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Thursday, December 15, 2016

La otra historia de México (II)





“Durante siglos hemos odiado a los gringos porque nos “oprimen y nos esclavizan.” Pero opresor y oprimido son igualmente culpables cuando en su ignorancia cooperan, y aunque parezca se agraden uno al otro, en realidad se agraden a si mismos.”
RICARDO VALENZUELA
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Hacia finales de los años 50, transitando de la niñez a mi adolescencia y con el arribo de la televisión, en un viaje a California que hice con mis padres quedé profundamente impresionado frente mi primer contacto con esa maravillosa tecnología. Estando hospedados en un hotel en Pasadera, al encender mi padre el mágico aparato se abría ante mis ojos una ventana hacía un mundo desconocido.

Cuando, sin salir de mi asombro, disfrutaba un programa de Roy Rodgers, mi padre bruscamente lo interrumpe cambiando de canal cuando expresaba su deseo de enterarse, a través de un programa noticioso, de ciertos acontecimientos internacionales. Segundos después, iniciaba el primer programa televisivo de noticias que yo atestiguara en mi hasta entonces corta vida.

 
Aparece un hombre regordete luciendo algo inusual en los gringos de aquella era, un fino y recortado bigote. Años después me enteraría era el legendario Walter Cronkite. El regordete individuo, inicia su perorata y observo entonces cómo mi padre endurece su semblante. Obviamente yo no entendía una sola palabra y me invadía ya el aburrimiento, cuando el hombre desaparece de la pantalla para ceder su lugar a unas violentas escenas que me provocaron pensar se trataba de una película de guerra.

El dantesco panorama mostraba un auto transitando por una bella avenida cuando una enloquecida multitud, inicia un ataque barbárico en una primera ola de atilas armados con piedras. Emergía luego la segunda columna armados con largos y gruesos garrotes que, a pesar de la presencia de algunos uniformados protegiendo el automóvil, rompiendo el cerco llegaban a su objetivo para golpearlo salvajemente. Trato de preguntar a mi padre el significado del evento, pero me ordena guardar silencio para no perder su concentración.

En esos momentos entendí no se trataba de una película, eran escenas reales y es cuando mi mente, casi de niño, empieza a captarlas con otra dimensión. No entendía el que esa multitud ante mi vista, utilizando impresionantes tácticas, se aferraran a su cometido para destruir el auto y, como lo interpretaba, procederían luego al linchamiento de sus ocupantes. Sin embargo, para mí lo más impresionante era, cortesía del novedoso aparato, observar el enfermizo odio en los rostros de aquella masa que, más que seres humanos, semejaban una manada de lobos hambrientos.

Al finalizar el noticiero, mi padre, al ver el desconcierto en mi rostro, procede a interpretarme lo sucedido. Se trataba de una visita a Sur América del Vicepresidente de los EU, Richard Nixon, en la cual había sido victima de esos feroces ataques que por poco le cuestan la vida. Completamente perdido le pregunto a mi padre ¿Por qué? El, tal vez considerando mi edad, esgrime una serie de vagos argumentos que no pude entender. Pero, sin entender el origen, hubo algo que si capté y me quedó muy claro: Los Latinoamericanos odian a los gringos. Esa noche tuve pesadillas.

El otro día, como repitiendo la escena de aquellos años 50, enciendo mi TV para enterarme del acontecer mundial. Inicia el noticiero para, una vez mas, transportarme a una escena gorilezcade Latino América, pero ahora provocada por la visita del Presidente Bush. En esos momentos me invade una rara sensación. Sentí que, después de atestiguar aquel ataque en mi primer encuentro con la TV, me hubiera sumergido en un profundo sueño y al despertar, atestiguaba el segundo capitulo de las salvajes agresiones sucedidas aquel lejano día de los 50s.

Miraba las mismas multitudes portando piedras, palos y, la novedad, con el pasamontañas de Marcos blandiendo, con más devoción que la de un santo, la imagen del Che Guevara. Pero luego procedía a sacudir bruscamente la cabeza y asegurarme no era la continuación de la misma pesadilla sufrida aquel lejano día de los 50s, pero no, era realidad.

