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Saturday, December 24, 2016

Trump y la Tercera Guerra Mundial

La Tercera Guerra Mundial ha comenzado: el mundo contra el presidente electo Donald Trump. Una legión de zombies, la mayoría de la izquierda, globalistas y buena parte del establishment político, se ha lanzado a las calles y ha llenado sus medios de comunicación para impedir que Trump pueda inaugurar su era con estabilidad y la calma necesaria para llevar adelante su programa. Siento decir por todos ellos que al igual que los zombies de la película Guerra Mundial Z, están muertos de verdad y al final, los muertos siempre pierden.

Friday, December 9, 2016

Qué hace grande a Estados Unidos

Ricardo Hausmann, a former minister of planning of Venezuela and former Chief Economist of the Inter-American Development Bank, is Director of the Center for International Development at Harvard University and a professor of economics at the Harvard Kennedy School.Related image

Qué hace grande a Estados Unidos

CAMBRIDGE – Las investiduras presidenciales y las ceremonias de graduación suelen ser eventos muy emotivos. Son ritos de iniciación, que marcan tanto un fin como un nuevo comienzo en la vida de un país o de una persona.
Como profesor del KennedySchool of Government de la Universidad de Harvard, asisto a nuestra ceremonia de graduación todos los años. A pesar de esta regularidad, todavía me emociono al ver a mis estudiantes finalizando una etapa de sus vidas y contemplando sus futuros.


Uno de los momentos más destacados de nuestra ceremonia es un video en el que profesores y personalidades públicas leen, línea por línea, el discurso de investidura pronunciado por John F. Kennedy. Este texto fue escrito hace 56 años, en un mundo diferente, cuando la Guerra Fría, la amenaza del Armagedón nuclear y los desafíos que enfrentaban tantos estados pobres de reciente independencia, dominaban las inquietudes de los líderes internacionales. No obstante, este discurso de menos de 14 minutos de duración, nunca deja de emocionar e inspirar a todos los asistentes, incluso esa mitad de los graduandos y sus familiares que provienen de otras naciones, cercanas y lejanas.
Para comprender por qué ocurre esto, es útil recordar algunos de sus fragmentos más famosos. En primer lugar, figura la promesa que hace Kennedy de defender la libertad para los amigos y frente a los enemigos: "Que toda nación sepa, nos desee bien o mal, que pagaremos cualquier precio, cargaremos cualquier peso, enfrentaremos cualquier penuria, apoyaremos a todo amigo, nos opondremos a todo enemigo, para asegurar la supervivencia y el éxito de la libertad".
Además, Kennedy se compromete a luchar contra la pobreza: "A quienes en chozas y caseríos de la mitad del mundo que lucha por romper las ataduras de la miseria colectiva, prometemos hacer nuestros mejores esfuerzos por ayudarles a ayudarse a sí mismos, durante el tiempo que sea necesario ­–no porque puede que lo estén haciendo los comunistas, no porque busquemos sus votos, sino porque es lo correcto­–. Si una sociedad libre es incapaz de ayudar a los muchos que son pobres, no puede salvar a los pocos que son ricos".
Y este compromiso es parte integral de la solidaridad hemisférica: "A nuestras repúblicas hermanas del sur de la frontera, les hacemos una promesa especial ­–para convertir nuestras buenas palabras en buenos hechos– la de una nueva alianza para el progreso, que ayudará a los hombres y gobiernos libres a dejar atrás las cadenas de la pobreza".
Finalmente, destaca la ética de Kennedy del servicio a favor del bien común: "Y, así, compatriotas estadounidenses: no pregunten qué es lo que su país puede hacer por ustedes, sino qué es lo que ustedes pueden hacer por su país. Conciudadanos del mundo: no pregunten qué es lo que Estados Unidos puede hacer por ustedes, sino qué podemos hacer todos juntos por la libertad del hombre".
El perdurable atractivo emocional de estas palabras radica en que abrazan un curso de acción potencialmente difícil, motivado por la promesa de defender valores que comparten por igual los ciudadanos estadounidenses y los de todo el mundo. Es este enfoque –que no se fundamenta en tratos sino en un sistema de reglas basadas en valores– el que ha permitido que Estados Unidos haya creado y sostenido una coalición de países capaz de mantener la paz y la cooperación internacional.
Adelantémonos al día de hoy. La narrativa de la campaña del presidente electo Donald Trump se basó en el supuesto de que Estados Unidos ha perdido su anterior grandeza. Los puestos de trabajo fueron trasladados a México y a China porque líderes débiles negociaron malos acuerdos. Los inmigrantes, en su mayoría ilegales, han ocupado los pocos puestos restantes, mientras asesinan y violan en su tiempo libre. En consecuencia, Estados Unidos necesita un presidente que ponga a su país por encima de todo, que en toda oportunidad sepa cómo conseguir los acuerdos que le sean más favorables, y que utilice el pleno poder del país para promover sus intereses.
Dudo que un discurso de investidura basado en estas ideas vaya a despertar admiración o inspiración en una ceremonia de graduación, especialmente cuando muchos de los asistentes son ciudadanos extranjeros. Un discurso semejante no impulsará a nadie a "cargar cualquier peso" en favor de un principio o desafío universal, ya sean los derechos humanos o el calentamiento global. No nos exhortará a concentrarnos en algo más grande que nosotros mismos.
A través de la historia, muy pocos estados poderosos han desarrollado un sentido de sí mismos que no se basa en la herencia étnica, sino en un conjunto de valores con el cual pueden vivir todos los ciudadanos del mundo. En el caso de Estados Unidos, se trata de "la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad". En la Unión Soviética, fue la solidaridad del proletariado internacional: "trabajadores del mundo, uníos". La Unión Europea se basa en valores y principios universales que son tan atractivos que 28 países optaron por unirse a ella, y a la que, a pesar del Brexit, todavía aspiran pertenecer alrededor de 6 países más. 
En contraste, es posible que hoy día una Rusia o una China grande y poderosa ­–o el Tercer Reich en su momento– logre el apoyo de sus ciudadanos; pero dichos estados no pueden constituir la base de un orden internacional que otros encuentren atractivo porque ellos se basan en una visión de sí mismos que no abarca a los demás.
La base de la grandeza de Estados Unidos y su capacidad de liderar al mundo proviene de valores universales que sustentan un conjunto de reglas que defienden los derechos de los demás, no de un Estados Unidos que trata de basar su grandeza en un conjunto de acuerdos cuyo fin es conseguir lo mejor de los demás. Un Estados Unidos así verá su capacidad de liderar al mundo comprometida por una falta de buena voluntad y una abundancia de desconfianza. Otros países se agruparán para protegerse del bravucón estadounidense.
Si Trump realmente quiere hacer a Estados Unidos grande de nuevo, debería preguntarse cómo sonaría su discurso de investidura ante una audiencia global dentro de 56 años. ¿Inspirará a la clase de 2073 de la misma forma en que el discurso de Kennedy todavía inspira a los graduandos de hoy?

