Wikipedia

Search results

Showing posts with label mercados libres. Show all posts
Showing posts with label mercados libres. Show all posts

Wednesday, June 22, 2016

Doug Casey, para pensar

Doug Casey, para pensar

Por Alberto Benegas Lynch (h)
Se trata de una persona muy consistente con sus principios cuyo eje central radica en el valor de la libertad, esto es concebir la sociedad como interacciones voluntarias en las que prima el respeto recíproco donde solo justifica el uso de la fuerza cuando es de carácter defensivo. En este contexto, cada uno puede hacer de su vida lo que le plazca siempre y cuando no lesione derechos de terceros.
Doug Casey es de hablar pausado y bien articulado con contenidos muy sustanciales y bien fundamentados. Es un inversionista de dotes excepcionales. Se autodefine como un “especulador internacional”, lo cual subraya un concepto básico pero poco comprendido. Todos los seres humanos somos especuladores. Todos apuntamos a pasar de una situación menos favorable a juicio de sujeto actuante a una que estimamos nos proporcionará mayor satisfacción. El acto puede ser ruin o sublime pero siempre está presente la especulación. Hablar de especulador es equivalente a aludir a la acción humana. Algunos aciertan en sus conjeturas, otros se equivocan pero todos especulan. La madre especula con que su hijo se encuentre bien, el asaltante a un banco especula con que le saldrá bien el atraco y así sucesivamente.


Como señala Casey, de lo anterior se deriva que todos actuamos en nuestro interés personal. En rigor no hay tal cosa como acciones desinteresadas, lo cual, por otra parte, pone en evidencia que si un acto no está en interés de quien lo lleva a cabo simplemente no se ejecutará.
Doug Casey es autor de numerosos libros, algunos de los cuales han  estado en la lista de best-sellers del New York Times, ha dirigido consultoras de reconocido prestigio, ha pronunciado conferencias en diversas instituciones estadounidenses y del exterior, publicado valiosos newsletters de gran tirada con lectores de todas partes del mundo, ha sido invitado a diversos programas televisivos y ha producido documentales como la célebre Meltdown America. Sin perjuicio de la administración de sus inversiones personales, ahora está trabajando en la escritura de una saga de novelas de gran calado.
En esta nota periodística centro la atención en algunos pocos aspectos de su último libro titulado Totally Incorrect que consiste en preguntas y reflexiones que le formula Louis James al autor y que, a su turno, éste se explaya en sus consideraciones.
Resumo mi lectura del referido libro en cinco temas. En primer lugar la preocupación y alarma de Casey por lo que viene sucediendo en Estados Unidos. La deuda pública colosal, el nivel astronómico del gasto del gobierno central, las absurdas y asfixiantes regulaciones, los inmorales “bailouts” a empresarios incompetentes e irresponsables, la manía por involucrarse en guerras permanentes, la liquidación de las libertades individuales y el consiguiente abandono del debido proceso con la excusa del terrorismo, la inaudita y contraproducente lucha contra las drogas que todo lo corrompe a su paso, la pésima política respecto al medio ambiente que destroza la propiedad privada en nombre de la defensa de la propiedad del planeta, lo dañino de la Reserva Federal y la banca central en general y el inaceptable espionaje a los ciudadanos del país y del extranjero por parte del gobierno, que en todo se contraponen a los consejos originales de los Padres Fundadores.
El segundo punto que rescato de la obra es el referido a la educación. Casey señala con énfasis la imperiosa necesidad de eliminar la politización a través de ministerios y secretarías que deciden pautas, textos y estructuras curriculares. Sugiere abrir a la competencia todos los centros educativos y pondera los procedimientos del homeschooling y muestra que la genuina educación consiste en profesores que estimulen el pensamiento independiente e incentiven que se desarrolle las potencialidades de cada estudiante, al contrario de lo que se considera habitualmente en el sentido -como consigna el autor- que los estudiantes “piensan que alguien le dará educación cuando en realidad la educación es algo que cada uno debe darse a si mismo”. En este contexto es como dice en el libro Louis James, el asunto medular de este momento estriba en que en el llamado mundo libre hay demasiada “polución intelectual”.
En tercer lugar, se refiere extensamente a la idea de caridad. Aclara antes que nada que se trata de un acto realizado con recursos propios y de modo voluntario, al contrario de lo que se piensa de modo generalizado en cuanto a que el aparato estatal “es solidario” cuando arranca recursos de los vecinos para entregarlos a otros, lo cual no solo es la antítesis de un acto de caridad o beneficencia sino que se trata de un asalto. Luego sostiene que, por un lado, es partidario de  la caridad individual más bien referida a “enseñar a pescar en lugar de regalar un pescado” y, por otro, desconfía de la institucionalización de asociaciones de caridad ya que se suelen convertir en burocracias que en parte tuercen sus objetivos hacia los salarios de secretarias y demás funcionarios.
Pero tal vez lo más importante que destaca Casey en este campo es el complejo de culpa de empresarios y la presión social para que entreguen parte de sus ganancias en obras caritativas para “devolver algo de lo que han  quitado”. Esta línea argumental me recuerda el magnífico ensayo tan bien documentado de Milton Friedman en The New York Times Magazine titulado “The Social Responsability of Buisness is to Increase Profits”. Esto es así debido a que en un mercado abierto y competitivo los empresarios están forzados a atender las demandas de su prójimo al efecto de obtener beneficios. Si el empresario da en la tecla con las necesidades de los demás obtiene ganancias y si yerra incurre en quebrantos. El cuadro de resultados muestra el camino para que los siempre escasos factores de producción estén en las mejores manos a criterio de los consumidores. Desde luego que esto se extiende a todas las inversiones en las que el empresario al sacar partida de lo que estima son costos subvaluados en términos de los precios finales, es decir a través del arbitraje, ubica recursos en las áreas que conjetura serán más demandadas.
De más está decir que esto no ocurre con los empresarios prebendarios cuyos patrimonios no provienen del plebiscito diario en los diferentes mercados presentes o futuros, sino que provienen del privilegio y de los mercados cautivos, con lo que se convierten en explotadores de la gente.
Otro aspecto del libro de marras es su muy ajustada definición de fascismo en contraste con el comunismo, donde ambas tradiciones de pensamiento coinciden en la necesidad de demoler la sociedad abierta a través del estrangulamiento de la propiedad privada. El fascismo permite el registro de la propiedad a nombre de particulares pero usa y dispone el aparato estatal, mientras que en el comunismo directamente usa y dispone el gobierno. Señala que en la gran mayoría de los países el fascismo se aplica de modo  generalizado en prácticamente todos los campos. Razonamientos que me recuerdan a las cuidadosas elaboraciones de  Jean-François Revel  en su obra La gran mascarada en la que se detiene a considerar el estrechísimo parentesco ente el nacional-socialismo y el  comunismo.
Por último en esta reseña parcial y muy telegráfica,  termino con un pensamiento del autor sobre los musulmanes: “[…] hay toda la razón para creer que cualquier grupo perteneciente al mundo islámico intentará defenderse de las Cruzadas medievales enmascaradas como estadounidenses modernos. Retribuirán la lucha no con aviones, misiles y tanques sino con armas que pueden solventar […] Algunos, especialmente en círculos de la Seguridad Nacional, se preguntan discretamente que se debe hacer con la amenaza musulmana. Mi respuesta es absolutamente nada. No veo a los musulmanes como una amenaza diferente de los cristianos, los judíos, los budistas o cualquier otro grupo religoso.  Los que conozco son tan agradables y decentes como cualquier otra persona. Una vez que uno busca una respuesta para el ´tema musulmán´ se está buscando problemas del peor tipo, tal como hicieron los alemanes cuando trataron de responder a ´la amenaza judía´. Desafortunadamente esta es la dirección que se está moviendo Estados Unidos. No dudo que antes que termine esta década, aquellos de nosotros que tenemos amigos musulmanes seremos observados como terroristas potenciales por la razón apuntada”.
Por mi parte agrego que no debe asimilarse un criminal con una denominación religiosa, del mismo modo que no hubiera sido pertinente aludir al “terrorismo cristiano” en épocas de la Inquisición ya que las hogueras eran encendidas por asesinos seriales disfrazados de religiosos. Muchos fundamentalistas desean aquella confusión porque las llamaradas del fanatismo pseudoreligioso siempre aniquilan, amputan y matan en nombre de Dios, la bondad y la misericordia.
Espero que a raíz de estos breves comentarios sobre uno de los libros de Doug Casey, haya quienes se interesen en traducir al castellano y publicar el libro referido para beneficio de los lectores del mundo hispanoparlante. Se trata de un hombre íntegro que dice lo que piensa sin rodeos ni subterfugios y, por tanto, no le teme a ser “políticamente incorrecto”.

