Wikipedia

Search results

Showing posts with label estado benefactor. Show all posts
Showing posts with label estado benefactor. Show all posts

Saturday, July 2, 2016

Negociar la ley

Macario Schettino dice que América Latina es un continente que no vivió la modernización y que aún a muchos países dentro de la región, como a México, les cuesta establecer el Imperio de la Ley.

Macario Schettino es profesor de la División de Humanidades y Ciencias Sociales del Tecnológico de Monterrey, en la ciudad de México y colaborador editorial y financiero de El Universal (México).
Para los que tenían dudas, el asunto de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) en Oaxaca es muy ilustrativo. Frente a un grupo que bloquea autopistas y refinerías, hay un grupo no menor de personas que pide una mesa de negociación y diálogo. Argumentan que el diálogo es la base de la democracia y que quien se niega a ello, por lo mismo, no es demócrata. Me imagino que si entramos al detalle en la discusión, acabarán aceptando que las leyes, o las reglas en general, no son un tema de la democracia sino de la república, y que se puede ser demócrata sin ser republicano, como lo han sido, sigo imaginando, del otro lado de la Cortina de Hierro, o en Cuba o Venezuela. A lo mejor encuentran algún otro ejemplo.



Permítame regresar a mi interpretación de lo que nos ocurre. Somos un continente, América Latina, que no vivió la modernización. Como parte del Imperio Español, fuimos enemigos de la Reforma Protestante y de la revolución de los Países Bajos en el siglo XVI, los padres de la modernidad. Para el siglo XIX, cuando Napoleón diseminó las ideas de la Revolución Francesa (libertad, igualdad, fraternidad) por toda Europa, nosotros mejor nos independizamos para evitar que esas ideas exóticas llegaran por acá. Las élites que independizaron América Latina cosecharon su esfuerzo a partir de 1870, cuando la primera globalización produjo el enriquecimiento de Europa, y de las élites latinoamericanas, y de nadie más. De ahí nos viene ser el continente más desigual del mundo, todavía hoy.
Esas élites promovieron un pensamiento conservador, que tuvo en José Enrique Rodó a uno de sus principales promotores. En su “Ariel”, publicado al inicio del siglo XX, ponía a América Latina como el último baluarte de la cultura tradicional, grecorromana y cristiana, frente al bárbaro anglosajón. De ese conservadurismo abrevaron los extremos latinoamericanos, ambos populistas: el izquierdismo de Cárdenas, el derechismo de Perón.
Precisamente por no salir de esa visión premoderna, el tema de la ley se nos complica tanto. A unos más que a otros, como siempre. Las naciones en las que menos existió el Imperio Español pudieron construir un sistema de gobierno conservador, pero respetuoso de la ley (Argentina, Chile, Uruguay). En donde más pesó España, no hemos podido establecer el imperio de la ley. Menos en México, en donde el régimen de la Revolución hizo de la ilegalidad una virtud: la negociación.
Me parece que muchas personas no entienden que el origen de la corrupción es el mismo que el del populismo, que detrás de la negociación por un trámite, un contrato, o un puesto público, está exactamente el mismo proceso que detrás del diálogo con los inconformes. Que hace el mismo daño a la sociedad un gobernante abusivo como Duarte, en Veracruz, o Borge, en Quintana Roo, forzando la ley para esconder sus trapacerías, que un movimiento como la CNTE, en Oaxaca, forzándola para mantener sus prebendas.
La dificultad de entender que se trata del mismo fenómeno, con caras diferentes, refleja la incapacidad de ver cómo los enemigos del liberalismo, desde el siglo XVIII, han sido responsables de las peores matanzas, y de los peores resultados económicos. Igual de antiliberales fueron los nacionalistas de derecha (Hitler, Mussolini, Franco) que los comunistas (Stalin, Mao, Pol Pot). El mismo daño económico causaron en América Latina populistas de derecha, como Perón, que de izquierda, como Echeverría. La misma tragedia hermana a Fidel Castro y a Augusto Pinochet.
Pero, en la retórica medieval, argumentamos que hay unos que tienen razón, y otros no. Que hay guerras justas y que la justicia es más importante que la ley. En eso estamos.

