comprensión de los principios necesarios para entender la causa y el significado de la tendencia hacia el estatismo, y para revertir esa tendencia. Esos principios empiezan con los derechos consagrados en la Declaración de Independencia, y con el propósito fundacional de nuestro gobierno: “para garantizar estos derechos”. Para entender el significado de esta declaración seminal, debemos entender que el derecho a la vida no significa el derecho a coaccionar a otros a que nos proporcionen lo que necesitamos para vivir. Significa el derecho a vivir nuestra vida libre de tales coerciones.
La esencia del sistema capitalista es la libertad: la libertad de cada hombre para perseguir sus propios objetivos, para perseguir su propia felicidad, para mantener el producto material de su esfuerzo, y para tratar con los demás voluntariamente. Pero para restablecer y mantener su libertad, los americanos deben afirmar, con pleno conocimiento de los principios en juego, que tienen un derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, y que el único objetivo moral del gobierno es garantizar estos derechos. Ahora es el momento para que todos los hombres de bien acudan en ayuda, no de su partido, sino de los principios fundadores de su país, entendiendo esos principios y custodiándolos como si su vida dependiera de ellos – porque, de hecho, depende.

La Bomba Atómica de Obama: La Claridad Ideológica de la Agenda Demócrata

La Bomba Atómica de Obama: La Claridad Ideológica de la Agenda Demócrata

 
(por John David Lewis)
Los americanos se han rebelado contra la administración al darse cuenta que, mientras que la imagen de Bush como capitalista del libre mercado era un espejismo, la imagen de Obama como izquierdista radical es correcta. . . .
Durante el verano de 2009, los americanos fueron testigos de algo realmente extraordinario: Miles de ciudadanos que no suelen participar en política se lanzaron a la calle en protestas públicas para confrontar enérgicamente a funcionarios del gobierno sobre las políticas de una administración que habían elegido tan sólo unos meses antes.
Las encuestas sugieren que muchos americanos comparten los puntos de vista de los manifestantes. Las opiniones de los votantes sobre el desempeño de Obama como presidente en general se han invertido desde febrero. La encuesta Rasmussen indica que a partir del 23 de agosto, el 41 por ciento no aprobaba de su desempeño, y sólo el 27 por ciento lo aprobaba completamente. [1] Con relación a la reforma de la salud – un objetivo cardinal de la administración – la gran mayoría de los votantes se opuso a una “opción pública”, le temía más al Gobierno que a las compañías de seguros, y no estaba de acuerdo con el presidente de la Cámara, Nancy Pelosi, en que las empresas son “sinvergüenzas”. Sólo el 19 por ciento de los americanos calificó el sistema general de salud del país como deficiente, el 48 por ciento lo calificó como bueno o excelente. [2] Estas cifras indican una tendencia a la disminución del apoyo para la agenda de la administración de Obama y sus partidarios en el Congreso. Si esta tendencia continúa, existe la posibilidad de graves pérdidas demócratas en las elecciones de 2010.

Socialismo


socialismo 
El socialismo es la doctrina de que el hombre no tiene derecho a existir por derecho propio; que su vida y su trabajo no le pertenecen a él, sino a la sociedad; que la única justificación de su existencia es su servicio a la sociedad; y que la sociedad puede disponer de él como le plazca, en aras de lo que considere ser el propio bien colectivo y tribal de ella.
La característica esencial del socialismo es la negación del derecho de propiedad individual; bajo el socialismo, el derecho a la propiedad (que es el derecho de uso y disposición) recae en la “sociedad como un todo”, es decir, en el colectivo, siendo la producción y la distribución controladas por el Estado, es decir, por el gobierno.


