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Thursday, June 23, 2016

2016: las elecciones mexicanas del descrédito

Ivonne Melgar
Ivonne Melgar es licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM (México). Trabajó en unomásuno y en Reforma. Es reportera y columnista del periódico Excélsior, Grupo Imagen y Cadena Tres Noticias. Ha reporteado las actividades de Los Pinos (casa de gobierno de México) desde 2003. Es autora de la columna de análisis político Retrovisor que se publica todos los sábados en Excélsior.
La campaña electoral de 2016 se convirtió en una competencia de expedientes de corrupción, narcopolítica e historias personales inconfesables.
Los candidatos a las doce gubernaturas en disputa se concentraron en evidenciar las fortunas de sus adversarios y los excesos en el manejo de los recursos públicos de los mandatarios estatales.



A la narrativa de la canallesca electoral mexicana de 2016 se suma AMLO y su hermano Arturo López Obrador, quien dice apoyar al candidato del PRI al gobierno veracruzano, Héctor Yunes Landa. La descalificación del presidenciable de Morena de que ése es un acto acomodaticio de alguien sin ideales, y el anuncio de que “por eso ya no tengo hermanos”, es tan dramático como revelador de la mezquindad plural que hoy marca a la política mexicana.
De manera que los protagonistas de la temporada son los involucrados en las acusaciones que representantes del PRI, PAN y PRD se lanzaron en este proceso, particularmente en Veracruz, Tamaulipas, Oaxaca, Chihuahua y Durango.
Así que las elecciones de 2016 quedarán como aquellas que paralizaron al Senado en la tarea de concretar las leyes que darían sustento al Sistema Nacional Anticorrupción.
Y en el registro de los medios de comunicación, serán los comicios caracterizados por los destapes que los competidores hicieron de sus contendientes.
Pero más que una guerra de propaganda negra, atestiguamos decenas de piezas del rompecabezas que conforman el ejercicio del poder, historias de vida que vinculan a la corrupcion con los negocios, el conflicto de interés, la compra de bienes y los depósitos bancarios en el extranjero.
Le hemos llamado guerra sucia a esta forma de hacer campaña electoral. En estricto, son expedientes que nos muestran a una clase gobernante ocupada en retener el poder. No en ejercerlo.
Ha sido una campaña que ha consumado el descrédito de la política a cargo de los políticos.
En un primer plano, los perdedores de este proceso son los tres grandes partidos —PRI, PAN y PRD— enfrascados en un círculo vicioso de acusaciones mutuas de corrupción, pero incapaces de diseñar salidas para combatirla y castigarla.
Si nos limitamos a las historias que se lograron sembrar en la opinión pública, diríamos a manera de resumen caricaturesco que en Tamaulipas el narco tiene más fuerza que el INE, que en Veracruz no hay ni a quien irle, que en Oaxaca todos se sirven del erario con la cuchara grande y que los gobernadores hacen y deshacen a su antojo.
Pero la derrota de la legitimidad de una partidocracia que se ha desnudado corrupta y corruptora también arrasó en esta campaña electoral de 2016 con otros protagonistas del juego democrático.
Es evidente que los encuestadores dejaron de ser los centinelas de la competencia. No sólo porque la desconfianza de la gente descalifica sus reportes, sino porque el potencial votante les oculta deliberadamente sus intenciones.
Pero en esta guerra de lodo también salió herida la otrora disciplina del partido en el poder, en medio de una soterrada sucesión presidencial hacia 2018.
“La marca del PRI no vende”, susurran los priistas en una campaña en la que el logo de su instituto político tendió a desaparecer en la publicidad electoral y mientras su dirigente, Manlio Fabio Beltrones, afronta las dificultades propias de una estructura  infiltrada por distintos intereses. Pero la mala imagen del partido en el poder no se transformó en una oportunidad para la oposición que, pese a sumar fuerzas, está literalmente padeciendo a los independientes.
El asunto se agrava en estados donde los abanderados sin partido se llevarán rebanadas de diez puntos, una cuota que podría tener José Luis Barraza en Chihuahua y que le harían falta para ganar a Javier Corral.
Frente a esas vicisitudes de la partidocracia, se afirma que el gran ganador de la temporada será Morena y su líder y candidato presidencial, Andrés Manuel López Obrador.
Es cierto que los celebrados spots del frijol con gorgojo, del avión presidencial que “no tiene ni Obama” y de los tan ladrones unos como rateros los otros, se han visto reforzados por las acusaciones de corrupción de los candidatos del PAN, PRI y PRD. También es cierto que frente a los señalamientos de peculado, pederastia o cómplices del narco, AMLO puede seguir predicando como el purificador de la vida pública y repartidor de absoluciones, siempre y cuando la jueguen con él.
Pero esa narrativa del tabasqueño, ganadora mediáticamente hablando, se diluye cuando el pretendido abanderado de izquierda se muestra en su dimensión humana como un hermano al que sólo le importa su meta política y es capaz de darle la espalda a los suyos por el pecado de irle a un partido diferente.
Estupefactos habíamos escuchado el deslinde de Alejandro Murat, candidato del PRI al gobierno de Oaxaca, al prometer que su padre, el exgobernador de la entidad, se autoexiliará, que vivirá fuera del país.
Historias escalofriantes del poder. Porque mientras el hijo renegado promete ser diferente, las crónicas de la secrecía electoral cuentan que José Murat opera a distancia a favor de su crío.
A la narrativa de la canallesca electoral mexicana de 2016 se suma AMLO y su hermano Arturo López Obrador, quien dice apoyar al candidato del PRI al gobierno veracruzano, Héctor Yunes Landa. La descalificación del presidenciable de Morena de que ése es un acto acomodaticio de alguien sin ideales, y el anuncio de que “por eso ya no tengo hermanos”, es tan dramático como revelador de la mezquindad plural que hoy marca a la política mexicana.

