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Monday, July 11, 2016

Consecuencias de considerar inmoral al mercado y moral al Estado

Mary Anastasia O'Grady considera que la lección de la historia del subdesarrollo en América Latina es que "cuando el Estado se apodera de la autoridad moral en materia de decisiones personales, no hay fin a las medidas que tomará para restringir la libertad en el nombre de la justicia social".

Mary Anastasia O'Grady es editora de la columna de las Américas del Wall Street Journal.

Este es el texto del discurso que Mary Anastasia O'Grady dio el 16 de marzo de 2012 en el evento Perspectivas de Políticas Públicas 2012, organizado por el Cato Institute. Aquí puedes descargar el texto en formato PDF.
Muchos de ustedes sin duda están preguntándose qué posiblemente podría América Latina enseñarle a EE.UU. —dada nuestra fuerte Constitución, mercados abiertos, un poder federal limitado, y un banco central independiente (nada de mofas, por favor). Yo solía pensar así. Pero, en los últimos años, he visto una serie de similitudes alarmantes entre este país y nuestros vecinos del sur. Por supuesto que aquellos paralelismos no comenzaron con este presidente, pero definitivamente se han acentuado bajo la actual administración.



La explicación de moda para el subdesarrollo de América Latina ha sido la corrupción, la falta de educación, una infraestructura deficiente y —mi explicación favorita— la escasez de dinero. Pero estos son síntomas de malas políticas, las cuales resumo como las Tres P's de la Pobreza: Populismo, proteccionismo y prohibición. Nuestros desafíos son, ¿Cómo podemos evitar que nuestros políticos nos hagan dependientes del gobierno? ¿Cómo mantenemos los mercados abiertos? ¿Cómo cambiamos las leyes sobre las drogas de forma que prevengan que el crimen organizado reemplace a las instituciones democráticas?
Sin embargo, estoy cada vez más convencida de que, al igual que la corrupción y la mala infraestructura son productos derivados de las Tres P's, las Tres P's son también producto de algo más. La fuente de nuestros problemas económicos —tanto en América Latina como EE.UU. — es, creo yo, mucho más fundamental.
Considere dos simples observaciones. Primero, tomando prestado un principio fundamental del Instituto Cato, las ideas importan. Para ser más específica, aquellas ideas que prevalecen en la sociedad como legítimas son lo que importa. Y en segundo lugar, sin un espíritu emprendedor es imposible que una sociedad alcance la prosperidad.
Mirando más allá de los desafíos inmediatos de las políticas en América Latina, se vuelve evidente que son las ideas de la academia —y más ampliamente, de los intelectuales— las que han jugado el papel más importante en desalentar el espíritu emprendedor en América Latina durante el último siglo. Ideas hostiles a la actividad empresarial no son solo parte de la cultura popular, sino que están enraizadas en las instituciones elementales de estos países.
En su esencia, estas ideas sostienen que las ganancias son moralmente sospechosas y que la propiedad privada no está justificada, y son estas ideas las que obstaculizan directamente la prosperidad para cientos de millones de latinoamericanos.
¿Cómo sucedió esto? Como John Maynard Keynes escribió, "Las ideas de los economistas y los filósofos políticos, tanto cuando están en lo correcto como cuando no, son más poderosas de lo que comúnmente se entiende. En realidad, el mundo está gobernado por poco más. Los hombres prácticos que se creen totalmente exentos de cualquier influencia intelectual son por lo general esclavos de algún economista difunto. Los locos con autoridad" —no mencionaremos nombres— "que escuchan voces en el aire destilan su frenesí de algún escritorzuelo académico de algunos años atrás. Estoy seguro que el poder de los intereses creados es muy exagerado en comparación con la penetración gradual de las ideas". Esta es una verdad que América Latina no entendió hasta que fue demasiado tarde —y así es como nosotros lo haremos también si no hacemos hincapié en una defensa moral del mercado. Los latinoamericanos, por supuesto, no tienen problemas con ser emprendedores. Los que migran a EE.UU. tienen un largo historial de crear sus propios negocios una vez que llegan. Así que, ¿por qué no muestran estas mismas habilidades en casa? Creo que esto se debe a que las ideas que han dominado la región durante el siglo pasado han sido hostiles a la iniciativa empresarial.
En un nuevo libro titulado Redentores: Ideas y poder en América Latina, en el que el historiador mexicano Enrique Krauze perfila a doce individuos a quienes considera que representan las principales ideas políticas en la región desde mediados del siglo XIX hasta el siglo XX. Comienza con José Martí y termina con Hugo Chávez —y a lo largo incluye los perfiles de Eva Perón, Che Guevara, Octavio Paz, Gabriel García Márquez y el obispo Samuel Ruiz, entre otros. Estas personas, afirma Krauze, fueron los que sembraron las principales ideas políticas durante este período. Y estas ideas se enfocaron en la hostilidad hacia el individualismo. El colectivismo, la igualdad económica, y la socialización del riesgo fueron los temas seleccionados por la filosofía política —y fue la difusión de estas ideas lo que moldeó las normas y valores de sus respectivos países. Ni un solo nombre en esta lista, por cierto, es un empresario. Debería agregar que Krauze también incluye a Mario Vargas Llosa en el grupo. Él no es un colectivista pero es la excepción a la regla.
El poder de las ideas fue ampliamente entendido entre los intelectuales de izquierda durante todo el siglo XX. Se propusieron conseguir el control de la academia y lo lograron. Considere a Venezuela, donde la izquierda obtuvo el control total de las universidades y en las aulas surgió una nueva narrativa. Le dio la autoridad moral al Estado y denunció al mercado como inmoral. Venezuela está cosechando los frutos de ese adoctrinamiento en la actualidad. Millones de estudiantes latinoamericanos alrededor de la región han sido marinados en el mismo guiso. Esta perspectiva —que la redistribución del gobierno es la fuente de justicia y que el mercado es avaro y lleno de fracaso— ha tenido un profundo efecto en el clima político y económico de la región.
Hoy en día, las ideas del Che Guevara y de Eva Perón han sido desacreditadas. Los socialistas modernos —aquellos que rechazan al comunismo y al fascismo pero apoyan alguna otra forma de colectivismo— no atacan a la empresa privada de frente. Eso sería suicida porque el mercado ha creado tanta prosperidad. Ellos, por lo tanto, enfatizan no la riqueza de las naciones, sino la inmoralidad de la desigualdad. Esto, para los socialistas, es la parte más vulnerable del mercado.
En sociedades donde la moralidad del mercado es comprensible, defendida vigorosamente e impartida a las mentes jóvenes, a la ética del colectivismo no le va muy bien. Pero América Latina muestra lo que puede suceder cuando el mercado no es defendido. Incluso en una sociedad que ha logrado ganancias económicas mediante la adopción de políticas de libre mercado, si la población no está convencida de la legitimidad del mercado, intentará destruir lo que ha alcanzado.
Considere el caso de Chile, donde desde el año pasado los estudiantes se han desbocado por las calles, haciendo todo tipo de demandas a su gobierno, y acusando a aquellos que no ceden de ser inmorales. La tragedia es que el establishment del país —incluyendo al presidente— no ha sido capaz de presentar una defensa firme. Esto ocurre en Chile, el único lugar en la región que ha reducido la pobreza de manera realmente significativa. Debemos estar agradecidos con académicos como José Piñera, quienes han llevado la antorcha de la libertad a Chile. Pero el hecho es que mientras los chilenos son beneficiaros del sistema de mercado, no parecen convencidos de la moralidad de la propiedad privada —y de los diferentes resultados.
Fuera de Chile, las cosas son aún peores. En la mayor parte de la región, la idea de que la igualdad es la meta fundamental fue transmitida desde las universidades y consagrada en las mismas constituciones. Las constituciones latinoamericanas son de cientos de páginas. Tienen objetivos como garantizar el desarrollo nacional, la erradicación de la pobreza y la protección del patrimonio cultural. La Constitución de Brasil de 1988 establece derechos constitucionales para todo, desde la educación a la salud. Garantiza salarios mínimos, bonos de fin de año y vacaciones pagadas. La sección dedicada al deporte especifica que "el gobierno incentivará el ocio como una forma de promoción social".
Por supuesto, ¿quién podría oponerse si la meta principal es igualar al niño pobre con el empresario rico? El problema con una constitución que garantiza la igualdad de resultados es que no puede proteger los derechos individuales. Le da al gobierno no solo el poder, sino la obligación de utilizar la coerción hacia ese fin. El problema fundamental con el desarrollo de América Latina es la falta de libertad que emana de los mandatos constitucionales, los cuales se inmiscuyen en cada aspecto la acción humana.
Lo que estoy describiendo se origina en la clase intelectual, por supuesto, pero muchas de estas malas ideas en América Latina ganaron influencia porque la clase empresarial las ha apoyado. La Constitución venezolana de 1961 fue, en su mayor parte, un documento bastante sólido. Pero las facciones, como las hubiese llamado James Madison, comenzaron a desarticularla. La clase empresarial jugó un papel clave.
El periodista venezolano Carlos Ball describió el proceso así: "Muchos en la comunidad de negocios no se rebelaron contra la creciente intromisión del Estado porque vieron que era más fácil convencer a un ministro del gabinete que a un mercado de consumidores. Nunca olvidaré ver a empresarios venezolanos celebrando la nacionalización de las compañías petroleras extranjeras, sin darse cuenta que pronto los políticos irían tras ellos con más controles, regulaciones e impuestos".
La lección es que cuando el Estado se apodera de la autoridad moral en materia de decisiones personales, no hay fin a las medidas que tomará para restringir la libertad en el nombre de la justicia social. Nuestros vecinos del sur lo han demostrado. Usted puede pensar que esto no puede suceder en EE.UU. Desafortunadamente, yo estoy muy lejos de estar convencida

