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Wednesday, August 3, 2016

Protestar bloqueando calles es irracional e inmoral

protesta 
La moda argentina de protestar bloqueando las calles es irracional y viola los derechos individuales.
Muchas cosas forman parte del paisaje típico argentino: el mate, el tango, los cafés en cada esquina. Pero en las últimas décadas se ha agregado una más: el bloqueo de la vía pública como forma de protesta. Es normal para un residente en cualquier ciudad del país encontrar que la vía pública por la que pretende circular está bloqueada, y tener que cambiar su recorrido o resignarse a esperar durante horas hasta que cese la situación. 


En la Argentina, este tipo de expresiones en la vía pública es realizado por las más diversas causas y por los más diversos grupos: agrupaciones de izquierda protestando contra el capitalismo, trabajadores despedidos queriendo ser reincorporados a su trabajo, ecologistas pidiendo la abolición de los combustibles fósiles, vecinos indignados por un corte de luz, y hasta supuestos defensores de la libertad vociferando su insatisfacción contra el gobierno socialista de turno. Todos ellos, aunque estén en antípodas ideológicas, tienen algo en común: están violando los derechos individuales de terceros, al implementar su protesta de la forma en que lo hacen.
El corte de calles tiene muchas más repercusiones que simplemente impedir circular por un determinado lugar (lo que de por sí ya es importante): afecta el derecho a desplazarse, a trabajar, a ejercer el comercio, a usar la propiedad privada, y a un largo etcétera. Todos estos derechos están protegidos constitucionalmente, y juntos constituyen la libertad individual. Para ejemplificar este punto, basta sólo imaginar la siguiente situación: un comerciante que necesita desplazarse del punto A al punto B para entregar una mercadería y cumplir con un contrato se ve impedido de hacerlo debido a que un grupo de personas está bloqueando la ruta que debe tomar. El comerciante se ve imposibilitado de honrar su contrato, ya que no puede llegar al lugar de su cumplimiento; el contratante, por su parte, ve insatisfecha su pretensión contractual, y el intercambio de bienes se ve frustrado. Durante la misma protesta, un ciudadano que necesita sacar el auto del garaje para llevar a su hijo al hospital no puede hacerlo porque la pandilla manifestante está bloqueando la salida de su casa. Las consecuencias del impedimento de circular son incontables, y su impacto en la vida de los individuos puede extenderse de manera larga y catastrófica.
Como dijo Ayn Rand, si el supuesto “derecho” a bloquear las calles se le reconoce legal o judicialmente a un grupo, ese mismo “derecho” se le debe reconocer a todos, sin distinciones de ideología o motivo de la protesta; eso es igualdad ante la ley. Pero que ese supuesto “derecho” sea reconocido legalmente no significa que sea moral ni correcto: nadie tiene derecho a marchar por la vía pública violando los derechos de terceros. Sí existe el derecho a reunirse, pero sólo en la propiedad privada de quien quiera protestar, o en la de sus adherentes. Sí existe el derecho a la libertad de expresión y a vociferar las propias opiniones, pero no a hacerlo en la vía pública. También es importante recordar que, así como sería absurdo reconocerle a un solo individuo la facultad de interrumpir el tránsito de miles de personas, igual de absurdo es otorgarle esa prerrogativa a una turba. Citando de nuevo a Ayn Rand: “Un grupo, como tal, no tiene derechos. Un hombre no puede adquirir nuevos derechos por unirse a un grupo, ni perder los derechos que ya posee”.
Otro aspecto a considerar respecto a las multitudes que se manifiestan cortando las calles es que son una forma moderna de tribalismo. Es así porque esas pequeñas masas son aglomerados de personas que buscan desesperadamente la protección del grupo, de la tribu, de un colectivo que pueda de alguna manera guiarlas y proveerles los resultados que ellos, de manera individual, se sienten incapaces de conseguir. El tribalismo es resultado del colectivismo, de la creencia que el individuo no tiene capacidad intelectual ni moral para valerse por sí mismo, y que existe sólo para y en función del grupo. Manifestarse a través del bloqueo de la vía pública, escudarse en el anonimato y en la protección que otorga el tropel, y esperar que, de alguna forma, el simple aglomerado logre algo, es ser un tribalista; es un síntoma de la mentalidad anti-conceptual—de ser incapaz de lidiar con conceptos y abstracciones, de necesitar el amparo de un grupo para lidiar con los asuntos que las mentalidades conceptuales pueden resolver.
Lo que sucede a diario en las calles argentinas es calamitoso. El bloqueo de la vía pública como modo de protesta es ilegítimo (aunque sea legal en los hechos), no debería permitírsele a nadie, y el gobierno debería asumir su rol de protector de los derechos individuales prohibiendo de plano ese modo de manifestarse. No importa que la causa subyacente a la protesta sea noble, eso no es excusa para truncar las libertades individuales de terceras personas.
Los ciudadanos deben dejar de lado la resignación; deben dejar de aceptar el bloqueo de calles por parte de sus compatriotas como si ello fuese algo metafísicamente dado e inalterable; deben exigirles a las autoridades y a sus pares que hagan cesar ese comportamiento. Los argentinos deben entender que hay otros modos de expresarse, modos que sí constituyen libertad de expresión y que han demostrado ser más efectivos que unirse a una caterva. La realidad dicta que no existe relación lógica entre cortar una calle y solucionar un problema completamente ajeno a ese hecho. Hoy, con el estado de la tecnología y los medios de comunicación (y del conocimiento), no hay excusa para seguir utilizando medios tan rudimentarios y tribales para expresarse. Darse cuenta de ello sólo requiere usar la razón, y quien no lo entienda no la está usando.
Citando una vez más a Rand: “Tú no ves a los defensores de la razón y de la ciencia bloqueando las calles, pensando que al usar sus cuerpos para detener el tráfico van a poder resolver algún problema”.
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Por Agustina Vergara Cid

