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Monday, October 31, 2016

Ocho años de mentiras sobre el déficit

Juan Ramón Rallo comenta las causas del déficit del Estado español.
Juan Ramón Rallo es Director del Instituto Juan de Mariana (España) y columnista de ElCato.org. Juan Ramón obtuvo el tercer lugar en nuestro primer concurso de ensayos, Voces de Libertad 2008.
El déficit público de España se ubicó en el 4,4% del PIB en 2008. El Estado español, por primera vez desde que entráramos en el euro, incumplía el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (que establece un déficit máximo del 3%) y debía someterse a un Protocolo de Déficit Excesivo para reconducirlo en unos pocos ejercicios. La misión no parecía inasequible: al cabo, nuestro país había amasado un superávit del 2,2% apenas un año antes. ¿Tan difícil iba a ser volver a la sostenibilidad presupuestaria? Pues, al parecer, con nuestra casta política adicta al gasto público, sí y mucho.



Así las cosas, el déficit de 2009 se disparó, entre estabilizadores automáticos y políticas de despilfarro discrecionales (Plan E, contratación de empleados públicos, etc.), hasta el 11% del PIB. O dicho de otro modo, el conjunto de las administraciones públicas gastaron en 2009 un 33% más de lo que ingresaron. ¿Cómo íbamos a cerrar semejante brecha? De acuerdo con el Ejecutivo de Zapatero, no había mucho de lo que preocuparse. Su primer plan de ajuste del déficit fue aprobado y validado por la Comisión Europea en 2009 (actualizado posteriormente en 2011): al parecer, todo estaba bien atado para que redujéramos progresivamente el déficit hasta el 9,8% del PIB en 2010, el 6% en 2011, el 4,4% en 2012 y, finalmente, volviéramos a acatar el Pacto de Estabilidad y Crecimiento en 2013 con un déficit del 3%.
Pero en realidad no estaba tan atado. En 2010, tras el famoso tijeretazo de Zapatero en mayo de ese año, sí cumplimos y rebajamos el déficit hasta el 9,5% del PIB. No así en 2011: un nutrido año electoral en el que PSOE (desde el Gobierno central) y PP (desde los gobiernos autonómicos) cooperaron para minimizar todo recorte del gasto y para manipular las cuentas presentadas a Bruselas. Así, pese a que en un primer momento se nos dijo que el desequilibrio de 2011 sí se había ajustado al 6% comprometido, a los pocos meses nos enteramos de que no: en realidad, se había ubicado en el 9,3%… solo dos décimas menos que en 2010.
Evidentemente, el PP tomó tan notable desviación como excusa para, por un lado, castigarnos con una de las mayores subidas tributarias de nuestra historia y, por otro, renunciar a cumplir la senda de ajuste que había sido consensuada por Zapatero y por la Comisión. A su entender, era imposible pasar desde un déficit del 9,3% en 2011 a uno del 4,4% en 2012. Tras varios tiras y aflojas, Rajoy pactó con Bruselas un nuevo calendario: en 2013 ya no íbamos a tener que rebajar el déficit al 3% del PIB, sino solo al 6,3%; en 2014 lo dejaríamos en el 5,5%; en 2015 en el 4,1% y, finalmente, tres años después de lo inicialmente previsto, respetaríamos el Pacto de Estabilidad y Crecimiento en 2016, con un déficit del 2,7% del PIB. Esta vez sí, se nos dijo, íbamos a cumplir nuestros compromisos con sumo rigor y profesionalidad.
No cumplimos ni un solo año: 2013 cerró con un déficit del 6,7% (frente al 6,3% acordado) y 2014 con uno del 5,9% (frente al 5,5%). Sin embargo, en ambos casos la desviación no llegó a ser ni de medio punto del PIB y acaso podría imputarse a la recesión (2013) o a la fragilidad de la recuperación (2014). Distinto fue el caso de 2015 —de nuevo, un nutrido año electoral como ya lo fuera 2011—: a pesar del intenso crecimiento económico que estábamos experimentando, el populismo fiscal del PP nos condujo a un déficit del 5,1% del PIB, esto es, un punto por encima de lo acordado.
Fíjense en el despropósito frente a Bruselas: al concluir la legislatura de Rajoy, el déficit todavía se ubicaba por encima (5,1% en 2015) del que España se había comprometido a alcanzar durante el primer año de gobierno de Rajoy (4,4% en 2012). El voto de confianza en forma de prórroga que Bruselas le había otorgado al PP se disolvía como un azucarillo en su caciquismo electoral: echar mano del presupuesto —rebaja de impuestos sin recorte de gasto y devolución de la paga extra a los empleados públicos— para comprar votos, aun a costa de incumplir gravemente el déficit.
La burda maniobra del PP a punto estuvo de costarle a España una sanción de la Comisión, pero finalmente aceptaron darnos una nueva prórroga: en 2016 deberíamos cerrar con un desequilibrio equivalente al 4,6% del PIB, en 2017 con uno del 3,1% y en 2018, ahora sí, cumpliendo el Pacto de Estabilidad y Crecimiento, con un déficit del 2,2%. O dicho de otro modo, Zapatero se comprometió a cumplir el Pacto en 2013; Rajoy echó por el desagüe ese compromiso y dio su palabra de acatarlo en 2016, y, tras volver a echar por el desagüe su propia palabra y credibilidad, asumió un nuevo compromiso de respetarlo en 2018.
La progresión de las mentiras de nuestros gobernantes es claramente observable en el siguiente gráfico: prometen aquello que no tienen la más mínima intención de cumplir con el único propósito de ganar tiempo ante Bruselas mientras continúan endeudando masivamente a los españoles.