Consecuencias de considerar inmoral al mercado y moral al Estado

Mary Anastasia O'Grady considera que la lección de la historia del subdesarrollo en América Latina es que "cuando el Estado se apodera de la autoridad moral en materia de decisiones personales, no hay fin a las medidas que tomará para restringir la libertad en el nombre de la justicia social".

Mary Anastasia O'Grady es editora de la columna de las Américas del Wall Street Journal.

Este es el texto del discurso que Mary Anastasia O'Grady dio el 16 de marzo de 2012 en el evento Perspectivas de Políticas Públicas 2012, organizado por el Cato Institute. Aquí puedes descargar el texto en formato PDF.
Muchos de ustedes sin duda están preguntándose qué posiblemente podría América Latina enseñarle a EE.UU. —dada nuestra fuerte Constitución, mercados abiertos, un poder federal limitado, y un banco central independiente (nada de mofas, por favor). Yo solía pensar así. Pero, en los últimos años, he visto una serie de similitudes alarmantes entre este país y nuestros vecinos del sur. Por supuesto que aquellos paralelismos no comenzaron con este presidente, pero definitivamente se han acentuado bajo la actual administración.


Thursday, July 7, 2016

La secta más criminal de la historia

La secta más criminal de la historia

Por Horacio Vázquez-Rial
Se ha puesto sobre el tapete la cuestión del comunismo como secta y como responsable de crímenes.
¿Constituyen los comunistas una secta? Para la Real Academia, secta es 1) el "conjunto de seguidores de una parcialidad religiosa o ideológica", o 2) una "doctrina religiosa o ideológica que se independiza de otra", o 3) el "conjunto de creyentes en una doctrina particular o de fieles a una religión que el hablante considera falsa". Atendiendo a la primera acepción, todos los individuos pensantes que toman partido pertenecen a una secta, lo cual es una estupidez. Atendiendo a la segunda, el protestantismo –en todas sus variantes– es una secta, en la medida en que se ha independizado de la Iglesia católica, al igual que las Iglesias griega o rusa, o que el cristianismo copto, lo cual es otra estupidez. En cuanto a la tercera, en ella todo depende de quién se exprese, lo cual es el colmo de la majadería multiculturalista: si yo considero falso el islam, denomino secta –y no religión– a 1.200 millones de personas. 


