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Monday, August 22, 2016

No Derechas o Izquierdas, sino lo Moralmente Correcto

No Derechas o Izquierdas, sino lo Moralmente Correcto

moralmente correcto 
Los términos políticos de “derechas” e “izquierdas” están con nosotros desde la revolución francesa, cuando  los miembros de la Asamblea Nacional se dividían entre quienes apoyaban al rey (a la derecha del presidente) y quienes querían una revolución (a su izquierda). Hoy, la derecha política está representada por diferentes grupos bien enraizados en la tradición: clásicos, neoconservadores, religiosos, social-conservadores, tradicionalistas, etc; y la izquierda, por grupos variados de liberales, social-demócratas, progresistas, socialistas, y hasta comunistas.
Sin embargo, como casi todas las cosas políticas que nos vienen de Francia, la designación ‘derecha/izquierda’ ha hecho más mal que bien, porque representa una falsa dicotomía entre dos variantes ligeramente diferentes del mismo colectivismo. El colectivismo sostiene que la vida y el trabajo de un hombre pertenecen a un colectivo – a la sociedad, el grupo, la banda, la raza, la nación, la fe – y que el colectivo puede disponer de ese hombre como le venga en gana, para cualquier cosa que crea que es su propio bien tribal y colectivo. Bajo el colectivismo, los derechos individuales – nuestros  inalienables derechos a la vida, la libertad, la propiedad, y la búsqueda de la felicidad – son sacrificados en aras del llamado “bien común”.


