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Monday, August 22, 2016

Libertarianismo contra Capitalismo Radical

Libertarianismo contra Capitalismo Radical

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El libertarianismo, escribe David Boaz, “es la noción que cada persona tiene derecho a vivir su vida de la forma que ella decida, siempre y cuando respete ese mismo derecho en otros”.
“Los libertarios defienden el derecho de cada persona a la vida, la libertad y la propiedad, derechos que todas las personas poseen de forma natural, antes de que los gobiernos fueran creados. Desde el punto de vista libertario, todas las relaciones humanas deben ser voluntarias; las únicas acciones que deben estar prohibidas por ley son aquellas que implican el inicio de la fuerza contra quienes no han usado la fuerza, acciones como asesinato, violación, robo, secuestro y fraude”. 1
Dada esa descripción del libertarianismo, me preguntan a menudo: ¿Qué hay de malo en eso? ¿Cómo puede cualquier amante de la libertad oponerse a eso?
Son buenas preguntas. Para responderlas, procedamos a considerar, en el espíritu de Frédéric Bastiat, no sólo lo que se ve, sino también lo que no se ve.
¿Qué es lo que no se ve aquí?
Los elementos cruciales que no se ven son las posiciones libertarias sobre la procedencia de los derechos, cómo lo sabemos, y si respuestas objetivas y demostrablemente verdaderas a esas preguntas son necesarias, o incluso posibles, cuando tratamos de defender la libertad. ¿Cuáles es la posición libertaria sobre esas cuestiones?