2016: las elecciones mexicanas del descrédito

Ivonne Melgar
Ivonne Melgar es licenciada en Ciencias de la Comunicación por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM (México). Trabajó en unomásuno y en Reforma. Es reportera y columnista del periódico Excélsior, Grupo Imagen y Cadena Tres Noticias. Ha reporteado las actividades de Los Pinos (casa de gobierno de México) desde 2003. Es autora de la columna de análisis político Retrovisor que se publica todos los sábados en Excélsior.
La campaña electoral de 2016 se convirtió en una competencia de expedientes de corrupción, narcopolítica e historias personales inconfesables.
Los candidatos a las doce gubernaturas en disputa se concentraron en evidenciar las fortunas de sus adversarios y los excesos en el manejo de los recursos públicos de los mandatarios estatales.


Thursday, June 16, 2016

Se vislumbran riesgos políticos en el horizonte

El crecimiento económico en México, en lugar de acelerarse nuevamente hasta el 4 por ciento y más al año, ha avanzado a trompicones hasta ligeramente por encima del 2 por ciento.
Dan Bogler
Tanto inversionistas extranjeros como mexicanos se sienten decepcionados con las promesas incumplidas del gobierno. (El Financiero)
Profundas, radicales, audaces. Todas ésas son buenas descripciones de las reformas estructurales promulgadas por el gobierno mexicano en los últimos tres años. Desafortunadamente, el fracaso es otra.

El crecimiento económico, en lugar de acelerarse nuevamente hasta el 4 por ciento y más al año, ha avanzado a trompicones hasta ligeramente por encima del 2 por ciento. El mercado de valores se ha estancado, mientras que el peso ha perdido terreno progresivamente, y no sólo ante el dólar.

Todo esto ha convertido a los inversionistas internacionales de entusiastas partidarios del presidente Enrique Peña Nieto y de su programa de reformas energética, fiscal, de las telecomunicaciones, y de los medios de comunicación a críticos quienes se están deshaciendo de sus activos mexicanos.

Sin embargo, los gestores de fondos no son tan negativos como los propios compatriotas del presidente.

La mitad del país piensa que las reformas del gobierno están dañando el país y el 60 por ciento dice que la depreciación del peso es culpa del gobierno, según una reciente encuesta de opinión. Como el gobierno ha fracasado en enfrentar de forma efectiva la delincuencia y la corrupción, no es de sorprenderse que nueve de cada 10 mexicanos tienen poca o ninguna confianza en los partidos políticos, mientras que seis de cada 10 dicen que no están viviendo en una democracia.

En otras palabras, México parece maduro para que surja un candidato contestatario, al estilo de Donald Trump. Éste es el creciente riesgo político identificado por Medley Global Advisors (MGA), un servicio de macro investigación propiedad del Financial Times.

México ya tiene su versión de Trump: Andrés Manuel López Obrador. AMLO, como se le llama, pertenece a la izquierda política en lugar de a la derecha, pero muestra una indiferencia similar hacia las instituciones y las normas, y la misma facilidad para aprovechar las frustraciones de las personas comunes.

A diferencia de Trump al norte de la frontera, AMLO es un político con experiencia, quien finalizó detrás de Peña Nieto en las elecciones de 2012, con un 31 por ciento de los votos. La próxima vez podría necesitar incluso menos.

Una de las razones es que las elecciones en México — a diferencia de muchas en los países de América Latina — no tienen una segunda vuelta, por lo que es posible ganar la presidencia con una proporción relativamente baja de votos en la primera ronda. Éste particularmente puede ser el caso en 2018, con al menos cuatro probables candidatos creíbles y una buena probabilidad de que el voto de la derecha se divida entre un candidato oficial del PAN y una candidata no oficial (la esposa del ex presidente Felipe Calderón).

Por supuesto, las encuestas de opinión en este momento tienen que tomarse con cautela. Pero MGA señala que con el partido político de AMLO, Morena, que actualmente cuenta con aproximadamente el 20 por ciento y que por lo tanto tiene un empate estadístico con el gobernante PRI, su elección es una posibilidad real.

Para ser justos, no está claro cuánto AMLO cambiaría o podría cambiar — en cuanto a política económica — si llegara a la presidencia. Para empezar, estaría operando sin una mayoría en el congreso, por lo que revertir las reformas estructurales que ya se han aprobado es poco probable, aunque podría obstaculizar el avance de las reformas, por ejemplo, la privatización parcial de Pemex, la compañía nacional de petróleo.

Se vislumbran riesgos políticos en el horizonte

El crecimiento económico en México, en lugar de acelerarse nuevamente hasta el 4 por ciento y más al año, ha avanzado a trompicones hasta ligeramente por encima del 2 por ciento.
Dan Bogler
Tanto inversionistas extranjeros como mexicanos se sienten decepcionados con las promesas incumplidas del gobierno. (El Financiero)
Profundas, radicales, audaces. Todas ésas son buenas descripciones de las reformas estructurales promulgadas por el gobierno mexicano en los últimos tres años. Desafortunadamente, el fracaso es otra.

El crecimiento económico, en lugar de acelerarse nuevamente hasta el 4 por ciento y más al año, ha avanzado a trompicones hasta ligeramente por encima del 2 por ciento. El mercado de valores se ha estancado, mientras que el peso ha perdido terreno progresivamente, y no sólo ante el dólar.