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Thursday, July 7, 2016

La secta más criminal de la historia

La secta más criminal de la historia

Por Horacio Vázquez-Rial
Se ha puesto sobre el tapete la cuestión del comunismo como secta y como responsable de crímenes.
¿Constituyen los comunistas una secta? Para la Real Academia, secta es 1) el "conjunto de seguidores de una parcialidad religiosa o ideológica", o 2) una "doctrina religiosa o ideológica que se independiza de otra", o 3) el "conjunto de creyentes en una doctrina particular o de fieles a una religión que el hablante considera falsa". Atendiendo a la primera acepción, todos los individuos pensantes que toman partido pertenecen a una secta, lo cual es una estupidez. Atendiendo a la segunda, el protestantismo –en todas sus variantes– es una secta, en la medida en que se ha independizado de la Iglesia católica, al igual que las Iglesias griega o rusa, o que el cristianismo copto, lo cual es otra estupidez. En cuanto a la tercera, en ella todo depende de quién se exprese, lo cual es el colmo de la majadería multiculturalista: si yo considero falso el islam, denomino secta –y no religión– a 1.200 millones de personas. 


De modo que el DRAE elude la condición minoritaria de las sectas. Lo que hace que el islam y el catolicismo y el judaísmo y el anglicanismo no sean sectas es su condición mayoritaria u oficial en distintas partes del mundo. Las sectas son hijas de las disidencias, que dejan de ser tales tan pronto como se institucionalizan.
El comunismo, si alguna vez fue secta, dejó de serlo en 1917, con la revolución soviética, que lo convirtió en política de Estado. Tal vez aun antes, al fundarse la Primera Internacional. Se me puede oponer el dato de que, al separar su destino del de la URSS, Trotski, de acuerdo con la segunda acepción del diccionario, creó una secta; pero él no se apartó del comunismo, sino de Stalin. En todo caso, la creación por los trotskistas de la Cuarta Internacional concreta una disidencia pública y extendida del comunismo soviético, pero en modo alguno dejan sus miembros de ser comunistas. Lutero, que no se enfrentó a un Papa en particular –como Trotski a Stalin–, sino al Papado, dejó de ser católico, pero no dejó de ser cristiano. Y al crear una forma del cristianismo que pronto fue mayoritaria en lo que aún no era Alemania pero lo sería, en gran medida gracias a ella, fundó una iglesia, no una secta.
Tenemos un gran vacío historiográfico en este ámbito –proyecto para jóvenes ambiciosos–. Stanley Payne nos enseñó a hablar de los fascismos, en plural, superando la concepción precedente del fascismo o el nazifascismo, producto de la propaganda stalinista, como fenómeno generalizado en Italia, Alemania, España y hasta la América española. ¿Por qué no hemos aprendido aún a hablar de los cristianismos, en plural, ya que no es lo mismo el catolicismo romano que el cristianismo de las iglesias etíope, griega, rusa, luterana, anabaptista, etc.? En parte porque percibimos que Europa es cristiana en diversas formas sin dejar de ser Europa. No obstante, no son pocos los que, pese a entender este dato, siguen siendo renuentes a emplear el término judeocristiano, cuando en su origen el cristianismo fue una secta judía, en la segunda acepción del término: una rama disidente. También deberíamos historiar los comunismos. Que, por cierto, al igual que los fascismos, fueron hijos de las socialdemocracias nacionales europeas.
Los comunismos, por definición, no fueron una secta, ni siquiera un grupo de sectas, sino corrientes dentro de un tejido ideológico de amplio alcance que, por una cuestión de justicia, deberíamos denominar marxiano antes que marxista. Como Lenin no quería dejar de ser marxista, adaptó los datos de la realidad a la doctrina y convirtió a Rusia, sobre el papel, en un país capitalista desarrollado, cosa que no era, para que su revolución cuadrara en la profecía canónica. Profecía que, de hecho, no se cumplió en nación central alguna. Ni siquiera, y frente a lo que pretenden algunos historiadores, estuvo a punto de hacerse realidad en el caldero alemán de 1918-1919: para impedirlo estaban ahí los socialdemócratas, que también se consideraban marxistas, y los sindicatos: el dúo guiado por Ebert que abrió el camino para la revolución nazi de finales de la década de 1930.
Ya en 1920 el marxismo, en tanto que instrumento de análisis político y herramienta para la toma del poder, había fracasado. Lo que no impidió que, a lo largo de todo el siglo XX, se fuera constituyendo en ideología e impregnando el conjunto de las sociedades occidentales. Hasta Hitler tuvo que llamar socialista a su partido para darle carácter. La finada clase obrera, en nombre de la cual hablan aún unos cuantos, no formó parte de ninguna revolución comunista conocida, y sirvió a unos y a otros para barridos y fregados diversos. En general –Rusia, China, Cuba, Vietnam...–, el papel protagónico correspondió al campesinado, que se proletarizó en un proceso de construcción industrial que no era en su inicio capitalista, puesto que el eje de la producción de esos países no fue el mercado hasta pasados muchos años. También el campesinado fue central en la revolución atrasista de Camboya.