Han transcurrido muchos años de aquel evento en el cual Nixon fuera casi linchado por las masas de América Latina. Yo pregunto ¿Qué ha sucedido o no, para que ese odio permanezca en nuestros corazones? No esperaría mucho por la respuesta pues me la servía un amigo sudamericano que me visitaba y, ante mi interrogante, su argumento se elevaba casi a lo científico cuando me dice: “Es que los gringos son unos hijos de la chingada.” OK le reviro, pero ahora explícame por qué y te pido un favor, centremos nuestra discusión sólo en América Latina y los últimos 30 años. En ese momento terminó el debate.

Mucha gente me acusa de ser gringófiloo, como diría Chávez, cachorro del imperio. Pero yo siempre rechazo la etiqueta puesto que hay infinidad de cosas que no me gustan de EU. Sin embargo, a mi no me invade ese odio enfermizo para cegarme y me impida mirar y admirar su increíble historia. Como economista liberal, no puedo más que admirar un país que naciera hace sólo 200 años para, en menos de cien, convertirse en el más rico y poderoso del mundo.

He terminado la lectura del excelente libro de Catón, y me da pistas por demás interesantes. Siendo Armando Fuentes uno de los verdaderos intelectuales de México, a través de casi 700 páginas de su obra, no logra ocultar su gran antipatía para los yankees—como él los etiqueta. Pero lo interesante de su actitud es que, casi forzado y sin pretenderlo, los describe como los inventores de la modernidad cuando, remando contra la corriente mundial, construyeran un país que no es una democracia (cuidado), sino una federación. Después la armarían con mercados libres para, en los siguientes cien años, crear más riqueza que la acumulada en los casi 2,000 anteriores de la era cristiana.

Catón, inclusive, identifica como una de las causas del fracaso imperial de Maximiliano, el que el mismo emperador portaba credenciales de un liberalismo más puro que el de Juárez. Maximiliano, observando a los EU, pretendía establecer una monarquía parlamentaria operando bajo los mercados libres. Ello le valió el odio de los conservadores, el de la realeza europea, de Napoleón III de Francia y, en especial, el del Papa Pío IX quien llegó a punto de excomulgarlo.

Durante siglos hemos odiado a los gringos porque nos “oprimen y nos esclavizan.” Pero opresor y oprimido son igualmente culpables cuando en su ignorancia cooperan, y aunque parezca se agraden uno al otro, en realidad se agraden a si mismos. Solamente aquellos pueblos que conquistan esa debilidad de no asumir papeles de uno u otro bando, no pertenecen al rango de opresores ni oprimidos… Son pueblos libres.

La otra historia de México (II)





“Durante siglos hemos odiado a los gringos porque nos “oprimen y nos esclavizan.” Pero opresor y oprimido son igualmente culpables cuando en su ignorancia cooperan, y aunque parezca se agraden uno al otro, en realidad se agraden a si mismos.”
RICARDO VALENZUELA
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Hacia finales de los años 50, transitando de la niñez a mi adolescencia y con el arribo de la televisión, en un viaje a California que hice con mis padres quedé profundamente impresionado frente mi primer contacto con esa maravillosa tecnología. Estando hospedados en un hotel en Pasadera, al encender mi padre el mágico aparato se abría ante mis ojos una ventana hacía un mundo desconocido.

Cuando, sin salir de mi asombro, disfrutaba un programa de Roy Rodgers, mi padre bruscamente lo interrumpe cambiando de canal cuando expresaba su deseo de enterarse, a través de un programa noticioso, de ciertos acontecimientos internacionales. Segundos después, iniciaba el primer programa televisivo de noticias que yo atestiguara en mi hasta entonces corta vida.

Monday, October 31, 2016

Ocho años de mentiras sobre el déficit

Juan Ramón Rallo comenta las causas del déficit del Estado español.
Juan Ramón Rallo es Director del Instituto Juan de Mariana (España) y columnista de ElCato.org. Juan Ramón obtuvo el tercer lugar en nuestro primer concurso de ensayos, Voces de Libertad 2008.
El déficit público de España se ubicó en el 4,4% del PIB en 2008. El Estado español, por primera vez desde que entráramos en el euro, incumplía el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (que establece un déficit máximo del 3%) y debía someterse a un Protocolo de Déficit Excesivo para reconducirlo en unos pocos ejercicios. La misión no parecía inasequible: al cabo, nuestro país había amasado un superávit del 2,2% apenas un año antes. ¿Tan difícil iba a ser volver a la sostenibilidad presupuestaria? Pues, al parecer, con nuestra casta política adicta al gasto público, sí y mucho.