Qué hace grande a Estados Unidos

Ricardo Hausmann, a former minister of planning of Venezuela and former Chief Economist of the Inter-American Development Bank, is Director of the Center for International Development at Harvard University and a professor of economics at the Harvard Kennedy School.Related image

Qué hace grande a Estados Unidos

CAMBRIDGE – Las investiduras presidenciales y las ceremonias de graduación suelen ser eventos muy emotivos. Son ritos de iniciación, que marcan tanto un fin como un nuevo comienzo en la vida de un país o de una persona.
Como profesor del KennedySchool of Government de la Universidad de Harvard, asisto a nuestra ceremonia de graduación todos los años. A pesar de esta regularidad, todavía me emociono al ver a mis estudiantes finalizando una etapa de sus vidas y contemplando sus futuros.

El Kremlin y las elecciones de Estados Unidos

Joseph S. Nye, Jr., a former US assistant secretary of defense and chairman of the US National Intelligence Council, is University Professor at Harvard University. He is the author of Is the American Century Over?
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El Kremlin y las elecciones de Estados Unidos

CAMBRIDGE – A principios de noviembre, el Presidente estadounidense Barack Obama supuestamente se puso en contacto directo con el Presidente ruso Vladimir Putin para advertirle sobre los ciberataques rusos dirigidos a las elecciones presidenciales de EE.UU. El mes anterior, el Director de Inteligencia Nacional, James Clapper, y el Secretario de Seguridad Interior, Jah Johnson, acusaron públicamente a las más altas autoridades rusas de usar ciberataques para “interferir con el proceso electoral estadounidense”.


Pasadas las elecciones del 8 de noviembre, no han surgido evidencias firmes de interferencias o hacking de las máquinas de votación u otros aparatos electorales. Pero en unas elecciones que dependieron de 100.000 votos en tres estados clave, algunos observadores argumentan que la interferencia cibernética rusa puede haber tenido efectos significativos en el proceso político.
¿Es posible impedir en el futuro un comportamiento ruso de este tipo? La disuasión depende siempre de qué y a quién se intente disuadir.
Irónicamente, disuadir a los estados para que no recurran a la fuerza puede ser más fácil que convencerles de no emprender acciones que lleguen a ese nivel. Probablemente se ha exagerado la amenaza de un ataque sorpresa como un “Pearl Harbor cibernético”. Las infraestructuras esenciales, como la electricidad o las comunicaciones, son vulnerables, pero es probable que los actores estatales principales estén limitados por la interdependencia. Y Estados Unidos ha dejado en claro que la disuasión no se limita a las represalias cibernéticas (aunque son posibles), sino que pueden apuntar a otros sectores con las herramientas que escoja, como acusaciones públicas, sanciones económicas y armas nucleares.
Estados Unidos y otros países, entre ellos Rusia, han acordado que en el ciberespacio también son válidas las leyes aplicables a los conflictos armados. El que una ciberoperación se considere un ataque armado depende de sus consecuencias, más que de los instrumentos utilizados. Tendría que causar destrucción de la propiedad y lesiones o muerte a las personas.
Pero, ¿qué ocurre si las operaciones de disuasión no equivalen a un ataque armado? Existen áreas grises en que objetivos importantes (por ejemplo, un proceso político libre) no tienen una importancia estratégica equivalente a la red eléctrica o el sistema financiero. Destruir estos últimos puede dañar vidas y propiedades, mientras que la interferencia con lo primero amenaza valores políticos profundamente arraigados.
En 2015, un Grupo de Expertos de Gobierno de las Naciones Unidas (incluidos Estados Unidos, Rusia, China y la mayoría de los estados con capacidades cibernéticas importantes) acordaron como norma no atacar instalaciones civiles en tiempos de paz. Fue un acuerdo apoyado por los países del G20 en su cumbre realizada en Turquía en noviembre de ese año. Cuando al mes siguiente un ciberataque anónimo interfirió la red eléctrica ucraniana, algunos analistas sospecharon que el gobierno ruso usó armas cibernéticas en su guerra híbrida contra Ucrania. De ser cierto, significaría que Rusia había violado el acuerdo que acababa de firmar.
Pero, ¿cómo interpretar la conducta rusa con respecto a las elecciones estadounidenses? Según autoridades de EE.UU. las agencias de inteligencia rusas hackearon las cuentas de correo electrónico de importantes cargos del Partido Demócrata y entregaron a WikiLeaks material para difundir poco a poco a lo largo de la campaña, asegurando así un flujo constante de noticias adversas a Hillary Clinton.
Esta supuesta alteración rusa de la campaña presidencial demócrata cayó en una zona gris que se podría interpretar como una respuesta propagandística a la proclamación por Clinton en 2010 de una “agenda por la libertad” para la internet, en represalia por lo que las autoridades rusas consideraron como comentarios críticos a la elección de Putin en 2012. Sea cual sea el motivo, pareció un intento de distorsionar el proceso político estadounidense, precisamente el tipo de amenaza política no letal que se querría desalentar en el futuro.
La administración Obama había intentado con anterioridad clasificar la gravedad de los ciberataques, sin sortear las ambigüedades de estas zonas grises. En 2016, Obama se enfrentó a complicadas opciones al estimar el potencial de intensificación gradual de responder con medidas cibernéticas o con una respuesta más transversal, como las sanciones. La administración no quería tomar medidas que por sí mismas distorsionaran las elecciones. Así que, ocho días antes de las elecciones, Estados Unidos advirtió a Rusia sobre la interferencia en las elecciones a través de una línea directa (creada tres años atrás para manejar incidentes importantes en el ciberespacio) que conecta los Centros de Reducción de los Riesgos Nucleares de ambos países.
Puesto que la actividad de hackeo de Rusia pareció reducirse o detenerse, la administración Obama consideró la advertencia como un ejercicio exitoso de disuasión, pero algunos críticos señalan que los rusos ya habían logrado su objetivo.
Tres semanas después de las elecciones, la administración señaló que seguía confiada en la integridad general de la infraestructura electoral estadounidense y que, desde la perspectiva de la seguridad cibernética, las elecciones eran libres y abiertas. Pero las autoridades de inteligencia siguieron investigando el impacto de una campaña de guerra informativa de los rusos, en la que se difundían noticias falsas sobre Clinton con la aparente intención de influir sobre los votantes. Muchas de ellas se originaban en RT News y Sputnik, dos medios de prensa financiados por el estado ruso. ¿Se debía tratar esto como propaganda o como algo nuevo?
Varios críticos creen que el nivel de intervención del estado ruso en el proceso electoral estadounidense de 2016 ha cruzado un límite y no se deben descartar como una forma de conducta de zona gris tolerable. Han instado a la administración Obama a ir más allá en sus denuncias, dando una descripción pública más extensa de los que la inteligencia estadounidense sabe sobre la conducta rusa, e imponiendo sanciones financieras y de viajes contra las autoridades rusas de alto nivel que se identifiquen. Sin embargo, otras autoridades estadounidenses son reticentes a poner en riesgo los medios de inteligencia utilizados para la atribución, y tienen recelos de que se produzca una escalada.
La intervención de Rusia en las elecciones estadounidenses de 2016 fue un punto de inflexión. Ahora que se aproximan importantes elecciones en varias democracias occidentales, los analistas estarán muy atentos a las lecciones que el Kremlin pueda haber aprendido de ella

