“ABANDONO EL CAMPUS PENSANDO, ESTA ES LA MEJOR UNIVERSIDAD DEL MUNDO.”
RICARDO VALENZUELA
El sábado dos de Abril, después de un largo vuelo de más de tres horas originado en Dallas, a través de la ventana del avión se develaba con gran belleza la ciudad de Guatemala. Con una eficiencia impresionante desembarcábamos y, en menos de quince minutos, sorteábamos lo que en muchos países es un calvario: Inmigración y aduana. Al abandonar el aeropuerto me azota la agradable brisa de la ciudad y minutos después transitaba hacia mi hotel. Era una noche clara que me permitió atestiguar lo que tanto me afirmaran; Guatemala es una ciudad realmente bella y cosmopolita.
“SALIDA HAY. MÁS NO LA DEL ESTADO; ES LA DE LA SOCIEDAD CIVIL ENVUELTA EN ESE MANTO DE LA DIVINA LIBERTAD QUE HA ENALTECIDO A ESTOS PAÍSES QUE AHORA APUNTAN A SER LOS MILAGROS DEL NUEVO MILENIO.”
RICARDO VALENZUELA
Así se llegó ahora al decrecimiento: nace y crece más gente, pero se reducen sus ingresos y nivel de vida, sus ahorros e inversiones. Tan grave deterioro se observa (y padece) en los gastos que pueden permitirse, en la calidad, variedad y cantidad de bienes y servicios que pueden comprar. Es decir, no se crea riqueza ni capital, y la industria que más crece en toda América Latina, es la burocracia para como los vampiros seguir chupando la poca sangre que se produce. Ah, al no crear riqueza, siguen endeudando al país para tirarle a la gente con migajas.
Sin embargo en otras regiones del mundo la riqueza ha crecido a borbotones. Hong Kong, Singapur, Dubái, China, al establecer sus regiones económicamente libres han hecho florecer desiertos, montañas e inhóspitos parajes. La libertad económica está produciendo las historias increíbles del siglo XXI. No todo está perdido, no desmayemos ante algo que sin duda tiene remedio y solución. Hace veinte años Dubái era un calcinante e inhóspito pedazo de desierto. Hoy día la ciudad más moderna del mundo y en la cual los ingresos de sus habitantes coquetean con los $50,000 dólares anuales gracias a su conversión a la libertad económica. Ahora no hay otra salida que desandar el mal camino. Y si no salimos por ahí, nos seguiremos hundiendo. Porque las sociedades no son piscinas: no tienen “fondo”; así que no vamos a “tocar fondo” porque no hay fondo. Todo puede empeorar. Los gobernantes de mañana pueden ser todavía más demagogos que los de hoy, más izquierdistas, más ineptos, más autoritarios, o más de todo eso junto. O lo que es más probable: pueden ser igualitos; sólo que por causa del "multiplicador" (no keynesiano) los resultados de las políticas de siempre serán más devastadores de lo acostumbrado. Aquí se aplica el famoso refrán de Antonio Machado pero modificado: “Caminante no hay camino; pues entonces hay que devolverse.” Pero para desandar el mal camino se requiere un partido liberal. Sólo dos economías latinoamericanas crecen: Chile y El Salvador. ¿Por qué? Porque allí hay partidos liberales. Estando en el Gobierno, empujan por el buen camino; y en la Oposición, tocan la alarma para advertir a la gente, y a veces pueden ponerles límites a los Gobiernos. El anterior Presidente chileno, Eduardo Frei Ruiz, hijo de su antecesor de los '60 Eduardo Frei Montalvo, no fue menos incapaz y populista que su padre. Fue igual. Sólo que la economía de su país estaba más fuerte y resistente después de los años de Pinochet, quien al revertir las políticas estatistas, interrumpió su efecto multiplicador. Igual sucedió con el socialista Lagos y después con Michelle Bachelet. Para no todo está perdido: 1. El empobrecimiento tiene su lado bueno. A los Gobiernos les deja menos “margen de maniobra” para seguir disfrazando su incapacidad. Y los pretextos se les agotan. Tienen menos oportunidades de seguir mintiendo, robando y empobreciendo. Ellos le llaman “déficit de gobernabilidad”, y lo consideran muy malo; Y de verdad lo es para ellos, pero puede ser muy bueno para nosotros los sufridos ciudadanos, “si nos ponemos las pilas.” 2. Los fracasos de las reformas de los '90, y el fin de la experiencia Cavallo en Argentina, como las dificultades de la dolarización no acompañada de reformas complementarias en Ecuador, demuestran que las reformas liberalizadoras deben ser completas y a fondo, simultáneas y rápidas. También demuestran que el "neo" liberalismo puede ser simplemente una continuación del estatismo por otros medios. Como si esos borrachitos que se ponen a tomar solamente cerveza, o "vinito blanco helado" dijeran "nosotros somos neosobrios". Así son los neoliberales en su mayoría. Pero hay grupos liberales activos en América latina, como Alianza Liberal en México. 3. Y quedan muchos buenos economistas austriacos ortodoxos en el mundo. Como Israel Kirzner, o Mark Skousen. Y la Escuela del Supply-Side Economics recoge la enseñanza austriaca, por fortuna -por Ej. George Gilder-; y nos trae el legado de la tradición fisiocrática francesa, en la que reverbera la mejor y más realista filosofía de la escolástica española. Ellos enseñan que los mercados no son inútiles como los políticos. Ni lentos. Una vez libres para hacer contrataciones y anudar compromisos productivos bajo arreglos voluntarios, los mercados sí producen prosperidad; y rápido. No como los neoliberales, que exasperan a la gente diciendo "hay que esperar". No; no hay que esperar. Porque, ¿cuánto demoran los mercados? Tanto como demora un hacendado en cosechar sus tomates, cebollas, o en criar sus pollos o becerros; o un fabricante en entregar un lote de 500 unidades de camisas o zapatos, o de quesos y salchichas; o una carpintería en terminar un juego de sala, de comedor o de dormitorio. Porque la reproducción de la riqueza es en parte un proceso físico, una secuencia de transformaciones materiales que consume algo de tiempo, como explica Mark Skousen, pero no demasiado. Y para reproducirla, los empresarios contratan empleados y obreros; y a otros empresarios como sus proveedores de materias primas, bienes intermedios y de capital. Así se crea empleo, hay ingresos para todos. Y bienes y servicios en abundancia. ¿Cuándo? En meses nada más. Dependiendo del consumo de tiempo de los procesos productivos en los distintos corredores, ya que algunos exigen más que otros; pero en meses más o en meses menos, todos los artículos y rubros deseados por la sociedad aparecen. No es como en el estatismo. En la política no es así: hay muchos fallos en los mercados políticos (favor de referirse al Congreso Mexicano de Mao Maos). Sin embargo, bastaría que uno de los grupos liberales latinoamericanos llegue a ser Gobierno y aplique la fórmula del "laissez-faire", derogando las normas estatistas; Para revertir el efecto multiplicador, deshaciendo los entuertos acumulados en los últimos 50 o 60 años. Los éxitos del mercado sustituirían así a los fallos del Estado. El auge económico sería casi inmediato y sin ayudas ni préstamos externos. Produciría un efecto demostración en los demás países. O sea: salida hay. Más no la del Estado; es la de la sociedad civil envuelta en ese manto de la divina libertad que ha enaltecido a estos países que ahora apuntan a ser los milagros del nuevo milenio.
