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Tuesday, October 4, 2016

El libre comercio produce abundancia, el proteccionismo produce escasez



En un ataque dirigido contra el comercio con China, Donald Trump ha afirmado que Estados Unidos ha perdido trabajos bien pagados en manufacturas frente a China porque China promociona sus exportaciones mediante subvenciones, ventajas fiscales y manipulaciones de la moneda. La realidad es que no deberíamos preocuparnos por lo que hace China. Cuanto más subvencione China sus industrias, más ganaremos en abundancia de bienes y servicios baratos y, en contra de lo que cree Trump, en creación de empleos bien pagados.



Queremos abundancia y alta productividad

En una economía de intercambio, hay un antagonismo natural de todo tipo entre productores y consumidores. Los productores se benefician de la escasez de los bienes que venden, mientras que los consumidores quieren abundancia de esos bienes u otros parecidos. (Los productores, por supuesto, también se benefician de la abundancia de bienes intermedios usados para fabricar sus productos).
Un productor quiere ser la única tienda en una manzana, vendiendo un número limitado de productos durante un periodo limitado el tiempo. Los consumidores, por el contrario, quieren abundancia, con más productores y productos disponibles a lo largo de un periodo más largo de tiempo. Este conflicto se produce naturalmente en una economía de intercambio. Robinson Crusoe cazando para sí mismo claramente preferirá la abundancia la escasez.
Por suerte, la competencia promueve la abundancia al tiempo que permite la igualdad de rentas y riqueza.
En un entorno no competitivo, pueden acumularse los trabajos bien pagados en sectores protegidos, pero esto depende de la capacidad de los sindicatos de controlar la oferta laboral. La presión de la mano de obra no sindicalizada es una amenaza constante para estos trabajos bien pagados creados por la acción del gobierno que crea una escasez artificial. Pero ni siquiera en ese caso hay garantías de que se generarán trabajos mejor pagados en lugar de mayores beneficios para estos sectores protegidos.
En un entorno competitivo en el que la abundancia es la norma, un mayor salario debe derivar de una mayor productividad. Nuestros niveles de vida son más altos de los de aquellos que viven en África, no porque seamos más inteligentes o trabajemos más duro por el momento, sino porque nuestro trabajo está inserto en una base de capital mucho mayor. Robinson Crusoe atrapará más peces con una red que con sus manos y cuantas más redes tenga, más peces atrapará. Su productividad aumenta constantemente con más recursos su disposición.
Así que para conseguir salarios altos, un trabajador debe producir bienes o servicios valiosos. Nadie pagará a un trabajador más del valor que produzca.[1] Por ejemplo, supongamos que podemos fabricar un artilugio de cinco piezas que podría venderse por un precio subjetivamente alto de 100$ por unidad en el sector altamente competitivo de los artilugios. Para fabricar este artilugio, contratamos a 100 trabajadores que trabajan independientemente en el mismo y necesitan 10 horas para completar un artilugio. Dejando aparte otros costes y beneficios no laborales, ¿cuánto pagaríamos a cada trabajador? 10$ la hora. Supongamos ahora que nos especializamos y que cada empleado trabaja solo uno de los cinco componentes del artilugio. Las ganancias de la división del trabajo nos permiten fabricar un artilugio en la mitad de tiempo, es decir, en cinco horas. ¿Cuánto podríamos pagar ahora a cada uno? Hasta 20$ la hora. Supongamos ahora que añadimos una máquina que permite a cada trabajador completar un artilugio en una hora. ¿Cuánto pueden esperar ahora los trabajadores? Ahora un trabajador podría ganar hasta 100$ la hora. Así vemos que los salarios altos provienen de la división del trabajo y de la abundancia de capital. Cuanto mayor sea la cantidad de capital, mayor será la productividad del valor y, en un entorno competitivo, mayores serán los salarios.
Por supuesto, la competencia acabará reduciendo el precio de los artilugios, reflejando una creciente abundancia, y los salarios nominales de este trabajo no cualificado. Aun así, si la deflación fuera la norma, los salarios reales o el nivel de vida del trabajador medio estarían aumentando constantemente: todos los hombres se beneficiarían del aumento de los salarios reales resultante de una mayor abundancia o precios más bajos.
Supongamos ahora que China subvenciona sus exportaciones hasta el punto de que podamos comprarlas esencialmente gratis. Esto significaría que ya no tendríamos que usar recursos escasos para producir estos productos en casa y que podríamos desviar parte del capital de estos sectores (acero, textiles, etc.) para usarlo en otros. Con más capital, estos otros sectores, en igualdad de condiciones, tendrían empleos mejor pagados que antes de que empezáramos a comerciar con China.