El Kremlin y las elecciones de Estados Unidos

Joseph S. Nye, Jr., a former US assistant secretary of defense and chairman of the US National Intelligence Council, is University Professor at Harvard University. He is the author of Is the American Century Over?
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El Kremlin y las elecciones de Estados Unidos

CAMBRIDGE – A principios de noviembre, el Presidente estadounidense Barack Obama supuestamente se puso en contacto directo con el Presidente ruso Vladimir Putin para advertirle sobre los ciberataques rusos dirigidos a las elecciones presidenciales de EE.UU. El mes anterior, el Director de Inteligencia Nacional, James Clapper, y el Secretario de Seguridad Interior, Jah Johnson, acusaron públicamente a las más altas autoridades rusas de usar ciberataques para “interferir con el proceso electoral estadounidense”.

Thursday, November 17, 2016

Trump revive la secesión en los Estados Unidos

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El recuento ha acabado por desmentir a los medios de comunicación, que habían explicado profusamente los motivos de la victoria de Hillary Clinton y la derrota de Donald Trump. Su victoria ha desatado en los Estados Unidos una oleada de protestas. Son tres días seguidos de ocupar las calles con mensajes contrarios a la elección del nuevo presidente, con carteles que dicen, entre otras cosas, que no le reconocen como tal. Hay, según el último recuento, 225 detenidos, de los que 185 se han producido en la ciudad de Los Ángeles. En Miami, uno de los carteles decía: “Toda opresión crea un estado de guerra”, lo cual, vistas las circunstancias (Trump todavía es un presidente electo sin poder alguno), es una defensa de la guerra preventiva.


Se ha descrito a Donald Trump de tal manera que parece que fuera a ser un dictador y vaya a implantar una dictadura militar y a acabar con la democracia. Dejemos en suspenso si esos temores responden a la verdad o no. Lo interesante es que hay una parte de la sociedad, minoritaria pero importante, que lo cree. Y los movimientos políticos que ha desencadenado esa convicción.
Uno de ellos es la resurrección del movimiento secesionista. El origen del país está en la secesión. De hecho, dice la Declaración de Independencia: “Que cuando cualquier forma de gobierno se convierte en destructiva a tales fines, es derecho de las personas alterarla o abolirla e instituir un nuevo Gobierno, que siente su fundación en tales principios y organice sus poderes de tal manera que sea para ellas el más adecuado para hacer efectiva su seguridad y su felicidad”.
El Estado de Massachusetts invocó su derecho a la secesión nada más arrancar la Unión, cuando se repartía el reparto de la deuda, y luego con la compra de Louisiana. Cuando Jefferson autobloqueó al país, The Bay State aludió a su derecho a comerciar para amenazar de nuevo con la secesión. En el contexto de la guerra de 1812 contra Gran Bretaña, varios Estados del norte, anglófilos, convocaron una convención en Hartford, Connecticut, con la secesión como horizonte. Massachussetts invocó su derecho a salirse de la Unión en 1848, cuando ésta se anexionó Tejas.
El norte era secesionista cuando era el sur quien dominaba la política nacional. Pero eso iba a cambiar muy pronto. Con la aprobación del “arancel abominable” de 1828, que beneficiaba al norte y perjudicaba al sur, Carolina del Sur recordó el derecho de cualquier Estado de anular una ley federal y, en última instancia, a la secesión. El líder de este movimiento era el vicepresidente John C. Calhoun, y fue el presidente Andrew Jackson (un antecedente de Trump en algún sentido) quien lo detuvo. La secesión llegó, finalmente, y originó una guerra civil de consecuencias desastrosas.
Una de ellas fue el fin, bien que no definitivo, del movimiento secesionista. Lo recuperó, aunque sólo en las ideas, el Partido Libertario, ya en los 70. Hawái, Georgia y, sobre todo Tejas, han dado muestras de tener en la memoria el derecho de secesión de los Estados. También California. Un PAC llamado “Yes California” lleva más de un año buscando desunir al Estado del resto, y se ha creado una formación llamada California National Party con ese objetivo.
Ahora, ese secesionismo ha recobrado fuerza con la elección de Trump, y Calexit recorre las redes sociales. “Yes California” declara, por ejemplo: “Como la sexta economía del mundo, California es más poderosa, económicamente, que Francia, y su población es mayor que la de Polonia. Punto por punto, California se compara y compite con otros países, no sólo los otros 49 Estados”. Planean convocar un referéndum en 2019 (un año antes de las elecciones de la reelección de Trump). No son los únicos. En Oregón ha habido un intento por proponer un referéndum de secesión en 2018, y la celebración de una nueva Convención constitucional. La izquierda, en los Estados Unidos, ha vinculado falsamente al secesionismo con la traición y con el racismo. Si estos intentos van lo suficientemente lejos, luego le será mucho más difícil insistir en ese mantra.
No será fácil. En el contexto de la guerra civil se produjo el fallo del Tribunal Supremo Texas vs. White, en el que asertaba: “Cuando Tejas se convirtió en un miembro de los Estados Unidos, entró en una relación indisoluble. La unión entre Tejas y los otros Estados es tan completa, tan perpetua y tan indisoluble como la unión entre los Estados originales. No hay lugar para la reconsideración o la revocación, excepto por medio de la revolución o por el consenso de los Estados”. Estas palabras tienen mucha miga. Es cierto que esa unión es igual de indisoluble y perpetua que la que tenían los Estados originales, pero eso quiere decir que no lo es en absoluto.
¿Cuál sería la vía práctica a la secesión? Lo más fácil, y es prácticamente imposible, sería que el Estado propusiese una enmienda a la Constitución que facilitase esa desunión. Pero tendría que ganar el apoyo de dos tercios de la Cámara de Representantes, y luego de otros dos tercios del Senado. Aún tendría que ganar la aquiescencia de 38 de los 50 Estados de la Unión. Otro camino es la celebración de una convención de Estados. La secesión tendría que ganar el apoyo de dos tercios de los delegados de esos Estados.
El de la secesión es un camino muy difícil. Pero hay un instrumento perfectamente legal, y políticamente muy conveniente, que apenas se ha mencionado y que es el de anulación de las leyes federales por parte de los Estados, a la que hice mención en otro comentario del Instituto Juan de Mariana. Los elementos más libertarios del Partido Republicano, y los que están fuera de él, harían bien en alentar este debate, en previsión de los peligros que puedan entrañar futuros presidentes, y no sólo el número 45.