“SALIDA HAY. MÁS NO LA DEL ESTADO; ES LA DE LA SOCIEDAD CIVIL ENVUELTA EN ESE MANTO DE LA DIVINA LIBERTAD QUE HA ENALTECIDO A ESTOS PAÍSES QUE AHORA APUNTAN A SER LOS MILAGROS DEL NUEVO MILENIO.”
RICARDO VALENZUELA
Así se llegó ahora al decrecimiento: nace y crece más gente, pero se reducen sus ingresos y nivel de vida, sus ahorros e inversiones. Tan grave deterioro se observa (y padece) en los gastos que pueden permitirse, en la calidad, variedad y cantidad de bienes y servicios que pueden comprar. Es decir, no se crea riqueza ni capital, y la industria que más crece en toda América Latina, es la burocracia para como los vampiros seguir chupando la poca sangre que se produce. Ah, al no crear riqueza, siguen endeudando al país para tirarle a la gente con migajas.
“EN MEDIO SIGLO LOS FALLOS DEL ESTADO SE ACUMULARON Y SUS EFECTOS SE SUMARON Y MULTIPLICARON. LLAMEMOS A ESTE EFECTO "MULTIPLICADOR" DE LOS FALLOS DEL ESTADO; O MULTIPLICADOR POLÍTICO QUE PRODUCE PARKINSON SOCIAL.”
RICARDO VALENZUELA
La gran noticia en México este ya próximo nuevo año, es la aprobación del neo presupuesto—Que pena otra torre de Babel.” Argentina, Venezuela y Colombia –casi toda América latina- es un cuadro de horror. Millones de personas pasan hambre; otros sin trabajo apenas sobre viven; la clase media ha visto recortarse a la mitad sus ingresos; y aun los ricos lo son algo menos—excluyendo a los políticos y empresarios estatistas. En todos los niveles se han descendido escalones, y algunos no uno sino dos o tres a la vez. Obviamente los que moran en el subterráneo nacional, son los más desesperados. Y es en todos los países.
¿Y los Gobiernos? Persisten las barbaridades del castro comunista Osama Bin Chávez en Venezuela; la ineptitud del populista Humala en Perú. Las inconsistencias de Calderón en México tan contradictorias como las de la también indefinida Cristina I en Argentina. Y las inconcebibles estupideces de Correa, Morales, Ortega. Colombia es un bellísimo país que está siendo cercenado en trozos por los barones feudales de la narco guerrilla ante la ceguera de su clase política. América Latina tuvo Presidentes ladrones, narcotraficantes y asesinos; pero hasta ahora no había llegado al puesto una persona en estado de salud mental por lo menos discutible. ¿Son los gobernantes de esta generación más incapaces, más bandidos e ignorantes que los de las anteriores? ¿Más mentirosos, bribones y ladrones? ¿Más ineptos e irresponsables? ¿O son peores sus políticas y por lo mismo más destructoras? Esas impresiones nos dan a primera vista... Pero comparando, no son peores, o no mucho peores. Revisando país por país, observamos que sus Presidentes actuales no son mucho más incompetentes o sinvergüenzas que sus antecesores. Comparables a los de hoy han sido Gabriel Terra (Uruguay), Getulio Vargas (Brasil), Juan D. Perón (Argentina). O el coronel Marcos Pérez Jiménez y Rómulo Betancourt (Venezuela). Aplicaban más o menos las mismas políticas estatistas con las que Lázaro Cárdenas destrozó a México. Y de hecho son muy parecidos. Tal vez los de hoy son un poco más groseros y arrogantes, eso es todo. Son diferencias personales, no políticas. ¡Pero la situación de estos países es hoy día de tragedia y devastación! Sin embargo, esto es el resultado acumulado de muchas décadas de Gobiernos en feroz guerra contra la economía, contra la sociedad, contra la familia y, contra algo más importante; contra el sentido común; y no de las políticas infames de los últimos años solamente. Es como si afirmáramos la última pelea de Mohamed Ali fue la causa de su lastimoso estado actual; no, fueron muchos años de palizas que le sirvieron el mal de Parkinson. Igual o peor han sido las palizas que le han dedicado a nuestra América Latina. De hecho muchos dirigentes actuales son hijos biológicos de sus antecesores y, como Cuauhtémoc Cárdenas, los Hank Ron y Peña Nieto en México, siguen exactamente los pasos de sus padres sin desviarse un milímetro. Pero sus efectos sobre nuestros países son más letales, no porque ellos sean peores, sino porque sus economías están agotadas, desgastadas y, como los boxeadores viejos muy golpeados, son menos resistentes a sus barrabasadas. Inglaterra pudo soportar a los socialistas—laboristas de los 70, pero sólo después de siglos de creación de enormes riquezas. Supongamos que tenemos acciones en una empresa que lleva años en manos de pésimos gerentes, y ha ido empeorando paulatinamente. La calidad de sus productos se deterioró, la firma fue perdiendo mercados y ahora casi no le quedan. Las ventas están por el suelo y los costos altísimos. Las deudas impagables. Al principio sus dividendos disminuyeron, después ya no pagaron y cayó el precio de sus acciones. La actitud de sus empleados es de derrota. Pero ¿los dirigentes actuales son peores que los anteriores? No; no es eso. Es el efecto multiplicador de “las mismas estrategias gerenciales” sobre sus operaciones y activos, su valor y sus rendimientos. Su incapacidad de “rectificar.”—el clásico mexicano vale más malo conocido. La Escuela austriaca de Economía enseña que a la riqueza, más que producirla hay que reproducirla para sustituir a la que consumimos y gastamos. Porque casi todos comemos tres veces al día. Los zapatos y la ropa hay que reponerlos y nuestros bienes durables se descomponen o deterioran y deben repararse o sustituirse al final de su vida útil. Y la población se duplica cada tantos años, pero no así la producción. No es como dicen los progresistas; quitarle a los ricos para darle a los pobres. “Ya lo hicimos y ahora todos somos pobres.” Señala el nuevo niño genio de la economía mundial; Paul Romer, el que si la economía de los EU creciera solo .5% adicional a lo normal, en 30 años el ingreso per cápita de los americanos sería de más de 200,000 dólares al año—ah, y da la receta, ciudades libres estilo Hong Kong.