El otro asunto es el de la condición criminal de los comunismos. Por supuesto que han sido criminales. Pero ése es un terreno en el que los comunismos se disputan el primer lugar con muchos otros partidos y movimientos a lo largo de la historia. El rey de los belgas Leopoldo II, que era un individuo y no una secta, entre 1900 y 1909 redujo a la mitad la población del Congo, que pasó de veinte millones a diez. Esto es el equivalente a la mitad de las muertes soviéticas a lo largo de setenta años, es decir, descontados los 20 millones de personas que perdieron la vida en la Segunda Guerra Mundial (cien mil sólo en la toma de Berlín, y en Stalingrado un millón de militares y otro de civiles). Lo más grave del caso congolés es que en esos nueve años de expolio no se construyó absolutamente nada: está claro que el monarca no asumió la "carga del hombre blanco".
El periodo soviético significó, sumando las víctimas del régimen y los muertos en guerra, militares –enviados al frente con criterios muy generosos de administración de la carne de cañón– y civiles, 40 millones en una población que en 1991 era de algo más de 290 millones y que debía de ser mucho menor en 1940. ¿Un doce por ciento, tal vez?
El comunismo atrasista de Pol Pot y los jemeres rojos ocasionó millón y medio de desaparecidos, lo que hizo descender la población de más de siete millones a menos de seis, es decir, en alrededor del 20 por ciento, en tres años.
El nazismo asesinó a 11 millones de personas, de las cuales 6 eran judías, en campos de concentración y exterminio. La pérdida demográfica de Alemania fue de entre 6 y 10 millones, sumados civiles y militares, al margen de los campos –en los que perecieron muchos más–. El total de pérdidas humanas de la Segunda Guerra Mundial, que desató la Alemania nazi, fue de 65 millones.
El comunismo está activo desde, al menos, 1848, y hay países comunistas hoy mismo –Cuba, Corea del Norte–, lo que representa una trayectoria histórica de 162 años hasta la fecha y con esperanzas de supervivencia. El nazismo duró veinte años y estuvo sólo doce en el poder, entre 1933 y 1945. Proporcionalmente, las consecuencias del nazismo fueron mucho peores. Lo cual no impide establecer comparaciones entre las respectivas patologías de Hitler y Stalin. Claro que uno de los aspectos más repugnantes del nazismo, el antisemitismo, al que Stalin no era precisamente ajeno, campa por sus respetos en las izquierdas actuales, en el islamismo y en parte de las derechas. Y de los comunismos quedan en Occidente, excepción hecha del museo cubano, flecos de un léxico –en su mayor parte derivado del positivista Engels, tan amante de los términos militares: impuso vanguardia, por ejemplo– y retales mal cosidos a una visión del mundo que hubiera merecido el rechazo tanto de Stalin como de Hitler, nada partidarios, a juzgar por sus hechos, del movimiento gay ni del feminismo.
Todas las revoluciones, empezando por la paradigmática, la francesa de 1789, han sido criminales. Resulta cuando menos curioso que haya sido el comunista avant la lettre Gracus Babeuf, partícipe activo del movimiento, quien primero denunciara los crímenes de aquella revolución (véase El sistema de despoblación de Babeuf, con el magnífico estudio introductorio de María Teresa González Cortés: De la Torre, Madrid, 2008); en concreto el que se podría considerar el primer genocidio de la modernidad, el de los católicos de la Vendée. Es bueno saberlo, aunque también haya que saber que las revoluciones y sus crímenes son tan inevitables como la lluvia o el mar.
Y no vale la pena plantear quién es más criminal, que es lo que le encanta al gobierno de la memoria histórica. Porque si se plantea caemos sin remedio en el asunto de la Guerra Civil y cada uno alzará sus propios números, necesariamente fuera de contexto. La revolución que los marxianos de todo pelaje pretendían hacer en el marco de la guerra costó a la República un número indeterminado de bajas, decisivo para su derrota, dados los enfrentamientos entre prosoviéticos, trotskistas, cenetistas y faieros –tal vez el calificativo de secta fuese adecuado para la FAI–. El fuego amigo fue una constante republicana. A la Inquisición le preocupaban menos los judíos y los musulmanes que los probables falsos conversos, es decir, los católicos de fe dudosa. A los revolucionarios también. Pero ese es tema de otro artículo.

