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Monday, October 24, 2016

Capitalismo: La máquina de progreso y justicia

Capitalismo: La máquina de progreso y justicia

Por Adolfo D. Lozano
El Capitalismo no es un sistema del pasado. Es el sistema del futuro, si es que la humanidad tiene algún futuro.
Ayn Rand.
¿Por qué mitificamos el pasado? Podemos discutir sobre las razones psicológicas, sociales o culturales, pero es un hecho la tendencia que nos lleva a sobrevalorar el pasado, infravalorar el presente y a temer el futuro. Pensamos en épocas y siglos pasados de una novelesca y romántica manera sin tener en cuenta que nuestros héroes medievales, renacentistas o decimonónicos tenían la espalda rota de lavar a mano, podían pasar años sin ver a un familiar que se trasladaba unos cientos de kilómetros y no, a las princesas en sus castillos no les olía el aliento precisamente a Listerine.


Lo cierto es que de Tokio a Santiago de Chile, de Sydney a Berlín, El Cairo o Sudáfrica, con todos sus problemas, tragedias y sufrimientos, la vida es hoy mejor que antaño. Pensemos en la guerra y el terrorismo. Según la OMS, en 2012 (último año con datos) murieron cerca de 120.000 personas en actos de “violencia colectiva o intervención legal” y sobre medio millón de personas murieron en actos de “violencia interpersonal”. Según el Global Terrorism Index, 11.000 personas fueron víctimas de terrorismo. Las cifras en bruto no son menores, pero pongámoslas en contexto. Toda la violencia tanto colectiva como interpersonal suma el 1% de la mortalidad en el mundo. Solamente la enfermedad de la rabia se lleva al año el triple de personas que el terrorismo. Solamente el cáncer de estómago mata a más gente que el asesinato, el homicidio involuntario y las guerras combinados.
Causas antes preocupantes de mortalidad -como el VIH- han retrocedido como tales enormemente en los últimos años. La malaria se ha reducido a nivel global a menos de la mitad desde que comenzamos este siglo. A nivel global, la mortalidad infantil se ha reducido a más de la mitad respecto a 1990 y hoy un 80% de niños subsaharianos reciben educación (frente al 52% de hace tres décadas). 2015 ha sido el primer año sin malaria en África, una enfermedad que mataba a cientos de miles de niños. El VIH en África se ha reducido a menos de la mitad en dos décadas. Aunque las ayudas han contribuido a parte de este progreso, la mayor parte del mérito se debe al libre comercio.
Las muertes por hambruna son cada vez más raras. La desnutrición severa se ha reducido del 19% al 11% entre 1990 y hoy. Casi 7 millones menos de niños menores de 5 años mueren al año comparado con 1990 (menos de la mitad). 2015 fue el primer año sin un caso de polio en África.
Con todos los problemas y algunos retrocesos a nivel local, globalmente el mundo está mejor educado, mejor alimentado, es más libre, más próspero y más tolerante.
En octubre de 2015 el Banco Mundial declaró por primera vez en la historia que menos del 10% de la población mundial está en extrema pobreza. El matrimonio homosexual se aprobó en 2015 en Irlanda y EEUU, y Mozambique despenalizó las relaciones homosexuales. Si en 2006 92 países tenían leyes que penalizaban estas relaciones, hoy son 75.
El Capitalismo trae más tolerancia, paz y diversidad al basar la sociedad en las relaciones interpersonales voluntarias primando y premiando la colaboración de cada persona al progreso social por encima de condiciones raciales, religiosas o sociales. Trae más libertades civiles porque la libertad de elegir es un pivote universal del Capitalismo. Nos da más confortables casas, más seguros coches, sanidad más efectiva o educación personalizada. El progreso tecnológico no sólo nos permite respetar la Naturaleza, sino impulsarla y mejorarla. Da a los pobres la posibilidad de comerciar e integrarse globalmente, a la mano de obra menos cualificada de participar en el mercado laboral, a los intolerantes de romper sus prejuicios cuando comerciar con sociedades lejanas lo descubren provechoso.
El Capitalismo laissez-faire, con sus brillantes e incomparables logros en forma de progreso y avance social, tecnológico, económico o cultural, no debe ser defendido sólo por eso, sino porque es el único sistema social justo frente a la indignidad, inmoralidad y barbarie del colectivismo y estatismo de toda laya.