Protestar bloqueando calles es irracional e inmoral

protesta 
La moda argentina de protestar bloqueando las calles es irracional y viola los derechos individuales.
Muchas cosas forman parte del paisaje típico argentino: el mate, el tango, los cafés en cada esquina. Pero en las últimas décadas se ha agregado una más: el bloqueo de la vía pública como forma de protesta. Es normal para un residente en cualquier ciudad del país encontrar que la vía pública por la que pretende circular está bloqueada, y tener que cambiar su recorrido o resignarse a esperar durante horas hasta que cese la situación. 

Wednesday, June 22, 2016

Ni Trump ni Clinton entienden a los yihadistas

Islamismo radical 
La reciente masacre en Orlando muestra una vez más la importancia de entender a fondo el significado de “islamismo radical”
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En una llamada telefónica a emergencias, el asesino del club nocturno Pulse juró lealtad al Estado Islámico, habiendo previamente expresado un ferviente deseo de convertirse en “mártir”. En los discursos que siguieron a la masacre, tanto Hillary Clinton como Donald Trump trataron de mostrar una comprensión firme y clara de la amenaza yihadista, intentando posicionarse como la mejor opción para combatirla. Cada uno de ellos expresó una opinión que es prevalente en nuestra cultura, pero ambos están profundamente equivocados. Por irónico que sea, lo que tienen en común es negar el papel crucial que tienen las ideas en promover la causa yihadista.