El socialismo puede ser establecido por la fuerza, como en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, o por votación, como en la Alemania Nazi (Nacional-Socialista). El grado de socialización puede ser total, como en Rusia, o parcial, como en Inglaterra. En teoría, las diferencias son superficiales; en la práctica, son sólo una cuestión de tiempo. El principio básico, en todos los casos, es el mismo.
Los supuestos objetivos del socialismo eran: la abolición de la pobreza, el logro de la prosperidad general, el progreso, la paz y la fraternidad humanas. Los resultados han sido un terrible fracaso: terrible, claro está, si la motivación de uno es el bienestar de los hombres.
En lugar de prosperidad, el socialismo trajo consigo parálisis económica y/o el colapso de todos los países que lo probaron. Cuanto mayor la socialización, mayor el desastre. Las consecuencias variaron de acuerdo con eso.
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No hay ninguna diferencia entre los principios, las políticas y los resultados prácticos del socialismo – y los de cualquier tiranía histórica o prehistórica. El socialismo es simplemente una monarquía democrática absoluta, o sea, un sistema de absolutismo sin líder fijo, abierto a que el poder sea asumido por cualquiera, sea un burócrata sin escrúpulos, un oportunista, un aventurero, un demagogo o un matón.
Cuando pienses en el socialismo, no te dejes engañar sobre su naturaleza. Recuerda que no existe tal dicotomía como la de “derechos humanos” contra “derechos de propiedad”. Ningún derecho humano puede existir sin derechos de propiedad. Dado que los bienes materiales son producidos por la mente y el esfuerzo de individuos específicos, y que son necesarios para sostener sus vidas, si el que produce no es dueño del resultado de su esfuerzo, no es dueño de su vida. Negar los derechos de propiedad significa convertir a los hombres en una propiedad de la que el dueño es el Estado. Quien proclama el “derecho” a “redistribuir” la riqueza producida por otros, está proclamando el “derecho” a tratar a seres humanos como esclavos.
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Cuando uno observa la pesadilla de los desesperados esfuerzos hechos por cientos de miles de personas que luchan por escapar de los países socializados de Europa, por escapar saltando alambradas y bajo el fuego de una ametralladora. . . ya no es posible creer que el socialismo, en ninguna de sus formas, está motivado por la benevolencia y el deseo de lograr el bienestar de los hombres.
Ningún hombre de auténtica benevolencia podría evadir o ignorar un horror tan enorme y en tan gran escala.
El socialismo no es un movimiento del pueblo. Es un movimiento de intelectuales, iniciado, dirigido y controlado por intelectuales, sacado por ellos de sus torres de marfil y llevado a esos sangrientos campos en la práctica donde se unen con sus aliados y ejecutores: los matones.
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Los socialistas tenían una cierta lógica de su lado: si el sacrificio colectivo de todos a todos es el ideal moral, entonces lo que quisieron fue establecer ese ideal en la práctica, aquí y en este planeta. Los argumentos de que el socialismo ni iba a funcionar ni podría funcionar no les detuvieron: el altruismo tampoco funcionó nunca, y eso no hizo que los hombres parasen y lo cuestionasen. Sólo la razón puede hacer esas preguntas, y la razón, les habían dicho en todas partes, no tiene nada que ver con la moralidad, la moralidad está fuera de la esfera de la razón, ninguna moralidad racional puede ser definida jamás.
Las falacias y contradicciones en las teorías económicas del socialismo han sido reveladas y refutadas repetidamente, tanto en el siglo XIX como en la actualidad. Esto ni paró a nadie ni parará a nadie hoy: no es una cuestión de economía, sino de moralidad. Los intelectuales y los así llamados idealistas estaban decididos a hacer que el socialismo funcionase. ¿De qué manera? Por el método mágico de todos los irracionalistas: de alguna manera.
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“No hay diferencia entre comunismo y socialismo, excepto en la manera de conseguir el mismo objetivo final. El comunismo propone esclavizar al hombre mediante la fuerza; el socialismo, mediante el voto. Es la misma diferencia que hay entre asesinato y suicidio”.
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Tanto el “socialismo” como el “fascismo” tienen que ver con la cuestión de los derechos de propiedad. El derecho de propiedad es el derecho de uso y disposición. Observa la diferencia entre esas dos teorías: el socialismo niega por completo los derechos de propiedad privada, y aboga por que se le ceda “la propiedad y el control” a la comunidad como un todo, es decir, al Estado; el fascismo deja la propiedad en manos de individuos particulares, pero transfiere el control de la propiedad al gobierno.
Ser dueño de algo sin tener control de ello es una contradicción: es “propiedad” sin el derecho de usarla o disponer de ella. Significa que los ciudadanos siguen con la responsabilidad de mantener la propiedad, sin ninguna de sus ventajas, mientras que el gobierno adquiere todas las ventajas, sin ninguna responsabilidad.
En este sentido, el socialismo es la más honesta de las dos teorías. Digo “más honesta”, y no “mejor”, porque en la práctica no hay diferencia entre ellos: ambos provienen del mismo principio colectivista-estatista, ambos niegan los derechos individuales y subordinan el individuo al colectivo, ambos otorgan la supervivencia y las vidas de los ciudadanos al poder de un gobierno omnipotente; y las diferencias entre ellos son sólo una cuestión de tiempo, de grado, y de detalles superficiales, como la elección de lemas a través de los cuales los gobernantes engañan a sus esclavizados súbditos.
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Los nazis defendieron sus políticas y el país no se rebeló; aceptó el argumento nazi. Los individuos egoístas puede que sean infelices, dijeron los nazis, pero lo que hemos implantado en Alemania es el sistema ideal, el socialismo. De la forma que los nazis lo usaban, ese vocablo no está restringido a una teoría en economía; ha de ser entendido en un sentido fundamental. “Socialismo” para los nazis denota el principio de colectivismo como tal, y de su corolario, el estatismo, en cada esfera de acción humana, incluyendo a la economía pero no sólo a ella.
“Ser socialista”, dijo Goebbels, “es subordinar el yo al tú; socialismo es sacrificar el individuo a la comunidad”.
Según esta definición, los nazis practicaron lo que predicaban. Lo practicaron en su país y luego en el extranjero. Nadie puede decir que no sacrificaron suficientes individuos.

Socialismo


socialismo 
El socialismo es la doctrina de que el hombre no tiene derecho a existir por derecho propio; que su vida y su trabajo no le pertenecen a él, sino a la sociedad; que la única justificación de su existencia es su servicio a la sociedad; y que la sociedad puede disponer de él como le plazca, en aras de lo que considere ser el propio bien colectivo y tribal de ella.
La característica esencial del socialismo es la negación del derecho de propiedad individual; bajo el socialismo, el derecho a la propiedad (que es el derecho de uso y disposición) recae en la “sociedad como un todo”, es decir, en el colectivo, siendo la producción y la distribución controladas por el Estado, es decir, por el gobierno.