Utilizando al gobierno para crear la escasez artificial

Una política comercial proteccionista se estructura sobre la creación de escasez. Las restricciones comerciales no aumentan la cantidad de capital, sino que obligan a desviarlo. Como el país proteccionista tendría que dedicarse a una menor especialización, el capital estaría más ampliamente disperso y por tanto los salarios serían menores de los que habrían sido en otro caso.
Además, proteger a la industria estadounidense frente a la competencia “injusta” es mucho más difícil y complejo de lo que parecen pensar Donald Trump y otros proteccionistas. Por ejemplo, ¿cómo respondería un proteccionista a las quejas de las tres grandes empresas automovilísticas de que Audi, Land Rover, BMW, Hyundai y Toyota tienen una ventaja competitiva injusta nacional e internacionalmente por usar el acero chino de bajo coste? ¿Impondría entonces un proteccionista restricciones sobre todo las importaciones que usen componentes chinos como entradas? Está claro que esto pronto degeneraría en guerras comerciales en las que todos pierden. La globalización o competencia internacional ha llevado a márgenes muy estrechos y una política anticomercial pondría a la industria estadounidense en desventaja competitiva tanto nacional como internacionalmente.
Si la “justicia” en el comercio es una preocupación, pueden darse muchos pasos sin privar de bienes y servicios extranjeros a productores y consumidores estadounidenses. Un buen lugar para empezar sería cerrar el banco de exportación-importación que beneficia injustamente a los exportadores de EEUU.
Otro lugar bueno para empezar sería devolver a Estados Unidos una moneda fuerte.
En lo que se refiere al comercio, la mejor política de Estados Unidos o de cualquier país es la eliminación de todas las barreras a la importación. Esto puede hacerse unilateralmente. Siempre debería preferirse la abundancia a la escasez.

El libre comercio produce abundancia, el proteccionismo produce escasez



En un ataque dirigido contra el comercio con China, Donald Trump ha afirmado que Estados Unidos ha perdido trabajos bien pagados en manufacturas frente a China porque China promociona sus exportaciones mediante subvenciones, ventajas fiscales y manipulaciones de la moneda. La realidad es que no deberíamos preocuparnos por lo que hace China. Cuanto más subvencione China sus industrias, más ganaremos en abundancia de bienes y servicios baratos y, en contra de lo que cree Trump, en creación de empleos bien pagados.


Tuesday, September 20, 2016

El libre comercio produce abundancia, el proteccionismo produce escasez



En un ataque dirigido contra el comercio con China, Donald Trump ha afirmado que Estados Unidos ha perdido trabajos bien pagados en manufacturas frente a China porque China promociona sus exportaciones mediante subvenciones, ventajas fiscales y manipulaciones de la moneda. La realidad es que no deberíamos preocuparnos por lo que hace China. Cuanto más subvencione China sus industrias, más ganaremos en abundancia de bienes y servicios baratos y, en contra de lo que cree Trump, en creación de empleos bien pagados.