Capitalismo: La máquina de progreso y justicia

Capitalismo: La máquina de progreso y justicia

Por Adolfo D. Lozano
El Capitalismo no es un sistema del pasado. Es el sistema del futuro, si es que la humanidad tiene algún futuro.
Ayn Rand.
¿Por qué mitificamos el pasado? Podemos discutir sobre las razones psicológicas, sociales o culturales, pero es un hecho la tendencia que nos lleva a sobrevalorar el pasado, infravalorar el presente y a temer el futuro. Pensamos en épocas y siglos pasados de una novelesca y romántica manera sin tener en cuenta que nuestros héroes medievales, renacentistas o decimonónicos tenían la espalda rota de lavar a mano, podían pasar años sin ver a un familiar que se trasladaba unos cientos de kilómetros y no, a las princesas en sus castillos no les olía el aliento precisamente a Listerine.

Thursday, October 13, 2016

En contra del progreso

Matías Luraschi indica que oponerse a innovaciones tecnológicas como Uber socava la competencia y el bienestar del consumidor promedio.

Matías Luraschi es miembro del Centro de Estudios LibRe (Argentina). 
Hace un par de semanas el gobierno uruguayo declaró la legalidad del servicio privado de transporte de pasajeros llamado Uber. Luego de una contienda legal de enormes proporciones, este novedoso servicio que genera tanto adeptos como detractores finalmente comenzará a competir con los tradicionales taxis de nuestro país vecino. Pero, ¿qué es Uber? ¿Cómo funciona? ¿Por qué se oponen tanto los taxistas a su implementación?



Uber es una aplicación para smartphones, la cual permite solicitar un chofer y estimar tanto la tarifa del servicio como el tiempo de viaje. La novedad se presenta con el hecho de poder conocer información personal del conductor, incluyendo desde el vehículo que maneja, hasta calificaciones y opiniones de usuarios anteriores. Todos estos representan datos que, en lugares relativamente peligrosos —como lo es actualmente la Argentina— resultan ser extremadamente valiosos.
La oposición a este novedoso producto viene de la mano de los gremios de taxistas, los cuales en su mayoría alegan “competencia desleal” por parte de Uber. Es que, debido a que este nuevo servicio no pasa por la órbita burocrática estatal ni gremial, sus conductores gozan de costos operativos mucho menores, y es por ello que las tarifas del servicio de Uber son de entre un 40% y un 50% inferiores a las del servicio tradicional de taxi, convirtiéndose esto último en su punto fuerte y principal atractivo hacia los consumidores.
¿Cuál fue entonces la respuesta de los taxistas cuando se anunció que Uber comenzaría a operar en Argentina? ¿Buscaron reducir la injerencia de los gremios y del estado en la actividad privada? ¿Intentaron reducir costes para ser más competitivos? ¿Generaron alternativas que hicieran más atractivo el tradicional servicio de taxis? No, nada de eso, sino que estos se limitaron a protestar, cortando calles céntricas y amedrentando tanto a conductores de este nuevo servicio como a los usuarios del mismo, actuando como un grupo de lobby que ve amenazado su poder.
Sin embargo las protestas contra Uber, como así también contra cualquier bien o servicio innovador que viene a sustituir a otro, no tienen sentido alguno. Imagínense sino, a las empresas de telegrafía protestando con el surgimiento de la telefonía fija, luego a los prestatarios de esta en contra de las empresas de telefonía móvil y a estas últimas actualmente en contra de WhatsApp. Ni siquiera haciendo una enorme abstracción podríamos ver a los empleados del servicio de correos cortando calles ante el nacimiento del email, como tampoco nadie supondría a los periódicos yendo en contra de los portales de noticias online ni a los canales de televisión contra plataformas digitales como YouTube o Netflix.
Para poder entender en profundidad este conflicto es necesario saber que, a lo largo de la historia, el surgimiento de un nuevo bien o servicio siempre ha generado tanto beneficiados como perjudicados. Obviamente, serán estos últimos aquellos que ofrecían un producto que ahora ha sido reemplazado por otro que cumple las mismas funciones, pero que, posee además otras características como un menor precio, mayor eficiencia, mejor calidad, etc. Quienes en cambio saldrán beneficiados, serán aquellos que puedan utilizar su ingenio y creatividad para captar las necesidades de la sociedad y satisfacerlas de formas innovadoras, plasmando sus ideas en productos que esta valore. Sin embargo, quien realmente será beneficiado en última instancia será el ciudadano común, el consumidor promedio, quien contará con mayores posibilidades de consumo y con esto último verá mejorada su calidad de vida.
Por más trivial que parezca, la misión fundamental del Estado es perseguir el bienestar de la sociedad toda, no así, velar por los intereses de un grupo de presión. Una de las formas de alcanzar este objetivo es permitir el progreso, el cual se caracteriza por ser continuo e inevitable.
Así las cosas, ir en contra de Uber no significa solo oponerse a un nuevo producto, la verdadera idea posee una raíz increíblemente más profunda. Esta última implica transitar en sentido contrario al de la innovación, al del ingenio, al de la tecnología, a la mejora en la calidad de vida, lo que se resume en ir en contra del progreso mismo.