La mejor forma de ilustrar eso es observar los extremos de ambos lados. Tanto la extrema izquierda (representada por el comunismo), y la extrema derecha (representada por el fascismo), son expresiones de colectivismo extremo, de sistemas que sacrifican a los individuos al colectivo de turno, y en gran escala. De hecho, “nazismo”, el tipo de fascismo que gobernó Alemania entre 1933 y 1945, es una abreviatura de Nationalsozialismus, un término que, con la admirable precisión alemana, captura la esencia de las tradicionales “derecha e izquierda” fusionadas en un único movimiento colectivista extremo.
La mejor forma de describir el tipo de colectivismo practicado en los Estados Unidos y en la mayoría de las sociedades occidentales hoy día es llamarlo ‘estatismo del bienestar’. Un estado del bienestar es un sistema social en el que el estado juega un papel clave en la protección y la promoción del supuesto bienestar económico y social de sus ciudadanos. El término normalmente implica algún tipo de economía mixta, de colectivismo mezclado con un mínimo respeto por los derechos individuales.
Bajo el estatismo del bienestar, conservadores e izquierdistas pueden no estar de acuerdo en algunos detalles en cuanto a implementación, pero sí están de acuerdo en que los derechos individuales pueden ser violados en nombre del “bien común”, y de hecho los violan a través de impuestos, redistribución de riqueza, y regulaciones de todo tipo (aunque no siempre lleguen al extremo de las sociedades colectivistas del siglo XX).
Para progresar en la lucha contra el colectivismo tenemos que redireccionar nuestra atención, dejando de lado la actual distinción secundaria entre derecha e izquierda, y centrándonos en algo más fundamental: la diferencia entre lo moralmente correcto y lo moralmente incorrecto, entre el bien y el mal.
Lo moralmente correcto – el bien – está representado por el individualismo, que “considera al hombre – a cada hombre – una entidad independiente y soberana que posee un derecho inalienable a su propia vida, un derecho derivado de su naturaleza como ser racional. El individualismo sostiene que una sociedad civilizada, o cualquier forma de asociación, cooperación, o existencia pacífica entre los hombres, sólo puede ser alcanzada mediante el reconocimiento de los derechos individuales; y que un grupo, como tal, no tiene más derechos que los derechos individuales de cada uno de sus miembros” (Ayn Rand, de su ensayo “Racismo” en el libro “La Virtud del Egoísmo”).
Lo moralmente incorrecto – el mal – está representado por cualquiera de las formas de colectivismo. Existe un rango de formas que van de lo malo a lo malvado, pero las violaciones de los derechos individuales son, por definición, malvadas, independientemente de lo pequeñas que sean; una píldora de veneno, aunque no sea letal, sigue siendo una píldora de veneno. Esta es una ilustración gráfica de las diferencias entre los aspectos políticos moralmente correctos e incorrectos:
moralmente correcto
Analicemos la terminología, empezando con lo moralmente correcto. El capitalismo es el único sistema social basado en el reconocimiento de los derechos individuales, incluyendo los derechos de propiedad. Es el único sistema social que ha sido concebido hasta la fecha para que sean respetados nuestros derechos inalienables a la vida, la libertad, la propiedad, y la búsqueda de la felicidad. Eso hace que el capitalismo sea moralmente correcto.
El capitalismo cuenta con un sistema de gobierno limitado que ha sido instituido para proteger nuestros derechos individuales e impedir que sean violados por agresores nacionales o extranjeros. Bajo el capitalismo, toda propiedad es privada y no regulada, es decir, la sociedad goza de una separación total entre estado y economía.
¿Y qué pasa con lo moralmente incorrecto? Normalmente usamos los términos ‘progresismo’, ‘liberalismo’ y ‘conservadurismo’ para describir el espectro tradicional de izquierda, centro y derecha, respectivamente. Sin embargo, todos esos sistemas son variaciones del estatismo del bienestar. Todos ellos están a favor de violar los derechos individuales con programas como la Seguridad Social, Medicare, los colegios gubernamentales (“públicos”), y una enorme cantidad de regulaciones; todos ellos defienden sus puntos de vista en nombre del “bien común”, de la “seguridad pública”, y con expresiones colectivistas parecidas. Eso hace que progresismo, liberalismo y conservadurismo sean moralmente incorrectos.
Avanzando a lo largo de lo moralmente incorrecto llegamos a sistemas sociales aún más colectivistas, tales como el socialismo y la teocracia, hasta llegar a los extremos – comunismo, fascismo, nazismo y anarquismo – en los cuales los derechos individuales son completamente ignorados. El anarquismo entra en esta categoría porque un sistema social sin gobierno, en contraste a uno con gobierno limitado, desemboca en un caos de guerra de pandillas, lo cual no es más que otra forma brutal de colectivismo y violación de los derechos individuales.
En todos esos sistemas sociales colectivistas, el estado o regula o es dueño absoluto de la propiedad, y está involucrado en la economía, controlándola en mayor o menor medida. En el colectivismo extremo, los individuos o bien simplemente no pueden ser dueños de ningún tipo de propiedad (comunismo), o no tienen en absoluto ningún control sobre lo que teóricamente “poseen” (fascismo).
El amiguismo es algo también moralmente incorrecto, es el resultado de la intervención del gobierno en la economía. Sólo puede existir donde hay favores políticos a ser otorgados. En el capitalismo, donde hay separación total de estado y economía, esos favores simplemente no pueden existir. De hecho, el término “capitalismo de amiguetes” es un oxímoron; no hay nada capitalista en el amiguismo, y no hay amiguismo donde hay capitalismo.
Por último, unos comentarios sobre los extremos, tanto de lo moralmente correcto y de lo moralmente incorrecto. Los políticos actuales, y la mayoría de la gente, parecen tener aversión a los extremos. El hecho de que tanto la izquierda como la derecha tradicionales acaben en catástrofes si son llevadas al extremo, como fue demostrado en la Unión Soviética (izquierda), la China Comunista (izquierda) y la Alemania Nazi (derecha), ha contribuido a esa desafortunada aversión a los extremos, independientemente de si un extremo concreto es correcto o incorrecto.
El extremismo, definido como “negarse a ceder en principios fundamentales”, es una virtud cuando se trata de lo moralmente correcto: individualismo, derechos individuales, derechos de propiedad, gobierno limitado, capitalismo, y separación total de estado y economía. Pero es un vicio cuando se trata de lo moralmente incorrecto, cuando hablamos de colectivismo extremo, gobierno ilimitado o inexistente, violación de los derechos individuales, falta de reconocimiento de los derechos de propiedad, comunismo, fascismo, nazismo, anarquismo, amiguismo institucional, y control total del gobierno sobre la economía.
Los Objetivistas estamos orgullosos de ser extremistas de lo moralmente correcto. Podemos ceder ocasionalmente en detalles de implementación, pero nunca en principios fundamentales. Esperamos que te plantees abandonar la dicotomía tradicional de derechas e izquierdas, y te unas a lo que es moralmente correcto, para así juntos luchar contra lo moralmente incorrecto.

No Derechas o Izquierdas, sino lo Moralmente Correcto

No Derechas o Izquierdas, sino lo Moralmente Correcto

moralmente correcto 
Los términos políticos de “derechas” e “izquierdas” están con nosotros desde la revolución francesa, cuando  los miembros de la Asamblea Nacional se dividían entre quienes apoyaban al rey (a la derecha del presidente) y quienes querían una revolución (a su izquierda). Hoy, la derecha política está representada por diferentes grupos bien enraizados en la tradición: clásicos, neoconservadores, religiosos, social-conservadores, tradicionalistas, etc; y la izquierda, por grupos variados de liberales, social-demócratas, progresistas, socialistas, y hasta comunistas.
Sin embargo, como casi todas las cosas políticas que nos vienen de Francia, la designación ‘derecha/izquierda’ ha hecho más mal que bien, porque representa una falsa dicotomía entre dos variantes ligeramente diferentes del mismo colectivismo. El colectivismo sostiene que la vida y el trabajo de un hombre pertenecen a un colectivo – a la sociedad, el grupo, la banda, la raza, la nación, la fe – y que el colectivo puede disponer de ese hombre como le venga en gana, para cualquier cosa que crea que es su propio bien tribal y colectivo. Bajo el colectivismo, los derechos individuales – nuestros  inalienables derechos a la vida, la libertad, la propiedad, y la búsqueda de la felicidad – son sacrificados en aras del llamado “bien común”.