De modo que el DRAE elude la condición minoritaria de las sectas. Lo que hace que el islam y el catolicismo y el judaísmo y el anglicanismo no sean sectas es su condición mayoritaria u oficial en distintas partes del mundo. Las sectas son hijas de las disidencias, que dejan de ser tales tan pronto como se institucionalizan.
El comunismo, si alguna vez fue secta, dejó de serlo en 1917, con la revolución soviética, que lo convirtió en política de Estado. Tal vez aun antes, al fundarse la Primera Internacional. Se me puede oponer el dato de que, al separar su destino del de la URSS, Trotski, de acuerdo con la segunda acepción del diccionario, creó una secta; pero él no se apartó del comunismo, sino de Stalin. En todo caso, la creación por los trotskistas de la Cuarta Internacional concreta una disidencia pública y extendida del comunismo soviético, pero en modo alguno dejan sus miembros de ser comunistas. Lutero, que no se enfrentó a un Papa en particular –como Trotski a Stalin–, sino al Papado, dejó de ser católico, pero no dejó de ser cristiano. Y al crear una forma del cristianismo que pronto fue mayoritaria en lo que aún no era Alemania pero lo sería, en gran medida gracias a ella, fundó una iglesia, no una secta.
Tenemos un gran vacío historiográfico en este ámbito –proyecto para jóvenes ambiciosos–. Stanley Payne nos enseñó a hablar de los fascismos, en plural, superando la concepción precedente del fascismo o el nazifascismo, producto de la propaganda stalinista, como fenómeno generalizado en Italia, Alemania, España y hasta la América española. ¿Por qué no hemos aprendido aún a hablar de los cristianismos, en plural, ya que no es lo mismo el catolicismo romano que el cristianismo de las iglesias etíope, griega, rusa, luterana, anabaptista, etc.? En parte porque percibimos que Europa es cristiana en diversas formas sin dejar de ser Europa. No obstante, no son pocos los que, pese a entender este dato, siguen siendo renuentes a emplear el término judeocristiano, cuando en su origen el cristianismo fue una secta judía, en la segunda acepción del término: una rama disidente. También deberíamos historiar los comunismos. Que, por cierto, al igual que los fascismos, fueron hijos de las socialdemocracias nacionales europeas.
Los comunismos, por definición, no fueron una secta, ni siquiera un grupo de sectas, sino corrientes dentro de un tejido ideológico de amplio alcance que, por una cuestión de justicia, deberíamos denominar marxiano antes que marxista. Como Lenin no quería dejar de ser marxista, adaptó los datos de la realidad a la doctrina y convirtió a Rusia, sobre el papel, en un país capitalista desarrollado, cosa que no era, para que su revolución cuadrara en la profecía canónica. Profecía que, de hecho, no se cumplió en nación central alguna. Ni siquiera, y frente a lo que pretenden algunos historiadores, estuvo a punto de hacerse realidad en el caldero alemán de 1918-1919: para impedirlo estaban ahí los socialdemócratas, que también se consideraban marxistas, y los sindicatos: el dúo guiado por Ebert que abrió el camino para la revolución nazi de finales de la década de 1930.
Ya en 1920 el marxismo, en tanto que instrumento de análisis político y herramienta para la toma del poder, había fracasado. Lo que no impidió que, a lo largo de todo el siglo XX, se fuera constituyendo en ideología e impregnando el conjunto de las sociedades occidentales. Hasta Hitler tuvo que llamar socialista a su partido para darle carácter. La finada clase obrera, en nombre de la cual hablan aún unos cuantos, no formó parte de ninguna revolución comunista conocida, y sirvió a unos y a otros para barridos y fregados diversos. En general –Rusia, China, Cuba, Vietnam...–, el papel protagónico correspondió al campesinado, que se proletarizó en un proceso de construcción industrial que no era en su inicio capitalista, puesto que el eje de la producción de esos países no fue el mercado hasta pasados muchos años. También el campesinado fue central en la revolución atrasista de Camboya.
El otro asunto es el de la condición criminal de los comunismos. Por supuesto que han sido criminales. Pero ése es un terreno en el que los comunismos se disputan el primer lugar con muchos otros partidos y movimientos a lo largo de la historia. El rey de los belgas Leopoldo II, que era un individuo y no una secta, entre 1900 y 1909 redujo a la mitad la población del Congo, que pasó de veinte millones a diez. Esto es el equivalente a la mitad de las muertes soviéticas a lo largo de setenta años, es decir, descontados los 20 millones de personas que perdieron la vida en la Segunda Guerra Mundial (cien mil sólo en la toma de Berlín, y en Stalingrado un millón de militares y otro de civiles). Lo más grave del caso congolés es que en esos nueve años de expolio no se construyó absolutamente nada: está claro que el monarca no asumió la "carga del hombre blanco".
El periodo soviético significó, sumando las víctimas del régimen y los muertos en guerra, militares –enviados al frente con criterios muy generosos de administración de la carne de cañón– y civiles, 40 millones en una población que en 1991 era de algo más de 290 millones y que debía de ser mucho menor en 1940. ¿Un doce por ciento, tal vez?
El comunismo atrasista de Pol Pot y los jemeres rojos ocasionó millón y medio de desaparecidos, lo que hizo descender la población de más de siete millones a menos de seis, es decir, en alrededor del 20 por ciento, en tres años.
El nazismo asesinó a 11 millones de personas, de las cuales 6 eran judías, en campos de concentración y exterminio. La pérdida demográfica de Alemania fue de entre 6 y 10 millones, sumados civiles y militares, al margen de los campos –en los que perecieron muchos más–. El total de pérdidas humanas de la Segunda Guerra Mundial, que desató la Alemania nazi, fue de 65 millones.
El comunismo está activo desde, al menos, 1848, y hay países comunistas hoy mismo –Cuba, Corea del Norte–, lo que representa una trayectoria histórica de 162 años hasta la fecha y con esperanzas de supervivencia. El nazismo duró veinte años y estuvo sólo doce en el poder, entre 1933 y 1945. Proporcionalmente, las consecuencias del nazismo fueron mucho peores. Lo cual no impide establecer comparaciones entre las respectivas patologías de Hitler y Stalin. Claro que uno de los aspectos más repugnantes del nazismo, el antisemitismo, al que Stalin no era precisamente ajeno, campa por sus respetos en las izquierdas actuales, en el islamismo y en parte de las derechas. Y de los comunismos quedan en Occidente, excepción hecha del museo cubano, flecos de un léxico –en su mayor parte derivado del positivista Engels, tan amante de los términos militares: impuso vanguardia, por ejemplo– y retales mal cosidos a una visión del mundo que hubiera merecido el rechazo tanto de Stalin como de Hitler, nada partidarios, a juzgar por sus hechos, del movimiento gay ni del feminismo.
Todas las revoluciones, empezando por la paradigmática, la francesa de 1789, han sido criminales. Resulta cuando menos curioso que haya sido el comunista avant la lettre Gracus Babeuf, partícipe activo del movimiento, quien primero denunciara los crímenes de aquella revolución (véase El sistema de despoblación de Babeuf, con el magnífico estudio introductorio de María Teresa González Cortés: De la Torre, Madrid, 2008); en concreto el que se podría considerar el primer genocidio de la modernidad, el de los católicos de la Vendée. Es bueno saberlo, aunque también haya que saber que las revoluciones y sus crímenes son tan inevitables como la lluvia o el mar.
Y no vale la pena plantear quién es más criminal, que es lo que le encanta al gobierno de la memoria histórica. Porque si se plantea caemos sin remedio en el asunto de la Guerra Civil y cada uno alzará sus propios números, necesariamente fuera de contexto. La revolución que los marxianos de todo pelaje pretendían hacer en el marco de la guerra costó a la República un número indeterminado de bajas, decisivo para su derrota, dados los enfrentamientos entre prosoviéticos, trotskistas, cenetistas y faieros –tal vez el calificativo de secta fuese adecuado para la FAI–. El fuego amigo fue una constante republicana. A la Inquisición le preocupaban menos los judíos y los musulmanes que los probables falsos conversos, es decir, los católicos de fe dudosa. A los revolucionarios también. Pero ese es tema de otro artículo.

