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Wednesday, July 20, 2016

¿Qué podemos aprender de la Carta Magna?

Abigail R. Hall Blanco

Este mes marca el 800º aniversario de la firma de la Carta Magna en Inglaterra. La Carta Magna, o Gran Carta, fue importante por varias razones. En primer lugar, era un tratado destinado a establecer la paz entre el muy impopular rey Juan y varias facciones de barones rebeldes. (No funcionó).
Pero la Carta Magna significa algo mucho más importante en la historia de Occidente. Hasta la Carta Magna, el rey se encontraba absolutamente por encima de la ley, era capaz de crear y hacer cumplir las leyes y decretos sin tener consideración alguna por las costumbres, las normas sociales o los decretos existentes. Los ciudadanos enfrentaban la posibilidad real de tener una ley que regulaba una actividad un día y una ley diferente la jornada siguiente. La firma de la Carta fue un intento legítimo de establecer una Estado de Derecho predecible y consistente—al menos para los hombres libres del reino.



No mucho tiempo después de su adopción por el rey Juan, el Papa la anuló a pedido del monarca. Aunque el tratado no entró en vigor inicialmente, sería utilizado más tarde para engendrar una importante reforma política. Las distintas cláusulas de la Carta Magna inspirarían leyes que actualmente damos por sentadas, como la libertad religiosa, la protección contra la detención ilegal y el derecho a un juicio por jurado. Esto no implica decir que los redactores de la Carta eran acérrimos partidarios de la libertad. Por el contrario, los barones rebeldes eran aristócratas interesados en su beneficio personal y no en la libertad de todas las personas.
La Carta Magna es uno de los primeros tratados de renombre para hacer frente a la “paradoja del poder del gobierno”, la idea de que para que el gobierno lleve a cabo determinadas funciones, los ciudadanos deben simultáneamente empoderar al gobierno y limitar su capacidad para violar los derechos individuales.
Los Padres Fundadores entendieron bien esta paradoja e intentaron resolverla al igual que los autores de la Carta Magna. Reconociendo que aquellos que ocupan el poder tienden a tratar de expandir su alcance, ambos documentos establecieron controles y equilibrios que, en principio, impedirían que una parte del gobierno se torne demasiado poderosa. Esto es particularmente importante de considerar en el contexto moderno. En los últimos años, hemos visto una significativa erosión de las restricciones impuestas a los líderes gubernamentales. De hecho, los estadounidenses han defendido activamente el aumento de poder del gobierno, a menudo en nombre de la “defensa” o la “seguridad pública”.
Considérese, por ejemplo, la gran cantidad de órdenes ejecutivas emitidas en nombre de la lucha contra el terrorismo, la pobreza y la inmigración. Muchos de estos mandatos han contado con un significativo apoyo público aunque groseramente expanden el poder del presidente. De hecho, estas proclamas permiten al presidente ampliar su autoridad en unas 160 áreas, incluyendo la congelación de los activos de individuos, la confiscación de la propiedad privada y la limitación del comercio. En los casos más extremos, le permiten al presidente suspender el habeas corpus, lo que implica que el Ejecutivo puede arrestar, detener y encarcelar a ciudadanos estadounidenses y otros sin revisión judicial.
A lo largo de la guerra contra el terror, nuestras libertades han sido erosionadas a un ritmo alarmante. Además de los poderes ampliados del presidente, los agentes de la Administración de Seguridad en el Transporte lo cachean a usted y sus pertenencias cada vez que realiza un vuelo. La Agencia de Seguridad Nacional puede llevar un registro de cada correo electrónico que usted envíe. La recolección de nuestros datos telefónicos acaba de ser meramente reducida. Su departamento de policía local puede realizar un seguimiento de sus llamadas telefónicas en el marco de la búsqueda de los registros de una “persona de interés”. Todas estas cosas ocurren con una supervisión mínima o inexistente.
Aquellos que impusieron la Carta Magna sobre el rey Juan estaban dispuestos a luchar por lo que creían era tan importante, y a pesar de su anulación, cartas revisadas fueron posteriormente emitidas por los sucesores de Juan. Nosotros también deberíamos ser fervientes defensores de nuestras libertades. Mientras que librar una guerra civil no es necesario, es importante recordar que el mantenimiento de los pesos y contrapesos implementados sobre nuestro gobierno es esencial si deseamos preservar las libertades que tanto apreciamos.
Al recordar la Carta Magna, no sólo deberíamos refle

¿Qué podemos aprender de la Carta Magna?