Tuesday, August 9, 2016

Brexit: Individualismo > Nacionalismo > Globalismo

EU 
La descentralización y la devolución de poder estatal son siempre algo bueno, independientemente de las motivaciones detrás de esos movimientos.
Hunter S. Thompson, mirando atrás a la contracultura de los 60 en San Francisco, lamentaba el fin de esa era y su imaginaria inocencia infantil florida:
Así que ahora, menos de cinco años después, se puede subir a una colina empinada en Las Vegas y mirar a poniente y con la mirada correcta casi se puede ver la marca de la marea: ese lugar donde rompió finalmente la ola y se retiró.


¿El voto del Brexit de hoy, gane o pierda, marcará igualmente el lugar en el que la en un momento inevitable marcha de del globalismo empiece a retroceder? ¿Ha llegado la gente normal del mundo al punto en el que las preguntas reales acerca de la autodeterminación se han hecho tan agudas que ya no pueden ignorarse?
El globalismo, defendido casi exclusivamente por las élites políticas y económicas, ha sido la fuerza dominante en occidente durante cien años. La Primera Guerra Mundial y la Sociedad de Naciones crearon el marco para las expediciones militares multinacionales, mientras que la creación del Banco de la Reserva Federal preparó el terreno para que el dólar de EEUU acabara convirtiéndose en la divisa mundial de reserva. Los programas públicos progresistas en los países occidentales prometían un modelo de universalismo después de la destrucción de Europa. Derechos humanos, democracia y visiones sociales ilustradas iban a servir ahora como señas de identidad de una Europa postmonárquica y unos EEUU en auge.
Pero el globalismo nunca fue liberalismo, ni pretendía serlo por parte de sus constructores. Esencialmente, el globalismo siempre ha significado el gobierno por élites no liberales bajo el disfraz de la democracia de masas. Siempre ha sido característicamente antidemocrático y antilibertad, aunque pretendiera representar la liberación de los gobiernos represivos y la pobreza.
El globalismo no es simplemente, como afirman sus defensores, el resultado inevitable de la tecnología moderna aplicada a la comunicación, el comercio y el transporte. No es “el mundo haciéndose más pequeño”. En realidad, es una ideología y una visión del mundo que debe imponerse por medios estatista y corporativistas. Es la religión cívica de personas llamadas Clinton, Bush, Blair, Cameron y Lagarde.
Sí, los libertarios defienden un comercio global sin restricciones. Incluso marginalmente, el libre comercio incuestionablemente ha creado enorme riqueza y prosperidad para millones de personas en el mundo. Comercio, especialización y comprensión de la ventaja comparativa han hecho más por aliviar la pobreza que un millón de Naciones Unidas o Fondos Monetarios Internacionales.
Pero la UE, el GATT, la OMC, el NAFTA, el TPP y toda la sopa de letras de planes comerciales son impedimentos completamente iliberales disfrazados de libertad comercial real. De hecho, el verdadero libre comercio es una ley unilateral con una sola frase: El país X, a partir de ahora elimina todas las tasas, impuestos y aranceles de importación sobre todos los bienes Y del país Z.
Y, como explica Godfrey Bloom, la Unión Europea es principalmente una zona aduanera, no una zona de libre comercio. No es necesaria una burocracia en Bruselas para aplicar simples reducciones arancelarias paneuropeas. Sin embargo, es necesaria para empezar a construir lo que de verdad demanda el globalismo: un gobierno europeo de facto, completado con densas normas regulatorias y fiscales, cuerpos cuasijudiciales, un incipiente ejército y una mayor subordinación de las identidades nacionales, lingüísticas y culturales.
Lo que nos lleva a la votación del Brexit, que ofrece a los británicos mucho más que únicamente una oportunidad de despegarse del proyecto político y monetario de una UE condenada. Es una oportunidad para frustrar al gigante, al menos por un periodo, y reflexionar sobre la vía actual. Es una oportunidad de hacer un disparo que resuene en todo el mundo, de desafiar la certidumbre de la explicación de que “el globalismo es inevitable”. Es la última oportunidad de Reino Unido para plantear (en un momento en el que incluso preguntar es un acto de rebelión) la pregunta política más importante de nuestros tiempos o de cualquier tiempo: ¿quién decide?
Ludwig von Mises entendía que la autodeterminación es el objetivo fundamental de la libertad, del liberalismo real. Es verdad que los libertarios no deberían preocuparse por la “soberanía nacional” en sentido político, porque los gobiernos no son reyes soberanos y nunca deberían considerarse como dignos de determinar el curso de nuestras vidas. Pero también es verdad que cuanto más atenuada esté la relación entre el individuo y el ente que pretende gobernarlo, menos control (autodeterminación) tiene el individuo.
Por citar a Mises, de su clásico (en alemán) de 1927, Liberalismo:
Si fuese posible de alguna manera conceder este derecho de autodeterminación a toda persona individual, tendría que hacerse así.
En definitiva, el Brexit no es un referéndum sobre comercio, inmigración o las reglas técnicas promulgadas por el (terrible) Parlamento Europeo. Es un referéndum sobre la nacionalidad, que está un paso alejada del globalismo y cerca de la autodeterminación individual. Los libertarios deberían considerar la descentralización y devolución de los poderes estatales como algo bueno, como siempre, independientemente de las motivaciones de dichos movimientos. Reducir el tamaño y ámbito de cualquier dominio uniestatal (o multinacional) es decididamente saludable para la libertad.