Negociar la ley

Macario Schettino dice que América Latina es un continente que no vivió la modernización y que aún a muchos países dentro de la región, como a México, les cuesta establecer el Imperio de la Ley.

Macario Schettino es profesor de la División de Humanidades y Ciencias Sociales del Tecnológico de Monterrey, en la ciudad de México y colaborador editorial y financiero de El Universal (México).
Para los que tenían dudas, el asunto de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) en Oaxaca es muy ilustrativo. Frente a un grupo que bloquea autopistas y refinerías, hay un grupo no menor de personas que pide una mesa de negociación y diálogo. Argumentan que el diálogo es la base de la democracia y que quien se niega a ello, por lo mismo, no es demócrata. Me imagino que si entramos al detalle en la discusión, acabarán aceptando que las leyes, o las reglas en general, no son un tema de la democracia sino de la república, y que se puede ser demócrata sin ser republicano, como lo han sido, sigo imaginando, del otro lado de la Cortina de Hierro, o en Cuba o Venezuela. A lo mejor encuentran algún otro ejemplo.


Friday, June 24, 2016

El choque actual entre capitalismo y democracia

Aníbal Romero considera que el llamado "Brexit" es un síntoma más del creciente conflicto a nivel global entre las voluntades democráticas y el capitalismo.

Aníbal Romero es profesor de ciencia política en la Universidad de Simón Bolívar.
El planteamiento que articularé es en síntesis el siguiente: el proceso de transformaciones que experimenta el modo de producción capitalista a nivel global, tiene una dinámica que choca crecientemente contra la voluntad democrática de los electorados en diversos países, y amenaza con extenderse a otros. En consecuencia, no sólo se separan cada vez más las motivaciones, intereses y propósitos de las élites políticas, económicas, sociales y culturales que se benefician principalmente del desarrollo capitalista, de un lado, y del otro lado los de vastas masas de gente que se sienten marginadas o maltratadas. Además de esto, la voluntad democrática de dichas masas, que constituyen posiblemente la mayoría de los electorados en diversas naciones, se enfrenta a los propósitos de las élites globalizadas. Todo ello define los contornos de un nuevo tiempo, que distará seguramente mucho de parecerse a las ilusiones cosmopolitas, multiculturales y políticamente correctas de los sectores dominantes en el planeta.