Trump
La posición de Trump, con la que mucha gente simpatiza, es presentada como una crónica seria de hechos reales. “Estamos importando el islamismo radical terrorista en Occidente por medio de un sistema migratorio fallido”. Al haber pronunciado con mucha frecuencia las palabras “islamismo radical”, algunas personas creen que ese punto de vista es hablar lisa y llanamente. Pero en vez de conceptualizar al enemigo como un movimiento ideológico – uno que atrae a quienes buscan abrazar ideas y doctrinas específicas – la posición de Trump niega el papel de las ideas. Es esencialmente una perspectiva tribalista, que divide al mundo en “USA” contra “forasteros”, en “nosotros” contra “ellos”.
Curiosamente, el asesino de Orlando nació – vaya, como el propio Trump – en Nueva York. Es revelador que la culpa se atribuya al hecho que los padres del asesino fueran inmigrantes afganos: “La única razón por la que el asesino estaba en los Estados Unidos es, para empezar, que le permitimos a su familia venir aquí”. Pero eso se aplica por igual a muchas generaciones de estadounidenses, la gran mayoría compuesta por ciudadanos honrados. Así que, para Trump, la culpa recae en el parentesco sanguíneo del asesino: sus padres vinieron de tierras lejanas, por lo tanto él siempre será un extraño; sus creencias y sus decisiones son irrelevantes. Desde esa perspectiva, la etiqueta “islamismo radical” resulta vacía: en vez de designar una concepción sustantiva de la causa yihadista, actúa de hecho como un símbolo de intolerancia tribalista hacia los extranjeros (o de racismo puro y simple cuando Trump lo aplica a los hispanos).
Ese racismo es patente en la “solución” tristemente popular de prohibir radicalmente la inmigración musulmana. Obviamente, una política racional de inmigración debe impedir la entrada a personas que quieren violar nuestros derechos (y por lo tanto debe impedir acceso a cualquier persona con vínculos o pertenencia a grupos y organizaciones islamistas), a la vez que permite la entrada a quienes buscan vivir y trabajar en paz. La prohibición propuesta, sin embargo, es parte de la premisa opuesta, de una premisa tribalista: Forasteros = malos. Puede que funcione en parte, pero no contemos con ello.
Este punto de vista ignora la distinción crucial necesaria para comprender la causa yihadista: todos los yihadistas son seguidores del Islam, pero no todos los musulmanes son yihadistas. Debería ser evidente, aunque hoy es necesario mencionarlo, que muchísimos musulmanes son ciudadanos americanos que respetan la ley, producen, y desean la paz. Los yihadistas, por el contrario, son individuos que han decidido unirse a una causa ideológica, a una causa que pretende imponer de forma totalitaria la ley religiosa islámica. Lo que distingue a los yihadistas no es su identidad tribal innata, sino la malvada visión político-ideológica que tratan de imponer. Ese es el factor ideológico que la posición tribalista de Trump niega.
Clinton
Lo mismo ocurre con la posición algo más sofisticada que Hillary Clinton expresó en su discurso post-Orlando. El asesino, insistió, era “un loco lleno de odio. . . con un terrible deseo de venganza en su corazón, de rabia” [énfasis añadido]. Aquí, las emociones y, sobre todo, una cierta forma de locura se consideran fundamentales. Supuestamente, por lo tanto, algo hay que hacer para enfrentar al persistente “virus que envenenó su mente” [énfasis añadido].
¿Dónde encaja, entonces, la llamada a emergencias en la que el asesino jura fidelidad al califato? ¿O su deseo explícito de convertirse en mártir? ¿O sus gritos de “Allahu Akbar” mientras disparaba contra la multitud? Esos datos reflejan un cierto punto de vista ideológico, que es precisamente lo que la posición de Clinton trivializa, y al hacerlo excluye cualquier postura política sensata para combatir la amenaza.
Otras variaciones en la narrativa de Clinton ponen aún mayor énfasis en las enfermedades mentales. La gente mentalmente enferma, escribe The New Republic, puede ser atraída por una “ideología extremista”; así que, “un contexto de salud mental tiene que ser una parte importante de la solución”. Claro que hay muchos factores en juego al explicar las acciones de un individuo dado, pero es un grave error reducir la ideología a simplemente uno de muchos factores, precisamente por su inmenso poder sobre la mente, algo evidente en incontables ataques yihadistas. (Además, siempre se puede argumentar que defender la doctrina yihadista ya es una especie de negación de la realidad; si no, ¿qué otra cosa puede significar querer ser “mártir”?)
Ser yihadista significa aceptar ciertas ideas y actuar en consecuencia
Todos esos populares puntos de vista fracasan al tratar de entender qué significa ser yihadista. En esencia, los yihadistas están motivados por las ideas que han aceptado, y en base a las cuales actúan. Desde una perspectiva más amplia, recordemos que a los comunistas les motivaba su ideal: “de cada cual según su capacidad, a cada cual según su necesidad”, y que erigir regímenes dictatoriales fue la forma de implementar su visión, atrayendo en el proceso a los peores especímenes de la humanidad, a los matones sedientos de poder, a los enemigos del éxito, y a los peores psicóticos entre ellos. Los Padres Fundadores, por el contrario, respetaban los ideales de individualismo y razón como fundamentos de una sociedad libre, y crearon una república constitucional para salvaguardar los derechos individuales; y esa causa atrajo fuertemente a personas productivas e independientes que buscaban una vida mejor. El punto clave es que las ideas filosóficas – sean verdaderas o falsas – son cruciales para la vida humana, y también para entender los movimientos político-culturales.
Ese punto es ignorado por muchas personas hoy, y ciertamente por los principales candidatos presidenciales. Ellos no consiguen entender la importancia de las ideas en la motivación de la causa yihadista. Las dos últimas administraciones norteamericanas fracasaron estrepitosamente al definir la naturaleza del movimiento islamista, y hoy seguimos sufriendo las consecuencias de sus políticas irracionales. Continuando con esa triste tradición, los puntos de vista presentados tanto por Trump como por Clinton niegan la naturaleza ideológica del enemigo, demostrando con ello que ninguno de los dos tiene el conocimiento necesario para resolver con éxito la creciente amenaza que enfrentamos.
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Fuente:
Artículo de Elan Journo