Abigail R. Hall Blanco

Este mes marca el 800º aniversario de la firma de la Carta Magna en Inglaterra. La Carta Magna, o Gran Carta, fue importante por varias razones. En primer lugar, era un tratado destinado a establecer la paz entre el muy impopular rey Juan y varias facciones de barones rebeldes. (No funcionó).
Pero la Carta Magna significa algo mucho más importante en la historia de Occidente. Hasta la Carta Magna, el rey se encontraba absolutamente por encima de la ley, era capaz de crear y hacer cumplir las leyes y decretos sin tener consideración alguna por las costumbres, las normas sociales o los decretos existentes. Los ciudadanos enfrentaban la posibilidad real de tener una ley que regulaba una actividad un día y una ley diferente la jornada siguiente. La firma de la Carta fue un intento legítimo de establecer una Estado de Derecho predecible y consistente—al menos para los hombres libres del reino.


Saturday, July 2, 2016

Negociar la ley

Macario Schettino dice que América Latina es un continente que no vivió la modernización y que aún a muchos países dentro de la región, como a México, les cuesta establecer el Imperio de la Ley.

Macario Schettino es profesor de la División de Humanidades y Ciencias Sociales del Tecnológico de Monterrey, en la ciudad de México y colaborador editorial y financiero de El Universal (México).
Para los que tenían dudas, el asunto de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) en Oaxaca es muy ilustrativo. Frente a un grupo que bloquea autopistas y refinerías, hay un grupo no menor de personas que pide una mesa de negociación y diálogo. Argumentan que el diálogo es la base de la democracia y que quien se niega a ello, por lo mismo, no es demócrata. Me imagino que si entramos al detalle en la discusión, acabarán aceptando que las leyes, o las reglas en general, no son un tema de la democracia sino de la república, y que se puede ser demócrata sin ser republicano, como lo han sido, sigo imaginando, del otro lado de la Cortina de Hierro, o en Cuba o Venezuela. A lo mejor encuentran algún otro ejemplo.