He ahí precisamente el drama: la irresponsabilidad presupuestaria de Zapatero y de Rajoy ha multiplicado la deuda pública por español desde 8.500 euros en 2007 a 24.000 euros en 2016. Sus mentiras no salen gratis: las pagamos los contribuyentes españoles. Y no esperen que esta huida hacia delante haya tocado fondo: este pasado sábado, apenas dos meses después de renegociar la nueva senda de déficit con Bruselas, el Gobierno de Rajoy acaba de enmendarse la plana a sí mismo pronosticando que el desequilibrio presupuestario de 2017 no será del 3,1% del PIB, sino del 3,6%.
Así que una de dos: o continuaremos incumpliendo el Pacto de Estabilidad y Crecimiento una década después de que comenzáramos a saltárnoslo… o prepárense para nuevos rejonazos fiscales una vez se constituya nuevo Gobierno. O más deuda o más impuestos. La alternativa liberal de menos gasto parece no entrar en los cálculos de unos gobernantes adictos a arrebatarnos y fundirse nuestro dinero. Por eso, llevan ocho años bombardeándonos con sus vergonzosas mentiras sobre el déficit

Ocho años de mentiras sobre el déficit

Juan Ramón Rallo comenta las causas del déficit del Estado español.
Juan Ramón Rallo es Director del Instituto Juan de Mariana (España) y columnista de ElCato.org. Juan Ramón obtuvo el tercer lugar en nuestro primer concurso de ensayos, Voces de Libertad 2008.
El déficit público de España se ubicó en el 4,4% del PIB en 2008. El Estado español, por primera vez desde que entráramos en el euro, incumplía el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (que establece un déficit máximo del 3%) y debía someterse a un Protocolo de Déficit Excesivo para reconducirlo en unos pocos ejercicios. La misión no parecía inasequible: al cabo, nuestro país había amasado un superávit del 2,2% apenas un año antes. ¿Tan difícil iba a ser volver a la sostenibilidad presupuestaria? Pues, al parecer, con nuestra casta política adicta al gasto público, sí y mucho.


Monday, September 12, 2016

El déficit de inteligencia emocional de Trump

Joseph S. Nye, Jr., a former US assistant secretary of defense and chairman of the US National Intelligence Council, is University Professor at Harvard University. He is the author of Is the American Century Over?Image result for Trump cartoon
CAMBRIDGE – El mes pasado, cincuenta ex funcionarios de seguridad nacional, quienes prestaron servicios de alto nivel durante gobiernos republicanos desde el de Richard Nixon al de George W. Bush, publicaron una carta en la que indicaban que no votarían por el candidato presidencial de su partido, Donald Trump. Ellos indicaban que: “un presidente debe ser disciplinado, debe controlar sus emociones y debe actuar únicamente después de reflexionar y deliberar cuidadosamente”. En pocas palabras dijeron que “Trump carece del temperamento que se necesita para ser Presidente”.