Ni Trump ni Clinton entienden a los yihadistas

Islamismo radical 
La reciente masacre en Orlando muestra una vez más la importancia de entender a fondo el significado de “islamismo radical”
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En una llamada telefónica a emergencias, el asesino del club nocturno Pulse juró lealtad al Estado Islámico, habiendo previamente expresado un ferviente deseo de convertirse en “mártir”. En los discursos que siguieron a la masacre, tanto Hillary Clinton como Donald Trump trataron de mostrar una comprensión firme y clara de la amenaza yihadista, intentando posicionarse como la mejor opción para combatirla. Cada uno de ellos expresó una opinión que es prevalente en nuestra cultura, pero ambos están profundamente equivocados. Por irónico que sea, lo que tienen en común es negar el papel crucial que tienen las ideas en promover la causa yihadista.

Wednesday, June 15, 2016

Por qué Brexit sí y Catalunya no

Brexit
Por qué Brexit sí y Catalunya no.
No hay nada intrínsecamente bueno o malo en que una región o un país se independicen; depende del contexto. Y el mejor ejemplo para hacer esa evaluación es contrastar dos situaciones actuales: la independencia de Gran Bretaña de la Unión Europea, y la independencia de Cataluña de España.
Dejando aparte los diferentes aspectos históricos y legales de esas dos situaciones, la cuestión contextual esencial a considerar es si la independencia (o la separación) en cada caso va a promover los derechos individuales, o a violarlos.