Trump revive la secesión en los Estados Unidos

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El recuento ha acabado por desmentir a los medios de comunicación, que habían explicado profusamente los motivos de la victoria de Hillary Clinton y la derrota de Donald Trump. Su victoria ha desatado en los Estados Unidos una oleada de protestas. Son tres días seguidos de ocupar las calles con mensajes contrarios a la elección del nuevo presidente, con carteles que dicen, entre otras cosas, que no le reconocen como tal. Hay, según el último recuento, 225 detenidos, de los que 185 se han producido en la ciudad de Los Ángeles. En Miami, uno de los carteles decía: “Toda opresión crea un estado de guerra”, lo cual, vistas las circunstancias (Trump todavía es un presidente electo sin poder alguno), es una defensa de la guerra preventiva.

Donald Trump y la vuelta de Apple a Estados Unidos

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Una de las propuestas e iniciativas que el nuevo presidente de EE. UU. ha mantenido a lo largo de toda la campaña electoral es la de obligar a Apple a hacer sus dispositivos y productos en el país mediante la imposición de altos aranceles que podrían llegar al 35%. No puedo predecir lo que hará Trump ya que no soy adivino. Además, tratándose de un político, todavía es más complejo prever que hará, ya que puede cambiar sus propuestas de un día para otro. Lo que sí que podemos afirmar como economistas es que, de ser verdad, no sería una buena noticia.


Para empezar, la empresa Apple pertenece a los accionistas de Apple, no al gobierno estadounidense. Estos accionistas deben decidir libremente lo que hacen con sus activos. Nadie debe estar obligado a realocar sus activos en ningún país en concreto. Sencillamente es su propiedad privada. Lo lógico, evidentemente, es que tomen las decisiones estratégicas que mejor ayuden al éxito del negocio, es decir, a la satisfacción de los consumidores.
Y este es un punto clave, ya que con aranceles del 35% los consumidores estadounidenses carecerían de productos Apple.
Si a los actuales precios tenemos que sumar un impuesto del 35% más todos los costes de transporte, la demanda se cae. Simplemente, una gran parte de los consumidores no los adquirirían. Para algunos consumidores el precio sería inasequible y para otros consumidores los beneficios esperados no compensarían los costes.
EE. UU. se quedaría sin un producto complejo y completo que satisface numerosísimas necesidades tanto básicas como sociales e individuales. Se quedaría sin un bien de capital que aumenta la productividad de sus habitantes. Si esto ocurriera de forma generalizada con otros productos, la sociedad se empobrecería en su conjunto.
Por otro lado, la posibilidad que Apple produzca enteramente sus dispositivos en EE. UU. es pura ciencia ficción económica y no lo veremos jamás. El motivo es económicamente sencillo y se debe a dos factores.
El primero es un tema de costes. Los costes de los factores de producción (tierra, trabajo y capital) en EE. UU. es altísimo comparado con otros lugares del planeta. Uno de los mayores costes que tiene una empresa, por no decir el principal en la mayoría de ellas, son los costes salariales. Los costes salariales son costes fijos que forman parte del coste final del producto. Las partes que componen los costes salariales son básicamente el salario neto que percibe el trabajador más la seguridad social del trabajador, los impuestos sobre la renta de las personas física y la seguridad social de la empresa. Pues bien, cada uno de estos conceptos son muy elevados en EE. UU. comparados a otros países como China o Taiwan. El salario medio en otros países puede ser de más de 10 veces inferior al de EE. UU. en términos nominales.
Por lo tanto, de fabricarse los productos Apple en EE. UU. su coste y precio sería estratosférico, haciendo el modelo de negocio inviable. Nadie en el mundo podría tener productos Apple. Además de enviar a todos sus trabajadores al paro.
El segundo factor es que la producción de los productos Apple es muy compleja involucra centenares de procesos y miles de trabajadores (más de 60.000, 43.000 en EE.UU. y 20.000 en el resto de mundo).  Motivo por el cual no pueden elaborarse los productos enteramente en un solo país.
No hay ningún país que disponga ni pueda desarrollar todas las materias primas y conocimiento que necesita. Los países, igual que las personas, necesitamos comerciar y cooperar para obtener lo que necesitamos, todo ello especializándonos en lo que tenemos ventaja comparativa. EE.UU. no dispone de los cientos de materiales que componen un producto tan complejo como un iPhone, y tampoco dispone de todos los operarios, diseñadores, ingenieros, economistas, y demás profesionales para producir los dispositivos.
De hecho, el New York Times explicaba que los ejecutivos de Apple estimaron que 8.700 ingenieros industriales eran necesarios para supervisar y guiar la línea de montaje de 200.000 empleados dedicados a la manufacturación de iPhones. Los analistas de la compañía estimaron que serían necesarios nueve meses para obtener esa cantidad de ingenieros cualificados en Estados Unidos. En China tardaron sólo 15 días.
En este sentido, que podamos disponer de productos como un smartphone es un milagro que algunas empresas han hecho posible gracias a la optimización perfecta de todas las partes de su modelo de negocio y gracias al entorno globalizado actual. Y esto implica entender que las empresas no tienen “nacionalidad” hoy en día. Las empresas son globales y en la elaboración de sus productos participan miles de personas localizadas en múltiples países.
En cualquier caso, sí existe una fácil y clara manera de que Apple “vuelva” a EE. UU: hacer un escenario en el que invertir en EE. UU sea atractivo, rentable y conveniente. Si Trump disminuyera los costes salariales (seguridad social e IRPF) y el impuesto de sociedades lo suficiente, probablemente Apple se plantearía sin problemas trasladar parte de su producción a EE. UU. e incluso establecer la empresa allí en vez de Irlanda.
Esta sería la única manera lógica de que todos salieran ganando: Apple vería sus costes reducidos y la posibilidad de establecerse en EE. UU. sería viable; los ciudadanos verían como se crean miles de puestos de trabajo, pueden disponer que productos que mejoran su bienestar y se disminuyen los impuestos; y el Estado recaudaría mucho más de lo que está recaudando ahora y, a su vez, disminuiría el gasto destinado a ayudas sociales por desempleo.