Así las cosas, el déficit de 2009 se disparó, entre estabilizadores automáticos y políticas de despilfarro discrecionales (Plan E, contratación de empleados públicos, etc.), hasta el 11% del PIB. O dicho de otro modo, el conjunto de las administraciones públicas gastaron en 2009 un 33% más de lo que ingresaron. ¿Cómo íbamos a cerrar semejante brecha? De acuerdo con el Ejecutivo de Zapatero, no había mucho de lo que preocuparse. Su primer plan de ajuste del déficit fue aprobado y validado por la Comisión Europea en 2009 (actualizado posteriormente en 2011): al parecer, todo estaba bien atado para que redujéramos progresivamente el déficit hasta el 9,8% del PIB en 2010, el 6% en 2011, el 4,4% en 2012 y, finalmente, volviéramos a acatar el Pacto de Estabilidad y Crecimiento en 2013 con un déficit del 3%.
Pero en realidad no estaba tan atado. En 2010, tras el famoso tijeretazo de Zapatero en mayo de ese año, sí cumplimos y rebajamos el déficit hasta el 9,5% del PIB. No así en 2011: un nutrido año electoral en el que PSOE (desde el Gobierno central) y PP (desde los gobiernos autonómicos) cooperaron para minimizar todo recorte del gasto y para manipular las cuentas presentadas a Bruselas. Así, pese a que en un primer momento se nos dijo que el desequilibrio de 2011 sí se había ajustado al 6% comprometido, a los pocos meses nos enteramos de que no: en realidad, se había ubicado en el 9,3%… solo dos décimas menos que en 2010.
Evidentemente, el PP tomó tan notable desviación como excusa para, por un lado, castigarnos con una de las mayores subidas tributarias de nuestra historia y, por otro, renunciar a cumplir la senda de ajuste que había sido consensuada por Zapatero y por la Comisión. A su entender, era imposible pasar desde un déficit del 9,3% en 2011 a uno del 4,4% en 2012. Tras varios tiras y aflojas, Rajoy pactó con Bruselas un nuevo calendario: en 2013 ya no íbamos a tener que rebajar el déficit al 3% del PIB, sino solo al 6,3%; en 2014 lo dejaríamos en el 5,5%; en 2015 en el 4,1% y, finalmente, tres años después de lo inicialmente previsto, respetaríamos el Pacto de Estabilidad y Crecimiento en 2016, con un déficit del 2,7% del PIB. Esta vez sí, se nos dijo, íbamos a cumplir nuestros compromisos con sumo rigor y profesionalidad.
No cumplimos ni un solo año: 2013 cerró con un déficit del 6,7% (frente al 6,3% acordado) y 2014 con uno del 5,9% (frente al 5,5%). Sin embargo, en ambos casos la desviación no llegó a ser ni de medio punto del PIB y acaso podría imputarse a la recesión (2013) o a la fragilidad de la recuperación (2014). Distinto fue el caso de 2015 —de nuevo, un nutrido año electoral como ya lo fuera 2011—: a pesar del intenso crecimiento económico que estábamos experimentando, el populismo fiscal del PP nos condujo a un déficit del 5,1% del PIB, esto es, un punto por encima de lo acordado.
Fíjense en el despropósito frente a Bruselas: al concluir la legislatura de Rajoy, el déficit todavía se ubicaba por encima (5,1% en 2015) del que España se había comprometido a alcanzar durante el primer año de gobierno de Rajoy (4,4% en 2012). El voto de confianza en forma de prórroga que Bruselas le había otorgado al PP se disolvía como un azucarillo en su caciquismo electoral: echar mano del presupuesto —rebaja de impuestos sin recorte de gasto y devolución de la paga extra a los empleados públicos— para comprar votos, aun a costa de incumplir gravemente el déficit.
La burda maniobra del PP a punto estuvo de costarle a España una sanción de la Comisión, pero finalmente aceptaron darnos una nueva prórroga: en 2016 deberíamos cerrar con un desequilibrio equivalente al 4,6% del PIB, en 2017 con uno del 3,1% y en 2018, ahora sí, cumpliendo el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, con un déficit del 2,2%. O dicho de otro modo, Zapatero se comprometió a cumplir el Pacto en 2013; Rajoy echó por el desagüe ese compromiso y dio su palabra de acatarlo en 2016, y, tras volver a echar por el desagüe su propia palabra y credibilidad, asumió un nuevo compromiso de respetarlo en 2018.
La progresión de las mentiras de nuestros gobernantes es claramente observable en el siguiente gráfico: prometen aquello que no tienen la más mínima intención de cumplir con el único propósito de ganar tiempo ante Bruselas mientras continúan endeudando masivamente a los españoles.