Doug Casey, para pensar

Doug Casey, para pensar

Por Alberto Benegas Lynch (h)
Se trata de una persona muy consistente con sus principios cuyo eje central radica en el valor de la libertad, esto es concebir la sociedad como interacciones voluntarias en las que prima el respeto recíproco donde solo justifica el uso de la fuerza cuando es de carácter defensivo. En este contexto, cada uno puede hacer de su vida lo que le plazca siempre y cuando no lesione derechos de terceros.
Doug Casey es de hablar pausado y bien articulado con contenidos muy sustanciales y bien fundamentados. Es un inversionista de dotes excepcionales. Se autodefine como un “especulador internacional”, lo cual subraya un concepto básico pero poco comprendido. Todos los seres humanos somos especuladores. Todos apuntamos a pasar de una situación menos favorable a juicio de sujeto actuante a una que estimamos nos proporcionará mayor satisfacción. El acto puede ser ruin o sublime pero siempre está presente la especulación. Hablar de especulador es equivalente a aludir a la acción humana. Algunos aciertan en sus conjeturas, otros se equivocan pero todos especulan. La madre especula con que su hijo se encuentre bien, el asaltante a un banco especula con que le saldrá bien el atraco y así sucesivamente.

Tuesday, June 21, 2016

Una buena economía para China

Edmund S. Phelps, the 2006 Nobel laureate in economics, is Director of the Center on Capitalism and Society at Columbia University and author of Mass Flourishing.
NUEVA YORK – Las décadas de arduo crecimiento junto con la crisis financiera del año 2008 han provocado un cambio sísmico en el pensamiento económico en gran parte del mundo. Se habla de desplazar recursos desde el ámbito de la inversión hacia el del consumo, de la industria pesada hacia los “servicios”, y del sector privado al sector público. Sin embargo, lo que me llama la atención es que estos argumentos se centran sólo en la mejora de la mezcla de los productos dentro de una economía, sin prestar atención a la mano de obra.