Sólo hay un sistema económico capaz de producir la riqueza a medida que una población creciente la va consumiendo: el de mercado. Y lo hace a través de mecanismos de coordinación espontánea cuyas piezas son los precios, los costos e incentivos, y las diferencias entre ellos de un ramo a otro, de un país, región o localidad a otra, y de una empresa a otra. Precios, ingresos y ganancias transmiten información y así los agentes económicos identifican oportunidades desaprovechadas y recursos empleados por debajo de sus niveles óptimos. Constantemente los van reasignando en respuesta a los incentivos mediante arreglos y contratos que hacen, deshacen y rehacen. Algunos trabajan a paga fija, otros por su cuenta y riesgo como independientes, otros dan empleo fijo a los primeros. Sin intromisiones y distorsiones políticas, el sistema funciona aceitadamente y sin fricciones. Así fue América latina a comienzos del siglo XX. Los jueces se limitaban a fallar sus sentencias conforme a los viejos principios de los Códigos. Presidentes y Ministros no se entrometían, y tampoco los legisladores. La riqueza no sólo se reproducía sino que se multiplicaba. Y tanto, que entre 1880 y 1930 a países como Argentina llegaron millones de inmigrantes porque se vivía mucho mejor que en Asia, mejor que en Europa del sur, y casi tan bien como en EU. La actividad económica era robusta, eficiente, y como resultado hubo crecimiento. La producción aumentaba a ritmo superior al de la población. Pero cuando los políticos iniciaron su agresión con impuestos inicuos y otras reformas estatistas, los mercados perdieron lozanía, vigor y velocidad de respuesta idónea. La producción disminuyó y se estancó. Así fue y es desde los ‘40 y '60. Pasaron años y años y los “príncipes” políticos no rectificaron siguiendo con sus imperiales dictados, terminaron por destruir los resortes y engranajes económicos. En medio siglo los fallos del Estado se acumularon y sus efectos se sumaron y multiplicaron. Llamemos a este efecto "multiplicador" de los fallos del Estado; o multiplicador político que produce Parkinson social.
“EN MEDIO SIGLO LOS FALLOS DEL ESTADO SE ACUMULARON Y SUS EFECTOS SE SUMARON Y MULTIPLICARON. LLAMEMOS A ESTE EFECTO "MULTIPLICADOR" DE LOS FALLOS DEL ESTADO; O MULTIPLICADOR POLÍTICO QUE PRODUCE PARKINSON SOCIAL.”
RICARDO VALENZUELA
La gran noticia en México este ya próximo nuevo año, es la aprobación del neo presupuesto—Que pena otra torre de Babel.” Argentina, Venezuela y Colombia –casi toda América latina- es un cuadro de horror. Millones de personas pasan hambre; otros sin trabajo apenas sobre viven; la clase media ha visto recortarse a la mitad sus ingresos; y aun los ricos lo son algo menos—excluyendo a los políticos y empresarios estatistas. En todos los niveles se han descendido escalones, y algunos no uno sino dos o tres a la vez. Obviamente los que moran en el subterráneo nacional, son los más desesperados. Y es en todos los países.
Andrés Velasco, a former presidential candidate and finance minister of Chile, is Professor of Professional Practice in International Development at Columbia University's School of International and Public Affairs. He has taught at Harvard University and New York University,
El problema Trump en América Latina
SANTIAGO – El presidente electo Donald Trump triunfó despertando lo peor en el electorado estadounidense. ¿Acarreará ahora su gobierno lo peor para los latinoamericanos, tanto en términos económicos como políticos?
Las primeras señales son solo de mal agüero. Ningún líder yanqui ha tratado tan mal a los países del sur de la frontera estadounidense y a sus ciudadanos desde la época de la diplomacia de la cañonera, hace un siglo atrás. De manera infame, Trump ha calificado a los inmigrantes mexicanos de violadores y asesinos. Y aunque los guatemaltecos, ecuatorianos y colombianos no han sido mencionados de modo explícito, no se sienten especialmente tranquilos.
Tras el anunciado fin de la participación estadounidense en el Acuerdo de Asociación Transpacífico (ATPP), compuesto por 12 países, cabe preguntarse si Trump cumplirá su promesa de renegociar las reglas que rigen la zona de libre comercio de América del Norte, o incluso marginarse enteramente del NAFTA. Los acuerdos de libre comercio con América Central, Colombia, Chile y Perú también podrían correr peligro.