Permítame regresar a mi interpretación de lo que nos ocurre. Somos un continente, América Latina, que no vivió la modernización. Como parte del Imperio Español, fuimos enemigos de la Reforma Protestante y de la revolución de los Países Bajos en el siglo XVI, los padres de la modernidad. Para el siglo XIX, cuando Napoleón diseminó las ideas de la Revolución Francesa (libertad, igualdad, fraternidad) por toda Europa, nosotros mejor nos independizamos para evitar que esas ideas exóticas llegaran por acá. Las élites que independizaron América Latina cosecharon su esfuerzo a partir de 1870, cuando la primera globalización produjo el enriquecimiento de Europa, y de las élites latinoamericanas, y de nadie más. De ahí nos viene ser el continente más desigual del mundo, todavía hoy.
Esas élites promovieron un pensamiento conservador, que tuvo en José Enrique Rodó a uno de sus principales promotores. En su “Ariel”, publicado al inicio del siglo XX, ponía a América Latina como el último baluarte de la cultura tradicional, grecorromana y cristiana, frente al bárbaro anglosajón. De ese conservadurismo abrevaron los extremos latinoamericanos, ambos populistas: el izquierdismo de Cárdenas, el derechismo de Perón.
Precisamente por no salir de esa visión premoderna, el tema de la ley se nos complica tanto. A unos más que a otros, como siempre. Las naciones en las que menos existió el Imperio Español pudieron construir un sistema de gobierno conservador, pero respetuoso de la ley (Argentina, Chile, Uruguay). En donde más pesó España, no hemos podido establecer el imperio de la ley. Menos en México, en donde el régimen de la Revolución hizo de la ilegalidad una virtud: la negociación.
Me parece que muchas personas no entienden que el origen de la corrupción es el mismo que el del populismo, que detrás de la negociación por un trámite, un contrato, o un puesto público, está exactamente el mismo proceso que detrás del diálogo con los inconformes. Que hace el mismo daño a la sociedad un gobernante abusivo como Duarte, en Veracruz, o Borge, en Quintana Roo, forzando la ley para esconder sus trapacerías, que un movimiento como la CNTE, en Oaxaca, forzándola para mantener sus prebendas.
La dificultad de entender que se trata del mismo fenómeno, con caras diferentes, refleja la incapacidad de ver cómo los enemigos del liberalismo, desde el siglo XVIII, han sido responsables de las peores matanzas, y de los peores resultados económicos. Igual de antiliberales fueron los nacionalistas de derecha (Hitler, Mussolini, Franco) que los comunistas (Stalin, Mao, Pol Pot). El mismo daño económico causaron en América Latina populistas de derecha, como Perón, que de izquierda, como Echeverría. La misma tragedia hermana a Fidel Castro y a Augusto Pinochet.
Pero, en la retórica medieval, argumentamos que hay unos que tienen razón, y otros no. Que hay guerras justas y que la justicia es más importante que la ley. En eso estamos.

Negociar la ley

Macario Schettino dice que América Latina es un continente que no vivió la modernización y que aún a muchos países dentro de la región, como a México, les cuesta establecer el Imperio de la Ley.

Macario Schettino es profesor de la División de Humanidades y Ciencias Sociales del Tecnológico de Monterrey, en la ciudad de México y colaborador editorial y financiero de El Universal (México).
Para los que tenían dudas, el asunto de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) en Oaxaca es muy ilustrativo. Frente a un grupo que bloquea autopistas y refinerías, hay un grupo no menor de personas que pide una mesa de negociación y diálogo. Argumentan que el diálogo es la base de la democracia y que quien se niega a ello, por lo mismo, no es demócrata. Me imagino que si entramos al detalle en la discusión, acabarán aceptando que las leyes, o las reglas en general, no son un tema de la democracia sino de la república, y que se puede ser demócrata sin ser republicano, como lo han sido, sigo imaginando, del otro lado de la Cortina de Hierro, o en Cuba o Venezuela. A lo mejor encuentran algún otro ejemplo.


Friday, June 24, 2016

El choque actual entre capitalismo y democracia

Aníbal Romero considera que el llamado "Brexit" es un síntoma más del creciente conflicto a nivel global entre las voluntades democráticas y el capitalismo.

Aníbal Romero es profesor de ciencia política en la Universidad de Simón Bolívar.
El planteamiento que articularé es en síntesis el siguiente: el proceso de transformaciones que experimenta el modo de producción capitalista a nivel global, tiene una dinámica que choca crecientemente contra la voluntad democrática de los electorados en diversos países, y amenaza con extenderse a otros. En consecuencia, no sólo se separan cada vez más las motivaciones, intereses y propósitos de las élites políticas, económicas, sociales y culturales que se benefician principalmente del desarrollo capitalista, de un lado, y del otro lado los de vastas masas de gente que se sienten marginadas o maltratadas. Además de esto, la voluntad democrática de dichas masas, que constituyen posiblemente la mayoría de los electorados en diversas naciones, se enfrenta a los propósitos de las élites globalizadas. Todo ello define los contornos de un nuevo tiempo, que distará seguramente mucho de parecerse a las ilusiones cosmopolitas, multiculturales y políticamente correctas de los sectores dominantes en el planeta.