Esto es obvio en el caso de China, ahora la mayor economía del mundo según algunas mediciones. Sin duda, China debe rechazar nuevas inversiones en gigantescas fábricas de acero y edificios de apartamentos vacíos. De manera simultánea, sin embargo, debe centrarse en los trabajadores y elevar la vivencia en el trabajo que ellos tienen, aspecto que los economistas desde Adam Smith a Karl Marx y Alfred Marshall colocaron en el centro de sus preocupaciones.
No todo el mundo está de acuerdo. Cuando se trata de vivencias en el trabajo, muchos – sobre todo en Europa continental – creen que la asignación óptima (lo que implica tener instituciones que funcionen bien), en el caso que esté acompañada de inversión en educación, es todo lo que se necesita. Al fin y al cabo, los italianos, alemanes, franceses trabajan duro y bien durante un número relativamente pequeño de horas, lo que resulta en una alta productividad y altos salarios por hora – más altos que en Estados Unidos y el Reino Unido.
No obstante, los europeos continentales no parecen estar especialmente contentos con su trabajo. La evidencia circunstancial es su preferencia, que marca récords, por tomar vacaciones– y su participación relativamente baja en la fuerza de trabajo. Además, los datos sobre satisfacción en el trabajo proporcionan una evidencia directa: entre los grandes países occidentales, los trabajadores de la Europa continental reportan los niveles más bajos.
Eso no es sorprendente. Las empresas de Europa, por lo general, ya no son lugares donde se tienen nuevos estímulos y nuevos retos que ocupen las mentes de los trabajadores. Sin embargo, si el caso es que China debe evitar el modelo europeo de búsqueda de eficiencia, ¿cuál es el modelo que debe adoptar?
En mi libro Mass Flourishingargumento que el modelo correcto es el modelo de la buena economía, que es una economía que ofrece una buena vida. La asignación óptima de recursos (de la que forma parte la eficiencia) es una característica necesaria, pero no suficiente, de una buena economía. De hecho, es probable que el enfoque testarudo sobre elevar el consumo doméstico distraiga a los líderes de China, alejándoles de otras políticas necesarias para la buena economía.
En este punto, entro en desacuerdo con muchos economistas – incluyendo con mis queridos amigos Joseph Stiglitz, Jean-Paul Fitoussi y Vladimir Kvint – cuyo estándar preferido es la calidad de vida. Con esto se refieren principalmente el un vasto consumo y a un vasto tiempo de recreación, junto con bienes públicos – por ejemplo, aire limpio, alimentos seguros y seguridad en las calles – e instalaciones comunitarias, tales como parques municipales y estadios deportivos.
Esta es una versión más detallada de un ideal al cual se le puede seguir el rastro hasta la antigüedad. No me opongo a  los servicios mencionados o a su aprovisionamiento por parte del Estado; pero, no son congruentes con el concepto que tienen los filósofos sobre la “buena vida”. (Aristóteles dijo en broma que necesitamos esos servicios para recuperarnos con el fin de estar listos para el trabajo del día siguiente).
Otro querido amigo, Amartya Sen, señala que el enfoque de los economistas en el consumo deja de lado a la necesidad que tienen las personas de “hacer cosas”. Pero, él no va lo suficientemente lejos. Las personas quieren salirse de programas de trabajo en los que ellas no tienen autonomía.
Para una buena vida, las personas necesitan un grado de decisión propia en su trabajo. Ellos quieren ser capaces de tomar la iniciativa y realizar labores que sean atractivas. Las personas valoran tener un espacio para expresarse – para articular sus pensamientos o mostrar sus talentos.
En otras palabras, las personas valoran el logro a través de sus propios esfuerzos. He utilizado la palabra “prosperar” (del latín antiguo prospere, que significa “como se tenía la esperanza que ocurra, o como se esperaba que ocurra”) para referirse a la experiencia de tener éxito en el trabajo: la gratificación de un artesano cuando ve sus habilidades valoradas por los demás, la satisfacción de un comerciante cuando ve a los “barcos llegar”, o el sentimiento de validación que experimenta un académico cuando se le otorga el título de catedrático distinguido.
Las personas también valoran el crecimiento personal que puede provenir de su carrera. Yo uso la palabra “florecer” para hacer referencia a la satisfacción de un viaje hacia lo desconocido – la emoción de los retos y el atractivo de la superación de obstáculos. De hecho, todos estos aspectos, es decir alcanzar logros, prosperar y florecer, hacen referencia a recompensas vivenciales, no a dinero.
¿Qué tipo de economía podría ofrecer esta buena vida? La historia sugiere que sería una economía de personas emprendedoras (personas que están alertas frente a oportunidades inadvertidas y que ponen en acción su iniciativa para probar cosas nuevas) y de personas innovadoras (personas que imaginan cosas nuevas, desarrollan nuevos conceptos convirtiéndolos en métodos y productos comerciales, y los comercializan para que alcancen su potencial). Los participantes en una buena economía como la que se describe recaerían dentro de un rango de personas que  incluye desde ciudadanos que forman parte de los grupos de base de las sociedades hasta personas que se encuentran en los grupos más favorecidos.
Tengo la esperanza que sea este el tipo de economía que China vaya a desarrollar. Por supuesto, en un momento de dificultades, puede que un país no sea capaz de darse el lujo de adscribirse a una buena economía, su población primero demandará que se le proporcione aire limpio y alimentos seguros. El riesgo es que satisfacer plenamente todas las miles de demandas de servicios públicos requeriría de un sector público tan grande que bien podría desplazar y sacar del escenario a las actividades innovadoras en el sector privado.
China debe tener en mente que el sector privado puede igualar – o superar – al sector público en el suministro de muchos servicios que hasta ahora los presta el sector público. Los ferrocarriles subterráneos fueron, en algún momento, producto de la creatividad de los empresarios privados. Hoy en día, el paso más radical en el transporte urbano es Uber, y el cambio más radical en un futuro próximo probablemente llegue a ser el automóvil que se auto-conduce –ambos cambios surgen como resultado de la creatividad del sector privado.
Por supuesto, algunos cínicos dicen que los chinos no poseen ni la sofisticación ni el temperamento para ser innovadores. Sin embargo, las estimaciones preparadas por China y los países del G-7 sobre innovación que se forja localmente muestran que China ya ocupaba el cuarto lugar en la década de 1990; y, que en la siguiente década, cuando el Reino Unido y Canadá retrocedieron en su clasificación, China avanzó hacia el segundo lugar – ubicándose no muy por detrás de  EE.UU.
El hecho es que hay mucha menos innovación que surge de Estados Unidos de la que en algún momento surgió en el pasado – y casi no hay ninguna innovación que proviene de Europa. Por lo tanto, China podría convertirse en una importante fuente de innovación para la economía mundial, igualando o superando a EE.UU. A mi entender, esta es una oportunidad muy valiosa para China – y es un evolución de la situación que debe ser bienvenida por el resto del mundo.

Una buena economía para China

Edmund S. Phelps, the 2006 Nobel laureate in economics, is Director of the Center on Capitalism and Society at Columbia University and author of Mass Flourishing.
NUEVA YORK – Las décadas de arduo crecimiento junto con la crisis financiera del año 2008 han provocado un cambio sísmico en el pensamiento económico en gran parte del mundo. Se habla de desplazar recursos desde el ámbito de la inversión hacia el del consumo, de la industria pesada hacia los “servicios”, y del sector privado al sector público. Sin embargo, lo que me llama la atención es que estos argumentos se centran sólo en la mejora de la mezcla de los productos dentro de una economía, sin prestar atención a la mano de obra.

Lecciones de Japón y Estados Unidos


Charlie Munger, vicepresidente de Berkshire Hathaway y mítico socio de Warren Buffett, no sólo es uno de los más exitosos inversores de las últimas décadas, sino que también destaca por su vasta sabiduría.