La idea de democracia ha sido hasta el presente inseparable del Estado-nación, y de hecho, sobre todo a partir del siglo XVIII en Europa, las luchas democráticas estuvieron indisolublemente vinculadas a las de la autodeterminación y autogobierno nacionales. Desde la Atenas clásica hasta nuestros días, el demos, es decir, el pueblo capaz de definir una voluntad democrática clara e inequívoca, no ha sido global sino nacional. No existe en realidad un demos europeo, sino uno inglés, francés, alemán o italiano, entre otros. Y ello no es casual, ya que la voluntad democrática se establece en función de la representatividad de los elegidos en el marco de instituciones concretas, y de la capacidad de los representados para pedirles cuentas y deponerles legalmente, si ello es el caso. Cuando se habla, por tanto, de un “déficit democrático” en la Europa actual se apunta hacia una realidad patente: la Unión Europea es de hecho gobernada por una burocracia supranacional que ni es electa, ni responde a un demos definido, ni puede ser sustituida por la voluntad de un electorado en todo caso inasible, pues carece de realidad específica. El denominado Parlamento Europeo, para quien siga sus ejecutorias, es en verdad una entelequia que ni suprime la autoridad de los parlamentos nacionales ni les permite ejercerla de manera plena. Hablamos entonces de un híbrido que no representa a un demos, sino al sueño de un demos.
Expuesto de otra forma, la voluntad democrática sigue expresándose a través de los electorados nacionales, pero estos últimos están siendo sometidos al impacto de un capitalismo globalizado, cuyas tendencias más activas chocan contra estructuras políticas, legados culturales y tejidos sociales desbordados por una dinámica casi avasalladora. El modo de producción capitalista muestra en la actualidad, entre otras, cuatro tendencias que cabe destacar para nuestros propósitos: La primera es el requerimiento de que las fronteras nacionales se subordinen a los imperativos económicos transnacionales. La segunda, derivada de lo anterior, es que la mano de obra y las técnicas productivas puedan moverse sin restricciones. La tercera es que el capital financiero actúe como mecanismo de compactación del conjunto. Y la cuarta es que una élite del conocimiento en general, y del control financiero en particular, asuma la dirección del proceso productivo a través de instituciones de poder colocadas más allá de la capacidad de supervisión y reclamo políticos de los diversos demos.
A raíz de estos fenómenos, se está generando una poderosa reacción de amplios sectores sociales, pertenecientes —por decirlo así— a diversas etapas del desarrollo capitalista, cuyas habilidades y tradiciones, prácticas y costumbres, aspiraciones y seguridades, están siendo dejadas atrás por procesos colectivos de inmanejable envergadura. Esta reacción, cuya manifestación específica más palpable es el llamado “Brexit”, es decir, el venidero referéndum en el Reino Unido acerca de su permanencia o salida de la Unión Europea (y no de Europa, lo cual es absurdo), pone de manifiesto la voluntad democrática de un demos que pretende preservar su capacidad de autogobierno, asegurando que en efecto el Parlamento electo responda a las esperanzas de las personas concretas que lo eligen por períodos determinados.
No sabemos todavía qué resultados tendrá ese referéndum, pero me atrevo a especular que aún si el demos británico opta por permanecer en la Unión Europea, será por un porcentaje relativamente pequeño de los votos. Tomando en cuenta la inmensa disparidad de recursos entre los bandos, y el tono y estrategia de la campaña de los que se oponen al “Brexit” (sustentados básicamente en propagar el miedo y no en ofrecer una visión positiva), la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea seguirá generando gran controversia. Aunque parezca paradójico, creo que una victoria por escaso margen de los oponentes al “Brexit” no pondrá fin al problema sino que lo acentuará, en lo que tiene que ver con el demos inglés principalmente.
En todo caso, deseo señalar que es un error de óptica analizar estos procesos desde la perspectiva de una idea lineal de la historia, vista como progreso incesante hacia un destino superior, destino que es desde luego definido en términos del cosmopolitismo, multiculturalismo y corrección política propios de la ideología dominante entre las élites transnacionales. Esa visión hegeliano-marxista tiene no sólo el problema de que no podemos saber qué ocurrirá en el futuro, sino que hasta el significado del presente escapa en no poca medida a nuestro entendimiento. De paso, por ejemplo, si el demos británico decide romper sus ataduras con las estructuras políticas europeas, con las consiguientes repercusiones de todo tipo que produciría tal decisión, ello no significa necesariamente un retroceso con respecto a un rumbo histórico ideal. Más bien podría percibirse como el intento de rescatar la voluntad democrática de autogobierno del demos.
Mi particular tesis es que las exigencias intrínsecas del modo de producción capitalista están encontrando severas resistencias en el camino, que estamos en medio de un cambio histórico de enormes proporciones, pero no nos está dado comprender su significado profundo sino apenas atisbarlo. También en EE.UU. presenciamos hoy un ejemplo del choque entre capitalismo y democracia. Por una parte, es claro que ha aumentado la desigualdad, que los salarios en general se han estancado y que el “sueño americano” se ha disipado para millones de trabajadores. Por otra parte, las élites políticas, económicas, culturales y sociales, concentradas en las costas este y oeste del país, se hacen más prósperas, se desentienden del resto de la sociedad, y han convertido a los partidos Demócrata y Republicano en espejos el uno del otro, en el “uniparty”, comprometidos con la globalización, las fronteras abiertas a la inmigración, un libre comercio destructor de la base manufacturera, y la corrección política. El avance de Donald Trump forma parte de este contexto. El partido Demócrata abandonó a la clase obrera blanca e hizo de amplios grupos de afroamericanos un sector dependiente del gasto público, transformándole en segura clientela política. Ahora los Demócratas representan a las élites ligadas a la tecnología de punta, élites desvinculadas de una gran masa trabajadora que se siente desamparada. De su lado, los Republicanos acabaron por asemejarse tanto a sus rivales que la base popular que les respaldaba se rebeló. Ya EE.UU. no es la nación del “melting pot”, del crisol en que se mezclaban gentes de todas partes transformándose en americanos. La política de la identidad, promovida por la corrección política, ha separado a blancos, afroamericanos, latinos y asiáticos, los ha hecho tribus incapaces de constituirse en un demos con propósitos comunes, abriendo las puertas a una inacabable y perturbadora polarización.
Imposible pronosticar el resultado de estos intensos y peligrosos conflictos. Sólo cabe sostener que la frágil normalidad a la que estuvimos acostumbrados desde el fin de la Guerra Fría está llegando a su fin.