La idea de democracia ha sido hasta el presente inseparable del Estado-nación, y de hecho, sobre todo a partir del siglo XVIII en Europa, las luchas democráticas estuvieron indisolublemente vinculadas a las de la autodeterminación y autogobierno nacionales. Desde la Atenas clásica hasta nuestros días, el demos, es decir, el pueblo capaz de definir una voluntad democrática clara e inequívoca, no ha sido global sino nacional. No existe en realidad un demos europeo, sino uno inglés, francés, alemán o italiano, entre otros. Y ello no es casual, ya que la voluntad democrática se establece en función de la representatividad de los elegidos en el marco de instituciones concretas, y de la capacidad de los representados para pedirles cuentas y deponerles legalmente, si ello es el caso. Cuando se habla, por tanto, de un “déficit democrático” en la Europa actual se apunta hacia una realidad patente: la Unión Europea es de hecho gobernada por una burocracia supranacional que ni es electa, ni responde a un demos definido, ni puede ser sustituida por la voluntad de un electorado en todo caso inasible, pues carece de realidad específica. El denominado Parlamento Europeo, para quien siga sus ejecutorias, es en verdad una entelequia que ni suprime la autoridad de los parlamentos nacionales ni les permite ejercerla de manera plena. Hablamos entonces de un híbrido que no representa a un demos, sino al sueño de un demos.
Expuesto de otra forma, la voluntad democrática sigue expresándose a través de los electorados nacionales, pero estos últimos están siendo sometidos al impacto de un capitalismo globalizado, cuyas tendencias más activas chocan contra estructuras políticas, legados culturales y tejidos sociales desbordados por una dinámica casi avasalladora. El modo de producción capitalista muestra en la actualidad, entre otras, cuatro tendencias que cabe destacar para nuestros propósitos: La primera es el requerimiento de que las fronteras nacionales se subordinen a los imperativos económicos transnacionales. La segunda, derivada de lo anterior, es que la mano de obra y las técnicas productivas puedan moverse sin restricciones. La tercera es que el capital financiero actúe como mecanismo de compactación del conjunto. Y la cuarta es que una élite del conocimiento en general, y del control financiero en particular, asuma la dirección del proceso productivo a través de instituciones de poder colocadas más allá de la capacidad de supervisión y reclamo políticos de los diversos demos.
A raíz de estos fenómenos, se está generando una poderosa reacción de amplios sectores sociales, pertenecientes —por decirlo así— a diversas etapas del desarrollo capitalista, cuyas habilidades y tradiciones, prácticas y costumbres, aspiraciones y seguridades, están siendo dejadas atrás por procesos colectivos de inmanejable envergadura. Esta reacción, cuya manifestación específica más palpable es el llamado “Brexit”, es decir, el venidero referéndum en el Reino Unido acerca de su permanencia o salida de la Unión Europea (y no de Europa, lo cual es absurdo), pone de manifiesto la voluntad democrática de un demos que pretende preservar su capacidad de autogobierno, asegurando que en efecto el Parlamento electo responda a las esperanzas de las personas concretas que lo eligen por períodos determinados.
No sabemos todavía qué resultados tendrá ese referéndum, pero me atrevo a especular que aún si el demos británico opta por permanecer en la Unión Europea, será por un porcentaje relativamente pequeño de los votos. Tomando en cuenta la inmensa disparidad de recursos entre los bandos, y el tono y estrategia de la campaña de los que se oponen al “Brexit” (sustentados básicamente en propagar el miedo y no en ofrecer una visión positiva), la permanencia del Reino Unido en la Unión Europea seguirá generando gran controversia. Aunque parezca paradójico, creo que una victoria por escaso margen de los oponentes al “Brexit” no pondrá fin al problema sino que lo acentuará, en lo que tiene que ver con el demos inglés principalmente.