Monday, August 15, 2016

Venezuela: Ruindad de la militarización de la política

Venezuela: Ruindad de la militarización de la política

Por Trino Marquez Cegarra
Miranda – Venezuela.- El nombramiento del general Néstor Reverol como ministro del Interior, Justicia y Paz, en sustitución de otro general, Gustavo González López, evidencia, otra vez, la entrega de Nicolás Maduro a los militares, su terror ante la inestabilidad creciente y la posibilidad de la activación del referendo revocatorio, y la claudicación del PSUV frente al partido de los uniformados.
El ministerio del Interior representa por excelencia el despacho de los políticos. Durante el período democrático, la designación del jefe de esa cartera recaía en un dirigente fundamental del partido gobernante. Una figura con larga experiencia en el manejo de los asuntos internos del país y con amplias relaciones con los partidos y los factores de poder de la provincia. Así como el Canciller se ocupaba de las relaciones internacionales, el ministro del Interior  debía atender los asuntos domésticos: relaciones con los otros ministros, gobernadores, alcaldes, CTV, Fedecamaras. Era la mano derecha del Presidente de  la República para sofocar y, sobre todo, atenuar o evitar conflictos interiores que pudiesen alterar el orden.


El ministro del Interior era un operador político. Era visto, en numerosas oportunidades, como el segundo hombre de abordo, sitial que compartía con el Presidente del Congreso. Su designación mostraba una señal inequívoca de que formaba parte de los eventuales  candidatos a la Presidencia de la República. Gonzalo Barrios, Carlos Andrés Pérez, Pepi Montes de Oca, Octavio Lepage, fueron algunos de los políticos, posteriormente candidatos o precandidatos,  que ocuparon esa cartera.
Esta tradición fue fracturada por el chavismo madurismo. Los ministros del Interior, Justicia y Paz, pomposo y largo nombre colocado por los rojos, pasaron a ser generales activos. ¿Qué tienen que ver los oficiales de alta graduación con las relaciones interiores del país -siempre tan complejas, sobre todo en un Estado que se supone federal-, con la justicia y, particularmente, con la paz? ¿No se supone que los militares están formados y entrenados para la guerra y para imponer la justicia mediante la disuasión que induce el fusil?  Los uniformados no están programados para persuadir y construir amplios acuerdos nacionales, como  corresponde al ministro del Interior, sino para coaccionar y reprimir. Los militares activos no son aptos para moverse en el sutil e intrincado mundo de la política. La posesión legítima de las armas propiedad de la República y los principios de obediencia, verticalidad y disciplina que orientan su formación, los inhabilita para el ejercicio de la política activa.
La nación no les pide a los militares que sean neutrales en el plano teórico, ni asépticos en la esfera ideológica. Su compromiso tiene que ser con la Constitución, la defensa de la democracia, el resguardo de la integridad territorial y la soberanía nacional. El respeto a estos valores esenciales de la civilización determina que deban estar apartados de la política concreta. Una de las grandes conquistas civilizatorias consiste en la clara separación de la institución castrense de la política militante. Ese deslinde categórico posee la misma importancia que la diferenciación del Estado y la Iglesia, y de esta con respecto a la educación. La demarcación de esas fronteras constituyen conquistas de la humanidad. En el largo camino hacia la diferencia de roles -a pesar de que los mandos castrenses deben  atender los criterios políticos diseñados por civiles-, el mundo laico, el eclesiástico y el militar, mantienen, en las naciones democráticas más estables y equitativas, su propia e inalienable esfera de actuación.
Desde la llegada de Chávez a Miraflores, el caudillo instrumentó una estrategia dirigida a militarizar el Estado y la política. Esta línea ha sido profundizada por el inseguro de su heredero. Su miedo  atávico lo lleva a creer que colocándose bajo la custodia de la bota militar evitará la realización del revocatorio y podrá navegar hasta 2018 e, incluso, garantizar que él, o uno de su camarilla, preservará el poder más allá de la fecha en la que tienen que realizarse las elecciones presidenciales. Esa línea ha pervertido la misión de las Fuerzas Armadas y degradado a sus integrantes hasta colocarlos en un plano subalterno. Los verdeoliva son políticos sin historia y sin credenciales, reminiscencias de la Venezuela caudillista, rural y atrasada del siglo XIX.
En la dimensión política, los militares son incordios. Pierde la política y pierde la institución armada En vez de revaluarse, se degradan. Maduro los sacó de donde el país los necesita y valora, colocándolos en el lugar que la nación los desprecia.