Donald Trump y la vuelta de Apple a Estados Unidos

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Una de las propuestas e iniciativas que el nuevo presidente de EE. UU. ha mantenido a lo largo de toda la campaña electoral es la de obligar a Apple a hacer sus dispositivos y productos en el país mediante la imposición de altos aranceles que podrían llegar al 35%. No puedo predecir lo que hará Trump ya que no soy adivino. Además, tratándose de un político, todavía es más complejo prever que hará, ya que puede cambiar sus propuestas de un día para otro. Lo que sí que podemos afirmar como economistas es que, de ser verdad, no sería una buena noticia.

Monday, November 14, 2016

Estados Unidos: sus presidentes y México

MEXICO-US-PENA NIETO-TRUMP

Estados Unidos: sus presidentes y México

BULMARO PACHECO MORENORECIENTES 
“Oswald no fue un ejemplo del absurdo posmoderno, sino uno de sus mesías.[...] No mató a Kennedy para impresionar a Jodie Foster. Mató a Kennedy para impresionar a Clío, la musa de la historia.” (Martin Amis, The Sunday Times.)
¿Por qué el expresidente Porfirio Díaz optó por irse al exilio a Francia y no a los Estados Unidos? Sus razones tenía y su distanciamiento también. Formó parte de una generación que vivió en carne propia la invasión de 1847 impulsada por el presidente James Knox Polk (1845-1849) y el cercenamiento de más de la mitad de nuestro territorio.
Esa generación siempre tomó distancia del llamado coloso del norte y optó mejor por viajar y promover a Europa en México.