La secta más criminal de la historia

La secta más criminal de la historia

Por Horacio Vázquez-Rial
Se ha puesto sobre el tapete la cuestión del comunismo como secta y como responsable de crímenes.
¿Constituyen los comunistas una secta? Para la Real Academia, secta es 1) el "conjunto de seguidores de una parcialidad religiosa o ideológica", o 2) una "doctrina religiosa o ideológica que se independiza de otra", o 3) el "conjunto de creyentes en una doctrina particular o de fieles a una religión que el hablante considera falsa". Atendiendo a la primera acepción, todos los individuos pensantes que toman partido pertenecen a una secta, lo cual es una estupidez. Atendiendo a la segunda, el protestantismo –en todas sus variantes– es una secta, en la medida en que se ha independizado de la Iglesia católica, al igual que las Iglesias griega o rusa, o que el cristianismo copto, lo cual es otra estupidez. En cuanto a la tercera, en ella todo depende de quién se exprese, lo cual es el colmo de la majadería multiculturalista: si yo considero falso el islam, denomino secta –y no religión– a 1.200 millones de personas. 

Monday, June 27, 2016

La hora de Venezuela

La hora de Venezuela

Por Álvaro Vargas Llosa
Algo cambió -un poco, pero cuánto es ese poco- en el hemisferio sur en relación con Venezuela el 23 de junio. Ese día, a regañadientes, forzados por un secretario general que había invocado la Carta Democrática Interamericana en un informe presentado al Consejo Permanente el 30 de mayo, los países miembros de la Organización de Estados Americanos se reunieron para discutir el caso de Venezuela. Doce países aliados de Caracas trataron de impedirlo (y dos se abstuvieron), pero una amplia mayoría -un total de 20 países- aprobó el pedido de que se ventilara el informe de Luis Almagro.