He ahí precisamente el drama: la irresponsabilidad presupuestaria de Zapatero y de Rajoy ha multiplicado la deuda pública por español desde 8.500 euros en 2007 a 24.000 euros en 2016. Sus mentiras no salen gratis: las pagamos los contribuyentes españoles. Y no esperen que esta huida hacia delante haya tocado fondo: este pasado sábado, apenas dos meses después de renegociar la nueva senda de déficit con Bruselas, el Gobierno de Rajoy acaba de enmendarse la plana a sí mismo pronosticando que el desequilibrio presupuestario de 2017 no será del 3,1% del PIB, sino del 3,6%.
Así que una de dos: o continuaremos incumpliendo el Pacto de Estabilidad y Crecimiento una década después de que comenzáramos a saltárnoslo… o prepárense para nuevos rejonazos fiscales una vez se constituya nuevo Gobierno. O más deuda o más impuestos. La alternativa liberal de menos gasto parece no entrar en los cálculos de unos gobernantes adictos a arrebatarnos y fundirse nuestro dinero. Por eso, llevan ocho años bombardeándonos con sus vergonzosas mentiras sobre el déficit

Ocho años de mentiras sobre el déficit

Juan Ramón Rallo comenta las causas del déficit del Estado español.
Juan Ramón Rallo es Director del Instituto Juan de Mariana (España) y columnista de ElCato.org. Juan Ramón obtuvo el tercer lugar en nuestro primer concurso de ensayos, Voces de Libertad 2008.
El déficit público de España se ubicó en el 4,4% del PIB en 2008. El Estado español, por primera vez desde que entráramos en el euro, incumplía el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (que establece un déficit máximo del 3%) y debía someterse a un Protocolo de Déficit Excesivo para reconducirlo en unos pocos ejercicios. La misión no parecía inasequible: al cabo, nuestro país había amasado un superávit del 2,2% apenas un año antes. ¿Tan difícil iba a ser volver a la sostenibilidad presupuestaria? Pues, al parecer, con nuestra casta política adicta al gasto público, sí y mucho.


Monday, October 17, 2016

Fin del capitalismo: ¿Mentiras o ignorancia?

Por Richard W. Rahn

Libertad Digital, Madrid

Si funcionarios gubernamentales presionan a los bancos para que concedan créditos a personas que son de alto riesgo, ¿lo considera usted un fallo del capitalismo o del Gobierno? Muchos políticos y analistas de la izquierda sostienen que la crisis financiera es el resultado de la exagerada desregulación instrumentada bajo las políticas "capitalistas" del Gobierno de Ronald Reagan. Esas personas ignoran la realidad o mienten.
Comencemos con algunos hechos reales. Se sabe que la actual crisis comenzó con el colapso financiero de dos inmensas empresas financieras patrocinadas por el Gobierno: Fannie Mae y Freddie Mac. Esas empresas compraban las hipotecas a los bancos para que estos pudieran emitir más hipotecas aún más arriesgadas para incrementar así el número de gente con casa propia.