Juárez y su generación vivieron temporadas de exilio en Nueva Orleans, a donde se llegaba saliendo de Veracruz con escala en La Habana. Abraham Lincoln simpatizó siempre con Juárez. Sus orígenes eran similares.
Quienes tuvieron una participación activa como precursores de la Revolución mexicana y actuaron en ella, realizaron muchas de los trabajos propios de la organización en los Estados Unidos. Allá se reunían, editaban, difundían y buscaban financiamiento para sus actividades. Por allá anduvieron los hermanos Flores Magón, también Madero y sus seguidores.
La relación de los presidentes de México con sus similares de los Estados Unidos nunca ha sido fácil ni cómoda. Hay demasiadas historias que contar.
A Porfirio Díaz, en su largo período de gobierno le tocó lidiar con James Garfield (asesinado), Chester Arthur, Grover Cleveland, Benjamin Harrison, otra vez Cleveland, William McKinley (asesinado), Theodore Roosevelt y William Howard  Taft (1909-1913), con quien por primera vez se reuniera en El Paso, Texas. Taft estuvo puntualmente informado del golpe de Estado tramado por Huerta contra Madero, con la complicidad del entrometido embajador americano Henry Lane Wilson.
Woodrow Wilson (1913-1921) retiró al complicado embajador y flexibilizó la relación con México, pero autorizó la invasión de barcos de los Estados Unidos al puerto de Veracruz (Abril-Noviembre) con el propósito de frenar el abasto de armas alemanas al inestable gobierno de Victoriano Huerta.
También le negó el reconocimiento oficial del gobierno americano al presidente Álvaro Obregón, por no estar de acuerdo con las disposiciones de la Constitución de 1917 en materia de propiedad minera, petrolera y agraria.
Le tocaría a William G. Harding iniciar el reconocimiento del gobierno mexicano, pero no le alcanzó el tiempo porque Harding murió en el poder de un ataque al corazón en agosto de 1923.
Al presidente Calvin Coolidge (1923-1929) le tocó autorizar el reconocimiento del gobierno de Álvaro Obregón y tratar al presidente Plutarco Elías Calles. Designó como embajador al personaje extranjero más político de principios del siglo XX en México: Dwight Morrow.
Le tocó el asesinato de Obregón y la crisis política que llevó al maximato, incluida la llamada revolución renovadora de 1929.
A Herbert Clark Hoover (1929-1933) le tocó tratar a Pascual Ortiz Rubio y Abelardo Rodríguez, mismos que experimentaron en México los embates de la crisis económica de 1929 y sus secuelas.
Franklin Delano Roosevelt (1933-1945) abarcó el último año de Rodríguez, todo el sexenio de Lázaro Cárdenas y los primeros tres años de Manuel Ávila Camacho. Tiempo de definiciones en las relaciones de México y los Estados Unidos por las reformas del gobierno de Cárdenas en materia de tierra y petróleo, pero también de gestación de la Segunda Guerra Mundial y la expresión más dura del nazismo en Alemania. Roosevelt no tuvo mucho tiempo para involucrarse en la relación con México por la SGM y el gobierno americano vio solo de reojo la candidatura de Andrew Almazán, a decir de muchos un candidato impulsado por las compañías petroleras extranjeras.
A Harry S. Truman (1945-1953) le tocarían los períodos de Ávila Camacho (un año), Miguel Alemán (todo el sexenio) y el primer año de Ruiz Cortines. Le tocó recibir toda la información relativa al proceso electoral de 1952, cuando por primera vez se divide el PRI y el sistema político se cimbra.
A Dwight D. Eisenhower (1953-1961) le tocó la consolidación del proceso para la integración de la Organización de los Estados Americanos y le toca la votación de México a favor de Cuba. Se tensan las relaciones.
John F. Kennedy estableció buenas relaciones con el presidente Adolfo López Mateos. Se reparó el asunto de El Chamizal y se avanzó en la política hacia centro y Sudamérica.
En 1961 se diseña la “Alianza para el Progreso” que buscaba evitar se extendiera el ejemplo de la revolución cubana, y en enero de 1962 Cuba es expulsada de la OEA con el voto en contra de México y la abstención de Argentina, Brasil, Bolivia, Chile y Ecuador. Kennedy es asesinado en Noviembre de 1963 y es sustituido por Lyndon B. Johnson.
Johnson (1963-1969) apoyó a México. En sus orígenes texanos, contó mucho -para entender a México- el haber sido profesor de secundaria de hijos de inmigrantes mexicanos. Le tocó la mala fortuna de que en su período ocurrieran los asesinatos de Martín Luther King en abril y de Robert Kennedy en junio de 1968. Sus relaciones con Adolfo López Mateos y Gustavo Díaz Ordaz fueron normales. Le afectó en gran medida el no saber qué hacer con la Guerra de Vietnam. En esa crisis moral de la guerra y los asesinatos políticos, surge en los Estados Unidos el movimiento hippie, el pop -Festival de Woodstock de 1969- y la revolución sexual.
Richard Nixon (1969-1974) tuvo relaciones cordiales con el presidente Luis Echeverría. La apertura hacia China impulsada por Nixon impactó a México, que también estableció relaciones diplomáticas con la nación asiática. A Nixon, -que renunció en 1974 por el escándalo de Watergate-, lo sustituye Gerald Ford, sin ninguna variación en la relación con México.
Al presidente José López Portillo le toca en sus inicios tratar con James Earl “Jimmy” Carter. El demócrata trató bien a México y en su período no se registraron mayores alteraciones en la relación con López Portillo,salvo la declaración conjunta con Francia reconociendo la guerrilla de El Salvador.
En cambio, la presidencia de Ronald Reagan (1981-1989) se caracterizó por una gran inestabilidad en las relaciones con México (un año de JLP y todo el sexenio de De la Madrid) y los países latinoamericanos. Se impulsó la contrarrevolución en países de Centroamérica, estalló el problema de las drogas en México con el caso de Rafael Caro Quintero y el asesinato del agente Camarena y se tensó la relación política con México por la intromisión frecuente en asuntos políticos del embajador John Gavin. A los 69 días de haber asumido el cargo, Reagan fue balaceado en marzo de 1981 por John Hinckley Jr.; con esa acción buscaba impresionar a la actriz Jodie Foster.
Con el presidente George H. W. Bush (1989-1993) las relaciones mejoraron notablemente. El presidente Carlos Salinas de Gortari le dio prioridad a la relación con los Estados Unidos y se logró consolidar las negociaciones para  del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN).
Con William Jefferson Clinton (1993-2001) no hubo mayores problemas. Se firmó el TLCAN. Clinton apoyó sin reservas al presidente Ernesto Zedillo en la crisis económica de 1995 y se mostró solidario con México en los principales temas de interés de la agenda bilateral.
George W. Bush (2001-2009) empezó la relación en México con los gobiernos de la alternancia. Ningún cambio, ninguna prioridad. Con Vicente Fox se recuerda el papelazo aquél del “comes y te vas” hecho con la visita de Fidel Castro a la cumbre iberoamericana realizada en Monterrey. También la frialdad con la que Fox reaccionó ante la crisis provocada por el ataque terrorista contra las torres gemelas de septiembre del 2001. Felipe Calderón descuidó la relación política con los Estados Unidos, tanto en los últimos tres años de Bush como en el período de Barack Obama (2009-2017).
Al presidente Peña Nieto le tocaron los últimos cinco años de Obama y la relación bilateral se desarrolló normal.
Tanto en el gobierno de Calderón como en el de Peña Nieto se reforzaron los mecanismos de colaboración con Estados Unidos en materia de seguridad.
Ahora el dilema es Donald Trump. Nadie sabe qué va a pasar  con él en su presidencia (2017-2021).
Nadie se atreve a predecir el rumbo que tomarán los asuntos de México con el próximo presidente. Tampoco el rumbo que tomen los asuntos domésticos y los de política exterior de los Estados Unidos ante sus controvertidas afirmaciones sobre los principales temas de la agenda doméstica e internacional, y la falta de oficio político del nuevo presidente
Preocupa, eso sí, la suerte de los millones de indocumentados que se encuentran en los Estados Unidos. También y ante las amenazas de reabrir o replantear los términos de intercambio comercial entre las dos naciones, preocupa el futuro del TLCAN, que ahora genera 540 mil millones de dólares.
Con el anunciado Muro, nadie sabe lo que va a pasar, aunque sí se prevé un endurecimiento de la política anti migratoria.
No debemos olvidar que al ganar Trump también gana el Ku klux Klan, gana el Tea Party y gana la Asociación Nacional del Rifle entre otros. Ganan los partidarios de la xenofobia y gana el norteamericano blanco que considera que los migrantes le han quitado los empleos,a pesar de que desde 1995 y con la firma del TLCAN se han creado allá, más de 5 millones de empleos.
Estados Unidos ha quedado dividido después de a elección de Trump. Numerosas manifestaciones de jóvenes contra la elección del magnate inmobiliario, nos muestran que a los Estados Unidos le espera una larga noche de tensiones,inestabilidad y un número importante de problemas políticos que le dificultarán sensiblemente la gobernanza a Trump, aun cuando el partido Republicano logró mayoría en las dos cámaras del Congreso. Ahora más que nunca,no se sabe lo que va a suceder.
Ante eso,México requiere replantear su agenda y su operación política con el nuevo gobierno que entrará en vigor en enero del 2017. Desde ya, estará a prueba la lectura fría y realista del complicado momento político por el que atraviesa nuestro vecino del norte y los desafíos inmediatos que implica para México,sin ilusiones ni ingenuidades. Los mexicanos recordamos gratamente a los presidentes Lincoln, Wilson, Roosevelt, Kennedy, Bush (padre) y Clinton, que en los siglos XIX y XX supieron valorar la relación con su vecino. Revisando lo que ha sucedido en lo que va del siglo XXI,y lo que viene a partir del 20 de enero del próximo año…Ya no estamos tan seguros.
Ante lo sucedido,vale recordar al más grande científico de los siglos XVII  y XVIII Isaac Newton que cuando perdió casi todo su patrimonio por reinvertirlo en la bolsa de Londres, dijo: “He logrado predecir el movimiento de los astros pero no la locura de las masas”…¿Igual que ahora?