Nadie (tal vez ni siquiera el propio Trump) sabe lo que el nuevo gobierno hará a este respecto. Un presidente de Estados Unidos puede renunciar a estos pactos de manera unilateral. Sin embargo, la gran cantidad de legislación para ponerlos en práctica fue aprobada por el congreso estadounidense, y solo puede ser modificada a través de la votación de sus miembros. Un abandono repentino y total de la reglamentación que rige no solo el comercio de bienes y servicios, sino también la inversión, la propiedad intelectual y las licitaciones públicas a través de gran parte del hemisferio occidental, no sería beneficioso para la economía ni para las empresas de Estados Unidos. Puede que el partido Republicano haya dejado de ser el partido del libre comercio, pero es difícil imaginar que un congreso controlado por los republicanos esté dispuesto a lanzarse a ese vacío.
Para México y la cuenca del Caribe, el comercio con Estados Unidos es crucial. Para los países de América del Sur, que mantienen lazos comerciales iguales o mayores con Asia –especialmente China– y la Unión Europea, la macroeconomía y las finanzas son más importantes.
La expectativa de que bajo el gobierno de Trump se produzca un aumento en el gasto en infraestructura en Estados Unidos, ha producido un alza en el precio de diversos productos básicos; además, la incertidumbre general ha impulsado a los inversores a volcarse hacia metales como el oro y el cobre, que funcionan como activos “refugio”, seguros en tiempos turbulentos. Por lo anterior, en el corto plazo los exportadores de minerales como Chile y Perú se están beneficiando. Pero es posible que este aumento de precios sea de corta duración, especialmente si el crecimiento chino continúa su desaceleración.
Si Trump pone en práctica la mitad de lo que ha prometido, y recorta los impuestos de los ricos y aumenta el gasto en defensa e infraestructura, la política fiscal estadounidense se volverá mucho más expansiva. El resultante estímulo a la demanda agregada reforzaría entonces el argumento de que la Reserva Federal debe aumentar las tasas de interés a corto plazo de manera más rápida de lo que tenía pensado. Aunque un cambio semejante en la mezcla fiscal-monetaria puede ser de beneficio para el crecimiento de Estados Unidos en el corto plazo, crearía nuevos desafíos para las economías emergentes de América Latina.
Un aumento en los costos del crédito y una política fiscal más expansiva en Estados Unidos, casi ciertamente se traducirían en un dólar más fuerte. Esta no sería una buena noticia para los gobiernos y las empresas al sur de la frontera. Es cierto que en los últimos años, las políticas más prudentes y los mejores marcos regulatorios han permitido el florecimiento de mercados de bonos emitidos en monedas locales. Sin embargo, en América Latina, gran parte de la deuda pública y en especial la privada, sigue estando denominada en dólares, lo que limita el monto de la depreciación de la moneda que los bancos centrales pueden permitir en respuesta a un alza de las tasas de interés en Estados Unidos.
Hace diez años, los economistas pensaban –con considerable optimismo— que los tipos de cambio flexibles permitirían que los mercados emergentes protegieran sus economías ante a los shocks de política monetaria provenientes de los países desarrollados. La flotación continúa siendo la mejor alternativa, pero hoy día la opinión general es mucho menos optimista. La flexibilidad no solo se encuentra limitada de facto por el endeudamiento en dólares; al parecer, las condiciones monetarias en Estados Unidos se transmiten a otros países de manera bastante independiente de los regímenes cambiarios que estos tengan.
Hélène Ray, de la London Business School, sostiene que los shocks de política monetaria estadounidense repercuten en las primas de riesgo, y que este efecto opera tanto a nivel internacional como nacional. Este mecanismo de la "toma de riesgo" para la transmisión de la política monetaria es tan poderoso internacionalmente que cuando la Fed relaja su política monetaria, el crédito aumenta en todo el mundo y viceversa. Es decir, si las tasas de interés más altas en Estados Unidos fueran de la mano con primas más altas y una reducción del apetito de riesgo por parte de los inversores, América Latina podría encontrarse bajo una tremenda presión financiera.
Y esto nos conduce a la pregunta más amplia: ¿de qué modo afectará Trump las percepciones de riesgo a través del mundo?
Larry Summers y otros observadores serios sostienen desde hace tiempo que a Estados Unidos le hacen falta inversiones en carreteras, puentes y puertos, y que dichas inversiones se autofinanciarían dadas las bajísimas tasas actuales de interés a largo plazo. A esta perspectiva, Trump añade recortes masivos de impuestos para los ricos. Los grandes aumentos en los déficits y el endeudamiento (añadamos a la mezcla bastante retórica nacionalista y amplia inexperiencia en política exterior) fácilmente podrían redundar en un alza de la aversión al riesgo y en un cuantioso incremento en las tasas de interés a largo plazo –lo que socavaría gran parte de los argumentos a favor de las inversiones en infraestructura que se autofinancian–.
Nadie quiere vivir en un mundo con tanta incertidumbre –menos aún la población de los países de América Central y del Sur que todavía son vulnerables. Estas vulnerabilidades son políticas tanto como económicas. Justo cuando los resultados electorales recientes en Argentina, Perú y Venezuela, junto con la limitación de los periodos presidenciales de los titulares en Bolivia y Ecuador, apuntaban a que América del Sur estaba llegando al fin de un ciclo de populismo de izquierda, Estados Unidos y gran parte de Europa parecen estar entrando en un ciclo de populismo de derecha.
En América Latina no faltan demagogos que probablemente traten de imitar la campaña de Trump. La lección de que no se puede decir nada que sea tan inaudito que los medios de comunicación no lo cubran, no pasará inadvertida, como tampoco que los beneficios de recibir mayor atención pesan más que el costo político de la barbaridad expresada. Al igual que en Estados Unidos y Europa, la inmigración –no de países musulmanes sino de naciones vecinas– podría constituir un blanco conveniente. Lo mismo podría ser el nacionalismo: hay cierta simetría poética cuando activistas locales de izquierda se quejan acerca de las amenazas a la autodeterminación nacional –como lo hizo Trump– al criticar al TPP y otros acuerdos comerciales.