La secta más criminal de la historia

La secta más criminal de la historia

Por Horacio Vázquez-Rial
Se ha puesto sobre el tapete la cuestión del comunismo como secta y como responsable de crímenes.
¿Constituyen los comunistas una secta? Para la Real Academia, secta es 1) el "conjunto de seguidores de una parcialidad religiosa o ideológica", o 2) una "doctrina religiosa o ideológica que se independiza de otra", o 3) el "conjunto de creyentes en una doctrina particular o de fieles a una religión que el hablante considera falsa". Atendiendo a la primera acepción, todos los individuos pensantes que toman partido pertenecen a una secta, lo cual es una estupidez. Atendiendo a la segunda, el protestantismo –en todas sus variantes– es una secta, en la medida en que se ha independizado de la Iglesia católica, al igual que las Iglesias griega o rusa, o que el cristianismo copto, lo cual es otra estupidez. En cuanto a la tercera, en ella todo depende de quién se exprese, lo cual es el colmo de la majadería multiculturalista: si yo considero falso el islam, denomino secta –y no religión– a 1.200 millones de personas. 

Saturday, July 2, 2016

Lecciones del derrumbe populista en América Latina

Lecciones del derrumbe populista en América Latina

Por Washington Abdala
Lo difícil y peculiar del presente latinoamericano es que todos sabemos lo que está mal, pero no siempre acertamos en recorrer el camino correcto. Es que, en la actividad gubernamental, nunca es fácil saber cuál es la fórmula que resultará exitosa, porque depende de variables de diverso calibre y contextos mutantes. Veamos algunos ejemplos que delatan lo complejo que es gobernar acertando con las medidas que se toman.


En algún momento, en Brasil creyeron —casi todos los analistas y los observadores supuestamente imparciales— que el liderazgo de Lula da Silva, con sus metodologías gradualistas en materia de reformas, era el camino acertado para recorrer un tiempo de prosperidad y lograr hasta la aceptación de los Estados Unidos, que veían en ese accionar un ejemplo para la región. Claro, hubo que esperar a saber todo para que aquel ejemplo se transformara en patetismo puro y vergüenza regional. No creo que nadie imaginara la dimensión de la corrupción. O sea, Brasil pasó de ser referencia moral a papelón universal. El Partido de los Trabajadores pagará cara la cleptocracia que incubó en el poder. Por lo pronto, ya cayó una presidente y siguen firmas. Inimaginable para el poderoso integrante del BRIC de hace dos años.
Otro ejemplo. Era muy claro que los zapatistas mexicanos enarbolaban un relato utópico, con ideas imposibles de concretar. Los métodos que argumentaban fueron tan naíf como demenciales, por eso resultaron inaplicables siempre. México fue alienando y la fórmula zapatista, local y parcial, jamás se universalizó, ni fue tenida en cuenta como relevante por ningún integrante de las élites de los gobiernos de turno. Los zapatistas son el pasado y no suministraron pistas para salir de las crisis actuales. Es más, ni las vieron venir en sus dimensiones violentas o económicas.
El eje bolivariano era el otro referente geopolítico que, con Hugo Chávez con vida y liderazgo activo (y petróleo caro), parecía detonar algunas supuestas verdades que luego supimos que eran sólo efectos fantasía, mientras ese país cayó en una decadencia populista, quedó sumido en un poder militar que todos sabemos que terminará rematadamente mal. Por eso, el gesto del secretario general de la Organización de los Estados Americanos (OEA) de quebrar con los protocolos diplomáticos y sacudir las inercias funge como un llamado de atención ante el mundo, como diciendo: "Miren que estoy avisando que va a pasar lo peor, yo advertí". Y por más culebrones con los Estados Unidos, el final siempre será el mismo.
De la Argentina kirchnerista mejor ni abusarse, porque ya sería grosero, con un modelo que tuvo pretensiones progresistas pero que sólo fue distributivo durante un tiempo, luego únicamente endeudó a la sociedad en cifras astronómicas que el actual Gobierno ni se anima a contarle aún a la población para que algunas gentes no infarten. La realidad en Argentina, además, cada día aporta datos imposibles de imaginar hasta para el más creativo guionista de cine de ciencia ficción.
Queda en pie la Bolivia de Evo Morales, que no dejó de reconocer que tuvo mejorías en relación con los depredatorios regímenes anteriores, pero que ya comienza a manifestar registros de agotamiento (nunca olvidemos que es una economía que tiene un sostén externo fruto también de la droga que vende). Y el Ecuador de Rafael Correa, que ha sido, quizás, de toda esta barra, el más inteligente, máxime cuando uno repasa los números de ese país y no puede desconsiderarlo. Distintos de Perú y Colombia, son indicadores (los ecuatorianos y los bolivianos) que en economía hablan solos. El capital únicamente invierte donde encuentra rentabilidad. Si tiene temor, huye (Venezuela). Pero si considera que habrá spread o plusvalía, se afinca y se expande (Perú).
La conclusión es una sola pero evidente: las izquierdas, en sus praxis latinoamericanas, con 387 millones de personas que somos, excepto los 16 millones del Ecuador y los 11 millones de Bolivia, el resto nadie quiere saber nada con los modelos populistas. O sea, queda claro que no se puede tener un gasto público insensato. Queda claro que no se puede tener un déficit que supere en demasía un 3% del PBI. Queda claro que sin inversión auténtica y real nada es posible. Y queda claro que con arreglos monetarios sólo se gana tiempo y no salud económica. Todo lo demás es teoría. Esta es la realidad para no vivir en la inflación y en el salario devaluado.
Lo bueno es que es posible y verdadero salir de las crisis. Las dramáticas posguerras del siglo pasado nos mostraron eso: que los países que quisieron se remangaron y los sacaron adelante. Claro, hay una generación que tiene que sudar, remar, empujar y dar más de lo que correspondería en tiempos de bonanza.
En el presente —que no estamos en una crisis tipo posguerra, pero tampoco estamos en una época de prosperidad— solamente cabe que exista algún tipo de compromiso colectivo dentro de cada nación que entienda que se están jugando asuntos superiores. Si la ciudadanía no termina por creer en esto, si los líderes no convencen a la masa de semejante evidencia, si ellos no se convencen antes, nada será posible. Y aunque se tenga razón, no se podrá quebrar la lógica negativa del presente.
Hay que tener razón, liderarla y además contagiar a los otros. Si falla alguna de estas tres concausas, estamos liquidados.
El autor es un abogado y escritor. Ex presidente de la Cámara de Diputados de Uruguay.