Queremos abundancia y alta productividad

En una economía de intercambio, hay un antagonismo natural de todo tipo entre productores y consumidores. Los productores se benefician de la escasez de los bienes que venden, mientras que los consumidores quieren abundancia de esos bienes u otros parecidos. (Los productores, por supuesto, también se benefician de la abundancia de bienes intermedios usados para fabricar sus productos).
Un productor quiere ser la única tienda en una manzana, vendiendo un número limitado de productos durante un periodo limitado el tiempo. Los consumidores, por el contrario, quieren abundancia, con más productores y productos disponibles a lo largo de un periodo más largo de tiempo. Este conflicto se produce naturalmente en una economía de intercambio. Robinson Crusoe cazando para sí mismo claramente preferirá la abundancia la escasez.
Por suerte, la competencia promueve la abundancia al tiempo que permite la igualdad de rentas y riqueza.
En un entorno no competitivo, pueden acumularse los trabajos bien pagados en sectores protegidos, pero esto depende de la capacidad de los sindicatos de controlar la oferta laboral. La presión de la mano de obra no sindicalizada es una amenaza constante para estos trabajos bien pagados creados por la acción del gobierno que crea una escasez artificial. Pero ni siquiera en ese caso hay garantías de que se generarán trabajos mejor pagados en lugar de mayores beneficios para estos sectores protegidos.
En un entorno competitivo en el que la abundancia es la norma, un mayor salario debe derivar de una mayor productividad. Nuestros niveles de vida son más altos de los de aquellos que viven en África, no porque seamos más inteligentes o trabajemos más duro por el momento, sino porque nuestro trabajo está inserto en una base de capital mucho mayor. Robinson Crusoe atrapará más peces con una red que con sus manos y cuantas más redes tenga, más peces atrapará. Su productividad aumenta constantemente con más recursos su disposición.
Así que para conseguir salarios altos, un trabajador debe producir bienes o servicios valiosos. Nadie pagará a un trabajador más del valor que produzca.[1] Por ejemplo, supongamos que podemos fabricar un artilugio de cinco piezas que podría venderse por un precio subjetivamente alto de 100$ por unidad en el sector altamente competitivo de los artilugios. Para fabricar este artilugio, contratamos a 100 trabajadores que trabajan independientemente en el mismo y necesitan 10 horas para completar un artilugio. Dejando aparte otros costes y beneficios no laborales, ¿cuánto pagaríamos a cada trabajador? 10$ la hora. Supongamos ahora que nos especializamos y que cada empleado trabaja solo uno de los cinco componentes del artilugio. Las ganancias de la división del trabajo nos permiten fabricar un artilugio en la mitad de tiempo, es decir, en cinco horas. ¿Cuánto podríamos pagar ahora a cada uno? Hasta 20$ la hora. Supongamos ahora que añadimos una máquina que permite a cada trabajador completar un artilugio en una hora. ¿Cuánto pueden esperar ahora los trabajadores? Ahora un trabajador podría ganar hasta 100$ la hora. Así vemos que los salarios altos provienen de la división del trabajo y de la abundancia de capital. Cuanto mayor sea la cantidad de capital, mayor será la productividad del valor y, en un entorno competitivo, mayores serán los salarios.
Por supuesto, la competencia acabará reduciendo el precio de los artilugios, reflejando una creciente abundancia, y los salarios nominales de este trabajo no cualificado. Aun así, si la deflación fuera la norma, los salarios reales o el nivel de vida del trabajador medio estarían aumentando constantemente: todos los hombres se beneficiarían del aumento de los salarios reales resultante de una mayor abundancia o precios más bajos.
Supongamos ahora que China subvenciona sus exportaciones hasta el punto de que podamos comprarlas esencialmente gratis. Esto significaría que ya no tendríamos que usar recursos escasos para producir estos productos en casa y que podríamos desviar parte del capital de estos sectores (acero, textiles, etc.) para usarlo en otros. Con más capital, estos otros sectores, en igualdad de condiciones, tendrían empleos mejor pagados que antes de que empezáramos a comerciar con China.