El efecto secundario más peligroso de la victoria de Trump para América Latina podría ser el retorno a las contraproducentes políticas del populismo. Solo queda esperar que durante su gobierno, Trump juegue con sus promesas electorales del mismo modo que lo hizo con la verdad durante su campaña.
Andrés Velasco, a former presidential
candidate and finance minister of Chile, is Professor of Professional
Practice in International Development at Columbia University's School of
International and Public Affairs. He has taught at Harvard University
and New York University,
El problema Trump en América Latina
SANTIAGO
– El presidente electo Donald Trump triunfó despertando lo peor en el
electorado estadounidense. ¿Acarreará ahora su gobierno lo peor para los
latinoamericanos, tanto en términos económicos como políticos?
Las primeras señales son solo de mal agüero. Ningún líder yanqui
ha tratado tan mal a los países del sur de la frontera estadounidense y
a sus ciudadanos desde la época de la diplomacia de la cañonera, hace
un siglo atrás. De manera infame, Trump ha calificado a los inmigrantes
mexicanos de violadores y asesinos. Y aunque los guatemaltecos,
ecuatorianos y colombianos no han sido mencionados de modo explícito, no
se sienten especialmente tranquilos.
BOGOTÁ — A finales de la década de los años 2000, los políticos de izquierda dominaban la política en América Latina. Hoy en día la mayoría de ellos se encuentran en retirada, desafiados por una nueva camada de líderes que prometen arreglar los problemas creados por la izquierda. En Argentina, Paraguay y Perú, estos adversarios han ganado elecciones. En Brasil, tomaron el poder este año como resultado de un juicio de destitución presidencial y, como en Chile, han ganado terreno en las elecciones municipales. En Colombia, México y Venezuela, están ganando fuerza electoral.
En Cuba, a pesar de que no hay elecciones, se dice que con la muerte de Fidel Castro se abre más espacio para los menos ortodoxos. Y hasta en los EE. UU., con el ascenso de Donald Trump, se vislumbra un desmantelamiento de las políticas de centro-izquierda impulsadas por Obama.
Puesto que estos nuevos líderes desafían a la izquierda, es tentador decir que pertenecen a la derecha. Algunos, como el presidente de Argentina, Mauricio Macri, y el de Brasil, Michel Temer, no necesariamente repudiarían dicha etiqueta. Sin embargo, otra forma de describirlos es llamarles hipercorrectores. Se ven a sí mismos inmersos en la misión de limpiar los desastres que sus predecesores dejaron atrás.
¿Tendrán éxito? Hay razones para sentirse optimista, pero también para preocuparse. En algunas zonas, podrían repetir los errores del pasado debido a que la hipercorrección, sin importar las políticas que se adopten, tiende a aspirar a demasiado. Concentrarse en las grandes crisis provoca que los políticos se vayan a los extremos, improvisen demasiado e ignoren otras cuestiones.
La hipercorrección ha sido la esencia de la política latinoamericana desde los ochenta. Entonces, América Latina transitaba hacia la democracia. Los presidentes asumieron el poder con el mandato de terminar con la crisis de violaciones a los derechos humanos y las prácticas autoritarias de sus predecesores. En respuesta, a menudo los presidentes fueron demasiado lejos en la descentralización de la autoridad gubernamental, lo que condujo a gobiernos inestables. Se obsesionaron con quitar poder al Ejército y no pusieron la suficiente atención a la economía, lo cual desembocó en inflaciones disparadas.
Luego vino la era neoliberal. Los defensores de este enfoque aparecieron a finales de los ochenta también con una ambiciosa agenda. Tuvieron sus aciertos: rectificaron los desequilibrios macroeconómicos. Pero también tuvieron sus excesos, tales como privatizaciones y liberalizaciones en extremo, que en algunos casos dejaron legados de monopolios, altos precios y fragilidad financiera. También pusieron poca atención a la pobreza, lo que llevó a una creciente desigualdad.
A finales de los noventa, llegaron líderes de izquierda dispuestos a corregir los problemas de la era neoliberal. También muchos de ellos respondieron pasándose de la raya. Para enfrentar la desigualdad de ingresos, expandieron el alcance del Estado y reforzaron la dependencia económica en la exportación de recursos naturales, lo que condujo a una corrupción rampante, poco ahorro y sectarismo político. En algunos casos hicieron de lado la disciplina fiscal, con lo cual provocaron endeudamientos y déficits fiscales.
Ahora le toca gobernar a los presidentes posizquierda. Me temo que nos encontramos ante la posibilidad de una repetición de compensaciones excesivas y negligencia.
Comencemos con la economía. Lo positivo es que los reformadores de hoy tienen menos razones que en el pasado para sobrecorregir. A excepción de Venezuela y Brasil, los países latinoamericanos no están frente a una caída económica brutal. Así que hay una menor necesidad de las llamadas reformas big bang del pasado que tantos errores y dolores ocasionan.
El verdadero riesgo es errar el tiro: es decir, ir tras el objetivo equivocado. El problema económico clave de la región es la exagerada dependencia de sus recursos naturales, pero la mayoría de los nuevos hipercorrectores parece ignorar esta situación. En Perú, el presidente Pedro Pablo Kuczynski fue a China en su primer viaje al extranjero, una rara elección si se toma en cuenta la contribución de China para mantener a Perú dependiente de la minería.
La solución que ofrecen los nuevos reformadores es atraer la inversión extrajera mediante el relajamiento de las reglas sobre exportaciones. Es posible que tal liberalización aumente la inversión, pero como política para minimizar la dependencia de la exportación de recursos naturales, sin duda, falla. Si acaso logra algo, es aumentar la dependencia de socios extranjeros.
