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Saturday, July 2, 2016

Lecciones del derrumbe populista en América Latina

Lecciones del derrumbe populista en América Latina

Por Washington Abdala
Lo difícil y peculiar del presente latinoamericano es que todos sabemos lo que está mal, pero no siempre acertamos en recorrer el camino correcto. Es que, en la actividad gubernamental, nunca es fácil saber cuál es la fórmula que resultará exitosa, porque depende de variables de diverso calibre y contextos mutantes. Veamos algunos ejemplos que delatan lo complejo que es gobernar acertando con las medidas que se toman.


En algún momento, en Brasil creyeron —casi todos los analistas y los observadores supuestamente imparciales— que el liderazgo de Lula da Silva, con sus metodologías gradualistas en materia de reformas, era el camino acertado para recorrer un tiempo de prosperidad y lograr hasta la aceptación de los Estados Unidos, que veían en ese accionar un ejemplo para la región. Claro, hubo que esperar a saber todo para que aquel ejemplo se transformara en patetismo puro y vergüenza regional. No creo que nadie imaginara la dimensión de la corrupción. O sea, Brasil pasó de ser referencia moral a papelón universal. El Partido de los Trabajadores pagará cara la cleptocracia que incubó en el poder. Por lo pronto, ya cayó una presidente y siguen firmas. Inimaginable para el poderoso integrante del BRIC de hace dos años.
Otro ejemplo. Era muy claro que los zapatistas mexicanos enarbolaban un relato utópico, con ideas imposibles de concretar. Los métodos que argumentaban fueron tan naíf como demenciales, por eso resultaron inaplicables siempre. México fue alienando y la fórmula zapatista, local y parcial, jamás se universalizó, ni fue tenida en cuenta como relevante por ningún integrante de las élites de los gobiernos de turno. Los zapatistas son el pasado y no suministraron pistas para salir de las crisis actuales. Es más, ni las vieron venir en sus dimensiones violentas o económicas.
El eje bolivariano era el otro referente geopolítico que, con Hugo Chávez con vida y liderazgo activo (y petróleo caro), parecía detonar algunas supuestas verdades que luego supimos que eran sólo efectos fantasía, mientras ese país cayó en una decadencia populista, quedó sumido en un poder militar que todos sabemos que terminará rematadamente mal. Por eso, el gesto del secretario general de la Organización de los Estados Americanos (OEA) de quebrar con los protocolos diplomáticos y sacudir las inercias funge como un llamado de atención ante el mundo, como diciendo: "Miren que estoy avisando que va a pasar lo peor, yo advertí". Y por más culebrones con los Estados Unidos, el final siempre será el mismo.
De la Argentina kirchnerista mejor ni abusarse, porque ya sería grosero, con un modelo que tuvo pretensiones progresistas pero que sólo fue distributivo durante un tiempo, luego únicamente endeudó a la sociedad en cifras astronómicas que el actual Gobierno ni se anima a contarle aún a la población para que algunas gentes no infarten. La realidad en Argentina, además, cada día aporta datos imposibles de imaginar hasta para el más creativo guionista de cine de ciencia ficción.
Queda en pie la Bolivia de Evo Morales, que no dejó de reconocer que tuvo mejorías en relación con los depredatorios regímenes anteriores, pero que ya comienza a manifestar registros de agotamiento (nunca olvidemos que es una economía que tiene un sostén externo fruto también de la droga que vende). Y el Ecuador de Rafael Correa, que ha sido, quizás, de toda esta barra, el más inteligente, máxime cuando uno repasa los números de ese país y no puede desconsiderarlo. Distintos de Perú y Colombia, son indicadores (los ecuatorianos y los bolivianos) que en economía hablan solos. El capital únicamente invierte donde encuentra rentabilidad. Si tiene temor, huye (Venezuela). Pero si considera que habrá spread o plusvalía, se afinca y se expande (Perú).
La conclusión es una sola pero evidente: las izquierdas, en sus praxis latinoamericanas, con 387 millones de personas que somos, excepto los 16 millones del Ecuador y los 11 millones de Bolivia, el resto nadie quiere saber nada con los modelos populistas. O sea, queda claro que no se puede tener un gasto público insensato. Queda claro que no se puede tener un déficit que supere en demasía un 3% del PBI. Queda claro que sin inversión auténtica y real nada es posible. Y queda claro que con arreglos monetarios sólo se gana tiempo y no salud económica. Todo lo demás es teoría. Esta es la realidad para no vivir en la inflación y en el salario devaluado.
Lo bueno es que es posible y verdadero salir de las crisis. Las dramáticas posguerras del siglo pasado nos mostraron eso: que los países que quisieron se remangaron y los sacaron adelante. Claro, hay una generación que tiene que sudar, remar, empujar y dar más de lo que correspondería en tiempos de bonanza.
En el presente —que no estamos en una crisis tipo posguerra, pero tampoco estamos en una época de prosperidad— solamente cabe que exista algún tipo de compromiso colectivo dentro de cada nación que entienda que se están jugando asuntos superiores. Si la ciudadanía no termina por creer en esto, si los líderes no convencen a la masa de semejante evidencia, si ellos no se convencen antes, nada será posible. Y aunque se tenga razón, no se podrá quebrar la lógica negativa del presente.
Hay que tener razón, liderarla y además contagiar a los otros. Si falla alguna de estas tres concausas, estamos liquidados.
El autor es un abogado y escritor. Ex presidente de la Cámara de Diputados de Uruguay.

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