Brexit: Individualismo > Nacionalismo > Globalismo

EU 
La descentralización y la devolución de poder estatal son siempre algo bueno, independientemente de las motivaciones detrás de esos movimientos.
Hunter S. Thompson, mirando atrás a la contracultura de los 60 en San Francisco, lamentaba el fin de esa era y su imaginaria inocencia infantil florida:
Así que ahora, menos de cinco años después, se puede subir a una colina empinada en Las Vegas y mirar a poniente y con la mirada correcta casi se puede ver la marca de la marea: ese lugar donde rompió finalmente la ola y se retiró.

Thursday, July 21, 2016

La necesidad moral de la libertad económica

La necesidad moral de la libertad económica

ropke3
Por Wilhelm Röpke
Uno de los mas graves errores nuestra época es el de creer que la libertad económica y la sociedad que en ella se basa, difícilmente son compatibles con la posición moral de una actitud estrictamente cristiana.
A tan extraña creencia se debe el bien conocido hecho de que una gran parte del clero protestante y católico, tanto en el viejo como en el Nuevo Mundo, se incline fuertemente hacia la izquierda socialista. En vista de las alarmantes consecuencias de esta tendencia, que debilita nuestra resistencia hacia el comunismo (precisamente en el momento mas critico) y que impregna a nuestra sociedad de un vago desasosiego moral, resulta extraordinariamente urgente disipar la confusión intelectual que constituye la raíz del problema.


