“Durante siglos hemos odiado a los gringos porque nos “oprimen y nos esclavizan.” Pero opresor y oprimido son igualmente culpables cuando en su ignorancia cooperan, y aunque parezca se agraden uno al otro, en realidad se agraden a si mismos.”
RICARDO VALENZUELA
Hacia finales de los años 50, transitando de la
niñez a mi adolescencia y con el arribo de la televisión, en un viaje a
California que hice con mis padres quedé profundamente impresionado frente mi
primer contacto con esa maravillosa tecnología. Estando hospedados en un hotel
en Pasadera, al encender mi padre el mágico aparato se abría ante mis ojos una
ventana hacía un mundo desconocido.
Cuando, sin salir de mi asombro, disfrutaba un
programa de Roy Rodgers, mi
padre bruscamente lo interrumpe cambiando de canal cuando expresaba su deseo de
enterarse, a través de un programa noticioso, de ciertos acontecimientos
internacionales. Segundos después, iniciaba el primer programa televisivo de
noticias que yo atestiguara en mi hasta entonces corta vida.
Aparece un hombre regordete luciendo algo inusual en
los gringos de aquella era, un fino y recortado bigote. Años después me
enteraría era el legendario Walter Cronkite. El
regordete individuo, inicia su perorata y observo entonces cómo mi padre endurece
su semblante. Obviamente yo no entendía una sola palabra y me invadía ya el
aburrimiento, cuando el hombre desaparece de la pantalla para ceder su lugar a
unas violentas escenas que me provocaron pensar se trataba de una película de
guerra.
El dantesco panorama mostraba un auto transitando
por una bella avenida cuando una enloquecida multitud, inicia un ataque
barbárico en una primera ola de atilas armados con
piedras. Emergía luego la segunda columna armados con largos y gruesos garrotes
que, a pesar de la presencia de algunos uniformados protegiendo el automóvil,
rompiendo el cerco llegaban a su objetivo para golpearlo salvajemente. Trato de
preguntar a mi padre el significado del evento, pero me ordena guardar silencio
para no perder su concentración.
En esos momentos entendí no se trataba de una
película, eran escenas reales y es cuando mi mente, casi de niño, empieza a
captarlas con otra dimensión. No entendía el que esa multitud ante mi vista,
utilizando impresionantes tácticas, se aferraran a su cometido para destruir el
auto y, como lo interpretaba, procederían luego al linchamiento de sus
ocupantes. Sin embargo, para mí lo más impresionante era, cortesía del novedoso
aparato, observar el enfermizo odio en los rostros de aquella masa que, más que
seres humanos, semejaban una manada de lobos hambrientos.
Al finalizar el noticiero, mi padre, al ver el
desconcierto en mi rostro, procede a interpretarme lo sucedido. Se trataba de
una visita a Sur América del Vicepresidente de los EU, Richard Nixon, en la cual había sido victima de esos feroces
ataques que por poco le cuestan la vida. Completamente perdido le pregunto a mi
padre ¿Por qué? El, tal vez considerando mi edad, esgrime una serie de vagos
argumentos que no pude entender. Pero, sin entender el origen, hubo algo que si
capté y me quedó muy claro: Los Latinoamericanos odian a los gringos. Esa noche
tuve pesadillas.
El otro día, como repitiendo la escena de aquellos
años 50, enciendo mi TV para enterarme del acontecer mundial. Inicia el
noticiero para, una vez mas, transportarme a una escena gorilezca
de Latino América, pero ahora provocada por la visita del Presidente Bush. En esos momentos me invade una rara sensación. Sentí
que, después de atestiguar aquel ataque en mi primer encuentro con la TV, me hubiera sumergido en un
profundo sueño y al despertar, atestiguaba el segundo capitulo de las salvajes
agresiones sucedidas aquel lejano día de los 50s.
Miraba las mismas multitudes portando piedras, palos
y, la novedad, con el pasamontañas de Marcos blandiendo, con más devoción que
la de un santo, la imagen del Che Guevara. Pero luego procedía a sacudir
bruscamente la cabeza y asegurarme no era la continuación de la misma pesadilla
sufrida aquel lejano día de los 50s, pero no, era realidad.
Han transcurrido muchos años de aquel evento en el
cual Nixon fuera casi linchado por las masas de
América Latina. Yo pregunto ¿Qué ha sucedido o no, para que ese odio permanezca
en nuestros corazones? No esperaría mucho por la respuesta pues me la servía un
amigo sudamericano que me visitaba y, ante mi interrogante, su argumento se
elevaba casi a lo científico cuando me dice: “Es que los gringos son unos hijos
de la chingada.” OK le reviro, pero ahora explícame por qué y te pido un favor,
centremos nuestra discusión sólo en América Latina y los últimos 30 años. En
ese momento terminó el debate.
Mucha gente me acusa de ser gringófilo
o, como diría Chávez, cachorro del imperio. Pero yo siempre rechazo la etiqueta
puesto que hay infinidad de cosas que no me gustan de EU. Sin embargo, a mi no
me invade ese odio enfermizo para cegarme y me impida mirar y admirar su
increíble historia. Como economista liberal, no puedo más que admirar un país
que naciera hace sólo 200 años para, en menos de cien, convertirse en el más
rico y poderoso del mundo.
He terminado la lectura del excelente libro de
Catón, y me da pistas por demás interesantes. Siendo Armando Fuentes uno de los
verdaderos intelectuales de México, a través de casi 700 páginas de su obra, no
logra ocultar su gran antipatía para los yankees—como
él los etiqueta. Pero lo interesante de su actitud es que, casi forzado y sin
pretenderlo, los describe como los inventores de la modernidad cuando, remando
contra la corriente mundial, construyeran un país que no es una democracia
(cuidado), sino una federación. Después la armarían con mercados libres para,
en los siguientes cien años, crear más riqueza que la acumulada en los casi 2,000
anteriores de la era cristiana.
Catón, inclusive, identifica como una de las causas
del fracaso imperial de Maximiliano, el que el mismo emperador portaba credenciales
de un liberalismo más puro que el de Juárez. Maximiliano, observando a los EU,
pretendía establecer una monarquía parlamentaria operando bajo los mercados
libres. Ello le valió el odio de los conservadores, el de la realeza europea,
de Napoleón III de Francia y, en especial, el del Papa Pío IX quien llegó a
punto de excomulgarlo.
Durante siglos hemos odiado a los gringos porque nos
“oprimen y nos esclavizan.” Pero opresor y oprimido son igualmente culpables
cuando en su ignorancia cooperan, y aunque parezca se agraden uno al otro, en
realidad se agraden a si mismos. Solamente aquellos pueblos que conquistan esa
debilidad de no asumir papeles de uno u otro bando, no pertenecen al rango de
opresores ni oprimidos… Son pueblos libres.
No comments:
Post a Comment