El choque actual entre capitalismo y democracia

Aníbal Romero considera que el llamado "Brexit" es un síntoma más del creciente conflicto a nivel global entre las voluntades democráticas y el capitalismo.

Aníbal Romero es profesor de ciencia política en la Universidad de Simón Bolívar.
El planteamiento que articularé es en síntesis el siguiente: el proceso de transformaciones que experimenta el modo de producción capitalista a nivel global, tiene una dinámica que choca crecientemente contra la voluntad democrática de los electorados en diversos países, y amenaza con extenderse a otros. En consecuencia, no sólo se separan cada vez más las motivaciones, intereses y propósitos de las élites políticas, económicas, sociales y culturales que se benefician principalmente del desarrollo capitalista, de un lado, y del otro lado los de vastas masas de gente que se sienten marginadas o maltratadas. Además de esto, la voluntad democrática de dichas masas, que constituyen posiblemente la mayoría de los electorados en diversas naciones, se enfrenta a los propósitos de las élites globalizadas. Todo ello define los contornos de un nuevo tiempo, que distará seguramente mucho de parecerse a las ilusiones cosmopolitas, multiculturales y políticamente correctas de los sectores dominantes en el planeta.


Wednesday, June 22, 2016

En torno a los modelos nórdicos

En torno a los modelos nórdicos

Por Alberto Benegas Lynch (h)
Los socialistas arcaicos y desactualizados siguen repitiendo que los modelos, especialmente de Suecia, Finlandia y Dinamarca, siguen siendo socialistas como en los años sesenta en los que adoptaron esa tendencia (en Suecia la experiencia comenzó hacia finales de los treinta).
Sin embargo, no tienen en cuenta que a principios de los noventa el sistema explotó debido a los niveles inauditos del gasto público y los impuestos que, entre otras cosas, se reflejaron en el pésimo sistema de salud en el que los pacientes esperaban en interminables filas que se los atienda mientras se sucedían accidentes irreversibles antes de ser atendidos y los que podían viajaban al exterior para consultar médicos (los que esperaban que se los atienda “gratis” en sus países de origen,  por ejemplo, se quedaban ciegos antes de poder ser revisados por un oculista y así sucesivamente).