En el caso del llamado “Brexit” – o sea, “Britain exit”, la salida de Gran Bretaña de la UE – el objetivo es liberarse del control y del colectivismo cada vez más opresivo de las instituciones europeas. Un excelente video a favor del Brexit explica elocuentemente por qué es deseable la separación de Gran Bretaña del resto de Europa: un país debe tener control de sus leyes y de su futuro, y ese control debe residir en sus ciudadanos, quienes a su vez deben poder cambiar a su gobierno si éste no les sirve (en el doble sentido de la palabra “servir”). Hoy, los derechos de los británicos están siendo violados por la enorme y destructiva burocracia en Bruselas; por lo tanto, su independencia es, no sólo deseable, sino absolutamente necesaria para su supervivencia a largo plazo.
En el caso de Cataluña, el objetivo de los líderes nacionalistas es exactamente el opuesto. Ellos no buscan construir una sociedad libre que proteja los derechos individuales de sus ciudadanos, lo cual sería una razón moral y práctica a favor de la separación; lo que buscan es más control, es ser ellos mismos quienes opriman a sus ciudadanos, es cambiar la opresión central de Madrid por la opresión local de Barcelona: son los mismos perros con distintos collares. Esos buscadores de poder se oponen a la verdadera libertad, llamándola “libertad salvaje”, y proponen otro tipo de “libertad”, una libertad adulterada, una libertad parcial que ellos determinarán hasta dónde puede llegar. Su actitud la resume esta memorable y condescendiente frase: “Si tenemos que dar un poco más de libertad, lo haremos”.
¿Y yo qué tengo que ver con todo eso?, puedes estar preguntándote. Pues porque vivas donde vivas, y aunque te sientas física y emocionalmente alejado de esas decisiones, estás siendo seriamente afectado por ellas. Darle la vuelta a la deprimente situación actual del mundo ha de empezar en algún sitio concreto donde las ideas racionales consigan echar raíces, y ese sitio no va a ser un país minúsculo sin recursos o un enclave en alguna isla desierta, como los “paraísos” libertarios más o menos anarquistas que algunos intelectuales imaginan. Y cómo evolucione el mundo te va a afectar, quieras o no, estés en España o en USA o en Latinoamérica o en Singapore.
Lo ideal sería que un país desarrollado fuese el promotor de esas ideas racionales y asumiese el liderazgo intelectual y moral que el mundo necesita. Brasil tiene un movimiento intelectual embrionario favorable a Objetivismo, pero aún está por demostrar que su inercia cultural puede ser frenada. Gran Bretaña, en cambio, tiene tanto el tamaño como la tradición de liderar al mundo en ideas racionales, y podría convertirse en una enorme Quebrada de Galt (ver La Rebelión de Atlas), desde donde el mundo – esta vez, un mundo racional – vuelve a nacer.
Estados Unidos no se convirtió en líder mundial por el mero hecho de independizarse de Gran Bretaña (muchas colonias se han independizado a lo largo de la historia), sino por las ideas que fundaron al país: reconociendo al individuo como un fin en sí mismo, dándole sus ciudadanos (y a futuros inmigrantes) la oportunidad de trabajar y prosperar sin coerción del gobierno, o sea, haciendo posible el sentido de vida americano y su corolario, el “American dream”.
Muchas de esas ideas pro-libertad habían surgido de la Ilustración, del trabajo de pensadores como Isaac Newton y John Locke, y fueron los Padres Fundadores – en su mayoría también de ascendencia británica – quienes las plasmaron en la Constitución. Ahora, 240 años más tarde, Gran Bretaña tiene la oportunidad de recuperar el liderazgo político y económico mundial que en su día cedió a Estados Unidos, y que éstos no están siendo capaces de mantener.
La separación de Cataluña no parece ir a ningún sitio, “gracias a Dios”. Pero ojalá que los votantes británicos entiendan a fondo el asunto político más importante de sus vidas, y que el Brexit vaya adelante. Por sí solo, el hecho de que Gran Bretaña salga de la UE no garantiza que el mundo vaya a cambiar para mejor, pero hará que ese cambio sea posible. Será un paso en la dirección correcta, un primer paso hacia la salvación que aún podemos tener esperanza de ver durante nuestras vidas.

Por qué Brexit sí y Catalunya no

Brexit
Por qué Brexit sí y Catalunya no.
No hay nada intrínsecamente bueno o malo en que una región o un país se independicen; depende del contexto. Y el mejor ejemplo para hacer esa evaluación es contrastar dos situaciones actuales: la independencia de Gran Bretaña de la Unión Europea, y la independencia de Cataluña de España.
Dejando aparte los diferentes aspectos históricos y legales de esas dos situaciones, la cuestión contextual esencial a considerar es si la independencia (o la separación) en cada caso va a promover los derechos individuales, o a violarlos.