Los Derechos no son ni “evidentes” ni “divinos” ni “naturales”
Al examinar la literatura libertaria, encontramos con que los liberales en general creen que los derechos son “evidentes”, o “dados por Dios”, o, de alguna forma (e inexplicablemente) “naturales”. 2 Muchos libertarios afirman que los derechos son corolarios de “ser dueño de uno mismo”, o sea, de la idea que la vida del individuo le pertenece a él, lo cual ellos consideran un “axioma”, una verdad auto-evidente, una premisa irreducible. 3 Y muchos mantienen que la maldad o la prohibición de iniciar la fuerza es un axioma, el llamado “axioma de no-agresión”. 4
La idea unificadora esencial en este núcleo de ideología libertaria es que la existencia de los derechos y la legitimidad de la libertad o son evidentes, o son asuntos de fe, o quedan suficientemente explicados con la palabra “natural”; según eso, cualquier argumento moral o filosófico de mayor profundidad que los corrobore es innecesario. ¿Qué necesidad hay de ofrecer argumentos filosóficos para algo que la gente puede saber con sólo abrir los ojos, o con sólo cerrar los ojos, o simplemente moviendo las manos y diciendo la palabra “natural”?
El hecho es que las personas no saben ni pueden saber nada sobre la naturaleza de los derechos, o sobre la legitimidad de la libertad, a través de dichos medios. Si queremos defender la libertad con éxito, tenemos que comprender y ser capaces de articular, entre otras cosas, de dónde proceden los derechos, por qué los tenemos, y cómo podemos saber eso.
Aunque los Padres Fundadores de los Estados Unidos sostuvieron que los derechos son auto-evidentes, o dados por Dios, o naturales, y a pesar de que (afortunadamente) fueron capaces de establecer un país basado en esa idea, la idea es falsa; y su falsedad se ha hecho cada vez más palpable desde la época de la independencia, al multiplicarse las filosofías que rechazan la posibilidad misma de que existan los derechos. Analizaremos algunas de esas filosofías en seguida; pero antes, consideremos algunos datos perceptuales sobre el tema.
Está claro que no podemos ver, oír, tocar, probar ni oler los derechos. Mira a tu alrededor. Los derechos no están en ninguna parte donde puedan ser vistos, ni de alguna manera percibidos. Lo único que tienen de evidente los derechos es que no son en absoluto evidentes.
Tampoco hay evidencia alguna que justifique la idea de que los derechos provienen de “Dios”. Para empezar, no hay evidencia de que Dios exista, y mucho menos de que los derechos de alguna forma emanen de Su voluntad. Creer en Dios es cuestión de fe, de aceptar ideas en apoyo de las cuales no hay pruebas. (Cuando una persona acepta ideas en base a la evidencia, está actuando en base a la razón, no a la fe.) Además, según las escrituras religiosas, los dioses del Judaísmo, del Cristianismo y del Islam les ordenan explícitamente a las personas que violen los derechos (volveremos a hablar de esto más adelante). Si la gente decide creer en Dios, eso es un tema personal, y una sociedad civilizada respeta y protege su derecho a practicar todos los aspectos de sus credos que no violen los derechos de otros. Pero afirmar que los derechos provienen de Dios no es una buena estrategia para defender los derechos o abogar por la libertad.
Y tampoco es una buena estrategia afirmar que los derechos son “naturales”. ¿Qué significa que los derechos sean naturales? ¿Quiere decir que los derechos existen “allá afuera”, en algún lugar en la naturaleza, como los árboles o los planetas o los átomos? De nuevo, mira a tu alrededor. No es así. ¿Quiere decir que los derechos existen en algún lugar dentro del hombre, como los huesos, o la sangre, o los pulmones? Si abres a una persona en canal (y no estoy sugiriendo que lo hagas), no encontrarás derechos en ningún lugar dentro de él. Los derechos no existen en la naturaleza ni en el hombre, desde luego, no físicamente. Los derechos no son existentes físicos; son ideas; concretamente, son principios muy abstractos relativos a la libertad de acción que debe tener el hombre en un contexto social.
Las ideas seculares niegan los Derechos al tratar de justificarlos
Sí, los derechos existen. Pero, al igual que otras muchas cosas que existen – como la justicia, la honestidad, el sarcasmo y la lógica – los derechos no son percibibles. Para entender la naturaleza de los derechos, por qué existen, por qué son inalienables, cómo sabemos todo eso, y qué suponen esos principios en la práctica, debemos recurrir a las ideas subyacentes que dan origen a los derechos, y están basadas en la realidad que percibimos. Esas ideas se encuentran en la moralidad y en la filosofía más profunda.
Por desgracia, muchos defensores de la libertad quieren evitar la moralidad y la filosofía más profunda. Eso es, hasta cierto punto, comprensible, porque cuando entramos en esos campos hoy día, nos damos cuenta que las moralidades y las filosofías dominantes rechazan la posibilidad de que puedan existir los derechos.
Por ejemplo, uno de los códigos morales más ampliamente aceptados hoy, el utilitarismo, sostiene que el patrón de valor moral es “la mayor felicidad para el mayor número”. 5 Bajo este punto de vista, la idea de que las personas tienen derechos inalienables es, como expresa el filósofo utilitarista Jeremy Bentham, “un sinsentido sobre pilares”. 6 Si el estándar de moralidad es la mayor felicidad para el mayor número, entonces la idea de que un individuo debe ser libre para vivir su vida (el derecho a la vida), de acuerdo con su propio criterio (la libertad), usando el producto de su esfuerzo (la propiedad), para sus propios fines (la búsqueda de la felicidad) es ridícula. Supongamos que el mayor número dice que hacer eso los hace infelices. O supongamos que una mayoría, digamos, los blancos del Sur, es feliz esclavizando a una minoría, digamos, a los negros sureños importados. O supongamos que una mayoría, por ejemplo los alemanes no judíos, es feliz exterminando a una minoría, por ejemplo a los judíos alemanes. Claramente, el utilitarismo es incompatible con los derechos.
Un código moral relacionado y aún más ampliamente aceptado, el altruismo, sostiene que el estándar de moralidad es ofrecer un servicio auto-sacrificándose a los demás. Según el altruismo, explica el filósofo altruista Augusto Comte, tenemos un “deber constante” (una obligación no elegida, sino impuesta) de “vivir para otros”. Debemos ser “los servidores de la humanidad, como de hecho lo somos totalmente”; por lo tanto, tenemos que “eliminar la doctrina de los derechos. . . . Toda esa noción, entonces, debe ser completamente repudiada”. 7 Si tienes el deber moral de vivir para los demás, si perteneces a la Humanidad y tu deber es servirla, obviamente no puedes tener el derecho moral a vivir para ti mismo, ni a actuar por tu propio juicio, ni a mantener tu propiedad, ni a buscar tu propia felicidad.
Luego tenemos la doctrina cada vez más popular del igualitarismo, que sostiene, no que las personas deban ser tratadas por igual ante la ley (que es la política del capitalismo laissez-faire), sino que el estándar de moralidad es – como dice el filósofo igualitario John Rawls – la “igualdad de oportunidades” para todos los miembros de la sociedad, y las únicas excepciones permitidas existen sólo cuando son “para el mayor beneficio de los miembros menos favorecidos de la sociedad”. 8 Está claro que si ese es el estándar de moralidad, entonces los derechos no pueden existir, al menos no para quien no sea uno de “los menos favorecidos”. Como explica Rawls, según ese estándar, “es incorrecto que los individuos con mayores dotes naturales y un carácter superior que haya hecho que su desarrollo sea posible tengan derecho a un esquema cooperativo [es decir, a un sistema legal] que les permita obtener aún más beneficios sin contribuir a las ventajas de los demás”. 9 Según el estándar igualitario, continúa Rawls, ciertas acciones en el ámbito “social, económico y tecnológico” deben ser prohibidas. “Ninguna libertad básica es absoluta”, ni siquiera “la libertad de pensamiento y la libertad de consciencia, o la libertad política y las garantías del estado de derecho, son absolutas”. 10 Y, “por supuesto”, Rawls enfatiza, los individuos no tienen “derecho a poseer ciertos tipos de propiedad (por ejemplo, los medios de producción), ni la libertad de contratación tal como lo entiende la doctrina del laissez-faire”, porque “la distribución de la riqueza y del ingreso, y las posiciones de autoridad y responsabilidad, han de ser consistentes con. . . la igualdad de oportunidades”. 11
Dada la popularidad del utilitarismo, del altruismo, del igualitarismo, y de otras filosofías que niegan los derechos, es comprensible que algunos defensores de la libertad se sientan incómodos entrando en discusiones sobre moralidad y sobre una filosofía más profunda. Pero evitar esas ideas no hace que desaparezcan. Y la gente que ha aceptado esas ideas no va a convencerse de que está equivocada simplemente oyendo decir que los derechos “son auto-evidentes”, o “provienen de Dios”, o “provienen de la naturaleza (aunque no te puedo decir cómo)” o “mira el axioma de la no-agresión”.
Los filósofos utilitaristas, altruistas e igualitarios han presentado argumentos en defensa de esas filosofías que niegan los derechos, y muchos estadounidenses han escuchado esos argumentos o alguna de sus versiones, y los han aceptado en mayor o menor medida. Por eso estamos amarrados hoy día con tantas leyes e instituciones que violan nuestros derechos, de medicina socializada como ObamaCare, a escuelas administradas por el gobierno, a leyes anti-trust, y miles de otras. Por supuesto, los argumentos de esos filósofos son falsos, pero por lo menos ellos tienen argumentos, y la gente que ha aceptado esos argumentos no va a dejarse llevar por simples afirmaciones de que los derechos existen o que la libertad es buena. 12
¿De dónde proceden los derechos? ¿Por qué los tenemos? ¿Cómo lo sabemos? Esas cuestiones son morales y filosóficas, y requieren respuestas igualmente morales y filosóficas. Lejos de ser axiomas o primarias irreducibles o verdades auto-evidentes, los derechos son principios derivados muy abstractos, principos que surgen y dependen de una base moral y filosófica de observaciones, integraciones, principios y lógica.
Libertad y Derechos pueden y deben ser validados sólo en base a la realidad y la razón
Afortunadamente para los amantes de la libertad, la filósofa Objetivista Ayn Rand identificó esa jerarquía conceptual y mostró cómo ella está basada en la realidad perceptual, en hechos que podemos ver. Para nuestro objetivo aquí, daré sólo una breve indicación de la estructura filosófica de su argumento, empezando por el principio de los derechos individuales. 13 (El argumento completo de Rand para validar los derechos está en sus ensayos sobre el tema, especialmente en el libro La Virtud del Egoísmo. Y también en el ensayo de Craig Biddle titulado “Teoría de los Derechos de Ayn Rand: Los fundamentos morales de una sociedad libre”.) 14
¿Cuál es el principio de los derechos individuales? Es el reconocimiento del hecho que cada individuo es un fin en sí mismo, no un medio para los fines de otros, y que cada uno tiene una prerrogativa moral de actuar basado en su propio juicio y por su propio bien, libre de la coacción de otros. Él tiene derecho a vivir su vida a su antojo (vida), a actuar como mejor le parezca (libertad), a mantener y usar el producto de su esfuerzo (propiedad), y a perseguir las metas y los valores que elija (búsqueda de la felicidad). En consecuencia, nadie, incluyendo grupos y gobiernos, tiene el derecho moral a forzar a un individuo a actuar en contra de su propio juicio.
Inmediatamente debajo del principio de los derechos individuales, y apoyándolo, está el principio que iniciar la fuerza física contra una persona es moralmente malvado y políticamente inadmisible. Es moralmente malvado porque, en la medida en que se usa la fuerza contra una persona, se le está impidiendo actuar basado en su juicio racional, que es su medio básico de sostener y fomentar su vida. (Si alguien te apunta con un arma a la cabeza y te dice que te calles, o que le entregues el producto de su esfuerzo, o que “elijas” una carrera diferente, o una pareja diferente, etc., entonces no puedes actuar basado en tu propio juicio.) Iniciar la fuerza es políticamente inadmisible porque el objetivo apropiado de un sistema político es establecer y mantener las condiciones sociales que les permitan a los individuos actuar basados en su propio juicio, para así poder mantener y mejorar sus vidas.
¿Por qué es eso así? ¿Por qué es tan importante que las personas usen su propio juicio para mantener y mejorar sus vidas? Eso es, de hecho y de forma demostrable, lo que cada individuo moralmente debe hacer. Podemos ver esto adentrándonos un poco más en la filosofía.
Sustentando y apoyando el principio de los derechos individuales y la maldad de iniciar la fuerza está el principio del egoísmo, el hecho demostrado que cada persona debe actuar en su propio interés usando su propio juicio racional, y ser el beneficiario válido de sus propias acciones productivas. Egoísmo significa que cada individuo debe perseguir sus propios valores, los valores que sirvan a su vida, sin sacrificarse a sí mismo por otros ni sacrificar a otros por él, y que cada uno debe tratar con otros sólo en términos voluntarios, basado en un consentimiento mutuo y para beneficio mutuo. ¿De dónde proviene este principio? ¿Qué hace que sea cierto? Es un principio derivado de otros principios aún más profundos, de principios que tienen que ver con el estándar objetivo de valor moral, y la razón misma por la cual el hombre necesita valores y moralidad.
El criterio de referencia para determinar si una acción – o una política o una institución – es buena o mala, correcta o incorrecta, se reduce a identificar los requisitos que la vida del individuo de hecho requiere. ¿Por qué? Porque las personas son individuos – cada uno con su propia mente, su propio cuerpo, su propia vida – y porque la única razón por la cual los individuos necesitan valores o guía moral es la de poder vivir. Si una persona no quiere vivir, no necesita valores ni ningún tipo de guía; simplemente puede dejar de actuar, y no tardará en morir. Sólo la decisión de vivir que tome una persona hace que los valores sean posibles y necesarios para ella. Esa persona no puede perseguir valores a menos que esté viva, y no tiene que perseguirlos a menos que quiera vivir. En última instancia, una moralidad objetiva está basada en los requerimientos de la vida del individuo, se deriva de ellos, y es la forma en que esos requerimientos quedan expresados en la práctica.
¿Cómo podemos estar seguros de que esas ideas son verdaderas? Podemos llegar a conclusiones verdaderas y verificar hasta qué punto nuestras ideas son válidas mirando a la realidad y usando la razón, nuestro medio de conocimiento. La razón funciona a través de la observación, de la integración conceptual, y del principio de no-contradicción. Cuando nuestras ideas se corresponden con la realidad que percibimos (con hechos que podemos ver, tocar, etc.), entonces nuestras ideas son verdaderas. Si detectamos que nuestras ideas contradicen la realidad que percibimos, o contradice hechos que han sido previamente demostrados, entonces tenemos que verificar y, si es el caso, corregir nuestro pensamiento.
Por debajo de las ideas anteriores, y apoyándolas, tenemos la ley de identidad y la ley de causalidad, las verdades axiomáticas auto-evidentes que indican que las cosas son lo que son, y que cada cosa puede actuar sólo de acuerdo con su naturaleza. Una persona es una persona; no es un percebe, o un lirio, o un dios. Puede adquirir conocimiento y vivir, sólo si mira a la realidad, si piensa y si actúa racionalmente; no puede adquirir conocimiento o vivir si se niega a mirar, a pensar, o si se dedica simplemente a desear o a rezar para que las cosas que quiere aparezcan por arte de magia. Si una persona se niega a pensar y a actuar de manera racional, no tardará en morir (a menos que otros le permitan vivir como un parásito de sus esfuerzos racionales). Todos podemos captar este tipo de verdades abriendo los ojos, mirando a la realidad, y pensando.
El fallo letal del Libertarianismo: una ideología de “Gran Tienda”
Hay mucho más que hablar sobre la jerarquía filosófica que valida y justifica los derechos, pero lo anterior es una indicación de los tipos de verdades que no pueden ser ignorados o negados si queremos defender los derechos individuales, y, por tanto, una sociedad libre. Ignorar o negar la necesidad de estos cimientos es quedar a merced de utilitaristas, altruistas, igualitarios y gente parecida. Los derechos individuales y la legitimidad de la libertad dependen de otras verdades morales y filosóficas más profundas; por lo tanto, para poder defender la libertad, hemos de reconocer y aceptar esas verdades más profundas.
Pero el libertarianismo rechaza la necesidad de hacerlo.
Los libertarios explícitamente se niegan a entrar en ese tipo de controversias y complejidades. Quieren hablar del principio de los derechos y usar ese principio como paladín, mientras ignoran o niegan los fundamentos de los cuales ese principio depende. Como Susan Lee escribe, tratando de alabar esa ideología: “El libertarianismo es pura simplicidad. Procede de un único y muy hermoso concepto: la primacía de la libertad individual”. Los libertarios “no se sienten cómodos con cuestiones normativas” o con “cuestiones que tienen que ver con ´el mejor comportamiento´ en asuntos sociales o culturales”. Más bien, el pensamiento libertario “promueve el relativismo y la inclusión”, y una “tolerancia” que proviene de una “indiferencia en cuestiones morales”. 15
El libertarianismo es el proyecto de establecer un techo, una “gran tienda” bajo la cual cualquiera que esté a favor de los “derechos” o del “axioma de no-agresión” pueda juntarse con otros, reunirse y luchar por la “libertad”, independientemente de las diferencias morales o filosóficas que pueda tener con ellos. Como explica Alexander McCobin, fundador de “Students for Liberty” – Estudiantes por la Libertad – el “libertarianismo es una filosofía política que prioriza el principio de la libertad”:
“Puedes ser libertario y a la vez ser hindú, cristiano, judío, musulmán, budista, deísta, agnóstico, ateo, o un seguidor de cualquier otra religión, siempre que respetes la igualdad de derechos de otros. . . . El libertarianismo no es una filosofía de vida. . . o una metafísica o una religión. . . o un valor, aunque ciertamente es compatible con una infinita variedad de tales filosofías”. 16
McCobin tiene razón. Puedes ser libertario independientemente de qué otras ideas filosóficas más profundas puedas tener. El libertarianismo es precisamente una ideología de “gran tienda” que no se preocupa en absoluto por cuestiones morales o filosóficas más profundas. Pero esa no es una característica favorable del libertarianismo; al contrario, es un defecto letal.
La gente no puede defender la libertad de forma creíble, coherente o efectiva si sus ideas morales y filosóficas más fundamentales están en conflicto con los derechos. Y los principios fundamentales que tienen las filosofías y las religiones de la mayoría de las personas contradicen de plano la idea de que los derechos deban ser respetados, o incluso que existan. Eso lo vimos anteriormente al hablar de algunas filosofías seculares. Veamos ahora el choque entre derechos y religión.