Reducir tal dependencia requiere establecer fondos para la estabilización, mejorar la educación para que los trabajadores puedan adquirir más capacidades y crear una economía de servicio más diversificada. Tristemente, los presidentes de hoy en día casi nunca hablan de estas tareas.
Un segundo asunto importante de la agenda para la reforma es la corrupción. Ningún otro asunto parece movilizar mejor al electorado que el disgusto que les provoca la corrupción. Las acusaciones de corrupción destrozaron la fuerza electoral de los presidentes izquierdistas alguna vez populares, como Dilma Rousseff en Brasil, Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, Mauricio Funes en El Salvador y Evo Morales en Bolivia.
Sobre todo en la lucha contra la corrupción, los presidentes de América Latina tienen una larga historia de errar el tiro. Cuando imperaba el neoliberalismo, la estrategia preferida para enfrentar la corrupción era reducir el Estado pues se asumía que un sector público más pequeño ofrecía menos oportunidades para la corrupción. Con los presidentes de izquierda, la estrategia preferida fue castigar a los partidos y expandir la “democracia participativa”, con la esperanza de que dar al ciudadano común mayor poder para tomar decisiones lo convertiría en un guardián eficaz.
Como antídotos contra la corrupción, ninguno de estos enfoques funcionó. Reducir la presencia del Estado a través de privatizaciones produjo nuevas oportunidades para coludirse con el sector privado y hacer que la vigilancia fuera más difícil. La democracia participativa tampoco dio el resultado esperado: muchos grupos que se sumaron terminaron siendo cooptados y se coludieron con funcionarios corruptos. En la Venezuela de Hugo Chávez se crearon más de 70.000 consejos comunales para ayudar con proyectos para las comunidades, y recibieron cerca de ocho mil millones de dólares por parte del Estado, según Reuters. Hoy en día hay muy poco que mostrar como resultado de todo este dinero gastado.
Ahora, más que reducir el tamaño del Estado, los presidentes deben construir Estados basados en reglas. En lugar de confiar solo en la participación ciudadana, deben dar más poder a una circunscripción más estrecha: la de los tribunales.
Hay obstáculos. Hacer que el Estado se rija más por reglas y dar más poder a los tribunales limita el poder de decisión del ejecutivo, lo que desagrada a los presidentes. A veces, como en Brasil, los partidos que apoyan esos cambios están teñidos de escándalos de corrupción. Los hipercorrectores, en especial, piensan que las revisiones judiciales los atan de manos en su esfuerzo por reparar una situación disfuncional.
Por último, los reformadores de hoy en día también han heredado el problema del sectarismo político: la tendencia de los partidos en el poder a otorgar favores a quienes les son leales, mientras marginan a sus opositores. La izquierda radical latinoamericana mostró ser notablemente sectaria. Sus seguidores eran recompensados con una gran generosidad estatal, a menudo en la forma de prestaciones sociales; en cambio, se castigaba a los disidentes negándoles beneficios. Los oponentes sentían, y con razón, que el Estado usaba las políticas sociales para desfavorecerlos.
Este tipo de sectarismo es la razón de una de las paradojas latinoamericanas más notables desde finales de la década de los años 2000: la pobreza y la desigualdad se redujeron, pero las tensiones políticas aumentaron: no tanto porque los programas sociales se basaran en la redistribución (cuyos fondos de hecho provenían de las exportaciones más que de aumentos fiscales), sino por el favoritismo. Esto produjo un círculo vicioso: los programas sociales hacían que un presidente fuera popular, y su popularidad los empujaba a crear más oportunidades reglas y prácticas adversas para sus opositores, lo que llevaba a la polarización.
Los reformistas de hoy enfrentan el reto de cambiar esta dinámica para disminuir la polarización. Sin embargo, no está claro que los hipercorrectores actuales puedan hacerlo; sus coaliciones políticas quizá se lo impidan.
En algunos países, como Argentina o Perú, estas coaliciones consisten en un típico frente antipopulista: empresas, tecnócratas y votantes de clase media, todos alineados en contra del ineficiente gasto gubernamental. Exigen un enfoque exclusivo en la disciplina macroeconómica. Si estas coaliciones no se amplían para incluir otros sectores, terminarán también desembocando en sectarismo.
En otros casos, la coalición electoral detrás de los reformistas de hoy es más religiosa, como en el caso de Donald Trump en Estados Unidos. Está tomando forma una alianza entre los evangélicos y los católicos en el continente americano, la cual busca adelantar una agenda muy conservadora en temas de sexualidad y seguridad.
Esta nueva coalición, que es más fuerte en Brasil, Colombia, México y Centroamérica, quiere que los presidentes se comprometan con políticas restrictivas en cuanto el aborto, los derechos de los homosexuales, la drogadicción y el crimen. Uno de sus últimos blancos es la “ideología de género”, la idea de que la identidad de género se construye socialmente en lugar de estar determinada por la biología. Estos grupos sostienen que la ideología de género va en contra de la Biblia y se oponen a las políticas que protegen a las personas homosexuales y transgénero, a los defensores de la planificación familiar y a las familias no tradicionales.
Coaliciones como esta ayudaron a dar el poder a Temer en Brasil y Jimmy Morales en Guatemala. En México presionaron al congreso para que diera carpetazo a un proyecto de ley de matrimonio entre parejas del mismo sexo. En Colombia ayudaron a la derecha a bloquear, mediante un plebiscito, el acuerdo de paz entre el gobierno y la guerrilla de las Farc. En Nicaragua empujaron al presidente Daniel Ortega, un antiguo marxista, a adoptar una postura contraria al aborto. En Chile ayudaron a la elección de una cantidad importante de alcaldes en las elecciones municipales más recientes.
Al igual que los izquierdistas radicales de la década de los años 2000, estos grupos religiosos han adoptado posturas intransigentes en los asuntos que les interesan. Los presidentes que deben su victoria a los conservadores religiosos pueden sentirse en deuda con estos grupos, lo que constituye una receta para un mayor sectarismo. El reto para estos presidentes es establecer lo que podríamos llamar una separación de la Iglesia y el partido. Si insisten en excluir a los sectores siempre crecientes del electorado, que son más seculares, se arriesgan a incrementar la polarización.