En contra del progreso

Matías Luraschi indica que oponerse a innovaciones tecnológicas como Uber socava la competencia y el bienestar del consumidor promedio.

Matías Luraschi es miembro del Centro de Estudios LibRe (Argentina). 
Hace un par de semanas el gobierno uruguayo declaró la legalidad del servicio privado de transporte de pasajeros llamado Uber. Luego de una contienda legal de enormes proporciones, este novedoso servicio que genera tanto adeptos como detractores finalmente comenzará a competir con los tradicionales taxis de nuestro país vecino. Pero, ¿qué es Uber? ¿Cómo funciona? ¿Por qué se oponen tanto los taxistas a su implementación?


Thursday, September 8, 2016

En contra del progreso

Matías Luraschi indica que oponerse a innovaciones tecnológicas como Uber socava la competencia y el bienestar del consumidor promedio.

Matías Luraschi es miembro del Centro de Estudios LibRe (Argentina). 
Hace un par de semanas el gobierno uruguayo declaró la legalidad del servicio privado de transporte de pasajeros llamado Uber. Luego de una contienda legal de enormes proporciones, este novedoso servicio que genera tanto adeptos como detractores finalmente comenzará a competir con los tradicionales taxis de nuestro país vecino. Pero, ¿qué es Uber? ¿Cómo funciona? ¿Por qué se oponen tanto los taxistas a su implementación?