Lecciones del derrumbe populista en América Latina

Lecciones del derrumbe populista en América Latina

Por Washington Abdala
Lo difícil y peculiar del presente latinoamericano es que todos sabemos lo que está mal, pero no siempre acertamos en recorrer el camino correcto. Es que, en la actividad gubernamental, nunca es fácil saber cuál es la fórmula que resultará exitosa, porque depende de variables de diverso calibre y contextos mutantes. Veamos algunos ejemplos que delatan lo complejo que es gobernar acertando con las medidas que se toman.

Wednesday, June 29, 2016

Qué hace diferente a Venezuela


chavez

Al contrario que otros regímenes izquierdistas sudamericanos, el régimen de Venezuela ha aplastado intencionadamente incluso a las clases medias y trabajadoras.
El desastre económico en Venezuela ha llevado a muchos a echar un vistazo al país y tratar de entender que es lo que ha hecho que las cosas vayan tan mal allí.
No basta con decir “socialismo”. Después de todo, los liderazgos políticos en Ecuador y Bolivia ahora mismo son declaradamente socialistas, al menos en sus declaraciones. Argentina lleva mucho tiempo siendo socialista en la práctica, pero ni siquiera los repetidos impagos y otros líos de Argentina llevaron a la economía a nada similar a lo que está pasando en Venezuela. El izquierdista Brasil sigue siendo una incógnita en este momento.



¿Qué pasa entonces con Venezuela que ha llevado al país al borde de la hambruna mientras Bolivia permanece relativamente estable y sin pasar hambre? Después de todo, el presidente boliviano, Evo Morales, alguien que se declara discípulo de más, entregó al papa Francisco un crucifijo con forma de hoz y martillo durante una reciente visita del pontífice.
La respuesta se encuentra en el verdadero volumen de socialismo practicado en Venezuela frente a sus vecinos sudamericanos.