Uno de sus más acertados consejos es el de procurar siempre invertir los problemas. A menudo los problemas son difíciles de resolver de forma directa. Una buena forma de abordarlos, dice Munger, es pensar en qué puede ir mal, en posibles errores que podemos cometer, y tratar de evitarlos. Un buen caso para aplicar esta técnica puede ser el de la crisis de Japón. El estallido de la actual crisis económica en Estados Unidos y Europa guarda grandes paralelismos con los problemas que han vivido los japoneses desde los años noventa: brutal burbuja inmobiliaria, gran endeudamiento privado, estructura productiva insostenible, colapso financiero y la consecuente recesión deflacionaria.



Lamentablemente, un cuarto de siglo después, el país nipón no sólo no ha resuelto sus problemas sino que los ha agravado. Japón tal vez sea el más claro ejemplo de lo que no hay que hacer.
La receta japonesa contra la crisis no fue otra que la que prescribe el keynesianismo. Para evitar la dolorosa pero necesaria reestructuración del aparato productivo, el desapalancamiento y la liquidación de empresas e inversiones inviables, se implementó un programa que ahora nos suena bastante: política monetaria expansiva (el término quantitative easing no es un invento americano, sino que fue el Banco de Japón el primero en ponerlo en marcha), tipos de interés a cero, rescates de bancos y empresas e incremento del gasto público con cargo a un abultado déficit fiscal.
Los resultados a largo plazo de dicho programa dejan mucho que desear. En el año 2013, el PIB nominal de Japón fue el mismo que en 1991. Lo que no es igual es la deuda. Sólo la deuda pública se ha disparado de un 70% del PIB hasta el 240% en 2013. Si tomamos la deuda pública, más la de las familias y empresas no financieras, actualmente está en torno al 450% del PIB.
El actual primer ministro, Shinzo Abe, ganó las elecciones a finales de 2012 con un programa económico en el que proponía, básicamente, un all-in de las mismas políticas keynesianas que habían fracasado hasta la fecha.
Las famosas “tres flechas” que componen el Abenomics consisten en un masivo estímulo fiscal (la inversión pública ha aumentado en un 21%), una flexibilización monetaria masiva y unas supuestas reformas estructurales que en la práctica aún no se han hecho. En pocas palabras, un programa que recuerda a aquella cómica escena de los hermanos Marx en la que, al grito de ¡más madera!, terminan destrozando un tren para usarlo como combustible.
Se atribuye a Einstein, probablemente de forma incorrecta, la frase de que la locura es intentar una cosa una y otra vez esperando obtener diferentes resultadosEn esta ocasión no ha sido una excepción. Tras el típico repunte inmediato, la economía japonesa ha vuelto a las andadas.
El segundo trimestre de 2014 la economía nipona se contrajo espectacularmente, un 7,3% respecto al año anterior. Para el tercer trimestre, en el que se esperaba un cierto rebote, recientemente supimos que Japón siguió hundiéndose, cayendo un 1,6% respecto al año anterior y entrando oficialmente en recesión. Un decepcionado Shinzo Abe acaba de convocar elecciones anticipadas para poner en manos de los japoneses el rumbo que debe seguir el gobierno para salir de la crisis.
A menudo se dice que Estados Unidos ha logrado salir de la Gran Recesión gracias al quantitative easing y a los estímulos fiscales. Pero si es así, ¿cómo es que quien ha aplicado más intensamente estas mismas medidas, como Japón, no logra levantar cabeza tras un cuarto de siglo tropezando con la misma piedra?
El motivo es que el intento de simplificar la realidad lleva a muchos a caer en la falacia post hoc ergo propter hoc. O dicho de otro modo, no porque A suceda antes que B significa que sea su causa. Puede que B suceda pese a A.
Hay que decir que aunque Estados Unidos evoluciona positivamente, lo hace muy despacio y la recuperación está lejos de ser sólida. Pero si por algo no ha sido es por los estímulos fiscales ni por la expansión monetaria.
En primer lugar, porque pese a los lamentos de economistas como Paul Krugman, el gasto público lleva congelado en términos absolutos desde 2010 y ha caído desde el 41,9% de PIB hasta el 36,6% en 2013. Y en segundo lugar, porque como expliqué en un artículo anterior el quantitative easing en el mejor de los casos es inútil y en el peor retrasa la recuperación, posponiendo las necesarias reestructuraciones.
Afortunadamente Estados Unidos tiene características propias que agilizan la recuperación de las que otros países carecen o cuyos gobiernos se han negado a aplicar.
Si hay que destacar tres son, primero, la relativa mayor flexibilidad a la hora de liquidar inversiones y empresas inviables y trasladar los factores productivos de forma rápida a nuevas líneas de negocio rentables y sostenibles.
Segundo, la revolución energética que actualmente se vive en América del Norte, principalmente en el sector del gas.
Y tercero, una deuda que pese a que no podemos decir que sea baja, sí es comparativamente menor que la japonesa o la europea. La suma de la deuda pública, de las empresas no financieras y las familias en Estados Unidos es del entorno del 250%. Poco más de la mitad que la monstruosa deuda de Japón.
Si bien Estados Unidos parece haber salido de la trampa depresiva en la que Japón lleva décadas, existe hoy un paciente que camina con paso firme hacia la japonización: Europa.
No sólo ha imitado todas las recetas malas de Japón y Estados Unidos, sino que ha olvidado incluir las que sí son positivas de países como el norteamericano. No vendría mal a los dirigentes europeos hacer caso a Charlie Munger, invertir el problema y empezar por evitar los errores que otros han cometido.

Lecciones de Japón y Estados Unidos


Charlie Munger, vicepresidente de Berkshire Hathaway y mítico socio de Warren Buffett, no sólo es uno de los más exitosos inversores de las últimas décadas, sino que también destaca por su vasta sabiduría.

Uno de sus más acertados consejos es el de procurar siempre invertir los problemas. A menudo los problemas son difíciles de resolver de forma directa. Una buena forma de abordarlos, dice Munger, es pensar en qué puede ir mal, en posibles errores que podemos cometer, y tratar de evitarlos. Un buen caso para aplicar esta técnica puede ser el de la crisis de Japón. El estallido de la actual crisis económica en Estados Unidos y Europa guarda grandes paralelismos con los problemas que han vivido los japoneses desde los años noventa: brutal burbuja inmobiliaria, gran endeudamiento privado, estructura productiva insostenible, colapso financiero y la consecuente recesión deflacionaria.


