Los monarcas europeos y los
jesuitas se congregaron para definir su plan de acción en contra de las
nuevas naciones “libres”. Se reunieron en Viena y precisaron volver a
encontrarse en dos congresos más.
Por Ricardo Puentes Melo
Como ya hemos visto hasta aquí, la
Independencia surgió debido al descontento de la aristocracia criolla
que buscaba una serie de prebendas que les eran negadas por el
virreinato. No es cierto que, como nos lo han enseñado los historiadores
eclesiales, la independencia haya surgido de las entrañas del pueblo
iletrado y pobre. Mírese por donde se mire, desde el mismo movimiento
comunero, la lucha ha estado liderada e ideada por apellidos de familias
poderosas que aún hoy se mantienen vigentes en el dominio. Berbeo,
Plata, Monsalve, Nariño, Caldas, Acevedo y Gómez, Torres, Vargas, Zea,
Galán, entre otros, todos eran apellidos prestantes y de familias
adineradas.
Durante los pocos años de la Gran
Colombia, el Estado siguió permitiendo el cobro del diezmo y tributos
para la manutención del clero. La única medida radical que se tomó fue
la supresión de la Inquisición con la subsecuente transferencia de sus
bienes y rentas a manos del Estado.
La aristocracia esclavista y
latifundista solamente tomó partido cuando supo quiénes eran los
ganadores; sólo cuando los patriotas ganaron, los aristócratas dejaron
sus vestidos realistas y se convirtieron entonces en republicanos; pues
tanto ellos como los comerciantes (la naciente burguesía) querían para
sí el poder estatal una vez los españoles se fueran.
Durante estos años fue que llegaron las
familias Lleras y Samper, por nombrar algunas, quienes se dedicaron al
comercio y que, gracias a los convenientes matrimonios de algunos de sus
miembros con la élite, pronto entraron a formar parte de la vida
política de la nación. Tanto estos comerciantes, como la aristocracia
rancia prolongaron durante varias décadas las instituciones que les
ayudaban a mantener el control del Estado y sus rentas.
El asunto es que la rapiña de los
independentistas los hizo olvidarse de que los jesuitas estaban al
asecho, esperando la más mínima oportunidad para reencaminar a los
libres hacia la cobertura papal. Inmediatamente, Portugal y España
consiguieron el apoyo de Roma para recuperar las colonias perdidas, y
así firmaron lo que se conoce como la “Santa Alianza”, un pacto para
impedir que en ninguna de sus colonias perdidas se estableciera un
régimen de libertades semejante al norteamericano.
Los monarcas europeos y los jesuitas se
congregaron para definir su plan de acción en contra de las nuevas
naciones “libres”. Se reunieron en Viena y precisaron volver a
encontrarse en dos congresos más.
El siguiente Congreso ocurrió en Verona,
1822. Durante esta reunión, se decidió que Estados Unidos sería el
blanco de los emisarios jesuitas encubiertos y que los principios
constitucionales de esta nación serían destruidos a cualquier precio. Se
buscaba que el papa ejerciera su poder allí y, al mismo tiempo, que los
monarcas de Portugal y España estuvieran seguros de que los
protestantes norteamericanos no influirían ideológicamente en
Sudamérica, donde durante siglos se había adiestrado al pueblo en la
obediencia y sometimiento total y ciego al poder temporal del papa.
La siguiente reunión se llevó a cabo en Chieri, Italia, en 1825. Allí, “se
discutieron planes para el avance del poder Papal en todo el mundo, la
desestabilización de gobiernos que representaran obstáculos y la
destrucción de cualquier esquema que se interpusiera en su camino y sus
ambiciones. “Esa es nuestra meta, los Imperios del Mundo. Debemos
hacerles entender a los grandes hombres de la tierra que la causa del
mal, levadura leuda, existirá en cuanto exista el protestantismo. Se
abolirá el Protestantismo …los herejes son los enemigos que estamos
dispuestos a exterminar completamente… Y la Biblia, esa serpiente que
con su cabeza erecta y sus ojos relampagueantes nos amenaza con su
veneno mientras se arrastra en la tierra, debe ser transformada en un
bastón tan pronto podamos apoderarnos de ella”” (Hector Macpherson, Los Jesuitas en la Historia , Ozark Book Publishers,1997)
Estas tres reuniones (Viena, Verona y
Chieri) se llevaron a cabo en medio del mayor sigilo posible. Sin
embargo, George Canning, ministro de Asuntos Exteriores de Gran Bretaña,
había asistido a las reuniones y, siendo un defensor de los movimientos
independentistas de América, escribió al gobierno de Estados Unidos
para alertarlo sobre los planes de los monarcas de Europa quienes
buscaban destruir las instituciones libres del continente americano.