Religión es incompatible con Derechos
Empecemos con un ejemplo obvio que es muy relevante en el mundo posterior al 11 de septiembre. Según el Islam, Alá ordena a los musulmanes que conviertan o maten a los no-musulmanes: “Combate y mata a los infieles dondequiera que los encuentres, captúralos, acósalos, achéchalos y embóscalos utilizando todas las estratagemas de la guerra” (Corán 9:5); “Combátelos hasta acabar con toda oposición, y hasta que todos queden sometidos a Alá” (8:39). Etcétera. Si la gente cree, como hacen los musulmanes, que Dios existe y que Él les ordena que conviertan o maten a los no creyentes, ¿cómo podemos esperar que respeten los derechos de las personas? Según su religión, Dios no es simplemente un tipo cualquiera que tiene su opinión. Es Dios. Es el gobernante del universo. Hay que obedecerle.
El Islam no es la única religión que exige tal agresión. El Judaísmo y el Cristianismo también lo hacen. Según el Antiguo Testamento, Dios ordena: “Si tu hermano, el hijo de tu madre, o tu hijo, o tu hija, o la mujer de tu seno, o tu amigo que es como tu propia alma, intenta atraerte secretamente, diciendo: ‘vamos y sirvamos a otros dioses’. . . no cederás a él ni le escucharás, ni tu ojo le tendrá pena, ni le perdonarás, ni le encubrirás; sino que le matarás” (Deuteronomio 13:6-9). Y: “Si un hombre se acuesta con varón así como con mujer, ambos han cometido abominación; deberán ser condenados a muerte” (Levítico 20:13).
Aunque el Nuevo Testamento es explícitamente menos violento que el Antiguo Testamento, también incluye parábolas y metáforas en las que Jesús podría decirse que argumenta que sus seguidores han de matar a los infieles. Por ejemplo, en la parábola de las minas, Jesús cuenta la historia de un hombre que iba a ser rey y que, después de convertirse en rey, les pide a sus súbditos que rodeen a quienes se oponían a su reinado y los maten: “En cuanto a esos enemigos míos, que no querían que yo reinase sobre ellos, traedlos aquí y matadlos delante de mí” (Lucas 19:27). Del mismo modo, al acabar la última cena, Jesús transmitió la siguiente metáfora a sus discípulos:
“Yo soy la vid; y vosotros, los sarmientos. El que permanece en mí, y yo en él, ése da mucho fruto, porque separado de mí no puede hacer nada. Si un hombre no permanece en mí, será echado fuera como sarmiento, y se secará; y los sarmientos se recogen, se echan al fuego y se queman”. (Juan 15:5-6)
Independientemente de si un cristiano específico interpreta esos pasajes como una incitación a matar a los no creyentes, muchos cristianos a lo largo de los siglos sí los han interpretado de esa manera, y esa es en parte la razón por la que los cristianos han matado a tantas personas por negarse a aceptar a Cristo como su Salvador.
Por suerte, pocos judíos o cristianos se toman tales aspectos de su religión tan en serio hoy día. Pero algunos lo hacen. Y muchos se toman esos aspectos lo suficientemente en serio como para pedirle al gobierno que despliegue los Diez Mandamientos en los tribunales (“Yo soy el Señor tu Dios… No tendrás otros dioses más que a mí. . .”), o para prohibir la homosexualidad, o para establecer o mantener leyes que prohiban el matrimonio homosexual, y cosas parecidas.
Y las violaciones de derechos estipuladas o toleradas por la religión se extienden mucho más allá de eso en la cultura y la política. Piensa, por ejemplo, en algunos mandamientos bíblicos relativos específicamente a la propiedad.
Tanto el Judaísmo como el Cristianismo sostienen que somos guardianes de nuestros hermanos, y que tenemos el deber moral de redistribuir la riqueza a los pobres. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento son claros en eso. Por ejemplo, Dios dice, por medio de Moisés: “Te ordeno que abras la mano a tus hermanos y a los pobres y necesitados de tu tierra” (Deuteronomio 15:11). Y Jesús dice: “Dale a todo el que te pida, y si alguien se lleva lo que es tuyo, no se lo reclames” (Lucas 6:30); y “Vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres” (Lucas 18:22). Etcétera.
Si la gente cree, como hacen los judíos y los cristianos, que Dios existe y que Él es quien manda que se redistribuya la riqueza a los necesitados, ¿cómo puede esperarse que acepten la idea de que deben respetar los derechos de propiedad?
Decirle a una persona religiosa: “Puedes estar a favor de la libertad y a la vez acatar tu religión, siempre y cuando respetes los derechos de las personas” es decirle, “Puedes estar a favor de la libertad y a la vez acatar tu religión, siempre y cuando ignores o niegues los dogmas centrales de tu religión”. ¿Quién va a hacer eso de forma consistente o sostenida? Y si una persona religiosa consistentemente ignorase las premisas esenciales de su religión, ¿cómo se sentiría sobre sí mismo? Y ¿qué podría esperar que “Dios” hiciera con tal desobediencia?
Es imposible defender la libertad sin una moralidad racional
Si la gente acepta ideas morales o filosóficas fundamentales que están en conflicto con los derechos, entonces, aunque digan que están “por la libertad”, no serán capaces de defenderla de forma consistente o duradera. Cuando llegue el momento de votar por un político, o de escribirle a un gobernante, o de defender la abolición de la medicina socializada o la seguridad social, o los programas de cupones para alimentos, o las escuelas administradas por el gobierno, las convicciones filosóficas fundamentales de las personas esencialmente triunfarán, en la mayoría de los casos, sobre sus reivindicaciones políticas.
La legitimidad de la libertad y la maldad del uso de la fuerza presuponen y dependen de ciertos principios morales y filosóficos, los cuales pueden ser socavados y contrariados por otros principios. La única manera de defender la libertad es identificar, aceptar y respetar los principios morales y filosóficos objetivos y demostrablemente verdaderos, y a eso es precisamente a lo que el enfoque del libertarianismo se opone.
Por supuesto, algunos libertarios dicen que no están en contra de los fundamentos filosóficos como tales, sino sólo contra la idea de que haya un único fundamento filosófico objetivamente correcto para los derechos y la libertad. Según ese punto de vista, hay multitud de fundamentos que pueden justificar la libertad, cuantos más, mejor. Como dice Tom Palmer, “Si muchos argumentos diferentes que no son mutuamente exclusivos [sobre la fuente de los derechos] convergen en la misma conclusión, entonces podemos estar más seguros de su verdad que si sólo uno de esos argumentos nos lleva a ella, mientras otros llevan a conclusiones diferentes”. 17 Ya. Eso suena bien, hasta que uno se da cuenta de que esos “diversos argumentos no excluyentes” – que supuestamente convergen en la conclusión de que los individuos tienen derechos – surgen de las mismas filosofías que hemos estado discutiendo, las filosofías que niegan los derechos: utilitarismo, igualitarismo, religión, etc. El propio Palmer cita argumentos de utilitarismo y religión entre los “muchos” que hay; de hecho, los libertarios más fanáticos argumentan a partir del altruismo y del igualitarismo para “defender” la libertad. Todos esos argumentos son bienvenidos en ese campo, siempre y cuando ninguno excluya a los otros. Eso, obviamente, es absurdo.
Otros libertarios, sintiendo la imposibilidad de defender los derechos con filosofías que expresamente niegan la posibilidad de los derechos, simplemente evitan a toda costa cualquier pregunta que tenga que ver con la verdad moral y la filosofía más profunda. Por ejemplo, cuando se les pregunta si existen verdades objetivas sobre el bien y el mal, o si esas “verdades” son sólo el resultado de un consenso social, Harry Brown (nominado en dos ocasiones al Partido Libertario) responde: “Es un juego para nosotros hablar de lo que es moralmente correcto o incorrecto. . . . Los libertarios queremos minimizar el uso de la fuerza al resolver problemas sociales y políticos. . . y no vamos a resolverlos hablando de la filosofía”. 18
La verdad, sin embargo, es que la única forma en que podemos avanzar hacia una sociedad libre es hablando de filosofía.
Premisas morales y filosóficas erradas llevan a resultados políticos desastrosos
Lo que la gente tiene o no tiene el derecho a hacer no puede ser entendido, y mucho menos defendido, sin entrar en filosofía. Quienes no basan el principio de los derechos y la validez de la libertad en verdades morales y filosóficas más profundas realmente no saben qué son derechos o por qué la libertad es buena, por lo tanto no son capaces de aplicar esos principios de forma consistente o racional. Observemos, en este sentido, algunos de los puntos de vista entre libertarios sobre quién tiene “derecho” a hacer qué.
Algunos libertarios, como Murray Rothbard, sostienen que los padres deben ser legalmente libres de dejar que sus hijos se mueran de hambre, no dándoles comida, siempre y cuando los padres no estén agrediendo a nadie. ¿Por qué tomaría alguien una posición así? Porque esa posición está implícita en el llamado axioma de no-agresión. “El axioma fundamental de la teoría libertaria”, explica Rothbard, es que “la violencia no debe ser usada contra un no-agresor. Esa es la regla fundamental a partir de la cual puede deducirse todo el corpus de la teoría libertaria”. 19 Por lo tanto, dice el argumento, mientras los padres no estén agrediendo a nadie, no hay razón para prohibirles legalmente que dejen de alimentar a sus hijos. Escribe Rothbard:
“Los padres no deben tener la obligación legal de alimentar, vestir, o educar a sus hijos, ya que tales obligaciones implicarían actos positivos de coerción sobre los padres, privándoles de sus derechos. . . . Los padres deben tener el derecho legal a no alimentar a un hijo, incluso hasta dejar que se muera. . . . Esta regla nos permite resolver cuestiones tan acuciantes como: ¿debe tener derecho un padre a permitir que un bebé deforme muera (por ejemplo, dejando de alimentarlo)? La respuesta claramente es que sí, partiendo del derecho anterior de permitir que cualquier bebé muera, sea deforme o no”. 20
Esa es la forma de “pensar” que resulta de truncar el principio de los derechos y la legitimidad de la libertad de las ideas morales y filosóficas que los justifican y les dan origen. En este caso lo que se ignora (entre otras muchas cosas) es el objetivo de los derechos, la relación entre derechos y responsabilidades, la naturaleza de los padres, la naturaleza de los hijos, y la naturaleza de la relación entre padres e hijos. Esos no son asuntos políticos; son asuntos morales, epistemológicos y metafísicos. Y no podemos entender las responsabilidades legales válidas de los padres para con sus hijos a menos que entendamos y nos refiramos a esas cuestiones filosóficas más profundas.
Otro ejemplo. Algunos libertarios, como Bryan Caplan, sostienen que nunca debemos participar en una guerra. Nunca. Bajo ninguna circunstancia. Ni siquiera si somos atacados por un estado islámico que tiene como objetivo matarnos a todos. ¿Por qué? Porque, según Caplan, la guerra implica, inevitablemente, “matar a muchos civiles inocentes” 21, o, por lo menos “poner en peligro temerariamente a un gran número de personas inocentes” 22, lo cual, según el axioma de no-agresión, hace que ello sea instantáneamente malvado. “La política exterior que se deriva de los principios libertarios”, escribe Caplan, es “la oposición a todas las guerras. ¿Y cuál es el nombre de ‘oposición a toda guerra’? El pacifismo”.
“¿Pero el pacifismo no contradice el principio libertario de que las personas tienen derecho a utilizar la fuerza como represalia? No. Estoy totalmente a favor de la venganza contra delincuentes individuales. Mi tesis es que, en la práctica, resulta casi imposible hacer la guerra con justicia, es decir, sin pisotear los derechos de los inocentes. Cada organización militar viable en la historia ha usado la fuerza para adquirir recursos, imprudentemente poniendo en peligro las vidas de civiles, y ha abrazado alguna variante de la culpa colectiva. La guerra es un negocio sucio. Es demasiado difícil ganar si juegas siguiendo las reglas”. 23
Según esa “lógica”, puesto que no podemos eliminar a los regímenes extranjeros que nos atacan sin matar a personas inocentes en el proceso, no tenemos derecho a eliminar a los regímenes agresores. Una vez más, ese es el tipo de “pensamiento” que proviene de separar el principio de los derechos y la maldad de la fuerza de los fundamentos morales y filosóficos que justifican y dan lugar a esos principios. Lo que se ignora aquí (entre otras muchas cosas) son el objetivo moral del gobierno, la naturaleza egoísta de los derechos, y la naturaleza de la responsabilidad moral, que incluye el principio de que las personas y los gobiernos son responsables de las consecuencias de las acciones y los eventos que ellos necesitan. Cuando estas y otras verdades morales y filosóficas se tienen en cuenta, podemos ver que un gobierno moral se preocupa de proteger los derechos de sus ciudadanos, sin importarle qué es necesario para hacerlo, y que la responsabilidad moral por la muerte de todos los inocentes en guerra recae sobre quienes iniciaron la fuerza y que por lo tanto necesitaron medidas de retaliación. Podemos ver que, aunque el gobierno al tomar represalias y usar la fuerza no deba matar gente inocente más allá de lo necesario para eliminar al agresor, sí puede matar inocentes si es necesario, y hasta el extremo que sea necesario, para eliminar al agresor. En resumen, si tenemos en cuenta los principios morales y filosóficos más profundos podemos ver cómo navegar por una situación muy compleja y horrible; si no lo hacemos, no podemos.
El anarquismo muestra hasta dónde puede llegar la irracionalidad
Como último ejemplo de lo que ocurre cuando se ignoran las verdades filosóficas más profundas, observemos que muchos libertarios – incluyendo a Murray Rothbard, Bryan Caplan, Roy Childs, Randy Barnett, Peter Leeson, Walter Block, y David Friedman – abrazan el anarquismo, la idea de que todo gobierno debe ser eliminado. Según este punto de vista, el gobierno, por su naturaleza, es inaceptable, porque, al establecer y hacer cumplir leyes en un área geográfica determinada, el gobierno “agrede” contra quienes no quieren obedecer esas leyes. El gobierno, según el anarquismo, debe ser abolido para que las personas sean “libres”: libres, no sólo para producir y comerciar, sino también para formar sus propias “agencias privadas de defensa”, o “agencias de defensa en competencia”. En ausencia de un gobierno, sigue el argumento, esos organismos de defensa compitiendo entre sí harían que la sociedad fuese pacífica”. 24
Esa idea y todas sus variantes ignoran tantas verdades morales y filosóficas que es difícil saber por dónde empezar. Ignoran el hecho de que un mercado libre presupone la existencia de un gobierno que prohiba iniciar la fuerza en las relaciones sociales, y que utilice la fuerza sólo en represalia y sólo contra aquellos que inician su uso. (Si iniciar la fuerza no está prohibido por el gobierno, entonces las personas y sus propiedades están a merced de cualquier delincuente o pandilla que decida usar la fuerza.) Ignoran muchos hechos acerca de la naturaleza humana, incluyendo el hecho de que sin garantía de poder mantener y usar el producto de su esfuerzo, la gente pierde todo incentivo a producir; y el hecho de que si las personas tienen que preocuparse constantemente de si van a ser atacados por un matón o por un grupo o por una agencia de defensa competidora, no pueden concentrarse en ser productivas o en buscar otros valores que les sirvan a su vida, sean relaciones románticas, o actividades recreativas, o vacaciones, o comidas. Ignoran el hecho de que las agencias de defensa competidoras necesariamente tendrían que estar basadas en ideas opuestas compitiendo sobre cuál es y cuál no es la fuente apropiada de las reglas y las “leyes” por las que se rigen (¿la Biblia? ¿el Corán? ¿el consenso social? ¿el deseo de Mugsy?), qué es permisible y qué no lo es (¿la propiedad? ¿el aborto? ¿la pedofilia? ¿la libertad de expresión?), qué tipo y qué nivel de fuerza debe ser usada contra aquellos que violan las leyes del clan (¿la lapidación? ¿la amputación? ¿la venganza contra los miembros de su familia?), qué hacer cuando alguien del clan A hace algo inadmisible según las leyes del clan de B (¿secuestrarlo? ¿invadir y conquistar a su clan? ¿matarlos a todos? ¿olvidarlo todo?), y así sucesivamente.
Lo más fundamental del anarquismo, sin embargo, es que ignora las leyes de identidad y de no-contradicción, los hechos realmente axiomáticos: que las cosas son lo que son y no pueden ser lo que no son. El anarquismo imagina, por ejemplo, que muchos gobiernos pequeños, por alguna razón no son gobiernos en absoluto. El gran liberal clásico del siglo XIX Auberon Herbert aborda este y otros puntos relacionados de forma concluyente: “La anarquía”, explica Herbert, “nos parece no comprenderse a sí misma”:
“No es, en realidad, anarquía o ´no gobierno´. Cuando destruye al gobierno central y regularmente constituido y propone dejar que cada grupo haga sus propios arreglos para reprimir la delincuencia común, se limita a descentralizar al gobierno hasta el punto más lejano, dividiéndolo en fragmentos diminutos de varios tamaños y formas. Mientras haya delincuencia común, mientras haya agresiones de un hombre contra la vida y la propiedad de otro hombre, mientras haya una gran masa de hombres decididos a defender su vida y su propiedad, no puede haber anarquía o falta de gobierno.
“Por la necesidad de las cosas, nos vemos obligados a elegir entre un gobierno constituido regularmente (y generalmente aceptado por todos los ciudadanos para la protección del individuo), y un gobierno constituido irregularmente, aceptado irregularmente, tomando su forma simplemente de acuerdo con el patrón de cada grupo. Ni en un caso ni otro hemos eliminado al gobierno. El anarquista más puro, el hombre que realmente elimina al gobierno, es Tolstoi, que predica, como hizo Cristo, que todos debemos aceptar los golpes sin devolverlos. De ese modo, es cierto, el gobierno puede ser eliminado; pero ¿cuántos de nosotros estamos preparados para seguir a Tolstoi?
“Aún hay, como muchos anarquistas podrían instar, otro método de hacer frente a los delitos comunes. Bajo la teoría de “no hay gobierno”, la defensa de la persona y de su propiedad, y el castigo por el crimen, podrían ser dejados totalmente en manos del individuo; y este método, como el método de Tolstoi, sería bastante consistente con la verdadera teoría anarquista. He oído a un anarquista muy capaz defenderlo en base a que los hombres usarían la fuerza con más escrupulosidad si se vieran obligados a actuar en sus propias personas, que si tuviesen que actuar a través de un juez o de la policía. Pero aquí, de nuevo ¿cuántos de nosotros por un lado, estamos preparados a juzgar y a actuar por nosotros mismos en lo que respecta a nuestros propios errores?; o, por el contrario, ¿cuántos de nosotros consentiríamos en que se auto-nombraran jueces y verdugos aquellos que creen haber sido perjudicados por nosotros? Para la mayoría de nosotros, tal sistema podría ser descrito solamente con una palabra: pandemonium”. 25
El razonamiento de Herbert aquí es perfectamente válido. Pero no va a convencer a quienes se niegan a considerar nada más fundamental que el llamado axioma de no-agresión.