Verdaderos creyentes frente a pragmáticos

Desde Lenin, los líderes políticos supieron muy rápidamente que el socialismo “puro” lleva al hambre. Lenin había intentado implantar un control total de la economía por parte del estado soviético cuando llegó al poder. Sin embargo, después de darse cuenta rápidamente de que esto destruiría la economía, Lenin dio un paso atrás e implantó el “Nuevo Plan Económico”, que permitía una actividad limitada del mercado, especialmente en la producción de alimentos.
Todo régimen que intenta socialismo se enfrenta rápidamente al problema del cálculo propio del socialismo. Sin mercados, ¿cómo podemos saber qué producir o quién lo produce? ¿Cuánto deberían costar bienes y servicios? Sin al menos una libertad parcial para que funcionen los precios del mercado, las economías se paran muy rápidamente.
Sabiamente (y por fortuna para la gente común), Lenin permitió que su pragmatismo como político eclipsara su devoción por el marxismo. Igualmente, después de las hambrunas masivas y la agitación social causada por el marxismo duro de Mao en China, Deng Xiaoping recurrió al pragmatismo del “socialismo con características chinas”. Era, en otras palabras, socialismo light.
Como siempre ocurre cuando retroceder socialismo, la riqueza aumenta. Del caso la Unión Soviética, los mercados limitados de Lenin nunca fueron más allá de un entorno muy limitado, debido la reafirmación de las economías planificadas centralizadamente por parte de Stalin. En la China posterior a Mao, donde se permitió al extenderse a los mercados (aunque siempre bajo una dura regulación), la economía china floreció (en términos relativos) al permitir que granjeros, comerciantes y multitud de otras empresas medianas y pequeñas funcionaran con una relativa libertad.
En Venezuela, bajo Hugo Chávez y hoy bajo Nicolás Maduro, las cosas se han estado moviendo en la dirección opuesta.
Quizá más que cualquier otro hombre fuerte latinoamericano de reciente memoria, Chávez era un “verdadero creyente” en lo que se refería socialismo y mostró su devoción ideológica con su guerra, no sólo contra las grandes empresas multinacionales y otros intereses corporativos poderosos, sino sobre todo al que considerara un “burgués”.
Ponerse en contra de las grandes empresas extranjeras ha sido popular desde hace mucho tiempo en Sudamérica y ha sido un aspecto central de las administraciones de Rafael Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia. Pero tanto Correa como Morales mezclaron su intromisión política a este respecto con un laissez-faire limitado para las empresas nacionales.

Una guerra contra los vendedores y comerciantes de clase media

Chávez, por el contrario, no parecía discriminar cuando se trataba de aplastar a empresas y empresarios en todo el país.
Simon Wilson comparaba el régimen de Bolivia con el régimen venezolano en 2015 para mises.org:
De hecho, el mandato de Evo [Morales] ha sido indudablemente pragmático. Es verdad que desde 2005 ha expropiado más de veinte empresas, pero el nivel de expropiaciones no es comparable en modo alguno al que tiene lugar en la cultura de extendida impunidad del gobierno en Venezuela, donde 1.168 empresas nacionales y extranjeras fueron expropiadas entre 2002 y 2012. La infame nacionalización de campos extranjeros de petróleo y gas natural [en Bolivia] no fue de completo control estatal, sino que se trataba más de conseguir una porción que controlara los beneficios conseguidos por empresas extranjeras que puedan luego desviarse a diversos programas sociales.
Morales se contentaba a menudo con dejar en paz a las empresas nacionales de tamaño pequeño y mediano y permitía una gran economía “informal” (es decir, no regulada). Cuando Morales ignora la economía informal, esencialmente está creando “agujeros” la regulación pública. Y como observó una vez Ludwig von Mises, “El capitalismo respira a través de esos agujeros”.
Al régimen venezolano, por el contrario, no le gustan los agujeros.
Estos contrastes se extienden también a otros regímenes socialistas en Sudamérica. En 2014, The Washington Post comparaba el Ecuador de Rafael Correa con Chávez, reportando:
Al contrario que Chávez y sus épicas batallas con el sector privado de Venezuela, Correa mantiene lazos generalmente fuertes con la comunidad empresarial de Ecuador y ha sido Presidente a lo largo de un periodo sostenido de crecimiento económico y bajo desempleo. Ha mantenido el dólar de EEUU cómo divisa de Ecuador.
Felipe Burbano, analista político en Quito, dice que Correa que su maestro del “activismo de estado”, proyectando su presidencia (y el gasto público) en todos los rincones de un país de quince millones de habitantes, mirando a los votantes rurales, los habitantes de los barrios pobres y otros que eran ignorados en el pasado. Correa ha convertido los ingresos del petróleo de este país de la OPEP en nuevas escuelas, clínicas y proyectos de infraestructura, especialmente nuevas carreteras, mientras recortaba la tasa de pobreza el 37 al 27% de 2007 a 2012, según los datos oficiales.