En la larga lucha por incrustar el caso venezolano en la conciencia mundial, esto, a pesar de que no se llegó a conclusiones rotundas, representa un hito. El que la reunión no haya derivado en una suspensión de Venezuela, como según políticos y periodistas mal informados se pretendía, no tiene nada que ver con un fracaso de Almagro o quienes lo apoyan. Tiene que ver con el hecho de que ese no era, ni podía en caso alguno ser, el propósito de la reunión. El que no hubiese conclusiones concretas obedece a que la propia América Latina atraviesa por una transición lenta hacia algo mejor, pero todavía no se lo cree demasiado.
La Carta Interamericana prevé una serie de mecanismos para enfrentar una alteración del orden constitucional en un país que es miembro de la OEA. Están comprendidos entre los artículos 17 y 22. El proceso previsto es gradual, muy cuidadoso de las formas y de la soberanía del país afectado. Si, como ha ocurrido en este caso, el secretario general pide una reunión del Consejo Permanente invocando la Carta, hay muchas posibilidades. La de mayores consecuencias es el uso de lo “buenos oficios” de la OEA para que el país donde se ha producido la alteración restablezca la democracia bajo el estado de derecho. Si la misión fracasa, el Consejo puede pedir una reunión de la Asamblea General, que a su vez debe decidir qué hacer, incluyendo la posibilidad de nuevas gestiones diplomáticas. Si también esto fracasa, entonces la Asamblea General, y sólo ella, puede proceder a suspender al país afectado.
Nunca estuvo, pues, en el tapete la suspensión de Venezuela en esa reunión. La votación importante era la que ganó Almagro por 20 votos contra 12 (más dos abstenciones) para que un Consejo Permanente reacio a meterle el diente al amargo bocado venezolano debatiera su informe. Una vez logrado este triunfo, estaba salvada la jornada.
Que el secretario general haya ofrecido en su presentación un catastro verdaderamente terrorífico del daño que el régimen dictatorial ha infligido a las instituciones y al pueblo del país llanero supone un salto cualitativo. Estos no eran los adversarios del chavismo, ni el imperialismo yanqui, ni un pelele de la CIA: más bien, un ex canciller uruguayo perteneciente a la izquierda moderada que desde la importante tribuna que ahora ocupa le decía al mundo: basta de complicidad con un régimen que avergüenza a América. Citó, para más deshonra de quienes se habían negado hasta ahora a permitir que Venezuela fuera objeto de debate en el contexto de la invocación de la Carta Democrática, al arzobispo Desmond Tutu, héroe de la lucha contra el apartheid en Sudáfrica: “Si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor”.
Ni el informe del secretario general del 30 de mayo, ni su presentación ante el Consejo Permanente el 23 de junio, fueron un acto de injerencia indebida. Ni Almagro pidió ni hubiera podido pedir la ocupación de Venezuela o el derrocamiento violento del régimen, pues la Carta Democrática ciñe muy cuidadosamente el estrecho perímetro de las medidas que está permitido adoptar. Sólo pidió, con escrupuloso apego a los mecanismos del derecho internacional, en este caso el interamericano, que los gobiernos asuman el caso venezolano, hagan gestiones, denuncien los atropellos y, por supuesto, apoyen una salida constitucional. Constitucional: acorde con la ley de leyes del propio régimen chavista. Me refiero, por supuesto, al referéndum revocatorio que  la oposición venezolana ha solicitado que se lleve a cabo según lo prevé la Constitución de ese país.
No hay, pues, reproche alguno que hacer a Almagro o al Consejo Permanente en cuanto a la presentación del informe y la decisión de debatirlo.
La Carta, suscrita el 11 de septiembre de 2001, se creó precisamente para casos como el venezolano, puesto que su inmediata fuente de inspiración fue el Perú, que acababa de transitar de un régimen autoritario producto de un golpe dado por el propio gobierno a una democracia bajo estado de derecho. Si uno se toma el trabajo de echar un vistazo al texto de la Carta, verá la larga sucesión de documentos que cita para justificarse a sí misma, es decir para invocar la necesidad de que la OEA actúe frente a un caso de alteración del orden democrático.
Desde la Carta fundacional de la organización hasta las cláusulas democráticas de todos los mecanismos de integración regionales y subregionales, y desde la Convención Americana sobre los Derechos Humanos hasta la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre, el armazón jurídico de que dispone la OEA para no ser cómplice o neutral frente a una dictadura es poderoso. De él se agarró con uñas y dientes la OEA, como se lee en el propio texto, a la hora de redactar su Carta Democrática Interamericana. Por tanto, las acusaciones que vienen de Caracas, La Paz, Quito o Managua contra lo que hizo Almagro y lo que se vio obligado a hacer finalmente el Consejo Permanente al discutir su informe carecen de todo fundamento.
Es de por sí un logro haber llegado hasta aquí aun cuando la reunión acabara sin una decisión firme de tomar medidas inmediatas. La conducta de América Latina, no lo olvidemos, ha sido triste en el caso de Venezuela. Incluso las democracias más avanzadas del hemisferio, como Estados Unidos y Canadá, se han visto en años recientes sumamente limitadas en su capacidad de acción precisamente porque no querían ser más papistas que el Papa: si ellas se descolgaban del resto del hemisferio en este asunto, todo el esfuerzo de la administración Obama para dejar atrás la época de la injerencia indebida en los asuntos internos de los países vecinos iba a caer en saco roto. Incluso esta semana hemos visto cómo Tom Shannon, quizá el diplomático estadounidense mejor informado sobre la región y uno de los más críticos con Venezuela, ha tenido que ir a Caracas a tratar de hacer migas con Nicolás Maduro por encargo de Washington. El ecosistema político en el que se mueve Estados Unidos hoy en la región -además del legado de Obama- exige evitar una confrontación que los latinoamericanos no llevan en el pecho.
Hay hoy en América Latina una mayoría no sólo de gobiernos democráticos sino también de mandatarios que han expresado con claridad, en diversos momentos, su malestar -a veces indignación- por la barbarie que el   chavismo inflige al pueblo de ese país. Ello, gracias a los cambios de tendencia que las últimas elecciones han marcado, especialmente en Argentina, y los cambios de gobierno, incluido el de Brasil. Pero esta suma matemática no ha tenido ni tendrá en lo inmediato una traducción en el sistema interamericano como tal, ni en ninguno de los otros mecanismos -Mercosur, Unasur, etc.- existentes. En parte se debe a que algunas de esas instancias todavía no reflejan del todo el cambio regional por su composición limitada, y en parte a que hay una diferencia entre la retórica y la acción. Los gobiernos democráticos ya no le tienen tanto miedo a decir que en Venezuela hay atropellos o que Leopoldo López es un preso político, pero persiste el miedo a tomar decisiones en instancias internacionales.
Las razones varían según el caso. Ya se ha dicho mucho, por ejemplo, que Argentina, a pesar de la posición pública del Presidente Macri ante lo que sucede en Venezuela, está limitada por el deseo de que su canciller ocupe la Secretaría General de la ONU tras el fin del mandato de Ban Ki-moon. O se da el hecho de que algunos países de la izquierda democrática creen que en política exterior deben efectuar gestos ideológicos que ya en casa no pueden permitirse. O se teme que Venezuela, en coordinación con la izquierda local, desestabilice al gobierno que se atreva. Y así sucesivamente.
Por todo esto hay que medir lo ocurrido en la OEA esta semana no en función de si se suspendió o no a Venezuela, algo que era imposible en cualquier caso a esas alturas, sino en función de lo que se ha avanzado respecto del pasado. El Consejo Permanente debatió un informe de su máxima instancia individual (la Asamblea General lo es como órgano institucional, pero el secretario general lo es como persona) en el que se dice que la culpa de la brutal pauperización de la sociedad venezolana no la tiene nadie que no sean las propias autoridades del país; que allí se tortura, se encarcela y se exilia a los opositores; que los medios de comunicación son víctimas de abusos y violencias múltiples; que la Asamblea Nacional ha sido reducida a la nada por un Tribunal Supremo instrumentalizado por el gobierno, y que las autoridades electorales han incumplido la ley tratando de impedir el referéndum revocatorio.
Todo esto se ha debatido en el contexto de una Carta Democrática que la OEA se había negado hasta ahora, sistemáticamente, a invocar. ¿Cómo no va a ser esto un triunfo importante de quienes llevan años clamando por un poco de atención y compasión?
Falta mucho para que esto lleve la democracia a Venezuela. Por lo pronto, se está optando por el diálogo y las gestiones diplomáticas de ex mandatarios cercanos a Caracas a fin de encontrar una vía negociada hacia algo mejor. ¿Pero qué? Para muchos países, como quedó claro en el debate, sólo el referéndum revocatorio es la vía. Para otros, que fueron más ambiguos, lo es cualquier cosa que se pacte en una mesa. Y para un grupo minoritario pero bullanguero, el único diálogo que interesa es el que controlen Maduro y sus secuaces. Es evidente que Maduro no dialogará en serio y que la oposición, que lleva casi dos décadas oyendo hablar de diálogo cada vez que se perpetra una barbaridad contra el estado de derecho, no dará su aval a nada que no sea un referéndum revocatorio.
Por tanto, Venezuela está muy lejos de una solución. Pero Almagro y compañía seguirán reuniendo armas para volver a la carga en el futuro cercano, pues un agravamiento de todo lo que hay en su informe difícilmente podrá ser, después del precedente que se ha establecido esta semana, ignorado. La Carta seguirá gravitando sobre Caracas ominosamente aun si los mecanismos que conducen a la suspensión no están en marcha.
Mientras tanto, continuarán las muertes, los saqueos, el hambre, los abusos. Hasta que un buen día ese régimen oprobioso desaparezca y no será América Latina, ciertamente, la que podrá jactarse de haber facilitado la transición hacia algo mejor.  A pesar de Almagro y sus buenos oficios.

La hora de Venezuela

La hora de Venezuela

Por Álvaro Vargas Llosa
Algo cambió -un poco, pero cuánto es ese poco- en el hemisferio sur en relación con Venezuela el 23 de junio. Ese día, a regañadientes, forzados por un secretario general que había invocado la Carta Democrática Interamericana en un informe presentado al Consejo Permanente el 30 de mayo, los países miembros de la Organización de Estados Americanos se reunieron para discutir el caso de Venezuela. Doce países aliados de Caracas trataron de impedirlo (y dos se abstuvieron), pero una amplia mayoría -un total de 20 países- aprobó el pedido de que se ventilara el informe de Luis Almagro.