Observemos que el punto de Herbert es esencialmente metafísico y epistemológico. Tiene que ver con la ley de identidad: Las cosas son lo que son: un gobierno descentralizado es un gobierno descentralizado. Tiene que ver con la naturaleza del hombre: mientras la gente decida defender su vida y su propiedad (como han de hacer para poder vivir), formará gobiernos para ello; por lo tanto, no puede dejar de haber gobierno, al menos, no por mucho tiempo. Y tiene que ver con la ley de no-contradicción: Nada puede ser a la vez lo que es y lo que no es: un gobierno no puede ser un no-gobierno, y un pandemonium no puede ser paz.
Lo anterior representa sólo algunos de los muchos problemas que hay con el libertarianismo. Pero esos pocos deben ser suficientes para confirmar que defender la libertad individual independientemente de los fundamentos de esa libertad es un enorme absurdo.
Moralidad y Filosofía siempre triunfan (a la larga) sobre Política y Economía
Por supuesto, no todas las personas que se dicen libertarios quieren legalizar la muerte por inanición de los niños, o abstenerse de defender su país, o instituir el gobierno de pandillas, ni cosas parecidas. Pero nada en la ideología del libertarianismo se opone a tales posiciones, porque los principios que se oponen a tales posiciones se encuentran en una moralidad y una filosofía más profundas. Para entender lo que tienen de errado esas posiciones, debemos adentrarnos en la filosofía.
Algunos libertarios tratan de defender la libertad única y exclusivamente educando a la gente sobre economía y política – explicando cómo funcionan los mercados, cómo surge el “orden espontáneo” cuando los individuos y las empresas son libres, y cómo un sistema legal que prohíbe la fuerza permite que todo eso ocurra. Esa es la misión de organizaciones como la Foundation for Economic Education (FEE), el Cato Institute, y el Competitive Enterprise Institute. Ciertamente, las explicaciones de la viabilidad económica de los mercados libres y del orden político necesario establecido por el estado de derecho son importantes para promover y defender la libertad. Pero separados de la base moral y filosófica que subyace y apoya los derechos y la libertad, los argumentos económicos y políticos a favor de la libertad se quedan en nada.
Independientemente de si la gente cree que la libertad es económicamente práctica, si mantienen que es moralmente inaceptable – lo que hacen al aceptar utilitarismo, altruismo, igualitarismo, religión, etc., – entonces serán incapaces de luchar por la libertad de forma efectiva. Los economistas y los politólogos le han estado enseñando a la gente durante muchas décadas lo prácticos que son los mercados libres y el estado de derecho, mostrando cómo esas condiciones permiten que la gente persiga sus objetivos y mejore sus vidas. Sin embargo, poca gente hoy día apoya una sociedad verdaderamente libre. ¿Por qué? Porque los principios morales y filosóficos más profundos de las personas en última instancia triunfan sobre sus creencias políticas y económicas. Como escribió Ayn Rand en una carta a Leonard Read cuando éste se preparaba para lanzar FEE, “La gente no abraza el colectivismo porque ha aceptado una teoría económica falsa. Acepta una teoría económica falsa porque ha abrazado el colectivismo”.
“No puedes revertir causa y efecto. Y no puedes destruir la causa luchando contra el efecto. Eso sería tan inútil como tratar de eliminar los síntomas de una enfermedad sin atacar a sus gérmenes.
“La economía marxista (colectivista) ha sido demolida, refutada y desacreditada hasta su raíz. La economía capitalista (individualista) nunca ha sido refutada. Y sin embargo, la gente sigue aceptando el marxismo. Si te fijas más de cerca, verás que la mayoría de la gente sabe, de forma vaga y preocupante, que la economía marxista es un camelo, pero eso no impide que siga defendiendo esa misma economía marxista. ¿Por qué?
“La razón es que la economía ocupa el mismo lugar en relación a la totalidad de la vida de una sociedad que los problemas económicos ocupan en relación a la vida de un solo individuo. Un hombre no existe simplemente con el fin de ganarse la vida; se gana la vida con el fin de existir. Sus actividades económicas son el medio para un fin; el tipo de vida que quiere llevar, el tipo de objetivo que quiere lograr con el dinero que gana determina qué tipo de trabajo elige hacer y si decide trabajar en absoluto. Un hombre completamente sin objetivo (sea ambición, carrera, familia, o cualquier cosa) deja de funcionar en el sentido económico. Ahí es cuando se convierte en un vagabundo en la cuneta. La actividad económica en sí nunca ha sido la meta o la fuerza motriz de nadie. Y no creo que ningún tipo de ley de autoconservación funcionaría aquí: que un hombre quisiera producir solamente para poder comer. No lo hará. Para que la autoconservación se reafirme a sí misma, tiene que haber alguna razón para que su ego quiera automantenerse. Sea lo que sea que un hombre haya aceptado, consciente o inconscientemente, por rutina o eligiendo el objetivo de su vida, eso es lo que determinará su actividad económica.
“Y lo mismo puede decirse de la sociedad y de las convicciones de los hombres sobre los aspectos económicos apropiados para una sociedad. Lo que la sociedad acepta como su objetivo y su ideal (o, para ser exactos, lo que los hombres piensan que la sociedad debe aceptar como su objetivo y su ideal) determina el tipo de economía que los hombres van a defender y a tratar de practicar; puesto que la economía es sólo el medio para un fin.
“Cuando el objetivo social elegido es, por su propia naturaleza, imposible e inviable (como es el colectivismo), es inútil indicarles a las personas que los medios que han elegido para lograrlo no son viables. Tales medios van con tal objetivo; no hay otros. No puedes hacer que los hombres abandonen los medios hasta haberlos persuadido a abandonar el objetivo final.
“Ahora bien, la elección de un objetivo personal o de un ideal social es cuestión de filosofía y teoría moral. Por eso, si uno quiere curar a un mundo moribundo, tiene que empezar con principios morales y filosóficos. No hay otra alternativa”. 26
Argumentos económicos sin base moral y filosófica no van a ninguna parte
Los argumentos económicos sin base moral y filosófica de los derechos no van a cambiar ni pueden cambiar la mente de la gente de forma sustancial o duradera. Por eso – a pesar de todas las instituciones dedicadas a educar a la gente sobre economía, y a pesar de todos los libros y artículos explicando de forma exhaustiva cómo y por qué los mercados libres llevan a la prosperidad – hemos aguantado y continuamos aguantando un sistema cada vez mayor de leyes, regulaciones, programas e instituciones que violan los derechos: desde las leyes de defensa de la competencia, a las escuelas administradas por el gobierno, a las leyes sobre el salario mínimo, a la Seguridad Social, a los programas de cupones de alimentos, a [en USA] Medicare y Medicaid, Fannie Mae y Freddie Mac, Sarbanes-Oxley, Dodd-Frank, ObamaCare, y dios sabe qué más se nos viene encima. Estamos controlados por ese tipo de políticas e instituciones estatistas, no porque la gente no entienda lo suficiente de economía, sino porque sus puntos de vista filosóficos y / o religiosos dictan que tales políticas e instituciones son moralmente necesarias, y que eliminarlas, aunque fuera económicamente prudente, sería moralmente aborrecible.
Si queremos trabajar hacia una sociedad libre, no es suficiente decir que tenemos “derechos”, o que la agresión es “mala”, o que los mercados libres son “buenos”. Tampoco es suficiente explicar por qué y cómo los mercados libres funcionan. Si queremos defender la libertad con éxito, hemos de entender y ser capaces de explicar de dónde vienen esos derechos, por qué los tenemos, y cómo lo sabemos. Debemos entender y ser capaces de explicar qué significan objetivamente los conceptos de “bueno” y “malo”, y cómo sabemos eso. Debemos adentrarnos en la filosofía.
Después de haber abordado este tema en el espíritu de Frédéric Bastiat, después de haber tenido en cuenta no sólo lo que se ve, sino también lo que no se ve al tratar las descripciones comunes de libertarianismo, ahora podemos ver que la esencia del libertarianismo es rechazar la necesidad de adoptar y discutir filosofía al defender la libertad. Eso es lo que es inaceptable sobre el libertarianismo.
Mientras que el libertarianismo sostiene que no debemos hablar de filosofía al defender la libertad, una ideología diferente sostiene que sí debemos hablar de ella. El mejor término para esa ideología es, parafraseando a Ayn Rand, el “capitalismo radical”. 27
El Capitalismo Radical como antídoto al Libertarianismo
Radical significa “ir a la raíz” o “ir a lo fundamental”. El capitalismo es el sistema social basado en el reconocimiento de los derechos individuales, en el que el gobierno hace una sola cosa: proteger los derechos mediante la prohibición de la fuerza física de las relaciones sociales, y mediante el uso de la fuerza sólo en represalia y sólo contra aquellos que inician su uso. La frase “capitalismo radical” incluye o implica una serie de aspectos esenciales de una sociedad libre que el libertarianismo ignora o niega. Consideremos:
  • Como radical significa “ir a la raíz”, el capitalismo radical implica tener en cuenta la importancia de lo esencial, y la necesidad de abordar cuestiones tales como: ¿Qué son derechos? ¿De dónde provienen? ¿Cómo lo sabemos? ¿Cuál es el estándar del bien y el mal, de lo correcto y lo incorrecto? ¿Cómo sabemos eso? ¿Cuál es nuestro medio de conocimiento? ¿Cómo podemos validar nuestras ideas y ver si se corresponden con la realidad?
  • Como el capitalismo es el sistema social en que el gobierno protege los derechos, el capitalismo radical implica y abarca la necesidad de un gobierno, y por lo tanto se opone al anarquismo, a la absurda idea de que el gobierno debe ser abolido para dar paso a la guerra entre pandillas.
  • Como el objetivo del gobierno en una sociedad capitalista es proteger los derechos de los individuos que están a su cargo, el capitalismo radical rechaza el pacifismo, el llamado “no-intervencionismo”, y cualquier otra idea que le impida al gobierno usar la fuerza necesaria para eliminar a agresores extranjeros. El gobierno en una sociedad capitalista debe usar toda la fuerza que sea necesaria para proteger los derechos de sus ciudadanos. Además, al ser la amenaza de fuerza un tipo de fuerza – un hecho pasado por alto por quienes se niegan a hablar de filosofía – un gobierno que protege los derechos puede legítimamente usar la fuerza si es necesario incluso contra aquellos que “simplemente” han amenazado usarla. Es más, como la filosofía más profunda deja claro que todas las muertes en una guerra – incluyendo las muertes causadas directamente por el estado que usa la fuerza como represalia – son responsabilidad moral del estado o del régimen que inició la fuerza, el capitalismo radical defiende valientemente el derecho moral de una nación atacada o amenazada a usar fuerza contra el agresor, aunque haya inocentes que (desgraciadamente) mueran en el proceso.
Hay beneficios adicionales relacionados con el uso de la frase “capitalismo radical” para denotar la ideología anclada en los fundamentos morales y filosóficos de la libertad, pero los puntos mencionados nos dan una indicación de cómo la idea contrasta con el libertarianismo.
Capitalismo radical y libertarianismo no son sólo dos cosas diferentes. Son cosas esencialmente diferentes. Son cosas radicalmente diferentes. El uno defiende y aboga por una sociedad libre mediante la identificación y la defensa de las ideas morales y filosóficas que subyacen y apoyan tal sociedad; el otro intenta defender una sociedad libre ignorando o negando esas ideas (o la necesidad de discutirlas). El uno apoya sus conclusiones políticas con una estructura sólida de principios integrados que en última instancia están basados en la realidad que percibimos; el otro afirma sus posiciones políticas y utiliza conceptos tales como “libertad”, “derechos”, y “bueno” y “malo”, a la vez que ignora o niega las ideas más fundamentales de las cuales esos conceptos lógicamente dependen. El uno es un ejemplo práctico de la naturaleza jerárquica del conocimiento conceptual; el otro es un ejemplo de la falacia del concepto robado, que consiste en usar una idea o un concepto, mientras se ignoran o se niegan las ideas en las que lógicamente depende. 28
En vista de esa enorme y fundamental diferencia, el hecho de que tanto el capitalismo radical y el libertarianismo pretendan ser “por la libertad” es trivial. Esas ideologías son superficialmente similares, y sin embargo son esencialmente diferentes. Y por ser esencialmente diferentes, necesitamos diferentes términos para referirnos a ellas.
Ideas esencialmente diferentes necesitan conceptos diferentes para referirse a ellas
Aunque algunos libertarios insisten en llamar a cualquier persona que aboga por la libertad un “libertario”, están objetivamente equivocados al hacerlo. Una clasificación apropiada responde a los requisitos que de hecho tiene la cognición humana. El objetivo de clasificar es identificar cosas esencialmente similares y diferenciarlas de las que son esencialmente diferentes, para así saber, cuando pensamos y hablamos, qué estamos pensando y sobre qué estamos hablando. Necesitamos distinguir la ideología que reconoce y sostiene los fundamentos de la libertad de la que los ignora o los niega. Empaquetar conceptualmente esas dos cosas juntas, tratarlas como si fuesen esencialmente lo mismo cuando en realidad son esencialmente diferentes, es cometer la falacia del paquete regalo, que consiste en mezclar mentalmente lo que es lógicamente inmezcable. 29 El amasijo resultante de ese paquete regalo difumina las distinciones cruciales, estrangula el pensamiento racional, y causa estragos en los esfuerzos por defender la libertad.
Por ejemplo, difumina la diferencia entre quienes son partidarios de limitar el gobierno a la protección de los derechos, y quienes abogan por eliminar el gobierno; lo cual lleva a mucha gente a creer que el movimiento a favor de la libertad tiene como objetivo final acabar en anarquía, lo cual, a su vez, hace que a la gente no le interese unirse a los defensores de la libertad o apoyarles. Difumina la diferencia entre quienes abogan por una política exterior de interés propio racional, y quienes abogan por una política exterior de pasividad suicida; lo cual lleva a mucha gente a creer que el movimiento a favor de la libertad preferiría permitir que regímenes enemigos nos mataran a nosotros y a nuestros hijos, en vez de exigirle a nuestro gobierno que acabe con esos regímenes aunque hacerlo suponga matar a inocentes. Y difumina la diferencia entre quienes reconocen la necesidad de tener principios morales y filosóficos objetivos que validen la libertad, y quienes niegan esa necesidad; lo cual lleva a mucha gente a creer que el movimiento a favor de la libertad es anti-intelectual y que de alguna manera no reconoce el hecho que la libertad es incompatible con las moralidades y las filosofías ampliamente aceptadas en la actualidad. Todo eso daña la causa de la libertad.
Si queremos defender la libertad, necesitamos distinguir las ideologías, los individuos y las organizaciones que abrazan y defienden los fundamentos de la libertad de aquellos que no lo hacen. Clasificar por medio de elementos esenciales es nuestra forma de hacerlo.
Defender la libertad en base a fundamentos morales y filosóficos, o ignorarlos y negarlos
El libertarianismo, propiamente definido, es la ideología que intenta defender la libertad a la vez que ignora o niega los fundamentos morales y filosóficos de los que la libertad depende. Ese no tuvo por qué ser el significado de la palabra, pero es de hecho el significado de la palabra debido a las ideas y a las acciones de quienes le han dado forma al libertarianismo a lo largo de décadas. El capitalismo radical, por el contrario, es la ideología que pretende defender la libertad mediante la identificación y la defensa de los fundamentos morales y filosóficos de los cuales depende. Si queremos defender la libertad, debemos llamar a las cosas por su nombre, y debemos respetuosamente indicarles a quienes reconocen y mantienen las bases filosóficas objetivas de la libertad, pero insisten en ser llamados libertarios, que están equivocados y perjudicándose al hacerlo. 30
Una cosa es reconocer la necesidad de tener una base filosófica objetiva en defensa de la libertad, aunque uno puede no estar seguro o incluso no estar de acuerdo en cuanto a los detalles de esa base; y otra cosa es negar la necesidad de tener una base. Si los defensores de la libertad reconocen la necesidad pero no están de acuerdo sobre la naturaleza de la base, adelante, tengamos esa conversación. Esa es exactamente la conversación que necesitamos tener. Pero no empaquetemos a quienes reconocen esa necesidad con quienes la niegan, tratándolos como si fuesen esencialmente los mismos. No lo son. El capitalismo radical es una cosa; el libertarianismo es otra.
Nada de esto significa que capitalistas radicales y libertarios nunca deban participar o colaborar entre ellos. Puede ser perfectamente una cuestión de principio el que los capitalistas radicales trabajen con libertarios, siempre que al hacerlo no difuminen las diferencias entre las respectivas ideologías. Si el objetivo de una concesión es moralmente legítimo – digamos, educar a los libertarios sobre la necesidad de la filosofía en defensa de la libertad, o animar a la gente a pedirles a sus representantes políticos que apoyen la derogación de leyes que violan derechos, o cosas parecidas – y si los capitalistas radicales no hacen ninguna concesión en cuanto a que la filosofía no es necesaria para defender la libertad, entonces dialogar con libertarios puede ser perfectamente razonable. (He participado varias veces en eventos organizados por Estudiantes por la Libertad, en los que he discutido la necesidad de una defensa moral y filosófica de la libertad, y seguiré hablando con los libertarios que estén dispuestos a considerar estas ideas.)
Estamos enzarzados en una lucha crucial por la libertad: la libertad de vivir nuestras propias vidas y buscar nuestra propia felicidad, de acuerdo con nuestro propio juicio. Nuestros enemigos – con sus filosofías ardientes – tienen como objetivo acabar con la libertad. Algunos quieren directamente acabar con nosotros. Pero esta no es una batalla para gente que se niega a discutir de filosofía. Es una batalla para gente que insiste en hablar de ella.
Abraza la filosofía. Discute la filosofía. Conviértete en un radical por el capitalismo.
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Publicado originalmente en The Objective Standard
Traducido, editado y publicado por Objetivismo.org con autorización expresa de The Objective Standard. Derechos reservados. Las notas de pie de página (abajo) conservan la versión original en inglés.
Nota original sobre derechos de autor: This article is protected by copyright law. Permission is hereby granted to excerpt up to 600 words, providing that the excerpt is accompanied by proper credit to the author and a link to the full article at the website of TOS. For permission to reproduce longer excerpts, contact the editor at editor@theobjectivestandard.com
N. del T. : Añadimos aquí enlaces a dos podcasts importantes (en inglés) relacionados con el tema del Libertarianismo. El primero es una discusión entre Leonard Peikoff y Yaron Brook; el segundo es una continuación de Yaron Brook aclarando el vocablo “capitalismo”.