Thomas Jefferson apoyó decididamente al
presidente James Monroe quien, en su mensaje anual al Congreso de los
Estados Unidos, en 1822, declaró que “el más leve intento de las
coronas europeas de extender su dominación política a cualquier parte
del territorio americano, será visto como un acto de agresión contra los
Estados Unidos de Norteamérica”, y que “el continente no podrá ser objeto de futuras colonizaciones”.
Los jesuitas juraron no cejar hasta
destruir los principios democráticos que inspiraron la independencia
norteamericana; pocos años después, iniciarían su dominio subrepticio en
Estados Unidos usando la conspiración y valiéndose de los mismos
principios de la Constitución norteamericana para expandir el delito y
el caos en Estados Unidos. Ellos se han infiltrado en todos los
estamentos de poder en Norteamérica y han logrado lo que precisamente la
doctrina Monroe trataba de evitar. El poder del Vaticano se encuentra
hoy sobre Estados Unidos, y tanto el papa como sus gestores han sabido
utilizar astutamente el ejército norteamericano para conseguir por la
fuerza lo que su poder financiero no ha alcanzado. Y bien temprano en la
historia de ese país, la Compañía de Jesús empezó su trabajo. Fueron
ellos quienes asesinaron a Abraham Lincoln en 1865. Más adelante
hablaremos de ello.
En una carta al Presidente Monroe, Thomas Jefferson le hizo las siguientes observaciones:
“La pregunta que me presentas en las cartas que me has enviado, es la más profunda que me han hecho después de la relacionada con la Independencia. Ella nos hizo una nación y ha marcado el ritmo y la dirección en la que navegaremos a través del océano del tiempo a medida que el mismo se abre ante nosotros. Y nunca podríamos navegarlo en condiciones más apropiadas. Nuestra primera y más fundamental regla debe ser el no envolvernos en los asuntos de Europa. La segunda debe ser nunca utilizar a Europa como intermediaria en los asuntos de este lado del Atlántico. América, Norte y Sur tienen unos intereses completamente diferentes de los de Europa, intereses que le son particulares. Por tanto debe tener un sistema propio, separado y completamente aparte del sistema Europeo. Aunque los europeos traten de convertirse en el hogar del despotismo nuestra tarea debe ser hacer de nuestro hemisferio, un hemisferio de libertad. . . [Es nuestra obligación] declarar nuestra protesta en contra de las violaciones atroces de los derechos de las naciones, por la interferencia de cualquiera de ellas en los asuntos internos de la otra, intervención que comenzó con Bonaparte y que hoy día continúa por parte de aquellos que llevan a cabo alianzas ilegales llamándose a sí mismos Santos”. (Archivos de la Universidad de Mount Holyoke).
“La pregunta que me presentas en las cartas que me has enviado, es la más profunda que me han hecho después de la relacionada con la Independencia. Ella nos hizo una nación y ha marcado el ritmo y la dirección en la que navegaremos a través del océano del tiempo a medida que el mismo se abre ante nosotros. Y nunca podríamos navegarlo en condiciones más apropiadas. Nuestra primera y más fundamental regla debe ser el no envolvernos en los asuntos de Europa. La segunda debe ser nunca utilizar a Europa como intermediaria en los asuntos de este lado del Atlántico. América, Norte y Sur tienen unos intereses completamente diferentes de los de Europa, intereses que le son particulares. Por tanto debe tener un sistema propio, separado y completamente aparte del sistema Europeo. Aunque los europeos traten de convertirse en el hogar del despotismo nuestra tarea debe ser hacer de nuestro hemisferio, un hemisferio de libertad. . . [Es nuestra obligación] declarar nuestra protesta en contra de las violaciones atroces de los derechos de las naciones, por la interferencia de cualquiera de ellas en los asuntos internos de la otra, intervención que comenzó con Bonaparte y que hoy día continúa por parte de aquellos que llevan a cabo alianzas ilegales llamándose a sí mismos Santos”. (Archivos de la Universidad de Mount Holyoke).