Venezuela: Ruindad de la militarización de la política

Venezuela: Ruindad de la militarización de la política

Por Trino Marquez Cegarra
Miranda – Venezuela.- El nombramiento del general Néstor Reverol como ministro del Interior, Justicia y Paz, en sustitución de otro general, Gustavo González López, evidencia, otra vez, la entrega de Nicolás Maduro a los militares, su terror ante la inestabilidad creciente y la posibilidad de la activación del referendo revocatorio, y la claudicación del PSUV frente al partido de los uniformados.
El ministerio del Interior representa por excelencia el despacho de los políticos. Durante el período democrático, la designación del jefe de esa cartera recaía en un dirigente fundamental del partido gobernante. Una figura con larga experiencia en el manejo de los asuntos internos del país y con amplias relaciones con los partidos y los factores de poder de la provincia. Así como el Canciller se ocupaba de las relaciones internacionales, el ministro del Interior  debía atender los asuntos domésticos: relaciones con los otros ministros, gobernadores, alcaldes, CTV, Fedecamaras. Era la mano derecha del Presidente de  la República para sofocar y, sobre todo, atenuar o evitar conflictos interiores que pudiesen alterar el orden.

Wednesday, August 3, 2016

El conocimiento prohibido

 
Obama y su cuidadosamente pulida ignorancia sobre Economía
por Robert Tracinski
# # #
Oí esto en el último boletín económico del presidente Obama: que todo el problema de la economía y el presupuesto federal se puede achacar a la reducción de impuestos de los jets corporativos.
¿En serio? Estamos con problemas económicos y fiscales porque no hemos subido un poquito los impuestos sobre los jets corporativos? ¿El presidente tiene alguna idea de lo irrelevante que eso es? Los impuestos suponen menos de la décima parte del uno por ciento de la reducción del déficit que sus negociaciones con los republicanos supuestamente conseguirán. Además, ya que se burla con sorna de los propietarios de los jets corporativos, ¿tiene alguna idea del valor que ellos tienen para la economía? Como alguien que ha viajado recientemente en un avión comercial, diré que ciertamente espero que los directores generales de la nación no están esperando a que los metan en clase turista en Delta Airlines. Y ciertamente espero que tengan planes de viaje más eficientes, y cosas más productivas que hacer con su tiempo.


Al pensar sobre esto recordé las ondas cerebrales económicas que había tenido el presidente antes: su afirmación de que la razón de la alta tasa de desempleo es la automatización, encarnada por los nuevos e inútiles cajeros automáticos. En respuesta a ese comentario, el Wall Street Journal publicó una respuesta bastante completa (ver abajo *), explicando cómo el aumento de la productividad causado por la automatización crea riqueza y, por lo tanto, no sólo genera empleo sino que además crea empleos mejor remunerados.
Era un artículo muy bien escrito, pero al leerlo sentí un tenue sentimiento de vergüenza. Era todo correcto y estaba presentado muy claramente, con buenos ejemplos concretos… pero no había nada en él que yo no hubiera leído más de veinte años atrás, en la universidad. No sentí vergüenza por mí, sino por Obama y sus protectores de los medios de comunicación. ¿Cómo es posible que no supieran esto? ¿Cómo es posible que haya que explicárselo?
Pero entonces me di cuenta de que yo estudié una historia muy diferente a la que estudió Obama. En aquella época, yo llevaba conmigo una copia usada de Economía en Una Lección, de Henry Hazlitt. Hazlitt era un columnista de Newsweek de mitades del siglo pasado, en la época en que la revista costaba un dólar, y era conocido como uno de los que mejor explicaban los mercados libres. (Los tiempos cambian, y hoy cuento con que mis colegas más jóvenes se hayan bajado Economía Básica de Thomas Sowell en sus iPads).
Pero más concretamente – puesto que este tipo de cosas no se aprende principalmente en los libros – he pasado los últimos 20 años realmente mirando y prestando atención a la economía a mi alrededor. Soy lo bastante viejo para recordar cuando los cajeros automáticos eran una tecnología nueva y emocionante, y me acuerdo de la época en que los cajeros automáticos y otras formas de automatización se extendieron por todas partes – al mismo tiempo que el desempleo se reducía al 5% y las empresas empezaban a quejarse de la escasez de trabajadores. Así que nunca se me ocurriría aceptar: “Ah, ya, la gente está usando cajeros automáticos” como la explicación para el desempleo, ni sugerirle esa explicación al resto del mundo.
Pero está claro que yo estaba haciendo algo diferente durante todos esos años que Barack Obama. Yo estaba adquiriendo un conocimiento de la economía y de cómo funciona el mundo que él nunca adquirió. ¿Por qué?
Por supuesto, podemos sospechar que Obama está incluyendo un cierto nivel de hipocresía en estos temas. Hablemos de los jets corporativos. Obama recaudó unos 750 millones de dólares para su campaña del 2008. ¿Él viajó en líneas aéreas comerciales durante su campaña, o gastó parte de su enorme recaudación en aviones privados? Y ¿no es verdad que su propio paquete de estímulo fiscal contenía una reducción de impuestos para los jets privados, en un intento por estimular a los fabricantes de aviones? Así que desde luego podemos sospechar que lo que dice sobre los cajeros automáticos es sólo un intento de distraer nuestra atención de los efectos negativos de sus políticas, o que su condena de los jets privados es un ejercicio de demagogia, calculado para encender el resentimiento de la clase proletaria en vez de iluminar a la gente con los puntos más sutiles de Economía.
Pero, por otro lado, el presidente Obama parece ser sincero, parece ser personalmente ignorante de estos temas. El chisme político del momento es que la administración Obama está entrando en pánico porque realmente esperaba que a estas alturas hubiera habido una fuerte recuperación económica, y querían hacer su campaña del próximo año aprovechando el tema de Ronald Reagan “ha vuelto a amanecer en América”, todo eso sin de hecho tener que usar ninguna de las políticas de Reagan. Debemos suponer que si Obama sabía cómo reactivar la economía, lo habría hecho, y en vez de eso parece que realmente está asombrado de ver que su estímulo no está funcionando.
Entonces, ¿qué explica la profunda ignorancia de la economía que exhibe en sus comentarios públicos? ¿Por qué demuestra esa enorme falta de apreciación práctica sobre cómo funcionan las empresas?
La respuesta es: porque es conocimiento prohibido.
Mirad los antecedentes de Obama. Creció entre izquierdistas, los mentores de su infancia eran totalmente comunistas, y luego, en la universidad, pasó sus años de formación en un ambiente en el que los negocios y el lucro eran considerados algo feo, sucio, codicioso, inmoral. ¿Es un misterio el que no sepa nada sobre negocios o economía? Pedirle que estudie la economía del libre mercado es como pedirle a uno de los viejos puritanos de Nueva Inglaterra que hojee un manual de educación sexual. ¿Por qué sumergirse en un tema tan indecoroso? ¿Por qué estudiar algo que es inmoral?
Es por esa actitud por la que Obama subió en la política estadounidense. Ganó las primarias demócratas porque, a diferencia de Hillary Clinton, realmente parecía creer en todas las viejas piedades “liberales”. Dió a entender que aún consideraba el gran gobierno como una nueva idea aún no probada que funcionaría mejor que el libre mercado. Pero para creer eso tuvo que resistir la contaminación de las economías a favor del libre mercado, o de cualquier observación independiente sobre el funcionamiento de la economía. Tuvo que sobrevivir 25 años de cajeros automáticos y de bajo desempleo — o, por qué no, de presupuestos equilibrados mientras que ejecutivos revoloteaban en sus jets corporativos libres de impuestos – y no dejar que nada de eso se le grabara. Tuvo que preservar una ignorancia cuidadosamente mantenida y seriamente pulida de la economía de libre mercado.
Ese es el problema que nos mantiene sumidos en la Gran Recesión. Lo que estamos enfrentando no es sólo una ignorancia sobre economía, sino su causa: un prejuicio moral contra el capitalismo y el ganar dinero, que hace que gente como el presidente Obama piense que ignorancia de cómo funciona una economía privada es una virtud.
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(*) Del artículo en el WSJ: “Cuentan que una vez llevaron a Milton Friedman a ver un enorme proyecto del gobierno en algún sitio en Asia. Miles de trabajadores estaban usando palas para construir un canal. Friedman se quedó atónito. ¿Por qué no usaban excavadoras o alguna maquinaria de mover tierra? Un oficial del gobierno le explicó que usando palas se creaban más trabajos. La respuesta de Friedman: “Entonces, ¿por qué no usan cucharas en vez de palas?”
Por Robert Tracinski