Estados Unidos: sus presidentes y México

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Estados Unidos: sus presidentes y México

BULMARO PACHECO MORENORECIENTES 
“Oswald no fue un ejemplo del absurdo posmoderno, sino uno de sus mesías.[...] No mató a Kennedy para impresionar a Jodie Foster. Mató a Kennedy para impresionar a Clío, la musa de la historia.” (Martin Amis, The Sunday Times.)
¿Por qué el expresidente Porfirio Díaz optó por irse al exilio a Francia y no a los Estados Unidos? Sus razones tenía y su distanciamiento también. Formó parte de una generación que vivió en carne propia la invasión de 1847 impulsada por el presidente James Knox Polk (1845-1849) y el cercenamiento de más de la mitad de nuestro territorio.
Esa generación siempre tomó distancia del llamado coloso del norte y optó mejor por viajar y promover a Europa en México.

Thursday, October 20, 2016

¿Qué diría Tocqueville hoy sobre Estados Unidos?

Por Alberto Benegas Lynch (h)

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A veces es de interés embarcarse en un ejercicio contrafactual y esforzarse en una mirada a la historia y al presente muñido de una lente que nos haga pensar que hubiera ocurrido si las cosas hubieran sido distintas de las que fueron. En nuestro caso sugiero una prespectiva para meditar sobre las posibles reflexiones de un gran cientista político sobre el que se conocen sus consideraciones y su filosofía pero extrapoladas al presente.
Esta gimnasia no es original puesto que otros la han llevado a cabo. Tal vez el autor más destacado en la historia contrafactual sea Niall Ferguson. En todo caso, en esta nota periodística me refiero al gran estudioso de los Estados Unidos, el decimonónico Alexis de Tocqueville. Como es sabido, el libro más conocido de este pensador de fuste es La democracia en América donde describe los aspectos medulares de la vida estadounidense en su época.