Thursday, June 16, 2016

El verdadero almuerzo gratis: Los mercados y la propiedad privada

por Milton Friedman

Milton Friedman es Premio Nobel en Economía y académico del Hoover Institution.
por Milton Friedman
 
Milton Friedman es Premio Nobel en Economía y académico del Hoover Institution. Este discurso fue pronunciado en la inauguración de la sede del Cato Institute en Washington, D.C. en 1993. También puede leer este documento en formato PDF aquí.

Me complace estar aquí para celebrar la apertura de la sede de Cato. El edificio es precioso, y un verdadero tributo a la influencia intelectual de Ed Crane y sus asociados.
A veces se me asocia con el aforismo "No hay almuerzo gratis", aunque no fui yo quien lo inventó. Quisiera que se prestara más atención a uno que sí es de mi invención y que considero particularmente apropiado para esta ciudad, "Nadie gasta el dinero de otro con el mismo cuidado que gasta el propio". Pero todo aforismo es una verdad a medias. Uno de nuestros pasatiempos familiares favoritos en viajes largos era encontrar los opuestos de aforismos; por ejemplo, "La historia nunca se repite", pero "No hay nada nuevo bajo el sol"; o "Mira antes de saltar", pero "El que duda está perdido". El opuesto de "No hay almuerzo gratis" es obviamente "Lo mejor de la vida es gratis".