Wednesday, June 22, 2016

Intereses negativos: causas, consecuencias y ramificaciones.

Intereses negativos: causas, consecuencias y ramificaciones.

Dickson Buchanan
Artículo y análisis original de Dickson Buchanan
Los bancos centrales defienden la errónea creencia de que las tasas de interés negativas podrían ser el beso mágico que convertirá el sapo de su economía en un Príncipe Azul. ¿Pero, por qué piensan esto con exactitud? ¿Qué hace que Draghi, Kuroda y otros piensen que al imponer tasas de interés negativas van a estimular el crédito y los préstamos en sus respectivas economías?
Es importante entender la lógica detrás de este momento histórico de la historia monetaria mundial. Las tasas de interés negativas no tienen precedentes y muestran lo lejos que hemos llegado afuera del curso en términos de política relacionada con los mercados monetarios y crediticios. Ya esto está repercutiendo en el mundo con un efecto tremendo en varios países europeos y en Japón, y que pueden estar llegando a los EE.UU. eminentemente. Las tasas negativas también causarán importantes implicaciones para el oro.


¿Por qué tasas de interés negativas?
Las razones son muy simples. Después de haber probado la zanahoria sin mucho éxito, los bancos centrales se están moviendo hacia el uso de palitos para obtener el comportamiento que quieren.
Desde cero a bajas tasas de interés eran la zanahoria. Ofreciendo tarifas muy bajas con el fin de atraer el interés en los préstamos no se ha convertido en el robusto mercado de crédito que estaban esperando. Así que, ahora que están buscando utilizar un palo – la imposición de tasas de interés negativas. Esto efectivamente colocará una sanción, un impuesto, que incluso se aplicará a los bancos si no consiguen prestar el dinero suficiente para zacear el deseo de los bancos centrales.
Al igual que con el ZIRP, los bancos centrales van a descubrir  pro las malas que las tasas de interés negativas no son la pomada mágica que va a resucitar el vegetativo mercado crediticio. La falta de crédito disponible no es el problema. Estamos nadando en un océano abierto a los créditos. Más bien, el problema radica en que se maneje la demanda adecuadamente. Desde la perspectiva de los bancos, simplemente no hay suficientes prestatarios solventes. La solvencia precede a los préstamos. En nuestra economía saturada por la deuda, la solvencia es cada vez más extraña.

¿Qué harán los bancos?
Los bancos sólo podían absorber la pérdida de su capital y optar por no prestar a todos. Esto es lo que la mayoría de los bancos en Europa están haciendo. Muchos bancos optan por tomar simplemente la pérdida y comprar los bonos del Estado, porque no hay suficientes sujetos de crédito en el mercado privado. Con estos márgenes de beneficio más bajos, en contra de los deseos de Draghi, los bancos pueden encontrarse menos dispuestos a prestar.
Los bancos podían pasar las pérdidas a los depositantes. En lugar de recibir un interés minúsculo en tus depósitos, ahora tendrás que pagar para mantener tus fondos en el banco. Esto provocaría retiros masivos de dinero en efectivo que fijaría un piso debajo de la tasa negativa y reduciría drásticamente una gran fuente de financiación de los bancos. Podríamos concluir que estos no son los resultados ideales.
Tal vez la más demandante de todas las consecuencias como resultado de estos tipos de interés negativos son los incentivos perversos que se reproducen entre los bancos. Las tasas negativas impondrán las pérdidas constantes de tu capital durante el tiempo que lo tenga en el banco central. En otras palabras, los bancos están pagando el mantenimiento de las reservas del banco central. Este es un nuevo costo incluido al banco que no tenía antes. Mientras más profundo dentro del en territorio negativo el interés se meta, mayor será el costo. Mientras más tiempo lleve guardado el capital, mayor será el costo.
Por supuesto, la otra alternativa es participar en las operaciones de crédito con las empresas y las familias en la economía. Esto es lo que los bancos centrales están esperando. Sin embargo, si no hay buenas ofertas entonces la sanción impuesta por el Banco Central obliga a los bancos apegarse a préstamos más especulativos y de mayor riesgo. Dado que vale la pena ir a lo seguro con el banco central, muchos bancos optarán a jugar a lo arriesgado.
Sin embargo, las pérdidas potenciales de la arriesgada apuesta que salió mal podrían ser mucho más grandes y cuentan con un mayor daño colateral. Este es un territorio que sopla burbujas. Todo se ve bien hasta que, bueno, hasta que deja de  hacerlo.
¡De hecho, si las tasas caen más a fondo en el territorio negativo, incluso un banco puede verse obligado a tener que elegir entre dos alternativas, para ver con cuál va a perder menos! Si esto no es un claro síntoma de la destrucción del capital en nuestro sistema monetario y crediticio moderno, entonces, ¿Cuál será? Esto está empezando a ser una realidad en Europa. Pero no es así como se construyeron las grandes ciudades y las economías de Europa o del mundo. No es así como se creó la comida moderna y la cadena de suministro industrial. Esto representa el polo opuesto de las relaciones que han hecho que las civilizaciones humanas crezcan y prosperen. Así no es como se han creado ni la riqueza ni la prosperidad, esta es la forma en que se destruyen.
Conclusiones: Bienvenidos a la Matrix
No se equivoque, tasas de interés negativas no son una algo bueno y no son representativos de un libre mercado monetario o crediticio. Son una perversa contradicción a cómo deberían ser las verdaderas relaciones crediticias. El riesgo de dar nuestro capital por cierta duración de tiempo debería ser compensado adecuadamente a través de la tasa de interés. Tener que pagar una contraparte al préstamo a cabo su capital sin compensación alguna es una oferta contraria en la que nadie participaría si no hubiera mejores opciones disponibles. Y ahí está el problema, para los bancos de hoy y para los depositantes también, simplemente no hay muchas buenas opciones disponibles en nuestro sistema de planificación centralizada.
Esto nos lleva al corazón de lo que causó las tasas de interés negativas. Las tasas de interés negativas son el efecto a largo plazo de un Sistema de circuito crediticio cerrado que obliga que el capital fluya más hacia las entidades gubernamentales que, a ser de otra manera, a un sistema libre y abierto. La deuda pública se compra en cantidades cada vez mayores obligando a la producción y al rendimiento ir cada vez más y más abajo. La deuda total aumenta, mientras que las empresas productivas se contraen. No es un buen escenario.
La desaparición del rendimiento disponible en el mercado y la aparición de rendimientos negativos están aquí para quedarse. Lo importante es entender que a diferencia de Neo en la Matrix, no son anomalías sistémicas. Por el contrario, para usar una frase del arquitecto de la misma película son “inherentes a la programación de la matriz.” A pesar de los intentos de Yellen, Draghi y Kuroda, estos problemas persistirán hasta que se escrudiñen los principios de esa matriz.