En terminología de la teoría del liderazgo moderno, Trump tiene un déficit de inteligencia emocional – es decir tiene un déficit en cuanto al dominio de sí mismo, la disciplina y la capacidad empática que permite a los líderes canalizar las pasiones personales y atraer a otros.  Contrariamente a la opinión que dice que los sentimientos interfieren con el pensamiento, la inteligencia emocional – que incluye dos componentes principales: el dominio de sí mismo y la capacidad de comprender a los demás – sugiere que la capacidad de comprender y regular las emociones pueden hacer que el pensamiento, en general, sea más eficaz.
Si bien el concepto es moderno, la idea no es nueva. Las personas prácticas han entendido desde hace tiempo su importancia en el liderazgo. En la década de 1930, llevaron a Oliver Wendell Holmes, ex juez de la Corte Suprema y veterano de la guerra civil de brusco hablar, para que conozca a Franklin D. Roosevelt, quien como él también se graduó de Harvard, pero que no había sido un estudiante distinguido en dicha institución. Le preguntaron posteriormente sobre sus impresiones del nuevo presidente, y Holmes dijo sarcásticamente: “intelecto de segunda clase; temperamento de primera clase”. La mayoría de los historiadores estaría de acuerdo con la aseveración de que el éxito de Roosevelt como líder se sustentaba más en su cociente de inteligencia emocional que en su cociente de inteligencia analítica.
Los psicólogos han tratado de medir la inteligencia desde hace más de un siglo. Pruebas generales de cociente intelectual  miden dichas dimensiones de la inteligencia como la comprensión verbal y el razonamiento perceptivo, pero las puntuaciones del cociente intelectual predicen sólo alrededor del 10 al 20% de la variación en el éxito que se obtiene en la vida. El 80%, que aún permanece sin explicación, es producto de cientos de factores que se desarrollan con el transcurso del tiempo. La inteligencia emocional es uno de ellos.
Algunos expertos sostienen que la inteligencia emocional tiene el doble de importancia en comparación con las habilidades técnicas o cognitivas. Otros sugieren que desempeña un papel más modesto. Por otra parte, los psicólogos difieren sobre cómo las dos dimensiones de la inteligencia emocional – el autocontrol y la empatía – se relacionan entre sí. Bill Clinton, por ejemplo, tenía una puntuación baja en el primer componente, pero una puntuación alta en el segundo. Sin embargo, los expertos están de acuerdo en que la inteligencia emocional es un componente importante del liderazgo. Richard Nixon probablemente tenía un coeficiente intelectual superior en comparación al de Roosevelt, pero una inteligencia emocional mucho más baja.
Los líderes utilizan la inteligencia emocional para manejar su “carisma” o magnetismo personal a lo largo de contextos cambiantes. Todos nos presentamos ante los demás en una variedad de formas con el propósito de manejar las impresiones que causamos: por ejemplo, nos “vestimos para el éxito”. Los políticos, también, se “visten” de manera diferente para presentarse frente a distintos públicos. El personal de Ronald Reagan se hizo famoso por su eficacia en el manejo de las impresiones. Incluso un áspero General como lo fue George Patton solía practicar cómo fruncir el ceño delante de un espejo.