Arrestando a los “traidores de clase” en Caracas

En 2010, The Guardian informaba sobre cómo Chávez había declarado a un carnicero aficionado en Caracas como un “traidor de clase” y una herramienta de los capitalistas internacionales. El carnicero, Omar Cedeño, fue arrestado y juzgado por diversos delitos “capitalistas”, junto con muchos otros pequeños empresarios y vendedores.
Pero, como ve ahora Venezuela, cuando se destruye a los vendedores al por menor, no queda nadie para vender, preparar, conseguir y procesar comida.
En 2011, The Huffington Post informaba acerca de la guerra de Chávez contra los judíos, que son, por lo que parece, también demasiado “burgueses” para los gustos de Chávez.
En 2012, Reuters informaba sobre cómo Chávez estaba amenazando a “los ricos” con una “guerra civil” si no se unían a su causa. El uso del término “rico” en Venezuela, por supuesto, puede ser a menudo similar a como se usa en Estados Unidos. Raramente se refiere en la práctica a poderosos millonarios, sino simplemente a gente de clase media alta que fabrica cosas, dirige empresas y mantiene marcha la economía. Destruirlos no es algo inteligente para ningún líder político que quiera evitar hambrunas masivas y un desplome en los niveles de vida.
Naturalmente, para un verdadero creyente como Chávez, una guerra contra la industria nacional no se acaba e sólo con los carniceros y los gestores de clase media. Luego se procede contra las cadenas de televisión y de radio, los periódicos, las librerías y muchos otros negocios que puedan ser insuficientemente leales al régimen gobernante.
No es sorprendente que una vez que todos los vendedores, empresas de medios de comunicación, gestores y todos los demás negocios independientes son aplastados, arrestados, empobrecidos o exiliados, la economía deje de funcionar muy bien.
Esto no quiere decir que políticos como Correa y Morales sean fanáticos de la libertad y los mercados libres. Seguro que no es así. Ambos, Correa y Morales parece ser gestores tradicionales del poder, probando algunos grupos para hacer regalos a otros, para conseguir el favor de su base política de poder. El marxismo sirve como una treta publicitaria cómoda para el régimen, pero, como pasa con el estado chino, los estados ecuatoriano y boliviano se dieron cuenta de la inviabilidad del marxismo hace mucho tiempo.
Por desgracia para el pueblo de Bolivia y de Ecuador, incluso esta gestión económica limitada no marxista del estado garantiza un pobre crecimiento económico y un eterno ciclo de corrupción. Un estado que controle la economía también tiene el poder para saquearla.
Pero hay una gran diferencia entre redistribuir riqueza y destruir a todo el que intente crear algo de ella. Para redistribuir riqueza, primero hay que crearla. Es una distinción que aparentemente los líderes del régimen de Venezuela (y sus defensores) son demasiado ignorantes como para entenderla. Por esto, el pueblo de Venezuela está pagando un duro precio.

Qué hace diferente a Venezuela


chavez

Al contrario que otros regímenes izquierdistas sudamericanos, el régimen de Venezuela ha aplastado intencionadamente incluso a las clases medias y trabajadoras.
El desastre económico en Venezuela ha llevado a muchos a echar un vistazo al país y tratar de entender que es lo que ha hecho que las cosas vayan tan mal allí.
No basta con decir “socialismo”. Después de todo, los liderazgos políticos en Ecuador y Bolivia ahora mismo son declaradamente socialistas, al menos en sus declaraciones. Argentina lleva mucho tiempo siendo socialista en la práctica, pero ni siquiera los repetidos impagos y otros líos de Argentina llevaron a la economía a nada similar a lo que está pasando en Venezuela. El izquierdista Brasil sigue siendo una incógnita en este momento.


Tuesday, June 28, 2016

Venezuela vs. Ecuador (Chavismo vs. Chavismo dolarizado)

Steve H. Hanke compara el desempeño económico del Chavismo de Venezuela con el "chavismo dolarizado" de Ecuador, país que abandonó el sucre por el dólar en el 2000.
Steve H. Hanke es profesor de economía aplicada en la Universidad Johns Hopkins y Senior Fellow del Cato Institute.
Con la llegada del presidente Hugo Chávez en 1999, Venezuela adoptó el Chavismo, una forma de socialismo andino. En 2013, Chávez falleció y Nicolás Maduro asumió el liderazgo de Chávez.
Sin embargo, el chavismo no se ha restringido a Venezuela. Una versión de este ha sido adoptada por Rafael Correa —un economista izquierdista que llegó a la presidencia de un Ecuador dolarizado en 2007. Aunque a grandes rasgos sus modelos económicos son iguales, el desempeño de Venezuela y el de Ecuador contrastan marcadamente.
Un indicador que puede ser utilizado para comparar los dos países latinoamericanos es el índice de la miseria. Para cualquier país, el puntaje en el índice de miseria es simplemente la suma del desempleo, la inflación, y las tasas bancarias de préstamo, menos el cambio porcentual en el PIB per cápita real. Un puntaje más alto en el índice de miseria refleja niveles más altos de “miseria”. Utilizando datos de la Economic Intelligence Unit, determiné que Venezuela tenía el puntaje más alto del mundo —214,9 a fines de 2015. Venezuela tenía la posición notoriamente más alta —el país más miserable en 2015. Por otro lado, Ecuador tenía un puntaje en el índice de miseria de 18,9, posición que estaba ligeramente por encima del país medio en América Latina. ¿Por qué la gran diferencia?