Otro fracaso rotundo fue en el campo educativo donde a partir de los noventa se eliminó el monopolio estatal y se abrió a la competencia. Debido al referido sistema donde creció exponencialmente el Leviatán comenzó a debilitarse notablemente la Justicia y la seguridad.
Como queda dicho, a partir de los noventa se privatizaron todo tipo de empresas, en primer término, la electricidad, el correo y las telecomunicaciones con lo cual el gasto público se redujo junto a la presión impositiva.
Por otra parte, en gran medida se liberó el mercado laboral con lo que el desempleo bajó considerablemente y se redujo el trabajo informal a que naturalmente se recurría antes de la liberación (en los tres países mencionados llegaba a más de un tercio de la fuerza laboral).
Por tanto el tan cacareado ejemplo de los países nórdicos en cuanto al “éxito” del socialismo queda sin efecto en todas sus dimensiones.
Hay una nutrida bibliografía sobre el fracaso del mal llamado “Estado Benefactor” (mal llamado porque la beneficencia es por definición voluntaria y realizada con recursos propios), pero tal vez los autores más destacados son Andres Linder, Nils Sanberg, Eric Boudin, Sven Rydenfelt, Mauricio Rojas y Nils Karlson, quienes muestran que, en promedio en las tres décadas principales del experimento socialista el gasto público en esos países rondaba el 64% del PBN y  el déficit alcanzaba el quince por ciento de ese mismo guarismo. Un sistema también basado en la estatización del sistema denominado de “seguridad social” que operaba bajo el método de reparto que actuarialmente está de entrada quebrado y la insistencia en la tan reiterada “re-distribución de ingresos”.
Escriben  los autores mencionados que en una medida considerable se han abandonado las antedichas políticas para reemplazarse por la apertura de mercados sustentados en marcos institucionales liberales que los hacen los más abiertos del mundo.
Incluso uno de los patrocinadores del socialismo en los países nórdicos -Gunnar Myrdal- finalmente escribió que tenía “sentimientos encontrados en lo que desembocó el sistema ya que las leyes fiscales han convertido a nuestra nación [Suecia] en una de tramposos”.
La apertura hacía los mercado libres, entre muchas otras cosas, incentiva la creatividad para llevar a cabo actividades hasta entonces impensables. Por ejemplo, recientemente en algunos de los países nórdicos ya no existe el problema de la basura ya que la reciclan para contar con más electricidad y calor, al contrario, compran basura de otros países.
Lo dicho hasta aquí sobre el estatismo no incluye las truculentas variantes de los países africanos y latinoamericanos más atrasados en los que se encubre una alarmante corrupción tras la bandera de la mejora a los pobres que se multiplican por doquier.
El antes aludido Nils Karlson, a pesar de ser noruego (un país que cuenta con el apoyo logístico de la riqueza petrolera) en su magnífica obra titulada The State of the State. An Inquiry Concerning the Role of  Invisible Hands in Politics and Civil Society, sostiene que “El crecimiento en el tamaño del estado es uno de los sucesos más destacados del siglo veinte. En todas las democracias occidentales, el estado se ha tornado más y más grande, en términos relativos y absolutos. Típicamente esos estados modernos se autodenominan estados benefactores caracterizados por varios tipos de sistemas distributivos, regulaciones y altos niveles de gastos públicos. En algunos de esos países el gasto del sector público alcanza más de la mitad del producto nacional bruto y los impuestos, en algunos casos, se llevan más de la mitad de los ingresos generados en la sociedad. Incluso las esferas más privadas han sido penetradas por el  estado. Las sociedades se han politizado más y más”.
El también mencionado Neil Sandberg apunta en su libro What went wrong in Sweeden?  que uno de los factores desencadenantes de la crisis fue su política monetaria representada por “la rápida implementación del keynesianismo” por lo que “Suecia abandonó el patrón oro antes que otras naciones”. Muy especialmente en los múltiples trabajos de los referidos Eric Boudin y Mauricio Rojas se incluyen en detalle otras políticas también responsables de los problemas suecos y la forma en que se revirtieron.
¿Por qué ha ocurrido este desvío grotesco de la tradición de gobiernos limitados a la protección de derechos a la vida, la propiedad y las autonomías individuales? Gordon Tullock produjo un ensayo titulado “The Development of Government” (todavía recuerdo a la vuelta de un viaje mi disgusto con la traductora por cómo tradujo literalmente al castellano el referido trabajo en la revista Libertas: “El desarrollo del gobierno”, en lugar de “El crecimiento del gobierno”…como escribe Victoria Ocampo “no se puede traducir a puro golpe de diccionario”). En todo caso, Tullock alude a la impronta de Bismarckcomo la manía del aparato estatal de lo que se conoce como “seguridad social” (en verdad inseguridad antisocial), al nacimiento del impuesto progresivo y a las guerras donde muestra en sus cuadros que el gasto posguerra baja pero siempre queda a un nivel más alto del período antes del conflicto bélico. Esto lo refleja en los cuadros que acompañan a su trabajo,  especialmente referidos al período 1790-1995 en Estados Unidos con comentarios de estudios de economías comparadas.