Toda buena intención quedó malograda.
Los jesuitas colocarían a sus hombres en posiciones de riqueza y poder
ya que tenían los medios para hacerlo. Lograrían que sus infiltrados
usaran su influencia para inducir a los norteamericanos a la subversión,
a la inmoralidad y a la destrucción de cualquier principio cristiano
incluido en la Constitución de Estados Unidos.
Entretanto, en Sudamérica, con la
batalla de Ayacucho en 1824 –dos años después de la declaración de
Monroe- el territorio hispanoamericano (excepto Cuba y Puerto Rico)
quedaba totalmente libre del yugo de la monarquía española.
Después, los enfrentamientos ideológicos
entre Santander y Bolívar llevaron a que éste último se convirtiera en
dictador. La diferencia básica entre Santander y Bolívar radicaba en que
Bolívar y sus seguidores (principalmente militares venezolanos) querían
que fueran los militares quienes ejercieran el poder; ellos veían con
recelo que los civiles –que no habían tomado las armas en la guerra-
fueran a gobernarlos a ellos. Por su parte Santander y sus seguidores
defendían una tradición civilista, donde los civiles ejercieran el
control creando un sistema de leyes bajo las cuales todos –militares y
civiles- quedaran sujetos. Los bolivarianos no querían que se ejercieran
libertades individuales ya que sentían temor de posibles excesos. Era
obvio que los bolivarianos estaban influenciados por las doctrinas
jesuíticas.
Otra diferencia era que Santander era
partidario de un gobierno federalista, donde cada región tuviera
autonomía presupuestaria (algo inspirado en el proceso estadounidense), y
Bolívar prefería un gobierno centralista con concentración del poder en
una sola persona. Otro principio jesuítico.
Este era el conflicto cuando fue
convocada la Convención de Ocaña de 1828, donde se buscaba reformar la
constitución boliviana de 1821. Una minoría bolivariana, 17 contra 54
santanderistas, logró sabotear la decisión democrática de la mayoría.
Las reuniones de la convención estuvieron cargadas de insultos y
amenazas… la Gran Colombia quedó dividida en dos bandos opuestos,
bolivarianos y santanderistas, y Bolívar asumió como dictador. Pronto,
el “Libertador” colocó nuevamente la educación en manos de los Jesuitas
de la Iglesia Católica, reforzando su poder político y financiero para
que el clero, a su vez, lo apoyara a él; subió los impuestos (tributos) a
los indígenas y benefició grandemente los intereses de los aristócratas
latifundistas, que eran de su misma clase.
Así, surgió nuevamente la guerra civil
de la cual salió fortalecida la iglesia Católica y, como no, las clases
dominantes que consolidaron su poder apoyadas por el clero.
Básicamente, durante la Gran Colombia,
la iglesia católica había perdido su control directo sobre el sistema
educativo. Aunque durante el gobierno de Santander, él expropió a los
jesuitas del Colegio Mayor de San Bartolomé y éste pasó a manos del
Estado, a los sacerdotes se les permitió seguir enseñando y se
utilizaban métodos jesuitas para la enseñanza; fue evidente para los
éstos que si no lograban retomar el control del sistema educativo,
pronto quedarían excluidos de éste. La Universidad Central fue creada y
se nombró como rector al conservador católico Rufino Cuervo Barreto y
como vicerrector a su primo, el obispo Silvestre Indalecio Barreto y
Martínez; se fundaron universidades públicas.
Sin embargo, como también vimos antes,
la posición de Santander cambió durante un posterior gobierno suyo
(1832-1835) debido a la presión directa que ejerció el Papa quien aceptó
reconocer la independencia de Colombia siempre y cuando Santander no
tocara los privilegios de la Iglesia. Santander claudicó y, así, todo
tuvo un buen resultado para los jesuitas.