Esta se debe al dólar de EE.UU. Ecuador utiliza el dólar como su moneda oficial —como Panamá y El Salvador— y Venezuela utiliza su maltratado bolívar. Antes del año 2000, Ecuador era como Venezuela; utilizaba su propia moneda, el sucre. Pero Ecuador (como Venezuela) era incapaz de imponer el Estado de Derecho y la disciplina a sus ámbitos monetario y fiscal. El Banco Central del Ecuador fue establecido en 1927, con un tipo de cambio entre el sucre y el dólar de 5. Hasta la década de 1980, el banco central devaluó periódicamente el sucre en relación al dólar, violando el Estado de Derecho. En 1982, el banco central empezó a ejercer el poder de devaluar con abandono. Desde 1982 hasta el 2000, el sucre fue devaluado en relación al dólar cada año. El sucre se vendía a 6.825 sucres por dólar a fines de 1998, y para fines de 1999, el tipo de cambio entre el sucre y el dólar era de 20.243. Durante la primera semana de enero del 2000, el tipo de cambio del sucre se disparó a 28.000 sucres por dólar. En el caso de Ecuador, la inhabilidad de que el gobierno respete el Estado de Derecho es, en parte, consecuencia de sus tradiciones y creencias morales.
La política ecuatoriana tradicionalmente ha sido dominada por élites (grupos de interés) cuyas demandas predatorias y parroquiales sobre el Estado son ilimitadas. En ausencia de prácticamente toda inhibición moral, la legislación de intereses especiales ha sido la norma. Por ejemplo, durante la caída libre del sucre en 1999, se aprobaron leyes para permitir a los banqueros hacerse préstamos así mismos. Adicionalmente, se introdujeron garantías estatales de los depósitos bancarios. Todo esto resultó ser un cóctel mortal, uno que permitió el saqueo masivo de la base de depósitos del sistema bancario. Esto, así como también un sucre en caída libre, enfureció a la mayoría de los ecuatorianos. Con el Estado de Derecho (y el sucre) destruidos, el Presidente Jamil Mahuad anunció el 9 de enero de 2000 que Ecuador abandonaría el sucre y dolarizaría oficialmente su economía. El shock positivo de confianza fue inmediato. El 11 de enero —incluso antes de que la ley de la dolarización hubiese sido implementada— el banco central redujo la tasa de redescuento de 200 por ciento al año a 20 por ciento. El 29 de febrero, el congreso aprobó la llamada Ley Trolebus, que contenía provisiones para la dolarización. Este se convirtió en ley el 13 de marzo y luego de un periodo de transición durante el cual el dólar reemplazó al sucre, Ecuador se volvió el país dolarizado con la mayor población en el mundo.
Yo presencié el drama de la dolarización en Ecuador en primera fila —tanto como participante en los debates de la dolarización que le antecedieron al colapso del sucre así como también durante el reemplazo del sucre y la fase de implementación, cuando fui asesor de Carlos Julio Emanuel, el entonces Ministro de Finanzas y Economía. Respecto de Venezuela, tuve otro asiento de primera fila, como asesor del Presidente Rafael Caldera entre 1995-1996, antes de la llegada de Chávez. Para disciplinar las esferas monetaria y fiscal de Venezuela, recomendé una caja de convertibilidad ortodoxa —una que hubiese hecho del bolívar un clon del dólar estadounidense.
Caldera estuvo cerca de aceptar mis recomendaciones. Pero, al final, no lo hizo. Las élites y los grupos con intereses especiales, así como una variedad de izquierdistas, se opusieron a cualquier reforma que introduciría el Estado de Derecho e impondría la disciplina monetaria y fiscal. El fracaso de adoptar el Estado de Derecho ha sido catastrófico.
Consideremos la producción petrolera. Venezuela tiene las reservas comprobadas más grandes del mundo —incluso mayores que las de Arabia Saudita. Pero, la producción petrolera de la empresa petrolera de Venezuela, PDVSA, es tan solo 80 por ciento de lo que era en 1999 (ver el cuadro adjunto). En cambio, la producción petrolera de Ecuador ha aumentado en el periodo post-dolarización y es ahora un 40 por ciento mayor que en 1999.