Libertarianismo contra Capitalismo Radical

Libertarianismo contra Capitalismo Radical

libertarianismo libertad llora 
El libertarianismo, escribe David Boaz, “es la noción que cada persona tiene derecho a vivir su vida de la forma que ella decida, siempre y cuando respete ese mismo derecho en otros”.
“Los libertarios defienden el derecho de cada persona a la vida, la libertad y la propiedad, derechos que todas las personas poseen de forma natural, antes de que los gobiernos fueran creados. Desde el punto de vista libertario, todas las relaciones humanas deben ser voluntarias; las únicas acciones que deben estar prohibidas por ley son aquellas que implican el inicio de la fuerza contra quienes no han usado la fuerza, acciones como asesinato, violación, robo, secuestro y fraude”. 1
Dada esa descripción del libertarianismo, me preguntan a menudo: ¿Qué hay de malo en eso? ¿Cómo puede cualquier amante de la libertad oponerse a eso?
Son buenas preguntas. Para responderlas, procedamos a considerar, en el espíritu de Frédéric Bastiat, no sólo lo que se ve, sino también lo que no se ve.
¿Qué es lo que no se ve aquí?
Los elementos cruciales que no se ven son las posiciones libertarias sobre la procedencia de los derechos, cómo lo sabemos, y si respuestas objetivas y demostrablemente verdaderas a esas preguntas son necesarias, o incluso posibles, cuando tratamos de defender la libertad. ¿Cuáles es la posición libertaria sobre esas cuestiones?

Libertad es incompatible con Democracia

Libertad es incompatible con Democracia

 
“La democracia – el sistema que le confiere poderes ilimitados a la mayoría – es lo opuesto a la libertad. La democracia se basa en la primacía del grupo. El principio supremo de ese sistema es que la voluntad – los deseos – del colectivo son el criterio correcto en todo lo relacionado con temas políticos; por lo tanto, la mayoría puede arrogarse para sí misma el poder de explotar y tiranizar a otros.”
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El 11 de septiembre de 2001 fue sin duda uno de los días más horribles de la historia. Ahora, más de once años después, esa declaración de guerra continúa sin respuesta por parte del país atacado, y el agresor continúa creciéndose como muestra el simbolismo de la famosa mezquita cerca de la “Zona Cero” en New York, o más recientemente la pusilánime reacción del gobierno americano a los asesinatos islámicos con la excusa de films y videos “insultantes”.