Y en el mundo económico real sí hay un almuerzo gratis, un extraordinario almuerzo gratis, y este almuerzo gratis lo constituyen el libre mercado y la propiedad privada. ¿Por qué es que de un lado de una línea arbitraria estaba Alemania Oriental y del otro Alemania Occidental, con niveles de prosperidad tan distintos? Es porque Alemania Occidental tenía un sistema de mercados privados bastante libres-un almuerzo gratis. El mismo almuerzo gratis explica la diferencia entre Hong Kong y China continental, así como la prosperidad de los Estados Unidos y Gran Bretaña. Estos almuerzos gratis han sido el producto de una serie de instituciones invisibles que, como enfatizó F.A. Hayek, son producto de la acción, pero no de la intención humana.
En Estados Unidos tenemos disponible en este momento, si es que lo aprovechamos, lo más cercano a un almuerzo gratis que se puede tener. Tras la caída del comunismo, todo el mundo estaba de acuerdo con que el socialismo era un fracaso; todo el mundo, más o menos, estaba de acuerdo con que el capitalismo era un éxito. Lo cómico es que todos los países capitalistas del mundo aparentemente concluyeron que lo que el Occidente necesitaba ahora era más socialismo. Esto es obviamente absurdo, por lo que debemos dar un vistazo a la oportunidad que hoy tenemos frente a nosotros de obtener un almuerzo casi del todo gratis. El Presidente Clinton ha afirmado que lo que se necesita es un sacrificio generalizado y beneficios concentrados. Lo que necesitamos es exactamente lo opuesto. Lo que necesitamos y lo que podemos obtener-lo más cercano a un almuerzo gratis-es beneficios generalizados y sacrificios concentrados. No es un almuerzo del todo gratis, pero casi.
Almuerzos Gratis en el Presupuesto
Déjenme dar algunos ejemplos. La Administración de Electrificación Rural (REA, por sus siglas en inglés) se estableció para llevar electricidad a las fincas en los años treinta, cuando cerca del 80 por ciento de las fincas no contaban con ella. Cuando el 100 por ciento de las fincas tenían electricidad, la REA pasó a servicios telefónicos. Ahora el 100 por ciento de las fincas tienen teléfonos, pero la REA sigue felizmente funcionando. Supongan que abolimos la REA, que ahora sólo sirve para hacer pequeñas transferencias a grupos de interés, particularmente compañías telefónicas y de electricidad. La gente de los Estados Unidos estaría mejor y se ahorraría mucho dinero que podría usarse para reducir impuestos. ¿Quién saldría lastimado?  Un puñado de gente que ha estado recibiendo subsidios del gobierno a costa del resto de la población. A mi manera de verlo esto se acerca bastante a ser un almuerzo gratis.
Otro ejemplo lo ilustra la Ley Parkinson en la agricultura. En 1945 habían 10 millones de personas, tanto familias como empleados independientes, trabajando en fincas, y el Departamento de Agricultura tenía 80,000 empleados. En 1992 habían 3 millones de personas trabajando en fincas y 122,000 en el Departamento de Agricultura.
Casi todos los elementos del presupuesto federal ofrecen oportunidades similares. La gente de Clinton les dirá que todas esas cosas están en el presupuesto porque el pueblo quiere los beneficios pero no quiere pagarlos. Esto es absurdo; el pueblo no quiere esos beneficios. Supongan que se le presenta al pueblo norteamericano una simple propuesta acerca del azúcar: Podemos arreglar el escenario de manera que el azúcar que usted compre venga principalmente de caña cosechada en fincas de Estados Unidos, o de manera que además se pueda comprar sin límite azúcar que provenga de El Salvador, Filipinas, u otros lugares. Si lo restringimos a comprar azúcar doméstico, ésta será dos o tres veces más caro. ¿Por cuál opción piensa usted que se inclinarán realmente los votantes? La gente no quiere pagar precios más altos. Un pequeño grupo de interés que cosecha enormes beneficios es  el que quiere que así se hagan, y esta es la razón por la que cual el precio del azúcar en Estados Unidos es bastante más alto que el precio mundial. Al pueblo nunca se le consultó. No somos gobernados por el pueblo; ese es un mito acarreado desde la época de Lincoln. No tenemos un gobierno del pueblo para el pueblo. Lo que tenemos es un gobierno del pueblo, por burócratas, y para los burócratas.
Consideren este otro mito: El Presidente Clinton afirma ser un agente del cambio, lo cual es falso. Puede decir esto sólo por la tendencia a referirse a los doce años de Reagan-Bush como si se trataran de un solo período; pero no fue así. Tuvimos las políticas Reaganómicas, las Bushonómicas y ahora las Clintonómicas. La Reaganomía tenía cuatro principios simples: tasas fiscales marginales más bajas, menos regulaciones, gasto gubernamental restringido, y política monetaria no inflacionaria. Aunque Reagan no alcanzó todos sus objetivos, progresó bastante. La política de Bush fue exactamente lo opuesto a la Reaganomía: impuestos más altos, más regulación, más gasto gubernamental. ¿Cuál es la política de Clinton? Impuestos más altos, más regulación, más gasto gubernamental. La Clintonomía es una continuación de la Bushonomía, y ya conocemos cuáles fueron los efectos de revertir las políticas de Reagan.
Mercados Económicos y Políticos
En un nivel más fundamental, tanto nuestros problemas económicos como los no-económicos, surgen principalmente del cambio drástico que ha ocurrido en las últimas seis décadas en dos mercados de relativa importancia, determinando quién recibe qué, cuándo, dónde y cómo. Estos mercados son el económico, que opera bajo el incentivo de la ganancia, y el político, que opera bajo el incentivo del poder. En el transcurso de mi vida, la importancia relativa del mercado económico ha declinado en términos de la fracción de los recursos del país que es capaz de usar. Por otro lado, la importancia del mercado político, o gubernamental, ha crecido enormemente. Hemos estado matando de hambre al mercado que ha estado trabajando, y alimentando al mercado que ha estado fracasando. Esa es esencialmente la historia de los últimos 60 años.
Los estadounidenses somos mucho más ricos hoy que hace 60 años, pero somos menos libres y menos seguros. Cuando me gradué de la Secundaria en 1928, el gasto total del gobierno en todo nivel era de poco más del diez por ciento del ingreso nacional. Dos tercios de este gasto era a nivel local y de los estados. El gasto del gobierno federal era más o menos un 3 por ciento del ingreso nacional, o casi lo mismo que había sido desde la adopción de la constitución un siglo y medio antes, excepto durante períodos de guerra. La mitad del gasto federal era para el ejército y la marina. El gasto estatal y local era entre un 7 y un 9 por ciento, y la mitad de eso era para escuelas y carreteras. Hoy, el gasto total del gobierno es el 43 por ciento del ingreso nacional, dos tercios de eso es federal, y un tercio local y estatal. La porción federal es 30 por ciento del ingreso nacional, o alrededor de diez veces lo que era en 1928.
Esa figura subestima la fracción de recursos absorbidos por el mercado político. Además de su propio gasto, el gobierno manda que todos nosotros hagamos grandes desembolsos de dinero, lo cual no solía hacer. Los gastos obligatorios van desde el requerimiento de que ustedes paguen por aparatos anti-contaminación para sus automóviles, hasta la Ley de Aire Limpio, pasando por la Ley de Ayuda a los Deshabilitados, y la lista continúa. Esencialmente, la economía privada se ha convertido en un agente del gobierno federal. Todos los que estamos en este salón estuvimos trabajando hace un mes para el gobierno federal, llenando los formularios para el reembolso del impuesto sobre la renta. ¿Por qué no nos pagan por trabajar como recaudadores de impuestos para el gobierno federal? De manera que yo estimaría que por lo menos 50 por ciento de los recursos productivos de nuestra nación se están organizando ahora a través del mercado político. En ese importante sentido, somos más que medio socialistas.
Eso es por el lado de los ingreso. ¿Qué hay de lo que se produce? Empecemos por considerar el mercado privado. Gracias al mercado privado se dio un incremento tremendo de nuestro nivel de vida. En 1928 el radio estaba en sus primeras etapas, la televisión era un sueño futurista, todos los aviones eran propulsados por hélices, y un viaje a Nueva York desde Nueva Jersey, donde mi familia vivía, era un gran evento.  No cabe duda de que se ha llevado a cabo una revolución en nuestro nivel de vida, y que ésta ha ocurrido casi enteramente a través del mercado económico privado. La contribución del gobierno fue esencial pero no costosa. Su función, la cual no está cumpliendo tan bien ahora como antes, era proteger los derechos privados de propiedad y proveer un mecanismo para adjudicar disputas, pero la mayor parte de la revolución en nuestro estándar de vida vino a través del mercado privado.