Con ese fin se le permitía a Fannie y a Freddie mantener reservas de capital más bajas en relación a los créditos concedidos y ambas utilizaban prácticas contables consideradas fraudulentas por los tribunales. Las dos también contribuían con millones de dólares a las campañas políticas de la mayoría de los miembros del Congreso.
Durante el Gobierno de Carter, la mayoría demócrata promulgó la ley de Reinversión Comunitaria que concedió a los reguladores el poder de presionar a los bancos para que extendieran créditos de mayor riesgo a gente pobre y a pequeños empresarios. Durante el Gobierno de Clinton se aumentó ese poder discrecional de los reguladores.
Por su parte, la Reserva Federal incrementó el dinero en circulación, bajando los intereses en junio de 2003 por debajo de la inflación, hasta apenas el 1%. Así se fomentaba que los bancos concedieran hipotecas a intereses muy bajos, que después traspasaban a Fannie y Freddie. Todos sabían que los intereses eventualmente aumentarían, lo cual imposibilitaría a muchos seguir pagando por sus viviendas. Pero ese sería el problema de otros o, en última instancia, de quienes pagan impuestos porque entonces sería el Gobierno quien saldría al rescate.
Los reguladores financieros deberían defender la integridad del sistema, pero los políticos de izquierda empujaron a los reguladores a obligar a los bancos a extender malos créditos. Si usted lo duda, lo invito a ver el video.
El nuevo peligro es que nuevas regulaciones debiliten aun más el libre mercado financiero, en lugar de corregir los problemas reales provocados por malas leyes. Lo que hemos sufrido no es una falla del capitalismo democrático sino la destrucción por parte del Gobierno de mecanismos del mercado que contrarrestaban los riesgos asumidos por los inversores de hipotecas. Se han hecho muchas denuncias contra ávidos especuladores, exigiendo que sean castigados con prisión, pero los excesos más dañinos han provenido de políticos, como los congresistas demócratas Barney Frank, Chris Dodd y Charles Schumer, cuyas decisiones han resultado mucho más costosas para los estadounidenses que las de ejecutivos de Wall Street.

Fin del capitalismo: ¿Mentiras o ignorancia?

Por Richard W. Rahn

Libertad Digital, Madrid

Si funcionarios gubernamentales presionan a los bancos para que concedan créditos a personas que son de alto riesgo, ¿lo considera usted un fallo del capitalismo o del Gobierno? Muchos políticos y analistas de la izquierda sostienen que la crisis financiera es el resultado de la exagerada desregulación instrumentada bajo las políticas "capitalistas" del Gobierno de Ronald Reagan. Esas personas ignoran la realidad o mienten.
Comencemos con algunos hechos reales. Se sabe que la actual crisis comenzó con el colapso financiero de dos inmensas empresas financieras patrocinadas por el Gobierno: Fannie Mae y Freddie Mac. Esas empresas compraban las hipotecas a los bancos para que estos pudieran emitir más hipotecas aún más arriesgadas para incrementar así el número de gente con casa propia.


Thursday, October 13, 2016

Trump vs Clinton: trampas debatiendo contra mentiras

Javier Fernández Lasquetty señala que el debate entre Hillary Clinton y Donald Trump careció de contenido de ideas, girando en torno a ataques personales.

Javier Fernández-Lasquetty es vicerrector de la Universidad Francisco Marroquín.
Al ver el debate del domingo entre Hillary Clinton y Donald Trump no pude evitar recordar la frase que Chateaubriand escribió a principios del siglo XIX en sus Memorias de Ultratumba. La imagen de los dos políticos más perversos de aquella época —Talleyrand y Fouché—, agarrados por el brazo, le evocaba al escritor francés la imagen de "el vicio apoyado en el brazo del crimen". En este caso no se apoyaron uno a otro. En realidad ni siquiera se dieron la mano antes de comenzar el debate. Pero ver juntos sobre el escenario a esos dos candidatos añosos, rancios y cada vez más parecidos a sus propias caricaturas, produce una sensación descorazonadora. Clinton debatiendo con Trump es asistir al espectáculo de un mentiroso discutiendo con una tramposa, o si lo prefieren un tramposo compitiendo con una mentirosa. Gane el que gane, pierde América y pierde el mundo.