Pero los hechos siguen estando a la vista de todos, y la interpretación correcta de esos hechos a nivel histórico está plasmada en el libro: “Winning the Unwinnable War: America´s Self-Crippled Response to Islamic Totalitarianism” (“Ganando una Guerra Imposible de Ganar: La Respuesta Malograda de Estados Unidos al Totalitarismo Islámico”), que es un conjunto de 7 ensayos que muestran quién es el enemigo de Estados Unidos y de Occidente, cómo hay que combatirlo, y por qué la moralidad altruista es lo que está impidiendo el triunfo.
Entre otras cosas, el libro explica por qué la estrategia correcta – atacar y destruir al enemigo, como USA hizo contra la Alemania Nazi y el imperialismo japonés en la Segunda Guerra Mundial – ha sido sustituida por la estrategia de “establecer la democracia en los países del Medio Oriente”, y cómo eso ha llevado a una solidificación del poder en regímenes cada vez más totalitarios y agresivos.
Y, hablando de democracia, en un cierto momento el libro hace un análisis que puede sorprender e incluso abirles los ojos a muchos: La libertad es esencialmente incompatible con la democracia:
Aunque la estrategia de Bush fue llamada la “estrategia hacia la libertad”, ese título es un perverso fraude. La estrategia no tenía nada que ver con libertad política. Un título apropiado podría haber sido la “estrategia hacia la democracia” – para el gobierno sin límites de la mayoría – que es lo que realmente pretendía. Hay una profunda – y reveladora – diferencia entre defender la libertad y defender la democracia.
En el caos intelectual de hoy, estos dos términos se consideran equivalentes; de hecho, sin embargo, son opuestos. La libertad es esencialmente incompatible con la democracia. Libertad política significa la ausencia de coerción física. La libertad se basa en la idea del Individualismo: el principio que cada hombre es un ser independiente y soberano; que no es un fragmento intercambiable de la tribu; que su vida, su libertad y sus posesiones son suyas por derecho moral, no por permiso de ningún grupo. La libertad es un profundo valor porque para poder producir alimentos, cultivar la tierra, ganarse la vida, construir coches, hacer cirugía – para poder vivir – el hombre tiene que pensar y actuar usando el juicio de su propia mente racional. Para que puede hacer eso, hay que dejarlo solo; dejarlo solo significa que ni el gobierno ni otros hombres pueden iniciar la fuerza física contra él.
Dado que la libertad es necesaria para que el hombre viva, el gobierno correcto es aquel que protege la libertad de los individuos. Lo hace reconociendo y protegiendo sus derechos a la vida, la libertad, la propiedad, y la busca de la felicidad. Debe identificar y castigar a aquellos que violan los derechos de sus ciudadanos, sean criminales nacionales o agresores extranjeros. Por encima de todo, el propio poder del gobierno ha de ser delimitado de forma muy estricta y precisa, para que ni el gobierno ni ninguna turba que quiera conseguir poder estatal pueda abrogar la libertad de los ciudadanos. Este tipo de gobierno convierte la libertad individual en intocable, poniéndola fuera del alcance de cualquier multitud o grupo con ansias de poder. La vida de cada hombre sigue siendo suya, y él tiene la libertad de vivirla (mientras respeta de forma recíproca la libertad de los otros a hacer lo mismo). Este es el sistema que los Padres Fundadores crearon en América: Es una república delimitada por la Constitución de los Estados Unidos y por la Declaración de Derechos. No es una democracia.
Los Fundadores se dieron cuenta de que una democracia – el sistema que le confiere poderes ilimitados a la mayoría – es lo opuesto a la libertad. La democracia descansa en la primacía del grupo. El principio supremo de ese sistema es que la voluntad – los deseos – del colectivo son el criterio en cuanto a asuntos políticos; por lo tanto, la mayoría puede arrogarse para sí misma el poder de explotar y tiranizar a otros. Si tu pandilla es lo suficientemente grande, puedes salirte con la tuya en lo que quieras. James Madison observó que en un sistema de gobierno ilimitado de la mayoría…
… no hay nada que frene la tentación de sacrificar al grupo más débil o a un individuo indeseable. Por eso tales democracias siempre han sido un espectáculo de turbulencia y contención, siempre han mostrado ser incompatibles con la seguridad personal o los derechos de propiedad, y en general han tenido una vida corta y una muerte violenta.
Democracia es la tiranía de la turba.
Según eso, la estructura constitucional de los Estados Unidos prohibe que la mayoría infrinja, por votación, los derechos de cualquiera. Está diseñada para evitar que la turba vote para ejecutar a Sócrates, que enseñaba ideas no-ortodoxas. Está diseñada para evitar que la mayoría elija democráticamente a dictadores como Hitler o Robert Mugabe, que expropian y oprimen a un grupo específico (como los judíos en Alemania o los granjeros blancos en Zimbabwe), y destruyen las vidas de todos. Al delimitar el poder que se le permite ejercer al gobierno, aunque una mayoría exija el ejercicio de ese poder, la Constitución de los Estados Unidos sirve para salvaguardar la libertad de los individuos.
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(Del libro: “Ganando una Guerra Imposible de Ganar: La Respuesta Malograda de Estados Unidos al Totalitarismo Islámico

Libertad es incompatible con Democracia

Libertad es incompatible con Democracia

 
“La democracia – el sistema que le confiere poderes ilimitados a la mayoría – es lo opuesto a la libertad. La democracia se basa en la primacía del grupo. El principio supremo de ese sistema es que la voluntad – los deseos – del colectivo son el criterio correcto en todo lo relacionado con temas políticos; por lo tanto, la mayoría puede arrogarse para sí misma el poder de explotar y tiranizar a otros.”
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El 11 de septiembre de 2001 fue sin duda uno de los días más horribles de la historia. Ahora, más de once años después, esa declaración de guerra continúa sin respuesta por parte del país atacado, y el agresor continúa creciéndose como muestra el simbolismo de la famosa mezquita cerca de la “Zona Cero” en New York, o más recientemente la pusilánime reacción del gobierno americano a los asesinatos islámicos con la excusa de films y videos “insultantes”.

La Moralidad termina donde empieza una Pistola

La Moralidad termina donde empieza una Pistola

 
Sin Libertad no Existe Moralidad en Política
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Quien pretenda hablar de moralidad en asuntos públicos sin hacer referencia al principio de los derechos individuales está perpetrando un fraude monstruoso. . . .
Es curioso que les haya llevado tanto tiempo – hasta ahora, cuando están cada vez más desesperados – a los proponentes del plan de asistencia sanitaria del presidente Obama, para empezar a hacer argumentos a su favor desde una perspectiva moral. El blogger del Washington Post Susan Jacoby, por ejemplo, recientemente abrió un debate sobre el tema, preguntando: “¿Por qué les ha resultado tan difícil a los defensores de la reforma, incluido el presidente Obama, el transmitirle al público la naturaleza profundamente moral de este asunto?”


Esa es una pregunta interesante, ¿no? Con todas sus fanfarronadas sobre cómo las compañías de seguros son “malvadas” y los que se oponen a un plan de salud dirigido por el gobierno son “profetas del mal”, parece que la izquierda no está tan segura, después de todo, de estar en el terreno moral correcto.
Y es porque la izquierda de hecho se niega a aplicar la moralidad al debate sobre la asistencia sanitaria.
El pequeño debate que comenzó en el blog del Washington Post es instructivo, porque está generando una gran cantidad de argumentos “morales” a favor del plan de salud del gobierno que son similares a una respuesta que obtuve a uno de mis ensayos en RealClearPolitics. Al explicar por qué las propuestas de Obama destruirían el seguro de salud, yo escribí que “Las compañías de seguros se niegan a cubrir condiciones pre-existentes por la misma razón que tú no puedes asegurar tu coche después de tener un accidente. El seguro es una forma de financiación para lo inesperado y lo imprevisible. No es un mecanismo para forzarle a alguien a pagar los gastos en los que ya has incurrido”.
Y esta es la respuesta que tuve:
<< Eso es un disparate. ¿Cómo puedes comparar un coche con un ser humano y sus necesidades en el tratamiento de enfermedades? Creo que esto muestra una falta total de compasión. Yo podría citar algunos de los miembros más productivos y brillantes de la sociedad que tienen condiciones pre-existentes y que nunca podrían pagar si no tuvieran seguro de salud. ¿Eres realmente tan frío e indiferente, o simplemente estás loco? Creo que tu comentario es despreciable.>>
Observad que nada de esto refuta mi punto básico sobre la naturaleza del seguro. Por el contrario, declara que ese punto – y cualquier otro argumento – es irrelevante. La gente tiene necesidades, necesidades muy importantes – y por lo tanto es monstruoso perder tiempo debatiendo cómo vamos a pagar por el cuidado que necesitan, o qué principios económicos y jurídicos podrían limitar nuestras acciones. Simplemente debemos salir y obligarle a alguien a que satisfaga esas necesidades.
La perspectiva básica es: cuando se trata de necesidades realmente importantes, de asuntos de vida o muerte, al infierno con el pensamiento y con la lógica. Lo que significa: al infierno con los principios. Eso es amoralidad disfrazada de apariencia moral.
La respuesta más profunda a esta perspectiva del papel de la moralidad fue ofrecida por la filósofa pro-capitalista Ayn Rand, cuando escribió que “Fuerza y mente son opuestos: la moralidad termina donde empieza una pistola”.
Observad la conexión que Ayn Rand establece entre moralidad y pensamiento. Los aparentadores morales de izquierdas apelan a los sentimientos – los sentimientos benevolentes de compasión, que son fachadas cubriendo sentimientos menos presentables, como envidia y resentimiento – y consideran la intrusión de la razón y la lógica, de la economía y la legalidad, algo frío, cruel, despreciable. Pero hacer lo que te apetezca, simplemente porque te apetece – exigir lo que necesites, porque lo necesitas – es lo contrario de moralidad. La moralidad requiere la subordinación de tus anhelos momentáneos a principios básicos y a considerar las consecuencias a largo plazo.
El considerar las consecuencias a largo plazo significa mucho más que enfocarse en temas específicos, como el de si una ley que asegure a los que tienen condiciones preexistentes, junto con un montón de otras nuevas regulaciones, hará subir el costo del seguro de salud y la hará inaccesible, que es lo que pasará. Y también va más allá de las cuestiones jurídicas, como la de si es lícito poner un impuesto sobre primas de seguros de las cuales se eximen ciertos grupos favorecidos.
El pensamiento moral serio sobre la política pública requiere, en primer lugar, una consideración de lo que ocurre cuando reemplazamos la persuasión con la coerción como guía principal en los asuntos humanos. Requiere que empecemos por comprender el papel que tienen la libertad y los derechos individuales en hacer que una sociedad civilizada siga siendo civilizada.
El principio moral básico que limita las acciones del gobierno es el hecho de que las vidas de otras personas y sus medios de supervivencia no son tuyos para que puedas disponer de ellos. Si quieres que otra persona te proporcione un bien o un servicio, tienes que estar dispuesto a ofrecerle algo de valor a cambio, en un intercambio voluntario. Y si no puedes permitirte el lujo de pagar por lo que necesitas, entonces tienes que pedirlo educadamente por caridad, sabiendo que la otra persona tiene el derecho a negarse. Él tiene ese derecho porque su tiempo y su dinero son suyos.
El actuar de otra manera – y actuar de otra manera es la esencia del argumento a favor de una mayor intrusión del gobierno – es convertir a una sociedad civilizada en una guerra salvaje de todos contra todos. Cuando el principio básico del control del gobierno se expresa en términos individuales – yo necesito algo, así que voy a utilizar la fuerza para quitártelo – suena como lo que es: un acto criminal. Así que la mayoría de la gente trata de disfrazarlo expresándolo en términos colectivistas. “Nosotros, como pueblo, decidimos qué beneficios sociales serán provistos, qué impuestos la gente tendrá que pagar, y en qué términos las compañías de seguros serán permitidas a operar”. Pero esto es aún peor. Lo que esto significa es: el grupo tiene el derecho a disponer de la vida, la libertad y la propiedad del individuo. Eso también es un acto criminal. El sacrificio del individuo al colectivo es la atrocidad básica cometida por algunos de los peores regímenes criminales de la historia.
Este es el completo significado de la máxima de Ayn Rand de que “la moralidad termina donde empieza una pistola”. La preocupación por moralidad en política tiene que empezar con la decisión de renunciar al uso de la fuerza para disponer de la vida y el esfuerzo de los demás. De lo contrario, todo lo que tenemos es una versión extendida por toda la sociedad de rompe-y-agarra, y el único debate es sobre quién se lleva el botín y quién acaba siendo la víctima. Que es precisamente de lo que tratan todas las polémicas actuales en el Senado.
Susan Jacoby abrió su debate diciendo que “Yo sinceramente no entiendo por qué la persona común … parece en gran medida indiferente a la dimensión moral de este asunto”. Tal vez sea porque, como el surgimiento de los Tea Parties ha demostrado, muchos de nosotros estamos motivados por una cuestión moral de la que Jacoby ni siquiera parece darse cuenta. Tal vez la idea de la “persona común” de una “dimensión moral” incluya los principios de los derechos individuales y la libertad – y el temor a que el rechazo de la izquierda de esos principios destruya todas las limitaciones al poder del Estado.
Tratándose de moralidad en política, la idea más válida sigue siendo la radical visión moral de los Padres Fundadores: la subordinación del gobierno al principio de los derechos individuales. Quien pretenda hablar de moralidad en asuntos públicos sin hacer referencia a ese principio está perpetrando un fraude monstruoso.
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Por Robert Tracinski.