En todo caso, deseo señalar que es un error de óptica analizar estos procesos desde la perspectiva de una idea lineal de la historia, vista como progreso incesante hacia un destino superior, destino que es desde luego definido en términos del cosmopolitismo, multiculturalismo y corrección política propios de la ideología dominante entre las élites transnacionales. Esa visión hegeliano-marxista tiene no sólo el problema de que no podemos saber qué ocurrirá en el futuro, sino que hasta el significado del presente escapa en no poca medida a nuestro entendimiento. De paso, por ejemplo, si el demos británico decide romper sus ataduras con las estructuras políticas europeas, con las consiguientes repercusiones de todo tipo que produciría tal decisión, ello no significa necesariamente un retroceso con respecto a un rumbo histórico ideal. Más bien podría percibirse como el intento de rescatar la voluntad democrática de autogobierno del demos.
Mi particular tesis es que las exigencias intrínsecas del modo de producción capitalista están encontrando severas resistencias en el camino, que estamos en medio de un cambio histórico de enormes proporciones, pero no nos está dado comprender su significado profundo sino apenas atisbarlo. También en EE.UU. presenciamos hoy un ejemplo del choque entre capitalismo y democracia. Por una parte, es claro que ha aumentado la desigualdad, que los salarios en general se han estancado y que el “sueño americano” se ha disipado para millones de trabajadores. Por otra parte, las élites políticas, económicas, culturales y sociales, concentradas en las costas este y oeste del país, se hacen más prósperas, se desentienden del resto de la sociedad, y han convertido a los partidos Demócrata y Republicano en espejos el uno del otro, en el “uniparty”, comprometidos con la globalización, las fronteras abiertas a la inmigración, un libre comercio destructor de la base manufacturera, y la corrección política. El avance de Donald Trump forma parte de este contexto. El partido Demócrata abandonó a la clase obrera blanca e hizo de amplios grupos de afroamericanos un sector dependiente del gasto público, transformándole en segura clientela política. Ahora los Demócratas representan a las élites ligadas a la tecnología de punta, élites desvinculadas de una gran masa trabajadora que se siente desamparada. De su lado, los Republicanos acabaron por asemejarse tanto a sus rivales que la base popular que les respaldaba se rebeló. Ya EE.UU. no es la nación del “melting pot”, del crisol en que se mezclaban gentes de todas partes transformándose en americanos. La política de la identidad, promovida por la corrección política, ha separado a blancos, afroamericanos, latinos y asiáticos, los ha hecho tribus incapaces de constituirse en un demos con propósitos comunes, abriendo las puertas a una inacabable y perturbadora polarización.
Imposible pronosticar el resultado de estos intensos y peligrosos conflictos. Sólo cabe sostener que la frágil normalidad a la que estuvimos acostumbrados desde el fin de la Guerra Fría está llegando a su fin.

El choque actual entre capitalismo y democracia

Aníbal Romero considera que el llamado "Brexit" es un síntoma más del creciente conflicto a nivel global entre las voluntades democráticas y el capitalismo.

Aníbal Romero es profesor de ciencia política en la Universidad de Simón Bolívar.
El planteamiento que articularé es en síntesis el siguiente: el proceso de transformaciones que experimenta el modo de producción capitalista a nivel global, tiene una dinámica que choca crecientemente contra la voluntad democrática de los electorados en diversos países, y amenaza con extenderse a otros. En consecuencia, no sólo se separan cada vez más las motivaciones, intereses y propósitos de las élites políticas, económicas, sociales y culturales que se benefician principalmente del desarrollo capitalista, de un lado, y del otro lado los de vastas masas de gente que se sienten marginadas o maltratadas. Además de esto, la voluntad democrática de dichas masas, que constituyen posiblemente la mayoría de los electorados en diversas naciones, se enfrenta a los propósitos de las élites globalizadas. Todo ello define los contornos de un nuevo tiempo, que distará seguramente mucho de parecerse a las ilusiones cosmopolitas, multiculturales y políticamente correctas de los sectores dominantes en el planeta.