El
socialismo es la doctrina de que el hombre no tiene derecho a existir
por derecho propio; que su vida y su trabajo no le pertenecen a él, sino
a la sociedad; que la única justificación de su existencia es su
servicio a la sociedad; y que la sociedad puede disponer de él como le
plazca, en aras de lo que considere ser el propio bien colectivo y
tribal de ella.
La característica esencial del
socialismo es la negación del derecho de propiedad individual; bajo el
socialismo, el derecho a la propiedad (que es el derecho de uso y
disposición) recae en la “sociedad como un todo”, es decir, en el
colectivo, siendo la producción y la distribución controladas por el
Estado, es decir, por el gobierno.
El socialismo puede ser establecido por
la fuerza, como en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, o por
votación, como en la Alemania Nazi (Nacional-Socialista). El grado de
socialización puede ser total, como en Rusia, o parcial, como en
Inglaterra. En teoría, las diferencias son superficiales; en la
práctica, son sólo una cuestión de tiempo. El principio básico, en todos
los casos, es el mismo.
Los supuestos objetivos del socialismo
eran: la abolición de la pobreza, el logro de la prosperidad general, el
progreso, la paz y la fraternidad humanas. Los resultados han sido un
terrible fracaso: terrible, claro está, si la motivación de uno es el
bienestar de los hombres.
En lugar de prosperidad, el socialismo
trajo consigo parálisis económica y/o el colapso de todos los países que
lo probaron. Cuanto mayor la socialización, mayor el desastre. Las
consecuencias variaron de acuerdo con eso.
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No hay ninguna diferencia entre los
principios, las políticas y los resultados prácticos del socialismo – y
los de cualquier tiranía histórica o prehistórica. El socialismo es
simplemente una monarquía democrática absoluta, o sea, un sistema de
absolutismo sin líder fijo, abierto a que el poder sea asumido por
cualquiera, sea un burócrata sin escrúpulos, un oportunista, un
aventurero, un demagogo o un matón.
Cuando pienses en el socialismo, no te
dejes engañar sobre su naturaleza. Recuerda que no existe tal dicotomía
como la de “derechos humanos” contra “derechos de propiedad”. Ningún
derecho humano puede existir sin derechos de propiedad. Dado que los
bienes materiales son producidos por la mente y el esfuerzo de
individuos específicos, y que son necesarios para sostener sus vidas, si
el que produce no es dueño del resultado de su esfuerzo, no es dueño de
su vida. Negar los derechos de propiedad significa convertir a los
hombres en una propiedad de la que el dueño es el Estado. Quien proclama
el “derecho” a “redistribuir” la riqueza producida por otros, está
proclamando el “derecho” a tratar a seres humanos como esclavos.
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Cuando uno observa la pesadilla de los
desesperados esfuerzos hechos por cientos de miles de personas que
luchan por escapar de los países socializados de Europa, por escapar
saltando alambradas y bajo el fuego de una ametralladora. . . ya no es
posible creer que el socialismo, en ninguna de sus formas, está motivado
por la benevolencia y el deseo de lograr el bienestar de los hombres.
Ningún hombre de auténtica benevolencia podría evadir o ignorar un horror tan enorme y en tan gran escala.
El socialismo no es un movimiento del
pueblo. Es un movimiento de intelectuales, iniciado, dirigido y
controlado por intelectuales, sacado por ellos de sus torres de marfil y
llevado a esos sangrientos campos en la práctica donde se unen con sus
aliados y ejecutores: los matones.
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Los socialistas tenían una cierta lógica
de su lado: si el sacrificio colectivo de todos a todos es el ideal
moral, entonces lo que quisieron fue establecer ese ideal en la
práctica, aquí y en este planeta. Los argumentos de que el socialismo ni
iba a funcionar ni podría funcionar no les detuvieron: el altruismo
tampoco funcionó nunca, y eso no hizo que los hombres parasen y lo
cuestionasen. Sólo la razón puede hacer esas preguntas, y la razón, les
habían dicho en todas partes, no tiene nada que ver con la moralidad, la
moralidad está fuera de la esfera de la razón, ninguna moralidad
racional puede ser definida jamás.
Las falacias y contradicciones en las
teorías económicas del socialismo han sido reveladas y refutadas
repetidamente, tanto en el siglo XIX como en la actualidad. Esto ni paró
a nadie ni parará a nadie hoy: no es una cuestión de economía, sino de
moralidad. Los intelectuales y los así llamados idealistas estaban
decididos a hacer que el socialismo funcionase. ¿De qué manera? Por el
método mágico de todos los irracionalistas: de alguna manera.
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“No hay diferencia entre comunismo y
socialismo, excepto en la manera de conseguir el mismo objetivo final.
El comunismo propone esclavizar al hombre mediante la fuerza; el
socialismo, mediante el voto. Es la misma diferencia que hay entre
asesinato y suicidio”.
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Tanto el “socialismo” como el “fascismo”
tienen que ver con la cuestión de los derechos de propiedad. El derecho
de propiedad es el derecho de uso y disposición. Observa la diferencia
entre esas dos teorías: el socialismo niega por completo los derechos de
propiedad privada, y aboga por que se le ceda “la propiedad y el
control” a la comunidad como un todo, es decir, al Estado; el fascismo
deja la propiedad en manos de individuos particulares, pero transfiere
el control de la propiedad al gobierno.
Ser dueño de algo sin tener control de
ello es una contradicción: es “propiedad” sin el derecho de usarla o
disponer de ella. Significa que los ciudadanos siguen con la
responsabilidad de mantener la propiedad, sin ninguna de sus ventajas,
mientras que el gobierno adquiere todas las ventajas, sin ninguna
responsabilidad.
En este sentido, el socialismo es la más
honesta de las dos teorías. Digo “más honesta”, y no “mejor”, porque en
la práctica no hay diferencia entre ellos: ambos provienen del mismo
principio colectivista-estatista, ambos niegan los derechos individuales
y subordinan el individuo al colectivo, ambos otorgan la supervivencia y
las vidas de los ciudadanos al poder de un gobierno omnipotente; y las
diferencias entre ellos son sólo una cuestión de tiempo, de grado, y de
detalles superficiales, como la elección de lemas a través de los cuales
los gobernantes engañan a sus esclavizados súbditos.
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Los nazis defendieron sus políticas y el
país no se rebeló; aceptó el argumento nazi. Los individuos egoístas
puede que sean infelices, dijeron los nazis, pero lo que hemos
implantado en Alemania es el sistema ideal, el socialismo. De la forma
que los nazis lo usaban, ese vocablo no está restringido a una teoría en
economía; ha de ser entendido en un sentido fundamental. “Socialismo”
para los nazis denota el principio de colectivismo como tal, y de su
corolario, el estatismo, en cada esfera de acción humana, incluyendo a
la economía pero no sólo a ella.
“Ser socialista”, dijo Goebbels, “es subordinar el yo al tú; socialismo es sacrificar el individuo a la comunidad”.
Según esta definición, los nazis
practicaron lo que predicaban. Lo practicaron en su país y luego en el
extranjero. Nadie puede decir que no sacrificaron suficientes
individuos.
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