La Moralidad termina donde empieza una Pistola

La Moralidad termina donde empieza una Pistola

 
Sin Libertad no Existe Moralidad en Política
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Quien pretenda hablar de moralidad en asuntos públicos sin hacer referencia al principio de los derechos individuales está perpetrando un fraude monstruoso. . . .
Es curioso que les haya llevado tanto tiempo – hasta ahora, cuando están cada vez más desesperados – a los proponentes del plan de asistencia sanitaria del presidente Obama, para empezar a hacer argumentos a su favor desde una perspectiva moral. El blogger del Washington Post Susan Jacoby, por ejemplo, recientemente abrió un debate sobre el tema, preguntando: “¿Por qué les ha resultado tan difícil a los defensores de la reforma, incluido el presidente Obama, el transmitirle al público la naturaleza profundamente moral de este asunto?”

Socialismo


socialismo 
El socialismo es la doctrina de que el hombre no tiene derecho a existir por derecho propio; que su vida y su trabajo no le pertenecen a él, sino a la sociedad; que la única justificación de su existencia es su servicio a la sociedad; y que la sociedad puede disponer de él como le plazca, en aras de lo que considere ser el propio bien colectivo y tribal de ella.
La característica esencial del socialismo es la negación del derecho de propiedad individual; bajo el socialismo, el derecho a la propiedad (que es el derecho de uso y disposición) recae en la “sociedad como un todo”, es decir, en el colectivo, siendo la producción y la distribución controladas por el Estado, es decir, por el gobierno.


El socialismo puede ser establecido por la fuerza, como en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, o por votación, como en la Alemania Nazi (Nacional-Socialista). El grado de socialización puede ser total, como en Rusia, o parcial, como en Inglaterra. En teoría, las diferencias son superficiales; en la práctica, son sólo una cuestión de tiempo. El principio básico, en todos los casos, es el mismo.
Los supuestos objetivos del socialismo eran: la abolición de la pobreza, el logro de la prosperidad general, el progreso, la paz y la fraternidad humanas. Los resultados han sido un terrible fracaso: terrible, claro está, si la motivación de uno es el bienestar de los hombres.
En lugar de prosperidad, el socialismo trajo consigo parálisis económica y/o el colapso de todos los países que lo probaron. Cuanto mayor la socialización, mayor el desastre. Las consecuencias variaron de acuerdo con eso.
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No hay ninguna diferencia entre los principios, las políticas y los resultados prácticos del socialismo – y los de cualquier tiranía histórica o prehistórica. El socialismo es simplemente una monarquía democrática absoluta, o sea, un sistema de absolutismo sin líder fijo, abierto a que el poder sea asumido por cualquiera, sea un burócrata sin escrúpulos, un oportunista, un aventurero, un demagogo o un matón.
Cuando pienses en el socialismo, no te dejes engañar sobre su naturaleza. Recuerda que no existe tal dicotomía como la de “derechos humanos” contra “derechos de propiedad”. Ningún derecho humano puede existir sin derechos de propiedad. Dado que los bienes materiales son producidos por la mente y el esfuerzo de individuos específicos, y que son necesarios para sostener sus vidas, si el que produce no es dueño del resultado de su esfuerzo, no es dueño de su vida. Negar los derechos de propiedad significa convertir a los hombres en una propiedad de la que el dueño es el Estado. Quien proclama el “derecho” a “redistribuir” la riqueza producida por otros, está proclamando el “derecho” a tratar a seres humanos como esclavos.
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Cuando uno observa la pesadilla de los desesperados esfuerzos hechos por cientos de miles de personas que luchan por escapar de los países socializados de Europa, por escapar saltando alambradas y bajo el fuego de una ametralladora. . . ya no es posible creer que el socialismo, en ninguna de sus formas, está motivado por la benevolencia y el deseo de lograr el bienestar de los hombres.
Ningún hombre de auténtica benevolencia podría evadir o ignorar un horror tan enorme y en tan gran escala.
El socialismo no es un movimiento del pueblo. Es un movimiento de intelectuales, iniciado, dirigido y controlado por intelectuales, sacado por ellos de sus torres de marfil y llevado a esos sangrientos campos en la práctica donde se unen con sus aliados y ejecutores: los matones.
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Los socialistas tenían una cierta lógica de su lado: si el sacrificio colectivo de todos a todos es el ideal moral, entonces lo que quisieron fue establecer ese ideal en la práctica, aquí y en este planeta. Los argumentos de que el socialismo ni iba a funcionar ni podría funcionar no les detuvieron: el altruismo tampoco funcionó nunca, y eso no hizo que los hombres parasen y lo cuestionasen. Sólo la razón puede hacer esas preguntas, y la razón, les habían dicho en todas partes, no tiene nada que ver con la moralidad, la moralidad está fuera de la esfera de la razón, ninguna moralidad racional puede ser definida jamás.
Las falacias y contradicciones en las teorías económicas del socialismo han sido reveladas y refutadas repetidamente, tanto en el siglo XIX como en la actualidad. Esto ni paró a nadie ni parará a nadie hoy: no es una cuestión de economía, sino de moralidad. Los intelectuales y los así llamados idealistas estaban decididos a hacer que el socialismo funcionase. ¿De qué manera? Por el método mágico de todos los irracionalistas: de alguna manera.
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“No hay diferencia entre comunismo y socialismo, excepto en la manera de conseguir el mismo objetivo final. El comunismo propone esclavizar al hombre mediante la fuerza; el socialismo, mediante el voto. Es la misma diferencia que hay entre asesinato y suicidio”.
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Tanto el “socialismo” como el “fascismo” tienen que ver con la cuestión de los derechos de propiedad. El derecho de propiedad es el derecho de uso y disposición. Observa la diferencia entre esas dos teorías: el socialismo niega por completo los derechos de propiedad privada, y aboga por que se le ceda “la propiedad y el control” a la comunidad como un todo, es decir, al Estado; el fascismo deja la propiedad en manos de individuos particulares, pero transfiere el control de la propiedad al gobierno.
Ser dueño de algo sin tener control de ello es una contradicción: es “propiedad” sin el derecho de usarla o disponer de ella. Significa que los ciudadanos siguen con la responsabilidad de mantener la propiedad, sin ninguna de sus ventajas, mientras que el gobierno adquiere todas las ventajas, sin ninguna responsabilidad.
En este sentido, el socialismo es la más honesta de las dos teorías. Digo “más honesta”, y no “mejor”, porque en la práctica no hay diferencia entre ellos: ambos provienen del mismo principio colectivista-estatista, ambos niegan los derechos individuales y subordinan el individuo al colectivo, ambos otorgan la supervivencia y las vidas de los ciudadanos al poder de un gobierno omnipotente; y las diferencias entre ellos son sólo una cuestión de tiempo, de grado, y de detalles superficiales, como la elección de lemas a través de los cuales los gobernantes engañan a sus esclavizados súbditos.
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Los nazis defendieron sus políticas y el país no se rebeló; aceptó el argumento nazi. Los individuos egoístas puede que sean infelices, dijeron los nazis, pero lo que hemos implantado en Alemania es el sistema ideal, el socialismo. De la forma que los nazis lo usaban, ese vocablo no está restringido a una teoría en economía; ha de ser entendido en un sentido fundamental. “Socialismo” para los nazis denota el principio de colectivismo como tal, y de su corolario, el estatismo, en cada esfera de acción humana, incluyendo a la economía pero no sólo a ella.
“Ser socialista”, dijo Goebbels, “es subordinar el yo al tú; socialismo es sacrificar el individuo a la comunidad”.
Según esta definición, los nazis practicaron lo que predicaban. Lo practicaron en su país y luego en el extranjero. Nadie puede decir que no sacrificaron suficientes individuos.

Socialismo


socialismo 
El socialismo es la doctrina de que el hombre no tiene derecho a existir por derecho propio; que su vida y su trabajo no le pertenecen a él, sino a la sociedad; que la única justificación de su existencia es su servicio a la sociedad; y que la sociedad puede disponer de él como le plazca, en aras de lo que considere ser el propio bien colectivo y tribal de ella.
La característica esencial del socialismo es la negación del derecho de propiedad individual; bajo el socialismo, el derecho a la propiedad (que es el derecho de uso y disposición) recae en la “sociedad como un todo”, es decir, en el colectivo, siendo la producción y la distribución controladas por el Estado, es decir, por el gobierno.

Wednesday, August 3, 2016

Separación de Estado y Economia

 
La justificación definitiva para separar iglesia y estado es la necesidad que todos tenemos de llegar a nuestras propias conclusiones de forma individual, y actuar en consecuencia, independientemente de lo que diga cualquier religión. Esta necesidad de libertad intelectual se aplica de manera más amplia a todo pensamiento y acción, incluyendo nuestras vidas económicas: la producción, el comercio, y el consumo de la riqueza.
Como Ayn Rand identificó, la mente racional liberada es nuestro instrumento fundamental para la creación de los productos y servicios de la vida requiere. Los hombres han conseguido trasplantes de corazón, microprocesadores y rascacielos sólo en la medida en que sus mentes fueron dejadas libres de coacción por parte de los criminales y del gobierno.