Intereses negativos: causas, consecuencias y ramificaciones.

Intereses negativos: causas, consecuencias y ramificaciones.

Dickson Buchanan
Artículo y análisis original de Dickson Buchanan
Los bancos centrales defienden la errónea creencia de que las tasas de interés negativas podrían ser el beso mágico que convertirá el sapo de su economía en un Príncipe Azul. ¿Pero, por qué piensan esto con exactitud? ¿Qué hace que Draghi, Kuroda y otros piensen que al imponer tasas de interés negativas van a estimular el crédito y los préstamos en sus respectivas economías?
Es importante entender la lógica detrás de este momento histórico de la historia monetaria mundial. Las tasas de interés negativas no tienen precedentes y muestran lo lejos que hemos llegado afuera del curso en términos de política relacionada con los mercados monetarios y crediticios. Ya esto está repercutiendo en el mundo con un efecto tremendo en varios países europeos y en Japón, y que pueden estar llegando a los EE.UU. eminentemente. Las tasas negativas también causarán importantes implicaciones para el oro.

Monday, June 20, 2016

Orlando y sus consecuencias

Orlando y sus consecuencias

Por Álvaro Vargas Llosa
El académico francés Olivier Roy, conocido experto en el islam, lleva algún tiempo provocando tormentas intelectuales en su país con la tesis de que los atentados terroristas cometidos en Francia en nombre de organizaciones musulmanas violentas no responde “al radicalismo del islam, sino a la islamización del radicalismo”. Según él, este fenómeno está confinado en musulmanes de segunda generación, es decir, hijos de inmigrantes, que adhieren de forma oportunista a grupos terroristas fundamentalistas para algo que tiene mucho menos que ver con la religión que con su propia desafección por el mundo de sus padres y la vida occidental, y con el odio de sí mismos. También un grupo más pequeño, el de jóvenes “conversos” locales sin raíces identificables en países musulmanes, ha producido terroristas.