Uber es una aplicación para smartphones, la cual permite solicitar un chofer y estimar tanto la tarifa del servicio como el tiempo de viaje. La novedad se presenta con el hecho de poder conocer información personal del conductor, incluyendo desde el vehículo que maneja, hasta calificaciones y opiniones de usuarios anteriores. Todos estos representan datos que, en lugares relativamente peligrosos —como lo es actualmente la Argentina— resultan ser extremadamente valiosos.
La oposición a este novedoso producto viene de la mano de los gremios de taxistas, los cuales en su mayoría alegan “competencia desleal” por parte de Uber. Es que, debido a que este nuevo servicio no pasa por la órbita burocrática estatal ni gremial, sus conductores gozan de costos operativos mucho menores, y es por ello que las tarifas del servicio de Uber son de entre un 40% y un 50% inferiores a las del servicio tradicional de taxi, convirtiéndose esto último en su punto fuerte y principal atractivo hacia los consumidores.
¿Cuál fue entonces la respuesta de los taxistas cuando se anunció que Uber comenzaría a operar en Argentina? ¿Buscaron reducir la injerencia de los gremios y del estado en la actividad privada? ¿Intentaron reducir costes para ser más competitivos? ¿Generaron alternativas que hicieran más atractivo el tradicional servicio de taxis? No, nada de eso, sino que estos se limitaron a protestar, cortando calles céntricas y amedrentando tanto a conductores de este nuevo servicio como a los usuarios del mismo, actuando como un grupo de lobby que ve amenazado su poder.
Sin embargo las protestas contra Uber, como así también contra cualquier bien o servicio innovador que viene a sustituir a otro, no tienen sentido alguno. Imagínense sino, a las empresas de telegrafía protestando con el surgimiento de la telefonía fija, luego a los prestatarios de esta en contra de las empresas de telefonía móvil y a estas últimas actualmente en contra de WhatsApp. Ni siquiera haciendo una enorme abstracción podríamos ver a los empleados del servicio de correos cortando calles ante el nacimiento del email, como tampoco nadie supondría a los periódicos yendo en contra de los portales de noticias online ni a los canales de televisión contra plataformas digitales como YouTube o Netflix.
Para poder entender en profundidad este conflicto es necesario saber que, a lo largo de la historia, el surgimiento de un nuevo bien o servicio siempre ha generado tanto beneficiados como perjudicados. Obviamente, serán estos últimos aquellos que ofrecían un producto que ahora ha sido reemplazado por otro que cumple las mismas funciones, pero que, posee además otras características como un menor precio, mayor eficiencia, mejor calidad, etc. Quienes en cambio saldrán beneficiados, serán aquellos que puedan utilizar su ingenio y creatividad para captar las necesidades de la sociedad y satisfacerlas de formas innovadoras, plasmando sus ideas en productos que esta valore. Sin embargo, quien realmente será beneficiado en última instancia será el ciudadano común, el consumidor promedio, quien contará con mayores posibilidades de consumo y con esto último verá mejorada su calidad de vida.
Por más trivial que parezca, la misión fundamental del Estado es perseguir el bienestar de la sociedad toda, no así, velar por los intereses de un grupo de presión. Una de las formas de alcanzar este objetivo es permitir el progreso, el cual se caracteriza por ser continuo e inevitable.
Así las cosas, ir en contra de Uber no significa solo oponerse a un nuevo producto, la verdadera idea posee una raíz increíblemente más profunda. Esta última implica transitar en sentido contrario al de la innovación, al del ingenio, al de la tecnología, a la mejora en la calidad de vida, lo que se resume en ir en contra del progreso mismo.

En contra del progreso

Matías Luraschi indica que oponerse a innovaciones tecnológicas como Uber socava la competencia y el bienestar del consumidor promedio.

Matías Luraschi es miembro del Centro de Estudios LibRe (Argentina). 
Hace un par de semanas el gobierno uruguayo declaró la legalidad del servicio privado de transporte de pasajeros llamado Uber. Luego de una contienda legal de enormes proporciones, este novedoso servicio que genera tanto adeptos como detractores finalmente comenzará a competir con los tradicionales taxis de nuestro país vecino. Pero, ¿qué es Uber? ¿Cómo funciona? ¿Por qué se oponen tanto los taxistas a su implementación?


Saturday, July 2, 2016

Libertad y progreso: los empresarios

Alberto Benegas Lynch (h) explica que si nos quejamos de lo que sucede a nuestro alrededor, debemos tener claro que no es una casualidad sino el resultado de haber abandonado en gran medida el esfuerzo educativo.

Alberto Benegas Lynch (h) es académico asociado del Cato Institute y Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Argentina.
No es necesario detenerse a considerar en detalle los problemas que se presentan en nuestro mundo. Uno de los aspectos álgidos del cual depende todo lo demás es la manifiesta incomprensión de los fundamentos éticos, económicos y jurídicos de la sociedad abierta.
Paradójicamente se critica a un capitalismo inexistente puesto que los aparatos estatales se han convertido en maquinarias infernales que cobran tributos insoportables, deudas públicas internas y externas astronómicas y regulaciones asfixiantes, todo financiado naturalmente con un nivel abultadísimo de gastos para alimentar a un insaciable Leviatán.