El manejo exitoso de las impresiones personales requiere un poco de la misma disciplina emocional y habilidades que poseen los buenos actores. La actuación y el liderazgo tienen mucho en común. Ambos combinan el autocontrol con la capacidad de proyectar. La experiencia previa de Reagan como actor de Hollywood le fue muy útil en este sentido, y Roosevelt, a su vez, fue también un consumado actor. A pesar de que sufría dolores y tenía dificultad para mover las piernas lisiadas por la poliomielitis, FDR mantuvo un rostro sonriente, y tuvo la precaución de evitar ser fotografiado en la silla de ruedas que utilizaba.
Los seres humanos, al igual que otros grupos de primates, centran su atención en el líder. Independientemente de que los directores ejecutivos y presidentes se den cuenta o no, las señales que ellos transmiten siempre son observadas de cerca. La inteligencia emocional implica la conciencia y el control de dichas señales, y la autodisciplina que evita que las necesidades psicológicas personales distorsionen las políticas. Nixon, por ejemplo, podía diseñar estrategias de política exterior; pero era menos capaz en cuanto a manejar las inseguridades personales que le llevaron a crear una “lista de enemigos”; inseguridades que, a la postre, le condujeron a su caída.
Trump tiene algunas de las habilidades de la inteligencia emocional. Él es un actor cuya experiencia como anfitrión de un programa de telerrealidad le permitió prevalecer en el muy colmado grupo de postulantes a candidatos durante las elecciones primarias republicanas, así como atraer considerable atención de los medios de comunicación. Al vestirse para la ocasión con su distintiva gorra roja de béisbol con el eslogan que dice “Hagamos a América grandiosa otra vez”, parecía haber burlado al sistema con una estrategia ganadora de utilización de declaraciones “políticamente incorrectas” con el objetivo de centrar la atención sobre sí mismo y ganar una cantidad enorme de publicidad gratuita.
Pero Trump ha demostrado tener deficiencias en términos de autocontrol, que lo dejan incapaz de desplazarse hacia el meollo de las elecciones generales. Del mismo modo, él no ha podido mostrar la disciplina necesaria para dominar los detalles de la política exterior, con el resultado de que, a diferencia de Nixon, se le percibe como ingenuo con respecto a asuntos mundiales.
Trump tiene reputación de ser peleón en sus interacciones con sus pares, pero eso no es malo per se. Como señaló el psicólogo de Stanford Roderick Kramer, el presidente Lyndon Johnson era peleón, y muchos empresarios de Silicon Valley tienen un estilo intimidador. Pero Kramer denomina a tales personajes como peleones con una visión que inspira a otros a querer seguirles.
Y el narcisismo de Trump le ha llevado a reaccionar de forma exagerada, a menudo contraproducente, frente a la crítica y las afrentas. Por ejemplo, se vio envuelto en una disputa con una pareja musulmana estadounidense cuyo hijo, un soldado estadounidense, murió en Irak, así como en una pequeña y tonta riña con Paul Ryan, el presidente de la Cámara de Representantes, misma que sobrevino tras que Trump se sintiera menospreciado. En dichas ocasiones, Trump pisoteó su propio mensaje.
Es esta deficiencia en su inteligencia emocional la que le ha costado a Trump el apoyo de algunos de los más distinguidos expertos en política exterior de su partido y del país. Citando las palabras de los mencionados expertos, “él es incapaz o no está dispuesto a separar la verdad de la falsedad. Él no estimula puntos de vista conflictivos. Carece de autocontrol y actúa impulsivamente. Él no puede tolerar la crítica”. O, como Holmes diría, Trump ha sido descalificado por su temperamento de segunda clase.