Una sociedad adecuada respeta la separación total del Estado y la Economía. Los individuos pueden realizar cualquier acuerdo económico voluntario que quieran, independientemente de lo cuestionable que sea.
Por ejemplo, las personas pueden fundar una red de empresas de asistencia médica que sean completamente libres y con ánimo de lucro, o pueden fundar una red socializada con un único asegurador. Pero la participación debe ser voluntaria; ellos no tienen derecho a imponer sus ideas sobre médicos y pacientes. En la medida en que la toma de decisiones económicas se libera de esta forma – sea en el área de la salud, las finanzas, o la informática – el resultado es el descubrimiento y la difusión de las mejores ideas, y un nivel de vida cada vez mejor.
Preguntas y Respuestas con Ayn Rand
¿Qué es el capitalismo?
Cuando digo “capitalismo”, estoy hablando de un capitalismo total, puro, no controlado, no regulado, un capitalismo laissez-faire – con total separación de Estado y Economía, de la misma manera y por las mismas razones que existe la separación de Estado e Iglesia.
¿Qué es una economía mixta?
Una economía mixta es una mezcla de libertad y controles, sin principios, ni reglas, ni teorías que definan la una o los otros. Dado que la implementación de controles exige y conduce a controles adicionales, es una mezcla inestable y explosiva que, en última instancia, tiene que acabar o derogando los controles o en el colapso de una dictadura. Una economía mixta no tiene principios que definan sus políticas, sus objetivos, sus leyes, ni principios que limiten el poder de su gobierno. El único principio de una economía mixta – que, forzosamente, ha de permanecer sin nombrar y sin reconocer – es que ningún interés de nadie está seguro, que los intereses de cada individuo están expuestos en subasta pública, y todo vale para cualquiera que pueda salirse con la suya. Tal sistema – o, más exactamente, anti-sistema – divide a un país en un número cada vez mayor de grupo enemigos, grupos económicos luchando entre sí por su auto-preservación, en una mezcla indeterminada de defensa y ataque, como la naturaleza de esa ley de la selva exige. Mientras que, políticamente, una economía mixta mantiene la fachada de una sociedad organizada con una apariencia de ley y orden, económicamente es el equivalente al caos que rigió a China durante siglos: un caos de pandillas de ladrones saqueando – y drenando – los elementos productivos del país.
Una economía mixta consiste en el gobierno de los grupos de presión. Es una guerra civil amoral e institucionalizada de grupos de intereses especiales y de influenciadores, todos luchando por agarrar un control momentáneo de la maquinaria legislativa para extorsionar algún privilegio especial a expensas uno del otro, a través de un acto de gobierno – o sea, por la fuerza. Cuando faltan los derechos individuales, cuando faltan todos los principios morales o jurídicos, la única esperanza que tiene una economía mixta de preservar su precaria apariencia de orden, de contener a los grupos salvajes de rapiña desesperada que ella ha creado, y de evitar que el saqueo legalizado se convierta en un saqueo ilegal, cotidiano, de todos contra todos – es hacer concesiones, concesiones de todo tipo y en todos los ámbitos – material, espiritual, intelectual – para que ningún grupo se salte la línea de exigir demasiadas cosas y derrube toda esa podrida estructura. Para que el juego pueda continuar, no se puede permitir que nada se mantenga firme, sólido, absoluto, intocable; todo (y todo el mundo) tiene que ser fluido, flexible, indeterminado, aproximado. ¿Cuál es el criterio que ha de guiar las acciones de cada uno? La conveniencia de cada momento inmediato.
El único peligro para una economía mixta es cualquier valor, virtud o idea que no admita concesiones. La única amenaza es cualquier persona, grupo o pensamiento intransigente. El único enemigo es la integridad.
¿Existe un argumento válido para una intervención limitada del gobierno?
No puede haber concesiones entre libertad y controles gubernamentales; el aceptar “sólo unos cuantos controles” es renunciar al principio de los derechos inalienables del individuo y sustituirlo por el principio del poder ilimitado y arbitrario del gobierno, de esa forma poniéndose uno mismo en una situación de esclavitud progresiva. Como ejemplo de este proceso, obsérvese la política nacional actual de los Estados Unidos .
Si se hiciera un detallado estudio de los hechos de todos los casos en la historia de la industria americana que han sido utilizados por los estatistas para acusar a la libre empresa y como un argumento en favor de una economía controlada por el gobierno, descubriríamos que las acciones por las que se culpa a los hombres de negocios fueron causadas, impuestas y hechas posibles sólo por la intervención del gobierno en los negocios. Los males que normalmente se les atribuye a los grandes industriales, no fueron el resultado de una industria no regulada, sino del poder del gobierno sobre la industria. El malo de la historia no fue el hombre de negocios, sino el legislador; no fue la libre empresa, sino los controles del gobierno.
En vista de lo que escuchan de los expertos, la gente no puede ser culpada por su ignorancia y su confusión indefensa. Si una ama de casa normal, lidiando con su presupuesto que es incomprensiblemente cada vez menor, ve a un magnate en un limousine resplandeciente, ella bien podría pensar que uno solo de sus gemelos de diamantes resolvería todos sus problemas. Ella no tiene manera de saber que aunque se expropiaran todos los lujos personales de todos los magnates, eso no alimentaría a su familia – ni a millones de otras familias parecidas – durante una semana; y que todo el país se moriría de hambre en la primera mañana de la semana siguiente.  . . . ¿Cómo podría ella saberlo, si todas las voces que escucha le están diciendo que tenemos que quitarles el dinero a los ricos?
Nadie le dice que el aumento de la carga fiscal que se les impone a los ricos (y la sea los medio ricos) no va a salir de sus gastos de consumo, sino de su capital de inversión (es decir, de sus ahorros); que tales impuestos significarán menos inversión, es decir, menos producción, menos puestos de trabajo, precios más altos para mercancías cada vez más escasas; y que para cuando los ricos tengan que reducir su nivel de vida, el nivel de vida de ella habrá desaparecido, junto con sus ahorros y el trabajo de su marido – y que no hay ningún poder en el mundo (ningún poder económico) capaz de revitalizar a las industrias muertas (ya no existirá más tal poder).
¿Es posible tener una economía mixta sin corrupción?
Si el parasitismo, el favoritismo, la corrupción y la avaricia por lo inmerecido no existiesen, una economía mixta crearía su existencia.
Dado que no hay justificación racional para el sacrificio de unos hombres a otros, no hay ningún criterio objetivo por el que tal sacrificio pueda ser guiado en la práctica. Toda la legislación de “interés público” (y cualquier distribución de dinero arrancado por la fuerza a algunos hombres para el beneficio inmerecido de otros) se reduce en última instancia, a concederles un poder indefinido, indefinible, no objetivo y arbitrario a algunos funcionarios del gobierno.
El peor aspecto de esto no es que ese poder pueda ser usado deshonestamente, sino que no puede ser usado honestamente.
En una economía controlada (o mixta), el trabajo de un legislador consiste en sacrificar a unos hombres a otros. No importa qué decisión tome, ninguna decisión de este tipo puede ser justificada moralmente (y nunca lo ha sido). Partiendo de una base de inmoral, ninguna decisión suya puede ser honesta o deshonesta, justa o injusta – esos conceptos no son aplicables. Él se convierte, por lo tanto, en un blanco fácil para los apremios de cualquier grupo de presión, cualquier lobista, cualquier buscador de influencias, cualquier manipulador – él no tiene criterios con los que juzgarlos o resistirse a ellos. Tú no sabes qué poderes ocultos lo manejan o lo que él está haciendo. Y él tampoco.
Cada interferencia del gobierno en la economía consiste en darle un beneficio inmerecido, arrancado por la fuerza, a algunos hombres a expensas de otros. ¿Por qué norma de justicia ha de guiarse un gobierno consensual? Por el tamaño de la pandilla de la víctima.
¿Qué principios rigen la interacción humana en el libre mercado?
En una economía libre, donde ningún hombre o grupo de hombres puede usar la coerción física contra otra persona, el poder económico sólo puede lograrse a través de actos voluntarios: la elección voluntaria y el acuerdo de todos los que participan en el proceso de producción y comercio. En un mercado libre, todos los precios, salarios y beneficios están determinados – no por el capricho arbitrario de los ricos o de los pobres, ni por la “codicia” de nadie ni por la necesidad de nadie – sino por la ley de la oferta y la demanda. El mecanismo de un mercado libre refleja y resume todas las elecciones económicas y las decisiones adoptadas por todos los participantes. Los hombres intercambian sus productos o servicios por consentimiento mutuo en beneficio mutuo, de acuerdo con su propio juicio independiente y sin coacción. Un hombre puede hacerse rico solamente si es capaz de ofrecer mejores valores – mejores productos o servicios a un precio menor – que otros son capaces de ofrecer.
La riqueza, en un mercado libre, se consigue por voto libre, general y “democrático” – por las ventas y las compras de cada individuo que participa en la vida económica del país. Cada vez que compras un producto en vez de otro, estás votando por el éxito de algún fabricante. Y en este tipo de votación, cada hombre vota solamente en aquellas cuestiones en las que él está cualificado para juzgar: en sus propias preferencias, intereses y necesidades. Nadie tiene el poder de decidir por los otros, o de sustituir su juicio por el juicio de los otros; nadie tiene el poder de designarse a sí mismo como “la voz del público” y dejar al público sin voz y sin derechos.
Ahora observad que un mercado libre no rebaja a los hombres al nivel mínimo de algún común denominador – que los criterios intelectuales de la mayoría no rigen un mercado libre o una sociedad libre – y que los hombres excepcionales, los innovadores, los gigantes intelectuales, no están amarrados y anclados por la mayoría. De hecho, son los miembros de esta excepcional minoría los que elevan el conjunto de una sociedad libre al nivel de sus propios logros, mientras ellos continúan subiendo cada vez más.
Un mercado libre es un proceso continuo que no puede ser detenido, un proceso ascendente que exige lo mejor (lo más racional) de cada individuo y le recompensa de acuerdo con ello. Mientras que la mayoría apenas acaba de asimilar el valor del automóvil, la minoría creativa ya ha introducido el avión. La mayoría aprende por demostración, la minoría es libre de demostrar. El valor “filosóficamente objetivo” de un nuevo producto sirve como maestro para los que quieren ejercer su facultad racional, cada uno en la medida de su capacidad. Los que no quieren se quedan sin recompensa, así como aquellos que aspiran a más de lo que su capacidad puede producir. Los estancados, los irracionales y los subjetivistas no tienen el  poder para detener a los que son mejores que ellos. . . .
Los parásitos mentales – los imitadores que intentan adaptarse a lo que ellos creen que es el gusto conocido del público – son constantemente atropellados por los innovadores, cuyos productos elevan el conocimiento y el gusto del público y el gusto a niveles cada vez mayores. Es en este sentido que el mercado libre está regido, no por los consumidores, sino por los productores. Los más exitosos son aquellos que descubren nuevos campos de producción, campos cuya existencia no se conocía antes.
Un producto determinado puede no ser apreciado inmediatamente, sobre todo si se trata de una innovación demasiado radical; pero, si descontamos detalles sin importancia, es el que gana a largo plazo. Es en este sentido que el libre mercado no está regido por los criterios intelectuales de la mayoría, que prevalecen sólo en y para un momento dado; el mercado libre está regido por aquellos que son capaces de ver y un planificar a largo plazo – y cuanto mejor la mente, más largo el plazo.
Todos los males, abusos e iniquidades popularmente atribuidos a los empresarios y al capitalismo, no fueron causados por una economía no regulada o por un mercado libre, sino por la intervención del gobierno en la economía.
El valor económico del trabajo de un hombre está determinado, en un mercado libre, por un único principio: por el consentimiento voluntario de aquellos que están dispuestos a intercambiar con él sus productos o sus trabajos. Este es el significado moral de la ley de la oferta y la demanda.
¿Cómo se financiaría el gobierno en una sociedad libre?
En una sociedad totalmente libre, los impuestos – o, para ser exactos, el pago de los servicios gubernamentales – serían voluntarios. Como puede demostrarse objetivamente que los servicios propios de un gobierno – la policía, las fuerzas armadas y los tribunales de justicia – son necesarios para los ciudadanos individuales y afectan directamente sus intereses, los ciudadanos pagarían (y deberían pagar) por tales servicios, de la misma forma que pagan por un seguro.
La cuestión de cómo implementar el principio de la financiación voluntaria del gobierno – de cómo determinar la mejor manera de aplicarlo en la práctica – es algo muy complejo y pertenece al campo de la filosofía de la ley. La tarea de la filosofía política es sólo establecer la naturaleza del principio y demostrar que es practicable. El escoger un método específico de aplicación es más que prematuro hoy en día – puesto que el principio será practicable sólo en una sociedad totalmente libre, una sociedad cuyo gobierno haya sido reducido constitucionalmente a sus apropiadas funciones básicas.
¿Es posible que una economía mixta pueda implementar de forma inmediata un programa de financiación voluntaria del gobierno?
Así como el aumento de controles, impuestos y “obligaciones del gobierno” en este país no se llevó a cabo de un día para otro – así también el proceso de liberación no puede llevarse a cabo de un día para otro. Un proceso de liberación sería mucho más rápido de lo que fue el proceso de la esclavitud, puesto que los hechos de la realidad serían su aliado. Pero aún así, se requiere un proceso gradual – y cualquier programa de financiación voluntaria del gobierno debe ser considerado como un objetivo para el futuro lejano.
Lo que los defensores de una sociedad plenamente libre tienen que saber, en este momento, es sólo el principio por el cual ese objetivo se puede lograr.
El principio de la financiación voluntaria del gobierno descansa en las siguientes premisas: que el gobierno no es el dueño de los ingresos de los ciudadanos y, por tanto, no puede tener un cheque en blanco en esos ingresos – que la naturaleza de los servicios propios de un gobierno deben ser constitucionalmente definidos y delimitados, no dejándole al gobierno ningún poder para ampliar el alcance de sus servicios a su arbitraria discreción. Consecuentemente, el principio de la financiación voluntaria del gobierno considera al gobierno como el sirviente, no el jefe, de los ciudadanos – como un agente a quien hay que pagarle por sus servicios, no como un benefactor cuyos servicios son gratuitos, alguien que proporciona algo a cambio de nada.