Aquí no es del caso analizar esta o aquella gestión gubernamental, el asunto son los resultados de décadas de populismo más o menos intenso y de uno u otro signo y etiqueta circunstancial. El hecho es que el mundo se debate hoy en esta situación.
Sin duda que el problema es la educación, es decir, la deficiencia en explicar las bases de la sociedad civilizada y, por ende, la decadencia de los valores y principios que la sustentan.
Afortunadamente hay casas de estudio, fundaciones e instituciones varias en diversos países que se dedican a contrarrestar esta malaria con presentaciones de rigor, argumentando las ventajas de una sociedad libre. Pero no es suficiente si a estas faenas muy meritorias se las compara con la catarata de falacias difundidas que dan apoyo a través de múltiples vías al engrosamiento de los referidos aparatos estatales que destrozan vidas y haciendas ajenas al tiempo que eliminan de cuajo los incentivos para proteger autonomías individuales.
De más está decir que aquellas entidades solo pueden recurrir a empresas privadas para obtener fondos que permitan financiar sus programas. No pueden buscarse recursos donde no existen y el empresariado es el grupo que necesita libertad para cumplir su rol específico de asignar recursos en el mercado.
Como es sabido, el empresario conjetura que los costos están subvaluados en términos de los precios finales al efecto de sacar partida del consiguiente arbitraje. Si acierta obtiene ganancias y si yerra incurre en quebrantos. El cuadro de resultados le marca si está bien o mal orientado en la satisfacción de las necesidades del consumidor.
En la medida en que los aparatos estatales intervienen en la economía, los precios se desdibujan y dejan de reflejar las estructuras valorativas y se asimilan a simples números dictados por los funcionarios de turno, con lo que la contabilidad, la evaluación de proyectos y el cálculo económico en general también dejan de expresar la situación real. En el extremo si se eliminan los precios, es decir, la propiedad, no se sabe si conviene construir carreteras con oro o con asfalto puesto que las consideraciones técnicas nada significan si no están referidos a precios. Sin llegar a este extremo de abolir la propiedad, como decimos, en la medida en que se intervenga en el proceso de mercado se distorsionan los precios que son las únicas señales para conocer si se está o no consumiendo capital.
Esto es así, pero henos aquí que ha habido y hay mal llamados empresarios que no solo no proceden de acuerdo a su antedicha misión específica sino que no ayudan a las instituciones que pretenden que las cosas vuelvan a su cauce e incluso critican el mercado libre. Se enriquecen fruto de las alianzas con el poder político del que reciben dádivas, privilegios y mercados cautivos que perjudican grandemente a la comunidad en la que trabajan.
Esto último es materia de otro debate, por el momento destacamos que aun procediendo como proceden algunos deberían buscar un reaseguro para su empresa, para sus hijos y nietos puesto que la lucha por el privilegio, esto es, el despojo cruzado recurriendo a la fuerza que impone el gobierno, tarde o temprano conduce al despeñadero.
Es cierto que no son pocos los “empresarios” que actúan del modo señalado porque estiman que de esta manera salvarán sus empresas y responderán bien ante los accionistas sin percatarse que si no modifican su actitud siempre el círculo se cierra y el gobierno termina de facto  manejando el flujo de fondos de la empresa con lo cual el así llamado empresario en la práctica pierde la empresa en el contexto de un sistema fascista donde se permite registrar la propiedad a nombre de particulares, pero, en los hechos, pertenece al gobierno.
Incluso el premio Nobel en economía George Stigler afirma que en Estados Unidos “han sido ellos [los empresarios prebendarios] quienes han convencido a la administración federal  y a la administración de los estados que iniciaran controles sobre las instituciones financieras, los sistemas de transporte, las comunicaciones, las industrias extractivas etc.” (en Placeres y dolores del capitalismo moderno). Por lo que Charles G. Koch, uno de los empresarios más prominentes de ese país, se pregunta: “¿Qué está pasando aquí? ¿Los dirigentes empresarios de Estados Unidos se han vuelto locos? ¿Por qué están autoaniquilándose debido a la voluntaria y sistemática entrega de ellos mismos y sus empresas a manos de reglamentaciones gubernamentales? […] La contestación, desde luego, es simple. No, estos empresarios y ejecutivos no comparten el deseo de suicidio colectivo. Ellos piensan que obtienen ventajas especiales para sus empresas […] En realidad están vendiendo su futuro” (en “A Letter from the Council for a Competitive Economy”).