El conocimiento prohibido

 
Obama y su cuidadosamente pulida ignorancia sobre Economía
por Robert Tracinski
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Oí esto en el último boletín económico del presidente Obama: que todo el problema de la economía y el presupuesto federal se puede achacar a la reducción de impuestos de los jets corporativos.
¿En serio? Estamos con problemas económicos y fiscales porque no hemos subido un poquito los impuestos sobre los jets corporativos? ¿El presidente tiene alguna idea de lo irrelevante que eso es? Los impuestos suponen menos de la décima parte del uno por ciento de la reducción del déficit que sus negociaciones con los republicanos supuestamente conseguirán. Además, ya que se burla con sorna de los propietarios de los jets corporativos, ¿tiene alguna idea del valor que ellos tienen para la economía? Como alguien que ha viajado recientemente en un avión comercial, diré que ciertamente espero que los directores generales de la nación no están esperando a que los metan en clase turista en Delta Airlines. Y ciertamente espero que tengan planes de viaje más eficientes, y cosas más productivas que hacer con su tiempo.

Libertad es incompatible con Democracia

 
“La democracia – el sistema que le confiere poderes ilimitados a la mayoría – es lo opuesto a la libertad. La democracia se basa en la primacía del grupo. El principio supremo de ese sistema es que la voluntad – los deseos – del colectivo son el criterio correcto en todo lo relacionado con temas políticos; por lo tanto, la mayoría puede arrogarse para sí misma el poder de explotar y tiranizar a otros.”
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El 11 de septiembre de 2001 fue sin duda uno de los días más horribles de la historia. Ahora, más de once años después, esa declaración de guerra continúa sin respuesta por parte del país atacado, y el agresor continúa creciéndose como muestra el simbolismo de la famosa mezquita cerca de la “Zona Cero” en New York, o más recientemente la pusilánime reacción del gobierno americano a los asesinatos islámicos con la excusa de films y videos “insultantes”.