No se ha enfatizado bastante en que esta creencia popular es falsa y que lo cierto es precisamente lo contrario; porque las más poderosas razones para defender la libertad
económica y la economía de mercado son precisamente de carácter moral. Los valores morales del verdadero cristianismo exigen la libertad económica y la economía de mercado, y nunca pedirían el sistema económico opuesto: el socialismo. Sin embargo al mismo tiempo es necesario enfatizar que la libertad económica y la economía de mercado exigen esos valores, es decir, se condicionan mutuamente.
Para entender esto, debe tenerse en cuenta tanto a la economía como a la ética. Hay una
especie de moral que pretende ignorar los principios económicos elementales, y por lo mismo cuando emite apreciaciones de carácter moral sobre ciertas acciones económicas que no comprende, es susceptible de causar gran daño.
Por otra parte, existe cierta clase de teoría económica que ignora la esencial base moral de la vida económica, cuando menos teóricamente. Tan mala es la una como la otra, la moral que pretende ignorar la economía, como la economía que pretende ignorar la moral; pero ambos errores pueden sin embargo corregirse complementándose recíprocamente.
Podría aclarar mejor este punto refiriendo mis experiencias personales y explicando con la mayor franqueza los conflictos intelectuales que he tenido que resolver durante toda mi vida de economista. Igual que muchos otros jóvenes de mi propia generación, al principio fuí socialista, y precisamente por razones morales. Pensábamos que el socialismo era el único camino para alcanzar la paz, la libertad y la justicia. Y como tantos otros jóvenes de mi propia generación, aprendí por la experiencia y un raciocinio más sobrio y tranquilo que nuestro socialismo juvenil era un error fundamental. ¿Por qué?
Antes que nada, porque el análisis económico nos ha enseñado que el socialismo es un orden económico notoriamente inferior. Lo condenamos porque la planeación y la nacionalización los dos pilares del orden socialista– conducen al desperdicio, al desorden y producen un bajo nivel de productividad y en cambio la libertad económica y la propiedad privada –los dos pilares del orden económico «liberal»– significan coordinación; progreso y un alto nivel de productividad. En otras palabras, las actividades económicas no pueden constituir la esfera de actividad de la autoridad planificadora que coerciona y castiga; tales actividades deben dejarse a la cooperación espontánea de todos los individuos a través de un mercado libre, de precios libres y de franca competencia.
Después de las recientes experiencias, particularmente en Europa, que han confirmado estas enseñanzas del análisis económico, nos asiste toda la razón para poner de relieve sus alcances prácticos. En todas partes donde el socialismo fue puesto en practica en Europa, en país tras país, se demostró que conduce hacia la pobreza y el desorden económico. No así la economía de mercado que es la base del bienestar de las masas y del orden económico y que la economía de mercado es el mejor camino para el bienestar de las masas y para el balance o equilibrio económico. Encuestas recientes efectuadas en ese país, han demostrado que aun la abrumadora mayoría de los obreros (mas del 80%) favorece la economía de mercado aunque muchos de ellos sean miembros del partido socialista.
Pero hay algo mas que la simple preferencia por una determinada técnica económica. Yo no creo en la libertad económica solo porque en mi carácter de economista se supone que debo saber algo sobre precios, tasas de interés, costos o tipos de cambio. La fuerza de mi convicción radica en algo más profundo o sea, en aquellas regiones del alma donde se decide en ultima instancia la filosofía social que tiene cada uno. A los socialistas y a sus enemigos ideológicos los dividen conceptos fundamentalmente diferentes acerca de la vida y de su significado.
La opinión que tengamos sobre la posición del hombre en el universo, decidirá nuestra posición acerca de si los más altos valores se realizan en el individuo o en la sociedad, y nuestra preferencia por cualquiera de las dos tesis constituye la base de nuestra posición política. Una vez mas confirmamos la veracidad del famoso aserto del Cardenal Manning: «Todas las diferencias entre los humanos son, en ultima instancia, de carácter religioso». De ahí, pues, que mi oposición fundamental al socialismo radica en que a pesar de toda su fraseología liberal otorga muy poco al hombre, a su libertad, y a su personalidad y otorga demasiado a la sociedad.
El socialismo (incluye la filosofía estado providencia) se apoya primordialmente en el Estado y en la sociedad y no en el individuo con su responsabilidad y dignidad humanas. Por esto es contrario a la tradición moral basada en el patrimonio común de la cristiandad y el humanismo. En su entusiasmo por la organización, la centralización, la reglamentación y la subordinación al Estado, el socialismo pone en juego medios que no son compatibles con la libertad y dignidad humanas. Y porque tengo un concepto claro acerca del hombre como la imagen de Dios, resultando pecaminoso utilizar su persona como medio; Porque estoy convencido de que cada hombre tiene un valor único por su relación con Dios, pero no ese Dios del híbrido humanismo ateo; por toda estas razones yo desconfío totalmente de cualquier clase de colectivismo.
Partiendo de estas convicciones enraizadas en la experiencia y en los testimonios históricos, llegué a la conclusión de que solo la economía libre puede estar de acuerdo con la libertad del hombre y con la estructura política y social que salvaguarda. Fuera de este sistema económico de libertad no veo ninguna oportunidad para que pueda continuar la existencia humana dentro del marco de las tradiciones filosóficas y religiosas de Occidente.
Solo por esta razón debíamos respaldar el orden económico libre, aún cuando implicara un sacrificio material y aún cuando el socialismo nos asegura una mayor abundancia material. Y somos muy afortunados en que esto ultimo no sea cierto. Más importante aún resulta que el orden económico libre es requisito indispensable para la libertad, la dignidad humana, la libre elección y la justicia. Por esto lo deseamos y por ello cualquier precio que paguemos no resulta demasiado alto, aunque los comunistas pudieran hacer, pongo por caso, más grandes y mejores máquinas lavadoras.
Aceptamos de buena gana la riqueza material y el bienestar que la libertad económica nos proporciona y que jamás encontramos en una economía colectivista, pero sólo debíamos aceptar estos dones especialmente por sus ventajas morales y precisamente por ellas estamos obligados a defender la libertad económica, inclusive cuando discutimos con Khrushchev.
Existe una profunda razón moral que explica por qué una economía de libre empresa produce la salud del cuerpo social y una abundancia de bienes mientras que una economía socialista trae consigo el desorden social, la insuficiencia y la pobreza. El sistema económico de libertad transforma la extraordinaria fuerza que radica en la afirmación del propio individuo, en tanto que la economía socialista, que se usa en la coerción, suprime esta fuerza y se desgasta a si misma en la lucha contra ella.
¿Cuál de los dos sistemas resulta el más ético? ¿Aquel que permite al individuo luchar para mejorarse a sí mismo y a su familia mediante su propio esfuerzo y que conduce simultáneamente a un aumento del bienestar de las masas, o el otro sistema que tiene por meta suprimir esa fuerza, y que simultáneamente produce un menor bienestar? Resulta ser moral que los intelectuales que predican las virtudes de este segundo sistema cuya esencia es la coerción y la miseria, lo hagan inspirados por la ambición de asegurarse un puesto de mando en la colosal maquinaria coercitiva que tal sistema presupone.
En realidad, el estado colectivista que se reafirma con las inmoralidades de los precios máximos, los controles de cambio y los impuestos confirmatorios, resulta mucho más inmoral que el individuo que viola esos presupuestos para preservar los frutos de su propio trabajo. No creo sea moral o haga algún bien apalear al burro que saca el agua de la noria.
El gran error moral del socialismo, es su constante oposición al lógico deseo del hombre de superarse junto con su familia y de asumir la responsabilidad para su futuro; ello está dentro del orden natural, al igual que el deseo de identificarse con la comunidad y de servir a sus fines. Ambos deseos son intrínsecos a la humanidad y deben equilibrarse, impidiendo los excesos que pueden destruir una existencia humana digna.
La excéntrica moralidad que confunde las enseñanzas eternas del cristianismo con el comunismo de los primeros cristianos, y que espera el fin inminente de todas las cosas, acaba por aprobar una sociedad en la cual los medios altamente inmorales como la coerción económica, la disolución de la familia, la mentira, el espionaje, la propaganda y la fuerza bruta constituyen inevitables consecuencias. Por tanto el error intelectual que se comete en nombre de una más alta moral y que consiste en condenar la libertad económica; en no percibir en el esfuerzo del individuo por su autoafirmación, el verdadero olor de santidad y la abnegación de los héroes, es capaz de destruir la moralidad que constituye la esencia de la civilización. Es urgente corregir este error.
– Publicado en Tópicos de Actualidad, CEES, Año 4, Abril 1962, No. 37. http://www.cees.org.gt [Tomado de la revista «Espejo», publicación del Instituto de
Investigaciones Sociales y Económicas, México]