El record de Venezuela con la inflación durante el gobierno de Chávez deja mucho que desear, y bajo Maduro ha sido catastrófico. Durante los últimos tres años, la tasa de inflación de Venezuela ha mantenido la dudosa distinción de ser la más alta del mundo. Llegó a la tasa anual (año sobre año) de casi 800 por ciento en el verano de 2015 y se ubica en 145 por ciento actualmente, todavía la tasa más alta del mundo (ver cuadro adjunto). En cambio, la tasa de inflación anual de Ecuador durante los últimos diez años —años en que el país estuvo dolarizado— ha promediado 5,2 por ciento.

El contraste más revelador entre el chavismo de Venezuela y el chavismo dolarizado de Ecuador se puede ver en el gráfico adjunto del PIB real en dólares estadounidenses. Empezamos en 1999, el año en que Chávez llegó al poder.

El ejercicio comparativo requiere que calculemos el PIB real (ajustado para la inflación) y que lo hagamos en términos del dólar estadounidense tanto para Venezuela como para Ecuador. Como Ecuador está dolarizado, no hay que preocuparse de convertir para el tipo de cambio. El PIB está medido en dólares estadounidenses. Los ecuatorianos reciben su salario en dólares. Desde 1999, El PIB real de Ecuador en dólares casi se ha duplicado.
Para obtener el PIB real comparable de Venezuela hay que hacer algo un poco más complicado. Empezamos con el PIB real de Venezuela, que está medido en bolívares. Esta medida de bolívares luego debe ser convertida a dólares estadounidenses al tipo de cambio en el mercado negro (léase: mercado libre). Este cálculo muestra que, desde la llegada de Chávez en 1999, el PIB real de Venezuela en términos de dólares se ha evaporado. El país ha sido destruido por el chavismo.
De manera que, ¿hacia donde va Venezuela? Según la proyección del Fondo Monetario Internacional (FMI), la inflación será de 720 por ciento para fines del año. Podemos poner en reversa el cálculo de la proyección de inflación del FMI para determinar el tipo de cambio entre el bolívar y el dólar que está implícito en la proyección de inflación. Cuando hacemos ese ejercicio, calculamos que el tipo de cambio entre el bolívar fuerte y el dólar pasa de la tasa de 1.079 en el mercado negro (léase: mercado libre) a 6.218 para fines de este año. De manera que el FMI está estimando que el bolívar perderá 83 por ciento de su valor actual en relación al dólar para el año nuevo de 2017. El siguiente cuadro muestra la caída dramática anticipada por el FMI.

Venezuela está claramente en un espiral mortal. La única manera de salir de este es abandonando oficialmente el bolívar y reemplazándolo con el dólar.

Venezuela vs. Ecuador (Chavismo vs. Chavismo dolarizado)

Steve H. Hanke compara el desempeño económico del Chavismo de Venezuela con el "chavismo dolarizado" de Ecuador, país que abandonó el sucre por el dólar en el 2000.
Steve H. Hanke es profesor de economía aplicada en la Universidad Johns Hopkins y Senior Fellow del Cato Institute.
Con la llegada del presidente Hugo Chávez en 1999, Venezuela adoptó el Chavismo, una forma de socialismo andino. En 2013, Chávez falleció y Nicolás Maduro asumió el liderazgo de Chávez.
Sin embargo, el chavismo no se ha restringido a Venezuela. Una versión de este ha sido adoptada por Rafael Correa —un economista izquierdista que llegó a la presidencia de un Ecuador dolarizado en 2007. Aunque a grandes rasgos sus modelos económicos son iguales, el desempeño de Venezuela y el de Ecuador contrastan marcadamente.
Un indicador que puede ser utilizado para comparar los dos países latinoamericanos es el índice de la miseria. Para cualquier país, el puntaje en el índice de miseria es simplemente la suma del desempleo, la inflación, y las tasas bancarias de préstamo, menos el cambio porcentual en el PIB per cápita real. Un puntaje más alto en el índice de miseria refleja niveles más altos de “miseria”. Utilizando datos de la Economic Intelligence Unit, determiné que Venezuela tenía el puntaje más alto del mundo —214,9 a fines de 2015. Venezuela tenía la posición notoriamente más alta —el país más miserable en 2015. Por otro lado, Ecuador tenía un puntaje en el índice de miseria de 18,9, posición que estaba ligeramente por encima del país medio en América Latina. ¿Por qué la gran diferencia?