Pero los hechos siguen estando a la vista de todos, y la interpretación correcta de esos hechos a nivel histórico está plasmada en el libro: “Winning the Unwinnable War: America´s Self-Crippled Response to Islamic Totalitarianism” (“Ganando una Guerra Imposible de Ganar: La Respuesta Malograda de Estados Unidos al Totalitarismo Islámico”), que es un conjunto de 7 ensayos que muestran quién es el enemigo de Estados Unidos y de Occidente, cómo hay que combatirlo, y por qué la moralidad altruista es lo que está impidiendo el triunfo.
Entre otras cosas, el libro explica por qué la estrategia correcta – atacar y destruir al enemigo, como USA hizo contra la Alemania Nazi y el imperialismo japonés en la Segunda Guerra Mundial – ha sido sustituida por la estrategia de “establecer la democracia en los países del Medio Oriente”, y cómo eso ha llevado a una solidificación del poder en regímenes cada vez más totalitarios y agresivos.
Y, hablando de democracia, en un cierto momento el libro hace un análisis que puede sorprender e incluso abirles los ojos a muchos: La libertad es esencialmente incompatible con la democracia:
Aunque la estrategia de Bush fue llamada la “estrategia hacia la libertad”, ese título es un perverso fraude. La estrategia no tenía nada que ver con libertad política. Un título apropiado podría haber sido la “estrategia hacia la democracia” – para el gobierno sin límites de la mayoría – que es lo que realmente pretendía. Hay una profunda – y reveladora – diferencia entre defender la libertad y defender la democracia.
En el caos intelectual de hoy, estos dos términos se consideran equivalentes; de hecho, sin embargo, son opuestos. La libertad es esencialmente incompatible con la democracia. Libertad política significa la ausencia de coerción física. La libertad se basa en la idea del Individualismo: el principio que cada hombre es un ser independiente y soberano; que no es un fragmento intercambiable de la tribu; que su vida, su libertad y sus posesiones son suyas por derecho moral, no por permiso de ningún grupo. La libertad es un profundo valor porque para poder producir alimentos, cultivar la tierra, ganarse la vida, construir coches, hacer cirugía – para poder vivir – el hombre tiene que pensar y actuar usando el juicio de su propia mente racional. Para que puede hacer eso, hay que dejarlo solo; dejarlo solo significa que ni el gobierno ni otros hombres pueden iniciar la fuerza física contra él.
Dado que la libertad es necesaria para que el hombre viva, el gobierno correcto es aquel que protege la libertad de los individuos. Lo hace reconociendo y protegiendo sus derechos a la vida, la libertad, la propiedad, y la busca de la felicidad. Debe identificar y castigar a aquellos que violan los derechos de sus ciudadanos, sean criminales nacionales o agresores extranjeros. Por encima de todo, el propio poder del gobierno ha de ser delimitado de forma muy estricta y precisa, para que ni el gobierno ni ninguna turba que quiera conseguir poder estatal pueda abrogar la libertad de los ciudadanos. Este tipo de gobierno convierte la libertad individual en intocable, poniéndola fuera del alcance de cualquier multitud o grupo con ansias de poder. La vida de cada hombre sigue siendo suya, y él tiene la libertad de vivirla (mientras respeta de forma recíproca la libertad de los otros a hacer lo mismo). Este es el sistema que los Padres Fundadores crearon en América: Es una república delimitada por la Constitución de los Estados Unidos y por la Declaración de Derechos. No es una democracia.
Los Fundadores se dieron cuenta de que una democracia – el sistema que le confiere poderes ilimitados a la mayoría – es lo opuesto a la libertad. La democracia descansa en la primacía del grupo. El principio supremo de ese sistema es que la voluntad – los deseos – del colectivo son el criterio en cuanto a asuntos políticos; por lo tanto, la mayoría puede arrogarse para sí misma el poder de explotar y tiranizar a otros. Si tu pandilla es lo suficientemente grande, puedes salirte con la tuya en lo que quieras. James Madison observó que en un sistema de gobierno ilimitado de la mayoría…
… no hay nada que frene la tentación de sacrificar al grupo más débil o a un individuo indeseable. Por eso tales democracias siempre han sido un espectáculo de turbulencia y contención, siempre han mostrado ser incompatibles con la seguridad personal o los derechos de propiedad, y en general han tenido una vida corta y una muerte violenta.
Democracia es la tiranía de la turba.
Según eso, la estructura constitucional de los Estados Unidos prohibe que la mayoría infrinja, por votación, los derechos de cualquiera. Está diseñada para evitar que la turba vote para ejecutar a Sócrates, que enseñaba ideas no-ortodoxas. Está diseñada para evitar que la mayoría elija democráticamente a dictadores como Hitler o Robert Mugabe, que expropian y oprimen a un grupo específico (como los judíos en Alemania o los granjeros blancos en Zimbabwe), y destruyen las vidas de todos. Al delimitar el poder que se le permite ejercer al gobierno, aunque una mayoría exija el ejercicio de ese poder, la Constitución de los Estados Unidos sirve para salvaguardar la libertad de los individuos.