De cualquier modo, una idea que cuajó entre los redistribucionistas es lo que podemos bautizar como “la tesis Pigou” por la que el autor aplica la utilidad marginal a la noción fiscal para sustentar la progresividad. Así se dice que como un peso para un pobre no es lo mismo que un peso para un rico, si se sacan recursos de éstos últimos y se los entrega a los primeros, los ricos se verán perjudicados mientras que los pobres serán beneficiados en mayor proporción que la pérdida de los primeros por las razones apuntadas. Sin embargo, una aplicación correcta de la utilidad marginal hará irrelevante lo comentado puesto que la utilidad marginal significativa en este caso es la de los consumidores a quines no le resulta indistinto quien administra los escasos factores de producción con lo que la aludida redistribución (sea por métodos impositivos o de cualquier naturaleza) contradice sus indicaciones en las votaciones diarias en el mercado, por lo que habrá desperdicio de recursos y, consecuentemente consumo de capital junto a menores salarios e ingresos en términos reales.
Por nuestra parte, miramos dos motivos que se encuentran tras algunos de las consecuencias señaladas por Tullock en su ensayo. Estos dos motivos fundamentales son los marcos institucionales y la educación.
Mencionemos muy resumidamente estos dos componentes tan contundentes que se suceden tanto en países nórdicos como en cualquiera que adopte las recetas del “Estado Benefactor”. En ambos casos, en última instancia, se trata de incrustar más clara y frontalmente el saqueo en la política.
Lo primero se refiere a la falsificación de la democracia y monarquías constitucionales convirtiéndolas en cleptocracias. Sin nuevos límites al poder, el sistema puramente electoral y sin el alma del respeto de las mayorías a los derechos de las minorías, se convirtió en una trampa mortal para las autonomías individuales. Con solo levantar la mano en el Parlamento, las alianzas  y coaliciones arrasan con los derechos. En otras palabras, constituye un escándalo pavoroso que la respuesta a tanto desatino consista en quedarse de brazos cruzados esperando la demolición final. Es indispensable pensar en otros controles, por ejemplo, como los que hemos sugerido en base a las propuestas de otros autores.
El segundo punto es tener en un primerísimo primer plano la importancia de la educación. Desde que tengo uso de razón se machaca que ese tema es para el largo plazo y que debemos ocuparnos del presente,  sin percatarse que, precisamente, el presente está movido por los valores y principios que hemos sido capaces de exponer, es decir, la compresión y aceptación de los fundamentos de la sociedad abierta depende de lo que ocurra en el ámbito educativo. Y no es cuestión de declamar sobre las bondades de la educación sino de proceder en consecuencia y poner manos a la obra, sean países nórdicos o no. Es la tarea dura y no saltearse etapas y ocupar cargos políticos que por más que se simule “meterse en el barro” es para la foto y los halagos del poder.
Es imperioso ocuparse de marcos institucionales libres y de la educación en los valores de la sociedad abierta y no estar como los gobiernos venezolanos y argentinos en la búsqueda de enemigos en quienes endosar la responsabilidad de sus fracasos tal como aconsejan hacer autores  totalitarios como Carl Schmitt y Ernesto Laclau para distraer la  atención de los verdaderos problemas y arrear con estrépito a los aplaudidores sin dignidad ni autoestima.

En torno a los modelos nórdicos

En torno a los modelos nórdicos

Por Alberto Benegas Lynch (h)
Los socialistas arcaicos y desactualizados siguen repitiendo que los modelos, especialmente de Suecia, Finlandia y Dinamarca, siguen siendo socialistas como en los años sesenta en los que adoptaron esa tendencia (en Suecia la experiencia comenzó hacia finales de los treinta).
Sin embargo, no tienen en cuenta que a principios de los noventa el sistema explotó debido a los niveles inauditos del gasto público y los impuestos que, entre otras cosas, se reflejaron en el pésimo sistema de salud en el que los pacientes esperaban en interminables filas que se los atienda mientras se sucedían accidentes irreversibles antes de ser atendidos y los que podían viajaban al exterior para consultar médicos (los que esperaban que se los atienda “gratis” en sus países de origen,  por ejemplo, se quedaban ciegos antes de poder ser revisados por un oculista y así sucesivamente).