El déficit de inteligencia emocional de Trump

Joseph S. Nye, Jr., a former US assistant secretary of defense and chairman of the US National Intelligence Council, is University Professor at Harvard University. He is the author of Is the American Century Over?Image result for Trump cartoon
CAMBRIDGE – El mes pasado, cincuenta ex funcionarios de seguridad nacional, quienes prestaron servicios de alto nivel durante gobiernos republicanos desde el de Richard Nixon al de George W. Bush, publicaron una carta en la que indicaban que no votarían por el candidato presidencial de su partido, Donald Trump. Ellos indicaban que: “un presidente debe ser disciplinado, debe controlar sus emociones y debe actuar únicamente después de reflexionar y deliberar cuidadosamente”. En pocas palabras dijeron que “Trump carece del temperamento que se necesita para ser Presidente”.

Friday, July 29, 2016

La revolución en déficit

Gabriela Calderón de Burgos dice que en Ecuador el gobierno ha llegado a consumir 40,8% de los fondos prestables de la economía y que esto ha desplazado la inversión privada.
Gabriela Calderón de Burgos es editora de ElCato.org, investigadora del Cato Institute y columnista de El Universo (Ecuador).
Tener un déficit público implica un gran costo de oportunidad. Los economistas James Buchanan y Richard Wagner explican en Democracia en déficit (2000):
“El financiamiento del déficit en el gasto público podría ‘desplazar’ la inversión privada, con el resultado previsto de que la tasa de formación de capital en la economía se verá reducida significativamente a través del tiempo. La expansión del endeudamiento público para financiar el déficit en el presupuesto representa una demanda mayor de fondos prestables...La utilización de ahorros por parte del gobierno para financiar su déficit desplazará la utilización de los ahorros por parte de la inversión privada”.1



Para ilustrar esto, consideremos las cifras actuales: hasta junio de 2016, el sistema financiero privado del Ecuador tiene una cartera de créditos de $18.704 millones y el gobierno tiene una deuda pública interna de $12.906 millones.2 Esto implica que de los fondos prestables totales que goza la economía ecuatoriana ($31.610 millones), el gobierno acapara 40,8%. Ese 40,8% del crédito total en la economía que está siendo utilizado por el gobierno por supuesto que puede ser utilizado en inversión de capital o en consumo (gasto corriente). Si vemos la evolución reciente del presupuesto del Estado, veremos que este cada vez más reduce el gasto en inversión pública mientras que defiende el gasto corriente. Aunque sería menos malo que la mayor parte del gasto público se destine a inversiones de capital como obras útiles de infraestructura, incluso en ese caso habría que comparar la productividad de la inversión pública con aquella de la inversión privada y suele ser mayor la eficiencia de la segunda.
Buchanan y Wagner explican que además de desplazar la inversión privada, lo que suele ocurrir es que un gasto público mayoritariamente destinado al consumo termina desplazando también el ahorro y reduciendo el stock de capital en la economía.
El desplazamiento del financiamiento hacia el sector público tiene entre sus principales víctimas a las bolsas de valores de Guayaquil y Quito, donde antes el IESS destinaba una porción importante de sus inversiones. Pero desde que el IESS se dedicó a invertir en gran medida en el sector público, cayeron significativamente las colocaciones en las bolsas de Guayaquil y Quito. Dicho de otra forma, el gobierno obtuvo el crédito que no obtuvieron empresas privadas.
Este consumo voraz de crédito por parte del gobierno ejerce presión al alza en las tasas de interés y reduce los fondos prestables al sector privado de la economía. Súmele a esto la contracción de crédito natural frente a shocks externos negativos como la caída del precio del petróleo. También, el Banco Central del Ecuador ha venido comprometiendo la liquidez de instituciones financieras privadas para financiar al gobierno, lo que ha derivado en que los bancos —en aras de salvaguardar los depósitos de sus clientes— restrinjan todavía más el crédito. La reducción del crédito conduce a una reducción de los depósitos (el crédito suyo es el depósito de otro) y de las utilidades de los bancos y a un incremento en la morosidad.
Finalmente, el gobierno está intentando, mediante regulaciones, dirigir gran parte del crédito que no consume. Un próximo gobierno tendrá que deshacer esta estatización furtiva del crédito.

La revolución en déficit

Gabriela Calderón de Burgos dice que en Ecuador el gobierno ha llegado a consumir 40,8% de los fondos prestables de la economía y que esto ha desplazado la inversión privada.
Gabriela Calderón de Burgos es editora de ElCato.org, investigadora del Cato Institute y columnista de El Universo (Ecuador).
Tener un déficit público implica un gran costo de oportunidad. Los economistas James Buchanan y Richard Wagner explican en Democracia en déficit (2000):
“El financiamiento del déficit en el gasto público podría ‘desplazar’ la inversión privada, con el resultado previsto de que la tasa de formación de capital en la economía se verá reducida significativamente a través del tiempo. La expansión del endeudamiento público para financiar el déficit en el presupuesto representa una demanda mayor de fondos prestables...La utilización de ahorros por parte del gobierno para financiar su déficit desplazará la utilización de los ahorros por parte de la inversión privada”.1