Libertad es incompatible con Democracia

 
“La democracia – el sistema que le confiere poderes ilimitados a la mayoría – es lo opuesto a la libertad. La democracia se basa en la primacía del grupo. El principio supremo de ese sistema es que la voluntad – los deseos – del colectivo son el criterio correcto en todo lo relacionado con temas políticos; por lo tanto, la mayoría puede arrogarse para sí misma el poder de explotar y tiranizar a otros.”
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El 11 de septiembre de 2001 fue sin duda uno de los días más horribles de la historia. Ahora, más de once años después, esa declaración de guerra continúa sin respuesta por parte del país atacado, y el agresor continúa creciéndose como muestra el simbolismo de la famosa mezquita cerca de la “Zona Cero” en New York, o más recientemente la pusilánime reacción del gobierno americano a los asesinatos islámicos con la excusa de films y videos “insultantes”.

Salario mínimo vs. Realidad

salario minimo 
¿Por qué está la izquierda obsesionada con aumentar el salario mínimo? En cualquier oportunidad, desde el discurso del estado de la Unión de Obama a la columna de Paul Krugman en el New York Times, los izquierdistas defienden apasionadamente ese aumento. Los últimos ejemplos son los esfuerzos que han hecho los demócratas del Senado para subir el salario mínimo a $10.10, el que el gobernador de Maryland lo subiera de hecho en su estado, y recientemente el que la ciudad de Seattle lo subiera a $15.00, el más alto del país. Ciertamente los izquierdistas son conscientes del daño que cualquier salario mínimo (especialmente si es alto) le causa precisamente a la gente a la que pretenden ayudar.
De hecho, sabemos que sí son conscientes de ello.


Por ejemplo, Christina Romer, la ex-presidenta con tendencias izquierdistas del Consejo de Asesores Económicos del Presidente Obama, reconoce que el salario mínimo causa desempleo. Y Paul Krugman, en su libro de economía, explícitamente describe los efectos destructivos del salario mínimo.
El argumento económico contra el salario mínimo es fácil de entender. Cuando el gobierno sube artificialmente el precio de algo, la demanda para ese algo disminuye. Al aumentar el salario mínimo disminuye la demanda de trabajo no cualificado (que normalmente son los jóvenes), aumenta el desempleo en ese grupo, y se acelera la adopción de tecnología que sustituirá a los trabajadores, sobre todo a los menos cualificados.
Entonces, ¿por qué en el New York Times defiende Paul Krugman el salario mínimo? Y ¿por qué tantos de sus colegas de izquierdas pasan por alto el daño económico causado a aquellos a quienes supuestamente quieren ayudar?
La respuesta es simple: el daño económico no les importa en absoluto.
No les importa el adolescente que perderá su trabajo y la oportunidad de adquirir nuevas habilidades, o el inmigrante que intenta alimentar a su familia. La izquierda apoya el salario mínimo, pero no lo hacen porque supuestamente tenga un impacto favorable sobre nadie; saben que no tiene ningún impacto favorable, pero eso les da igual. La izquierda apoya el salario mínimo porque pueden venderlo como “bueno” y “noble”, mientras mienten y evaden sus consecuencias económicas.
A la mayoría de la gente le importa hacer lo que cree que es correcto. La mayoría de nosotros, desafortunadamente, hemos sido totalmente impregnados con la ética del altruismo; nos han enseñado desde siempre que sacrificarnos desinteresadamente por otros, especialmente por los “pobres y necesitados”, es la esencia misma de la moralidad. Nos han enseñado que preocuparse por los “pobres” es, por encima de todo, un requerimiento básico para ser una buena persona. Nos han enseñado a no oponernos a ningún plan cuyo objetivo sea ayudar a los pobres, a no cuestionarlo, y a no darle muchas vueltas al tema (incluso eso sería demasiado egoísta y poco compasivo). Los de izquierdas se aprovechan de nuestra moralidad altruista – de que no osemos cuestionar su motivación – para vendernos un programa que les hace parecer buenos, les hace parecer morales.
Observa que Obama no dice que “Estados Unidos se merece un aumento” porque los trabajadores de salarios bajos de repente son más productivos y, por lo tanto, más valiosos para sus empleadores. No; él dice que se lo merecen porque “nadie que trabaja a tiempo completo debería tener que vivir en la pobreza”. Y ¿qué pasa con las consecuencias del salario mínimo? ¡Al diablo con las consecuencias! ¿Qué pasa con el empresario que tiene que llegar a fin de mes y sólo puede pagar un salario por trabajo no cualificado que es más bajo que el salario mínimo? ¡Al diablo con los empresarios! ¿Y qué pasa con los trabajadores que están dispuestos a trabajar por un salario más bajo que el salario mínimo, pero que serán despedidos o sustituidos por cajeros automáticos y por otras tecnologías? ¡Al diablo con los trabajadores! ¡El salario mínimo es lo correcto! ¡Nos hace sentirnos morales! ¡Al diablo con la realidad!
Subir el salario mínimo nos hace sentirnos bien porque recurre al altruismo que impregna nuestra cultura. Y cualquiera que acepte el altruismo y realmente quiera practicarlo acabará sobreponiendo la moralidad a las consecuencias económicas, y, como vimos en el resurgir del colectivismo durante el siglo XX, a la propia realidad. ¿Qué más da si la gente tiene que sacrificar sus trabajos? El sacrificio es la esencia del altruismo. ¿Qué más da si hay que mentir sobre la economía? El altruismo requiere que ignoremos la forma como el mundo realmente funciona, así que una “mentira noble” de vez en cuando no es sólo necesaria, es también buena.
Mucha gente entiende que el salario mínimo desafía la realidad económica. Lo que necesitamos es más gente que entienda que la moralidad del altruismo desafía la realidad. La vida humana y la felicidad requieren libertad, incluyendo la libertad de competir en el mercado laboral con salarios más bajos; y, sin embargo, esa es precisamente la realidad que los altruistas quieren que ignoremos en nombre de los “pobres”. Por eso es inviable, y por eso cualquier política basada en esa moralidad acabará siendo destructiva.
Para acercarnos a la libertad – para derrotar la incoherencia insensata e inmoral que el salario mínimo representa – es el altruismo al que tenemos que derrotar.
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Por Yaron Brook