Tocqueville destaca la importancia que el pueblo de Estados Unidos le atribuye al esfuerzo y al mérito, la sabia separación entre el poder político y la religión (la “doctrina de la muralla” en palabras de Jefferson), el federalismo y el no ceder poderes al gobierno central por parte de las gobernaciones locales con la defensa de una posible secesión, las instituciones mixtas en la constitución del gobierno y la separación de poderes, la negación de “las mayorías omnipotentes” porque  “por encima de ella en el mundo moral, se encuentra la humanidad, la justicia y la razón” puesto que “en cuanto a mi cuando siento que la mano del poder pesa sobre mi frente, poco me importa saber quien me oprime, y por cierto que no me hallo más dispuesto a poner mi frente bajo el yugo porque me lo presentan un millón de brazos” ya que “el despotismo me parece particularmente temible en las edades democráticas. Me figuro que yo habría amado la libertad en todos los tiempos, pero en los que nos hallamos me inclino a adorarla”.
Pero también advierte de los peligros que observa en algunas tendencias en el pueblo norteamericano, especialmente referido  al igualitarismo que “conduce a la esclavitud”, al riesgo de olvidarse de los valores de la libertad cuando se “concentran sólo en los bienes materiales”  y las incipientes intervenciones de los aparatos estatales en los negocios privados sin detenerse a considerar que “en los detalles es donde es más peligroso esclavizar a los hombres. Por mi parte, me inclinaría a creer que la libertad es menos necesaria en las grandes cosas que en las pequeñas, sin pensar que se puede asegurar la una sin poseer la otra”.
Gertrude Hilmmefarb lo cita a Tocqueville con otras de sus preocupaciones y es el asistencialismo estatal que denigra a las personas, las hace dependientes del poder en el contexto electoral y demuele la cultura del trabajo, a diferencia de la ayuda privada que hace el seguimiento de las personas, proceso ajeno a la politización y la busca de votos (en su conferencia de 1835 en la Academia Real de Cherbourg, en Francia). Y en El antiguo régimen y la Revolución Francesa concluye que “el hombre que le pide a la libertad más que ella misma, ha nacido para ser esclavo”, obra en la que también destaca que generalmente allí donde hay un gran progreso moral y material la gente de por sentado esa situación y no se ocupa de trabajar para sustentar las bases morales de ese progreso (“el costo de la libertad es su eterna  vigilancia” repetían los Padres Fundadores en Estados Unidos).
Este es el pensamiento de Tocqueville sobre el país del Norte puesto en una apretada cápsula pero ¿qué hubiera dicho si observara lo que ocurre hoy en el otrora baluarte del mundo libre? Estimo que se hubiera espantado junto a los Padres Fundadores al constatar la decadencia de ese país por el cercenamiento de libertades debido a regulaciones inauditas, por el endeudamiento público que excede el cien por cien del producto bruto interno. Por la maraña fiscal, por las guerras en  las que se ha involucrado, por los llamados “salvatajes” a empresas irresponsables o incompetentes o las dos cosas al mismo tiempo. Por el centralismo, por la eliminación de la privacidad al espiar a los ciudadanos,  por un sistema de “seguridad” social quebrado, por la intromisión gubernamental en  la educación, por la sangría al financiar a gobiernos extranjeros en base a succiones coactivas de recursos. Y ahora debido a candidatos a la presidencia impresentables por parte de los dos partidos tradicionales debido a razones diferentes, aunque en su programa televisivo “Liberty Report”, el tres veces candidato presidencial Ron Paul señala que, dejando de lado las apariencias, los dos coinciden en muchos temas cruciales, a su juicio muy mal tratados.
La manía de la igualdad que preocupaba tanto a Tocqueville no  permite ver que una de las cosas más atractivas de los seres humanos es que somos diferentes, lo cual, entre otras cosas, hace posible la división  del trabajo y la consiguiente cooperación social y, por ende, la mayor satisfacción de las necesidades culturales y materiales. Esto último debido a que asigna los siempre escasos recursos para que estén ubicados en las manos de quienes la gente considera mejor para satisfacer sus demandas, sin ser posiciones irrevocables sino cambiantes en relación a la capacidad de cada cual para ajustarse a las  preferencias de la gente.  Seguramente también Tocqueville hubiera rechazado con vehemencia a los llamados empresarios que se alían con el poder para obtener favores y privilegios a expensas de los ciudadanos.
Incluso Paul Johnson en A History of the American People reproduce una cita de las Obras Completas del  escritor francés quien ilustra la trascendencia de la responsabilidad individual. Así escribió Tocqueville “Una de las consecuencias mas felices de la ausencia de gobierno (cuando la gente tiene la suerte de poder operar sin el, lo cual es raro) consiste en el desarrollo de la fuerza individual que inevitablemente se sigue de ello. De este modo, cada hombre aprende a pensar, a actuar por si mismo. El hombre acostumbrado a lograr su bienestar a través de sus propios esfuerzos, se eleva ante la opinión de los demás y de la suya propia, su alma es así mas grande y mas fuerte al mismo tiempo”.
¡Que lejos se encuentra este pensamiento de lo que hoy ocurre en Estados Unidos donde el aparato estatal es omnipresente! Y ¡que lejos se encuentra del reiterado pensamiento fundacional de que “el mejor gobierno es el que menos gobierna” al efecto de concentrarse en la protección de los derechos de todos y no convertir año tras año el balance presidencial de la gestión ante el Congreso en una minuta empresaria como si el Ejecutivo fuera el gerente, en lugar de permitir que cada uno se ocupe de sus pertenencias.
¡Que lejos se encuentra Estados Unidos del pensamiento del General Washington en el sentido de que “mi ardiente deseo es, y siempre ha sido cumplir estrictamente con todos nuestros compromisos en el exterior y en lo doméstico, pero mantener a los Estados Unidos fuera de toda conexión política con otros países”! En esta línea argumental es también de interés lo dicho por John Quincy Adams quien escribió que “América [del Norte] no va al extranjero en busca de monstruos para destruir. Desea la libertad y la independencia de todos. Es el campeón solamente de las suyas […] Alistándose bajo otras banderas podrá ser la directriz del mundo pero ya no será más la directriz de su propio espíritu”
En otra oportunidad hemos escrito sobre hechos sobresalientes de la pasada administración estadounidense que abren serios interrogantes respecto del futuro de aquel país como baluarte del mundo libre, como es el caso de la patraña que justificó la invasión “preventiva”  a Irak, conclusión ampliamente difundida con mucha antelación en el libro Against all Enemies, de Richard A. Clarke, asesor en temas de seguridad para cuatro presidentes incluyendo el gabinete del propio George W. Bush.
James Madison escribió: “De todos los enemigos de las libertades públicas, la guerra es lo que más debe ser temido porque compromete y desarrolla el germen para todo lo demás” (“Political Observations”, abril 20, 1795). Recordemos además que EEUU intervino en Somalia para poner orden y dejó caos, en Haití para establecer la democracia y dejó tiranía, en Vietnam para liberar al país que finalmente quedó en manos comunistas.
Recordemos también, por otra parte, que Ben Laden y Saddam Hussein eran lugartenientes preferidos de los Estados Unidos, uno en Afganistán con motivo de la invasión rusa y el otro con motivo de la guerra con Irán. Fueron entrenados y financiados con el fruto del trabajo de estadounidenses. También recordemos que en su discurso de despedida de la presidencia, el General Dwight Eisenhower declaró que “nada es más peligroso para las libertades individuales que el complejo militar-industrial”.
Todavía hay otro asunto más en este complicado tejido de denuncias. Se trata de la cuestión religiosa . En estas trifulcas con el terrorismo hay quienes pretenden endosar la responsabilidad a los musulmanes (por ejemplo, el hoy candidato a la presidencia por parte del Partido Republicano). En el mundo hay más de 1500 millones de musulmanes. Es muy injusto imputar estas tropelías a quienes adhieren al Corán en el que, entre otras cosas, leemos que “Quien mata, excepto para castigar el asesinato, será tratado como si hubiera matado a la humanidad y quien salva a uno será estimado como si salvara a la humanidad” (5:31). La misma expresión jihad que ha sido tan tergiversada, como explica Houston Smith, significa guerra interior contra el pecado. Ya bastante ha sufrido la humanidad por la intolerancia religiosa. En nombre de Dios, la misericordia y la bondad se ha quemado y mutilado. Identificar el Islam con el terrorismo es tan impropio y desatinado como asimilar el cristianismo a la Inquisición o la “guerra santa” aplicada en América en tiempo de la conquista. Hay, sin duda, quienes pretenden ese tipo de identificaciones y extrapolaciones clandestinas al efecto de enmascarar e inculcar el crimen con fervor religioso fundamentalista, pero caer en esa trampa no haría más que desviar la atención del ojo de la tormenta y agregar complicaciones a un cuadro de situación ya de por sí muy sombrío.
Estados Unidos, en consonancia con las célebres palabra de  Emma Lazarus inscriptas al pie de la Estatua de la Libertad, ha recibido con los brazos abiertos a inmigrantes de todas las latitudes. Hace algún tiempo que se observan síntomas que tienden a revertir aquellos valores y principios esenciales que hoy cuestionan quienes adhieren a la siempre cavernaria xenofobia.
En resumen, con estos pocos ejemplos al correr de la pluma pensamos que, después de todo, ha sido mejor que Tocqueville no haya sido contemporáneo puesto que sus ilusiones se hubieran desvanecido, aunque advirtió de algunos peligros en el horizonte que desafortunadamente se cumplieron.