La necesidad moral de la libertad económica

La necesidad moral de la libertad económica

ropke3
Por Wilhelm Röpke
Uno de los mas graves errores nuestra época es el de creer que la libertad económica y la sociedad que en ella se basa, difícilmente son compatibles con la posición moral de una actitud estrictamente cristiana.
A tan extraña creencia se debe el bien conocido hecho de que una gran parte del clero protestante y católico, tanto en el viejo como en el Nuevo Mundo, se incline fuertemente hacia la izquierda socialista. En vista de las alarmantes consecuencias de esta tendencia, que debilita nuestra resistencia hacia el comunismo (precisamente en el momento mas critico) y que impregna a nuestra sociedad de un vago desasosiego moral, resulta extraordinariamente urgente disipar la confusión intelectual que constituye la raíz del problema.

Wednesday, June 15, 2016

Los gobiernos no crean prosperidad

 
Los políticos dicen que crean puestos de trabajo, pero realmente no es así. O más bien, raramente crean puestos de trabajo productivos. El gobierno no tiene dinero propio. Lo único que hace es tomar recursos de un grupo y dárselos a otro. Los faraones podrían haber alegado que crearon trabajo cuando ordenaron construir las pirámides, pero piensa cuánto más ricos (y libres) habrían sido los egipcios si se les hubiese permitido perseguir sus propios intereses.
Son los individuos en el mercado los que crean verdaderos puestos de trabajo, siempre que sus vidas y su propiedad estén protegidas por la ley.