El debate careció de cualquier contenido de ideas. Uno y otra competían por excitar el resentimiento y los peores instintos de los votantes. Se habló de los comentarios impresentables sobre las mujeres grabados años atrás a Donald Trump, que él trataba de minimizar como "charla de vestuario". Se hablaba de las mentiras de Hillary Clinton en relación con los miles de correos enviados y recibidos por ella de manera que deliberadamente eludieran el modo establecido en la ley. Trump, paseando por el set televisivo con aspecto siniestro, proclamó su intención de encarcelar a su oponente si gana las elecciones.
Son las elecciones norteamericanas más penosas que recuerdo. Hasta Nixon o Johnson, dos tipos nefastos en la historia norteamericana, tenían más grandeza que Trump y Clinton. ¿Dónde está el entusiasmo por la libertad de un Ronald Reagan? ¿Dónde está el conservadurismo con visión del lugar de Estados Unidos en el mundo de un Bush? ¿Dónde está el aire nuevo de un demócrata inteligente que hacía suyo el legado de Reagan de un Bill Clinton? No hay nada de eso esta vez. No hay ideas. No hay en ninguno de los dos partidos una propuesta consistente para la sociedad norteamericana.
Ha triunfado la antipolítica, y en su triunfo vemos el rostro siniestro del rencor como posición política. Todo el esfuerzo de muchos medios y de muchos espacios académicos ha estado dirigido en las últimas décadas a demonizar las ideas del liberalismo clásico, y a culpar a la economía de libre mercado de los males de la gente. Ahí tenemos los resultados: a la derecha un candidato inaceptable que se acerca a los votantes diciéndoles que la culpa de sus males la tienen los inmigrantes latinoamericanos; y a la izquierda una candidata irrecuperable que alimenta el discurso falso de la desigualdad, como medio para sacar partido del resentimiento.
No es extraño que Gary Johnson, el candidato del pequeño Partido Libertario (lo que en Europa llamaríamos liberal) ande cerca del 10% de los votos. Según las encuestas que reúne diariamente RealClear Politics, Hillary Clinton le lleva entre 5 y 14 puntos de ventaja a Donald Trump. Imaginar una presidencia de Clinton es pensar en una etapa aún más divisiva y aún más errática que la de Barack Obama. Y aun así confieso que lo prefiero a que llegue a la presidencia un individuo como Donald Trump. Los dos son antiliberales y contrarios al libre mercado, pero ella por lo menos no va disfrazada de capitalismo

Trump vs Clinton: trampas debatiendo contra mentiras

Javier Fernández Lasquetty señala que el debate entre Hillary Clinton y Donald Trump careció de contenido de ideas, girando en torno a ataques personales.

Javier Fernández-Lasquetty es vicerrector de la Universidad Francisco Marroquín.
Al ver el debate del domingo entre Hillary Clinton y Donald Trump no pude evitar recordar la frase que Chateaubriand escribió a principios del siglo XIX en sus Memorias de Ultratumba. La imagen de los dos políticos más perversos de aquella época —Talleyrand y Fouché—, agarrados por el brazo, le evocaba al escritor francés la imagen de "el vicio apoyado en el brazo del crimen". En este caso no se apoyaron uno a otro. En realidad ni siquiera se dieron la mano antes de comenzar el debate. Pero ver juntos sobre el escenario a esos dos candidatos añosos, rancios y cada vez más parecidos a sus propias caricaturas, produce una sensación descorazonadora. Clinton debatiendo con Trump es asistir al espectáculo de un mentiroso discutiendo con una tramposa, o si lo prefieren un tramposo compitiendo con una mentirosa. Gane el que gane, pierde América y pierde el mundo.


Saturday, July 16, 2016

Las mentiras del PIB argentino

 
Juan Ramón Rallo
Director del Observatorio de Coyuntura Económica del Instituto Juan de Mariana (España) y profesor asociado de la Universidad Rey Juan Carlos.
Los Kirchner gobernaron Argentina entre 2003 y 2015, un período que estuvo caracterizado por los peores rasgos del peronismo: populismo, clientelismo, inflacionismo, intervencionismo y parasitismo. Uno de los casos más sonados de degeneración institucional se produjo a comienzos de 2007, cuando el gobierno utilizó los cuerpos policiales para tomar el control del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) y relevar a los encargados de calcular la inflación. La autonomía del INDEC frente al dirigismo político se vio totalmente socavada desde entonces, de modo que las estadísticas oficiales perdieron cualquier credibilidad de manera irremisible.