Mientras que el mercado privado ha producido un nivel de vida más alto, la expansión del mercado gubernamental ha producido más que nada problemas. El contraste es grande. Tanto Rose como yo venimos de familias con ingresos que ahora serían considerados muy por debajo del nivel de pobreza; ambos estudiamos en colegios del gobierno y ambos pensamos que recibimos una buena educación. Hoy en día, los niños de familias con ingresos correspondientes a los que nosotros teníamos en aquel entonces afrontan muchas más dificultades para obtener una educación decente. De niños, podíamos caminar a la escuela; de hecho, podíamos caminar casi por cualquier calle sin temor alguno. En los peores momentos de la Gran Depresión, cuando el número de los verdaderamente perjudicados era mayor que hoy, no existía la preocupación actual por la seguridad personal y había pocos limosneros en las calles. Lo que había era gente tratando de vender manzanas; había un sentido de autodependencia que, si es que no ha desaparecido, es mucho menos predominante hoy en día.
En 1938 incluso era posible encontrar un apartamento para rentar en la Ciudad de Nueva York. Después de casarnos nos mudamos a Nueva York y buscamos en la columna de apartamentos disponibles en el diario. Escogimos media docena que queríamos visitar, y alquilamos uno. La gente dejaba sus apartamentos en la primavera, se iba durante el verano y regresaba en el otoño a buscar nuevos apartamentos. Se le llamaba la temporada de mudanzas. Hoy en día, para encontrar un apartamento en Nueva York, la mejor manera probablemente sea prestar atención a los obituarios. ¿Qué ha producido esta diferencia? ¿Qué hace del problema habitacional de Nueva York un desastre hoy? ¿Por qué el South Bronx parece una de las regiones bombardeadas de Bosnia? No por el mercado privado, sino por el control de rentas.
El Gobierno Causa Problemas Sociales
A pesar de la retórica actual, nuestros problemas reales no son económicos. Me inclino a decir que nuestros problemas reales no son económicos a pesar de los esfuerzos del gobierno por hacerlo ver así. Quiero citar una cifra. En 1946 el gobierno asumió la responsabilidad de producir empleo total con la Ley de Empleo Total. En los años posteriores el desempleo ha sido un promedio de 5.7 por ciento. En los años de 1900 a 1929, cuando el gobierno no pretendía responsabilizarse por el empleo, esa cifra era de 4.6 por ciento. De manera que nuestro problema de desempleo también ha sido creado por el gobierno. Sin embargo, los problemas económicos no son los reales.
Nuestros principales problemas son sociales-el continuo deterioro de la educación, el crimen y el desorden, la indigencia, el colapso de los valores familiares, la crisis del cuidado médico, los embarazos entre adolescentes. Todos estos problemas han sido producidos o exacerbados por los esfuerzos bien intencionados del gobierno. Es fácil documentar dos cosas: que hemos estado transfiriendo recursos del mercado privado al mercado gubernamental y que el mercado privado funciona y el gubernamental no.
Es mucho más difícil entender por qué gente supuestamente inteligente, bien intencionada, ha producido estos resultados. Una razón, que como bien sabemos es sin duda parte de la respuesta, es el poder de los intereses especiales. Pero yo creo que una respuesta más fundamental tiene que ver con la diferencia entre el interés propio de individuos que se relacionan en el mercado privado, y el de aquellos que se desenvuelven en el mercado político. Si usted ha iniciado una empresa en el mercado privado, y le empieza a ir mal, la única manera de continuar es sacando dinero de su propio bolsillo, lo cual es un gran incentivo para cerrarla. Por el otro lado, si empieza la misma empresa en el sector gubernamental, con los mismos prospectos de fracaso, y ésta fracasa, tiene una mucho mejor alternativa. Puede decir que su proyecto o programa debió ser implementado a mayor escala; y no tiene que acudir a su bolsillo sino tiene otro muchísimo más grande: el del contribuyente. En buena conciencia puede intentar, y de hecho lograr, convencer no al contribuyente, sino al congresista, de que su proyecto es realmente bueno y que lo único que necesita es más dinero. Así que para acuñar otro aforismo, si una empresa privada fracasa, se cierra; si una empresa gubernamental fracasa, se expande.
Cambios Institucionales
A veces pensamos que la solución a nuestros problemas está en elegir a la gente correcta para el Congreso. Yo creo que esto es falso; que si una muestra aleatoria de los aquí presentes reemplazara a los 435 que están en la Cámara de Representantes y a los 100 del Senado, los resultados serían muy similares. A excepción de unos cuantos, las personas que están en el Congreso son gente decente que desea hacer el bien. No se ocupan deliberadamente en actividades que saben que causarán daño; simplemente se inmergen en un ambiente en el que todas las presiones se dirigen en una sola dirección, gastar más dinero.
Estudios recientes demuestran que la mayor parte de la presión para gastar más viene del gobierno mismo. Es una monstruosidad que se genera a sí misma. En mi opinión, la única manera de cambiarla es variando los incentivos bajo los que operan quienes están en el gobierno; si uno quiere que la gente actúe de manera diferente, sólo puede lograrlo cuando está en su propio interés hacerlo. Como dice Armen Alchian, hay una cosa con la que se puede contar: todo el mundo pondrá su interés propio antes que el de usted.
Yo no tengo una fórmula mágica para cambiar el interés propio de burócratas y miembros del Congreso. Enmiendas constitucionales para limitar los impuestos y el gasto, para evitar la manipulación monetaria y para inhibir las distorsiones al mercado serían buenas, pero no las vamos a obtener. Lo único viable en el horizonte nacional es el movimiento para limitar el número de períodos de los congresistas. Un límite de seis años para los representantes no cambiaría su naturaleza básica, pero sí cambiaría drásticamente el tipo de gente que se postularía para el Congreso y los incentivos bajo los que operarían. Pienso que aquellos de nosotros que estamos interesados en revertir la ubicación de nuestros recursos, de pasar cada vez más al mercado privado y cada vez menos al mercado del gobierno, debemos deshacernos de la idea errónea de que lo único que necesitamos hacer es elegir a la gente adecuada. En cierto momento pensamos que elegir al presidente correcto sería suficiente; lo hicimos, y no lo fue. Debemos ahora volver nuestra atención a cambiar los incentivos bajo los que la gente opera. El movimiento a favor de los límites a períodos es una manera de lograrlo; es una excelente idea y está logrando progreso real. Deben haber otros movimientos.
Algunos cambios se están haciendo al nivel de los estados. Donde sea que haya una iniciativa, o sea un referéndum popular, hay una oportunidad de cambio. Yo no creo en la democracia pura; nadie cree en ella. Nadie cree que sea apropiado matar a 49 por ciento de la población, incluso si el 51 por ciento de la gente vota por que se haga. Pero sí creemos en que debe darse a todos la oportunidad de usar sus propios recursos tan eficazmente como puedan para promover sus propios valores, siempre y cuando no se interfiera con otros. Y hablando en términos generales, la experiencia ha demostrado que el público normalmente logra mejor ese objetivo al actuar a través del proceso de iniciativas, que la gente que se elige a la legislatura. Por esto pienso que el proceso de referéndum tiene que ser explotado. En California hemos estado trabajando duro en una iniciativa para permitir que los padres escojan la escuela de sus hijos, y este tema se incluirá en los comicios de este año. Tal vez no gane, pero seguiremos intentando.
Debemos seguir tratando de cambiar la forma en que los estadounidenses ven el rol del gobierno. Entre otras cosas, Cato logra esto al documentar en forma detallada los efectos dañinos de las políticas gubernamentales que he comentado brevemente. Se está saqueando al público norteamericano. A medida que la gente entienda lo que realmente está sucediendo, el clima intelectual cambiará y puede ser que seamos capaces de iniciar los cambios institucionales que establecerán los incentivos apropiados para la gente que controla la cartera del gobierno, y por lo tanto una gran parte de nuestras vidas.