Salario mínimo vs. Realidad

salario minimo 
¿Por qué está la izquierda obsesionada con aumentar el salario mínimo? En cualquier oportunidad, desde el discurso del estado de la Unión de Obama a la columna de Paul Krugman en el New York Times, los izquierdistas defienden apasionadamente ese aumento. Los últimos ejemplos son los esfuerzos que han hecho los demócratas del Senado para subir el salario mínimo a $10.10, el que el gobernador de Maryland lo subiera de hecho en su estado, y recientemente el que la ciudad de Seattle lo subiera a $15.00, el más alto del país. Ciertamente los izquierdistas son conscientes del daño que cualquier salario mínimo (especialmente si es alto) le causa precisamente a la gente a la que pretenden ayudar.
De hecho, sabemos que sí son conscientes de ello.

Tuesday, July 19, 2016

Los alarmistas de la desigualdad

desigualdad mendigo 
Los alarmistas de la desigualdad, ¿quieren la igualdad total?
En el libro “Equal Is Unfair: American´s Misguided Figh Against Income Inequality” (Igual es injusto: la errada lucha en USA contra la igualdad salarial), argumentamos que la campaña para erradicar la desigualdad económica es injusta. Una de las reacciones de gente que sólo ha visto el título del libro (y alguna crítica) es decir que estamos atacando a un hombre de paja. “Nadie defiende la igualdad económica total”, dicen.
Para empezar, no es cierto que nadie quiera la igualdad total. El Kmehr Rouge de Camboya ciertamente buscaba la igualdad total, como han hecho muchos filósofos. Las corrientes modernas no proponen que el gobierno elimine completmente cualquier desigualdad económica, pero sí dicen que debe actuar para reducirla (y se obstinan en no decirnos cuánta desigualdad están dispuestos a tolerar).


¿Por qué, entonces, el título de “Equal Is Unfair”? Porque el problema no son los objetivos concretos de los críticos actuales; la esencia del problema es su posición: afirmar que la igualdad económica en sí es un ideal moral.
Para muchos críticos, desde luego, la igualdad es un ideal moral. Según ellos, en un mundo ideal todos tendríamos la misma cantidad de bienes y de ingresos. ¿Por qué es eso ideal? Porque, desde su punto de vista, nadie merece tener una parte mayor de la “riqueza de la sociedad” que cualquier otro; porque los individuos inteligentes, ambiciosos y productivos lo son gracias a la suerte: por sus genes, por su educación, o por sus padres ricos. Ellos no pueden exigir por derecho lo que no han creado, porque ellos “no lo han creado”, todo ha sido creado por fuerzas externas a su control.
Eso es lo que piensa el filósofo John Rawls, un punto de vista respaldado desde el presidente Obama hasta el economista Thomas Piketty. Para muchos críticos de la desigualdad, no habría nada moralmente reprobable en un gobierno que confiscase y redistribuyese la riqueza para que todos fuésemos perfectamente iguales.
Su única objeción a tal programa es que es impracticable: todos estaríamos peor en ese escenario. Los comunistas habían imaginado que la gente podría estar motivada a producir por “el bien de la sociedad”, por algo más allá de su propio bienestar personal, pero los modernos críticos de la desigualdad reconocen que eso es una quimera. Reconocen que nivelar a todo el mundo al denominador común más bajo destruiría el incentivo de producir e innovar.
Así que su meta es reducir la desigualdad económica al máximo, pero siempre evitando que afecte al crecimiento económico y empeore la situación.
Economistas como Piketty y Paul Krugman dicen que debemos subir las tasas marginales de impuestos hasta el 70 ó el 80%, siempre que podamos hacerlo sin perjudicar a la economía. El debate se presenta sólo como un problema práctico, empírico; ellos no ven ningún problema en robarle a alguien la mayor parte de lo que gana.
Eso es lo que refutamos en ‘Equal is Unfair’. No consideramos la igualdad moral un ideal; al contrario, la consideramos inmoral. La gente gana cantidades muy diferentes de riqueza cuando es libre, cuando quien produce tiene el derecho moral a la riqueza que crea. Es malvado que el gobierno use su poder de coerción para “reducir la desigualdad”, no porque vaya a crear perversos incentivos (lo cual ciertamente hará), sino porque priva a la gente de recompensas que por justicia les corresponden.
Los logros de la gente son desiguales; por lo tanto, la igualdad es injusta.