Utilizando al gobierno para crear la escasez artificial

Una política comercial proteccionista se estructura sobre la creación de escasez. Las restricciones comerciales no aumentan la cantidad de capital, sino que obligan a desviarlo. Como el país proteccionista tendría que dedicarse a una menor especialización, el capital estaría más ampliamente disperso y por tanto los salarios serían menores de los que habrían sido en otro caso.
Además, proteger a la industria estadounidense frente a la competencia “injusta” es mucho más difícil y complejo de lo que parecen pensar Donald Trump y otros proteccionistas. Por ejemplo, ¿cómo respondería un proteccionista a las quejas de las tres grandes empresas automovilísticas de que Audi, Land Rover, BMW, Hyundai y Toyota tienen una ventaja competitiva injusta nacional e internacionalmente por usar el acero chino de bajo coste? ¿Impondría entonces un proteccionista restricciones sobre todo las importaciones que usen componentes chinos como entradas? Está claro que esto pronto degeneraría en guerras comerciales en las que todos pierden. La globalización o competencia internacional ha llevado a márgenes muy estrechos y una política anticomercial pondría a la industria estadounidense en desventaja competitiva tanto nacional como internacionalmente.
Si la “justicia” en el comercio es una preocupación, pueden darse muchos pasos sin privar de bienes y servicios extranjeros a productores y consumidores estadounidenses. Un buen lugar para empezar sería cerrar el banco de exportación-importación que beneficia injustamente a los exportadores de EEUU.
Otro lugar bueno para empezar sería devolver a Estados Unidos una moneda fuerte.
En lo que se refiere al comercio, la mejor política de Estados Unidos o de cualquier país es la eliminación de todas las barreras a la importación. Esto puede hacerse unilateralmente. Siempre debería preferirse la abundancia a la escasez.

El libre comercio produce abundancia, el proteccionismo produce escasez



En un ataque dirigido contra el comercio con China, Donald Trump ha afirmado que Estados Unidos ha perdido trabajos bien pagados en manufacturas frente a China porque China promociona sus exportaciones mediante subvenciones, ventajas fiscales y manipulaciones de la moneda. La realidad es que no deberíamos preocuparnos por lo que hace China. Cuanto más subvencione China sus industrias, más ganaremos en abundancia de bienes y servicios baratos y, en contra de lo que cree Trump, en creación de empleos bien pagados.


Tuesday, June 21, 2016

Lecciones de Japón y Estados Unidos


Charlie Munger, vicepresidente de Berkshire Hathaway y mítico socio de Warren Buffett, no sólo es uno de los más exitosos inversores de las últimas décadas, sino que también destaca por su vasta sabiduría.

Uno de sus más acertados consejos es el de procurar siempre invertir los problemas. A menudo los problemas son difíciles de resolver de forma directa. Una buena forma de abordarlos, dice Munger, es pensar en qué puede ir mal, en posibles errores que podemos cometer, y tratar de evitarlos. Un buen caso para aplicar esta técnica puede ser el de la crisis de Japón. El estallido de la actual crisis económica en Estados Unidos y Europa guarda grandes paralelismos con los problemas que han vivido los japoneses desde los años noventa: brutal burbuja inmobiliaria, gran endeudamiento privado, estructura productiva insostenible, colapso financiero y la consecuente recesión deflacionaria.