La libertad económica es la clave. La teoría no puede ser más clara, y a estas alturas en la historia humana, no debería ser necesario repasar la abundante evidencia. Mira todos los índices que relacionan la libertad económica con el crecimiento económico. Las economías más sanas son las que disfrutan de mayor libertad económica. El desempleo es bajo en esos lugares: 3% en Hong Kong, 2% en Singapur, 5% en Australia.
Pero Estados Unidos está en noveno lugar, detrás de Canadá, y los países con menor libertad económica tienen pocos puestos de trabajo reales, y no tienen prosperidad.
Desafortunadamente, la mayoría de los políticos todavía no entienden – o no tienen ningún incentivo para entender – que la libertad económica, y por lo tanto menos gobierno, es lo que crea prosperidad. Bueno, quizás eso esté cambiando. Este año es la primera vez que oigo a tantos candidatos presidenciales hablar sobre el sector privado. De hecho, uno de los candidatos, el ex-gobernador de Nuevo México, Gary Johnson, me dijo que él no había creado “ni un solo empleo. . . . El gobierno no crea empleos”.
La verdad es que tenemos tan pocos empleos hoy porque el gobierno es un obstáculo. Si soy un empleador, ¿por qué iría yo a contratar a alguien, cuando el Congreso y el Ministerio de Trabajo tienen tantas reglas que tal vez yo no pueda dimitir a esa persona si es incapaz de hacer el trabajo? ¿Por qué iría yo a arriesgarme con una inversión si las reglas que aún están por escribir sobre Obamacare [medicina socializada], sobre la regulación financiera y sobre el medio ambiente podrían convertir mi idea en un proyecto perdedor?
Yo arbitré un debate sobre si el gobierno crea o impide la actividad económica.
“El gobierno puede gastar y crear empleos”, dijo David Callahan, co-fundador de Demos. “Si el gobierno toma la iniciativa y da dinero para estimular la contratación, lo que tendremos es más gente gastando dinero en esta economía, más empleo, y así echamos a rodar el círculo virtuoso”.
Yaron Brook, presidente del Ayn Rand Institute, respondió:
“Es ridículo suponer que puedes quitarles dinero por la fuerza (con impuestos) a los que están trabajando y darles ese dinero a los que no están trabajando, y que eso de alguna manera genera actividad económica. Estás destruyendo tanto o más al quitárselo a los que están trabajando y produciendo”.
Luego Callahan invocó la mágica palabra con “I”.
“Un sitio donde necesitamos más gasto público es en infraestructura. Ve conduciendo por cualquier carretera, cruza cualquier puente, y lo más probable es que veas deterioro. Hubo un panel bipartidista que dijo que necesitaríamos gastar dos billones de dólares o más en infraestructura”.
“No pretendas hacernos creer que eso estimula la economía”, Brook refutó. “Ese dinero tiene que venir de alguna parte, esos 2 billones que quieres gastar en infraestructura se los han quitado a la economía privada.”
“Eso no es verdad”, dijo Callahan. “Veinte millones de puestos de trabajo fueron creados en la década de 1990, cuando los impuestos eran más altos que hoy. Y después de la Segunda Guerra Mundial, también un período de altos impuestos, hubo un crecimiento increíble del empleo”.
Por lo visto, según la lógica keynesiana, la guerra puede estimular la economía.
“La Segunda Guerra Mundial fue el gran estímulo. … Ese tipo de crisis externa puede inyectar una gran cantidad de nuevo capital”.
“Esa es una de las peores falacias en economía”, dijo Brook. “Se la conoce como ´la falacia de la ventana rota´”.
La falacia proviene de la historia que cuenta Fredéric Bastiat del niño que rompe una ventana, lo que lleva a algunos a creer que el tener que poner una ventana nueva estimulará una nueva onda de actividad económica. La falacia consiste en ignorar las cosas productivas que el comerciante habría hecho con ese dinero si no hubiera tenido que arreglar la ventana.
“La Segunda Guerra Mundial no hizo nada para promover el crecimiento de la economía”, dijo Brook. “Detonar cosas no es un estímulo económico. La destrucción no conduce al progreso”.
No esperes que la mayoría de los políticos aprendan eso pronto.
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por John Stossel

Los gobiernos no crean prosperidad

 
Los políticos dicen que crean puestos de trabajo, pero realmente no es así. O más bien, raramente crean puestos de trabajo productivos. El gobierno no tiene dinero propio. Lo único que hace es tomar recursos de un grupo y dárselos a otro. Los faraones podrían haber alegado que crearon trabajo cuando ordenaron construir las pirámides, pero piensa cuánto más ricos (y libres) habrían sido los egipcios si se les hubiese permitido perseguir sus propios intereses.
Son los individuos en el mercado los que crean verdaderos puestos de trabajo, siempre que sus vidas y su propiedad estén protegidas por la ley.

Diferencias entre USA y Europa

“La cultura europea adora al Estado porque está empapada de altruismo y auto-sacrificio y de la idea que el hombre debe existir por otros, y por lo tanto el mayor honor con que un europeo puede soñar es servir al Estado, o ser recompensado por el Estado. El Estado siempre es considerado como un ser casi sobrenatural, y el europeo es sólo un siervo.
“En América es exactamente lo contrario.”
# # #
Entrevistador: Sra. Rand, los Estados Unidos son un importador de gente, decimos que somos una nación de inmigrantes, y muchos de esos inmigrantes han venido de Europa. Y, sin embargo, nuestra cultura es claramente diferente de las culturas de Europa. ¿Cuáles son esas diferencias?
Ayn Rand: Los Estados Unidos, desde su inicio, ha sido un país basado, por implicación, en la moralidad del egoísmo, y siempre ha sido, a través de los años, la atracción para gente que quiso escapar de la tiranía en sus países de origen y venir aquí, a la responsabilidad de mantenerse por sí mismos y de ser libres. Eso es lo opuesto del básico “sentido de vida” (así llamado) de Europa.