Por otro lado, si bien Bolívar intentó
congraciarse con la Compañía de Jesús, ellos jamás le perdonaron su
intentona para librarse del control de la Orden. Aunque en los años de
su dictadura –que fueron los últimos de su vida- Bolívar había
restituido el control total de la educación a la Iglesia, amén de las
prebendas ya mencionadas, el 17 de diciembre de 1830, finalmente, Simón
Bolívar, el gran tirano de Sudamérica, muere traicionado por los mismos a
quien él intentó traicionar. La masonería invisible, la de los altos
rangos que controlan el Vaticano, el capital y la política
internacional, no le perdonaría a Bolívar su tentativa de prevaricación
contra ellos: sus patrocinadores.
Muchas personas e investigadores creen
erróneamente que la masonería y la Iglesia Católica son acérrimas
enemigas. Pero eso no es cierto, es un ardid. Lo real es que la alta
masonería (llámelos Iluminatti, Club Bilderberg, masonería invisible,
etc) controlan prácticamente todos los estamentos de poder
supranacionales: La ONU, HRW, el Concejo de Relaciones internacionales
de Estados Unidos, el Banco Mundial, la Comisión Trilateral y muchas
organizaciones más entre las que se encuentra –por supuesto- el
Vaticano. Dentro de la Iglesia Católica, los jesuitas son el cuerpo
especial que decide sobre las finanzas de la Santa Sede, controla al
papa y guía su política internacional de tal manera que responda a los
intereses que persiguen el control total.
Dentro de esa dinámica, los jesuitas de alto rango –que pertenecen a las entrañas del poder- han fungido
coordinadamente como asesores
espirituales de gobernantes, y han definido en muchísimos casos el rumbo
que ha tomado la historia. Los jesuitas de alto rango, que casualmente
son de origen judío, igual que el fundador de la Orden –Ignacio de
Loyola- y que el creador de los Iluminati, Adam Weishaupt, quien, el 1
de Mayo de 1776, fundó la Orden de los Iluminati en el antiguo fuerte
Jesuita de Bavaria. Ya tendremos oportunidad de profundizar en esto.
Los jesuitas, que nunca han dejado de
vengar sus expulsiones en los países donde ha sucedido, tampoco dejaron
de ejecutar su desquite contra Colombia. El sueño de controlar las
naciones tampoco ha claudicado, y por eso vemos que las banderas del
expansionismo siguen ondeando bajo el discurso de Hugo Chávez quien
aspira, con una clarísima política jesuítica, revivir la Gran Colombia
para llevar las cinco naciones –bajo las banderas socialistas del
Vaticano- a ofrecerlas como ofrenda expiatoria al papa nazi Ratzinger.
Sí.. como dijo, Schmaus, el prelado alemán en tiempos de Hitler, “las leyes del nacional socialismo y las de la Iglesia Católica tienen el mismo objetivo”.
No es casualidad que Ratzinger haya sido seguidor de Hitler. No es
casualidad que Chávez sea un socialista católico, represor de las
libertades individuales. No es casualidad que la revolución bolchevique
haya sido diseñada por la Orden, con el auspicio financiero de los
judíos Rothschilds. En realidad, nada ocurre por casualidad.
Así, en el año de 1831, después de la
muerte de Bolívar y disuelta la Gran Colombia, nace la Nueva Granada.
Doce años después de la batalla de Boyacá aún no había ocurrido la
independencia de los pobres, no se habían roto sus cadenas, ni jamás se
romperían. Con una Iglesia Católica reforzada y aliada con las clases
dominantes para continuar con la subyugación de los pobres, los ideales
de verdadera libertad y democracia se diluyeron de inmediato dejando
vigente la misma estructura económica y social de la Colonia. La única
diferencia fue el cambio de mando de los europeos a los criollos, los
oligarcas nacidos en suelo americano. Todo el armazón de dominación
siguió intacto: los privilegios de clase, los diezmos a la iglesia
católica, los monopolios, la dominación de la oligarquía y su derecho
para legislar y para establecer las condiciones económicas, políticas y
sociales que redundaran en su propio beneficio y que aseguraran su
permanencia en el poder durante generaciones hegemónicas, todo eso
sirvió a los propósitos del Vaticano que pudo dominar fácilmente a los
nuevos dueños de las repúblicas.
Nada había cambiado. Los jesuitas habían ganado de nuevo.
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