Afortunadamente todos los empresarios no se comportan de aquella manera, muchos son respetuosos del mercado y ven las enormes ventajas de la libertad y encuentran un desafío en lograr objetivos dentro de las reglas del mercado libre y competitivo.
Esta larga introducción es para centrar la atención en un caso argentino que ilustra bien lo dicho, con total independencia ahora de quien sea el gobierno que circunstancialmente administra el Ejecutivo. El punto que hacemos se extiende a todos los empresarios locales en general en conexión con una entidad argentina de excelencia.
Se trata de la Fundación Libertad y Progreso de Buenos Aires, establecida como consecuencia a su vez de la fusión de tres destacadas fundaciones. Libertad y Progreso está dirigida por tres profesionales que dejaron sus respectivas empresas, negocios y estudios para abocarse a la tareas nobles de defender y difundir los antes mencionados valores de una sociedad libre, con la intención de retomar los consejos y principios de Juan Bautista Alberdi, el máximo inspirador de la Constitución liberal de 1853 que permitió a la Argentina disfrutar de los más altos niveles de prosperidad moral y material hasta que irrumpió el populismo bajo muy diversos signos políticos.
Libertad y Progreso ha desarrollado múltiples y muy jugosos programas en muy diversos frentes y tiene en carpeta otros tantos que ejecutaría si contara con los recursos suficientes. Los directivos de esta Fundación están sumamente agradecidos a todos los empresarios y personas de existencia física que brindan su apoyo financiero merced a lo cual se han podido llevar a la práctica tantos programas.
Pero, como queda dicho, los aportes no resultan suficientes si se tiene en cuenta la tarea ciclópea que debe llevarse a cabo para comenzar a revertir una tradición populista de hace más de siete décadas.
Es evidente que resulta una enorme bendición que esta institución se haya creado y una suerte mayúscula contar con la calidad moral y profesional de sus directores que han tenido el coraje, la honestidad intelectual y la decisión de dejar faenas lucrativas para encarar esto que han considerado su deber moral. En verdad un ejemplo para todos.
En estas circunstancias en realidad no resulta una exageración afirmar que los empresario debieran hacer cola para aportar a tan benéfica entidad, no para hacerle un favor a nadie sino en su propio beneficio y el de sus respectivas familias al efecto de contar con un país que vuelva a ser un faro en el camino y un punto de referencia para las naciones civilizadas.
Por supuesto que como en todo grupo humano puede disentirse aquí y allá con las opiniones de miembros de esa fundación, pero lo relevante es que en el balance neto los esfuerzos están dirigidos a que en nuestro país prime el respeto recíproco.
Hoy nos escribimos por correo electrónico con el director general, Agustín Etchebarne, y al pasar me contaba los denodados esfuerzos para el fund raising que deben realizarse casi cotidianamente. Su correo me recordó mi paso como rector de ESEADE durante los veintitrés años en los que estuve al frente de esa casa de estudios y del célebre fund raising que en verdad consumió más tiempo del que hubiera querido, pese a lo cual aprovecho para agradecer infinitamente a la comunidad empresaria por las muchas becas y aportes realizado en aquellas épocas.
Pero si nos quejamos con razón por esto o aquello que sucede en nuestro medio debemos tener en claro que no se trata de una casualidad, es el resultado de haber abandonado en gran medida y salvo honrosas excepciones la mencionada faena educativa. Y no se diga que esto produce resultados en el largo plazo, lo cual se viene machacando hace largas décadas, cuanto antes se empiece en este difícil pero muy gratificante trabajo, mejor. Ya estaríamos en el largo plazo si se hubieran redoblado esfuerzos con anterioridad. No hay que esperar milagros y poner manos a la obra cuanto antes. El equipo de Libertad y Progreso lo agradecerá y, sobre todo, las personas de bien de nuestro país.