Las razones de este salvaje intrusismo político no son difíciles de comprender: incluso creyéndonos los datos del INDEC gubernamental, los precios se multiplicaron por cinco desde finales de 2006 a finales de 2015… una media del 19% anual. La inflación es un robo del gobernante sobre el ciudadano inocente, pues le arrebata parte del poder adquisitivo de sus ingresos sin que se haya aprobado oficialmente ninguna subida de impuestos. Lógico, pues, que la cleptocracia kirchnerista quisiera ocultar estadísticamente el desastre inflacionista que estaba perpetrando con el propósito de multiplicar el tamaño del Estado a costa de pauperizar a los argentinos.
En suma, la recuperación argentina fue mucho más débil de lo que nos contaron, sobre todo a partir de 2011.
Pero la magnitud de la mentira peronista no termina en haber enmascarado la inflación. Al cabo, no es posible manipular estadísticamente la evolución de los precios sin, a su vez, afectar a las cifras del PIB. Y es que el PIB es el valor de mercado de los bienes y servicios producidos en un año dentro del país, de manera que la elección de una cifra de inflación u otra juega un papel esencial en su determinación. Por ejemplo, si el valor de mercado de los bienes y servicios fabricados dentro de un país pasa de 100 a 150, diremos que el PIB nominal ha crecido 50%: si suponemos que en ese período la inflación ha sido del 10%, el crecimiento económico real del PIB habrá sido del 40%; si, en cambio, calculamos que la inflación ha alcanzado el 30%, entonces el crecimiento económico real habrá sido sólo del 20%.
Pues bien, la semana pasada, el INDEC argentino publicó su nueva estimación del PIB desde 2004 y los resultados son desoladores: a día de hoy, la economía argentina es un 24% más pobre de lo que creíamos. La razón principal detrás de este corrección es que el país creció 18 puntos menos de lo manifestado por los Kirchner entre 2004 y 2014: es decir, que la recuperación económica posterior al colapso de 2001 fue bastante menos intensa de lo que se nos transmitió durante años. Especialmente significativo es el desfase que se da entre el crecimiento real y el oficial en el período 2011-2014, esto es, durante la segunda y terrible legislatura de Cristina Fernández de Kirchner: mientras que el INDEC politizado había publicado un crecimiento débil pero positivo del 4,2% durante estos años, la realidad fue que la economía se contrajo un 1,5%. Lejos de expandirse, la Argentina de Kirchner y Kicillof llevaba cuatro años en un estancamiento recesivo.
En suma, la recuperación argentina fue mucho más débil de lo que nos contaron, sobre todo a partir de 2011. Muchos de nuestros políticos quisieron convertir al país sudamericano en una referencia a seguir para España: por ejemplo, Alberto Garzón reivindicó las políticas peronistas posteriores a 2001 frente a la austeridad de la Troika, y el propio ministro de Economía argentino que contribuyó a amañar las cuentas del PIB, Axel Kicillof, estuvo el 26 de junio dando apoyo a Unidos Podemos. Pero no, el peronismo no ofrece ningún modelo económico acerca de cómo desarrollarnos: sólo constituye un modelo político de cómo robar a la población mediante la inflación y de cómo embaucarla sistemáticamente para mantenerla ciega ante ese expolio.

Las mentiras del PIB argentino

 
Juan Ramón Rallo
Director del Observatorio de Coyuntura Económica del Instituto Juan de Mariana (España) y profesor asociado de la Universidad Rey Juan Carlos.
Los Kirchner gobernaron Argentina entre 2003 y 2015, un período que estuvo caracterizado por los peores rasgos del peronismo: populismo, clientelismo, inflacionismo, intervencionismo y parasitismo. Uno de los casos más sonados de degeneración institucional se produjo a comienzos de 2007, cuando el gobierno utilizó los cuerpos policiales para tomar el control del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) y relevar a los encargados de calcular la inflación. La autonomía del INDEC frente al dirigismo político se vio totalmente socavada desde entonces, de modo que las estadísticas oficiales perdieron cualquier credibilidad de manera irremisible.