En Europa, a través de toda su historia, los diferentes períodos y las ideas de su pueblo nunca cambiaron en un punto básico: Europa es una cultura que adora al Estado. Siempre ha adorado el poder del Estado, sea en forma de monarcas absolutos, o más tarde de pueblos colectivistas. Nunca ha estado basada en, y ni siquiera entiende correctamente, la importancia del individuo y de los derechos individuales. Eso es un concepto americano, algo que algunas personas en Europa ciertamente entienden; pero son la excepción, no representan la cultura europea.
La cultura europea adora al Estado porque está empapada de altruismo y auto-sacrificio y de la idea que el hombre debe existir por otros, y por lo tanto que el mayor honor con que un europeo puede soñar es servir al Estado, o ser recompensado por el Estado. El Estado siempre es considerado como un ser casi sobrenatural, y el europeo es sólo un siervo.
En los Estados Unidos de América ocurre exactamente lo contrario. América, por cierto, es el único país en la historia que se basó en una filosofía – que fue creado deliberada y conscientemente –, y la raíz de América fue la filosofía aristotélica: una filosofía que respeta al individuo, que entiende lo que son los derechos individuales, y que cree que una sociedad debe estar basada en el reconocimiento de esos derechos.
Eso fue formulado de esa forma por primera vez en los Estados Unidos por los Padres Fundadores. Así que . . . es un logro tan fantástico, que dentro de muchos siglos los hombres deberán arrodillarse cuando piensen en lo que los Fundadores crearon en este país.
Y en la actualidad, este es el país más denunciado, ridiculizado y degradado de todas las formas posibles por los intelectuales, a pesar de ser el país más noble y grandioso del mundo.
El hombre de la calle, el público de este país, hoy día es mucho mejor que los intelectuales.
El veneno viene de la universidad (de todas las universidades), sobre todo de las Facultades de Filosofía de Europa. Hoy vemos el climax final, el último y repugnante colapso de la filosofía Kantiana. Immanuel Kant es el villano de la historia europea, y los intelectuales en América están intentando sacrificar este país a él también. No creo que lo consigan, porque en este país el sentido de vida básico – el entendimiento fundamental, subconsciente y emocional de la vida – es pro-individuo.
Este país fue concebido con esa filosofía y aún sigue así, aunque la mayoría de la gente no sea consciente de ello. Una de las expresiones populares en este país es: “No dejo que nadie me pisotee”. Pues esa es una ilustración muy elocuente de la independencia personal del hombre, mientras que en Europa la gente cree que el hombre nace para ser pisoteado.
Entrevistador: Sra. Rand, hablamos del “sentido de vida” americano, pero eso no es una garantía. El sentido de vida americano puede cambiar, no hay una garantía de que siempre será el mismo. ¿Ha observado usted cambios en el sentido de vida americano recientemente?
Ayn Rand: Oh, esa es una afirmación demasiado amplia, uno no puede juzgar eso. Creo que en los últimos años el país ciertamente ha dado un giro a la derecha, si por derecha entendemos “anti-colectivismo” y “pro-capitalismo”, más o menos. Pero sin algún tipo de guía intelectual, eso no nos sirve de nada.
La gente está intentando encontrar la dirección correcta, no se les está dando ningún liderazgo intelectual, y lo que pasará con el país es imposible de predecir, en este momento. Lo único que puedo decir es que las ideas correctas deben ganar, y parecen estar ganando hoy, pero están siendo tergiversadas de una forma tan repugnante por personas que preferiría no mencionar (o tal vez sí debería mencionar…) … bueno, por candidatos políticos, digámoslo de esa forma, que si el país al final sobrevivirá o no . . . no lo sé.

Diferencias entre USA y Europa

“La cultura europea adora al Estado porque está empapada de altruismo y auto-sacrificio y de la idea que el hombre debe existir por otros, y por lo tanto el mayor honor con que un europeo puede soñar es servir al Estado, o ser recompensado por el Estado. El Estado siempre es considerado como un ser casi sobrenatural, y el europeo es sólo un siervo.
“En América es exactamente lo contrario.”
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Entrevistador: Sra. Rand, los Estados Unidos son un importador de gente, decimos que somos una nación de inmigrantes, y muchos de esos inmigrantes han venido de Europa. Y, sin embargo, nuestra cultura es claramente diferente de las culturas de Europa. ¿Cuáles son esas diferencias?
Ayn Rand: Los Estados Unidos, desde su inicio, ha sido un país basado, por implicación, en la moralidad del egoísmo, y siempre ha sido, a través de los años, la atracción para gente que quiso escapar de la tiranía en sus países de origen y venir aquí, a la responsabilidad de mantenerse por sí mismos y de ser libres. Eso es lo opuesto del básico “sentido de vida” (así llamado) de Europa.