El verdadero almuerzo gratis: Los mercados y la propiedad privada

por Milton Friedman

Milton Friedman es Premio Nobel en Economía y académico del Hoover Institution.
por Milton Friedman
 
Milton Friedman es Premio Nobel en Economía y académico del Hoover Institution. Este discurso fue pronunciado en la inauguración de la sede del Cato Institute en Washington, D.C. en 1993. También puede leer este documento en formato PDF aquí.

Me complace estar aquí para celebrar la apertura de la sede de Cato. El edificio es precioso, y un verdadero tributo a la influencia intelectual de Ed Crane y sus asociados.
A veces se me asocia con el aforismo "No hay almuerzo gratis", aunque no fui yo quien lo inventó. Quisiera que se prestara más atención a uno que sí es de mi invención y que considero particularmente apropiado para esta ciudad, "Nadie gasta el dinero de otro con el mismo cuidado que gasta el propio". Pero todo aforismo es una verdad a medias. Uno de nuestros pasatiempos familiares favoritos en viajes largos era encontrar los opuestos de aforismos; por ejemplo, "La historia nunca se repite", pero "No hay nada nuevo bajo el sol"; o "Mira antes de saltar", pero "El que duda está perdido". El opuesto de "No hay almuerzo gratis" es obviamente "Lo mejor de la vida es gratis".

¿Quién le hacía la cena a Adam Smith?

Carlos Rodríguez Braun aclara ciertas imprecisiones --ampliamente difundidas-- acerca de las posturas de Adam Smith.

Carlos Rodríguez Braun es doctor en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense de Madrid y catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la misma universidad. Su blog se encuentra en www.carlosrodriguezbraun.com y su cuenta de Twitter es @rodriguezbraun.
Escritora y periodista sueca Katrine Marçal (Lund, Suecia, 1983) habla en este libro (¿Quién le hacía la cena a Adam Smith?. Una historia de las mujeres y la economía, Debate, Barcelona, 2016), bien escrito, y bien traducido por Elda García-Posada, de problemas reales de muchas mujeres desde una acertada y valiente perspectiva feminista. Hay que tener valor para reconocer que nunca ha mejorado la situación de las mujeres más que en nuestro tiempo, o para subrayar que gracias a la globalización J. K. Rowling ganó mucho más dinero que Dickens, que ya ganó bastante gracias al supuestamente malvado capitalismo decimonónico.



No hay en el libro lágrimas de cocodrilo hacia el servicio doméstico, habitualmente retratado con tintes dramáticos y cuasi-esclavistas por tantas feministas: “Las empleadas domésticas filipinas que trabajan en Hong Kong ganan tanto como un médico varón en la Filipinas rural. Las niñeras que emigran a Italia para trabajar tienen un salario entre siete y quince veces más alto de lo que podrían ganar en sus países de origen. ¿Son víctimas? Si es así, ¿en comparación con quién?”. Esto no significa que las mujeres vivan en un paraíso. No lo cree desde luego la autora, que señala y denuncia sus dificultades genuinas, la mayoría de las cuales relacionadas con nosotros, los varones.
Cuando habla de economía, Katrine Marçal puede tener asimismo una visión ponderada y acertada, por ejemplo, cuando cuestiona el PIB como medición de la economía real, entre otras cosas por no tomar en consideración el trabajo remunerado de las mujeres en las casas. También atina cuando critica el reduccionismo de la economía neoclásica y del ‘homo economicus', obsesionado con la racionalidad y la eficiencia. Es el que ridiculizó el mismo Charles Dickens con el personaje de Thomas Gradgrind en Tiempos difíciles; o el del chiste del economista —tiene que ser un hombre, porque hay bobadas básicamente masculinas— que en vez de decirle a su amada “te quiero”, le dice: “nuestras funciones de utilidad son interdependientes”.
En cambio, lo deficiente de este volumen son apenas reiteraciones de tonterías proclamadas por hombres. Por ejemplo, los topicazos sobre la crisis y el supuesto mercado libre, o esta fabulosa distorsión de la pobreza en el mundo: “la otra mitad del planeta se muere de hambre”, precisamente cuando el hambre por primera vez en la historia es un fenómeno extraordinariamente aislado.
O eso de que el mercado es un casino, gansada que ya soltó Keynes en 1936 y que no resiste un análisis estadístico. O que “el mercado controla más que nunca la economía mundial”, cuando padecemos los impuestos más altos desde Eva.
Incluso en lo peor del libro, que es su visión de Adam Smith, la autora coincide con economistas varones que han aducido que la base científica del liberalismo es el mercado perfecto neoclásico, que supuestamente sería el propiciado por Smith con su “mano invisible”, lo que no tiene nada que ver con el liberalismo ni con lo que escribió el filósofo escocés.
Según Marçal, Smith alumbró un hombre económico calculador y brutal, que mantenía los afectos al margen. Así empieza el primer libro de Smith: “Por más egoísta que se pueda suponer al hombre, existen evidentemente en su naturaleza algunos principios que le hacen interesarse por la suerte de otros, y hacen que la felicidad de éstos le resulte necesaria, aunque no derive de ella nada más que el placer de contemplarla” (La teoría de los sentimientos morales, Alianza, p. 49). Cuando la autora recoge que “el Estado natural del ser humano es la dependencia respecto de los demás” podría haber citado a Smith, que afirmó que el hombre “está constantemente necesitado de la cooperación y ayuda de grandes multitudes, mientras que toda su vida apenas le resultará suficiente como para ganar la amistad de un puñado de personas” (La riqueza de las naciones, Alianza, p. 45). Dice Katrine Marçal que el cínico Bernard Mandeville, según el cual cuando actuamos egoístamente logramos lo mejor para el conjunto, expone “el mismo cuento que el de Smith”. Pero lo cierto es que Adam Smith escribió: “Existe otro sistema que elimina por entero la distinción entre el vicio y la virtud, y cuya tendencia es por ello totalmente perniciosa: me refiero al sistema del Dr. Mandeville” (TSM, p. 520).

¿Quién le hacía la cena a Adam Smith?

Carlos Rodríguez Braun aclara ciertas imprecisiones --ampliamente difundidas-- acerca de las posturas de Adam Smith.

Carlos Rodríguez Braun es doctor en Ciencias Económicas por la Universidad Complutense de Madrid y catedrático de Historia del Pensamiento Económico en la misma universidad. Su blog se encuentra en www.carlosrodriguezbraun.com y su cuenta de Twitter es @rodriguezbraun.
Escritora y periodista sueca Katrine Marçal (Lund, Suecia, 1983) habla en este libro (¿Quién le hacía la cena a Adam Smith?. Una historia de las mujeres y la economía, Debate, Barcelona, 2016), bien escrito, y bien traducido por Elda García-Posada, de problemas reales de muchas mujeres desde una acertada y valiente perspectiva feminista. Hay que tener valor para reconocer que nunca ha mejorado la situación de las mujeres más que en nuestro tiempo, o para subrayar que gracias a la globalización J. K. Rowling ganó mucho más dinero que Dickens, que ya ganó bastante gracias al supuestamente malvado capitalismo decimonónico.