Cuando uno reúne los datos del escalofriante atentado que el 12 de junio perpetró Omar Mateen en la discoteca “Pulse” de Orlando, Florida, que costó la vida a 49 personas y dejó un saldo de otros 53 heridos, es difícil no prestar oídos al análisis de Roy. Ese análisis está centrado en su país, donde atentados como el que mató en París a decenas de personas en una sala de conciertos y algunos restaurantes han disparado un debate sobre cómo enfrentar la violencia de personas nacidas o criadas en la propia Francia, pero se puede extender a otros lugares. Ya hay en Estados Unidos, por ejemplo, una lista de atentados a manos de personas que no fueron preparadas y enviadas por al-Qaeda, el Estado Islámico u otras organizaciones terroristas sino que, habiéndose criado y vivido mucho tiempo en Estados Unidos, acabaron adhiriendo a ellas poco antes de ejecutar sus masacres. Allí está, entre otros, la matanza de San Bernardino, California, ocurrida en diciembre del año pasado, en la que Syed Rizwan Farook, nacido en Estados Unidos y de origen paquistaní, sin filiación con célula terrorista alguna, atacó, junto a su mujer, un centro de sanidad pública. Y, ahora, la matanza de Orlando en una discoteca frecuentada por gays.
Omar Mateen, de origen afgano, nació y se crió en Estados Unidos. Aunque adhirió a último momento al Estado Islámico, no pertenecía a esa organización ni ha podido encontrarse rastro de conexiones personales con ella. También tuvo, en el pasado, episodios de simpatía sin relación orgánica ni comunicación directa con grupos como al-Qaeda y Hezbolá (la una sunita, la otra chiita, y enemigas entre sí). Pero, salvo esto y algún viaje a Arabia Saudita por razones no políticas, nada hace de él alguien semejante a los autores de los atentados contra las Torres Gemelas y el Pentágono, ellos sí pertenecientes a al-Qaeda, y entrenados y mandatados por dicha organización.
¿Qué perfil psicológico se ha podido trazar de Mateen? El de una persona con bastante desasosiego e inseguridad en torno al tema de su sexualidad y la ajena, en parte expresada en una homofobia declarada, en constante exploración política relacionada con el mundo de sus lejanos orígenes y con una fuerte atracción por las armas y la criminología (disciplina que estudió en una universidad).
La religión no era, hasta donde se sabe, una preocupación importante en su vida, ni tuvo vinculación con su expresión organizada. El islam aparece en su vida como una consecuencia más que una causa, y como una identificación política mucho más que espiritual. Hay en todo esto, pues, en no poca medida, un eco de la tesis de Roy: un tipo radicalizado por su falta de adaptación a la sociedad y el medio que “islamiza” su desafección y su odio, quizá a sí mismo y sin duda a cosas que lo rodean. ¿Por qué le da forma islámica a su radicalismo y no otra? Ese no es el asunto de este texto, ni es la nuez de la tesis de Roy; pero es evidente que los grupos terroristas islámicos le dicen algo a un joven en ese estado mental, en parte sus raíces (que son lejanas en la práctica pero a las que es más fácil “volver” porque otras se sienten mucho más lejanas) remiten al mundo musulmán y en parte porque esos grupos violentos simbolizan hoy la forma más extrema y nihilista de ataque al mundo contra el cual él se rebela.
En tal sentido, el Estado Islámico, para hablar del grupo al que Mateen expresó su adhesión en una llamada al 911 desde la discoteca y en publicaciones que hizo en Facebook y otras redes sociales esa noche, suministra un relato al joven rebelde. La propaganda de Abu Bakr al-Baghdadi y compañía calza perfectamente con la necesidad de dar una cobertura narrativa, un lienzo abarcador, a la necesidad de expresión agresiva del que va a matar y morir. El Estado Islámico ni siquiera da una causa, sino una apariencia de causa, a alguien como Mateen. El no busca implantar el califato, sólo busca que su misión tenga algún sentido redentor, alguna justificación, y para eso el relato propagandístico del Estado islámico es perfecto. Lo es también la posibilidad que ofrecen las redes sociales de insertarse en el relato islamista para alguien que no tiene conexión alguna con la organización.
En un interesante artículo, Amy Zalman, profesora en Georgetown, nos recuerda, citando al psicólogo cognitivo Jerome Bruner, la necesidad imperiosa que tenemos los seres humanos de crear relatos. En un caso como la tragedia de Orlando, esa necesidad aumenta. Todos -los políticos que debaten la política de seguridad y la política exterior, los periodistas que opinan además de informar, los ciudadanos que se comunican por las redes sociales, la gente que comenta las noticias de impacto en las calles- tienen que armar una historia para darle racionalidad a lo ocurrido. Pero, aunque esto es muy cierto, el primer relato, el más importante, es el que el propio autor de la violencia construye al momento de adherir a una organización que ni siquiera conoce bien.
Esta es quizá la mayor victoria alcanzada hasta ahora por grupos como el Estado Islámico: haber logrado suministrar un relato a los que no tienen relato propio, multiplicando así cancerosamente lo que de otro modo estaría confinado en la militancia permanente de la propia organización. Pero hay más: el propio adherente de última hora suministra un relato a la organización que ni siquiera conoce, potenciando su capacidad propagandística, pues ahora Mateen es un “mártir” del califato.
En los últimos meses todo han sido malas noticias en relación con el Estado Islámico… hasta que Mateen salió al rescate. Después de los éxitos que había tenido al-Baghdadi tras la captura de Mosul y la proclamación del califato en 2014, vino la reacción de distintas comunidades y grupos en Irak y Siria, con apoyo estadounidense y europeo. Esa reacción hizo trizas la estrategia del Estado Islámico, centrada en la conquista de territorios y la creación de un gobierno, al menos embrionario. La organización fanática ha perdido ya casi la mitad del territorio que había logrado ocupar en Irak y ha cedido mucho espacio en Siria, donde enfrenta la ira combinada del régimen de Assad (con apoyo ruso) y de los grupos contrarios a Damasco (con apoyo árabe). Eso sí, aunque sigue generando decenas de millones de dólares al mes con los “impuestos” que cobra y el crudo que vende, está en serios problemas.
Un síntoma importante es la caída sistemática del reclutamiento occidental. Antes, alarmaba a los europeos la riada de jóvenes que viajaban a Siria e Irak a enrolarse en el Estado Islámico. Hoy, sucede lo contrario: las deserciones son ya un patrón claramente identificable y ha disminuido mucho el número de personas que salen de Europa para militar en la organización terrorista. A tal punto, que el propio Estado Islámico pidió hace no mucho a sus adherentes occidentales que se queden donde están, pues “la más pequeña acción que realicen en el corazón de su tierra es mejor”. Se refería a la tierra del infiel, no de los reclutas potenciales.
Las consecuencias de todo esto para al-Baghdadi son internacionales. Otros grupos compiten con el suyo por los afectos de los jihadistas. Es el caso de los talibanes en Afganistán y Pakistán, donde la rama local del Estado Islámico tiene problemas serios para crecer. Aunque en lugares como Libia el capítulo local sí ha podido establecer una organización poderosa y eficaz, en otras partes pasa lo mismo que en Afganistán. También hay división interna en Yemen.
Es difícil exagerar el golpe propagandístico que ha sido el atentado cometido por Mateen en Orlando. Cuando más lo necesitaba y sin tener el menor aviso previo, la organización de al-Baghdadi ha recibido una inyección de publicidad y ha sido devuelta al lugar de honor del islamismo violento. La idea de que, en el corazón de los Estados Unidos, la encarnación de Satán, el Estado Islámico es capaz de inspirar a jóvenes que buscan irse al paraíso infligiendo daño al enemigo es poderosísima. Su efecto contagioso, su potencial multiplicador, no puede subestimarse. De hecho, no anda descaminado el FBI, a pesar de las críticas que ha recibido, en sus advertencias, expresadas muchas veces desde hace algún tiempo, de que existe el peligro del terrorista “de casa” y el “lobo solitario”. Es decir el peligro que probó ser Mateen, más difícil de prevenir y atajar que si un grupo terrorista tratara de enviar a una célula a Estados Unidos a cometer un acto como el de las Torres Gemelas.
Por eso decía que el relato se lo suministra tanto Mateen al Estado Islámico como éste a aquél. Por allí empieza la vocación narrativa del terrorismo en casos como este: el grupo necesita seguir fascinando a individuos vulnerables y el potencial adherente necesita que el grupo siga siendo fascinante. Luego continúa el efecto “relato” hasta incrustarse en el debate político, entre quienes están a favor y quienes están en contra del acceso cómodo que tienen hoy los estadounidenses a las armas, y entre quienes aspiran a gobernar a partir de enero del próximo año.
Donald Trump no decepcionó a sus seguidores sugiriendo que debía ser felicitado por haber pedido que se impida la entrada al país a los musulmanes durante un tiempo e insinuó que Barack Obama tenía simpatía por el atentado de Orlando. Tampoco Hillary Clinton decepcionó a los suyos renovando su pedido de limitar el acceso a las armas y acusando al lobby del rifle de impedir una solución contra futuros ataques terroristas.
Todos, desde los más demagógicos hasta los más sensatos, intentan darle una racionalidad a lo ocurrido porque sólo si la hay es posible una solución definitiva. Pero la frecuencia de estos actos en los países occidentales -a pesar de que tienen hoy la guardia alta- indica que no hay una solución de política interna o exterior capaz de resolver el fenómeno pronto. Sólo posibilidades de limitarlo, pues el enemigo está adentro y tiene muchas caras, y en una sociedad libre es casi imposible, además de indeseable, controlarlo todo. Para desgracia de las víctimas y sus desconsolados seres queridos.

Orlando y sus consecuencias

Orlando y sus consecuencias

Por Álvaro Vargas Llosa
El académico francés Olivier Roy, conocido experto en el islam, lleva algún tiempo provocando tormentas intelectuales en su país con la tesis de que los atentados terroristas cometidos en Francia en nombre de organizaciones musulmanas violentas no responde “al radicalismo del islam, sino a la islamización del radicalismo”. Según él, este fenómeno está confinado en musulmanes de segunda generación, es decir, hijos de inmigrantes, que adhieren de forma oportunista a grupos terroristas fundamentalistas para algo que tiene mucho menos que ver con la religión que con su propia desafección por el mundo de sus padres y la vida occidental, y con el odio de sí mismos. También un grupo más pequeño, el de jóvenes “conversos” locales sin raíces identificables en países musulmanes, ha producido terroristas.