Libertad y progreso: los empresarios

Alberto Benegas Lynch (h) explica que si nos quejamos de lo que sucede a nuestro alrededor, debemos tener claro que no es una casualidad sino el resultado de haber abandonado en gran medida el esfuerzo educativo.

Alberto Benegas Lynch (h) es académico asociado del Cato Institute y Presidente de la Sección Ciencias Económicas de la Academia Nacional de Ciencias de Argentina.
No es necesario detenerse a considerar en detalle los problemas que se presentan en nuestro mundo. Uno de los aspectos álgidos del cual depende todo lo demás es la manifiesta incomprensión de los fundamentos éticos, económicos y jurídicos de la sociedad abierta.
Paradójicamente se critica a un capitalismo inexistente puesto que los aparatos estatales se han convertido en maquinarias infernales que cobran tributos insoportables, deudas públicas internas y externas astronómicas y regulaciones asfixiantes, todo financiado naturalmente con un nivel abultadísimo de gastos para alimentar a un insaciable Leviatán.


Wednesday, June 15, 2016

Lo que le debemos a Steve Jobs

 
Ver al mundo llorar la muerte de Steve Jobs nos recuerda los tiempos en que grandes multitudes de americanos se reunían para celebrar la inauguración de un nuevo puente o un nuevo ferrocarril. Hoy Steve Jobs es reconocido mundialmente como un genio creativo que ha cambiado nuestro mundo de forma profunda y para mejor. Hasta el presidente Obama, no muy dado a alabar a hombres de negocios, ha dicho: “Jobs ha transformado nuestras vidas, redefinido industrias enteras, y conseguido una de las hazañas más inauditas en la historia humana: ha cambiado la forma en que cada uno de nosotros ve el mundo”.
Todo eso suscita una importante pregunta que hasta hoy nadie ha formulado: ¿Qué le debemos a Jobs, y a los genios productivos como él?


Por un lado, les debemos gratitud, la cual no siempre les damos: en este caso, Jobs es la excepción que confirma la regla. Pero les debemos algo más que eso, algo que ni siquiera Jobs ha recibido: Les debemos el reconocimiento de que sus logros son algo profundamente moral.
Si dedicar tu vida a crear valores que la mejoran es un logro moral, entonces no hay nada más grande y más noble que los genios creativos cuya capacidad productiva ha creado nuestro mundo moderno: un mundo en el que vivimos tres veces más tiempo que nuestros antepasados; en el que nuestros hogares están calientes en invierno y fríos en verano, y tienen luz durante la noche; en el que podemos atravesar un continente en cuestión de horas; en el que podemos darle las buenas noches a nuestros hijos desde el otro lado del globo.
Pero, lejos de reconocer que los grandes productores son unos ejemplos de moralidad, los apilamos con Al Capone y Bernie Madoff, como si fueran gente a la que hay que pararles los pies o por lo menos mantenerlos amarrados hasta que aprendan a servir desinteresadamente a los demás. Jobs llegó incluso a ser criticado por dedicar su vida a Apple en vez de a la filantropía.
Esta perversa actitud nos ha llevado a negarle a los héroes creativos como Jobs la tercera cosa que les debemos: libertad. Los innovadores, por definición, desafían lo convencional, y sólo la libertad protege su derecho a hacerlo. Cuando el gobierno viola la libertad, iniciando la fuerza contra los que producen – regulando sus acciones, controlando sus decisiones, despojándoles de su riqueza – está ahogando y a la larga aplastando la mente creativa.
Jobs fue capaz de prosperar porque la industria de la tecnología de la información aún es relativamente libre. Pero ¿qué habría pasado si hubiera sido objeto del mismo fango regulador que existe en la industria automovilística? ¿O si los burócratas de los años 70 hubieran empezado a dictar las especificaciones para la fabricación de microprocesadores o las normas de eficiencia energética para granjas de servidores? Probablemente nunca habríamos tenido esta revolución de la información.
Lloremos la pérdida de Steve Jobs, pero aprovechemos también esta oportunidad para mirarnos al espejo y preguntarnos si hemos tratado a Jobs y a otros como él como realmente se merecen.
# # #
Por Yaron Brook y Don Watkins, del Ayn Rand Institute, contribuidores a www.forbes.com

Lo que le debemos a Steve Jobs

 
Ver al mundo llorar la muerte de Steve Jobs nos recuerda los tiempos en que grandes multitudes de americanos se reunían para celebrar la inauguración de un nuevo puente o un nuevo ferrocarril. Hoy Steve Jobs es reconocido mundialmente como un genio creativo que ha cambiado nuestro mundo de forma profunda y para mejor. Hasta el presidente Obama, no muy dado a alabar a hombres de negocios, ha dicho: “Jobs ha transformado nuestras vidas, redefinido industrias enteras, y conseguido una de las hazañas más inauditas en la historia humana: ha cambiado la forma en que cada uno de nosotros ve el mundo”.
Todo eso suscita una importante pregunta que hasta hoy nadie ha formulado: ¿Qué le debemos a Jobs, y a los genios productivos como él?