Hay dos formas de interpretar este momento en América Latina. Una es verlo como un cambio en el péndulo ideológico de la izquierda hacia la derecha. La otra es verlo como un ciclo repetido de hipercorrección, crisis de gobierno que de nuevo producen megarreformistas. La hipercorrección se deriva de las crisis y tiende a las crisis.
Las posibilidades de romper con este desafortunado ciclo parecen desiguales. En cuanto a la economía, las oportunidades se ven mejor que en el pasado pero, en cuanto a corrupción y sectarismo, se avizoran problemas en el futuro
BOGOTÁ — A finales de la década de los años 2000, los políticos de izquierda dominaban la política en América Latina. Hoy en día la mayoría de ellos se encuentran en retirada, desafiados por una nueva camada de líderes que prometen arreglar los problemas creados por la izquierda. En Argentina, Paraguay y Perú, estos adversarios han ganado elecciones. En Brasil, tomaron el poder este año como resultado de un juicio de destitución presidencial y, como en Chile, han ganado terreno en las elecciones municipales. En Colombia, México y Venezuela, están ganando fuerza electoral.
Adrián Ravier estima que una apreciación del dólar socavaría el desempeño de las economías latinoamericanas. En particular, haría más urgente de lo que ya es una reforma fiscal en Argentina.
Adrián Ravieres Doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid y profesor de Macroeconomía en la Universidad Francisco Marroquín.
Hay bastante consenso entre analistas de que se avecina una mayor apreciación del dólar. La elección de Donald Trump como presidente de EE.UU. y su apuesta a una política fiscal basada en menos impuestos (especialmente para las empresas) y mayor gasto (especialmente en infraestructura y defensa) anticipan mayor déficit fiscal, lo que implica más absorción de deuda y mayores niveles en las tasas de interés. Este escenario no es favorable para la región y tampoco para la Argentina.
Si atendemos a lo que ha ocurrido en la historia de los últimos 40 años, podemos evidenciar ciclos de depreciación y apreciación que, sin lugar a dudas, han acelerado y desacelerado el crecimiento en las economías emergentes. Veamos este proceso histórico: -Depreciación del dólar en los años 1970-1978: la política monetaria laxa de los años setenta fue acompañada de bajas tasas de interés para enfrentar la estanflación y las dos recesiones estadounidenses, lo que fue acompañado con un crecimiento que superó el 6% promedio en América Latina. -Apreciación del dólar en los años 1979-1985: la política de Paul Volcker de desinflación hizo subir la tasa de interés al 8%, contrajo el crédito y América Latina tuvo su década perdida. -Década de 1990: Bill Clinton asumió en 1992 y abandonó una política de depreciación que había iniciado en 1986. Sin embargo, hasta 1996 no se observa una política de apreciación del dólar. Sí se la puede ver al partir del segundo mandato de Clinton, entre 1996 y 2000. Mientras EE.UU. disfrutó de una década fuerte de crecimiento, América Latina tuvo una primera mitad de la década de alto crecimiento y una segunda mitad con dificultades. -Depreciación del dólar en los años 2002-2011: con Alan Greenspan tratando de evitar los efectos sobre el empleo de la crisis de 2001, volvió una política monetaria laxa, con bajas tasas de interés ("too low, too long"). La depreciación del dólar fue acompañada por altos precios de commodities que impulsaron un mayor ritmo de crecimiento en las economías emergentes (más del 4% promedio en la región hasta la crisis de 2008-2009). -Apreciación del dólar en los años 2012-2016: la apreciación del dólar regresó y con ello se deprimieron los precios de los commodities, lo que inició un proceso de complicaciones para las economías emergentes. Los analistas pronostican una pronta suba de tasas de interés que atraerá capitales a EE.UU., lo que fortalecerá aún más la apreciación, mantendrá deprimidos los precios de los commodities y anticipa que la tasa de crecimiento en la región será baja. Al margen de la relación ineludible entre el escenario global y la performance de las economías emergentes, debería quedar claro que hay mucho para hacer en la economía local. Independientemente de los promedios de crecimiento de los países de la región que recién comentamos, los últimos 40 años han mostrado dinámicas muy diferentes en los países del Mercosur, por un lado, y los países que hoy constituyen la Alianza del Pacífico, por el otro. Argentina no puede seguir subestimando este posible cambio en el escenario global, pero más importante aún es que se plantee una visión de largo plazo que resuelva los problemas estructurales de la economía, empezando por el déficit fiscal. La estrategia gradualista enfrenta el riesgo de un escenario de apreciación en EE.UU. que incrementará los costos de endeudamiento y hará urgente (aunque ya lo es hoy) la reforma fiscal. Cabe admitir también que, a contramano de este escenario, todavía se puede contar con el rebote regional que tras dos años de recesión contribuirá a empujar a la Argentina a una esporádica salida del estancamiento. Por otro lado, cada vez hay más consenso sobre el éxito del blanqueo. Se espera un mínimo de 60 mil millones de dólares que alimentarán las arcas fiscales y darán un respiro a la economía argentina. José Luis Espert ha cuestionado el consenso entre los economistas acerca de un crecimiento económico prácticamente seguro para Argentina en 2017. Pero pienso que Argentina sí crecerá entre un 2% y un 4% sobre la base de los cuatro motores del programa 2017: reparación histórica a jubilados y pensionados decidida por la Justicia y que alimenta el consumo; rebote de Brasil como uno de los principales socios comerciales; política fiscal en obra pública que inició su expansión en el segundo semestre de 2016 y que alimentará la demanda agregada en el corto plazo; efecto del blanqueo y su impacto sobre la inversión y la recaudación fiscal. Efectivamente, 2017 será un año de crecimiento o más bien rebote. ¿Pero después qué? Argentina continúa presentando un peligroso déficit fiscal que ahora dejará de monetizar, pero la sustitución de fuentes de financiamiento la llevará a un peligroso sendero de endeudamiento. Necesitamos convertir el rebote en crecimiento, y esto es difícil de sostener sin un cambio real en la política económica.