Lamentablemente, un cuarto de siglo después, el país nipón no sólo no ha resuelto sus problemas sino que los ha agravado. Japón tal vez sea el más claro ejemplo de lo que no hay que hacer.
La receta japonesa contra la crisis no fue otra que la que prescribe el keynesianismo. Para evitar la dolorosa pero necesaria reestructuración del aparato productivo, el desapalancamiento y la liquidación de empresas e inversiones inviables, se implementó un programa que ahora nos suena bastante: política monetaria expansiva (el término quantitative easing no es un invento americano, sino que fue el Banco de Japón el primero en ponerlo en marcha), tipos de interés a cero, rescates de bancos y empresas e incremento del gasto público con cargo a un abultado déficit fiscal.
Los resultados a largo plazo de dicho programa dejan mucho que desear. En el año 2013, el PIB nominal de Japón fue el mismo que en 1991. Lo que no es igual es la deuda. Sólo la deuda pública se ha disparado de un 70% del PIB hasta el 240% en 2013. Si tomamos la deuda pública, más la de las familias y empresas no financieras, actualmente está en torno al 450% del PIB.
El actual primer ministro, Shinzo Abe, ganó las elecciones a finales de 2012 con un programa económico en el que proponía, básicamente, un all-in de las mismas políticas keynesianas que habían fracasado hasta la fecha.
Las famosas “tres flechas” que componen el Abenomics consisten en un masivo estímulo fiscal (la inversión pública ha aumentado en un 21%), una flexibilización monetaria masiva y unas supuestas reformas estructurales que en la práctica aún no se han hecho. En pocas palabras, un programa que recuerda a aquella cómica escena de los hermanos Marx en la que, al grito de ¡más madera!, terminan destrozando un tren para usarlo como combustible.
Se atribuye a Einstein, probablemente de forma incorrecta, la frase de que la locura es intentar una cosa una y otra vez esperando obtener diferentes resultadosEn esta ocasión no ha sido una excepción. Tras el típico repunte inmediato, la economía japonesa ha vuelto a las andadas.
El segundo trimestre de 2014 la economía nipona se contrajo espectacularmente, un 7,3% respecto al año anterior. Para el tercer trimestre, en el que se esperaba un cierto rebote, recientemente supimos que Japón siguió hundiéndose, cayendo un 1,6% respecto al año anterior y entrando oficialmente en recesión. Un decepcionado Shinzo Abe acaba de convocar elecciones anticipadas para poner en manos de los japoneses el rumbo que debe seguir el gobierno para salir de la crisis.
A menudo se dice que Estados Unidos ha logrado salir de la Gran Recesión gracias al quantitative easing y a los estímulos fiscales. Pero si es así, ¿cómo es que quien ha aplicado más intensamente estas mismas medidas, como Japón, no logra levantar cabeza tras un cuarto de siglo tropezando con la misma piedra?
El motivo es que el intento de simplificar la realidad lleva a muchos a caer en la falacia post hoc ergo propter hoc. O dicho de otro modo, no porque A suceda antes que B significa que sea su causa. Puede que B suceda pese a A.
Hay que decir que aunque Estados Unidos evoluciona positivamente, lo hace muy despacio y la recuperación está lejos de ser sólida. Pero si por algo no ha sido es por los estímulos fiscales ni por la expansión monetaria.
En primer lugar, porque pese a los lamentos de economistas como Paul Krugman, el gasto público lleva congelado en términos absolutos desde 2010 y ha caído desde el 41,9% de PIB hasta el 36,6% en 2013. Y en segundo lugar, porque como expliqué en un artículo anterior el quantitative easing en el mejor de los casos es inútil y en el peor retrasa la recuperación, posponiendo las necesarias reestructuraciones.
Afortunadamente Estados Unidos tiene características propias que agilizan la recuperación de las que otros países carecen o cuyos gobiernos se han negado a aplicar.
Si hay que destacar tres son, primero, la relativa mayor flexibilidad a la hora de liquidar inversiones y empresas inviables y trasladar los factores productivos de forma rápida a nuevas líneas de negocio rentables y sostenibles.
Segundo, la revolución energética que actualmente se vive en América del Norte, principalmente en el sector del gas.
Y tercero, una deuda que pese a que no podemos decir que sea baja, sí es comparativamente menor que la japonesa o la europea. La suma de la deuda pública, de las empresas no financieras y las familias en Estados Unidos es del entorno del 250%. Poco más de la mitad que la monstruosa deuda de Japón.
Si bien Estados Unidos parece haber salido de la trampa depresiva en la que Japón lleva décadas, existe hoy un paciente que camina con paso firme hacia la japonización: Europa.
No sólo ha imitado todas las recetas malas de Japón y Estados Unidos, sino que ha olvidado incluir las que sí son positivas de países como el norteamericano. No vendría mal a los dirigentes europeos hacer caso a Charlie Munger, invertir el problema y empezar por evitar los errores que otros han cometido.

Lecciones de Japón y Estados Unidos


Charlie Munger, vicepresidente de Berkshire Hathaway y mítico socio de Warren Buffett, no sólo es uno de los más exitosos inversores de las últimas décadas, sino que también destaca por su vasta sabiduría.

Uno de sus más acertados consejos es el de procurar siempre invertir los problemas. A menudo los problemas son difíciles de resolver de forma directa. Una buena forma de abordarlos, dice Munger, es pensar en qué puede ir mal, en posibles errores que podemos cometer, y tratar de evitarlos. Un buen caso para aplicar esta técnica puede ser el de la crisis de Japón. El estallido de la actual crisis económica en Estados Unidos y Europa guarda grandes paralelismos con los problemas que han vivido los japoneses desde los años noventa: brutal burbuja inmobiliaria, gran endeudamiento privado, estructura productiva insostenible, colapso financiero y la consecuente recesión deflacionaria.