Adrián Ravier estima que una apreciación del
dólar socavaría el desempeño de las economías latinoamericanas. En
particular, haría más urgente de lo que ya es una reforma fiscal en
Argentina.
Adrián Ravieres Doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de
Madrid y profesor de Macroeconomía en la Universidad Francisco
Marroquín.
Hay bastante consenso entre analistas de que se avecina una mayor apreciación del dólar. La elección de Donald Trump como presidente de EE.UU. y su apuesta a una política fiscal basada en menos impuestos (especialmente para las empresas) y mayor gasto (especialmente en infraestructura y defensa) anticipan mayor déficit fiscal,
lo que implica más absorción de deuda y mayores niveles en las tasas de
interés. Este escenario no es favorable para la región y tampoco para
la Argentina.
Adrián Ravier estima que una apreciación del dólar socavaría el desempeño de las economías latinoamericanas. En particular, haría más urgente de lo que ya es una reforma fiscal en Argentina.
Adrián Ravieres Doctor en Economía Aplicada por la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid y profesor de Macroeconomía en la Universidad Francisco Marroquín.
Hay bastante consenso entre analistas de que se avecina una mayor apreciación del dólar. La elección de Donald Trump como presidente de EE.UU. y su apuesta a una política fiscalbasada en menos impuestos (especialmente para las empresas) y mayor gasto (especialmente en infraestructura y defensa) anticipan mayor déficit fiscal, lo que implica más absorción de deuda y mayores niveles en las tasas de interés. Este escenario no es favorable para la región y tampoco para la Argentina.
Si atendemos a lo que ha ocurrido en la historia de los últimos 40 años, podemos evidenciar ciclos de depreciación y apreciación que, sin lugar a dudas, han acelerado y desacelerado el crecimiento en las economías emergentes. Veamos este proceso histórico:
-Depreciación del dólar en los años 1970-1978: la política monetaria laxa de los años setenta fue acompañada de bajas tasas de interés para enfrentar la estanflación y las dos recesiones estadounidenses, lo que fue acompañado con un crecimiento que superó el 6% promedio en América Latina.
-Apreciación del dólar en los años 1979-1985: la política de Paul Volcker de desinflación hizo subir la tasa de interés al 8%, contrajo el crédito y América Latina tuvo su década perdida.
-Década de 1990: Bill Clinton asumió en 1992 y abandonó una política de depreciación que había iniciado en 1986. Sin embargo, hasta 1996 no se observa una política de apreciación del dólar. Sí se la puede ver al partir del segundo mandato de Clinton, entre 1996 y 2000. Mientras EE.UU. disfrutó de una década fuerte de crecimiento, América Latina tuvo una primera mitad de la década de alto crecimiento y una segunda mitad con dificultades.
-Depreciación del dólar en los años 2002-2011: con Alan Greenspan tratando de evitar los efectos sobre el empleo de la crisis de 2001, volvió una política monetaria laxa, con bajas tasas de interés ("too low, too long"). La depreciación del dólar fue acompañada por altos precios de commodities que impulsaron un mayor ritmo de crecimiento en las economías emergentes (más del 4% promedio en la región hasta la crisis de 2008-2009).
-Apreciación del dólar en los años 2012-2016: la apreciación del dólar regresó y con ello se deprimieron los precios de los commodities, lo que inició un proceso de complicaciones para las economías emergentes. Los analistas pronostican una pronta suba de tasas de interés que atraerá capitales a EE.UU., lo que fortalecerá aún más la apreciación, mantendrá deprimidos los precios de los commodities y anticipa que la tasa de crecimiento en la región será baja.
Al margen de la relación ineludible entre el escenario global y la performance de las economías emergentes, debería quedar claro que hay mucho para hacer en la economía local. Independientemente de los promedios de crecimiento de los países de la región que recién comentamos, los últimos 40 años han mostrado dinámicas muy diferentes en los países del Mercosur, por un lado, y los países que hoy constituyen la Alianza del Pacífico, por el otro.
Argentina no puede seguir subestimando este posible cambio en el escenario global, pero más importante aún es que se plantee una visión de largo plazo que resuelva los problemas estructurales de la economía, empezando por el déficit fiscal.
La estrategia gradualista enfrenta el riesgo de un escenario de apreciación en EE.UU. que incrementará los costos de endeudamiento y hará urgente (aunque ya lo es hoy) la reforma fiscal.
Cabe admitir también que, a contramano de este escenario, todavía se puede contar con el rebote regional que tras dos años de recesión contribuirá a empujar a la Argentina a una esporádica salida del estancamiento. Por otro lado, cada vez hay más consenso sobre el éxito del blanqueo. Se espera un mínimo de 60 mil millones de dólares que alimentarán las arcas fiscales y darán un respiro a la economía argentina.
José Luis Espert ha cuestionado el consenso entre los economistas acerca de un crecimiento económico prácticamente seguro para Argentina en 2017. Pero pienso que Argentina sí crecerá entre un 2% y un 4% sobre la base de los cuatro motores del programa 2017: reparación histórica a jubilados y pensionados decidida por la Justicia y que alimenta el consumo; rebote de Brasil como uno de los principales socios comerciales; política fiscal en obra pública que inició su expansión en el segundo semestre de 2016 y que alimentará la demanda agregada en el corto plazo; efecto del blanqueo y su impacto sobre la inversión y la recaudación fiscal.
Efectivamente, 2017 será un año de crecimiento o más bien rebote. ¿Pero después qué? Argentina continúa presentando un peligroso déficit fiscal que ahora dejará de monetizar, pero la sustitución de fuentes de financiamiento la llevará a un peligroso sendero de endeudamiento. Necesitamos convertir el rebote en crecimiento, y esto es difícil de sostener sin un cambio real en la política económica